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Descargar - Portal de Cultura de Defensa - Ministerio de Defensa

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gusto le diere», reto que ni fue lanzado en bal<strong>de</strong><br />

ni contestado en la forma caballeresca que merecía,<br />

sino con un cantazo <strong>de</strong> Car<strong>de</strong>nio en los<br />

pechos que le tumbó <strong>de</strong> espaldas (cap. XXIV,<br />

parte 1ª).<br />

Y es también velador esforzado <strong>de</strong>l honor y <strong>de</strong><br />

la dignidad propias, sin cuyo título no se consi<strong>de</strong>raría<br />

digno <strong>de</strong> pasear su inmaculado nombre por<br />

el mundo, ante lo que consi<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>sacato <strong>de</strong>l<br />

cuadrillero por llamarle simplemente «buen hombre»,<br />

sin el <strong>de</strong>bido respeto a su honrosa profesión<br />

<strong>de</strong> caballero andante (capítulo XVII, parte 1ª).<br />

Y consagra su actividad incansable a exterminar<br />

a los malhechores <strong>de</strong> todo género que pueblan<br />

la tierra, para tormento y daño <strong>de</strong> las gentes<br />

pacíficas, cuando quiere aniquilar los molinos <strong>de</strong><br />

viento, «aun que muevan más brazos que los <strong>de</strong>l<br />

gigante Briareo», ya que furibundos gigantes le<br />

parecían (cap. VIII, parte 1ª), y en presencia <strong>de</strong><br />

los seis mazos <strong>de</strong> batán que consi<strong>de</strong>ra como<br />

amenaza malsana <strong>de</strong>l otro mundo, sin que basten<br />

a <strong>de</strong>tenerle las súplicas dolientes <strong>de</strong>l temeroso<br />

Sancho, a quien respon<strong>de</strong> con ejemplar entereza:<br />

«no se ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir por mí, ahora ni en<br />

ningún tiempo, que lágrimas y ruegos me apartaron<br />

<strong>de</strong> hacer lo que <strong>de</strong>bía a estilo <strong>de</strong> caballero»<br />

(cap. XX, parte 1ª).<br />

Y se conserva, en toda ocasión, fiel, aun con<br />

<strong>de</strong>trimento <strong>de</strong> sus huesos y <strong>de</strong> sus carnes, a la<br />

memoria siempre viva <strong>de</strong> su siempre amada<br />

Dulcinea, lo mismo con la princesa Maritornes<br />

en el camaranchón <strong>de</strong> la venta (don<strong>de</strong>, amparada<br />

por las tinieblas, busca la moza el incontinente<br />

y poco refinado afán amoroso <strong>de</strong>l arriero,<br />

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y topa, en un solo acto, con Don Quijote y su<br />

galante repulsa) (cap. XVI, parte 1ª), que a los<br />

pies <strong>de</strong>l ventanuco don<strong>de</strong> hace a caballo la<br />

guardia <strong>de</strong>l castillo, y don<strong>de</strong> otra princesa, no<br />

que la hija <strong>de</strong> la ventera, le llama para pedirle<br />

una <strong>de</strong> «sus hermosas manos», otorgada, no<br />

sin vacilación, por cortesía, para quedar con la<br />

mano, «verdugo <strong>de</strong> los malhechores <strong>de</strong>l mundo»,<br />

atada por un cabestro, y suspendido él <strong>de</strong><br />

ella, <strong>de</strong>spués, al escapársele Rocinante <strong>de</strong> entre<br />

las piernas (cap. XLIII, parte 1ª).<br />

Y es siempre amparo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>bilidad atropellada.<br />

Ante la litera <strong>de</strong> la dama vizcaína, escoltada<br />

en su viaje por servidumbre <strong>de</strong> a caballo, mozos<br />

<strong>de</strong> mulas a pie y, casualmente, por dos frailes <strong>de</strong><br />

la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> San Benito, comitiva cuya presencia<br />

le mueve a <strong>de</strong>cir: «aquellos bultos negros que<br />

allí parecen <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser, y son, sin duda, algunos<br />

encantadores que llevan hurtada alguna<br />

princesa», y le hace arriesgarse a una lucha en<br />

la que sufre una cuchillada en un hombro para librarla<br />

(capítulos VIII y IX, parte 1ª); al acercársele<br />

la «gran multitud <strong>de</strong> lumbres que no parecían<br />

sino estrellas que se movían» en medio <strong>de</strong> la noche,<br />

y que no eran sino sacerdotes acompañantes<br />

<strong>de</strong> un entierro, a quienes se dirigió exigiendo:<br />

«dadme cuenta <strong>de</strong>... qué es lo que en aquellas<br />

andas lleváis; que según las muestras, o vosotros<br />

habéis fecho, o vos han fecho, algún <strong>de</strong>saguisado,<br />

y conviene y es menester que yo lo sepa,<br />

o bien para castigaros <strong>de</strong>l mal que fecistes, o<br />

bien para vengaros <strong>de</strong>l tuerto que vos fizieron»<br />

(capítulo XIX, parte 1ª); empeñado en combate<br />

<strong>de</strong> pesadilla contra el gigante enemigo <strong>de</strong> la prin-

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