PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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una miniatura: el pequeño ser podía parecer un elefante, pero se comportaba como si<br />
fuera un roedor violento, de rápidos movimientos y pésimo carácter. Hammond se oponía<br />
a que la gente lo acariciara para que no hubiese dedos mordisqueados.<br />
Y aunque hablaba, con aire de confianza, de siete mil millones de dólares en réditos<br />
anuales para 1993, su proyecto era ampliamente especulativo. Hammond tenía visión y<br />
entusiasmo, pero no había certeza alguna de que su plan funcionara. En especial desde<br />
que Norman Atherton, el cerebro que movía el proyecto, contrajo un cáncer terminal, lo<br />
que constituía una cuestión definitiva que Hammond olvidaba mencionar.<br />
Pero, al final, con ayuda de Gennaro, Hammond consiguió su dinero. Entre setiembre<br />
de 1983 y noviembre de 1985, John Alfred Hammond y su «Cartera del paquidermo»<br />
obtuvieron ochocientos setenta millones de dólares en capital, para financiar la sociedad<br />
anónima que se proponía, «International Genetic Technologies, Inc». Y podrían haber<br />
obtenido más, de no ser porque Hammond insistía en el secreto absoluto y no ofrecía<br />
dividendos hasta pasados cinco años, por lo menos: eso ahuyentó a muchos inversores.<br />
Al final tuvieron que aceptar consorcios mayoritariamente japoneses: los japoneses eran<br />
los únicos que tenían paciencia.<br />
Sentado en el asiento de cuero del reactor, Gennaro pensaba en lo evasivo que era<br />
Hammond. El anciano era resbaladizo: ahora estaba pasando por alto el hecho de que el<br />
estudio jurídico de Gennaro le había forzado a realizar ese viaje; en cambio, Hammond se<br />
comportaba como si aquello fuese una salida de índole puramente social:<br />
—Qué lástima que no haya traído a su familia con usted, Donald —dijo.<br />
Gennaro se encogió de hombros:<br />
—Es el cumpleaños de mi hija. Veinte chicos invitados. La fiesta y el payaso. Ya sabe<br />
cómo son esas cosas.<br />
—Oh, entiendo —dijo Hammond—. Los niños ponen el corazón en lo que hacen.<br />
—Sea como fuere, ¿está el parque listo para recibir visitantes? —preguntó Gennaro.<br />
—Bueno, no oficialmente. Pero el hotel está construido, así que hay un sitio en el que<br />
estar...<br />
—¿Y los animales?<br />
—Por supuesto, todos los animales están allí. Todos en sus espacios.<br />
—Recuerdo que, en la propuesta originaria, usted tenía la esperanza de contar con un<br />
total de doce...<br />
—Ah, hemos sobrepasado con mucho esa cantidad: contamos con doscientos treinta y<br />
ocho animales, Donald.<br />
—¿Doscientos treinta y ocho?<br />
El anciano lanzó una risita chirriante, complacido por la reacción de Gennaro:<br />
—No se lo puede imaginar. Tenemos manadas.<br />
—Doscientos treinta y ocho... ¿Cuántas especies?<br />
—Quince especies diferentes, Donald.<br />
—Es increíble —dijo Gennaro—. Es fantástico. ¿Y qué hay de todas las demás cosas<br />
que usted quería? ¿Las instalaciones? ¿Los ordenadores?<br />
—Todo eso, todo eso —dijo Hammond—. Todo lo que hay en esa isla representa lo<br />
más avanzado de la tecnología actual. Lo verá por sí mismo, Donald. Es perfectamente<br />
maravilloso. Ésa es la razón de que esta... empresa... esté tan a trasmano: con la isla no<br />
existe problema alguno.<br />
—Entonces, una inspección no debería suponer problema alguno —dijo Gennaro.<br />
—Y no lo hay. Pero retrasa las cosas. Todo se tiene que detener por la visita oficial...<br />
—Usted ya tuvo retrasos, de todos modos. Pospuso la inauguración.<br />
—Ah, eso. —Hammond tironeó del pañuelo rojo de seda que asomaba por el bolsillo<br />
superior de su chaqueta deportiva—: Era inevitable que pasara. Inevitable.<br />
—¿Por qué?