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PRÓLOGO

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<strong>PRÓLOGO</strong><br />

FEBRERO! Las Navidades ya han pasado y la<br />

mejor temporada del año aún no ha comenzado<br />

–suspiró Carlo.<br />

–Quieres decir que todavía no han llegado las<br />

hermosas turistas, ¿verdad? ¿Es que no piensas en<br />

otra cosa? –Ruggiero se burló de él.<br />

–No. Y tú también piensas en lo mismo, no lo<br />

niegues –replicó Carlo.<br />

Los mellizos, muy apuestos y en la gloria de los<br />

últimos años de la veintena, contemplaban la bahía<br />

de Nápoles desde la terraza de la Villa Rinucci. Era<br />

la hora del crepúsculo. A la distancia, el Vesubio<br />

surgía amenazador y, a sus pies, los jóvenes distinguían<br />

las brillantes luces de la ciudad.<br />

–Os gustaría mi país, hijos. En Inglaterra, celebramos<br />

San Valentín en febrero. El santo patrono del<br />

amor. Flores, tarjetas, besos… ambos estaríais en<br />

vuestro elemento –comentó la madre, no lejos de ellos.<br />

–Es Pietro quien irá a Inglaterra –observó Carlo–.<br />

Aunque él no piensa en esas cosas. Lo único que le<br />

interesa son sus negocios.<br />

–Vuestro hermano trabaja mucho. Deberíais imitar<br />

su ejemplo –dijo la madre intentando parecer severa.


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La verdad era que los mellizos también trabajaban<br />

duro, pero en vez de protestar, se limitaron a<br />

sonreír a su madre.<br />

–¿Por qué Pietro vive comprando empresas?<br />

¿Cuándo piensa parar? –preguntó Ruggiero.<br />

–Vamos al comedor. No olvidéis que ésta es la<br />

cena de despedida de Pietro –dijo la madre.<br />

–Le damos una cena de despedida cada vez que<br />

se va de viaje –objetó Carlo.<br />

–¿Por qué no? Es una buena oportunidad para<br />

reunir a la familia –replicó Hope.<br />

–¿Vendrá Luke? –preguntó Carlo.<br />

–Desde luego que sí –respondió ella, con firmeza–.<br />

Sé que discuten de vez en cuando, pero...<br />

–¡De vez en cuando! –se quejaron los mellizos al<br />

unísono.<br />

–Bueno, la mayor parte del tiempo. Pero son hermanos.<br />

–No, no lo son.<br />

–Pietro es mi hijastro y Luke es mi hijo adoptivo,<br />

y eso los convierte en hermanos. ¿Queda claro? –replicó<br />

Hope en tono severo.<br />

–Sí, Mamma.<br />

El interior de la casa era cálido y confortable. Sin<br />

embargo, Hope miró a su alrededor, insatisfecha.<br />

–Hay demasiados hombres aquí. Debería haber<br />

más mujeres –comentó. Su marido y los hijos la miraron<br />

alarmados–. ¿Dónde están mis nueras? Debería<br />

tener seis, pero no tengo ni una. Esperaba con ilusión<br />

la boda de Justin y Evie, pero… –Hope se encogió de<br />

hombros con un suspiro.


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Justin, el hijo mayor, separado de ella desde su<br />

nacimiento, el año anterior había viajado para conocerla.<br />

Había llegado a Nápoles con Evie, la mujer de<br />

la que sin duda estaba enamorado. Sin embargo, la<br />

joven había desaparecido misteriosamente de su vida<br />

y él había vuelto solo a la villa en Navidad. Y se había<br />

negado a hablar de ella.<br />

Poco a poco, la familia se reunió en el gran comedor<br />

y, a pesar de sus quejas, la madre los miró<br />

con satisfacción. Sus hijos tenían sus apartamentos<br />

en Nápoles y para ella era una gran ocasión cuando<br />

lograba reunirlos en la villa.<br />

Sus ojos se iluminaron al ver a Pietro, hijo de su<br />

primer marido inglés, aunque llevaba el apellido Rinucci<br />

en honor a su madre italiana.<br />

–Hace demasiado tiempo que no nos vemos –dijo<br />

mientras lo abrazaba–. Y mañana vuelves a marcharte.<br />

–Pero no estaré lejos mucho tiempo, Mamma.<br />

Tardaré poco en dejar funcionando esa compañía inglesa.<br />

–¿Para qué tenías que comprarla? Estabas haciendo<br />

buenos negocios con ellos.<br />

–Decidí comprar Curtis Electronics porque no<br />

funciona bien. Enrico Leonate no estaba de acuerdo<br />

al principio, pero finalmente accedió a tomar en consideración<br />

mi punto de vista.<br />

–Seguro que sí –observó Hope, con ironía.<br />

Enrico Leonate había sido el único dueño de la<br />

empresa Leonate Europa para la que Pietro había<br />

empezado a trabajar hacía quince años. Había apren-<br />

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dido rápidamente, había ganado mucho dinero para<br />

su jefe y para sí mismo y con el tiempo se había<br />

transformado en socio de la empresa. Enrico ya era<br />

mayor, estaba cansado y Pietro era un joven lleno de<br />

ideas innovadoras. Con el tiempo, Enrico le había<br />

permitido llevar las riendas del negocio, aunque habría<br />

dado lo mismo porque, como una vez observó<br />

con melancolía, tarde o temprano la gente adoptaría<br />

los puntos de vista de Pietro.<br />

–Voy a recomendar a unas cuantas personas en<br />

Curtis Electronics y les haré saber mis deseos.<br />

–Eso sucederá si encuentras a alguien que te satisfaga.<br />

Lo que no suele suceder.<br />

–Es verdad. Aunque Cedric Tandy, el actual director,<br />

recomienda a la subdirectora Olympia Lincoln.<br />

Pienso observarla con atención.<br />

–¿Recomendar a una mujer? ¿Tú? –comentó Hope<br />

en tono irónico.<br />

Pietro la miró sorprendido.<br />

–Voy a recomendar a cualquiera que haga lo que<br />

yo digo.<br />

–¡Ah, te refieres a esa clase de igualdad de oportunidades!<br />

Hijo mío, en tu boca todo parece tan sencillo...<br />

–rió Hope.<br />

–La vida es sencilla si sabes lo que quieres y estás<br />

decidido a lograrlo.<br />

El aspecto de Pietro traicionaba su doble herencia.<br />

De su madre italiana, fallecida hacía mucho<br />

tiempo, había heredado los expresivos ojos oscuros<br />

y, de su padre inglés, la barbilla obstinada y la firmeza<br />

de la boca.


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–Luke tarda en llegar –comentó Hope en voz<br />

baja.<br />

–Tal vez no se digne aparecer. Todavía está furioso<br />

conmigo desde que convencí a Tordini, el brillante<br />

inventor electrónico, de que trabajara para mí;<br />

pero no te preocupes, Mamma. Ya tendrá su oportunidad<br />

de vengarse y seguro que lo hará –dijo alegremente.<br />

La batalla entre los hermanos duraba años y contribuía<br />

a añadir sabor a sus vidas. Sin esa eterna rivalidad,<br />

habrían sentido que algo les faltaba.<br />

Finalmente, Luke llegó cuando la cena casi concluía.<br />

–Hola, inglés –lo saludó Pietro.<br />

Era su insulto favorito, un recordatorio de que era<br />

el único hijo completamente inglés entre todos los<br />

miembros de aquella familia italiana.<br />

–Mejor que ser mestizo. Tu problema es que no<br />

eres ni una cosa ni otra –replicó Luke, con una sonrisa.<br />

–Me alegra que hayas venido –dijo Hope.<br />

–Naturalmente –Luke levantó su copa en dirección<br />

a Pietro–.Tenía que asegurarme de que era cierto<br />

que nos deshacíamos de él –añadió en tono sardónico.<br />

Cuando al día siguiente Hope y Luke fueron a<br />

despedirlo al aeropuerto, ella no pudo evitar un leve<br />

suspiro.<br />

–No te preocupes, Mamma –la consoló su hijo al<br />

tiempo que le pasaba un brazo por los hombros–.<br />

Volverá muy pronto.<br />

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–No es eso. La gente suele decir que soy muy<br />

afortunada porque Pietro jamás me da motivos de<br />

aflicción. Y me aflijo precisamente porque es un<br />

hombre demasiado fiable. Es tan sensato que nunca<br />

comete estupideces.<br />

–Si ha heredado algo de los Rinucci, te prometo<br />

que tarde o temprano hará tonterías.<br />

–¿Y tú qué hablas de los Rinucci? Siempre te has<br />

negado a llevar nuestro apellido.<br />

Luke la abrazó.<br />

–No lo necesito. Ya soy suficientemente estúpido.


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CAPÍTULO1<br />

EN LA sede de la compañía londinense Curtis<br />

Electronics había mucha tensión, mucho movimiento<br />

y todo el personal se preguntaba<br />

quiénes serían recomendados y a quiénes se daría<br />

de baja.<br />

–No se van a deshacer de mí después de todo lo<br />

que he trabajado para esta empresa –declaró con firmeza<br />

Olympia Lincoln.<br />

–Sí que es mala suerte que ocurra justo ahora. El<br />

señor Tandy se iba a jubilar pronto y tú lo habrías<br />

sustituido –dijo Sara, su secretaria, en tono comprensivo–.<br />

Y lo peor es que no se sabe cuándo llegarán<br />

los otros.<br />

–Ni siquiera el señor Tandy lo sabe. «De un momento<br />

a otro», es todo lo que puede decir.<br />

–Con toda seguridad no será hoy. ¿Quién empezaría<br />

a trabajar un viernes?<br />

–Alguien que tuviera la intención de sorprendernos.<br />

Aunque yo no lo voy a permitir.<br />

–Y además hoy es viernes trece, día de mala suerte.<br />

–No me digas que eres supersticiosa. Eso es una<br />

tontería. Cada uno se labra su propio destino. Y


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ahora vamos a tomar una taza de té. No tienes buen<br />

aspecto.<br />

–Me encuentro muy bien –mintió Sara con valentía–.<br />

No deberías prepararlo tú. Eres mi jefa.<br />

–Pero eres tú la que está embarazada –replicó<br />

Olympia con una sonrisa cálida que suavizaba su severa<br />

expresión.<br />

Aunque su bondad natural tendía a asomar a la<br />

superficie, ella cultivaba esa severidad, empeñada en<br />

que el mundo se la creyera.<br />

–El té me sienta bien –dijo Sara cuando lo hubo<br />

probado–. ¿Alguna vez has deseado tener hijos?<br />

–Sí. Me casé locamente enamorada de David. Todo<br />

lo que quería era ser su esposa y madre de sus hijos.<br />

Aunque se me puede perdonar, porque entonces sólo<br />

tenía dieciocho años.<br />

–¿Y él valoró tu servil devoción?<br />

–¡Vaya si la valoró! Necesitaba una mujer que<br />

trabajara para que él pudiera hacer cursos y conseguir<br />

títulos a fin de ascender en su carrera. Cuando<br />

lo consiguió, cambió de esposa y yo me quedé sin<br />

nada. Así que decidí trabajar duro y hacer mi propia<br />

carrera.<br />

–Tuviste mala suerte; pero no todos los hombres<br />

son iguales.<br />

–Los ambiciosos, sí. Nos utilizan, a menos que<br />

nosotras los utilicemos primero.<br />

–Y eso es lo que tú intentas hacer –dijo Sara,<br />

comprensiva–. ¿Eres feliz?<br />

–¿Qué es la felicidad? Puedo decir que no soy infeliz.<br />

Todavía recuerdo cómo me sentí cuando David


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se marchó y juré que nunca me volvería a pasar. Voy<br />

a conseguir el puesto de Tandy. Espera y verás. Sólo<br />

tengo que convencer a los que vengan de Italia.<br />

–¿Cómo te manejas en italiano?<br />

–Bien. He estudiado mucho, aunque creo que aquí<br />

todo el mundo ha hecho lo mismo.<br />

–Pero ninguno está tan preparado como tú. Con<br />

esa cabeza y además… –Sara hizo un ademán indicando<br />

la figura de Olympia, que se echó a reír.<br />

Era muy alta, de largas piernas, cuello largo y<br />

rasgos bien definidos. Tenía una exuberante cabellera<br />

negra, aunque se peinaba con el pelo hacia atrás y<br />

trenzado. En la profundidad de sus ojos oscuros,<br />

ocasionalmente brillaba una chispa de buen humor,<br />

aunque ella se afanaba por ocultarla. Se había creado<br />

una imagen de mujer impecable y se ajustaba a<br />

ella.<br />

Aunque no lo lograba del todo, porque sabía que<br />

en su interior todavía albergaba a la niña que había<br />

sido, llena de confianza e ilusiones, absolutamente<br />

carente de cálculo. No sólo había amado a su marido,<br />

lo había adorado ciegamente. En ese entonces<br />

poseía mucho genio y una lengua ingobernable que<br />

solía dispararse antes de que su mente pudiera impedirlo.<br />

En la actualidad, se permitía un estallido ocasionalmente,<br />

aunque también estaba doblegando ese<br />

aspecto de su carácter.<br />

–¿Sabes quién vendrá a examinarnos?<br />

–Probablemente Pietro Rinucci. He buscado datos<br />

sobre la empresa italiana a través de la red, pero<br />

no hay mucha información. Los dueños son dos so-<br />

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cios, Enrico Leonate y Pietro Rinucci. Encontré algo<br />

sobre Leonate, pero sobre Rinucci no hay nada.<br />

–¿Cómo es el señor Leonate?<br />

–Un hombre aburrido, de mediana edad. Ojalá el<br />

otro no se le parezca.<br />

–Sara, tú no te encuentras bien.<br />

–Se me pasará.<br />

–No, te irás a casa ahora mismo –dijo al tiempo que<br />

llamaba a recepción para que pidieran un taxi–.Vete y<br />

no vuelvas hasta que te sientas bien.<br />

–¿Y cómo te las arreglarás sin mí?<br />

–Me las arreglaré –afirmó con una brillante sonrisa.<br />

Minutos más tarde, bajaron a recepción. Olympia<br />

acompañó a Sara hasta el taxi que la esperaba y le<br />

hizo un gesto de adiós con la mano.<br />

Luego volvió a su despacho pensando que era el<br />

peor momento para quedarse sola. Entonces llamó al<br />

departamento de personal y explicó que necesitaba<br />

con urgencia una secretaria temporal.<br />

–No se preocupe. En cinco minutos le enviaremos<br />

a una persona.<br />

–No me dejaré vencer por las circunstancias. Nada<br />

me va a derrotar –Olympia se dijo una y otra vez con<br />

los ojos cerrados.<br />

Cuando los abrió nuevamente se llevó la sorpresa<br />

de su vida.<br />

Un hombre joven la miraba con gran interés desde<br />

la puerta.<br />

Era muy alto, de cabellos y ojos castaños. La boca<br />

era amplia y firme y parecía mirarla con aire diverti-


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do. Olympia deseó desesperadamente que sus labios<br />

no se hubieran movido mientras repetía su mantra.<br />

–¿Puedo ayudarlo? –preguntó con tranquilidad.<br />

–Busco a Olympia Lincoln. Abajo me dijeron que<br />

la encontraría aquí.<br />

El departamento de personal se encontraba en la<br />

planta baja y era bastante corriente que contrataran<br />

secretarios masculinos.<br />

–Yo soy Olympia Lincoln. Me alegra que haya<br />

venido tan pronto. Dijeron que me enviarían un sustituto<br />

en cinco minutos, pero… –murmuró mientras<br />

se encogía de hombros.<br />

–¿Sustituto?<br />

–Bueno, no es una sustitución permanente. Sólo<br />

temporal, hasta que mi secretaria se recupere. ¿Lleva<br />

mucho tiempo en la empresa?<br />

–No, muy poco –contestó con cautela.<br />

–No se preocupe, no tardará en ponerse al día.<br />

Ahora estamos sumidos en un torbellino. Una firma<br />

italiana llamada Leonate Europa ha comprado nuestra<br />

empresa y muy pronto llegará alguien a hacerse<br />

cargo de ella. Todos estamos nerviosos, esperando<br />

con temor que nos digan cuál será nuestro destino.<br />

Él alzó una ceja.<br />

–¿Temor? ¿Usted?<br />

–Sí –respondió con una media sonrisa complacida–.<br />

Bueno, lo veremos cuando me haya reunido con<br />

Su Majestad.<br />

–¿Y quién es?<br />

–Pietro Rinucci. El «gran hombre» que vendrá a<br />

meternos a todos en cintura. ¡Qué caradura!<br />

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–¿No será un poco pronto para juzgarlo? Tal vez<br />

sea una persona correcta.<br />

–¿Correcto? –espetó. Repentinamente, su talante<br />

cuidadosamente cultivado se rompió bajo el peso de<br />

la rabia–. ¿Correcto? Es un depredador que piensa<br />

que puede hacer lo que quiere y al infierno con los<br />

demás. Ojalá estuviera aquí para decirle lo que pienso<br />

de un hombre que, en la creencia de que todo se<br />

puede comprar con dinero, viene a esta empresa y se<br />

encarga de trastornar mi promoción cuando estoy a<br />

punto de conseguirla.<br />

–Ésa es una de las virtudes del dinero –observó<br />

él, con suavidad.<br />

–¡Al diablo con las virtudes y al diablo con Pietro<br />

Rinucci! –espetó Olympia.<br />

La visión de sus ojos como ascuas lo dejó hechizado.<br />

Muchos hombres habían perdido la cabeza por<br />

unos ojos como ésos, pensó. Y él corría el peligro de<br />

ser unos de ellos.<br />

–Bueno, no comente con nadie lo que acaba de<br />

oír. No debí haber hablado con tanta libertad ante usted<br />

–dijo con un suspiro cuando se hubo calmado.<br />

–Mis labios están sellados. Juro que nunca le diré<br />

a Pietro Rinucci lo que piensa sobre él.<br />

–Muchas gracias.<br />

–De nada.<br />

Él se aclaró la garganta mientras luchaba contra<br />

una tentación arrolladora. Un hombre juicioso le diría<br />

la verdad antes de que fuese demasiado tarde.<br />

Aunque la verdad era que nunca había tenido tan pocos<br />

deseos de ser juicioso.


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–A propósito, debí haberle preguntado su nombre.<br />

–¿Qué?<br />

–Su nombre.<br />

–Ah, mi nombre –murmuró. «Dile la verdad. Sé<br />

honesto. Juega limpio. ¡Al diablo!»–. Me llamo Jack<br />

Cayman.<br />

Había sido el nombre de su padre inglés, aunque<br />

hacía largos años que Pietro vivía en Italia bajo el<br />

apellido Rinucci. Todavía podía hablar inglés sin trazas<br />

de acento italiano.<br />

–Muy bien, señor Cayman.<br />

–Puede llamarme Jack.<br />

–Y usted puede llamarme señorita Lincoln –replicó<br />

con firmeza, pensando que era hora de recuperar<br />

el terreno que había perdido por su explosión de<br />

franqueza.<br />

–Sí, señora –contestó Pietro, en tono sumiso.<br />

–Mejor será que nos pongamos a trabajar cuanto<br />

antes.<br />

–¿Podría concederme unos cuantos minutos? Vuelvo<br />

enseguida.<br />

–Desde luego.<br />

Cedric Tandy pensó que era una desgracia haber<br />

llegado con media hora de retraso precisamente<br />

aquel día, que era crucial para la empresa.<br />

–Oh, no… –murmuró al ver al hombre que lo esperaba<br />

en su despacho–. Señor Rinucci… puedo asegurarle…<br />

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–No se preocupe, Cedric. He venido a su despacho<br />

sólo para una breve charla.<br />

–Puedo enseñarle la oficina y presentarle a…<br />

–Más tarde. He estado examinando los acuerdos<br />

financieros que le propusimos con Enrico y creo que<br />

son un tanto exiguos. Estoy seguro de que merece<br />

una cantidad más generosa.<br />

–Siempre es de agradecer. El señor Leonate me<br />

dijo que la empresa no podía pagar más.<br />

–Déjemelo a mí. Yo me encargaré de eso –Rinucci<br />

se dirigió a la puerta y luego se volvió a él–. A<br />

propósito, preferiría que nadie supiera quién soy. Al<br />

menos por ahora. Creen que me llamo Jack Cayman.<br />

Eso me dará la oportunidad de conocer a la gente de<br />

una manera más espontánea. Estoy seguro de que me<br />

apoyará en esto.<br />

–Por supuesto. Cuente conmigo –dijo Cedric de<br />

inmediato.<br />

Olympia alzó la vista del ordenador cuando él entró<br />

en su despacho.<br />

–Me gustaría que estudiara estos archivos. Le dirán<br />

mucho sobre el modo en que Curtis y Leonate<br />

han interactuado desde que hace un año empezaron a<br />

trabajar juntos.<br />

–Para ser más exactos, hace quince meses. El trabajo<br />

conjunto comenzó cuando Curtis hizo una oferta<br />

relativa a la fabricación de una nueva clase de enchufes<br />

para ordenador.<br />

–Excelente. Veo que ha hecho los deberes.


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Luego procedió a ponerlo al día acerca de las actividades<br />

de la empresa y su relación con Leonate,<br />

haciendo gala de una mente despejada e informada<br />

hasta el más mínimo detalle. Pietro se quedó impresionado.<br />

También tuvo que reconocer que no le era fácil<br />

concentrarse a causa del aroma que emanaba de ella;<br />

un perfume original, sutil y misterioso que le llegaba<br />

por oleadas hasta el extremo de hacerle pensar si de<br />

veras existía. Pietro estaba acostumbrado a los perfumes<br />

demasiado intensos y dulces con que las mujeres<br />

intentaban atraerlo. En cambio, el de ella era<br />

fresco y suave; un aroma contenido, como el del invierno<br />

a punto de convertirse en primavera.<br />

En ese momento, sonó el teléfono.<br />

–¿Sara? ¿Qué noticias tienes?<br />

–Estoy hospitalizada. Desgraciadamente pasarán<br />

algunos meses antes de que pueda volver a la oficina.<br />

No sabes cómo lo siento, Olympia.<br />

–No te preocupes por nada. Lo único que importa<br />

es que el bebé se encuentre bien.<br />

–Dios te bendiga.<br />

Pensativamente, Olympia puso el auricular en su<br />

sitio.<br />

–¿Su secretaria? ¿No volverá?<br />

–Así parece. En todo caso…<br />

En ese preciso momento, una joven entró apresuradamente.<br />

–¿Señorita Lincoln? Siento no haber podido llegar<br />

antes. Me envían del departamento de personal.<br />

Dijeron que usted necesitaba una secretaria.<br />

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–Pero… –Olympia miró a Pietro.<br />

–Es un poco complicado –el hombre empezó a<br />

balbucear con inquietud.<br />

–¿Quiere esperar fuera, por favor? –le pidió Olympia<br />

a la secretaria con amabilidad. Cuando se hubo<br />

marchado, se enfrentó a Rinucci–. ¿Quién es usted?<br />

–Ya se lo dije. Me llamo Jack Cayman.<br />

–Pero, ¿quién es Jack Cayman? ¿Y por qué dice<br />

que es mi nuevo secretario cuando no lo es?<br />

–Seamos justos. No le he dicho que fuese su secretario.<br />

Usted sacó esa conclusión precipitadamente.<br />

No me dio la oportunidad de explicarme, simplemente<br />

se limitó a darme órdenes y yo obedecí. Tiene<br />

que reconocer que ése es su modo de actuar.<br />

Pietro sabía que exageraba, pero cualquier cosa<br />

era mejor que decir la verdad. ¿O no? Tal vez ésa<br />

fuera su última oportunidad para aclarar la situación.<br />

Entonces aspiró una gran bocanada de aire y,<br />

cuando estaba a punto de hablar, una voz desde la<br />

puerta selló su destino.<br />

–¡Jack, amigo mío, es un placer verte por aquí!<br />

–exclamó Cedric Tandy acercándose a él con una<br />

sonrisa, consciente del papel que le tocaba jugar.<br />

Pietro dejó escapar una maldición mentalmente–.<br />

Veo que ya conoces a Olympia. Excelente –añadió<br />

totalmente ajeno al desastre que provocaba.<br />

–Oh, sí. Has llegado justo cuando nos estábamos<br />

presentando –dijo Olympia cortésmente, con una fría<br />

mirada.<br />

–Aún no le he dicho quién soy ni de dónde vengo<br />

–declaró Pietro al tiempo que le lanzaba a Cedric


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una feroz mirada de advertencia–. Es un poco complicado…<br />

pero digamos que soy una especie de embajador<br />

de Leonate Europa que ha venido a preparar<br />

el terreno antes de la llegada de la artillería.<br />

–¿Y visitar primero mi despacho era parte de la<br />

preparación del terreno?<br />

–Señorita Lincoln, su nombre ha sido mencionado<br />

como uno de los más valiosos de la firma. Y ahora<br />

que hemos hablado, voy a pedirle que me asesore<br />

con su información sobre la empresa. Tal vez los tres<br />

podríamos comer juntos e intercambiar opiniones.<br />

–¡Buena idea! –exclamó Cedric.<br />

–Muy amable por su parte –contestó ella con fría<br />

tranquilidad–. Pero temo que mi comida va a consistir<br />

en una manzana en mi mesa de trabajo. Ha llegado<br />

una secretaria nueva y tenemos mucho que hacer.<br />

Cedric, aterrorizado, murmuró con urgencia.<br />

–Olympia, creo que…<br />

–Naturalmente que respeto su decisión –intervino<br />

Pietro con suavidad–. Lo dejaremos para otra<br />

ocasión. Cedric, ¿por qué no vamos a charlar a otra<br />

parte?<br />

Ambos se marcharon dejando a Olympia con la<br />

sensación de que las cosas se habían liado por su<br />

culpa y con el deseo de golpearse la cabeza contra la<br />

pared.<br />

Cuando su jornada hubo terminado, fue a ver a<br />

Cedric. Este le dijo alegremente que el recién llegado<br />

se había marchado hacía una hora.<br />

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Y no había intentado volver a hablar con ella, lo<br />

que significaba que sí la había liado.<br />

En el aparcamiento de la empresa se dirigió a su<br />

coche nuevo, cuyas líneas relucientes siempre le producían<br />

bienestar.<br />

Pero esa vez no fue así. Bajo su calma aparente,<br />

estaba furiosa. La habían sorprendido con la guardia<br />

baja y había revelado sus verdaderos pensamientos.<br />

Y eso no se hacía cuando alguien como ella necesitaba<br />

urgentemente llegar a la cima de su carrera.<br />

Seguro que ese hombre contaría que no sólo había<br />

sido tan estúpida como para confundir su identidad,<br />

sino que además se había referido con hostilidad<br />

a los nuevos jefes. ¡Magnífico!<br />

Mientras conducía hacia la salida del edificio,<br />

notó que otro coche la seguía. Ya en la calle, se mantuvo<br />

detrás de ella a una distancia prudente. A través<br />

del espejo retrovisor vio que era él.<br />

En cuanto pudo, aparcó a un lado de la vía y bajó<br />

del coche dispuesta a enfrentarse al señor Cayman.<br />

–¿Me está siguiendo?<br />

–Sí. Intenté alcanzarla en el aparcamiento, pero<br />

la perdí de vista. Pensé que podríamos hablar.<br />

–Hablamos esta mañana y todavía lo lamento.<br />

–De veras que lo siento. Fue una estupidez por<br />

mi parte. Intentaba jugarle una broma y salió mal,<br />

pero cuando usted dio por sentado que yo era su secretario…<br />

bueno, ¿me va a culpar por haberle seguido<br />

el juego?<br />

–Sí. Se comportó de un modo muy poco profesional.


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–¿Y cree que es muy profesional no haber comprobado<br />

los hechos primero? –replicó, enfadado–.<br />

Mire, lo siento. No quiero que esto se convierta en<br />

una disputa.<br />

–Se convirtió en una querella en el mismo instante<br />

en que usted decidió que yo estaba allí para entretenerlo<br />

y mañosamente me hizo decir… –Olympia<br />

se paró en seco.<br />

–Yo no la obligué a decir cosas como «¡Al diablo<br />

con Pietro Rinucci!».<br />

–Y con eso puedo dar por concluidas mis expectativas<br />

con los nuevos jefes. Porque tarde o temprano<br />

tendrá que informarles. Y si no lo hace, pondrá<br />

en peligro sus propias expectativas.<br />

–No se preocupe por mis expectativas –dijo con<br />

tranquilidad–. Tengo la virtud de pensar primero antes<br />

de hablar. Para ser una mujer ambiciosa, es sorprendentemente<br />

imprudente.<br />

–¿Cómo iba a saber que usted…?<br />

–¿Que no soy un subordinado? Mire, olvidemos<br />

el asunto. Estoy cansado después de un viaje bastante<br />

accidentado. Apenas he dormido. No estoy en mi<br />

mejor momento y estoy diciendo cosas que no debería.<br />

Me gustaría disculparme como corresponde invitándola<br />

a cenar.<br />

–No, gracias. Tengo planes para esta noche. Y<br />

ahora, señor Cayman, si me perdona, debo volver a<br />

casa. Le sugiero que pase la noche escribiendo un<br />

informe destinado a sus jefes.<br />

–No era mi propósito pasar así la velada.<br />

–Si me vuelve a seguir, llamaré a la policía.<br />

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–¿Para qué? Con toda seguridad usted sabe manejar<br />

situaciones como ésta sin ayuda de nadie.<br />

–Una observación absolutamente innecesaria.<br />

–Pensé que lo tomaría como un cumplido.<br />

–Nuestras ideas difieren mucho sobre lo que es<br />

un cumplido. ¡Buenas noches!


