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<strong>4.</strong> <strong>DIOS</strong>: <strong>COMUNIÓN</strong> <strong>EN</strong> <strong>COMUNICACIÓN</strong><br />
El encuentro con el Absoluto, representado en la zarza ardiente, es una<br />
experiencia que configura a la creatura para permitirla el acceso al mundo que<br />
expresa y significa la Tierra Prometida. Esta Tierra no es una conquista sino el<br />
ámbito donde la Palabra ha de ser escuchada y actuada para vivir en comunión<br />
y comunicación. Las formas y hábitos del pueblo han de ser expresión de la escucha<br />
de Yahvéh que sigue revelándose y comunicándose. En un principio, la<br />
ley es vista como la explicitación en el hoy y ahora de la Palabra transmitida y<br />
vivenciada en la península del Sinaí. La libertad sólo es posible en comunión y<br />
sólo se alimenta en el diálogo ininterrumpido.<br />
1. Un Dios en continuo diálogo <br />
El pueblo entra en la Tierra Prometida y su historia se realiza en un constante<br />
devaneo con la Palabra de Dios: mientras es fiel a la Palabra de Dios vive y<br />
se cumplen las promesas de Yahvéh en el desierto; cuando se aparta de esa Palabra<br />
se crea ídolos y está a merced de sus enemigos de turno. En un primer<br />
momento ocurrirá con la figura de los Jueces y cuando se constituyen en reinados,<br />
aparecerán los profetas que viven en continua deflagración con los diversos<br />
reyes. Los profetas (los que hablan en nombre del Otro) serán los encargados de<br />
recordar al pueblo y sus reyes cuáles son los planes y designios de Yahvéh en<br />
los diversos momentos.<br />
La libertad del profeta y su autoridad a la hora de desarrollar su misión le<br />
vienen de estar agarrado a la Palabra de Dios: “ruge el león, ¿quién no temerá?<br />
Habla Yahvéh, ¿quién no profetizará? (Am 3, 8). Su misión parte de un encuentro-visión<br />
donde palpan el misterio divino y es esta experiencia la que se necesita<br />
comunicar al pueblo que vive la relación con Yahvéh y con el resto del mundo<br />
de manera equivocada; Isaías ve a Dios y la muerte le acecha para ser transformado<br />
hasta el punto que su vocación responde a la necesidad divina de enviar a<br />
alguien (Is 6, 1-13). La visión nítida del profeta contrasta con la sordera y cerrazón<br />
del pueblo.<br />
La llamada-vocación se basa en una elección que Yahvéh hace desde el<br />
seno materno. Los miedos, recelos e incapacidad del profeta son superados pues<br />
es el Señor mismo quien pone su Palabra en la boca del profeta: “mira, yo pongo<br />
mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y<br />
arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar” (Jer 1, 4-10). El alimento del profeta<br />
es literalmente la Palabra de Dios que sacia las entrañas (Ez 3, 1-3).<br />
En los textos proféticos son continuas estas dos afirmaciones: “me vino la<br />
Palabra del Señor”, “oráculo del Señor”. Es el poder de Yahvéh el que se apropia<br />
del profeta para hacerle proclamar la Palabra y designio de Dios, les escuchen o<br />
no les escuchen (Ez 2). Contemplando la gloria divina son arrebatados y lanzados<br />
por el Espíritu (ruaj) de Dios (Ez 3, 12-14). Sus vidas y su relación con<br />
Yahvéh contrastan con la historia del pueblo y con el culto vacío del templo.
