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Estel 72 - Sociedad Tolkien Española

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Manuel Polo Recio «Órald Unérion»<br />

Gandalf tiene muy buena prensa entre los<br />

segundos venidos: su luenga barba blanca,<br />

su ridículo gorro como seca corneta<br />

picante, su báculo de descuidado caminante<br />

que agarra el primer palitroque que encuentra<br />

para usarlo como apoyo, sus alardes sobre<br />

blancos caballos, sus fuegos de artificio… Mucha<br />

decoración para disimular una cabeza ligera y su<br />

manía de inmiscuirse en asuntos ajenos. Gandalf<br />

es un petardo que nunca sabrás cuándo va a<br />

estallar ni cuánto sonará. Aunque buen chico.<br />

Vino tarde y pronto: tarde por ser de los<br />

últimos ainur en llegar, pronto porque ni se le<br />

necesita ni sirve para nada. Se fue y no se le echa<br />

de menos. Asunto que toca, desastre al canto. Lo<br />

llamaban los «menuillos» Gandalf, pero antes<br />

los elfos le nombraron Mithrandir, Tharkûn<br />

los enanos; y luego Denethor, que lo caló mejor<br />

que nadie, lo llamaba Loco Gris. Los valar lo<br />

llamaban Olórin, cuando triscaba por Valinor,<br />

inocente e ignorante. Se permitió señalarme como<br />

«el más viejo de los viejos», como si de inservible<br />

antigualla me tratara. Él sabe, o debería saber, que<br />

«viejo» es palabra adecuada para mortales. Para<br />

breves. Nunca para aquellos que permanecemos<br />

en el seno de El Único. «Remoto» hubiera sido<br />

más adecuado.<br />

Viene este introito a cuento de unos legajos<br />

que el señor Erkenbrand me ha pasado, en los que<br />

se cuestiona, muy inoportuna y equivocadamente,<br />

la vejez de las criaturas conocidas en la Tierra<br />

Media; centrándose, para mayor escándalo, en<br />

disputa ridícula entre Bárbol y yo. ¿Cómo osa<br />

alguien compararme a cualquier criatura? ¿Existo<br />

yo acaso sometido a materia o cosa alguna? ¿Acaso<br />

somos medideros, con vuestras entendederas,<br />

los que existimos sin existir, ajenos al cambio,<br />

intemporales e inespaciales?<br />

No hay mérito en la vejez ni en la antigüedad.<br />

Mas si quieren poner esa corona sobre Bárbol,<br />

así sea. Él ya era viejo siglos ha. Viejo sigue y<br />

aún durará bastante, loado sea. Yo no soy viejo,<br />

nunca lo fui y nunca lo seré. Condenado estoy a la<br />

pervivencia, no me fueron concedidos los dones<br />

humanos.<br />

Pero atendamos al asunto por el que uso la<br />

pluma. Bajé al sur porque supe que Gandalf había<br />

necesitado ayuda de las águilas para escapar de<br />

Orthanc, donde Saruman lo retenía. ¿Gandalf<br />

impotente? ¿Encarcelado por su superior?<br />

¿Enemigo Saruman? No me importa mucho ni<br />

poco lo que ahí fuera tramen los inquietos, pero<br />

Hacia el sur<br />

Memorias de Tom Bombadil<br />

me desagrada no entender aquello que llega a mi<br />

conocimiento. Me habían mezclado ambos en sus<br />

asuntos con la venida de los «menuillos» y no me<br />

apetecía implicarme más en varios siglos. Mas<br />

tampoco es de mi gusto dejar las cosas a medias,<br />

eso de tirar la piedra y esconder la mano; así que<br />

caminé hacia el mediodía para visitar Isengard.<br />

Encontré ruinas, profundas charcas<br />

tenebrosas, tizones mojados, fango y algunos<br />

ents merodeando bajo el mando de Bárbol. Muy<br />

diferente el panorama a lo que recordaba de<br />

los tiempos en que los gondorianos, esos pavos<br />

reales, presumían por allá. Y para mi sorpresa, allí<br />

hormigueaban dos de los «menuillos» que pasaron<br />

por mi casa: Flemas y Cascabel. En medio del<br />

círculo delimitado por la muralla destacaba un<br />

muy soberbio astil clavado en regia verticalidad.<br />

Como de una sola pieza, negro diamante, brillaba<br />

hoscamente y reflejaba el trasfondo negativo<br />

de las cosas. En su superficie, los horizontes<br />

semejaban bordes de un abismo que allá lejos se<br />

precipitaba huyendo de los cielos. Era Orthanc,<br />

la torre dentada con forma de tenedor. Una<br />

sola ventana sobre la puerta y varias troneras la<br />

horadaban, pero costaba distinguirlas, tan lisa y<br />

negra era la superficie. Allí estaba Saruman ¡en<br />

prisión domiciliaria! Incapaz de escapar de cuatro<br />

morosos pastores de árboles.<br />

No viajé en forma corporal, claro está. Nadie<br />

podrá decir que vio o notó de cualquier modo la<br />

presencia de Tom Bombadil, Orald, Forn, Iarwain<br />

Ben-adar; o cualquier otro ridículo ruido<br />

con que pretenden identificarme las gentes de<br />

Media. Así que deambulé a mi antojo por cada<br />

rincón sin ser advertido. Sólo con Barbol tuve unas<br />

palabritas, pero el viejo es discreto. Ni siquiera<br />

los simpáticos «menuillos» notaron merma en sus<br />

provisiones, abundantes en exceso, cuando muy<br />

cerca de ellos me deleitaba con sus banquetes en la<br />

despensa de la extinta guarnición. Así supe de la<br />

inminente llegada de Gandalf, del que sí había de<br />

ocultarme pues sus poderes podrían delatarme, y<br />

no me apetecía conversación con ese liante. Por<br />

ello, muy cuidadosamente, penetré en la torre<br />

y me albergué en sus niveles superiores, donde<br />

Saruman no subía, hostigado por los ents que<br />

tan estrepitosamente lo habían derrotado. Pues,<br />

aterrado, deambulaba a la defensiva por los pisos<br />

más bajos.<br />

Vi acercarse a la torre a Gandalf. Ufano como<br />

anfitrión mostrando sus posesiones. Acompañado<br />

de Trancos, un elfo, un enano y varios hombres,<br />

uno de ellos al parecer notable. Se apearon éste y<br />

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