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CAPÍTULO2<br />

SIN DETENERSE a esperar una respuesta,<br />

Olympia subió a su coche y, aun a riesgo de<br />

estropear el motor, arrancó el vehículo con<br />

exagerado ímpetu.<br />

Con un suspiro, Pietro volvió al suyo y lo puso<br />

en marcha.<br />

Lo que sucedió después fue algo que nunca pudo<br />

explicarse, salvo que de pronto olvidó que estaba en<br />

Inglaterra y que allí se conducía en sentido contrario.<br />

Tal vez a la luz del día lo habría hecho mejor, pero el<br />

resplandor de las luces de los otros vehículos le hizo<br />

perder el sentido de la dirección. Entonces se produjo<br />

un espantoso ruido de metales que chocaban y<br />

sintió un fuerte golpe en la cabeza.<br />

De pronto, vio que Olympia abría su puerta.<br />

–Formidable. Lo único que me faltaba era que un<br />

payaso me destrozara el coche… Oiga, ¿se encuentra<br />

bien?<br />

–Sí, muy bien –mintió mientras parpadeaba en un<br />

vano esfuerzo por despejarse.<br />

–No lo parece. ¿Se ha golpeado la cabeza?<br />

–No es grave. ¿Y usted? ¿Se ha hecho daño?<br />

–No, todo el daño se lo ha llevado el coche.


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24<br />

Pietro salió muy despacio del vehículo porque la<br />

cabeza le daba vueltas y echó una mirada a las abolladuras.<br />

No había duda de que la culpa era suya,<br />

pensó enfadado consigo mismo por tener que ceder<br />

ante ella.<br />

–Lo siento.<br />

–No se preocupe. Ahora iremos a un hospital<br />

para que le hagan un reconocimiento.<br />

–Es sólo un rasguño.<br />

–Está bien, aunque lo mantendré vigilado un rato.<br />

Venga a casa conmigo. No –añadió al ver que Pietro<br />

se dirigía a su coche–. Usted no va a conducir en ese<br />

estado. Lo haré yo.<br />

–No quiero dejar el coche abandonado.<br />

–No se quedará aquí. Si sostiene la linterna, yo<br />

ataré el cable de remolque.<br />

Pietro tuvo que admitir que unió los dos vehículos<br />

con la eficacia de un mecánico.<br />

Diez minutos después, llegaron a un elegante bloque<br />

de apartamentos donde Olympia aparcó los dos<br />

vehículos con suma habilidad.<br />

El costoso piso se encontraba en la segunda planta.<br />

Era pulcro, elegante y amueblado con exquisito<br />

gusto, aunque a Pietro le pareció que faltaba algo<br />

que no supo definir.<br />

–Siéntese y déjeme mirarle la frente.<br />

Pietro tuvo que admitir que la cabeza le dolía horriblemente<br />

y una mirada al espejo le devolvió una<br />

fea magulladura y algunos cortes sangrantes.<br />

–No tardaré nada en limpiarle las heridas y después<br />

le prepararé un café fuerte.


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Pietro se acomodó en el sofá con los ojos cerrados.<br />

De pronto, le pareció oír que ella hablaba por<br />

teléfono, pero cuando abrió los ojos, Olympia estaba<br />

a su lado con una taza de café en la mano.<br />

–Bébase esto.<br />

–Gracias. Llamaré un taxi para que me lleve al<br />

hotel. Siento mucho lo de su coche, y por cierto que<br />

pagaré la reparación.<br />

–No hace falta. El seguro corre con los gastos.<br />

–No, lo haré yo –se apresuró a decir pensando en<br />

los documentos que de otro modo tendría que rellenar<br />

con su verdadero nombre.<br />

Justo en ese momento llamaron a la puerta y, al<br />

cabo de unos minutos, Olympia volvió a la sala con<br />

un hombre joven.<br />

–Éste es el doctor Kenton. Lo llamé en cuanto<br />

llegamos a casa.<br />

–Le dije que me encuentro bien –gimió.<br />

–¿Por qué no me deja decidirlo a mí? –intervino<br />

el médico, con amabilidad–. Tiene una leve conmoción;<br />

nada serio, pero debe irse de inmediato a la<br />

cama e intentar dormir –dijo tras examinarlo.<br />

Pietro lanzó a la joven una mirada de reproche.<br />

–Entonces me voy de inmediato.<br />

–¿Tiene alguien que lo cuide? –preguntó el médico.<br />

–Realmente, no. Se hospeda en un hotel, por eso<br />

lo he traído a casa –intervino la joven.<br />

–Tonterías –protestó Pietro.<br />

–Y aquí se quedará –añadió Olympia como si no<br />

lo hubiera oído.<br />

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–Llévelo a la cama y luego que tome dos de estas<br />

cápsulas –dijo el médico tras sacar un frasco de la cartera–.<br />

No es necesario que me acompañe a la puerta.<br />

Buenas noches.<br />

Cuando se quedaron solos, se miraron con ironía.<br />

Entonces ella sonrió divertida.<br />

–No hay nada como ver al oponente en desventaja<br />

para recobrar el buen humor –le reprochó Pietro.<br />

–Hay un supermercado muy cerca de aquí. Iré a<br />

buscar algunas cosas para usted y cuando vuelva<br />

prepararé su cama. Y no se le ocurra marcharse.<br />

–No se preocupe. No podría.<br />

En el supermercado, Olympia compró espuma y<br />

loción de afeitar, calcetines y ropa interior.<br />

Tuvo que adivinar la talla, aunque no le fue difícil.<br />

Él era alto, esbelto y de amplios hombros. Justo<br />

el tipo de hombre que le gustaba. Finalmente, compró<br />

unos comestibles y se apresuró a regresar a casa.<br />

Lo encontró tendido en el sofá, con los ojos cerrados.<br />

Luego fue a cambiar la ropa de su propia<br />

cama porque no disponía de habitación de invitados.<br />

–¿Cómo me he metido en esto? –murmuró–. Hace<br />

una hora yo estaba planeando una horrible venganza.<br />

Cuando volvió a la sala de estar, Pietro estaba<br />

despierto y mirando a su alrededor con aire aturdido.<br />

–La cama está preparada. Le he comprado algo<br />

para la noche. El paquete está en el dormitorio.<br />

–Gracias. Es muy amable. Puedo manejarme solo.<br />

La habitación estaba iluminada tenuemente por<br />

una pequeña lámpara puesta en la mesilla de noche.<br />

Pietro sintió un gran alivio porque le dolía mucho la


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cabeza. Se quitó la ropa, se puso los calzoncillos que<br />

ella había comprado y decidió descansar unos minutos<br />

antes de ponerse la camiseta.<br />

Fue una bendición acomodar la cabeza en la almohada<br />

y sentir que el dolor se calmaba con el sueño.<br />

Olympia durmió en el sofá. De madrugada se despertó<br />

repentinamente y se puso a escuchar con atención.<br />

Todo estaba en completo silencio y un leve resplandor<br />

se filtraba por el resquicio bajo la puerta del<br />

dormitorio.<br />

Entonces se acercó a la puerta y, tras unos segundos<br />

de vacilación, abrió suavemente.<br />

La ropa estaba desparramada por el suelo y Pietro<br />

dormía de espaldas con la camiseta en una mano. Al<br />

notar que su respiración era regular y relajada, Olympia<br />

concluyó que todo iba bien. Entonces se acercó a<br />

la cama sigilosamente con el propósito de apagar la<br />

luz. Tal vez la repentina oscuridad perturbó al durmiente<br />

porque murmuró algo, se volvió de lado con<br />

un brazo fuera de la cama y su mano rozó el muslo<br />

de ella.<br />

Olympia se quedó petrificada. Lo que menos deseaba<br />

era que despertara y la viera allí. Entre la amplia<br />

cama y el armario había un estrecho espacio y la<br />

mano le impedía pasar. Así que la movió suavemente<br />

para abrirse paso, pero de pronto los dedos de Pietro<br />

apretaron los suyos.<br />

Con la respiración contenida, Olympia se arrodilló<br />

y trató de liberar su mano. En ese momento, un<br />

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tenue rayo de luz iluminó el rostro del hombre, que<br />

estaba muy cerca del de la joven, y ella pudo contemplar<br />

las líneas de su boca. Por la mañana había<br />

notado que esa boca delataba una especie de sarcástica<br />

seguridad pero, en ese instante, le pareció más<br />

suave, más benévola, pronta a la sonrisa y a una risa<br />

espontánea, incluso encantadora.<br />

Cuando pudo liberar la mano, Olympia abandonó<br />

apresuradamente la habitación sin mirar atrás.<br />

Pietro despertó repentinamente. El dolor de cabeza<br />

había desaparecido por completo y se sintió invadido<br />

por una intensa sensación de bienestar. Tal vez<br />

tuviera algo que ver con esa mujer extraordinaria<br />

que había aparecido en su vida el día anterior y que<br />

le había impulsado a conducirse de un modo extraño.<br />

Pietro se preguntó si volvería a reconocerse.<br />

Aunque la verdad era que nunca se había reconocido<br />

del todo en los largos años en que había adoptado<br />

una doble personalidad.<br />

No lograba recordar a su madre, Elsa Rinucci, fallecida<br />

pocas semanas tras su nacimiento. De hecho,<br />

sus primeros recuerdos se remontaban a los cuatro<br />

años, en la oficina del Registro Civil, mientras su padre<br />

contraía matrimonio con una joven de diecinueve<br />

años llamada Hope.<br />

Él había adorado a esa mujer y se había sentido<br />

seguro junto a ella. Pero había descubierto que la posesión<br />

del ser amado no duraba para siempre. Dos<br />

años más tarde, Hope y Jack adoptaron a Luke. Era


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un año menor que Pietro. «Serán compañeros», fue<br />

el comentario general.<br />

Y lo habían sido. A pesar de los mutuos sabotajes<br />

a sus proyectos infantiles, habían hecho una alianza<br />

contra el mundo. Aunque era una alianza frágil, siempre<br />

al borde de la ruptura.<br />

Su recuerdo más doloroso se remontaba a los<br />

nueve años, cuando Jack y Hope se divorciaron y<br />

ella se marchó llevándose a Luke. Sólo más tarde<br />

fue capaz de comprender que no había tenido otra alternativa.<br />

Él era hijo de Jack, pero no de Hope, que<br />

únicamente podía pedir la custodia de Luke. Pietro<br />

se quedó junto a su padre con el dolor de sentirse<br />

abandonado por la única madre que había conocido.<br />

Hasta que dos años después, Jack falleció y los Rinucci<br />

lo llevaron a vivir a Nápoles. Para su alegría,<br />

Hope fue a buscarlo. Así fue como ella conoció a<br />

Toni, tío de Pietro, y pronto se casaron.<br />

Pietro adoptó el apellido italiano y desde entonces<br />

nunca dejó de sentirse un auténtico Rinucci napolitano.<br />

Sin embargo, ante esa hermosa y fascinante<br />

mujer cuya cama ocupaba, no podía ser Pietro Rinucci.<br />

Eran las siete de la mañana y todavía estaba oscuro<br />

en esa época del año. Tras ponerse los pantalones,<br />

abrió un poco la puerta.<br />

Un haz de luz iluminaba a la joven, que estaba de<br />

perfil junto a la ventana.<br />

Tardó un instante en reconocerla. Esa misteriosa<br />

criatura con los largos cabellos negros que le caían<br />

sobre los hombros, sobre los pechos y hasta la mitad<br />

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de la espalda, era muy diferente a la mujer austera<br />

que había visto de día.<br />

La pálida luz gris perfilaba su figura, apagando<br />

los colores, hasta dejarla convertida en una sombra.<br />

La joven contemplaba la luz naciente como si el<br />

amanecer la volviera a la vida.<br />

–Una strega –pensó Pietro.<br />

Sí, una bruja; aunque de ningún modo una vieja<br />

arpía revolviendo un caldero, sino una bella hechicera<br />

cuyas víctimas la seguían a un paraje donde todo<br />

podía suceder. Las leyendas italianas estaban pobladas<br />

de esas hermosas criaturas cuya belleza era imposible<br />

resistir. El hombre que quisiera descubrir su<br />

misterio tendría que seguirla al reino de las sombras<br />

y entonces sería demasiado tarde para él.<br />

Pietro sacudió la cabeza, sorprendido de sus propios<br />

pensamientos. Solía preciarse de su sentido común<br />

y ahí estaba… sumido en fantasías sobre brujas.<br />

¿Pero cómo podía evitarlo enfrentado a su fascinante<br />

contradicción? Ella mostraba al mundo un aspecto<br />

austero, con el pelo sensatamente peinado hacia<br />

atrás y pulcramente vestida.<br />

Y además dormía con un pijama nada seductor,<br />

pero de una tela tan fina que la luz que se filtraba<br />

por la ventana ponía de relieve sus pechos firmes, la<br />

cintura estrecha y las delicadas caderas.<br />

Entonces bajó a la tierra y se fijó en la ropa de<br />

cama y las almohadas en el sofá. Ella había dormido<br />

allí mientras él ocupaba su cama.<br />

Debía retirarse. Ningún caballero se quedaría contemplando<br />

a una mujer abandonada a sí misma contra


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una luz que casi la dejaba desnuda. Así que un largo<br />

instante después, se forzó a cerrar la puerta de la habitación.<br />

Entonces esperó unos cuantos minutos y terminó<br />

de vestirse haciendo mucho ruido. Cuando volvió a<br />

abrir la puerta, notó que ella había retirado la ropa de<br />

cama del sofá.<br />

Olympia salió de la cocina con una amable sonrisa.<br />

Llevaba un jersey, pantalones y el pelo recogido<br />

con una cinta de colores.<br />

–Buenos días –lo saludó alegremente–. ¿Cómo se<br />

siente?<br />

–Mucho mejor después de haber dormido profundamente,<br />

gracias. Bueno, gracias por todo, empezando<br />

por el hecho de haberme traído a su casa. Tenía<br />

razón en cuanto al hotel. Es un lugar lleno de gente,<br />

pero habría sido lo mismo que estar solo.<br />

–Aunque siempre habría podido pedir que le enviaran<br />

un médico –observó, divertida–. Pero no lo<br />

habría hecho. Demasiada sensatez. Y los hombres<br />

nunca hacen nada sensato.<br />

–Yo lo hago normalmente –rebatió Pietro con una<br />

mueca–. Según mi madre, ése es mi mayor problema.<br />

Vive buscándome esposa, aunque dice que mi<br />

buen juicio acaba por alejar a las candidatas. Y yo le<br />

digo que cuando esté dispuesto a casarme, buscaré<br />

una mujer tan sensata como yo, de modo que ninguno<br />

notará lo aburrido que es el otro.<br />

Olympia se echó a reír pensando que no tenía<br />

nada de aburrido. Bastaba con mirarlo, allí de pie<br />

contra la luz de la ventana, que ponía de manifiesto<br />

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su intensa vitalidad masculina. También notó con<br />

alarma que le producía alegría el hecho de que no<br />

estuviera casado, aunque no debería importarle.<br />

–Tiene suerte. Conozco muchas damas aburridas<br />

que pasarían por alto algunos defectos y se interesarían<br />

por usted.<br />

–Gracias, señora –dijo con ironía.<br />

–El cuarto de baño está allí –dijo ella cuando ambos<br />

dejaron de reír.<br />

Pietro tuvo que admitir que incluso la elección de<br />

la espuma y la loción de afeitar eran perfectas. Era<br />

una mujer muy organizada y todo lo hacía bien.<br />

Aunque ése era sólo un aspecto de su personalidad.<br />

Había otro que tenía que ver con su lengua ingobernable<br />

que solía dispararse sin más, pese a sus<br />

esfuerzos por controlarla. Y ése era el aspecto más<br />

interesante, el que deseaba conocer más a fondo. No<br />

iba a ser fácil, aunque él no dejaría de intentarlo.<br />

Cuando volvió a la sala de estar, oyó que ella estaba<br />

en la cocina. Entonces echó una mirada alrededor<br />

y volvió a percibir que algo faltaba. Como ella,<br />

todo era pulcro y perfectamente ordenado. Pero,<br />

¿qué más era esa mujer? ¿Cuáles eran sus sueños y<br />

deseos? Allí no había nada que se los revelara.<br />

Pietro encontró una sola cosa que sugería una<br />

vida personal. Era la fotografía de una pareja mayor,<br />

con las cabezas unidas, que sonreía abiertamente. La<br />

mujer tenía cierto parecido con Olympia. Dedujo que<br />

serían sus abuelos.<br />

En el mismo momento que empezaba a sentir el<br />

aroma de las tostadas, llamaron al timbre.


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–¿Me hace el favor de abrir?<br />

Pietro atendió a un joven uniformado con un gran<br />

ramo de rosas, una botella de champán y dos tarjetas.<br />

–Hemos recibido esto en recepción para la señorita<br />

Lincoln. Todos los años le envían una gran cantidad<br />

de cosas para San Valentín.<br />

–De acuerdo, yo se las entregaré.<br />

Entre las hermosas y perfumadas flores había una<br />

tarjeta que decía: «Para la única, la niña que transformó<br />

el mundo».<br />

–Parece que es usted muy popular –comentó con<br />

asombro al ver su expresión cuando le entregó las rosas.<br />

Su sonrisa era hermosa, tierna, llena de amor–.<br />

¿De quién son? –Pietro no pudo resistirse a preguntar.<br />

–¿La tarjeta viene sin nombre?<br />

–Así es.<br />

–Bueno si esa persona desea mantener su identidad<br />

en secreto, ¿quién soy yo para impedírselo?<br />

–dijo con ligereza–. Y ahora vamos a desayunar.<br />

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CAPÍTULO3<br />

CONSIDERANDO el estado en que dejé su coche<br />

bien podría haberme abandonado a mi<br />

suerte –comentó Pietro mientras tomaban café.<br />

–Es verdad. Y no sé por qué no lo hice.<br />

–Tal vez sea una persona de buen corazón, capaz<br />

de perdonar.<br />

Ella reflexionó unos segundos.<br />

–Debe de haber otra razón, porque yo no soy así.<br />

¿Cómo ocurrió el accidente?<br />

–Olvidé que los ingleses conducen en sentido contrario.<br />

–¿Entonces pasa mucho tiempo en Italia?<br />

–Sí. Aunque en muchos lugares me siento como<br />

en casa.<br />

–Trabaja para Leonate, ¿por eso se encuentra aquí?<br />

–Algo así –respondió vagamente.<br />

–¿Y tiene que presentarles un informe?<br />

–Tendré que hacerlo aunque, por el bien de mi<br />

dignidad, no mencionaré lo que ocurrió ayer entre<br />

nosotros. Créame que no era mi intención tenderle<br />

una trampa. Lo que sucede es que tengo un sentido<br />

muy peculiar del humor.<br />

–Y yo no lo tengo en absoluto.


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–En el informe voy a escribir: «Carece de sentido<br />

del humor. Un problema que habrá que considerar<br />

posteriormente, tal vez en una cena».<br />

–¡Váyase de aquí! –exclamó, riendo a su pesar.<br />

–¿Literalmente?<br />

–No, primero termine de desayunar.<br />

Ambos sonrieron.<br />

–Entonces, ¿qué me dice de cenar juntos? ¿Puedo<br />

reservar mesa en el hotel Atelli?<br />

Olympia se quedó impresionada al oír el nombre<br />

del hotel más nuevo y lujoso de Londres.<br />

–Es una idea maravillosa, pero sólo si se encuentra<br />

suficientemente repuesto para salir.<br />

–Estoy bien. Tendremos que ocuparnos de los coches.<br />

¿Dónde suele revisar el suyo?<br />

–Lo llevo a un taller no lejos de aquí. ¿Está seguro<br />

de que desea pagar los daños?<br />

–Totalmente –dijo con firmeza–. Y ahora hablemos<br />

de otra cosa. ¿No va abrir sus tarjetas de San<br />

Valentín?<br />

Pietro había decidido no volver a tocar el tema,<br />

pero parecía que su voluntad se había debilitado de<br />

modo lamentable.<br />

–¿Por qué no? –respondió ella, y abrió las dos<br />

tarjetas lentamente. Eran reproducciones de flores,<br />

aunque ninguna llevaba mensaje. Sin embargo, su<br />

rostro se volvió tierno, suave, mientras las miraba<br />

con una sonrisa encantadora.<br />

–Está claro que conoce a las personas que le han<br />

enviado las tarjetas.<br />

–Por supuesto.<br />

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–Y ambos deben de sentirse muy seguros de…<br />

bueno…<br />

–Los quiero mucho y ellos lo saben.<br />

–Claro, es lo que me figuré. Pero, ¿no es un poco<br />

complicado?<br />

–¿Por qué habría de serlo?<br />

–¿Ellos se conocen?<br />

–Desde luego que sí. ¿Por quién me toma?<br />

–¿Y cuál de los dos le ha enviado las flores?<br />

Ella se encogió de hombros maliciosamente.<br />

Cuando Pietro se hubo marchado al dormitorio,<br />

Olympia, con su móvil en la mano, se encerró en el<br />

cuarto de baño y marcó rápidamente un número de<br />

teléfono.<br />

–¿Diga? –oyó que contestaba una voz familiar.<br />

–¿Papá? Son realmente hermosas.<br />

–Ah, ya llegaron las flores.<br />

–Y las tarjetas también. Son preciosas, pero ambos<br />

estáis locos –dijo con una risita–. ¿A qué padres<br />

se les ocurre enviar tarjetas a su hija para el día de<br />

San Valentín?<br />

–Bueno, como te decíamos en una de ellas, tú nos<br />

cambiaste el mundo al nacer, cuando ya habíamos<br />

perdido las esperanzas de tener un hijo. Espera,<br />

mamá quiere hablar contigo.<br />

–¿Te han gustado, cariño? –oyó la voz alegre de<br />

su madre.<br />

–Un gesto encantador, mamá. ¿Y tú?<br />

–También me han enviado rosas. Y el próximo<br />

año tal vez haya un hombre que te regalará flores<br />

para San Valentín. Oh, sé que dijiste que nunca más,


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pero tu padre y yo cruzamos los dedos para que se<br />

cumplan nuestros deseos.<br />

–No te hagas demasiadas ilusiones, mamá. Te casaste<br />

con el único tipo decente que quedaba en el<br />

mundo. Aunque, a decir verdad, aquí hay un tipo<br />

–añadió de pronto, en tono travieso.<br />

–¿Quieres decir que un hombre ha pasado la noche<br />

contigo?<br />

–Sí.<br />

–¿En tu cama? –preguntó con alegría.<br />

–Deberías ser más puritana, mamá, ya casi tienes<br />

setenta años.<br />

–Una debe adaptarse a los tiempos que le toca vivir.<br />

¿En tu cama? –insistió.<br />

–Sí, en mi cama; pero no te emociones demasiado.<br />

Hay una sola en mi apartamento y se la cedí. El<br />

tipo sufrió un ligero accidente y yo lo traje aquí para<br />

cuidarlo, eso es todo.<br />

–¿Es guapo?<br />

–Eso no tiene nada que ver.<br />

–¡Tonterías, cariño! Tiene todo que ver –afirmó<br />

su madre.<br />

–Bueno, sí. Lo es.<br />

–¿Y qué ha comentado sobre las flores y las tarjetas?<br />

–Se ha mostrado… interesado.<br />

–¿No le habrás dicho que las han enviado tus padres,<br />

verdad?<br />

Al oír esas palabras, Olympia dejó escapar una<br />

risita.<br />

–No. Eso lo aprendí de ti.<br />

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–Muy bien hecho. Mantenlo en la duda. Me parece<br />

maravilloso. Voy a contárselo a tu padre. ¿Volverás<br />

a verlo?<br />

–Cenaremos juntos esta noche.<br />

–¡Harold! ¡Adivina! –chilló su madre–. Buena suerte,<br />

cariño.<br />

Cuando Olympia cortó la comunicación se sintió<br />

más contenta, como siempre cuando hablaba con sus<br />

padres.<br />

No podía imaginar cómo esa pareja había llegado<br />

tan lejos sin descubrir que el amor y el matrimonio eran<br />

cosa de necios. Olympia no podía olvidar lo que había<br />

aprendido. Los sentimientos más elevados no eran para<br />

ella. Actualmente, en su vida sólo cabía la ambición y<br />

sus deseos de diversión. Y esa noche iba a disfrutar de<br />

ambas cosas. Jack Cayman era una compañía encantadora<br />

y, lo más importante, se movía en el centro del poder.<br />

Seguro que conocía a Pietro Rinucci y podría decirle<br />

cómo alcanzar la meta que se había propuesto.<br />

De pronto, sintió un leve remordimiento de conciencia<br />

al pensar que actuaba mal con él, pero sólo<br />

duró un instante.<br />

Mientras reunía sus pertenencias, Pietro oyó de<br />

pronto la voz de su conciencia: «Deberías avergonzarte<br />

de ti mismo».<br />

–Es sólo una broma que se me ha ido un poco de<br />

las manos. Le diré la verdad en el momento apropiado,<br />

digamos, en la segunda copa de champán. Y<br />

ahora, ¡cállate! –murmuró.


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–¿Está seguro de que puede conducir? –preguntó<br />

Olympia cuando él se marchaba.<br />

–Claro que sí. Esta noche pasaré a buscarla vestido<br />

con mis mejores galas. Hasta pronto.<br />

Mientras conducía al hotel, otra vez oyó la vocecita<br />

en su interior: «Ése no es modo de comportarse.<br />

¿Qué diría la Mamma si lo supiera?».<br />

–Siempre me dice que alguna vez debería hacer<br />

tonterías. Y ahora es el momento –murmuró.<br />

Como él había hablado de sus «mejores galas»,<br />

Olympia se decidió por un vestido largo de terciopelo,<br />

ajustado en la cintura y con un amplio escote.<br />

Luego se puso un collar y pendientes de oro y unas<br />

delicadas sandalias de tacón alto.<br />

Había comprado ese atuendo para una futura celebración,<br />

¿una promoción tal vez?, pero esa noche<br />

era el comienzo de una nueva vida, así que todo estaba<br />

permitido.<br />

Luego se peinó con el cabello hacia atrás, pero<br />

menos tirante que de costumbre, para no dar impresión<br />

de severidad.<br />

Cuando él llegó a su piso, sus ojos brillaron al<br />

verla, aunque se limitó a sonreír sin decir nada.<br />

Ella se permitió hacer lo mismo. No tenía derecho<br />

a estar tan atractivo con ese esmoquin y la corbata<br />

de lazo.<br />

Luego la llevó hasta un coche nuevo.<br />

–¿La empresa de alquiler se lo cambió por otro?<br />

–preguntó, incrédula.<br />

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–Logré convencerlos. ¿Cómo le fue en el taller<br />

de reparaciones?<br />

–El coche no sufrió demasiados daños. Les dije<br />

que me enviaran la factura, como acordamos.<br />

–Por supuesto. El lunes por la mañana haré una<br />

transferencia a su banco.<br />

–No hace falta. Puede darme un talón.<br />

Pietro murmuró una vaguedad y cambió de tema.<br />

Empezaba sospechar que no estaba hecho para una<br />

doble vida. Había que estar pendiente de muchas cosas<br />

a la vez. A través de la empresa conseguiría el<br />

número de la cuenta bancaria de Olympia y le depositaría<br />

el dinero en efectivo para evitar dar su nombre.<br />

Esa noche pudo haberla invitado a cenar a su<br />

hotel, pero ahí lo conocían como Pietro Rinucci, así<br />

que descartó la idea. También pagaría la cena en<br />

efectivo.<br />

Y en el futuro se comportaría con honradez. Era<br />

menos fatigoso.<br />

Llegaron al Atelli tomados del brazo y un camarero<br />

los condujo a la mesa. Olympia pensó que era<br />

bueno ser tratada como una reina. Ese hombre sabía<br />

cómo agasajar y valorar a una mujer. Por un instante<br />

revoloteó en su mente la idea de que la velada sería<br />

perfecta si en lugar del señor Cayman su acompañante<br />

fuera el mismo Pietro Rinucci, pero de inmediato<br />

desalojó el pensamiento de su mente. Esa noche<br />

sería una especie de «tiempo muerto» junto a un<br />

hombre encantador. Nada más que eso.<br />

Cuando sirvieron el caviar y el vino, él alzó su<br />

copa y Olympia hizo lo propio.


