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Cuando al doblar una calle reconocía al venir hacia mí las patillas rubias de su mayordomo que conversaba con ella, que la veía desayunar, que era como uno más de sus amigos, recibía una triple herida en el corazón, como si también hubiera estado enamorado de él. Esas mañanas, esos días, no eran más que una especie de hileras de perlas que la ligaban a los placeres más elegantes de entonces; con traje azul tras aquel paseo, comía en casa de la duquesa de Mortagne; al cabo del día, cuando se manda encender las luces para recibir, iba a casa de la princesa de Aleriouvres, de Mme. de Bruyvres, y tras la cena, cuando su coche la esperaba y ella hacía entrar en él la vibración opalina de su seda, su mirada y sus perlas, iba a casa de la duquesa de Rouen o la condesa de Dreux. Luego, cuando esas mismas personas se convirtieron para mí en aburridas, a cuya casa ya no quería ir, y vi que a ella le sucedía lo mismo, su vida perdió parte de su misterio, y a veces prefería quedarse a hablar conmigo, en
vez de que fuésemos a aquellas fiestas en donde me figuraba entonces que ella debía ser sólo ella misma, no siendo el resto de lo que yo veía más que una especie de bastidor en donde nada puede sospecharse de la belleza de la obra y del genio de la actriz. Algunas veces el razonamiento extrajo luego de ella, de su vida, verdades que, al explicarlas, parecen significar lo mismo que mis sueños: ella es particular, no ve más que a gentes de antiguo linaje. No eran más que palabras.
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PREFACIO CADA DÍA atribuyo menos v
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mí y que yo no comprendía, aferr
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no podemos conocer más que conserv
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los guardagujas que golpeaban aquel
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volver a ver estos árboles como la
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table de un teatro de provincias, u
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a vista un asunto tan importante. P
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trás del jardín, pues sin ello ha
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voy, trata de que no nos encuentre
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apenarla. Llegamos delante de la ig
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necesidad de aire cuando uno se aho
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cía, y que la vida la podría sopo
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LAS AÑORANZAS, SUEÑOS COLOR DEL T
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dos de su lámpara y de sus ojos vu
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En seguida soñé que la puesta de
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tamente negros. De pronto se desper
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transfigurados de la noche y en mi
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ese contraste, tan triste, tan llen
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Cuando el lecho está triste y hela
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Desgraciadamente, lo que el sentimi
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urguesía, el ejército, la nobleza
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mujer sola que caminaba despacio. A
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—¡Conque era usted! —exclamé,
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alma, esferas de amor, ardientes sa
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a sus brillantes agujas. Pero la gr
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ante el aburrimiento general y ante
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ador, sin malestar, sin sueños. En
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me la puso en el ojal. De pronto se
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destino. No habría dado un paso po
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de los lugares, la simplicidad de a
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dejar el suelo, como una cometa mal
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toy lejos, esa presencia imperfecta
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siguiendo la expresión popular, qu
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pre, sin embargo, cuando nos paseam
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travesía, deteniéndose a veces co
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pico, allí donde comenzara Italia,
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aquella línea; luego subirías con
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como el sol cuando se pone hace bri
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El amor se había extinguido, tengo
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astante pronto que desgraciadamente
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Hemos desengañado su credulidad: h
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pie de los árboles, que a veces de
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EL MAR fascinará siempre a aquello
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sus reflejos melancólicos y tan du
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por un brusco rasgón del seto perc
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osas frescas o mostrándonos ufanas
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jo a su ímpetu de vuelo sin poder
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do, más que una sola forma negra d
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su automóvil. (Cuando escribía es
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ueda, un arpa, una hoz, una parrill
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vuelven golpe por golpe y rumor por
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le monotonía de su pobre canción,
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mara anticlerical, que es lo mismo
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de nuevo la emoción que antaño ib
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los mismos ritos de la iglesia cat
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El cirio, nos enseña Guillaume Dur
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que Jesús tenía la autoridad de l
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estia criminal, un ser fuera de la
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influyente, por lo menos amable, qu
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