La labor del profeta -portador de la Palabra y ruah divinos- es constantemente<br />
rechazada por el pueblo y sus dirigentes, lo que provocará la perdida de<br />
la Tierra Prometida a través del destierro. La Alianza de Yahvéh no es valorada<br />
ni respetada por lo que el mismo pueblo verifica un juicio. Se repite la expulsión<br />
del Paraíso: el ser humano no acepta el plan divino y vive su propia realidad:<br />
experimenta el destierro, el vacío, la desnudez pues ya no hay tierra, ni Dios en<br />
quien apoyarse. La violencia de la nada vuelve a rondar la historia del ser<br />
humano, al deshacerse el pueblo (común-unión).<br />
En medio del desastre, siempre hay<br />
una apertura a la esperanza, con una<br />
invitación a la conversión: a volver a<br />
tener hambre de la Palabra (Am 8, 11),<br />
a volver al cariño de Dios que cura<br />
toda apostasía (Os 14, 2-5). Curiosamente,<br />
esta conversión es una insinuación<br />
constante a dejarse querer por<br />
Yahvéh, como si el ser humano no pudiese<br />
salir de esta situación de vacío y<br />
nada. En medio del caos, es Yahvéh el que<br />
vuelve a agitarse sobre el caos para recrearlo<br />
todo; así parece describírnoslo el profeta Ezequiel en el cap. 37: el Espíritu de<br />
Dios recrea y hace revivir el valle lleno de huesos. “infundiré mi Espíritu en vosotros<br />
y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago”.<br />
Bajo la figura del Pastor, es el mismo Yahvéh quien busca sus ovejas perdidas,<br />
recoge las descarriadas, venda a las heridas, cura a las enfermas y guarda-protege<br />
a las fuertes(Ez 34, 16). Capacita el corazón humano para entender<br />
su Amor (Ez 36, 26-28), para que sea posible vivir en Alianza (Jer 31, 31-34).<br />
2. Un Dios cercano al orante que sufre<br />
El dolor y el sufrimiento expresan nuestra naturaleza finita y llevan al ser<br />
humano a un sin fin de preguntas que ha de responder desde la apertura a la<br />
trascendencia o desde la resignación al absurdo. Y es que la visión del sufrimiento<br />
interpela la visión que tenemos de la divinidad y la imagen que tenemos<br />
de Dios ilumina y esclarece el dolor. El relato paradójico de Job nos muestra la<br />
mentalidad veterotestamentaria de una visión inmanente sin más allá que parece<br />
no funcionar: el sufrimiento y situación de Job echa por tierra la teoría de<br />
que Dios bendice al justo con abundancia de bienes, salud y una familia amplia,<br />
mientras echa por tierra la maldad del injusto.<br />
Ante la visión de un Dios que parece jugar con la suerte del ser humano,<br />
el relato de Job nos presenta un Dios implicado y el mal, que no es culpa de Job<br />
ni de Dios sino de la justicia y el infortunio del mundo, sirve como espacio para<br />
el encuentro de Job con Dios a quien no conocía más que de oídas (Job 42, 5-6).<br />
Resulta paradójico y revelador descubrir cómo un gran número de personas<br />
que han experimentado el proceso liberador de Dios sufren en sus carnes<br />
penalidades, rechazo, condenas y cárcel. Y es que el egoísmo humano se resiste<br />
al mensaje de aquellos que comunican su experiencia liberadora que, a su vez
conlleva denuncia de la injusticia y la maldad: José sufre la envidia de sus hermanos<br />
y luego la de la mujer de Putifar (Gn 39, 12-20); Sansón es engañado por<br />
Dalila y su muerte es la liberación de su pueblo (Jue 16, 4-21); Jeremías, que es<br />
acusado injustamente de dos delitos: uno contra la religión (porque se rebela<br />
contra la concepción materialista y supersticiosa de la religión), y otro contra la<br />
patria (por evitar derramar sangre, pide la alianza con Babilonia), acabará torturado<br />
y encarcelado (Jer 32, 2-3; 37, 15-16), con un régimen de vida durísimo;<br />
los tres jóvenes son encerrados en Babilonia en un horno ardiendo (Dn 3) y Daniel<br />
arrojado al foso de los leones (Dn 6, 17-25)…<br />
Si accedemos al Nuevo Testamento nos encontramos con la suerte de<br />
Juan Bautista (Mc 6, 18; Mt 3, 1-12), el mismo Jesús (Mt 26, 47-27, 26) y luego<br />
los apóstoles, tomando una relevancia especial Pedro y Pablo. Todos acaban<br />
muriendo por el Evangelio. A todos, el servicio y fidelidad a la Palabra, en la que<br />
experimentan la misericordia de Dios no les abandona y les permite dar sentido<br />
al dolor y sufrimiento que padecen; ellos sienten la mano protectora y la presencia<br />
constante de Dios a su lado, con ellos.<br />
El dolor se abre en oración y la oración llena de<br />
sentido el sufrimiento, por lo que cuando Dios escucha<br />
el lamento del ser humano no puede menos<br />
que actuar, pues el ser humano, sobre todo el que<br />
sufre, forma parte de su vida, de su proyecto salvador.<br />
Es tal que todo paso de Dios (Pascua), toda<br />
manifestación de su fuerza y de su poder, lleva<br />
consigo la liberación de la persona, su transformación.<br />
Dios escucha el grito de los pobres, de los<br />
desvalidos, de los que claman justicia porque sufren<br />
la cárcel o porque son explotados en sus trabajos.<br />
Las entrañas de misericordia divinas se estremecen<br />
al oír la voz angustiosa del pobre y del<br />
explotado o encarcelado.<br />
Es en este ámbito de oración-sufrimiento, donde<br />
mejor encuadran la mayoría de los salmos, que es la plegaria de personas que<br />
viven situaciones límites, en ocasiones desesperadas:<br />
Salmo 7: el justo, acusado y perseguido, apela a Dios, juez de las naciones y<br />
defensor de los inocentes. El hombre cree en su inocencia y confía en la justicia<br />
divina (“Tú que examinas el corazón y las entrañas, tú que eres un Dios justo”).<br />
Dios le da la razón y ejecuta el castigo de los malvados. La justicia divina<br />
es distinta de la humana, pues Dios mira al corazón con misericordia y quiere<br />
salvar a la persona, no condenarla. Los Salmos 43 y 109 también nos muestran<br />
la figura del inocente acusado.<br />
El Salmo 22 refleja la tragedia de un hombre justo, sometido al sufrimiento.<br />
En medio de la desesperación y el abandono, recuerda la bondad divina y suplica<br />
su ayuda. Al final, el protagonista, liberado, entona un canto de acción<br />
de gracias a Dios “porque no miró con desprecio ni desdeñó al humilde; no le<br />
ocultó su rostro y cuando pedía auxilio, lo atendió”.