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–Brindemos por una hermosa velada… sin obligaciones.<br />

Ella se sobresaltó al oír el desconcertante eco de<br />

sus propios pensamientos.<br />

–Sin obligaciones –repitió lentamente, mientras<br />

chocaban las copas–. ¿De qué región de Inglaterra es<br />

usted?<br />

–De la zona norte de Londres. Es probable que<br />

uno de estos días me dé una vuelta por allí. Mi padre<br />

falleció hace muchos años, pero todavía me quedan<br />

algunos familiares y quiero visitarlos.<br />

–¿Y cómo es que vive en Italia?<br />

–La verdad es que voy y vengo. Tengo familia<br />

allí y en ambos países me siento como en casa, aunque<br />

Italia es más cálida, especialmente Nápoles.<br />

–Nápoles… un nombre tan sugerente…<br />

–Nápoles… pilluelos corriendo por callejuelas<br />

empedradas. No me diga que es una enamorada de<br />

los mitos románticos.<br />

–No –replicó con rapidez–. Los mitos sencillamente<br />

entorpecen la realidad.<br />

–Puede que estemos demasiado inmersos en la<br />

realidad –murmuró–. Espero que pronto pueda viajar<br />

a Nápoles.<br />

–Ojalá fuera posible –suspiró ella.<br />

–Si desea lograr algo en la nueva empresa tiene<br />

que familiarizarse con todo lo que es italiano; tal vez<br />

podría empezar por aprender el idioma.<br />

Ella replicó de inmediato con un breve discurso<br />

en un italiano bastante bueno. Pietro se quedó impresionado.<br />

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–Eso está muy bien. Se ve que ha trabajado.<br />

–Sí, desde que supe que su empresa iba a ser importante<br />

para nosotros. A partir de ese momento,<br />

quise ser la primera en negociar con ellos.<br />

La intensidad de su voz y el brillo de sus ojos impactaron<br />

a Pietro.<br />

–Me parece que Leonate debería andarse con cuidado<br />

–comentó sonriendo–. Antes de darse cuenta,<br />

usted ya se habrá hecho con el negocio. Tal vez debería<br />

advertirles, porque no sé si sería prudente contratarla.<br />

–Todo es cuestión de actuar con acierto y convencer<br />

al hombre adecuado si quiero lograr mi objetivo.<br />

–¿Y quién es el hombre adecuado?<br />

Olympia respiró a fondo.<br />

–Pietro Rinucci.<br />

–¿Quién? –preguntó sobresaltado.<br />

–Pietro Rinucci. Hasta yo sé que es el mandamás<br />

de Leonate Europa.<br />

–Pero usted lo odia. No olvide que ayer lo más<br />

amable que dijo sobre él fue: «Al diablo con Pietro<br />

Rinucci».<br />

–No fueron más que palabras –explicó con impaciencia–.<br />

Ahora hablamos de negocios serios. Aunque<br />

para mí será más difícil ya que no se encuentra<br />

aquí. Me imagino que no se molestó en venir a Inglaterra<br />

porque no somos lo suficientemente importantes<br />

como para merecer una atención personal.<br />

–Veo que no hace nada por complacer a mi ego<br />

–se quejó.


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–No quise decir…<br />

–Sea valiente y admítalo. Considera que han enviado<br />

a un subalterno de poca monta como yo en<br />

vista de que el señor Rinucci no tiene tiempo de visitar<br />

su adquisición inglesa.<br />

–En absoluto. Lo envió porque usted es inglés y<br />

por tanto capaz de comprender cómo se mueve esta<br />

empresa.<br />

–Gracias, aunque está claro que no siente lo que<br />

dice –replicó sonriendo.<br />

Aunque Olympia se echó a reír, no lo negó.<br />

–No llegaría demasiado lejos si ahora intento impresionarlo.<br />

Ya es demasiado tarde. Usted ya conoce<br />

lo peor de mí. Pero él no. No se lo dirá, ¿verdad?<br />

–No diré nada, a menos que él me pregunte directamente<br />

sobre usted. Aunque estoy seguro de que no<br />

lo hará.<br />

–Muy bien, entonces intentaré hacer caer al león<br />

en mi trampa.<br />

–¡Enhorabuena! –exclamó, admirado–. Veo que<br />

piensa utilizarme para practicar hasta que aparezca<br />

la verdadera presa.<br />

Ella lo miró con los ojos brillantes de júbilo.<br />

–No le importa, ¿verdad?<br />

–Al menos me lo pregunta. Muy amable de su<br />

parte. Aunque daría lo mismo si dijera que me importa.<br />

–Siempre puede negarse.<br />

–Voy a considerar esa posibilidad.<br />

–Supongamos que usted está de mi parte y me<br />

ayuda. Discretamente, desde luego.<br />

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–¿Ayudarla? –preguntó con fundada precaución.<br />

–Sí, información confidencial, consejos prácticos,<br />

cosas de ese género. Podríamos formar un buen<br />

equipo.<br />

–Un equipo implica igualdad en los tratos, ventajas<br />

para ambas partes. ¿Qué obtengo yo de eso?<br />

–¿Y qué querría obtener?<br />

Sin saber qué decir, Pietro guardó silencio.<br />

–Es usted una mujer malvada –dijo finalmente en<br />

tono apreciativo–. Inteligente, astuta, manipuladora<br />

y tramposa.<br />

–No, no soy tramposa –rebatió al tiempo que<br />

ponía un dedo sobre los labios de Pietro–. Soy absolutamente<br />

franca en cuanto a lo que quiero y lo<br />

que haré para conseguirlo. A eso se le llama honradez.<br />

No me convierte en una persona grata, pero sí<br />

sincera.<br />

–¿Qué entiende por información confidencial?<br />

–Respuestas a preguntas como, por ejemplo, cuál<br />

es la mejor forma de abordar a Rinucci, qué tipo de<br />

mujer prefiere...<br />

–El de su mujer. Lleva casado doce años, tiene<br />

cinco hijos y ella es muy celosa.<br />

–Eso no es cierto. Cedric me dijo que era soltero.<br />

–Así que ha estado sonsacándole información.<br />

Estoy impaciente por saber qué le ofreció a cambio.<br />

–Lo de siempre –murmuró, evitando su mirada.<br />

–¿Y qué es lo de siempre? –preguntó al tiempo<br />

que intentaba aplacar su inquietud.<br />

–Satisfacer el deseo de su corazón. No hay otra<br />

forma.


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–¿Y cuál fue el deseo de Cedric? –preguntó con<br />

una sonrisa desolada.<br />

–Completar su colección de videos sobre dinosaurios.<br />

Verá, le faltaba uno y afortunadamente mi<br />

padre lo tenía. Así que hice una copia para él.<br />

–¿Dinosaurios?<br />

–Eso es –dijo con los ojos muy abiertos y una mirada<br />

inocente–. ¿Qué se había imaginado usted?<br />

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CAPÍTULO4<br />

PIETRO tardó en calmarse tras el acceso de<br />

risa. Luego sacudió la cabeza al tiempo que la<br />

miraba con deleite.<br />

–Debería avergonzarse –dijo ella con severidad.<br />

–Y usted también –replicó al instante–. Dígame,<br />

¿la información de Cedric valió la pena?<br />

–No, me temo que su conocimiento es limitado.<br />

Ni siquiera pudo decirme qué aspecto tiene el señor<br />

Rinucci. «Más bien alto», fue su mejor respuesta.<br />

Así que se lo pregunto a usted. ¿Es atractivo? ¿Cuáles<br />

son sus preferencias? Vamos, dígamelo.<br />

–¿Intenta seducirlo? –preguntó evitando mirarla.<br />

–Por supuesto que no. Seré más sutil. La seducción<br />

sólo sirve para complicar las cosas. Por lo demás, ¿a<br />

qué se refiere exactamente cuando habla de seducción?<br />

–Me desilusionas, Olympia –dijo tuteándola por<br />

primera vez –. Sabes muy bien a qué me refiero. Admítelo.<br />

No lo has pensado a fondo.<br />

–¿Que no lo he pensado? Si supieras la cantidad<br />

de horas que he dedicado al tema... Verás, hay muchas<br />

clases de seducción.<br />

–No. Hay una sola y deberías aclararte antes de<br />

intentar dar caza a ese hombre. Seguro que querrá


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algo más que un simple video de dinosaurios. ¿Hasta<br />

dónde estas dispuesta a llegar?<br />

–No tan lejos como piensas. ¿Por quién me tomas?<br />

–Por una mujer dispuesta a anteponer su ambición<br />

a cualquier cosa, como el amor, la felicidad,<br />

como ser tú misma.<br />

–Depende de lo que entiendas por ser uno mismo.<br />

Para mí significa ser una ganadora. Quiero impresionar<br />

a Rinucci con mis conocimientos sobre negocios,<br />

mi capacidad para expresarme en su idioma<br />

y mi compromiso total con el trabajo.<br />

–¿Y no vas a utilizar tus tretas femeninas para<br />

nada?<br />

Ella hizo un leve movimiento de hombros.<br />

–Puede que prefiera otro tipo de mujer.<br />

–A él le gustan todas –replicó Pietro, olvidando<br />

la prudencia–. Es peligroso.<br />

–¿Peligroso? ¿En qué sentido? –preguntó con ansiedad.<br />

Él se estrujó el cerebro buscando la manera de<br />

describir su otro yo. La situación le empezaba a parecer<br />

muy estimulante.<br />

–Es mujeriego, un hombre incapaz de discriminar.<br />

Si tienes algo de sentido común, te sugiero que<br />

no te enredes con él.<br />

–Me encantan los desafíos.<br />

–Él no será un desafío. Es demasiado fácil atraerlo<br />

en ese sentido. ¿Y qué sucedería después?<br />

–Entonces pasaría al plan B.<br />

–Lo tienes todo calculado –observó con ironía.<br />

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–Hay que calcular para conseguir lo que se quiere.<br />

–¿Y Pietro Rinucci es lo que quieres?<br />

–No a él personalmente. Lo único que deseo es<br />

poder e influencia.<br />

–¿Y su dinero?<br />

–En absoluto –negó rotundamente–. Soy capaz<br />

de ganar mi propio dinero.<br />

–No logro entender lo que pretendes verdaderamente.<br />

¿Por qué no nos olvidamos de Rinucci? –sugirió,<br />

un tanto inquieto–. En tu razonamiento tan pragmático<br />

hay contradicciones que tendrás que considerar<br />

posteriormente, pero preferiría no desperdiciar esta velada<br />

hablando de ese tema.<br />

–¿Qué contradicciones? –inquirió al instante.<br />

Pietro se rindió tras un suspiro.<br />

–Para empezar, mantienes una corte de novios<br />

bailando en la cuerda floja.<br />

–No tengo novios. Bueno… –pareció reconsiderar–,<br />

al menos no por el momento.<br />

–¿Admiradores entonces? ¿Qué me dices de las<br />

tarjetas y del ramo de rosas?<br />

Olympia se echó a reír repentinamente, con auténtico<br />

regocijo.<br />

–No me creerás si te lo cuento.<br />

–Inténtalo.<br />

–Eran de mis padres.<br />

–«Para la única, la niña que transformó el mundo»<br />

–citó él.<br />

–Cuando yo llegué al mundo, ellos llevaban casados<br />

veinte años y ya habían perdido la esperanza de


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tener un hijo. Hasta donde alcanzo a recordar, siempre<br />

me han enviado tarjetas con mensajes similares<br />

el día de San Valentín. Son un encanto. Ésa es la verdad.<br />

¿No viste la foto que hay en la estantería de los<br />

libros?<br />

–Sí, aunque pensé que eran tus abuelos.<br />

–Tienen casi setenta años.<br />

–¿Por qué no me lo dijiste esta mañana?<br />

–Porque me pareció divertido. No me importa<br />

que me consideren una mujer con una corte de admiradores.<br />

–Señorita Lincoln, veo que te gusta tomarle el<br />

pelo a la gente.<br />

–Claro que sí, es muy útil. Al principio, las tarjetas<br />

pusieron muy nervioso a mi marido. Y al final,<br />

nunca estuve del todo segura de que realmente creyera<br />

que eran de mis padres.<br />

–¿Al final? ¿Eres viuda?<br />

–Oh, no. David todavía está vivo. Unas cuantas<br />

veces estuvo al borde de un súbito final, pero resistí<br />

la tentación.<br />

–Se impuso la mejor parte de ti misma.<br />

–No existe en mí una mejor parte –afirmó alegremente–.<br />

Simplemente no valía la pena. Con la suerte<br />

que tengo, seguro que me habrían descubierto, así<br />

que le perdoné la vida.<br />

Cuando terminó de hablar, se encogió de hombros<br />

como si el asunto fuera demasiado trivial para<br />

continuar hablando de ello, aunque Pietro intuyó que<br />

allí había todo un mundo esperando que alguien lo<br />

descubriera.<br />

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–Presumo que no merece vivir.<br />

–No quiero ser injusta. Realmente no era el monstruo<br />

que yo percibía. Me dije a mí misma que el amor<br />

podía solucionarlo todo y luego lo culpé cuando la<br />

relación fracasó. Nos casamos demasiado jóvenes. Él<br />

tenía veintiún años y yo dieciocho. Supongo que ambos<br />

cambiamos con el tiempo, o tal vez descubrimos<br />

quienes éramos realmente.<br />

–No creo que siempre hubieras sido así. Eres el<br />

resultado de lo que él te hizo.<br />

–Me enseñó muchas cosas; entre ellas, el valor<br />

del egoísmo absoluto. Es la única forma de progresar.<br />

Hay que fijarse un objetivo y avanzar directamente<br />

hacia él.<br />

Pietro a menudo se había dicho aquello a sí mismo.<br />

Pero no podía soportar que ella se hiciera eco de<br />

su propia crueldad.<br />

–No hables así –dijo mientras le tapaba la boca<br />

con un dedo.<br />

–Tienes razón –Olympia movió los labios bajo el<br />

dedo–. Es demasiado revelador, ¿verdad? Frente a<br />

los demás tendré que presentarme con mi cara más<br />

amable. Afortunadamente no tengo que fingir ante ti.<br />

Podemos ser sinceros el uno con el otro. ¿Qué pasa?<br />

–preguntó al notar su repentina inquietud.<br />

–Nada –contestó rápidamente–. El camarero quiere<br />

traernos el segundo plato.<br />

La mención de la palabra sinceridad recordó a<br />

Pietro que no estaba jugando limpio, aunque al mismo<br />

tiempo lo invadió la estimulante sensación de<br />

haber encontrado una nueva forma de sinceridad.


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Había bajado las defensas como nunca en su vida y<br />

su corazón estaba abierto a Olympia. ¿No era eso lo<br />

que Hope intentaba decirle todo el tiempo?<br />

–Así que tu marido te enseñó las grandes virtudes<br />

del egoísmo.<br />

–Debo decir que aprendí con rapidez.<br />

A Pietro le dolió que se difamara a sí misma,<br />

aunque le pareció que utilizaba esa actitud como un<br />

escudo contra el mundo.<br />

–¿Y quisiste tener hijos?<br />

Ella tardó en responder.<br />

–Yo quería tener hijos suyos. Antes de casarme<br />

con David, no sentía en mí el instinto maternal. Pero<br />

con él cambié de idea. Lo que más deseaba en el mundo<br />

era ser su esposa y madre de sus hijos. Pero para<br />

David nunca llegaba el momento adecuado. Alegaba<br />

que éramos demasiado jóvenes y que primero había<br />

que hacer otras cosas. Y yo accedí a todos sus deseos.<br />

Me pareció que era lo justo a cambio de su amor.<br />

–Pero no te amaba –comentó Pietro, con suavidad.<br />

–Es cierto –murmuró con la mirada perdida pensando<br />

en el hombre que había amado con tanta intensidad–.<br />

Yo fui útil para él durante un tiempo. Solía<br />

llevar ropa muy cara porque tenía que dar una<br />

buena impresión en su trabajo. Y yo compraba mi<br />

ropa en tiendas económicas porque, ¿a quién le importaba<br />

mi aspecto?<br />

–¿A él no?<br />

–Deberías haberlo oído. Se expresaba muy bien.<br />

«Querida, no importa como te vistas. Para mí siempre<br />

estás hermosa». ¿Qué sucede?<br />

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Pietro se había tapado los ojos con las manos.<br />

–No puedo soportarlo –dijo, angustiado–. Qué<br />

historia tan mezquina. Pensé que estaba muerta y sepultada<br />

hacía mucho tiempo.<br />

–Bueno, ha surgido de la tumba –contestó ella con<br />

aspereza–. La verdad es que David me tenía hipnotizada.<br />

Si un hombre es tan increíblemente atractivo<br />

como él, es imposible creer que no sea más que un<br />

pobre tipo –añadió al tiempo que miraba pensativamente<br />

su copa, como si intentara tomar una decisión.<br />

Estaba a punto de contar su más penoso secreto a<br />

un hombre que sólo conocía del día anterior. Aunque<br />

su instinto le decía que era un amigo y que podía<br />

confiar en él.<br />

–¿Y qué sucedió después? –preguntó Pietro con<br />

suavidad.<br />

–En una ocasión, David tuvo que presentar un<br />

proyecto de mercado para la empresa en la que ambos<br />

trabajábamos –prosiguió con una débil sonrisa–.<br />

Mi puesto era muy inferior al suyo, pero conocía el<br />

tema y lo ayudé a hacerlo. Debo decirte que las mejores<br />

ideas fueron mías. De hecho, también fui autora<br />

de la exposición y presentación. Pero él se las ingenió<br />

para convencerme de que el talento era suyo y<br />

de que yo sólo servía para el trabajo superficial.<br />

–Entonces te robó las ideas y las utilizó para<br />

acender, ¿verdad?<br />

–Exacto. No tardaron en nombrarlo subdirector<br />

de la empresa. Así fue como conoció a la hija del director,<br />

que también trabajaba en la compañía.<br />

–Entiendo.


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–Un día subí a su despacho para darle una sorpresa.<br />

Habíamos discutido y quería hacer las paces con<br />

él. Rosalie estaba allí, inclinada sobre la mesa, con<br />

la cabeza junto a la de David. Con el ceño fruncido,<br />

me preguntó quién era yo. Le dije que era la mujer<br />

de David y ella profirió un grito ahogado. Él no le<br />

había dicho que estaba casado. Nadie en la firma lo<br />

sabía. Éramos los Smith, un apellido tan corriente<br />

que a nadie se le ocurrió relacionarnos. Esa noche<br />

llegó tarde a casa. Yo había pasado todo el día llorando.<br />

Tuvimos una gran disputa. En un momento le<br />

dije que cómo se atrevía a fingir que yo no existía.<br />

«¿Y por qué tendría que mencionarte?», fue su respuesta.<br />

Poco después nos divorciamos y él se casó<br />

con Rosalie. Desde entonces no ha dejado de ascender<br />

en su carrera.<br />

–Desde luego. El yerno del jefe siempre llega a la<br />

cumbre.<br />

–Su suegro es un hombre rico y poderoso. David<br />

ya tiene dos hijos. Una amiga que los vio dice que<br />

son hermosos.<br />

–Y tenían que haber sido tuyos, ¿verdad?<br />

Olympia enmudeció.<br />

–No, desde luego que no –dijo cuando se recuperó–.<br />

Tras el divorcio, prometí que ésas serían las últimas<br />

lágrimas de mi vida. Entonces volví a llevar<br />

mi apellido de soltera. Y ahora estoy decidida a labrarme<br />

un futuro mejor –afirmó. Pietro no supo qué<br />

decir. Olympia hablaba con ligereza, pero era indudable<br />

que estaba muy emocionada–. Y ésa es la historia<br />

de mi vida.<br />

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–No, no es tu vida, sólo ha sido una mala experiencia.<br />

No todos los hombres son como tu marido.<br />

Ciertos hombres tenemos algunas virtudes compensatorias.<br />

–Desde luego que sí. Me gustan los hombres. Disfruto<br />

de su compañía, aunque confieso que siempre<br />

estoy a la espera del momento en que enseñen su verdadero<br />

rostro.<br />

–Supongamos que descubres su verdadero rostro<br />

desde el primer momento.<br />

–¿Es que alguno lo hace? ¿Tú, por ejemplo?<br />

–Sí, pero olvidémoslo –se apresuró a responder–.<br />

Prefiero que hablemos de ti.<br />

–¿Por qué? ¿Es que tienes una verdad terrible que<br />

ocultar?<br />

Pietro sintió la salvaje tentación de decirle que la<br />

verdad sobre él era algo que ella no creería.<br />

–Háblame de la nueva Olympia, la que asegura<br />

que el amor es una insensatez.<br />

–Bueno, al menos sabe que hay que ser realista<br />

en cuanto al amor.<br />

–Creo que podrías perder mucho con esa creencia.<br />

–¿No piensas que para evitar riesgos estúpidos la<br />

cabeza debería regir sobre el corazón?<br />

–No, de ninguna manera –respondió, horrorizado.<br />

–A la mayoría de los hombres les gusta que los<br />

admiren por su cerebro y su sentido común.<br />

–Te has dado cuenta, ¿no? –dijo, otra vez de buen<br />

humor–. ¿Eso aparece en la lista de las técnicas efectivas<br />

que vas a utilizar contra Rinucci?


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–¿Es lo suficientemente listo para que la admiración<br />

por su inteligencia sea convincente?<br />

–Personalmente siempre lo he considerado algo<br />

estúpido.<br />

–¿En qué sentido?<br />

–En todos.<br />

–Bueno, eso ya es un comienzo. La verdad es que<br />

no estaba preparada para una charla tan prometedora.<br />

–Siempre debes estar preparada. Nunca se sabe<br />

dónde puede conducir una conversación. Si vas a<br />

utilizar alguna técnica, hazlo con prudencia. Incluso<br />

un memo como Rinucci podría darse cuenta.<br />

–¿De veras? ¿Qué edad tiene?<br />

–Más o menos la mía.<br />

–Muy joven para su posición.<br />

–La influencia de su familia ha tenido mucho que<br />

ver en ello –comentó Pietro sacrificando despiadadamente<br />

su propia reputación.<br />

–¿Cómo viste?<br />

–Le encanta vestir bien. Tiene más dinero que sentido<br />

común. Ah, olvidé que no te interesa su dinero.<br />

–Así es. Sólo quiero encontrarme con él, atarlo<br />

con una cuerda y marcarlo a hierro.<br />

–Y llevarlo a un estado de total sumisión.<br />

–Tú lo has dicho. Y entonces…<br />

–Olympia, ¿sería posible dejar el tema de Pietro<br />

Rinucci? Realmente no es un hombre muy interesante<br />

–pidió lastimeramente.<br />

–Lo siento. Tenía que haber pensado que a ti no<br />

te interesa.<br />

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56<br />

La llegada del camarero con la lista de postres lo<br />

salvó de responder, y de ahí en adelante Pietro se las<br />

ingenió para hablar de otros temas.<br />

Más tarde, de vuelta a casa, conversaron relajadamente<br />

un rato y casi al final del trayecto se quedaron<br />

en silencio.<br />

Cuando Pietro aparcó ante el bloque de apartamentos,<br />

se volvió a mirarla y descubrió que estaba<br />

dormida.<br />

Su respiración era suave y regular como la de un<br />

niño y tenía el rostro relajado. Incluso había una leve<br />

sonrisa en sus labios. Él se acercó más a ella y contempló<br />

arrobado las largas pestañas sobre los pómulos.<br />

Si hubiera sido otra mujer, la habría besado hasta<br />

que sus labios se hubieran entreabierto. Luego la habría<br />

estrechado entre sus brazos. Y entonces habrían<br />

subido al apartamento cerrando la puerta tras ellos.<br />

Sin embargo, precisamente con esa mujer la pasión<br />

estaba prohibida. Sólo cabía la ternura, así que<br />

le tomó la mano suavemente y la contempló largos<br />

minutos hasta que ella abrió los ojos.<br />

–Creo que deberías subir a tu casa. No te importa<br />

si no te acompaño a la puerta, ¿verdad? –murmuró<br />

con voz trémula.<br />

Luego se quedó mirándola hasta que entró en el<br />

edificio y mantuvo los ojos fijos en sus ventanas hasta<br />

que las luces se encendieron. Entonces se alejó rápidamente.


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CAPÍTULO5<br />

AL AMANECER, Olympia se sumió en una<br />

especie de duermevela, como si estuviera en<br />

algún tipo de limbo donde no había datos ni<br />

cifras, sólo incertidumbres y sentimientos; aunque<br />

eran dulces; tal vez más dulces por ser indefinidos.<br />

Cuando él le tomó la mano la noche anterior,<br />

Olympia sintió un profundo contento, como si hubiera<br />

llegado a un lugar seguro donde habitaba la<br />

única persona que la comprendía.<br />

Por una vez, las horas que la aguardaban no estaban<br />

programadas y, las decisiones, en manos de otra<br />

persona.<br />

En el breve plazo de dos días parecía que él ya<br />

había llenado su mundo.<br />

Olympia esperaba con ilusión el momento de<br />

volver a verlo y comprobar en sus ojos que él recordaba<br />

la noche anterior.<br />

Cuando sonó el teléfono, lo atendió con verdadera<br />

ansia.<br />

–¿Olympia?<br />

–¿Jack? Sabía que eras tú.<br />

–¿Por qué? ¿El teléfono ha sonado con impaciencia?


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58<br />

Ella se echó a reír. También él estaba ansioso por<br />

verla. Con toda seguridad iba a sugerir un encuentro.<br />

–Sí, con impaciencia.<br />

–Será porque estoy examinando archivos y cuentas<br />

y me alarma lo mucho que hay que hacer. Si trabajo<br />

el resto del día, creo que podré tenerlo todo listo<br />

para partir el lunes. Debería haberme marchado<br />

hoy, pero como es domingo, tendré que esperar hasta<br />

mañana.<br />

–¿Dices que te marchas? –preguntó conmocionada,<br />

tanto por sus palabras como por su tono de ejecutivo.<br />

–Necesito visitar el resto del imperio Curtis.<br />

–¿Imperio? ¿Te refieres a las otras dos pequeñas<br />

fábricas?<br />

–Así es. Me he informado sobre ellas por conexión<br />

directa y por correspondencia, y ahora quiero<br />

que me acompañes a verlas. Prepara un bolso de viaje<br />

para unos días y pasaré a buscarte mañana a primera<br />

hora. Hasta pronto.<br />

Cuando Pietro cortó la comunicación, Olympia<br />

no pudo evitar preguntarse si era el mismo hombre<br />

de la noche anterior.<br />

Cuando fue a recogerla al día siguiente, se mostró<br />

amable aunque impersonal, como si la velada que<br />

habían compartido no hubiera ocurrido nunca.<br />

Hadson’s, la primera fábrica, se encontraba en el<br />

sur. Mientras Pietro conducía, la conversación giró<br />

en torno a la marcha de la empresa. Olympia habló


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con mucho tacto, poco inclinada a ser ella quien tuviera<br />

que revelar que era demasiado pequeña para<br />

sobrevivir. Aunque él no tardaría en comprobarlo.<br />

–¿Quieres que los llame para avisar de que vamos<br />

en camino? –sugirió ella.<br />

–No, es mejor dejarse caer por sorpresa –dijo Pietro.<br />

Al cabo de otra hora de viaje, llegaron al pequeño<br />

pueblo de Andelwick y fueron directamente a la fábrica.<br />

Cuando llegaron, la sorpresa, la alarma e incluso<br />

el miedo fueron evidentes. Olympia presentó a los<br />

cuarenta miembros del personal con una alabanza dedicada<br />

a cada uno de ellos. Pietro los saludó con una<br />

sonrisa encantadora; incluso invitó a comer a los tres<br />

empleados más antiguos y se dedicó a sonsacarles información<br />

y datos con tanta sutileza que sus invitados<br />

bien podrían no haberse dado cuenta. Pero sí lo hicieron,<br />

comprobó Olympia con el corazón acongojado.<br />

–Vamos a tener que pasar la noche aquí –dijo Pietro<br />

cuando la visita hubo concluido–. ¿Hay un buen<br />

hotel en el pueblo?<br />

–No hay hoteles en este pueblo tan pequeño, pero<br />

Rising Sun es una taberna que dispone de habitaciones.<br />

Es sencilla, agradable y se come muy bien.<br />

–De acuerdo, ¿podrías reservarlas? A propósito,<br />

parece que he olvidado mis tarjetas de crédito. ¿Te<br />

importaría utilizar las tuyas? –pidió con repentina incomodidad.<br />

–Desde luego.<br />

Pietro pasó la tarde sumido en los libros de contabilidad<br />

y luego, ya cansado, casi la arrastró al Ri-<br />

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60<br />

sing Sun, una casa antigua y tradicional donde ella<br />

había reservado dos habitaciones pequeñas con unas<br />

vigas de roble tan bajas que era difícil mantenerse<br />

erguido.<br />

Y tal y como Olympia había dicho, la comida era<br />

excelente.<br />

–No puedes deshacerte de esta empresa –comentó<br />

de pronto, en tono acalorado.<br />

–No es viable, Olympia. Puedes comprobarlo por<br />

ti misma. ¡Cuarenta empleados! Desde hace dos años,<br />

la fábrica ha dejado de ser rentable. El problema es<br />

que compite con Kellway’s, que se dedica a la misma<br />

línea de productos.<br />

–Lo sé, intentan dejarnos sin trabajo. Nunca debieron<br />

permitir que Kellway’s se estableciera en la<br />

misma localidad. Para ti Hadson’s no es más que una<br />

unidad de producción, ¿verdad?<br />

–Mi trabajo consiste en ver las cosas bajo ese<br />

punto de vista.<br />

–¡Y al diablo con el personal! El señor Jakes es<br />

un anciano amable y ha sido el soporte de la empresa<br />

durante largos años. ¿Y qué pasa con Jenny? Es<br />

su primer empleo y le sobra eficacia.<br />

–Sí, pero…<br />

–¿Sabías que es muy difícil encontrar trabajo en<br />

esta zona? No, desde luego que no. Todo lo que te<br />

interesa son las cuentas y el dinero.<br />

–Se supone que en eso consiste mi trabajo. Y el<br />

tuyo también.<br />

–Se trata de personas, no de cifras estadísticas.<br />

–Desgraciadamente, así son los negocios.


