Biblioteca de México - Dirección General de Bibliotecas

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zón de la modernidad después del
romanticismo, constitutiva del eje
teórico-estético de la vanguardia y
que explica el lugar de la América
Latina en el imaginario surrealista
francés de Artaud a Péret, de
Breton a Mabille? Será necesario
recordar aquí que México fue el
Oriente de nuestros surrealistas,
homólogo al arte negro o al arte
precolombino, al arte africano o al
vudú, al "Tupy or not tupy" del
modernismo brasileño, a la vez
resurgimiento nacional y El Dorado
de mitos y leyendas, como el Perú
de Moro: "País consagrado al sol,
en la costa fértil en culturas mágicas,
bajo el vuelo majestuoso del
divino pelícano tutelar". Resurgimiento
en lo Original, no nacional
sino fundador, el Mito primitivo, y
también estructura de "anticipación",
a la vez estrategia de actualización,
si no de modernización,
especie de ficción dirigente para
pensar un futuro posible en una
sociedad periférica sin precedente.
Pero el prefijo sur es también una
teología propia del Nuevo Mundo,
historización mesiánica del Punto
Omega en el corazón y en el horizonte
de la utopía surrealista, epifanía
del Nuevo Mundo y tierra de
superación de antinomias: se
habrán reconocido aquí las tesis de
Juan Larrea. En otra versión, la de
Octavio Paz, el surrealismo como
"enfermedad sagrada del Occidente
y que durará tanto como él".
¿Mutación, especificidad o lógica
latinoamericana? No se negará la
inflexión propia de estos análisis
que los integrantes del último cua-
Roberto Mono, Istmo de Panamó, 1935
dro surrealista podrán denigrar o
rechazar. Nos contentaremos aquí
con explicitarlas a falta de explicarlas.
Primero al nivel de su lógica
institucional, luego como síntomas
o reverso de situaciones históricas
específicas. Pero estos dos puntos
nos parecen inseparables.
Si en todo esto hay especificidad
latinoamericana, nos parece que
ésta se sitúa más del lado del Mito
que del lado de la Historia, más del
lado de la Naturaleza (el famoso
telurismo) que del lado de la
Praxis. Es que si hay un espíritu
surrealista (pero tentado por la
herejía), difícilmente se podrá
hablar de grupos surrealistas, es
decir, de actividad militante con
que se inscriban en la historia.
Poco de manifestaciones y casi
nada real de manifiestos: Una actividad
militante que se eclipsa ante
una producción frecuentemente
solitaria. ¿Se trata de una incapacidad
latinoamericana para constituirse
en grupos que expliquen de
modo constante las dificultades de
su Historia o los hábitos sociales, o
de mera repugnancia a la ortodoxia?
No existe el grupo como lugar
de elaboración teórica común y de
praxis disciplinada, salvo tal vez
para los chilenos de la Mandrágora
(938), donde aparece una actividad
como tal, pública y ofensiva
con revista y exposiciones internacionales,
mientras que la pionera
Argentina (926) permanece marginal
y aislada, más estetizante e
introspectiva, o agrupamientos ocasionales
y aislados en el espacio y
el tiempo como en el Perú: activis-
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