El Salmo 58 nos presenta a un reo tratado injustamente, que interpela a los<br />
jueces que favorecen la violencia y la injusticia. La conclusión expresa la confianza<br />
de la justicia divina que está por encima de la justicia humana: “Los<br />
justos prosperan; hay un Dios que hace justicia en la tierra”.<br />
El Salmo 69 presenta a un hombre preso en una cisterna, con el agua al cuello.<br />
La petición de auxilio divino se basa en el amor, la misericordia y la fidelidad<br />
divinas: “por tu inmenso amor respóndeme, sálvame, oh Dios, pues eres<br />
fiel”.<br />
El Salmo 107 insiste en el clamor de un cautivo y la salvación de Dios. Es un<br />
himno de acción de gracias por las intervenciones divinas en favor de su pueblo,<br />
donde desaparece el tono penitencial. Encontramos la liberación de la<br />
prisión en los versículos 10-16 (“los sacó de las tinieblas y las sombras e hizo<br />
pedazos sus cadenas”). El Salmo 108 es otra alabanza a Dios por una persona<br />
liberada.<br />
El Salmo 142 es la súplica angustiosa de un hombre solo y desesperado que<br />
sólo encuentra confianza en Dios y a Él dirige su grito; Dios es su refugio y lo<br />
único que le queda: “Sácame de esta cárcel, y alabaré tu nombre”. En las<br />
cárceles la soledad y la desesperanza acompañan a las personas, que a veces<br />
sólo pueden invocar a Dios, pues no pueden confiar en nadie.<br />
El Salmo 146 es un himno de alabanza a Dios, defensor de los oprimidos; es<br />
la acción de gracias de un preso que consigue su libertad. El corazón se ensancha<br />
cuando experimenta la liberación y canta al causante de tanta dicha:<br />
Dios es el que salva, el que libera, el que hace justicia, porque es fiel y misericordioso.<br />
“Dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob, y pone su esperanza<br />
en el Señor, su Dios”.<br />
Dios parece elegir, como espacios de inspiración, situaciones extremas y<br />
momentos de alto sufrimiento para que ese clamor pase a ser oración oficial y<br />
suplicante, primero de Israel, luego de la Iglesia. Y es que Yahvéh es un Dios<br />
presente en la historia humana para salvar, no para condenar; para liberar, no<br />
para esclavizar. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y la libertad<br />
a los cautivos; da a los prisioneros la libertad dichosa. La voluntad de Yahvéh<br />
es la libertad y felicidad del ser humano.<br />
Para salvaguardar la libertad y felicidad de cada hombre o mujer que forjan<br />
el pueblo en la Tierra Prometida (tierra regalada que por el egoísmo se apropia),<br />
están las leyes jubilares: perdón de las deudas, libertad de los esclavos y restitución<br />
de las tierras… La perspectiva de gracia se restaura como clave de la justicia<br />
social (Lv 25, 10-13; Is 61, 1-2). Toda persona ha de ser libre para Dios, que<br />
desea su pleno desarrollo en todos los ámbitos, partiendo de esta libertad física.<br />
3. Para reflexionar personal y comunitariamente<br />
1. Tu experiencia de oración ¿es espacio de escucha, libertad y alegría interior?<br />
2. ¿Sientes la necesidad de comunicar lo que Dios vive contigo?<br />
3. ¿Por qué hemos dejado de ser profetas contagiosos?