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–¡Al diablo con los negocios!<br />

–Si Pietro Rinucci te oyera, estarías muerta –observó<br />

con ironía.<br />

–Pero él único que me oye eres tú.<br />

–Sólo yo –repitió con una extraña inflexión en la<br />

voz que ella no alcanzó a comprender–. No se lo<br />

diré, pero tarde o temprano la verdad saldrá a la luz.<br />

–¿Qué verdad?<br />

–Que bajo esa fachada dura y calculadora que te<br />

has creado con tanto afán, se oculta un ser humano<br />

de buen corazón.<br />

–Es mentira –rebatió, furiosa.<br />

–¿Dónde obtuviste ese conocimiento tan minucioso<br />

de Hadson’s?<br />

–Una vez pasé una semana aquí.<br />

–¿Y conociste a todo el personal?<br />

–Hice un estudio detallado de la empresa, como<br />

corresponde a mis funciones.<br />

–Entonces trabaste amistad con ellos y solidarizaste<br />

con su causa, ¿verdad? –insistió, sin remordimientos.<br />

–Se supone que uno es un ser humano y no un robot.<br />

–Me temo que eso no es cierto. Tarde o temprano<br />

hay que elegir. Mi querida niña…<br />

–No me llames así. No soy tuya, no soy una niña<br />

y no soy un ser querido para ti.<br />

–¿Eso no tendría que decidirlo yo? –preguntó con<br />

suavidad.<br />

–¡Ya es suficiente! –respondió ella en el mismo<br />

tono, tras un prolongado silencio.<br />

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Él se encogió de hombros.<br />

–Como quieras. Subiré a mi habitación a pasar<br />

unas horas dedicado a la desalmada caza del dinero.<br />

Buenas noches.<br />

Olympia se quedó sola rumiando sus pensamientos.<br />

¿Cómo se le había ocurrido pensar que ese monstruo<br />

era un buen tipo?<br />

A la mañana siguiente, en lugar de ver a Pietro a<br />

la hora del desayuno, encontró una nota:<br />

Estaré muy ocupado esta mañana, pero más tarde<br />

nos reuniremos en Hadson’s. J.C.<br />

Había un borrón antes de las iniciales, como si<br />

hubiese querido escribir otra cosa. «Tal vez ni siquiera<br />

se acuerda de su nombre», pensó sin la menor<br />

caridad.<br />

La mañana en Hadson’s no fue agradable. El personal<br />

sospechaba lo peor y Olympia sólo pudo confirmarlo.<br />

–Él dice que esta empresa no es viable. Ahora<br />

todo es cuestión de tiempo. Lo siento mucho –dijo<br />

con un suspiro.<br />

–Sabemos que usted hizo todo lo que pudo –afirmó<br />

el señor Jakes y los otros corroboraron sus palabras.<br />

Olympia quiso echarse a llorar. Se sentía responsable<br />

por no haber podido salvar el puesto de cuarenta<br />

empleados que incluso hasta se mostraban agradables<br />

con ella.


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Pietro llegó a media tarde y fue recibido en medio<br />

de un denso silencio.<br />

–Siento mucho haberles hecho esperar –se excusó,<br />

al parecer ajeno a la atmósfera reinante–. Esta<br />

mañana las negociaciones me llevaron más tiempo<br />

de lo esperado debido a que el señor Kellway tardó<br />

mucho en decidirse. Aunque finalmente logró ver el<br />

aspecto positivo de la negociación.<br />

–¿Has estado en la empresa de Kellway? –Olympia<br />

preguntó, atónita.<br />

–Y la he comprado. Como no hay lugar para dos<br />

fábricas del mismo ramo, habrá una fusión. Los que<br />

quieran seguir trabajando tienen un puesto garantizado<br />

en Kellway´s. Y los otros podrán acceder al despido<br />

voluntario.<br />

Todos los ojos se volvieron a Olympia con una<br />

mirada acusadora.<br />

–Pero ella ha dicho que usted cerraría la empresa<br />

definitivamente y que nos despediría a todos.<br />

–¿Dijiste eso?<br />

–No con esas palabras –balbuceó Olympia–. Aunque<br />

tú dejaste claro…<br />

–Lo único que dejé claro fue que esta empresa no es<br />

viable, así que opté por la fusión. Y nunca hablé de<br />

despidos. Ese fue tu error. No debiste sacar conclusiones<br />

precipitadas. Bueno, antes de marcharnos queremos<br />

saber quiénes se quedan y quiénes se marchan. Señor<br />

Jakes, su puesto está asegurado. Kellway ha pedido<br />

expresamente su colaboración en la nueva empresa.<br />

Una hora más tarde, Pietro y Olympia se marchaban<br />

en medio de una aclamación general.<br />

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De vuelta a la taberna, Pietro preguntó:<br />

–¿Nos da tiempo a llegar hoy mismo a la otra<br />

empresa?<br />

–Creo que sí.<br />

Olympia condujo las tres horas que duró el trayecto<br />

a Midlands, donde encontraron un pequeño<br />

hotel, justo a tiempo para cenar.<br />

–Esta tarde me dejaste en ridículo ante los empleados<br />

–lo acusó mientras tomaban la sopa.<br />

–No fue mi intención, aunque no debiste haber<br />

hecho ese anuncio sin antes consultarme.<br />

–Nunca pensé que decidirías algo así. ¿Qué me<br />

dices si el señor Rinucci no aprueba la compra que<br />

acabas de hacer?<br />

–La aprobará.<br />

–¿Así de simple?<br />

–¿Por qué no? Es el siguiente paso lógico. Tú no<br />

lo previste porque careces de la visión adecuada, pero<br />

aprenderás.<br />

–¿Una visión adecuada para la empresa Leonate?<br />

–No, para cualquier negocio de éxito. Todavía<br />

piensas en transacciones a pequeña escala y eso no<br />

es útil con vistas a un conglomerado internacional.<br />

–¿Cómo sería posible manejarme en términos «internacionales»<br />

si todavía no puedo conocer al gran<br />

jefe?<br />

–¿Todavía sigues obsesionada con él?<br />

–Lo sabías desde el principio y nada ha cambiado.<br />

–¿Y qué ocurre con tu trato humanitario al personal<br />

de Hadson’s?


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–Fue una equivocación. No supe manejar la situación.<br />

En cambio tú sí que comprendiste bien al<br />

señor Jakes.<br />

–Así que después de todo puede que no sea un<br />

tipo sólo «datos y cifras», como me acusaste –dijo<br />

medio en broma.<br />

–¿Dije eso? No lo recuerdo.<br />

–Estás rendida. Has conducido mucho y mañana<br />

nos espera una jornada intensa. Cuando acabemos la<br />

cena nos iremos a dormir.<br />

Pese al cansancio, a Olympia le costó conciliar el<br />

sueño. Se mantuvo largo rato pendiente de los movimientos<br />

de Pietro al otro lado de la delgada pared.<br />

Estaba claro que él tampoco podía dormir. La joven<br />

se preguntó qué estaría pensando y por qué estaría<br />

tan inquieto como ella.<br />

Tras una visita bastante productiva a la otra empresa,<br />

se marcharon a Londres por la tarde temprano.<br />

–Hemos hecho un buen trabajo. ¿Qué te parece si<br />

lo celebramos esta noche? –sugirió Pietro.<br />

Olympia respondió con un suspiro de deleite.<br />

A media tarde, Pietro la dejó en su casa.<br />

–Iremos al Diamond Parrot –informó. Era la sala<br />

de fiestas más moderna y elegante de Londres–. ¿Tienes<br />

un vestido negro?<br />

–Creo que sí –respondió con cautela, a sabiendas<br />

de que no lo tenía.<br />

Pietro lo comprendió perfectamente.<br />

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–Bueno, tómate el resto de la tarde libre para asegurarte.<br />

Horas después, se puso el vestido negro de seda<br />

que había comprado. Era decididamente seductor y<br />

se ajustaba perfectamente a las caderas de la joven.<br />

Nada más verla, Pietro hizo un gesto de asentimiento.<br />

–Justo lo que imaginaba cuando compré esto –observó<br />

satisfecho mientras le entregaba una caja de<br />

terciopelo negro que contenía un colgante de diamantes<br />

y pendientes a juego–. Un premio por un trabajo<br />

bien hecho.<br />

–¿Es un obsequio de tu empresa?<br />

–Por supuesto. Acostumbramos a mimar a nuestros<br />

colaboradores más valiosos –comentó mientras<br />

Olympia se ponía los pendientes.<br />

Luego se volvió para que él le abrochara el colgante.<br />

El largo cuello, blanco y perfecto, era una invitación<br />

que Pietro no debía aceptar. Intentó cerrar el<br />

broche sin tocarla y se apartó de inmediato para evitar<br />

besarle la nuca.<br />

–Ya está. Y ahora nos vamos –dijo con la esperanza<br />

de que no le temblara la voz.<br />

Ella se volvió con el ceño ligeramente fruncido,<br />

como sorprendida. Pietro volvió la cara por temor a<br />

traicionarse. Ella nunca debía adivinar la verdad; no<br />

hasta que él estuviera preparado para hablarle. Entonces<br />

ambos reirían juntos. Y ese momento sería<br />

muy dulce. Pero no había que precipitarse, a riesgo<br />

de estropearlo todo. Pietro aún no sabía claramente<br />

qué podría significar «todo», aunque no ignoraba


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que debía cuidar cada palabra, cada paso que diera<br />

en adelante. Si hubiese sido una relación convencional,<br />

la habría estrechado entre sus brazos antes de<br />

besarla apasionadamente.<br />

De pronto, no le pareció una buena idea haberla<br />

invitado. Ella se sentaría a su lado, hermosa y radiante,<br />

y él tendría que guardar la calma.<br />

Al llegar, descubrieron que el Diamond Parrot<br />

había decidido prolongar una semana los festejos del<br />

Día de San Valentín, así que el ambiente estaba muy<br />

animado.<br />

Un camarero los condujo a una mesa junto a la<br />

pista de baile.<br />

Segura de haberlo impresionado, Olympia se sentía<br />

radiante, aunque todavía desconcertada por la manera<br />

impersonal con que había cerrado el broche de<br />

la joya. Había esperado una caricia de sus dedos en la<br />

nuca, como lo habría hecho cualquier otro hombre.<br />

–Tú no debes estar aquí. Tendrías que estar preparando<br />

el informe para Leonate Europa.<br />

–Tengo que pensar en lo que voy a decir.<br />

–No hace falta que les hables de mí como persona,<br />

sólo como mujer de negocios.<br />

–Como mujer de negocios eres impresionante.<br />

–Verás, a veces hay que utilizar un repertorio de<br />

trucos con los clientes difíciles. Uno de ellos es atraer<br />

primero la atención de la víctima con la antigua técnica<br />

de batir las pestañas. Y cuando lo tienes atontado,<br />

le das el golpe final con datos y cifras. Mira –dijo<br />

mientras subía y bajaba los párpados lentamente, con<br />

una lánguida sonrisa.<br />

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–Lo haces muy bien –comentó Pietro, embelesado–.<br />

¿Y piensas aplicar tu truco a Pietro Rinucci?<br />

–¡Otra vez Rinucci! –exclamó. «¿Por qué tiene<br />

que sacarlo a colación todo el tiempo?», pensó repentinamente<br />

enfadada–. ¿Crees que el truco surtiría<br />

efecto? Porque al parecer a ti te ha dejado impasible,<br />

así que puede que con él tampoco funcione.<br />

–Se supone que yo no debo reaccionar a esos estímulos.<br />

Sólo estoy aquí para ayudarte en tu misión<br />

en la vida.<br />

Olympia se quedó pensativa un instante.<br />

–¿Tenéis los mismos gustos?<br />

–Bastante similares –respondió al tiempo que cruzaba<br />

los dedos, deseando no haber entrado en ese juego.<br />

–Una información muy útil. A menos que…<br />

–Olympia se detuvo como si la hubiese asaltado un<br />

horrible pensamiento–. Jack, ¿tú no eres...? Porque<br />

me lo habrías dicho, ¿verdad?<br />

–¿Decirte qué?<br />

–Sabes a qué me refiero.<br />

–No, no lo sé –respondió. De hecho, sí lo sabía,<br />

pero había que hacerla sufrir, para variar.<br />

–Bueno, no eres… ¿verdad?<br />

–¿Quieres saber si soy gay? –preguntó con una<br />

sonrisa torcida–. Vaya, cualquiera que no intente<br />

abalanzarse sobre ti, necesariamente tiene que apuntar<br />

en la otra dirección, ¿no es así? Por lo demás,<br />

¿tendría alguna importancia?<br />

–Desde luego que sí. ¿Cómo podrías aconsejarme<br />

sobre él si tú…?<br />

–Puede que él también lo sea.


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–¿Y lo es?<br />

–¿Cómo puedo saberlo? Nunca le he hecho proposiciones.<br />

Ella le lanzó una mirada furibunda.<br />

–¿He estado perdiendo el tiempo?<br />

–¿No te dice nada tu intuición femenina? –preguntó.<br />

Pietro se tomaba su revancha y eso le divertía<br />

mucho–. ¿No estoy interesado o simplemente soy un<br />

perfecto caballero? Es extraño lo difícil que resulta<br />

advertir la diferencia hoy en día.<br />

–¿Disfrutas con esto, verdad?<br />

–¿Por qué no? Te has burlado de mí todo el tiempo.<br />

Ahora me toca a mí. ¿Olympia?<br />

La rapidez con que había dejado de prestarle<br />

atención habría sido cómica, si no hubiera sido decepcionante.<br />

Olympia tenía los ojos clavados en las<br />

penumbras de la pista de baile.<br />

–¿Qué ocurre? –urgió al tiempo que le apretaba<br />

la mano.<br />

–Nada, debo… debo de haberlo imaginado.<br />

–Sea lo que sea, parece haberte trastornado. ¿No<br />

me lo puedes contar?<br />

–Simplemente me pareció haber visto a un conocido,<br />

pero con esta luz tan escasa puedo haberme<br />

equivocado.<br />

–¿Quién?<br />

–Mi ex marido.<br />

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CAPÍTULO6<br />

PIETRO la miró fijamente.<br />

–¿Estás segura de que es tu ex marido?<br />

–Sí, creo que es David –aseguró.<br />

Pietro notó que temblaba.<br />

–¿Y te importa? ¿Sigues enamorada de él?<br />

–No, desde luego que no. Pero es la primera vez<br />

que lo veo desde que nos separamos. Puede que no<br />

sea él.<br />

–Pero no vas a estar tranquila hasta que lo compruebes,<br />

¿verdad?<br />

–¿Qué puedo hacer? –preguntó. La proverbial seguridad<br />

en sí misma había desaparecido por completo–.<br />

Está claro que no voy a ir a mirar.<br />

–Aunque bailando sí lo puedes hacer.<br />

–Dejémoslo. El pasado es el pasado.<br />

–Tonterías. Nunca será pasado hasta que te enfrentes<br />

a él y le ordenes que se aparte de tu camino.<br />

Sin darle tiempo a negarse, Pietro la guió hasta la<br />

pista de baile.<br />

Conmocionada, Olympia cayó en la cuenta de que<br />

al fin la abrazaba. Tantas veces que pudo haberlo hecho<br />

y tantas veces que se había resistido.<br />

–¿En qué dirección? –preguntó él.


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–Cerca de la orquesta.<br />

Poco a poco se aproximaron mientras los ojos de<br />

la joven registraban las mesas junto a la pista. Y al<br />

fin encontró lo que buscaba.<br />

Entonces se preguntó cómo pudo haberlo reconocido.<br />

David había engordado, mostraba una incipiente<br />

calvicie y había en su rostro una expresión de descontento<br />

que se reflejaba en la cara de la mujer sentada<br />

junto a él. ¡Rosalie! No le fue fácil identificar en esa<br />

mujer un tanto gruesa y estropeada a la ninfa que nunca<br />

había borrado de su memoria.<br />

–¿Es él?<br />

–Sí.<br />

–¿Y la mujer?<br />

–Rosalie, su esposa.<br />

–Hizo un mal negocio al cambiarte por ella.<br />

Olympia constató que había seis personas en la<br />

mesa. Los suegros de su ex y dos hombres más, posiblemente<br />

ejecutivos invitados de David. Uno de ellos<br />

sacó a bailar a Rosalie. A Olympia le pareció que<br />

aceptaba con una sonrisa de alivio, como si cualquier<br />

cosa fuese mejor que la compañía de su marido.<br />

Pietro y Olympia se acercaron a ellos al compás<br />

de la música. Fue en ese instante cuando Rosalie reconoció<br />

a la joven y la miró conmocionada, con la<br />

incredulidad reflejada en su rostro.<br />

Cuando acabó el baile, la pareja volvió a su puesto.<br />

Pero la orquesta no dejó de tocar y Pietro estrechó<br />

a Olympia con más fuerza, apretando sus piernas<br />

contra las de ella mientras se movían al ritmo<br />

vibrante de la música. La visión de David se desva-<br />

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neció cuando ella empezó a girar por la pista, tan<br />

unida a ese hombre que parecían formar un solo<br />

cuerpo. Olympia que todo se desvanecía a su alrededor,<br />

salvo el rostro de Pietro. Tenía que decirle que<br />

se detuviera, pero lo único que deseaba era que no<br />

parara nunca.<br />

Finalmente, el ritmo se tornó más lento y ella volvió<br />

a ver a David atento a Rosalie, que hablaba nerviosamente<br />

indicando la pista. De pronto, ambos salieron<br />

a bailar.<br />

–Ahora quiere comprobar por sí mismo si en realidad<br />

eres tú. Mira, se acerca a nosotros.<br />

–¡Oh, no! –exclamó ella involuntariamente.<br />

–¿Por qué no? Éste es tu momento de triunfo.<br />

Míralos. Tristes y avejentados antes de tiempo a causa<br />

de un exceso de compromisos y traiciones. Y mírate<br />

tú. Joven y hermosa como una sirena. Todos los<br />

hombres se vuelven a mirarte con admiración. A<br />

ellos ya nadie los admira y están amargados. Vamos<br />

a hacer que se dé cuenta de lo que desperdició y que<br />

sufra por lo que te hizo.<br />

–Tienes razón –murmuró, sorprendida de la capacidad<br />

de comprensión de ese hombre, como si sus mentes<br />

estuvieran más unidas que sus propios cuerpos.<br />

Tal como Jack había previsto, se sintió satisfecha<br />

al notar la perplejidad de David cuando la reconoció.<br />

Sus miradas se cruzaron en un momento de clamorosa<br />

victoria para ella.<br />

–Mírame –murmuró él en su oído.<br />

Ella alzó la vista y de inmediato sintió los labios<br />

de Pietro sobre los suyos. Casi tropezó por la sorpre-


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sa, pero sus brazos la sujetaban con firmeza mientras<br />

bailaban y entonces su boca se entregó a la de él, saboreando<br />

la caricia.<br />

Olympia pensó con desesperación que esa caricia<br />

no era nada importante, que él era sólo un amigo que<br />

la ayudaba a vengarse de David. Debía aceptar ese<br />

beso con la cabeza fría e ignorar las sensaciones salvajes<br />

que recorrían su cuerpo.<br />

–¿Está mirando? –murmuró contra la boca de Pietro.<br />

–No dejan de hacerlo, así que bésame otra vez,<br />

como si de verdad lo desearas.<br />

Los brazos de Olympia rodearon su cuello; con<br />

una mano en la nuca lo atrajo hacia ella y entregó<br />

todo su ser en ese beso mientras recibía la misma respuesta.<br />

Pietro le rodeaba la cintura con ambos brazos,<br />

tan estrechamente que a ella le habría sido imposible<br />

resistirse si hubiera querido, aunque no era eso lo que<br />

deseaba. Había anhelado ese contacto y, aunque su<br />

mente insistía en negar sus instintos, el deseo se apoderaba<br />

de su cuerpo con imperiosa intensidad. Sin<br />

embargo, no debía hacerlo. Tenía que guardar las distancias,<br />

aunque era un modo muy extraño de hacerlo,<br />

unida como estaba al cuerpo de Jack.<br />

–¿Qué está ocurriendo entre nosotros? –susurró.<br />

–No estoy… muy seguro –murmuró Pietro en su<br />

oído.<br />

Y de pronto, el mundo pareció explotar en vítores,<br />

fogonazos de cámaras fotográficas y rosas rojas<br />

que caían sobre ellos.<br />

–¿Qué diablos…? –alcanzó a decir Olympia.<br />

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En ese momento, un hombre con una chillona<br />

chaqueta brillante se abrió paso entre el público que<br />

los rodeaba y se inclinó ante ellos. Era el maestro de<br />

ceremonias.<br />

–¡Enhorabuena! Sois los ganadores de nuestro<br />

concurso de San Valentín. Todas las noches, durante<br />

una semana, elegimos a una afortunada pareja como<br />

los amantes perfectos. ¡Y habéis ganado! –gritó en<br />

medio del aplauso de los concurrentes.<br />

–¿Qué vamos a hacer, Jack?<br />

–Seguirle el juego –le dijo al oído–. No tenemos<br />

más alternativa. Esto se acabará en unos cuantos minutos<br />

y podremos escaparnos. Mientras tanto, intenta<br />

parecer convincente. Sonríe.<br />

–Ha sido el beso más impresionante jamás visto.<br />

¿Podéis repetirlo? –gritó el maestro de ceremonias.<br />

–Tenemos que darle lo que quiere o no nos dejará<br />

en paz –murmuró Pietro antes de volver a besarla.<br />

Olympia se rindió en sus brazos. Cuando finalmente<br />

Pietro se separó de ella, la joven vislumbró<br />

entre el público la cara desencajada de David, que la<br />

miraba con la boca abierta. Había vencido al hombre<br />

que un día la rechazó por aburrida y poco atractiva;<br />

el hombre que traicionó su amor por dinero. Y lo<br />

más sorprendente era que ya no le importaba.<br />

El maestro de ceremonias los condujo a la mesa y<br />

se sentó junto a ellos. Luego llenó las copas con<br />

champán y brindó a la salud de la pareja.<br />

–Y ahora ha llegado el momento más esperado de<br />

la noche. ¡Debéis elegir vuestro premio! –anunció a<br />

pleno pulmón.


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Tras mostrarles un catálogo con una serie de imaginativas<br />

diversiones a todo lujo, como por ejemplo,<br />

quince días en unas famosas termas de moda, compras<br />

en la tienda más cara de Londres o unas vacaciones<br />

en cualquier ciudad de Europa, miró a Pietro<br />

con aire interrogativo.<br />

–Que elija ella.<br />

–Ya lo he decidido. Elijo el viaje a una ciudad de<br />

Europa –dijo la joven con una brillante sonrisa.<br />

–¡Maravilloso! –exclamó el maestro de ceremonias–.<br />

¿Y qué ciudad prefieres?<br />

Olympia sonrió a Pietro.<br />

–Nápoles.<br />

Cuando volvían a casa, Pietro se volvió a ella.<br />

–¿Qué quieres hacer con David? ¿Quieres que Leonate<br />

compre su empresa y lo despida? ¿O que lo contrate?<br />

Tú dirás.<br />

–No hace falta. Ya he tenido mi venganza y me<br />

alegro mucho de que haya sucedido así. Ahora sí<br />

que ha quedado en el pasado. Gracias. Sabías exactamente<br />

lo que había que hacer.<br />

–Muy bien. ¿Y ahora podemos hablar de Nápoles?<br />

–Tu cara fue todo un poema en ese instante –Olympia<br />

rió suavemente.<br />

–Me imagino. Fue una broma genial.<br />

–Ese hombre dijo que el mejor hotel era el Vallini.<br />

¿Lo conoces?<br />

–Sí, una noche allí cuesta una fortuna. Pero no<br />

hablabas en serio, ¿verdad?<br />

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76<br />

Olympia cerró los ojos diplomáticamente para<br />

evitar responder y luego fingió dormir durante el<br />

resto del trayecto.<br />

Tras aparcar ante el edificio, Pietro la acompañó<br />

a su apartamento.<br />

–Realmente no bromeaba –dijo la joven, ya en la<br />

sala de estar–. Voy a ir a Nápoles, me hospedaré en<br />

ese lujoso hotel y me dedicaré a recorrer la ciudad.<br />

Hace mucho tiempo que no me tomo unas vacaciones<br />

y tú puedes autorizarlas. Es muy sencillo.<br />

–No es una buena idea.<br />

–Es una idea maravillosa. Es el destino. Después<br />

de lo sucedido esta noche, estoy segura de que ocurrió<br />

porque tenía que ser así. Tú sabes lo que quiero y<br />

no ignoras mi firme decisión de conseguirlo. Eso no<br />

me convierte en una persona grata, pero no puedo<br />

cambiar. Sencillamente tengo que ir tras mi objetivo.<br />

–Pietro Rinucci. Pero él no está aquí.<br />

–Lo sé. Y nunca vendrá, así que seré yo la que<br />

me acerque a él.<br />

–¿Qué? –preguntó, perplejo.<br />

–Ya lo has oído. A eso me refería cuando hablé<br />

del destino. En Nápoles podré practicar mi italiano y<br />

aprender algo del dialecto. Allí tendré más posibilidades<br />

que en Londres.<br />

–¿Y qué pasa con Curtis? Tu ambición era hacerte<br />

con la dirección de la empresa.<br />

–Bueno, quizá el mundo no comience ni acabe en<br />

Curtis. Tal vez me interese ampliar mis horizontes.<br />

–Olympia, ¿qué te pasa? No te basta con tenderle<br />

trampas a ese pobre tonto y...


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–No llames tonto a mi benefactor –lo interrumpió.<br />

–¿Así que ahora es tu benefactor?<br />

–Lo será cuando lo haya sometido.<br />

Pietro la tomó de los hombros y la sacudió con<br />

suavidad.<br />

–Olympia, no puedes volver la espalda a lo que<br />

está sucediendo entre nosotros.<br />

–No es nada más que un agradable flirteo. Es encantador,<br />

pero no conduce a ninguna parte. Disfrutamos<br />

de la buena compañía y luego a otra cosa. Esos<br />

fueron los términos del trato.<br />

–No recuerdo haber hecho ningún trato.<br />

–Siempre he sido sincera contigo. Conocías mis<br />

condiciones y no las rechazaste.<br />

–Porque esperaba que pronto vieras las cosas con<br />

más claridad. Mírame a los ojos y dime que no sientes<br />

nada por mí.<br />

–¿Cómo podría decirlo después de lo que ha ocurrido<br />

esta noche entre nosotros? Pero no voy a permitir<br />

que vuelva a suceder. Una vez sentí algo parecido<br />

y sé dónde conduce.<br />

–Después de lo que has visto esta noche, deberías<br />

estar contenta de haber escapado de tu marido.<br />

–Todo eso ha terminado para mí. Quiero que me<br />

veas como realmente soy. Una mujer fría y dura.<br />

–No has estado fría ni dura en mis brazos esta noche.<br />

–Te aseguro que eso no volverá a suceder, porque<br />

no lo voy a permitir.<br />

–¡Calla! –exclamó con vehemencia–. No hables<br />

así. Te lo prohíbo.<br />

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–¿Y quién eres tú para prohibirme algo?<br />

Pietro la estrechó entre sus brazos y la besó con<br />

una pasión casi brutal. Durante un segundo, ella se<br />

mantuvo rígida, pero su rechazo se derritió en la dulce<br />

calidez que él le inspiraba con tanta facilidad.<br />

–Olympia, éste soy yo –murmuró contra sus labios–.<br />

¿No me reconoces ahora?<br />

–Sí –susurró la joven antes de besarlo con urgencia.<br />

–Tú me conoces… me conoces.<br />

Lo conocía. Era el hombre que había cautivado<br />

sus sueños y que resistía todos sus intentos por desterrarlo<br />

de su corazón. Tendría que huir de él mientras<br />

pudiera hacerlo, aunque sabía que ya era tarde.<br />

–¿Cómo puedes pensar en marcharte cuando ha<br />

surgido esto entre nosotros? –inquirió con la voz enronquecida.<br />

–Precisamente porque ha surgido esto entre nosotros<br />

hago lo que debo hacer.<br />

–Huyes como una cobarde que teme a la vida<br />

–observó con amargura, profundamente herido por<br />

su rechazo.<br />

–Tal vez lo sea. No quiero volver a enamorarme<br />

otra vez, Jack. Y tú me asustas. Podrías llevarme a un<br />

lugar donde no deseo estar. No, no volverá a ocurrir.<br />

–Espera aquí –dijo él de pronto, con los dientes<br />

apretados.<br />

Y salió de la habitación.<br />

Antes de llamar a Italia, bajó a la calle para asegurarse<br />

de que nadie oyera la conversación.<br />

Primero llamó a Cedric Tandy y luego a Enrico<br />

Leonate.


