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lle de Viola. Después fuimos a un lugar extraordinariamente agreste y solitario, donde la desolación de la naturaleza y la certidumbre de que allí éramos inaccesibles a todo el mundo, y también invisibles, invencibles, habría acrecido hasta el delirio la voluptuosidad de amarse allí. Entonces sentí verdaderamente a fondo la tristeza de no tenerte conmigo en todas tus materiales especies, de otro modo que bajo la vestidura de mi añoranza, en la realidad de mi deseo. Descendí un poco hasta el lugar, muy elevado todavía, a donde los viajeros iban a mirar. En una hostería aislada tienen un libro donde escriben sus nombres. Yo escribí el mío y junto a él una combinación de letras que era una alusión al tuyo, porque entonces me era imposible no darme una prueba material de la realidad de tu proximidad espiritual. Poniendo un poco de ti en aquel libro me parecía que me descargaba en la misma medida del peso obsesivo con el que abrumabas mi alma. Y además tenía la inmensa esperanza de llevarte allí un día, a <strong>leer</strong>
aquella línea; luego subirías conmigo más arriba aún para vengarme de toda aquella tristeza. Sin necesidad de que yo te dijera nada, lo comprenderías todo, o más bien te acordarías de todo; y te abandonarías un momento, pesarías un poco sobre mí para hacerme sentir mejor que esta vez estabas de verdad allí; y entre tus labios que conservan un ligero perfume de tus cigarrillos orientales encontraría yo todo el olvido. Diríamos muy alto palabras insensatas por la gloria de gritar sin que nadie, muy lejos, pudiera oírnos; unas hierbas cortas se estremecerían solas al leve soplo de las alturas. La subida te haría ir más despacio, jadear un poco, y yo acercaría la cara a ti para sentir tu respiración: estaríamos enloquecidos. Iríamos también allí donde un lago blanco está junto a un lago negro, suave como una perla blanca junto a una perla negra. ¡Cómo nos amaríamos en un pueblo perdido de Engadina! No dejaríamos acercarse a nosotros más que a unos guías de montaña; esos hombres tan altos cuyos ojos reflejan
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PREFACIO CADA DÍA atribuyo menos v
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mí y que yo no comprendía, aferr
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no podemos conocer más que conserv
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los guardagujas que golpeaban aquel
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volver a ver estos árboles como la
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table de un teatro de provincias, u
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a vista un asunto tan importante. P
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davía no era quizá tan descansada
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desvanecía el recuerdo, y había o
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nuestras vacaciones y obligan a enc
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vaba en las niñas de los ojos, a m
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emplumada, el olor de las lilas lle
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ALCOBAS SI A VECES volvía con faci
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desde hacía años, en los que jam
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esfuerzos a mi alma habituarse, las
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trasladaban con lentitud dentro del
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que se sentía uno oculto como si e
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DÍAS SEGÚN que sea más o menos c
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como bajo la cofia tradicional de l
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los cocheros empujan a los caballos
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con la luz. Entraba también en con
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más todavía de nosotros, sus gust
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vida que la mayoría de sus colegas
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A veces entraba por la ventana el o
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a ella. He amado a otras mujeres, a
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LA CONDESA VIVÍAMOS en un apartame
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y se llamase en el patio a los últ
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conocido después, os eclipsasteis
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Pero, ay, los rostros que besamos,
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oca que se ve —y todo eso tan arb
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día siguiente, pensando que había
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vez de que fuésemos a aquellas fie
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había surgido de circunstancias ta
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kin había descrito como de perlas,
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un ave, un poco agrio pero que embr
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de la duquesa de Chartres". Para co
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Pero esta originalidad de los Guerm
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gados de las Indias y del Cabo, se
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embellece, y que llevan a una casa
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hallaremos en el gran vestíbulo lo
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los bueyes, entre los arcos ruinoso
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teniendo sólo en cuenta el realism
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padre se había casado con un Montm
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princesa moribunda, y a su hermano
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las muchachas, pues es con el movim
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te del mañana que de un gran hombr
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encuademación rococó de un misal
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memoria de nuestra vida, sino en la
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castillo todavía, no te digo que s
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sus armiños y sus corzas, todas es
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CUANDO íbamos a Combray con mi abu
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dos términos desaparece el otro, n
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antemano demasiado triste. Pero nun
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mo después de la estancia en casa
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¿Qué inoportuna mano haciendo tod
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trás del jardín, pues sin ello ha
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voy, trata de que no nos encuentre
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apenarla. Llegamos delante de la ig
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Y pensando en el dolor de Henri van
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estia criminal, un ser fuera de la
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influyente, por lo menos amable, qu
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