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versión pdf - Observatorio para la Cibersociedad, OCS

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Las posiciones respecto a <strong>la</strong>s comunidades en el ciberespacio son diversas, aunque<br />

buena parte del debate sobre <strong>la</strong>s mismas se ha centrado en su defensa en tanto<br />

que entidad social legítima y «real» (Baym, 1995; Holmes, 1997; Kollock y Smith,<br />

1999; Wellman y Gulia, 1999). 2 Frecuentemente esta apología se ha basado en <strong>la</strong><br />

presentación de <strong>la</strong>s comunidades en el ciberespacio como algo potencialmente,<br />

cuando no efectivamente, positivo. En este sentido es ya un clásico citar <strong>la</strong> obra de<br />

Rheingold (1996), puesto que en el<strong>la</strong> encontramos <strong>la</strong> defensa de <strong>la</strong> comunidad<br />

virtual de un firme creyente en su capacidad <strong>para</strong> regenerar el tejido social<br />

democrático y <strong>para</strong> acercar «a los ciudadanos comunes a un costo re<strong>la</strong>tivamente<br />

pequeño poder intelectual, social, comercial y, lo más importante, poder político»<br />

(:19). Consciente de <strong>la</strong> posibilidad muy real de que el gran capital y <strong>la</strong> jerarquía<br />

política se apropien de <strong>la</strong> red, Rheingold hace un l<strong>la</strong>mamiento <strong>para</strong> que entre todos<br />

construyamos el ciberespacio como ágora y no como panóptico (:31-32).<br />

Efectivamente, <strong>la</strong> comunidad virtual e Internet han sido consideradas en<br />

ocasiones como una herramienta ideal <strong>para</strong> <strong>la</strong> acción política colectiva de los grupos<br />

sociales más desfavorecidos (Mele, 1999). Pero, por el contrario, otros autores<br />

abordan <strong>la</strong> comunidad virtual como algo problemático, que p<strong>la</strong>ntea dilemas políticos<br />

y éticos que ninguna «cibercháchara» puede ocultar. Ya hemos visto en el punto<br />

2.1 <strong>la</strong> crítica de Robins a <strong>la</strong> comunidad virtual como Gemeinschaft en <strong>la</strong> que ya sólo<br />

nos re<strong>la</strong>cionaríamos con lo igual, un sueño conservador en el que recuperaríamos<br />

una supuesta unidad primigenia perdida ahora por culpa de <strong>la</strong> «vida moderna».<br />

Este mismo problema es el que p<strong>la</strong>ntea Willson (1997) cuando critica con decisión<br />

<strong>la</strong> idea de comunidad como comunión realmente existente en <strong>la</strong> vida social, de <strong>la</strong><br />

que <strong>la</strong> comunidad virtual sería un reflejo. Por el contrario, se pregunta hasta qué<br />

punto <strong>la</strong> comunidad virtual no fomenta <strong>la</strong> preocupación por uno mismo y no<br />

precisamente una hermandad entre los individuos. La afirmación no puede ser más<br />

c<strong>la</strong>ra: «Deberíamos repetir lo que ya se ha dicho: el distanciamiento que se da en<br />

los procesos desmaterializados (disembodied) de participación en una comunidad<br />

virtual no favorece una actividad política material (embodied), ni tampoco hace que<br />

se preste atención a <strong>la</strong> actividad política que tiene lugar fuera de dicha comunidad»<br />

(:158). Otras críticas de este tipo (Foster, 1997) sostienen más matizadamente que<br />

<strong>la</strong> tensión que se da en <strong>la</strong> comunidad virtual entre Gemeinshaft y Gesellshaft, es lo<br />

que <strong>la</strong> convierte en un espacio privilegiado <strong>para</strong> el estudio de <strong>la</strong> construcción de <strong>la</strong>s<br />

esferas de lo privado y lo público, lo individual y lo colectivo. Finalmente, otro<br />

frente de críticas que se unen a éstas tiene que ver con lo re<strong>la</strong>tivamente limitado<br />

del impacto de <strong>la</strong>s comunidades virtuales, sólo asequibles <strong>para</strong> <strong>la</strong> minoría de<br />

privilegiados que habitan el «suburbio digital» 3 , reduciendo así el alcance y<br />

significación del objeto de estudio (Lockard, 1997).<br />

Retomando <strong>la</strong>s mencionadas propuestas de Miller y S<strong>la</strong>ter al hilo de esta<br />

discusión, es fundamental no dar por sentada <strong>la</strong> existencia de comunidades en el<br />

ciberespacio, puesto que entonces hacemos desaparecer el problema de estudio<br />

convirtiéndolo en un a priori. Si, según <strong>la</strong> expresión de estos autores, «no<br />

empezamos por ahí», podemos estudiar cuándo y mediante qué procesos un grupo<br />

de personas construyen una re<strong>la</strong>ción de pertenencia o un sentido de comunidad en<br />

diferentes ámbitos de su existencia (mediados por ordenador o no). Desde esta<br />

perspectiva también es posible tener en cuenta <strong>la</strong>s críticas recogidas en el párrafo<br />

anterior, puesto que <strong>la</strong> discusión no se centraría en defender <strong>la</strong> bondad o siquiera <strong>la</strong><br />

legitimidad de <strong>la</strong> comunidad en el ciberespacio, sino en problematizar su<br />

emergencia y significado <strong>para</strong> quienes participan en el<strong>la</strong>. Así, más que virtual, es<br />

probable que se trate de una experiencia muy real <strong>para</strong> sus miembros, y que esté<br />

entre<strong>la</strong>zada con muchas otras prácticas que llevan a cabo en otros contextos.<br />

Como he mencionado en <strong>la</strong> presentación, un lugar en el que estudiar estas<br />

re<strong>la</strong>ciones y procesos son <strong>la</strong>s redes ciudadanas, por <strong>la</strong> particu<strong>la</strong>r re<strong>la</strong>ción que en<br />

el<strong>la</strong>s se establece entre contexto urbano y ciberespacio. Como podemos leer en <strong>la</strong>

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