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Media hora más tarde, volvió junto a Olympia<br />

con el secreto alivio de que ella lo hubiera obligado<br />

a decidirse al haber forzado la situación.<br />

–Todo arreglado. Tendré que acompañarte a Italia<br />

porque Leonate quiere conocerte.<br />

–¿Y luego qué?<br />

–Trabajarás un tiempo en Nápoles y se espera que<br />

en unos cuantos meses sepas lo que quieres hacer.<br />

Puede que decidas volver a Londres y dirigir la empresa<br />

Curtis. O tal vez quieras mantener tu puesto en<br />

Nápoles.<br />

–¿Y tú?<br />

–Iré contigo y me quedaré un tiempo hasta dejarte<br />

instalada. Aunque no me hospedaré en el hotel.<br />

Tengo un apartamento en la ciudad.<br />

–¿Quién va a dirigir Curtis cuando estés en Italia?<br />

–Cedric. Las condiciones de su jubilación prevén<br />

la posibilidad de quedarse seis meses más antes de su<br />

retiro. Y ahora que está todo resuelto, me voy. Quiero<br />

que estés en la oficina temprano mañana. Hay que hacer<br />

algunos preparativos. ¿Tu pasaporte está en regla?<br />

–Desde luego.<br />

–Ocúpate de llamar a ese hombre de la horrible<br />

chaqueta brillante y dile que viajaremos a Nápoles<br />

dentro de dos días. Mañana ultimaremos los detalles.<br />

Buenas noches –dijo antes de marcharse.<br />

Ocupada en los preparativos del viaje, Olympia<br />

no se hizo más preguntas sobre las precipitadas decisiones<br />

de Pietro. Y casi no se dio cuenta de que ha-<br />

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80<br />

bían pasado dos días cuando al fin cerró la puerta del<br />

apartamento. Luego tomó un taxi para llegar al aeropuerto,<br />

ya que él ni siquiera se dignó ir a recogerla.<br />

Pietro la esperaba en el vestíbulo. Olvidando todas<br />

sus prevenciones, el corazón de Olympia se llenó<br />

de alegría al verlo allí. Sin embargo, él la saludó<br />

con una cierta tensión que la desconcertó.<br />

–¿Te encuentras bien?<br />

–Sí, sólo que no me gustan los aviones –mintió.<br />

De hecho, era un excelente viajero; pero acababa<br />

de realizar la que sería su última artimaña, según se<br />

prometió.<br />

Al caer en la cuenta de que le harían el pasaje a<br />

nombre de Jack Cayman, lo había interceptado el día<br />

anterior en la oficina y luego había reservado otro<br />

pasaje con su verdadero nombre, así que había tenido<br />

que recogerlo muy temprano en el aeropuerto.<br />

Y en ese momento, hacía votos para que todo acabara<br />

cuanto antes. En la seguridad de Nápoles, le<br />

confesaría todo mientras compartían un vaso de vino.<br />

Ambos terminarían riendo y Olympia lo perdonaría.<br />

Y no volvería a mentir en la vida. Sus nervios no<br />

podían soportarlo.


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CAPÍTULO7<br />

AHÍ LO tienes –dijo Pietro cuando el volcán<br />

apareció ante ellos–. Lo que tanto querías<br />

ver.<br />

–El Vesubio. Es magnífico –murmuró Olympia,<br />

extasiada.<br />

El avión giró lentamente y las luces de Nápoles<br />

quedaron directamente bajo ellos, como brazos que<br />

rodeaban la bahía. En unos cuantos minutos tocarían<br />

tierra.<br />

Más tarde, tomaron un taxi que los llevó por una<br />

colina al Vallini, el hotel más lujoso de Nápoles. El<br />

personal uniformado los condujo ante la puerta de la<br />

suite reservada para Olympia.<br />

Había una cama doble de diseño antiguo, aunque<br />

muy cómoda, un cuarto de baño de mármol y una<br />

sala de estar con una terraza que miraba a la bahía.<br />

–Tengo que ir a mi apartamento. Estaré de vuelta<br />

en un par de horas –dijo Pietro.<br />

Olympia tomó un largo y perfumado baño de espuma.<br />

Luego, una peluquera subió a la suite y le<br />

hizo un peinado muy elegante.<br />

Al cabo de un par de horas, Pietro fue a recogerla.


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–Déjame enseñarte una parte de mi ciudad –dijo<br />

mientras abría la puerta de un moderno coche deportivo.<br />

Durante un rato estuvieron dando vueltas por estrechas<br />

calles empedradas.<br />

–¿Y dónde están los pilluelos? –preguntó ella.<br />

Ambos se echaron a reír.<br />

Cenaron agradablemente en una pequeña trattoria<br />

y conversaron poco, porque Pietro le prohibió<br />

hablar en inglés.<br />

–¿Cuándo empiezo a trabajar? –preguntó Olympia<br />

de pronto.<br />

–Primero disfrutaremos de unas breves vacaciones.<br />

Lo digo porque cuando conozcas a Enrico no te<br />

dejará parar. Y desde luego, también hay que ocuparse<br />

de la presentación que tanto deseas –añadió<br />

con delicadeza.<br />

–Ah, sí. Él.<br />

Pietro alzó una ceja.<br />

–Sí, él. Pietro Rinucci. El hombre por el que hemos<br />

hecho todo esto.<br />

–Bueno, no hay prisa, ¿verdad? No hablemos de<br />

él esta noche. No quiero pensar en mis obligaciones<br />

laborales.<br />

Mientras miraba la calle a través de una ventana<br />

junto a la mesa, Olympia se preguntó cómo se podía<br />

pensar en el trabajo en aquella ciudad tan pintoresca.<br />

Había llovido y los borrosos reflejos de las luces brillaban<br />

sobre el empedrado de la estrecha calle. No,<br />

esa noche no pensaría en nada más que en el hombre<br />

que se encontraba frente a ella.


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Más tarde, Pietro condujo lentamente al hotel y la<br />

acompañó a la suite.<br />

–Vete a dormir y descansa. Te llamaré mañana.<br />

–Ven a desayunar conmigo.<br />

–De acuerdo, y haremos planes para el día. Quiero<br />

enseñarte muchas cosas. Mira.<br />

Pietro la condujo a la terraza. Una brillante luna<br />

llena iluminaba la bahía. Olympia contempló sus reflejos<br />

en las aguas oscuras, incapaz de creer tanta<br />

belleza.<br />

Justo en ese momento, sonó el móvil de Pietro y<br />

entró en la habitación maldiciendo en voz baja. Olympia<br />

oyó su exclamación consternada y se acercó a él.<br />

–¿Qué ocurre?<br />

–De acuerdo, Cedric. No te culpes. Yo me ocuparé<br />

del asunto. Voy para allá.<br />

–¿Vuelves a Inglaterra? –preguntó cuando Pietro<br />

cortó la comunicación.<br />

–Sólo un par de días. ¿Recuerdas a un tal Norris<br />

Banyon?<br />

–Sí, estaba a cargo del departamento de contabilidad,<br />

pero se marchó repentinamente hace un par de<br />

semanas. Nunca me gustó ese hombre.<br />

–Y con razón. Durante años estuvo manipulando<br />

los libros de contabilidad.<br />

–Pero, ¿cómo es posible? Antes de hacer su oferta,<br />

Leonate dispuso que una empresa de contabilidad<br />

examinara las cuentas y concluyeron que todo estaba<br />

en orden.<br />

–Sin embargo, en cuanto se cerró el trato, Banyon<br />

se marchó con una buena suma de dinero.<br />

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–¿Las pérdidas son muy grandes?<br />

–No, no nos llevarán a la ruina. El problema es<br />

que Cedric se culpa por lo sucedido.<br />

–Eso no es justo.<br />

–Por supuesto que no lo es. Voy a pedir una auditoría<br />

y ellos se encargarán del problema. Mientras<br />

tanto, haré lo posible por levantar el ánimo del pobre<br />

Cedric. Su mujer falleció el año pasado y no tiene<br />

hijos ni familiares que lo ayuden a pasar el mal<br />

rato.<br />

–Es muy amable por tu parte.<br />

–Cedric… bueno, me hizo un gran favor hace poco<br />

–Pietro se aclaró la garganta con inquietud.<br />

–Iré contigo.<br />

–Mejor que no. A Cedric no le gustaría que supieras<br />

lo que ha sucedido. Volveré en cuanto haya<br />

contratado a los nuevos auditores –dijo consultando<br />

su reloj–. Hay un vuelo de madrugada, así que será<br />

mejor que me marche.<br />

–¿Ahora mismo? –preguntó, horrorizada.<br />

–Yo tampoco quiero irme, pero debo hacerlo.<br />

Olympia quiso echarse a llorar de desilusión.<br />

Algo había comenzado a suceder entre ellos, algo<br />

que se suponía que no debía ocurrir y a lo que ella se<br />

había resistido tontamente. Pero ya no volvería a luchar<br />

contra sus sentimientos.<br />

Pietro vaciló unos segundos y luego le dio un ligero<br />

beso en los labios antes de marcharse apresuradamente.<br />

Una vez sola, Olympia paseó la mirada por la<br />

lujosa suite, un símbolo de la posición que deseaba


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alcanzar, pero allí no había nadie con quien compartirla.<br />

Pietro la llamó al día siguiente para informarle<br />

que los daños no eran tan graves y que había logrado<br />

convencer a Cedric de que dejara de preocuparse.<br />

–Estaré contigo en cuanto pueda. Tenemos mucho<br />

de que hablar.<br />

–Lo sé. Vuelve pronto –dijo con las mejillas húmedas<br />

de lágrimas.<br />

Olympia alquiló un coche y durante los dos días<br />

siguientes paseó por los campos, se detuvo a comer<br />

en pequeñas hosterías y volvió tarde a la ciudad, intentando<br />

convencerse de que había pasado un buen<br />

día; pero no era cierto, porque Pietro no estaba allí.<br />

Se había dicho a sí misma que debía alejarse de él,<br />

pero era inútil huir. Había jurado renunciar a la clase<br />

de sentimiento que él podría ofrecerle; sin embargo,<br />

en esos días de soledad, descubrió que era<br />

imposible.<br />

En todos los lugares que visitaba, el recuerdo de<br />

Pietro no se apartaba de su mente y no dejaba de<br />

pensar en el modo de decirle que sus sentimientos<br />

hacia él se habían transformado en algo más profundo.<br />

¡Cómo se reirían cuando le contara que había<br />

sido derrotada por su propio corazón!<br />

También tuvo que reconocer que, de los monumentos<br />

históricos de Nápoles, el que más llamó su<br />

atención fue el imponente edificio de la sede de la<br />

empresa Leonate Europa.<br />

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Ansiaba visitarlo, así que un día condujo hasta el<br />

estacionamiento de la empresa, apagó el motor y se<br />

quedó tras el volante, presa de la tentación de entrar<br />

en el recinto. Podría saludar a Enrico e incluso conocer<br />

a Pietro Rinucci. De pronto, cayó en la cuenta de<br />

que ya no le interesaba conocerlo. Para ella sólo<br />

contaba Jack.<br />

Con una sonrisa, puso el coche en marcha e intentó<br />

salir a la calle en medio de un denso tráfico<br />

de vehículos. Empezaba a atardecer y sabía que era<br />

la peor hora para conducir. De repente oyó el sonoro<br />

toque del claxon del coche que iba detrás. Sobresaltada,<br />

rápidamente se apartó a un lado y se dio<br />

cuenta demasiado tarde de que había elegido el<br />

lado contrario. Repentinamente, una sombra apareció<br />

ante el parabrisas y se desvaneció con alarmante<br />

rapidez.<br />

–¡Oh, no! –Olympia saltó fuera del coche–. ¿Qué<br />

he hecho?<br />

–Llenarme de contusiones, nada más –oyó la voz<br />

de un hombre desde el suelo.<br />

–¿Está herido?<br />

–Afortunadamente, no. Me dio tiempo a saltar<br />

cuando usted hizo ese viraje tan brusco al salir del<br />

edificio –respondió mientras se ponía de pie.<br />

Otro toque de claxon avisó a Olympia que tenía<br />

una fila de coches detenidos esperando que se moviera.<br />

–Tengo que irme, pero no puedo dejarlo aquí.<br />

¿Quiere subir a mi coche?<br />

–¿Le importaría que conduzca yo?


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–Será lo mejor –repuso con alivio–. Las calles de<br />

Nápoles son tan…<br />

–No sólo de Nápoles. El tráfico de las grandes<br />

ciudades de Italia es como para erizarle los cabellos<br />

a uno. No es italiana, ¿verdad? –preguntó mientras<br />

intentaba abrirse paso entre los coches.<br />

–¡Ha adivinado! Y usted tampoco. ¿Es inglés?<br />

–Digamos que en parte. ¿Cómo se llama?<br />

–Olympia Lincoln.<br />

–Luke Cayman.<br />

–¿Cayman? ¿Es pariente de Jack Cayman?<br />

Luke guardó silencio un instante. Era el momento<br />

de cuidar las palabras. Al parecer, el estirado de su<br />

hermano estaba tramando algo. ¿Pero, qué? «Una<br />

pregunta de un millón de dólares», pensó, decidido a<br />

disfrutar de su pesquisa.<br />

–Perdón –dijo, finalmente–. ¿Qué nombre me ha<br />

dicho?<br />

–Jack Cayman. Lo conocí en Inglaterra. Trabaja<br />

en la empresa Leonate. No me extrañaría que fuera<br />

un familiar suyo, porque dos ingleses con el mismo<br />

apellido en Nápoles…<br />

Luke pensó que tal vez se hubiera excedido en<br />

sus fantasías. En Inglaterra, a veces Pietro utilizaba<br />

el nombre de su padre para hacer negocios en el anonimato.<br />

Sí, seguro que no era nada más que eso.<br />

–Puede que sea mi hermano –dijo, pensativo–.<br />

Ambos nacimos en Inglaterra.<br />

–¿Usted también trabaja para Leonate Europa?<br />

–No, aunque mi actividad está relacionada con la<br />

misma línea de productos electrónicos. Acabo de<br />

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venderles unos artículos y tuve que ir a la empresa a<br />

firmar algunos documentos. Jack y yo no nos vemos<br />

a menudo porque él viaja constantemente. Mire, hay<br />

una trattoria cerca de aquí. Necesito algún sustento<br />

después del susto que me ha dado. La invito.<br />

–Vamos allá.<br />

Cuando finalmente estuvieron instalados en una<br />

mesa con una pizza y un café, Luke prosiguió:<br />

–Nunca voy en coche a las oficinas de la empresa.<br />

El tráfico es tan denso que es más rápido ir a pie.<br />

¿Y cómo fue que salía del edificio?<br />

–Trabajo allí… Bueno, algo parecido. La verdad<br />

es que pertenezco a la empresa Curtis, que está en Inglaterra.<br />

–Y Leonate Europa se ha interesado por usted,<br />

¿no es así?<br />

–Supongo que sí. He venido a aprender cómo<br />

funciona la compañía, a practicar el idioma y todo lo<br />

que haga falta.<br />

–¿Fue idea de Jack?<br />

–En gran parte fue idea mía. Aunque creo que lo<br />

forcé un poco.<br />

–¿Usted forzó a un hombre como Jack? No es tan<br />

sencillo.<br />

Olympia asintió.<br />

–Yo quería venir a Nápoles. Se presentó una oportunidad<br />

y logré convencerlo.<br />

–¿Convencerlo? Me parece que no hablamos del<br />

mismo hombre. ¿Qué ocurre? –preguntó. Olympia<br />

miraba con curiosidad por encima del hombro de<br />

Luke, de espaldas a la calle. Él volvió la cabeza y


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vio a su madre, que le hacía señas desde la puerta–.<br />

¡Mamma! –exclamó mientras se acercaba a ella.<br />

La madre lo abrazó con entusiasmo.<br />

–He intentado llamarte, pero tenías el móvil apagado<br />

–le reprochó–. Y ahora preséntame a tu amiga.<br />

–Mamma, ésta es la señorita Olympia Lincoln.<br />

Señorita Lincoln, ésta es mi madre.<br />

Olympia miró a la recién llegada con admiración.<br />

Era una mujer entre cincuenta y sesenta años, de elegante<br />

figura y cutis muy bien cuidado. La dama le estrechó<br />

la mano con una sonrisa encantadora, aunque<br />

su aguda mirada era la de una madre con muchos hijos<br />

solteros. Y entonces su sonrisa se tornó más luminosa,<br />

seguramente complacida con lo que vio.<br />

–Mamma, quédate a tomar un café con nosotros.<br />

–No tengo tiempo. Debo regresar cuanto antes a<br />

terminar los preparativos para esta noche –explicó<br />

antes de volverse a Olympia–. Tenemos una reunión<br />

familiar en la villa y tienes que ir.<br />

–Gracias, pero si es una reunión familiar, me parece<br />

que no…<br />

–Desde luego que sí. Luke, quiero que la lleves<br />

esta noche –dijo mientras observaba la figura de la<br />

joven con admiración–. Habrá baile y estarás maravillosa<br />

con un traje largo en tono carmesí.<br />

Luke se tapó los ojos con las manos y Olympia<br />

miró a la mujer, sorprendida.<br />

–Nunca he pensado que ese color me siente bien.<br />

–Claro que te va bien. Debes llevarlo esta noche<br />

–dijo sonriendo antes de besar a Luke y marcharse<br />

apresuradamente.<br />

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–Mamma es un poco arrolladora, pero tiene buenas<br />

intenciones.<br />

–Sí, me acogió con mucha calidez.<br />

Luke suprimió de su mente el pensamiento de que<br />

en gran parte había sido porque Hope se preparaba<br />

para atrapar a Olympia en favor de su campaña para<br />

«captar futuras nueras». Así que se limitó a decir:<br />

–Entonces, irá, ¿verdad? ¿Aunque sea sólo por<br />

complacerla? Siempre se irrita si los hijos aparecemos<br />

por casa sin una novia. Nos acusa de frecuentar<br />

mujeres que un hombre cabal jamás llevaría a casa<br />

de su madre.<br />

–¿Y eso es cierto? –preguntó, divertida.<br />

Él se aclaró la garganta.<br />

–Es una larga historia. Ella dice que tiene razón y<br />

yo no suelo contradecirla. Todos los hermanos lo hacemos<br />

así. ¡Pero hace tantas preguntas...! Juro que es<br />

como estar sometido a un interrogatorio de la Inquisición.<br />

Así que estaré salvado si usted me acompaña<br />

a casa esta noche.<br />

–Sabe que no será así. Estoy segura de que le hará<br />

más preguntas que nunca.<br />

–¡Qué verdad más horrible! –gimió Luke.<br />

–Por lo general, las madres se especializan en hacer<br />

preguntas –comentó, solidaria–. De un modo u<br />

otro, siempre lo hacen.<br />

–Entonces vendrá, ¿verdad? Después de casi haber<br />

provocado mi muerte, es lo menos que puede hacer<br />

por mí.<br />

Olympia se echó a reír.<br />

–De acuerdo.


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Aquella velada sería mejor que pasar la noche<br />

sola preguntándose cuándo regresaría Jack. Había<br />

intentado llamarlo, pero su móvil estaba desconectado.<br />

Luke la llevó al Vallini y no pudo evitar un silbido<br />

de admiración al ver la fachada del lujoso hotel<br />

en el que ella se hospedaba.<br />

Olympia fue directamente a la tienda donde alquilaban<br />

trajes de etiqueta y descubrió que el que<br />

mejor le sentaba era justamente uno de raso carmesí.<br />

Lo alquiló junto con unas joyas de oro y luego compró<br />

unas sandalias doradas.<br />

Más tarde, una peluquera fue a su suite y le hizo<br />

un elegante peinado de noche.<br />

Luego intentó llamar a Jack, pero por tercera vez<br />

fue imposible comunicarse con él. Olympia frunció<br />

el ceño, asombrada por el extraño silencio. Deseaba<br />

de todo corazón que estuviera allí y viera su aspecto.<br />

La franca admiración de Luke fue como un bálsamo<br />

para su espíritu.<br />

–Tu madre tenía razón sobre el color, aunque no<br />

elegí el traje porque ella lo hubiera dicho, sino porque<br />

era el que mejor me sentaba. ¿Tu casa está muy lejos?<br />

–Justo en la cima de esta colina. La verás muy<br />

pronto.<br />

Como para darles la bienvenida, todas las luces<br />

de la villa estaban encendidas y resplandecían sobre<br />

los alrededores de la ciudad, la campiña, la bahía, incluso<br />

hasta el Vesubio.<br />

Cuando aparcaron en el gran patio de la mansión<br />

y bajaron del coche, se abrió la puerta y la madre salió<br />

a darles la bienvenida con los brazos abiertos.<br />

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–¡Mamma! –gritó Luke alegremente al tiempo<br />

que subía la escalinata con Olympia de la mano–. La<br />

he traído, como puedes ver.<br />

Tras saludar a la joven con efusión y besar a su<br />

hijo, los ojos de la signora se iluminaron al ver el<br />

traje carmesí.<br />

– Perfecto, querida, tal como supuse.<br />

–Aunque ella me dijo que la elección del traje de<br />

noche fue sólo una coincidencia –comentó Luke.<br />

–Desde luego que sí. Olympia, querida, bienvenida<br />

a casa. Ahora vas a conocer al resto de la familia.<br />

Mientras la joven entraba, Hope hizo un aparte<br />

con Luke.<br />

–Será una novia maravillosa.<br />

–Mamma, pero si ni siquiera la conoces.<br />

–Sé mucho de estas cosas. Tiene todo el aspecto<br />

de ser mi nuera.<br />

–¿De quién de nosotros? –preguntó, divertido.<br />

–De cualquiera que ella se digne elegir.<br />

–De ninguna manera. Es toda mía –replicó al instante.<br />

–Enhorabuena, hijo mío. Tu gusto está mejorando.<br />

Cuando llegaron al salón, Olympia se volvió a<br />

ella.<br />

–Señora Cayman…<br />

Hope se echó a reír.<br />

–Oh, lo siento, querida. Ya no soy la señora Cayman.<br />

Eso fue hace muchos años. Ahora soy la signora<br />

Rinucci.<br />

–¿Rinucci ha dicho?


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–Verás, es el apellido de Toni, mi esposo, y ésta<br />

es la Villa Rinucci.<br />

–Entonces… ¿conoce a Pietro Rinucci?<br />

–Es mi hijastro. Debería haber estado aquí esta<br />

noche, pero repentinamente tuvo que volver a Inglaterra.<br />

Aunque con seguridad tienes que conocerlo si<br />

trabajas para Leonate.<br />

–No, hasta ahora no ha sido posible por una razón<br />

u otra.<br />

–Espera un momento.<br />

Hope sacó de un mueble un grueso álbum y lo<br />

colocó sobre una mesita. Luego pasó las páginas<br />

hasta detenerse en una fotografía.<br />

–Éste es Pietro –anunció en tono triunfal.<br />

Con una sonrisa, Olympia bajó la vista a la foto.<br />

Y la sonrisa desapareció de sus labios.<br />

93


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CAPÍTULO8<br />

DURANTE largo tiempo Olympia fue incapaz<br />

de reaccionar. Lo que veían sus ojos era sencillamente<br />

imposible.<br />

–Pietro es hijo de mi primer marido, Jack Cayman.<br />

Su madre era de la familia de los Rinucci y él<br />

adoptó el apellido cuando vino a vivir a Nápoles<br />

–explicó Hope, pero Olympia apenas le prestaba<br />

atención.<br />

Así que ése era Pietro Rinucci. El hombre al que<br />

había revelado tontamente sus ambiciones y sus estrategias<br />

para lograr lo que se proponía. Había confiado<br />

en él y él había callado su propio secreto todo<br />

el tiempo.<br />

–Así que es él –dijo con los ojos clavados en la<br />

foto, sorprendida de su propia serenidad–. No, no lo<br />

conozco.<br />

Era necesario guardar la calma. Nadie debía sospechar<br />

que había recibido un fuerte impacto. Tenía<br />

que sonreír y acallar el torbellino de su corazón.<br />

Era cierto, nunca había conocido a ese hombre.<br />

El amigo afectuoso nunca había existido. Se había<br />

burlado de ella, incluso la había animado a confiar<br />

en él. Y ella había confiado como nunca antes lo ha-


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bía hecho en otra persona. Y sintió escalofríos recorrerle<br />

el cuerpo al recordar algunas cosas que le había<br />

confesado.<br />

Lo peor de todo era que había empezado a creer<br />

que podría enamorarse de él.<br />

Tenía que marcharse de allí, regresar a Inglaterra,<br />

dejar la empresa y refugiarse en un lugar donde no<br />

fuera posible volverlo a ver.<br />

Luke se acercó a ellas.<br />

–Mamma, todo el mundo pregunta por ti. Parece<br />

que hay crisis en la cocina –informó, y Hope se alejó<br />

apresuradamente–. Olympia, vamos a tomar una copa<br />

de champán y te presentaré a los invitados. ¿Te encuentras<br />

bien?<br />

–Sí, muy bien.<br />

Olympia lo siguió como una autómata pensando<br />

que la única culpable era ella, porque siempre había<br />

sabido que Pietro era un embustero. Desde el primer<br />

día, cuando fingió ser su secretario. Ése fue un aviso<br />

que debió haber escuchado. En cambio, ciegamente<br />

se había convencido a sí misma de que todo había<br />

sido una broma.<br />

Luke había visto la fotografía con el rabillo del<br />

ojo y le había dado tiempo a ver el horror reflejado<br />

en la cara de Olympia. Entonces comenzó a sospechar<br />

la verdad.<br />

«Así que el hermano Pietro ha sacado los pies del<br />

tiesto», pensó.<br />

Luke le presentó a Toni, a sus hermanos y a algunos<br />

familiares mayores que se encontraban de visita<br />

en la villa.<br />

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La calma glacial de Olympia no dejó de inquietarlo,<br />

acostumbrado a las manifestaciones vehementes<br />

tan propias de los napolitanos.<br />

–¿Quieres hablar? –preguntó con suavidad, en un<br />

aparte.<br />

–No hay nada de qué hablar.<br />

–Mi familia está encantada contigo, especialmente<br />

la Mamma.<br />

–Es una mujer maravillosa. Ha sido muy amable<br />

conmigo.<br />

Luke se alejó un momento porque alguien lo llamaba.<br />

Entonces, Olympia buscó a Hope con la mirada<br />

y la vio justo cuando Pietro entraba al salón.<br />

Tras respirar hondo, la joven volvió la cara con la<br />

esperanza de que no la hubiera visto. Necesitaba recuperar<br />

el control sobre sí misma para enfrentarse a<br />

él con serenidad.<br />

Se suponía que Pietro no debía estar allí. ¿Por<br />

qué no la había avisado de que volvería a Nápoles?<br />

–¡Lo has conseguido! Pensé que te quedarías un<br />

siglo en Londres –exclamó Hope mientras abrazaba<br />

a su hijo.<br />

–Logré solucionar las cosas con la rapidez de un<br />

relámpago. Lo único que deseaba era regresar cuanto<br />

antes.<br />

–Has llegado en un momento muy emocionante.<br />

Luke ha venido con una joven encantadora. Será una<br />

excelente esposa para él.<br />

–Eso tú ya lo sabes, ¿no es verdad? –comentó Pietro<br />

con una sonrisa–. O sea, que lo único que te falta<br />

es persuadirla.


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–Creo que lo voy a lograr.<br />

–¿Y qué quiere Luke? ¿Alguien le ha pedido su<br />

opinión?<br />

–Si hubieras oído cómo se refirió a ella y la manera<br />

en que dijo: «Ella es toda mía»... Será maravilloso<br />

verlo casado. Y luego tendré que ocuparme de<br />

ti. Quiero que encuentres una mujer tan perfecta para<br />

ti como esta joven es para Luke.<br />

–Bueno, puede que ya haya sucedido.<br />

–¿Es esa misteriosa mujer de la que has hablado<br />

mediante indirectas y que no te dignas presentar a la<br />

familia?<br />

–Mamma, hemos estado todo el tiempo en Inglaterra,<br />

pero prometo que te la traeré muy pronto.<br />

–¿Te has decidido?<br />

–Desde luego que sí.<br />

–¿Qué alboroto es éste? –preguntó Toni al ver<br />

que su mujer abrazaba a Pietro efusivamente.<br />

–Pietro se va a casar y Luke también.<br />

–Creí que Luke había conocido a la joven esta<br />

mañana. ¿No será un tanto prematuro?<br />

–¿Qué importa el tiempo cuando dos personas están<br />

hechas la una para la otra? Tal vez celebremos<br />

una boda doble.<br />

–¿Quieres calmarte, Mamma, por favor? –rogó<br />

Pietro–. Todavía no puedo pensar en casarme. Hay<br />

dificultades de tipo… práctico.<br />

–Ya veremos. Mientras tanto, ven a conocer a la<br />

joven.<br />

Pietro la siguió, feliz de estar en el lugar que tanto<br />

amaba y deseoso de haber llevado a Olympia. Ha-<br />

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98<br />

bía pensado continuamente en ella, incluso se las había<br />

ingeniado para llegar de sorpresa y decirle de inmediato<br />

toda la verdad. Pero en el hotel le informaron<br />

de que había salido y nadie sabía su paradero.<br />

Resignado, había ido a la fiesta para complacer a<br />

su madre, aunque con el pensamiento puesto en<br />

Olympia.<br />

Con una sonrisa, siguió a Hope a través del salón.<br />

Luke se encontraba conversando animadamente<br />

con una joven de cabellos negros, peinados con gran<br />

elegancia. Aunque estaba de espaldas a él, había<br />

algo terriblemente familiar en ella; pero no podía ser,<br />

claro que no.<br />

Entonces ella se volvió y en un segundo la pesadilla<br />

se hizo realidad.<br />

Como un sonámbulo, Pietro se acercó con los<br />

ojos clavados en su irónica sonrisa.<br />

–Olympia –murmuró.<br />

–¡Signore! –respondió ella, en un tono fríamente<br />

contenido.<br />

Hope la abrazó.<br />

–Querida, éste es Pietro, el hijo del que te acabo<br />

de hablar. No puedo creer que nunca os hayáis visto.<br />

–No, nunca antes había visto al signor Rinucci<br />

–replicó en un tono sedoso mientras extendía la mano.<br />

Cuando Pietro se la estrechó, los dedos de la joven<br />

le apretaron la mano con firmeza, como para advertirle<br />

que guardara silencio. Un gesto innecesario,<br />

porque nada en el mundo podría persuadir a Pietro<br />

de hacer un comentario sobre ese desastre.


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–Bueno, lo que importa es que ya os habéis conocido.<br />

Debo ir a atender a mis otros invitados. Vuelvo<br />

enseguida –dijo Hope antes de retirarse.<br />

Sin decir palabra, los dos se miraron fijamente.<br />

–Así que tú eres Pietro Rinucci –dijo ella finalmente,<br />

con una sonrisa.<br />

–Ciertas cosas… no son fáciles de explicar.<br />

–Es una gran sorpresa conocerte en estas circunstancias,<br />

aunque no se puede negar que tiene el encanto<br />

de lo inesperado, ¿no te parece?<br />

Olympia parecía perfectamente dueña de la situación<br />

y Pietro, alarmado, intentó recobrarse.<br />

–Es cierto.<br />

–¿Eso es todo lo que puedes decir? Qué extraño,<br />

porque te recuerdo como un brillante conversador.<br />

–Olympia, te ruego que no te precipites a sacar<br />

conclusiones.<br />

–Yo no he sacado esta conclusión. Saltó sobre mí<br />

y me dio un puñetazo en la mandíbula, aunque algunas<br />

cosas se aclaran de golpe cuando uno está impactado.<br />

¿No te parece?<br />

–Yo también estoy impactado, aunque debo decir<br />

que tu capacidad de recuperación es sorprendente<br />

–comentó, con ironía.<br />

–Es porque supe la verdad antes de tu llegada. Tu<br />

madre me dijo tu nombre mientras me enseñaba tu<br />

fotografía.<br />

–Personalmente, disfruto de lo inesperado –Pietro<br />

intentó expresarse en el mismo tono ligero que empleaba<br />

Olympia–. A veces uno se lleva gratas sorpresas.<br />

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–Y también algunos sobresaltos muy desagradables,<br />

por no hablar de hondas desilusiones.<br />

–¿No es demasiado pronto para juzgar?<br />

–No creo. Pienso que a veces es conveniente formular<br />

un juicio de inmediato. Eso lo descubrí hace<br />

años. Pensé que una experiencia como ésta ya era<br />

parte de mi pasado, pero veo que me equivoqué.<br />

–No me confundas con David, porque no soy como<br />

él.<br />

–Tienes razón. David era un canalla, aunque sincero<br />

a su manera. Al menos yo sabía su nombre.<br />

–Nunca tuve intención de hacerte daño. Por favor,<br />

créeme.<br />

–La cena está servida. Todo el mundo al comedor<br />

–anunció Hope.<br />

De inmediato, Luke apareció junto a ella y ambos<br />

se alejaron. Entonces Pietro recordó las palabras que<br />

Luke había dicho a su madre: «Es toda mía».<br />

El cruel destino dispuso que Hope le asignara un<br />

sitio frente a Olympia. Durante toda la cena tuvo que<br />

soportar la charla y las risas de ellos. ¿Cómo podía<br />

culpar el éxtasis de Luke cuando él mismo lo sentía?<br />

Nunca la había visto tan hermosa, aunque toda esa<br />

belleza no era para él.<br />

Tras la cena, comenzó el baile y todos los hombres<br />

se la disputaban, no sin antes pedir permiso a<br />

Luke con un ademán. Éste asentía con la cabeza y<br />

luego miraba a Olympia con ojos posesivos.<br />

–Gloriosa, ¿no es verdad? –comentó junto a Pietro.<br />

–¿Hace cuánto que la conoces?


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–Sólo desde esta mañana. Casi me atropelló con<br />

su coche. Y desde entonces no he logrado recuperarme.<br />

Es una dama que podría matarte de amor a la<br />

primera mirada.<br />

–No seas melodramático –replicó Pietro con acritud.<br />

–Había olvidado que eres el único hombre incapaz<br />

de comprender el amor a primera vista. La conociste<br />

en Inglaterra, ¿verdad? Cuéntame la historia.<br />

–No hay tal historia.<br />

–Qué extraño. Ella tampoco quiere hablar de ti.<br />

–Entonces no te metas donde no te llaman.<br />

–¿Por qué no la invitas a bailar? Cuentas con mi<br />

permiso.<br />

Tras lanzarle una mirada asesina, Pietro se acercó<br />

rápidamente a Olympia.<br />

–Bailemos.<br />

–Ya he prometido este baile.<br />

Pietro la contempló deslizarse al compás de la<br />

música en brazos de uno de sus tíos, un señor bastante<br />

mayor.<br />

Cuando la pieza hubo concluido, volvió a acercarse<br />

a ella.<br />

–Este sí que es mío –dijo al tiempo que le tomaba<br />

la mano.<br />

–No me apetece bailar –dijo ella tratando inútilmente<br />

de retirar la mano.<br />

Pietro le rodeó la cintura con tanta firmeza que<br />

Olympia no tuvo más alternativa que bailar con él.<br />

–¿Quién demonios eres tú para comportarte como<br />

un déspota? –disparó, furiosa.


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Pietro esbozó una sonrisa lobuna.<br />

–Soy Pietro Rinucci. Un hombre que describiste<br />

como implacable y adicto al poder. Un hombre al<br />

que una mujer resuelta decidió someter y utilizar<br />

para sus propios fines.<br />

–Nunca dije eso.<br />

–Dijiste muchas cosas con el mismo significado.<br />

¿Entonces por qué te sorprendes si me muestro tal<br />

como me describiste?<br />

–De acuerdo, diviértete mientras puedas. Mañana<br />

tomaré el primer avión de vuelta a casa.<br />

–Me parece que no podrá ser. No olvides que tienes<br />

un contrato con Leonate.<br />

–Nunca firmé un contrato.<br />

–Pero firmaste uno con Curtis que expira en el<br />

plazo de un año. Curtis pertenece ahora a la firma<br />

Leonate, lo que significa que estarás a mi disposición<br />

durante el próximo año. Lo que suceda ahora<br />

depende de mí. Te advierto que si te marchas no podrás<br />

trabajar en ninguna otra empresa. Te sorprendería<br />

saber hasta dónde pueden llegar mis tentáculos.<br />

Dime, ¿no es ésa la forma de actuar de un hombre<br />

implacable y adicto al poder?<br />

–Exactamente como había imaginado. Y ahora<br />

déjame marchar.<br />

–No hasta que entres en razón –dijo con aspereza–.<br />

Admito que no me he portado bien, pero no lo<br />

planifiqué. Casi todo ocurrió por accidente.<br />

–No me digas –se mofó Olympia.<br />

–Las cosas se me fueron de las manos, y cuando<br />

te calmes, te explicaré…


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–No vas a explicar nada, porque no quiero escucharte.<br />

Y ahora, suéltame.<br />

–Olympia, por favor.<br />

–He dicho que me dejes ir.<br />

Luke observaba a Olympia y a su hermano con<br />

sentimientos encontrados. La joven le había causado<br />

un fuerte impacto aunque la acabara de conocer. Y<br />

deseaba conocerla mejor. Incluso las esperanzas de<br />

su madre no le parecían tan disparatadas.<br />

¡Y había tenido que ocurrir ese encuentro entre<br />

Pietro y Olympia!<br />

Porque no podía engañarse a sí mismo. En el rostro<br />

de su hermano había visto emociones que jamás<br />

hubiera creído posibles.<br />

Luke no les quitaba ojo de encima, vigilando cada<br />

gesto de la pareja.<br />

Al ver que Olympia se libraba con gran esfuerzo<br />

de los brazos de Pietro, se acercó rápidamente.<br />

–¿Por qué no nos vamos? Seguro que la Mamma<br />

nos dispensará –dijo al tiempo que hacía una señal<br />

de despedida a su madre.<br />

Hope, radiante, le envió un beso con la mano.<br />

–Olympia, no puedes marcharte así –intervino Pietro,<br />

ciego de ira.<br />

–¿Y quién lo dice? ¿Te atreves a darme órdenes?<br />

¿Sólo porque me has tenido bailando a tu son piensas<br />

que siempre será así? Se acabó. Busca a tu próxima<br />

víctima y ahora apártate de mi camino.<br />

Por un segundo, Olympia pensó que Pietro se iba<br />

a negar, pero repentinamente se calmó y la miró desolado.


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–Vete, entonces.<br />

Ella se apresuró a salir del brazo de Luke.<br />

Media hora más tarde estaban sentados en un pequeño<br />

restaurante junto al mar. Luke pidió espaguetis<br />

con almejas y no le permitió hablar hasta que los<br />

hubiera probado.<br />

–Gracias. Ahora me siento mucho mejor –comentó<br />

Olympia, con un suspiro de placer.<br />

–Me sentiré recompensado si me cuentas toda la<br />

historia. ¿Qué hizo el bastardo de mi hermano? Porque<br />

tú lo conocías, ¿no es así? –preguntó con suavidad.<br />

–Sí, nos conocimos en Inglaterra.<br />

–¿Y no te dijo que era Pietro Rinucci?<br />

–No, se presentó como Jack Cayman. Ahora sé<br />

que es el nombre de su padre y que es italiano por<br />

parte de madre. Tu madre me lo contó.<br />

–A veces utiliza el apellido Cayman en sus negocios…<br />

–Esta vez no se trataba de negocios.<br />

Luke no la presionó más y, gradualmente, ella comenzó<br />

a hablar. No le contó detalles, pero Luke sabía<br />

interpretar los silencios.<br />

Cuando ella hubo concluido, se quedó atónito.<br />

Su hermano, ejemplo de sensatez y de una absoluta<br />

y aburrida probidad, no sólo había llevado una<br />

doble vida sino que además se las había arreglado<br />

para vivir una relación clandestina con su propia<br />

amante. Porque, ¿de qué otra manera podría describirse<br />

esa insólita situación?<br />

De hecho, Pietro se había comportado vergonzosamente.<br />

¡Luke se sintió orgulloso de él!


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–Y ahora todo lo que deseo es regresar a Inglaterra<br />

y no verlo nunca más en la vida –dijo ella amargamente–.<br />

Sin embargo, he firmado un contrato y él<br />

dice que me obligará a cumplirlo.<br />

–Desde luego que no te irás a casa –dijo Luke de<br />

inmediato–. Te quedarás aquí y harás que se arrepienta<br />

por lo que hizo.<br />

–Tienes razón.<br />

–Vas a vengarte de él y yo te ayudaré.<br />

Ella le sonrió.<br />

–¿Y cómo?<br />

–Ya te lo diré.


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CAPÍTULO9<br />

PIETRO se quedó en la fiesta tanto como pudo soportar,<br />

en parte por su madre y en parte por temor<br />

a lo que podría hacer si iba tras Luke y Olympia.<br />

Cuando al fin se marchó, condujo por la ciudad<br />

con el ánimo desolado hasta que finalmente su paseo<br />

acabó en el hotel Vallini, donde había querido ir desde<br />

el principio.<br />

Antes de entrar, vio que las luces de la suite todavía<br />

estaban encendidas, por tanto Olympia no había<br />

cumplido la amenaza de marcharse.<br />

El joven de recepción lo reconoció de inmediato.<br />

–Voy a avisar a la señorita Lincoln –dijo mientras<br />

alcanzaba el teléfono.<br />

–No lo haga. Quiero darle una sorpresa –dijo<br />

mientras le ponía un billete en la mano.<br />

–Gracias, signore.<br />

Olympia tardó en abrir. Al verlo, su cara se descompuso.<br />

Con un rápido movimiento, Pietro logró<br />

entrar antes de que le cerrara la puerta en las narices.<br />

–Vete de aquí.<br />

–Antes hemos de hablar.<br />

–Ya lo hicimos. Se acabó.<br />

–No me dejaste explicar nada.


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–Te permití decir todo lo que me interesaba oír.<br />

–Olympia, las cosas sucedieron inesperadamente<br />

y no pude controlarlas.<br />

–¿Que no pudiste controlarlas? ¿Tú? ¿El gran Pietro<br />

Rinucci que mueve un dedo y la gente corre a obedecerle?<br />

–¡Basta ya! Creaste un maniquí y te inventaste un<br />

montón de historias sobre él. Pero ése no soy yo.<br />

Nunca lo he sido.<br />

–¿Por qué no me detuviste?<br />

–Porque me divertía –dijo imprudentemente.<br />

–Así que te divertiste tomándome el pelo, ¿no?<br />

–No, no quise decir eso. Verás, yo…<br />

Tenía que haber palabras para expresar la dulzura<br />

que había sentido esos días junto a ella, la sensación<br />

mágica de un milagro largamente esperado, el miedo<br />

que se apoderaba de él cada vez que había querido<br />

decirle la verdad y arriesgarlo todo.<br />

Sí, había palabras para expresar todo eso pero,<br />

¿cómo encontrarlas?<br />

–¿Y bien?<br />

–Nunca quise que sucediera esto –fue lo único<br />

que supo decir.<br />

–¿Y cuándo pensabas decirme la verdad? ¿O no<br />

lo pensabas?<br />

–Desde luego que sí, aunque era muy duro para<br />

mí. Sabía que me ibas a interpretar mal.<br />

–¿Cómo se podría malinterpretar a un hombre<br />

que bajo un nombre falso tiende trampas a una mujer<br />

para burlarse de ella? Los hombres lo hacen diariamente<br />

y las mujeres lo soportan.


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–¿Y qué me dices de lo que hacen las mujeres todos<br />

los días? Tú proyectabas reírte de Rinucci.<br />

Cuando se presentara en la empresa pensabas embaucarlo.<br />

Lo tenías preparado hasta el último detalle,<br />

empezando por batir las pestañas. Incluso me reclutaste<br />

para que te proporcionara «información confidencial»,<br />

según tus propias palabras, con el objeto<br />

de debilitar sus defensas. Puedo haber actuado mal,<br />

aunque eso no es nada comparado con el modo en<br />

que pensabas ridiculizarlo… ¡Demonios!... quiero<br />

decir ridiculizarme.<br />

–¿Ridiculizar a Jack Cayman o a Pietro Rinucci?<br />

Ni siquiera sabes a cuál de los dos te refieres<br />

–Es verdad –contesto, con ironía.<br />

–Entonces puedes imaginar cómo me sentí al descubrir<br />

la verdad casualmente.<br />

–¿Cómo podía saberlo? Ignoraba que irías a casa<br />

de mi madre.<br />

–No lo habría hecho si hubiera sabido que volvías<br />

a Nápoles. Ni siquiera me llamaste.<br />

–Quería darte un a sorpresa.<br />

–¡Vaya si me la diste!<br />

–Olympia, sé que obré mal, pero no lo hice con el<br />

propósito de burlarme de ti.<br />

–No lo creería ni en un millón de años, así que no<br />

intentes convencerme –dijo con rabia. Había cambiado<br />

su elegante traje carmesí por unos pantalones<br />

y suéter y se había quitado el maquillaje. A pesar de<br />

su ira, fue su sufrimiento lo que más impresionó a<br />

Pietro. Estaba pálida y demacrada, aunque muy hermosa.<br />

Anhelaba abrazarla, pero sabía que no era el


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109<br />

momento oportuno–. Ahora pienso en todas las cosas<br />

que dije; yo confié en ti –comentó con amargura<br />

mientras se paseaba de arriba abajo.<br />

La injusticia de sus palabras volvió a irritar a Pietro.<br />

–Sí, confiaste en mí con una narración pormenorizada<br />

de los métodos desaprensivos que una mujer<br />

utiliza para someter a un hombre. Me convertiste en<br />

un cómplice conspirador y conmigo mismo como<br />

víctima propiciatoria. No sé por quién sentir más<br />

pena, si por ti o por mí.<br />

–Te advertí que no era una buena persona. Debiste<br />

haberme creído.<br />

–¡Claro que te creí! –gritó–. ¿Cómo podría no haberte<br />

creído cuando recibía constantes demostraciones<br />

de ello? Estás furiosa porque enseñaste tus armas<br />

al hombre equivocado y ahora resulta que nos<br />

mataste a ambos.<br />

–No te aflijas. No pienso utilizar mis armas contigo.<br />

–¡Pero si ya lo has hecho! Y al diablo conmigo y<br />

mis sentimientos. ¿Alguna vez pensaste en tu verdadera<br />

víctima? Imagina por un segundo que me hubiera<br />

enamorado de ti.<br />

–Seamos sinceros. No corrías peligro de que eso<br />

sucediera.<br />

–Afortunadamente estoy a salvo de tu modo de ser<br />

despiadado, manipulador, calculador, elige lo que<br />

quieras. Sí, estoy protegido, pero tú no lo sabías. Si me<br />

hubiera enamorado de ti, no te habría importado nada,<br />

¿verdad? Me habrías contado entre las bajas de una


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110<br />

guerra, sólo que no era mi guerra. ¡Mujer sin corazón!<br />

–gritó. Olympia lo miró, desesperada–. No olvido que<br />

hace poco llegaste a estremecerte entre mis brazos.<br />

–¿Y lo hice muy bien, no? –replicó con calma.<br />

–¿Quieres decir que todo fue una actuación?<br />

–¿Estás seguro de que no lo fue?<br />

–Olympia, no hagas esto. Te lo ruego, por el bien<br />

de lo nuestro.<br />

–¿Realmente imaginas que puede haber algo entre<br />

nosotros después de lo ocurrido?<br />

–Sé que parece una locura, pero ha sido porque<br />

ambos nos hemos inventado una personalidad pensando<br />

que así éramos en realidad. Pero si pudiéramos<br />

ser nosotros mismos…<br />

Ambos permanecieron en silencio, sin saber qué<br />

decir. Pietro miró alrededor y de pronto vio una maleta<br />

a medio llenar en el sofá y varias prendas colocadas<br />

en el respaldo.<br />

–Estás haciendo tu equipaje.<br />

–Sí, me marcho esta noche.<br />

–Te dije que no puedes volver a Inglaterra.<br />

–Lo sé. He decidido quedarme y aceptar el puesto<br />

que me ofrece Leonate. Pero me voy a un lugar<br />

donde no puedas encontrarme.<br />

–No existe ese lugar. Te encontraré.<br />

–No hace falta. Mañana iré a trabajar. Ya es hora<br />

de que conozca a mis colegas, al señor Leonate y al<br />

señor Rinucci. Estoy ansiosa por conocerlo, siempre<br />

y cuando sepas cuál es tu verdadera identidad.<br />

–¡Basta ya! ¿Es que todo el tiempo me lo vas a<br />

echar en cara?


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111<br />

–Es tu problema, considerando que eres el autor<br />

de todo este lío.<br />

–Eso es discutible. Dijiste muchas cosas antes de<br />

comprobar siquiera superficialmente quién era yo<br />

verdaderamente. Una profesional tan astuta, como<br />

intentaste hacerme creer que eras, no habría hecho<br />

eso. Debería dudar de tus habilidades. Aunque no de<br />

tus habilidades para seducir a un hombre, porque<br />

esas las conocemos y…<br />

El bofetón que Olympia le propinó en la mejilla a<br />

ambos los dejó petrificados. Además de la ira y la<br />

amargura, Pietro percibió la angustia y cierto temor<br />

en sus ojos. Y su propia ira se esfumó al instante. Incluso<br />

en un momento como ése, descubrió que no<br />

podía soportar verla sufrir.<br />

–Con esto quedamos igualados –dijo suavemente<br />

mientras se frotaba la mejilla–. ¿Podemos borrar este<br />

triste episodio? –murmuró, inclinándose hacia su<br />

boca–. No más peleas. El asunto está acabado –añadió.<br />

Mientras se besaban apasionadamente, Olympia<br />

pensó que tendría que demostrarle que se equivocaba,<br />

pero lo haría cuando volviera a recuperar sus<br />

fuerzas. Sin embargo, mientras la boca de Pietro se<br />

movía con urgencia sobre la suya y su propio cuerpo<br />

se enardecía, sintió que las fuerzas le fallaban.<br />

–El pasado ha quedado atrás. Ahora el futuro es<br />

lo que importa. Abrázame fuerte –murmuró Pietro<br />

contra sus labios.<br />

Y Olympia le rodeó el cuello con los brazos. En<br />

ese momento no pensó en nada, sino en el deseo de<br />

entregarse a él, de pertenecerle por completo.


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112<br />

Sólo cuando oyó que Pietro se disponía a abrir la<br />

puerta del dormitorio, Olympia volvió a la realidad.<br />

–Espera… –le pidió.<br />

Pietro la tomó en brazos.<br />

–¿No hemos esperado demasiado?<br />

–Pero hay algo que debo… No entiendes…<br />

–Yo sólo entiendo esto –dijo antes de volver a besarla–.<br />

¿Qué más hay que comprender? –preguntó al<br />

tiempo que abría la puerta y se acercaba a la inmensa<br />

cama, tan absorto en su pasión que tardó un instante<br />

en darse cuenta de que, tendido sobre el lecho,<br />

había un hombre con las manos tras la cabeza y una<br />

sonrisa burlona.<br />

–Hola –dijo Luke.<br />

–Debiste haberme avisado, Olympia; aunque si<br />

hubiera sido más astuto habría esperado algo como<br />

esto –dijo sin mirarla.<br />

–¿Quieres soltarme, por favor? –pidió ella, muy<br />

inquieta.<br />

Todavía impactado por la sorpresa, la dejó caer<br />

sobre la cama.<br />

–No hace falta tirar a la dama como si fuera un<br />

bulto –observó Luke, en tono burlón.<br />

–¡Qué espectáculo! Debí haberlo adivinado –dijo<br />

Pietro con calma.<br />

–¿Cómo te atreves a pensar algo semejante? Luke<br />

sólo ha venido a ayudarme a salir de este lugar.<br />

–Desde luego que sí, aunque todo el tiempo te ha<br />

esperado en el dormitorio. ¿Qué quieres que piense<br />

entonces?<br />

–¿No ves que está completamente vestido?


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113<br />

–Sí, y escondido en tu habitación –replicó Pietro.<br />

El hecho de que Luke hubiese oído toda la discusión<br />

lo sacaba de quicio.<br />

–Normalmente es aquí donde se suele preparar<br />

un equipaje –Luke señaló otra maleta abierta–. Me<br />

he dedicado a sacar y llevar ropa como una doncella<br />

de cámara.<br />

–¿Y como doncella de cámara también la has ayudado<br />

a desvestirse?<br />

–¡Callaos los dos! –intervino Olympia como una<br />

fiera y luego se volvió a Pietro–. Tú no eres mi dueño<br />

y no me das órdenes, excepto en el trabajo.<br />

–Donde te espero mañana. Y sé puntual.<br />

Luke saltó de la cama.<br />

–Tiene razón, será mejor que nos marchemos.<br />

Olympia, te espero en la sala.<br />

–No hace falta. Esta maleta ya está hecha –dijo<br />

ella mientras la cerraba.<br />

Sin decir palabra, Pietro no le quitaba el ojo de<br />

encima.<br />

–¿Quieres decirme dónde piensas hospedarte? ¿O<br />

no debo preguntar? –preguntó, finalmente.<br />

–En el apartamento de Luke.<br />

–Entonces sal de mi vista y no me vuelvas a hablar<br />

–vociferó–. ¡Vete ya!<br />

A la mañana siguiente, Luke la llevó a Leonate<br />

Europa y le presentó a Enrico Leonate, un rollizo<br />

hombre de mediana edad que la recibió con los brazos<br />

abiertos.


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114<br />

–Pietro me ha hablado mucho de usted.<br />

–Espero que le haya dicho que mi italiano es muy<br />

elemental.<br />

–Pero la señorita Lincoln aprende con mucha facilidad<br />

–dijo una voz detrás de ella.<br />

–Entra, Pietro. Luke me acaba de presentar a la<br />

señorita Lincoln.<br />

–Llámeme Olympia.<br />

–Entonces tú me llamarás Enrico. Pietro, es tan<br />

encantadora como la describiste.<br />

–No creo haberme expresado exactamente en esos<br />

términos. Dije que era formal, metódica, centrada, inteligente<br />

y especialmente dotada para persuadir a la<br />

gente.<br />

–No crea todo lo que el señor Rinucci dice de mí<br />

–observó Olympia con ligereza–. El suyo es un punto<br />

de vista muy parcial.<br />

–Desde luego que a tu favor. Te vio trabajar en<br />

Londres.<br />

–Yo también aprendí mucho de él. Es un maestro<br />

en el arte de la manipulación.<br />

–Ésa es su parte italiana. Tú también aprenderás<br />

con el tiempo.<br />

Luke contemplaba la escena junto a la ventana,<br />

con los ojos brillantes de malicia.<br />

–Me marcho, Olympia. Llámame cuando quieras<br />

que pase a recogerte –dijo de pronto.<br />

–Muchas gracias, Luke. Adiós.<br />

–Sí, adiós –repitió Pietro.<br />

Luke guiñó un ojo a Olympia cuando se dirigía a<br />

la puerta.


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115<br />

–Pietro, deberías enseñar a Olympia el imperio<br />

Leonate –propuso Enrico.<br />

–Lo siento, Enrico, no será posible. Tengo un<br />

montón de trabajo por delante. ¿Por qué no se lo pides<br />

a la signora Pattino?<br />

–Como quieras. Bueno, al menos enséñale su despacho.<br />

–Hazlo tú. Yo debo marcharme. Signorina, bienvenida<br />

a la empresa. Espero que se encuentre bien<br />

entre nosotros –dijo en tono neutro antes de irse.<br />

–Parece que está muy ocupado –comentó Leonate,<br />

con una mirada de extrañeza–. Bueno, quiero que<br />

conozcas a la signora Pattino, mi secretaria personal.<br />

Iremos a comer con ella.<br />

La secretaria resultó ser una amable mujer de mediana<br />

edad. Mientras almorzaban, aseguró a Olympia<br />

que estaría encantada de ser su guía en los próximos<br />

días.<br />

La signora Pattino le enseñó las oficinas de la<br />

sede. En todas partes el personal la recibió como una<br />

persona muy valiosa para la empresa, aunque no sabían<br />

nada de ella, salvo lo que Pietro había contado.<br />

Más tarde, Olympia pensó que todas las alabanzas<br />

de Pietro ya eran cosa del pasado. Esa mañana<br />

había demostrado una cruel ironía que traducía sus<br />

verdaderos sentimientos hacia ella.


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CAPÍTULO10<br />

CUANDO Pietro bajaba al aparcamiento en<br />

busca de su vehículo, vio que su hermano se<br />

acercaba en un ostentoso coche nuevo.<br />

Luke salió del vehículo y lo saludó alegremente.<br />

–¿Me está esperando?<br />

–No he visto a la señorita Lincoln en toda la tarde,<br />

así que no sabría decírtelo –contestó Pietro, en<br />

tono glacial.<br />

–De repente todo se ha vuelto muy formal. Bueno,<br />

es lo que mereces. ¿Nadie te ha dicho que normalmente<br />

uno se presenta a una mujer con su verdadero<br />

nombre desde el principio? Te diré que es una<br />

costumbre que las pone de buen humor.<br />

–¿Te lo ha dicho ella?<br />

–No fue necesario. En la fiesta de anoche quedó<br />

muy claro lo que habías hecho.<br />

–Y supongo que aprovechaste la ocasión para jugarme<br />

una mala pasada. Lo estabas esperando.<br />

–No me culpes, porque soy inocente.<br />

–¿Entonces debo pensar que ella se encontraba<br />

en la villa por casualidad?<br />

–Desde luego. ¡No seas idiota! Tarde o temprano<br />

tenía que suceder. No debiste haberla dejado sola.


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117<br />

–Pensaba estar fuera sólo un día, pero las cosas<br />

se complicaron en Londres –replicó, con los dientes<br />

apretados.<br />

–Siempre sucede. Me pregunto qué fue del hombre<br />

que lo planeaba todo hasta el último detalle, sin<br />

dejar nada al azar.<br />

–Disfrutas con esto, ¿verdad?<br />

–El asunto tiene su encanto. Te servirá de lección<br />

por hacer el tonto, tú que eres tan chapado a la<br />

antigua. Aunque anoche te liberaste. Nunca habría<br />

esperado que un hombre como tú llevara a una<br />

dama en brazos a la cama. Siento haberte estropeado<br />

la fiesta.<br />

En un instante, Luke se vio contra la pared con la<br />

mano de su hermano en la garganta.<br />

–Una palabra más y no seré responsable de mis<br />

actos.<br />

–Oye, cálmate. Está bien, dejémoslo –murmuró y<br />

Pietro retiró la mano–. Otro aspecto de ti que no me<br />

esperaba –añadió mientras se frotaba la garganta.<br />

–Te lo advierto, Luke. Ella no es para ti,<br />

–¿No es ella quien tiene que decidirlo?<br />

–Aléjate de Olympia.<br />

–No será fácil ya que vivimos juntos.<br />

–No te engañes. Se fue contigo sólo para vengarse<br />

de mí. Tú no le interesas.<br />

–Estás muy seguro, ¿no es así? –replicó Luke mirándolo<br />

desafiante.<br />

–Vete al infierno.<br />

–Iré a cualquier parte si puedo llevarla conmigo.<br />

Vaya, ahí viene.


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118<br />

Luke se adelantó a saludar a Olympia con un<br />

beso en la mejilla, gesto que Pietro no vio porque en<br />

ese momento entraba en su coche. En breves instantes,<br />

salió del aparcamiento.<br />

Mientras Luke conducía a casa, de pronto se volvió<br />

a Olympia.<br />

–¿Te hizo pasar un mal rato, como pedir explicaciones<br />

y cosas por el estilo?<br />

–En absoluto. En toda la tarde apenas me dirigió<br />

la palabra.<br />

–Muy bien. No le des ninguna explicación. Lo<br />

que haces no es asunto suyo.<br />

–Lo sé, pero es como si lo engañara.<br />

–No es un engaño. Sólo se trata de despistarlo.<br />

Seamos sinceros, así es cómo os habéis comunicado<br />

hasta ahora.<br />

–No deja de ser cierto –repuso ella, con una risa<br />

irónica.<br />

Luke vivía en un bloque de apartamentos recién<br />

construido en la periferia, al sur de Nápoles.<br />

En el piso, todo era moderno y reluciente. Había<br />

dos dormitorios con camas dobles y grandes armarios.<br />

La amplia cocina estaba equipada con todo tipo<br />

de electrodomésticos de última generación.<br />

Cuando Olympia colgaba su ropa en el armario,<br />

Luke llamó a la puerta del dormitorio.<br />

–Te espera una taza de té.<br />

–Gracias –dijo con verdadero agrado–. Me ofrecería<br />

a preparar la cena, pero confieso que no sé manejarme<br />

en tu cocina –comentó mientras tomaban la<br />

infusión.


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119<br />

–Déjalo para otra ocasión. Por lo que veo tienes<br />

mucho que leer –dijo mientras señalaba un montón<br />

de documentos que ella había llevado de la oficina.<br />

–Voy a tener que emplearme a fondo porque todo<br />

está en italiano y, como sabes, aún estoy aprendiendo.<br />

–Si necesitas ayuda, no tienes más que pedírmela.<br />

Luke se puso a cocinar, negándose a que ella lo<br />

ayudara, y tampoco permitió que lavara los platos<br />

tras la excelente cena.<br />

Tras varias horas dedicadas a la revisión de archivos<br />

y con la ayuda de Luke en la traducción de términos<br />

difíciles, Olympia empezó a sentir que todo<br />

era más fácil.<br />

Por la noche, acabó su estudio con una extraña<br />

sensación de contento y seguridad. Luke le preparó<br />

una taza de chocolate y luego se despidió en la puerta<br />

de la habitación de la joven.<br />

Tras dos días de ausencia, Pietro se presentó en<br />

su despacho sin avisar.<br />

–¿Preparando las cosas para marcharte? –preguntó<br />

al ver que Olympia ordenaba su mesa de trabajo.<br />

–Sí, la señora Pattino y yo saldremos mañana.<br />

Me hace mucha ilusión este viaje –intentó responder<br />

con normalidad.<br />

No quería que él notara cómo la afectaba su presencia.<br />

–Enrico me ha dicho que ya te desenvuelves muy<br />

bien.


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120<br />

–Se ha formado una buena opinión de mí. Y eso<br />

te lo debo a ti.<br />

–Me limité a decirle lo que pensaba. Tienes un<br />

considerable talento ejecutivo.<br />

–¿Lo hiciste a pesar de tu odio?<br />

–No te odio, Olympia, y espero que tú tampoco.<br />

Hiciste lo que debías y yo tendría que haberlo comprendido.<br />

Nos habría ahorrado muchos sufrimientos<br />

–dijo con pesadumbre.<br />

Un dolor que a ella le llegó al corazón. Pero él no<br />

quería su corazón. Aún se mantenía obstinadamente<br />

inflexible.<br />

–¿Te refieres a Luke?<br />

–Ahora ya no importa, aunque debiste haberme<br />

advertido que estaba en tu dormitorio.<br />

–Le pedí que desapareciera de la vista mientras<br />

yo te despedía. Pensé que tardaría diez segundos.<br />

–Pero no lo hiciste.<br />

–Me enfadé contigo y olvidé a Luke por completo.<br />

Aunque te aseguro que sólo me ayudaba a hacer<br />

las maletas.<br />

–¿Y también te ayudó a desvestirte?<br />

–Verás, era un traje alquilado y tenía que devolverlo.<br />

Entonces me puse ropa cómoda, como pudiste<br />

ver –explicó con los brazos cruzados sobre el pecho<br />

y una mirada desafiante–. Con un suéter y pantalones<br />

no se puede seducir a nadie. Y ahora me voy.<br />

Pietro la detuvo con una mano en el brazo.<br />

–Quiero que sepas que no fue mi intención arrojarte<br />

sobre la cama. Fue un accidente.<br />

Ella rió sin convicción.


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–Lo sé. No eres un cavernícola. Por lo demás, ya<br />

pasó. Asunto terminado.<br />

–Sí, asunto terminado, como dices. Aunque preferiría<br />

que no vivieras con Luke.<br />

–He pensado en cambiarme de piso; pero tal vez<br />

más tarde, cuando conozca mejor la ciudad.<br />

–Tengo amigos en el sector inmobiliario y...<br />

–Pietro, déjalo. No puedes organizar mi vida.<br />

–Tienes razón. Pietro Rinucci a veces sabe cuándo<br />

tiene que admitir su derrota. Adiós, signorina Lincoln.<br />

Mucho éxito en tu carrera.<br />

Tras un leve y desanimado toque de sus labios en<br />

la mejilla de la joven, Pietro se marchó.<br />

La signora Pattino y Olympia fueron a visitar las<br />

fábricas de Leonate Europa en el sur de Italia. Desde<br />

que se conocieron habían simpatizado de inmediato<br />

y esos días se llevaron muy bien. La secretaria quedó<br />

impresionada ante la eficacia profesional que<br />

Olympia demostró durante la semana que duró el<br />

viaje.<br />

La joven pensó que pronto tendría todo lo que<br />

había deseado, aunque deseaba algo más. Y lo había<br />

perdido.<br />

Sin embargo, su ánimo mejoró en el trayecto de<br />

vuelta a Nápoles. No podía olvidar el último encuentro<br />

y la tristeza que había percibido en Pietro, a pesar<br />

de su actitud distante.<br />

Trabajaban en el mismo edificio. Tendría innumerables<br />

oportunidades de hablar con él y tras la


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122<br />

conversación, al fin podrían comprenderse y perdonarse<br />

mutuamente. Aún había un futuro para ellos.<br />

Cuando llegaron a Nápoles, Olympia se sentía<br />

casi feliz y llena de confianza en sí misma.<br />

Enrico la recibió con júbilo.<br />

–He recibido informes estupendos sobre ti. Todo<br />

el mundo opina que eres maravillosa –dijo en italiano.<br />

–Todos fueron muy amables conmigo –contestó<br />

en el mismo idioma.<br />

–Pietro tenía razón al hablar tan bien de ti. Si pudiera<br />

estar aquí para presenciar tu triunfo... Se lo<br />

diré la próxima vez que lo llame a Inglaterra.<br />

–¿Inglaterra?<br />

–Sí, tuvo que regresar apresuradamente porque<br />

Cedric dice que no puede seguir al mando de la empresa.<br />

Quedó muy afectado a causa del desfalco de<br />

Banyon. Así que Pietro tendrá que hacerse cargo de la<br />

firma hasta que encuentre un sustituto a tiempo completo.<br />

Me temo que tendrá que permanecer un buen<br />

tiempo en Londres.<br />

Olympia a menudo pensaba que Pietro se sorprendería<br />

si la viera en casa con Luke, que la trataba<br />

como un buen hermano.<br />

A veces solía llevarla a la villa a cenar con la familia.<br />

Hope le prodigaba una tierna consideración,<br />

en gran parte con el propósito del estimular el romance<br />

con su hijo. Olympia se sentía ligeramente incómoda,<br />

aunque Luke parecía imperturbable.


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123<br />

Una noche, mientras cenaban en la villa, sonó el<br />

teléfono y Hope atendió la llamada. A pesar de la rapidez<br />

con que hablaba, Olympia supo que era Pietro<br />

y que no regresaría pronto.<br />

Hope colgó el teléfono con un suspiro.<br />

–Me gusta tener a los hijos conmigo. Sé que soy<br />

poco razonable porque ya son mayores, pero las madres<br />

somos así. Aunque tal vez sea mejor que ahora<br />

Pietro y Luke se mantengan separados por un tiempo.<br />

–¿Por qué ahora? –Olympia intentó no demostrar<br />

demasiada curiosidad.<br />

–No es fácil de explicar. Se han pasado la vida<br />

peleando por una u otra razón. Hay algo en ellos<br />

mismos que tiende a enervarlos.<br />

Conmocionada, Olympia constató que Hope todavía<br />

ignoraba la razón de la querella entre los hermanos.<br />

Todavía pensaba que Pietro y ella se habían<br />

conocido en la fiesta.<br />

–¿Era Pietro? –preguntó Luke desde la puerta.<br />

–Sí, está bien y envía saludos a todo el mundo.<br />

–¿Incluso a mí?<br />

–Incluso a ti –respondió Hope, con firmeza.<br />

–Seguro que es un saludo venenoso.<br />

–¡Déjalo ya! –ordenó Hope, con repentina dureza–.<br />

Pase lo que pase entre vosotros, todavía es tu<br />

hermano.<br />

–Lo siento, Mamma –dijo tímidamente antes de<br />

abrazarla–. No es nada. Tú sabes que siempre reñimos<br />

por cualquier cosa.<br />

–Pero esta vez va en serio. Lo sé. ¿Por qué no me<br />

lo cuentas?


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–Porque no tiene importancia. Vamos, tú nos conoces<br />

bien. Si no reñimos no somos felices, Mamma.<br />

Esa noche no volvieron a mencionar a Pietro,<br />

aunque Olympia no dejó de pensar en él, y al parecer<br />

Luke tampoco, porque cuando conducía de vuelta a<br />

casa comenzó a hablar de su hermano.<br />

–Es un hombre contradictorio –comentó pensativamente–.<br />

Es capaz de sentir algo con todo su ser<br />

mientras actúa exactamente en la dirección opuesta.<br />

–Muchas personas lo hacen, ¿no te parece?<br />

–Sí, pero él llega a los extremos. Tal vez sea el resultado<br />

de no saber bien si es italiano o inglés. Sólo<br />

hay que ver cómo se comportó respecto a nuestro<br />

hermano Justin.<br />

–¿Quién es Justin exactamente? –preguntó con<br />

curiosidad–. He oído algo sobre él, pero nunca una<br />

información completa. Es como un fantasma.<br />

–Durante años fue un tema tabú en la familia. Todos<br />

sabíamos que la Mamma tenía otro hijo, aunque<br />

ignorábamos qué había sido de él. Cuando tenía<br />

quince años se quedó embarazada. Sus padres hicieron<br />

algo imperdonable, seguramente desesperados<br />

ante el escándalo de una hija que sería madre soltera.<br />

–¿Qué hicieron?<br />

–Dieron al bebé en adopción y le dijeron que su<br />

hijo había nacido muerto.<br />

–¡Dios mío! –exclamó Olympia, conmocionada.<br />

La Mamma nunca superó la pérdida de su bebé.<br />

Más tarde se casó con Jack Cayman y se convirtió<br />

en la madrastra de Pietro, que no recordaba a su madre<br />

biológica, así que adoraba a Hope. Cuando me


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adoptaron, lo pasó muy mal porque yo competía con<br />

él por la atención de mamá. Y desde entonces, siempre<br />

hemos reñido. Cuando Hope descubrió que su<br />

hijo no había muerto, desesperadamente intentó encontrarlo,<br />

pero era demasiado tarde. Lo habían adoptado.<br />

Su matrimonio no duró mucho. Cuando se divorció<br />

me llevó consigo, pero Pietro era hijo legítimo<br />

de Jack, así que no pudo pedir su custodia.<br />

–Pobre niño, debe de haberse sentido abandonado<br />

–murmuró Olympia.<br />

–Así fue. Cuando Jack falleció, la familia italiana<br />

de Pietro, por parte de madre, lo trajo al país y Hope<br />

volvió a hacerse cargo de él. Desde que se casó con<br />

Toni Rinucci, tío de Pietro, todos hemos formado<br />

una gran familia.<br />

–Eso me ha parecido.<br />

–Aunque la Mamma nunca olvidó a su primer<br />

hijo –prosiguió, en tono reflexivo–. Y Pietro se propuso<br />

buscarlo. Después de largos años de complicadas<br />

pesquisas, al fin lo encontró. Pero lo más extraño<br />

es que siempre sintió celos de Justin por haberlo desplazado<br />

como hijo mayor. Sin embargo, lo hizo por<br />

su madre. Te diré que tardó quince largos años, y<br />

cuando le dieron una pista fiable viajó a Inglaterra.<br />

Tras convencerse de que Justin era el hijo de Hope,<br />

lo trajo a Nápoles.<br />

–¡Lo que hizo fue maravilloso! –comentó Olympia,<br />

conmovida.<br />

–Sí, fue maravilloso. Pero mi hermano a veces<br />

me desconcierta. Es demasiado seguro de sí mismo y<br />

muy obstinado, pero de pronto hace algo que me


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obliga a preguntarme si yo podría ser tan generoso<br />

como él.<br />

De inmediato, Olympia recordó las bondadosas<br />

palabras de Pietro a Cedric en su afán por calmarlo.<br />

Y luego no vaciló en regresar a Londres para estar<br />

con él.<br />

–Quince años –murmuró–. Tiene que haber sido<br />

muy joven cuando empezó a buscar a su hermano.<br />

–Es verdad. Quince años de búsqueda activa, de<br />

observación y paciente espera. Ése es Pietro. Un tipo<br />

que se toma su tiempo.<br />

Las palabras de Luke arrojaron una nueva luz sobre<br />

la conducta de Pietro en Inglaterra. Un hombre<br />

dedicado a observar y esperar, moviéndose lentamente<br />

hacia su objetivo, oculto en las sombras mientras<br />

ella se burlaba de otro hombre. Y ese hombre<br />

era él mismo.<br />

Olympia deseó haberlo conocido en otras circunstancias.<br />

¡Qué diferentes habrían sido las cosas!<br />

La vida con Luke era armoniosa y apacible. Era<br />

un hombre que sabía escuchar. Pronto se enteró de la<br />

vida de Olympia. Ella le habló de su relación con<br />

Pietro, las circunstancias en que lo había conocido,<br />

el episodio del coche y otras anécdotas.<br />

–Me parece que contigo al volante ningún miembro<br />

de la familia está a salvo –comentó divertido.<br />

Olympia también se refirió a sus padres, ya mayores.<br />

–¿Han estado alguna vez en Nápoles?


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–Nunca. Una vez los llevé a París y eso es todo lo<br />

que conocen del extranjero.<br />

–Verás –dijo Luke, de pronto–. Voy a marcharme<br />

de la ciudad unos días, ¿Por qué no los invitas? Podrían<br />

disponer de mi habitación.<br />

–¿Lo dices en serio?<br />

–Claro que sí. Se merecen unas buenas vacaciones.<br />

Olympia compró los pasajes y, tres días después,<br />

fue a buscarlos al aeropuerto.<br />

Fue un emotivo encuentro, lleno de alegría.<br />

Tiempo después, Olympia comentaría a Luke que<br />

sus padres se comportaron «como un par de niños<br />

que van al mar por primera vez».<br />

La joven pasó ese fin de semana enseñándoles la<br />

ciudad, un poco más cálida a principios de mayo.<br />

Cuando tuvo que volver a la empresa, sus padres<br />

ya podían manejarse sin su ayuda; incluso hicieron<br />

una gira de un día a las ruinas de Pompeya.<br />

Uno de esos días, Enrico los invitó a cenar y todos<br />

disfrutaron con sus divertidas historias escandalosas.<br />

De vuelta a casa, encontraron a Luke dormido en<br />

el sofá.<br />

–He regresado pronto –explicó al tiempo que se<br />

sentaba en el sofá frotándose los ojos–. Mis negocios<br />

concluyeron antes de lo previsto, y además quería<br />

conocer a nuestros invitados.<br />

Luego compartieron una pizza tardía con un<br />

vaso de vino, y cuando la velada hubo finalizado, ya<br />

eran buenos amigos. Más tarde, se produjo un mo-


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mento incómodo cuando Luke dijo que dormiría en<br />

el sofá.<br />

–No hace falta –intervino Angela, ansiosa por demostrar<br />

su tolerancia–. Quiero decir que no es necesario<br />

que modifiquéis vuestra vida habitual porque<br />

nosotros estemos aquí.<br />

–Angela, vamos a dormir –dijo Harold cubriéndose<br />

los ojos con las manos.<br />

Cuando los padres se marcharon, Luke la miró<br />

con júbilo.<br />

–Parece que tu madre me ha dado permiso para…<br />

–Sí, ya lo sé, ya lo sé –replicó ella con ironía–.<br />

Gracias por ser tan amable con ellos. Y ahora me<br />

voy a dormir.<br />

–¿Estás segura de que no quieres que te acompañe?<br />

–Luke, te advierto…<br />

–Está bien. No perdía nada con intentarlo –dijo<br />

con un suspiro melancólico–. De vuelta al sofá.<br />

–Buenas noches –se despidió Olympia entre risas.<br />

–Buenas noches.


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CAPÍTULO11<br />

ALA HORA del desayuno, Luke llamó a su<br />

madre para decirle que todos irían a cenar a<br />

la villa esa noche.<br />

Al ver que sus padres intercambiaban una mirada,<br />

Olympia comprendió que era otra vuelta de tuerca<br />

a su supuesta relación amorosa con Luke.<br />

Su familia y ella fueron los invitados de honor<br />

esa noche. Cuando llegaron a la villa, todos los Rinucci<br />

los esperaban en la escalinata de entrada.<br />

–Mira quién ha venido –dijo Hope a Olympia con<br />

entusiasmo–. Tú ya lo sabías, ¿verdad?<br />

–No, ignoraba que Pietro hubiera regresado –respondió<br />

la joven, casi sin aliento.<br />

–Aún no me he comunicado con Enrico –explicó<br />

Pietro al tiempo que le estrechaba la mano–. Cuando<br />

llamé a casa, la Mamma me informó que esta noche<br />

teníamos invitados de honor, así que no podía<br />

faltar.<br />

–Desde luego –murmuró Olympia, impactada por<br />

su calidez y magnetismo.<br />

Tras seis semanas de ausencia, Olympia notó que<br />

Pietro había cambiado. Llevaba el pelo hacia atrás,<br />

lo que le hacía parecer mayor y más severo. Estaba


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130<br />

más delgado y había sombras bajo sus ojos, , que estaban<br />

más oscuros y brillantes que nunca.<br />

Pietro saludó a Harold y Angela con exquisita<br />

cortesía, aunque con una ligera reserva.<br />

–No me gusta tanto como su hermano –Angela<br />

cuchicheó a su hija, en un aparte.<br />

Mientras Hope los llevaba a tomar una copa de<br />

vino, Pietro vio a Luke detrás de Olympia.<br />

–Permitidme felicitaros por vuestro compromiso.<br />

Y aprovecho la ocasión para presentaros a la signorina<br />

Galina Mantini –añadió antes de que Olympia<br />

pudiera protestar.<br />

Con el rabillo del ojo, Olympia distinguió a una<br />

joven que se acercaba a ellos. Era la criatura más<br />

sorprendentemente encantadora que jamás hubiera<br />

visto. Parecía tener dieciocho años, una larga cabellera<br />

rubia y una tez aterciopelada. Con una mirada<br />

de adoración, la joven puso la mano en el brazo de<br />

Pietro, con gesto posesivo.<br />

–Galina, éstos son mi hermano Luke y Olympia,<br />

su novia.<br />

–Buon giorno –saludó Galina con una voz cautivadora.<br />

Con gran esfuerzo, Olympia devolvió el saludo,<br />

muy controlada en el exterior y furiosamente herida<br />

en su fuero interno.<br />

De pronto, su tristeza de las últimas semanas le<br />

pareció una burla. Había creído que los sentimientos<br />

de Pietro eran tan profundos como los suyos, cuando<br />

en realidad para él había sido una fantasía pasajera.<br />

En ese momento, Angela se acercó a ellos.


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–¡Qué hombre más fascinante es el abuelo Rinucci!<br />

¿Sabíais que presenció la gran erupción del Vesubio?<br />

–Fue en 1942 –intervino Luke con una sonrisa–,<br />

poco después de la liberación de Italia. Dice que<br />

desde entonces el volcán le habla personalmente.<br />

Afirma que cuando alguien miente, lanza un penacho<br />

de humo. He oído la historia cientos de veces<br />

–añadió entre risas.<br />

–Angela y Harold, os estamos muy agradecidos.<br />

Hace mucho tiempo que nuestro viejo padre no disfrutaba<br />

de un público renovado –observó Toni, que<br />

escuchaba la conversación no lejos de ellos.<br />

–Eres muy afortunada –Angela comentó más tarde<br />

a Hope–. Tantos hijos y todos tan apuestos.<br />

–Mi pena es no haber tenido una hija. Me habría<br />

gustado una como la tuya. Aunque tal vez pronto podamos<br />

compartirla –repuso Hope en tono conspirador.<br />

Angela asintió de buen grado–. Los hijos varones<br />

son un problema. Tengo seis. ¿Y cuántos han<br />

traído a su chica a la fiesta de la madre? Sólo dos.<br />

Su mirada sonriente se posó sobre Luke y Olympia,<br />

y luego sobre Pietro y Galina.<br />

Cuando todos se sentaron a la gran mesa del comedor,<br />

Olympia contempló a sus padres en animada<br />

charla con el anciano abuelo y luego sus ojos se detuvieron<br />

en Pietro y Galina, que parecían absortos el<br />

uno en el otro. «O tal vez absorto en el generoso escote<br />

de esa belleza», pensó con amargura.<br />

–¿Y cuándo vuelven por aquí para celebrar la boda?<br />

–preguntó el abuelo Rinucci a Angela en voz alta.<br />

–¿Qué boda? –inquirió ella ansiosamente.


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132<br />

–Cualquiera. La de Pietro y Galina o la de Luke y<br />

Olympia.<br />

–No cuenten conmigo –protestó Olympia, con<br />

firmeza–. Estoy dedicada a mi carrera a tiempo completo.<br />

Y de hecho, no creo en el amor.<br />

–Querida, no hables así –rogó su madre.<br />

–El amor es una trampa para incautos –declaró<br />

rotundamente.<br />

Antes de que alguien pudiera replicar, a lo lejos se<br />

produjo un ruido sordo. Todos los ojos se volvieron a<br />

las ventanas. Cuando el ruido se volvió a repetir, los<br />

invitados se pusieron de pie y salieron a la terraza.<br />

Del Vesubio se desprendía un delgado penacho de<br />

humo que se elevó por el aire y luego desapareció.<br />

–¿Va a entrar en erupción? –preguntó Angela, alterada.<br />

–No, este fenómeno se produce a menudo –la<br />

tranquilizó Hope–. No significa nada.<br />

–Sí que significa algo. Quiere decir que alguien<br />

ha dicho una mentira piadosa –sentenció el abuelo<br />

mientras sus ojos se detenían en Olympia–. O tal vez<br />

no tan piadosa.<br />

–Puede que esa persona hablara muy en serio<br />

–Olympia intentó tomar a la risa el incidente.<br />

En ese mismo instante, el Vesubio gruñó desde<br />

sus entrañas y lanzó otro penacho de humo.<br />

Todo el mundo se echó a reír con la mirada puesta<br />

en Olympia.<br />

La cena casi había concluido y nadie volvió a la<br />

mesa. Al ver tan contentos a sus padres, Olympia se<br />

relajó un poco.


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133<br />

–¿Quieres que vuelva a llenar tu copa? –preguntó<br />

Pietro, que apareció repentinamente junto a ella.<br />

–No, ya es suficiente, gracias.<br />

Pietro se la quitó de las manos y la dejó a un lado.<br />

–Tienes muy buen aspecto.<br />

–Y tú también. ¿Te quedarás definitivamente?<br />

–No, unos días solamente. Tengo que regresar a<br />

Londres para poner en marcha la nueva organización<br />

de la empresa.<br />

–¿Cómo está Cedric?<br />

–Disfrutando de su jubilación. La noche de su última<br />

jornada laboral nos fuimos de juerga.<br />

–¿De juerga tú?<br />

–Solía hacerlo cuando era más joven.<br />

–Me cuesta imaginarlo en un hombre tan metódico<br />

y organizado.<br />

Pietro dejó escapar una breve risa desanimada.<br />

–Acabas de describir a mi hermano, no a mí. Luke<br />

es el que suele planificarlo todo según su conveniencia.<br />

–No he detectado ese rasgo en él.<br />

–No, porque contigo es diferente, se lo concedo.<br />

Pero si cometes el error de casarte con mi hermano,<br />

no tardarás en descubrirlo.<br />

–Entonces sois muy parecidos. Por eso será que<br />

siempre estáis enfrentados.<br />

–No soy tan malo como piensas.<br />

–Permíteme una pregunta: ¿cómo lograste que Cedric<br />

guardara silencio respecto a tu verdadera identidad?<br />

¿No habrás doblado el importe de su jubilación?<br />

–No tanto como eso –respondió, a su pesar.


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–Así que lo sobornaste. Mira, tú sólo tienes dos<br />

formas de tratar a las personas. O los engañas, o los<br />

sobornas. ¿Por qué no intentas acercarte a la gente<br />

con honestidad? ¿O no sabes cómo hacerlo?<br />

–Olympia, por favor.<br />

–De acuerdo. He terminado. No se hable más del<br />

asunto.<br />

–¿Para cuándo es el anuncio de tu compromiso<br />

con mi hermano? Por eso tus padres han venido a<br />

Nápoles, ¿no es así?<br />

–No, fue por casualidad. Luke me sugirió que los<br />

invitara a pasar unos días.<br />

–Como un buen futuro yerno. Ellos lo quieren mucho.<br />

Tu madre me habló de lo maravilloso que es y tu<br />

padre anhela que llegue el día de acompañarte al altar.<br />

–¿Y tú escuchaste lo que dije en la cena?<br />

–Sí, y también el Vesubio. Ya sabes lo que piensa<br />

el viejo volcán.<br />

–No me digas que eres supersticioso.<br />

–No puedes vivir aquí si no lo eres. El Vesubio<br />

piensa que mientes.<br />

–Ya es suficiente –dijo furiosa, antes de alejarse.<br />

Los invitados se habían reunido en pequeños grupos<br />

a tomar café.<br />

Cuando Olympia se acercó a ella, Hope hablaba<br />

de su hijo Justin.<br />

–Pronto empezarán las vacaciones y tal vez Justin<br />

venga con mi nieto. Entonces los conocerás –dijo<br />

a la joven con una sonrisa.<br />

–Será un placer para mí. Pienso que vuestro encuentro<br />

fue maravilloso.


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135<br />

–Se lo debo a Pietro. Él me devolvió a mi hijo<br />

–declaró con una mirada de amor a su hijo que se<br />

había acercado a ella.<br />

–No, Mamma. Justin también te buscaba. Tarde o<br />

temprano él mismo te habría encontrado.<br />

–¿Hay alguna esperanza de ver a Evie otra vez?<br />

–preguntó Luke, junto a Olympia.<br />

–Me temo que no –respondió Hope con tristeza<br />

antes de volverse a Olympia–. Justin vino a conocerme<br />

acompañado de Evie. Ella lo había ayudado mucho<br />

y era innegable que se amaban, pero parece que<br />

han roto.<br />

–Tal vez no se amaran –opinó Toni, que se había<br />

acercado a su esposa.<br />

–¿Por qué dices eso? –intervino Olympia, impulsivamente–.<br />

A veces las personas se separan, aunque<br />

se quieran. Eso no significa que no haya amor entre<br />

ellos, sino que se sienten incapaces de encontrar el<br />

camino que los una.<br />

Hope la miró con interés y, aunque no podía verlo,<br />

notó a Pietro alerta a sus palabras.<br />

–Creo que tienes razón –convino Hope–. Sé que<br />

Justin es un hombre difícil. Él mismo lo admite. No<br />

sería un marido fácil para ninguna mujer, pero no me<br />

cabe duda de que Evie podría haber sido la esposa<br />

adecuada para él. Si sólo…<br />

–Si alguien pudiera mediar entre ellos –dijo Olympia–,<br />

conversar con cada uno por separado y luego hacerles<br />

hablar entre sí...<br />

–Tal vez… –murmuró Hope, pensativa–. Pero entonces<br />

mi familia diría que soy una entrometida.


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136<br />

–Pues que lo hagan –replicó Olympia–. A veces<br />

algunos dicen que yo lo soy, aunque eso nunca ha logrado<br />

arredrarme.<br />

Todos se echaron a reír y Hope le dio unos golpecitos<br />

en la mano.<br />

–Ya sabía yo que tenía que haber una razón por la<br />

que me gustaras tanto –declaró en tono triunfal.<br />

Al anochecer, Olympia buscó refugio en una esquina<br />

de la terraza, desde donde podía contemplar el Vesubio<br />

al otro lado de la bahía. Sintió que era un alivio<br />

alejarse de la animada charla de los invitados y, recogida<br />

en sí misma, entregarse a sus confusos pensamientos.<br />

El rostro de Pietro no abandonaba su mente.<br />

–¡Qué agradable es salir al aire fresco! –exclamó<br />

Hope al otro extremo de la terraza sin notar la presencia<br />

de Olympia.<br />

La joven iba a decirle algo, cuando oyó la voz de<br />

Pietro.<br />

–Sí. Siéntate un momento, Mamma. Pareces cansada.<br />

–No lo niego, aunque ha sido una velada maravillosa.<br />

Galina y Olympia son tan hermosas... Me pregunto<br />

cuándo...<br />

–Volveremos a ver a Justin –la interrumpió Pietro<br />

rápidamente.<br />

–Eso también.<br />

–¿Estás pensando en lo que dijo Olympia?<br />

–Desde luego que sí. Estoy tentada a creer que tenía<br />

razón, porque así podría intervenir sin dudarlo.<br />

Aunque supongo que mi hijo tan sensato me aconsejaría<br />

que fuera prudente.


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137<br />

–Te equivocas, Mamma. También creo que Olympia<br />

tiene razón.<br />

–¿Tú estás de acuerdo con Olympia? Pensé que<br />

no te gustaba, especialmente porque Luke y ella están<br />

enamorados.<br />

–Te equivocas –replicó con firmeza–. Olympia<br />

no me disgusta, incluso pienso que sería una esposa<br />

admirable para Luke. Aunque ella también es una<br />

mujer prudente que ha aprendido duras lecciones sobre<br />

el amor.<br />

–Hablas como si la conocieras bien.<br />

–La conozco más de lo que piensas. Esta noche te<br />

habló a través de la sabiduría y del dolor. Deberías<br />

escucharla. Si Evie y Justin están hechos el uno para<br />

el otro, deberíamos hacer lo posible por ayudarlos a<br />

superar sus problemas.<br />

–¿Y tú lo dices?<br />

–¿Te sorprende?<br />

–Un poco. Aunque fuiste tú el que encontró a<br />

Justin, no creo que lo quieras como un hermano.<br />

–Eso no importa. Ahora sé lo que significa encontrar<br />

a la persona ideal y luego perderla a causa de<br />

la propia estupidez, y porque no había nadie que los<br />

ayudara a encontrarse otra vez. No se lo deseo a nadie.<br />

Ni a Justin ni a Luke.<br />

–¿Ni a ti? –preguntó Hope suavemente.<br />

Pietro rió con brusquedad.<br />

–Yo sé cuidar de mí mismo. En cambio, Justin se<br />

siente confuso. Olympia ha dicho la verdad. Deberías<br />

ayudar a tu hijo.<br />

–¿Y tú? ¿Estás confuso?


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–No, Mamma, he dejado de estarlo. Está refrescando<br />

mucho. Será mejor que entremos.<br />

Olympia permaneció sentada en silencio hasta<br />

que se hubieron marchado. De pronto, sintió las mejillas<br />

húmedas, aunque no recordaba cuándo había<br />

empezado a llorar.<br />

Enrico Leonate organizó un baile para todos «los<br />

notables» como él los llamaba. Entre sus invitados<br />

se contaba la mayoría de los miembros del Consejo<br />

de Nápoles, antiguas familias napolitanas y muchos<br />

de sus colaboradores. También logró persuadir a los<br />

padres de Olympia de que postergaran unos días su<br />

vuelta a Inglaterra y asistieran a la fiesta.<br />

Aquella noche, Angela y Harold, junto a Luke y<br />

Olympia, se dirigieron a uno de los palazzos donde<br />

Leonate había alquilado el salón de baile.<br />

Era una gran ocasión. La familia Rinucci en pleno<br />

se encontraba allí; entre ellos, Francesco con una<br />

joven que Hope no dejaba de observar con ojos esperanzados<br />

y Pietro, que escoltaba a la joven Galina,<br />

que parecía una modelo con su traje blanco de seda.<br />

Olympia también estaba muy elegante con su traje<br />

de seda azul, aunque nunca se le habría ocurrido<br />

competir con la deliciosa Galina.<br />

Enrico se mostró exultante cuando hizo un aparte<br />

con Pietro y Olympia.<br />

–Será una velada maravillosa que culminará cuando<br />

abráis el baile con un vals.<br />

–Realmente no es necesario –dijo Olympia.


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–Sí que lo es. Estamos celebrando la fusión de las<br />

dos empresas, el comienzo de una convivencia pacífica,<br />

fructífera…<br />

–Solamente son dos empresas, no dos reinos –señaló<br />

Olympia–. Hay que guardar las proporciones,<br />

Enrico.<br />

–Estoy de acuerdo con ella –convino Pietro, con<br />

los dientes apretados–. Será mejor que te olvides de<br />

la idea.<br />

–¿Qué tontería es ésta? Os ordeno que bailéis juntos<br />

–explotó.<br />

Con el propósito de calmarlo, Pietro y Olympia<br />

accedieron al instante y abrieron el baile.<br />

–Lo siento –rezongó Pietro.<br />

–No te preocupes. Empiezo a conocer a Enrico.<br />

No le hace daño a nadie. Sólo tenemos que sonreír,<br />

ser amables y luego marcharnos cada cual por su<br />

lado.<br />

–¿Te das cuenta de que suena muy melancólico?<br />

–Los nuevos caminos siempre conducen a un sitio<br />

diferente –dijo ella.<br />

–¿Y si no fuera ése el sitio donde queremos ir?<br />

–No olvides que tienes a Galina esperando en tu<br />

camino. Probablemente te llevará a algún lugar interesante.<br />

–Calla –dijo con suavidad–. No digas eso, ¿me<br />

oyes?<br />

–¿Por qué no?<br />

–Hablas como si te hubiera traicionado. Aunque<br />

si tú nombras a Galina, yo puedo nombrar a Luke.<br />

Dime que no estás enamorada de él.


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140<br />

–¿No te dije una vez que nunca me volvería a<br />

enamorar de hombres inadecuados?<br />

–Bruja –dijo con amargura–. Strega.<br />

–Sí, deberías tener cuidado conmigo.<br />

La boca de Pietro estaba muy cerca de la suya, de<br />

modo que podía sentir el susurro de su respiración<br />

en los labios. El placer que sintió fue tan dulce e intenso<br />

que creyó que iba a desfallecer. Anhelaba con<br />

tanta intensidad que la besara que nada le importaba<br />

en ese instante. El deseo le hizo olvidar la prudencia<br />

hasta el extremo de decidir que ella lo besaría primero.<br />

Lo haría en cualquier momento, y el mundo podría<br />

pensar lo que quisiera.<br />

Y en ese instante, el vals llegó a su fin.<br />

En medio de los aplausos de los invitados, Pietro<br />

la condujo donde se encontraba Luke y, con una ligera<br />

inclinación de cabeza en señal de saludo, fue a<br />

reunirse con Galina.<br />

Y a la mañana siguiente, cada uno tomó su propio<br />

camino.


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CAPÍTULO12<br />

OLYMPIA se despidió de sus padres en el aeropuerto.<br />

–Han sido unos días maravillosos, cariño, y<br />

será un placer asistir a tu boda. Luke es un encanto,<br />

pero no permitas que el otro se interponga entre vosotros.<br />

–¿El otro?<br />

–Pietro, el que siempre os riñe. Debes estar alerta<br />

porque intentará impedir tu boda con Luke.<br />

–Tendré cuidado, mamá. Pero no esperéis una<br />

boda. Las cosas no siempre son lo que parecen.<br />

–No digas tonterías, cariño. He visto cómo te<br />

mira. Adiós.<br />

Tres días después, llegaron alegres noticias desde<br />

Inglaterra.<br />

–¡La Mamma lo ha conseguido! –anunció Luke,<br />

en tono triunfal–. No me preguntes cómo, pero ha<br />

hecho entrar en razón a Justin y a Evie y la boda se<br />

celebrará el próximo mes, aquí en Nápoles.<br />

Olympia pasó una tarde con Hope, completamente<br />

entregadas a planificar la boda.


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142<br />

Justin, su hijo Mark y Evie llegarían a la villa dos<br />

días antes de la ceremonia.<br />

–Sé que no es normal que los novios salgan de la<br />

misma casa, pero ellos no tienen nada en Nápoles.<br />

Además, así puedo mantenerlos vigilados en la villa.<br />

–Para que no se te escapen, ¿eh? –bromeó Olympia,<br />

y ambas se echaron a reír.<br />

Toni y Pietro, que había vuelto de Inglaterra, fueron<br />

con Olympia a recogerlos al aeropuerto.<br />

Olympia de inmediato quedó prendada del ingenio<br />

de Evie, de su inteligencia y buen humor. Justin<br />

era un hombre interesante, aparentemente áspero,<br />

aunque parecía muy unido a Evie. Sus ojos la seguían<br />

por todas partes cuando se apartaba de él.<br />

Después de Hope, Mark era el más interesado en<br />

que la boda se realizara cuanto antes.<br />

–Se parece un poco a Pietro cuando me casé con<br />

Jack Cayman, su padre –comentó Hope–. Deseaba<br />

con tanto anhelo tener una madre que nunca olvidaré<br />

su sonrisa cuando finalmente me tuvo junto él.<br />

«Aunque tras la partida de Hope, después del divorcio,<br />

se sintió abandonado. Y hasta ahora, nunca<br />

ha sido un hombre completamente seguro de sí mismo»,<br />

pensó Olympia, convencida de que las tristes<br />

experiencias de la infancia habían modelado el carácter<br />

de Pietro.<br />

Bajo la aparente confianza en sí mismo, había un<br />

ser que continuamente buscaba algo que no podía<br />

encontrar. Y casi lo mismo sucedía con Justin, cuya<br />

vida se había construido sobre una confusión aún<br />

mayor.


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143<br />

Separado de su madre siendo un recién nacido, y<br />

más tarde rechazado por sus padres y enviado a una<br />

casa de acogida, Justin había alcanzado la madurez<br />

lleno de ira, amargura e indiferencia hacia los demás.<br />

Y pese a todas las dificultades, se había labrado<br />

un futuro brillante. En la actualidad era un hombre<br />

rico, dueño de una importante empresa.<br />

Pero sus heridas no habían cicatrizado y por ello<br />

había rechazado a Evie, que lo amaba verdaderamente.<br />

Por su propio bien, según dijo. Gracias a la<br />

intervención de Hope, se habían vuelto a encontrar<br />

y en ese momento toda la familia les deseaba felicidad.<br />

Como prueba de su agradecimiento, Justin había<br />

elegido a Pietro como padrino de boda. Toni llevaría<br />

a Evie ante el altar porque ella no tenía familiares.<br />

El día anterior al evento, llegaron los padres de<br />

Olympia invitados por Hope, que no perdía las esperanzas<br />

de otra alianza.<br />

La mañana de la ceremonia, la familia Rinucci al<br />

completo se reunió en la villa.<br />

Como siempre, Galina estaba impresionante con<br />

un traje de gasa celeste, muy recatado para la iglesia,<br />

pero que no dejaba la menor duda sobre su gloriosa<br />

figura.<br />

El traje de lino de color miel que ante el espejo a<br />

Olympia le había parecido tan elegante, en ese momento<br />

le pareció apagado. De hecho, se dijo que parecía<br />

una mujer mayor comparada con la vibrante juventud<br />

de Galina.


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144<br />

Acompañado de la joven, Pietro se acercó a Olympia.<br />

La luz del sol hizo brillar una cadena de oro con<br />

gruesos eslabones que Galina lucía en el cuello.<br />

–¿No es preciosa? –comentó cuando Olympia admiró<br />

la joya.<br />

–¿Te la regaló Pietro? –preguntó Luke.<br />

Galina se limitó a sonreír. Un regalo tan valioso<br />

no podía ser otra cosa más que una declaración de<br />

intenciones, pensó Olympia.<br />

Hope apareció junto a ellos.<br />

–Es hora de que el novio se marche a la iglesia<br />

con sus acompañantes. El coche os espera –dijo en<br />

tono apremiante.<br />

Pietro se hizo cargo de Justin, mortalmente pálido.<br />

Y en unos cuantos minutos, los hermanos y Galina<br />

se alejaron rumbo a la iglesia.<br />

Más tarde, todos los invitados quedaron en silencio<br />

cuando apareció la novia.<br />

Evie había elegido un sencillo traje de color marfil,<br />

adornado con un velo corto sujeto con pequeñas<br />

flores. Estaba hermosa, tranquila y segura de sí misma.<br />

De hecho, una mujer como Evie era lo que más<br />

necesitaba Justin, el hombre que ella amaba.<br />

Hope lo sabía porque la abrazó de un modo muy<br />

maternal antes de poner una de sus manos en la de<br />

su esposo.<br />

–Toni, tú la llevarás al altar, y entonces será nuestra<br />

hija.<br />

«Ninguna novia podría haber recibido una acogida<br />

mejor», pensó Olympia mientras se dirigía con<br />

Luke a uno de los coches.


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145<br />

En ese momento, supo que no podía casarse con<br />

Luke a pesar de lo que pensaran los demás. Había<br />

llegado la hora de marcharse. Había que poner distancia<br />

entre la familia Rinucci y ella. De ese modo,<br />

no tendría que ver a Pietro con Galina. De pronto,<br />

recordó que no podría dejar de verlo diariamente<br />

puesto que trabajaba con él. Tendría que regresar a<br />

Inglaterra y buscar otro empleo.<br />

Eso significaría tener que comenzar de nuevo.<br />

«No es nuevo para mí. Puedo volver a hacerlo», pensó<br />

con decisión.<br />

La ceremonia fue impresionante, pero lo que más<br />

impactó fue el momento en que los novios pronunciaron<br />

sus votos de amor.<br />

Entonces la música del órgano invadió el recinto<br />

de la iglesia y los novios avanzaron lentamente por<br />

la nave hasta salir al atrio, donde los esperaba el fotógrafo.<br />

Había que hacer muchas fotos de distintas combinaciones<br />

familiares. Nadie podía quedar fuera, así<br />

que Olympia se vio amablemente empujada a posar<br />

para muchas fotografías mientras pensaba que no tenía<br />

derecho a estar allí.<br />

Luego llegó el momento de la recepción y los<br />

discursos.<br />

Mark a menudo tenía que ayudar a su padre a salvar<br />

las dificultades del idioma.<br />

–Papá todavía no se maneja bien en italiano, así<br />

que yo seré su intérprete.<br />

Y llegó el momento en que los novios tuvieron<br />

que abrir el baile.


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Apoyada contra una pared y con una copa de<br />

champán en la mano, Olympia contemplaba a los<br />

novios, que se deslizaban armoniosamente por la<br />

pista.<br />

En ese momento, Pietro se acercó a ella.<br />

–¿Haciendo planes?<br />

–¡Cállate! –replicó, abandonando todo tacto.<br />

–¿Cuánto tiempo piensas mantenernos en la incertidumbre<br />

mientras postergas el anuncio de tu boda?<br />

Pronto serás mi cuñada, o lo serías, si me decido a reconocer<br />

al inglés como mi hermano.<br />

Olympia se enfrentó a él, con la mirada fija en<br />

sus ojos.<br />

–Pietro, ¿quieres dejar de decir tonterías? No me<br />

voy a casar con Luke –replicó, repentinamente enfadada,<br />

sin cuidar sus palabras–. ¿Cómo pudiste haberlo<br />

pensado siquiera un minuto?<br />

–Porque te fuiste a vivir con él.<br />

–Sólo porque estaba enfadada contigo. Debiste<br />

haberlo sabido, aunque sí que lo sabías. ¿Dónde has<br />

estado todo este tiempo?<br />

Él la miró fijamente.<br />

–¿Me culpas?<br />

Olympia pensó en Galina y la tristeza se apoderó<br />

de ella.<br />

–No, supongo que también es culpa mía. Desde<br />

el principio no fui muy inteligente; de lo contrario<br />

habría sabido quién eres tú –dijo con una sonrisa<br />

irónica–. Aunque tampoco lo hiciste muy bien. Tú<br />

no me engañaste. Fui yo la que me engañé a mí misma.<br />

Quise creer en mi propia inteligencia. Así que


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147<br />

si hay un culpable, ésa soy yo. Dicho esto, creo que<br />

deberíamos separarnos como amigos y olvidar lo<br />

ocurrido.<br />

–¿Amigos? ¿Separarnos?<br />

–Sí, regreso a Inglaterra.<br />

Sin dejar de mirarla, Pietro buscó desesperadamente<br />

una respuesta. Cuando al fin la encontró, no<br />

fueron precisamente las palabras que le habría gustado<br />

elegir.<br />

–No puedes. Tienes un contrato.<br />

–Despídeme.<br />

Olympia dio media vuelta con la intención de ir a<br />

la terraza. Pero él la detuvo con firmeza y se enfrentó<br />

a ella.<br />

–Escúchame.<br />

–Los invitados nos observarán –dijo, frenética.<br />

–Que lo hagan. Ya es hora de que tú y yo hablemos<br />

con sinceridad. Todo el tiempo te has aprovechado<br />

de mí y me has tratado como a un tonto.<br />

–¿Yo?<br />

–Todo lo que has hecho últimamente ha sido<br />

con el propósito de castigarme. Has estado viviendo<br />

con el inglés para aparentar ser una pareja ante<br />

la familia. Intentabas darme una lección, ¿no es<br />

así? Y yo que te consideraba una buena persona...<br />

–No digas eso –espetó–. Los dos nos hemos portado<br />

mal. Ambos pensábamos que el otro era una<br />

buena persona. Y ambos quedamos desilusionados.<br />

–Lo que nos deja en un plano de igualdad.<br />

–Sí –dijo, con un suspiro–. Un buen momento<br />

para terminar.


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148<br />

–¿Estás segura? Algunos dirían que es un buen<br />

momento para comenzar.<br />

–¿Qué?<br />

–¿No te das cuenta de que lo que has dicho en estos<br />

últimos minutos nos da la mejor oportunidad que<br />

nunca hayamos tenido? Olympia, por primera vez<br />

podemos ser sinceros el uno con el otro y eso es un<br />

buen comienzo.<br />

Había un destello en lo más profundo de sus ojos<br />

que la dejó perturbada; sin embargo, Olympia ya había<br />

tomado una decisión y se mantendría firme en<br />

ella.<br />

–No puedo creer que digas eso después de todo el<br />

daño que nos hemos hecho mutuamente.<br />

–La experiencia no fue buena y necesitábamos un<br />

tiempo para superarla, pero lo hemos hecho y ahora<br />

estamos preparados para…<br />

–¿Quieres dejar de decirme lo que tengo que hacer?<br />

–Alguien tiene que hacerlo, porque te siento perdida<br />

y confusa. Más o menos como yo; pero con la<br />

diferencia de que yo creo que aquí es donde acaban<br />

nuestros desacuerdos. Dime que me amas.<br />

–¿Es una orden? –preguntó, ultrajada.<br />

–¡Sí, lo es! Y date prisa, porque estoy cansado de<br />

esperar.<br />

–¡Al diablo! –exclamó furiosa, al tiempo que intentaba<br />

alejarse.<br />

–Al diablo no –replicó Pietro mientras la obligaba<br />

a retroceder–. Y ahora, escúchame. Mientras contemplaba<br />

a Justin y a Evie en el altar, no he dejado de


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preguntarme cómo pude haber permitido que nuestra<br />

relación se estropeara así.<br />

–Lo mismo hice yo, y…<br />

–Entonces dime que me amas.<br />

–Verás, yo…<br />

–Dilo.<br />

Antes de que ella se diera cuenta, los labios de<br />

Pietro se posaron sobre los suyos.<br />

–Dilo –murmuró mientras la estrechaba entre sus<br />

brazos sin dejar de besarla.<br />

–Que me cuelguen si…<br />

–¡Dilo!<br />

Olympia no pudo decir nada porque la boca de<br />

Pietro no se apartaba de la suya.<br />

Sí, lo amaba. Podría negarlo hasta el fin de los<br />

días, pero su amor siempre sería un hecho incuestionable.<br />

–Dilo o tendré que besarte hasta que por fin lo digas.<br />

–En ese caso, mis labios están sellados –murmuró<br />

y ambos se echaron a reír–. Te amo, te amo, pero<br />

sigue, no te detengas.<br />

Con esas palabras, la tristeza y la tensión desaparecieron<br />

como por encanto mientras se besaban apasionadamente.<br />

Olympia no se dio cuenta de que una puerta se<br />

abría y se cerraba, en cambio Pietro se separó de ella<br />

un tanto desconcertado.<br />

–Bueno, bueno –oyeron la voz de Luke.<br />

Olympia se volvió rápidamente y lo vio apoyado<br />

contra una pared, con una mirada divertida.


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–Luke…<br />

–Así que por fin llegaste a la línea de meta. Siempre<br />

pensé que si tenía paciencia, tú lo lograrías.<br />

–¿Tú? –preguntó en tono dudoso–. ¿Quieres decir<br />

que tú… todo el tiempo…?<br />

–Creo que he sido bastante listo. Esa noche, cuando<br />

querías marcharte, tuve que encontrar el modo de<br />

que te quedaras en Nápoles y te invité a mi casa.<br />

–¿Por qué? –preguntó Pietro, de inmediato.<br />

Luke dejó escapar una carcajada burlona.<br />

–Porque sabía que Olympia era la única mujer<br />

capaz de derrotarte. Y no me iba a perder la diversión,<br />

desde luego. El hecho de ver que no sabías<br />

cómo actuar me ha parecido muy cómico. También<br />

he visto que apenas podías controlar tus celos y que<br />

te volvías loco porque deseabas algo que estaba fuera<br />

de tu alcance y porque eras incapaz de admitir que<br />

no podías controlar la situación, como sueles hacer.<br />

¿Que si me divertí? ¡Claro que sí!<br />

Olympia no pudo comprender los juramentos que<br />

Pietro profirió en voz baja y en italiano contra Luke.<br />

En todo caso, debieron de ser ultrajantes a juzgar por<br />

su expresión alarmada.<br />

–¡Basta! No es el momento de estropearlo todo<br />

–intervino con diplomacia–. Pietro, fueran cuales<br />

fuesen sus razones, lo cierto es que tu hermano nos<br />

hizo un favor.<br />

–No lo llames mi hermano…<br />

–Pero lo es. Sólo un hermano podría hacerte un<br />

gran favor, insultarte y luego reírse de ti y contigo.


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–Serás una buena influencia para él, Olympia. Incluso<br />

hasta puedes acabar con su insensatez.<br />

–Nunca estuviste enamorado de mí, ¿verdad,<br />

Luke? –preguntó, esperanzada.<br />

Él se encogió de hombros.<br />

–Tal vez un poco, pero no tanto como para preocuparme.<br />

Afortunadamente, nunca me diste esperanzas.<br />

Y me he comportado como un perfecto caballero<br />

para que pudieras permanecer en Nápoles sin<br />

aflicciones. Ya ves que todo salió bien –dijo con certeza,<br />

y repentinamente sonrió–. Aunque te advierto<br />

que podría haber un problema. Tu madre me prefiere<br />

a mí.<br />

–Apostaría a que sí –murmuró Pietro más calmado,<br />

aunque todavía con una mirada recelosa.<br />

Olympia besó a Luke en la mejilla y él la abrazó<br />

fraternalmente.<br />

–¡Oye, inglés! – Pietro lo llamó cuando se marchaba.<br />

Entonces esperó que Luke volviera la cabeza<br />

para decir con calma–: Gracias.<br />

–Crees que has ganado, ¿verdad? Pero no olvides<br />

que ella llevará la voz cantante. Te hará bailar en la<br />

cuerda floja y yo me reiré mucho. Ah, me olvidaba,<br />

quiero ser tu padrino de bodas.<br />

–Descuida, no se lo pediría a nadie más que a ti.<br />

Luke se marchó.<br />

–Sí, creo que he ganado. He ganado lo que más<br />

quería en el mundo.<br />

Mientras se fundían en un abrazo, ninguno de los<br />

dos vio que Luke se volvía a mirarlos. Luego se tocó<br />

la mejilla donde Olympia lo había besado.


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–¿Y qué me dices de Galina? No intentabas ponerme<br />

celosa, ¿verdad? –preguntó Olympia más<br />

tarde.<br />

–No, nunca pensé que pudiera hacerlo. Quería salvar<br />

la cara, de modo que cuando Luke y tú anunciarais<br />

oficialmente vuestro compromiso, no me quedaría<br />

solo como un tonto.<br />

–¿Y si ella está enamorada de ti? –preguntó con<br />

un cierto sentimiento de culpa.<br />

Pietro se echó a reír a carcajadas.<br />

–Cariño, yo soy un viejo para Galina. Apenas tiene<br />

dieciocho años. La conozco porque sus padres<br />

son amigos míos. Cuando se enteró de lo que me<br />

ocurría, porque es muy difícil ocultarle algo a esa<br />

chica, me dijo: «Lo que tú necesitas es una fachada,<br />

y yo soy la persona más indicada para ayudarte, tío<br />

Pietro». Así que esa noche aparecí del brazo con ella<br />

sólo para salvar mi dignidad. Después de esa velada<br />

me volvió a rescatar, como ya sabes. Aunque ahora<br />

se sentirá muy contenta de que su colaboración ya<br />

no sea necesaria. Está ansiosa por volver a frecuentar<br />

amigos de su misma edad.<br />

–¿De veras que te llamaba tío Pietro?<br />

–Te juro que sí. Esa noche me llamaba así constantemente<br />

y tuve que recordarle que no lo hiciera.<br />

Vamos a buscarla para anunciarle que queda en libertad<br />

a partir de ahora.<br />

Encontraron a Galina bailando amorosamente<br />

con Ruggiero, tan absorta en él que a Pietro le costó<br />

llamar su atención. Cuando lo logró señaló a Olympia<br />

al tiempo que alzaba los pulgares. Galina sonrió,


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les hizo una seña y se llevó la mano a la pesada cadena<br />

de oro. Luego rodeó con un brazo el cuello de<br />

Ruggiero y se olvidó completamente de su tío Pietro.<br />

En otra habitación, Luke estaba solo con una botella<br />

de buen whisky.<br />

Hope lo descubrió minutos más tarde.<br />

–He visto lo que ha sucedido –dijo cariñosamente–.<br />

Lo tenías todo planeado, ¿no? Siempre supiste<br />

que finalmente Olympia elegiría a Pietro.<br />

–Creo que sí, Mamma. Aunque te confieso que a<br />

veces uno se pregunta si no tendría derecho a intervenir<br />

cuando un hombre actúa como un payaso con<br />

la mujer que está cortejando. Incluso se plantea conquistarla…<br />

–¿Por qué no lo hiciste? –preguntó al tiempo que<br />

le tendía un vaso para que le pusiera whisky.<br />

Luke se encogió de hombros.<br />

–Casi lo hice. Hubo noches en que mi parte buena<br />

libró una lucha encarnizada con la parte mala ante<br />

la puerta de su dormitorio.<br />

–Y siempre ganó tu lado bueno, ¿verdad?<br />

–Desgraciadamente, sí –replicó con vehemencia.<br />

Hope se echó a reír–. Aunque habría sido inútil.<br />

Ella sólo tiene ojos para Pietro, como bien pude<br />

comprobar.<br />

–Así que hiciste de Cupido. Siempre supe que<br />

eras un buen hermano.<br />

–No digas eso. Piensa en mi reputación.


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–De acuerdo, guardaré silencio. Sin embargo, ambos<br />

sabemos que tienes buen corazón. Un corazón<br />

fraternal.<br />

–Sí, aunque es una pena que los nobles sentimientos<br />

hacia mi hermano hayan aflorado ahora, y precisamente<br />

en relación a ella.<br />

–Hijo, en algún lugar hay una mujer para ti. Vas a<br />

superar lo de Olympia.<br />

–Sí, tal vez dentro de cien años. Mientras tanto,<br />

será mejor que me aleje por un tiempo.<br />

–¿Alejarte? –preguntó Hope, alarmada.<br />

–Sólo hasta Roma. Verás, hay un hombre que me<br />

debía mucho dinero. Como no podía pagar, firmó el<br />

traspaso de una propiedad. Pero las cosas se le han<br />

complicado y hay una abogada que le causa muchos<br />

dolores de cabeza. Dice que ella es el diablo en persona,<br />

así que me figuro que también me los causará a mí.<br />

–¿Ella?<br />

–Sí, la letrada es una tal Minerva Manfredi. Ya he<br />

recibido una carta en la que prácticamente me despelleja<br />

vivo.<br />

–Bueno, ella mantendrá tu mente ocupada –dijo<br />

la madre al tiempo que lo besaba–. Ve a Roma, hijo<br />

mío. Y vuelve para la boda de Pietro. Tal vez hasta<br />

te vea aparecer con una novia.<br />

–Lo dudo. Será mejor que te contentes con dos<br />

nueras, Mamma.<br />

–Tonterías. Quiero seis. Y ahora vuelve a la fiesta<br />

–dijo antes de marcharse canturreando.<br />

Minutos más tarde, Luke la siguió y se puso a<br />

contemplar a los novios. Justin bailaba con la novia,


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con las facciones suavizadas por el amor. Pietro bailaba<br />

lentamente con Olympia, ambos en su propio<br />

mundo, absortos en su felicidad.<br />

Luke la miró y supo al instante que ella ya lo había<br />

olvidado.<br />

–Tenía que comportarme como un buen hermano.<br />

Pero, ¿por qué ahora? –murmuró.<br />

Cuando finalizó la recepción y todos se hubieron<br />

marchado, la mansión quedó en silencio. Todos dormían,<br />

excepto dos personas que se encontraban en el<br />

jardín.<br />

Aunque había luna, el único sonido era el murmullo<br />

de dos enamorados en la oscuridad.<br />

–Nunca quise mentirte. Desde el momento en que<br />

te vi supe que tenías que ser mía. Había vivido una<br />

vida segura a causa de mi gran sensatez, pero todo<br />

aquello perdió su significado cuando te vi. Entonces<br />

quise convertirme en un salvaje, incluso en un estúpido.<br />

–Y lo lograste –comentó Olympia cariñosamente.<br />

–¿Piensas ser una esposa regañona?<br />

–Sólo una parte de mí lo es. Las otras no lo han<br />

decidido todavía.<br />

–Ah, sí –Pietro comprendió de inmediato el sentido<br />

de sus palabras–. Siempre tendremos que contar<br />

con eso. Una infinita variedad de personalidades.<br />

Bueno, muy práctico para no aburrirse.<br />

–Tienes la intención de serme infiel, ¿eh?<br />

–Sí, pero sólo contigo, amore. Sólo contigo.


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La risa deleitada de Olympia hizo renacer el<br />

mundo. A la luz de la luna, Pietro vio que se soltaba<br />

el pelo y se convertía en una hechicera ante sus ojos.<br />

–Has visto esto alguna vez, ¿verdad? –bromeó<br />

Olympia–. En la película, la heroína se suelta los cabellos,<br />

el héroe cae a sus pies y le jura amor eterno.<br />

–Sí –dijo Pietro con inmensa alegría mientras la<br />

estrechaba entre sus brazos–. Eso es exactamente lo<br />

que sucede…

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