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visiones<br />

JUAN MARTÍNEZ<br />

Glosas a las visiones de Juan Martínez<br />

JOSÉ MARÍA MERINO


Dirección editorial: Miguel Ángel Cordero López<br />

Coordinación editorial: Virginia Morán<br />

Diseño de maqueta: Roberto P<strong>en</strong>illas<br />

Diseño de cubierta: Salvador Silva<br />

Diagramación: Noelia Palomo<br />

Digitalización: Cesár Núñez y Camino Muñoz<br />

Reservados todos los derechos.<br />

No está permitida la reproducción total o parcial de este <strong>libro</strong>, ni su<br />

tratami<strong>en</strong>to informático, ni la transmisión de ninguna forma o por<br />

cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u<br />

otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del Copyright.<br />

© De los dibujos: Juan Martínez<br />

© De los textos: José María Merino<br />

© De esta edición: NC<br />

Producción editorial: NUEVA COMUNICACIÓN<br />

Av<strong>en</strong>ida Padre Isla, 70, 1º B - 24002 LEÓN<br />

Teléfono 902 91 00 02 - Fax 987 07 27 43<br />

info@nuevacomunicacion.com · www.nuevacomunicacion.com<br />

Depósito Legal: Le-1538-2007<br />

ISBN: 978-84-935706-4-4<br />

“Esta obra ha sido publicada con una subv<strong>en</strong>ción de la Dirección G<strong>en</strong>eral<br />

del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo<br />

público <strong>en</strong> Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto <strong>en</strong> el artículo<br />

37,2 de la Ley de Propiedad Intelectual”.<br />

visiones<br />

JUAN MARTÍNEZ<br />

Glosas a las visiones de Juan Martínez<br />

JOSÉ MARÍA MERINO


Viol<strong>en</strong>ta contradicción de la que saltan chispas inquietantes y esclarecedoras.<br />

I.- La terquedad del signo<br />

Esto que nosotros mismos llamamos humanidad surge, precisam<strong>en</strong>te,<br />

porque mediante los signos fue capaz de construir con la imaginación<br />

mundos que replican al mundo real, que lo discut<strong>en</strong> y contestan, que <strong>en</strong><br />

sus trazos sintéticos expresan el vigor de un ámbito propio y de un cuerpo<br />

rebelde. En literatura, a eso lo d<strong>en</strong>ominamos ficción, pero ¿no son la<br />

pintura, la música, también formas expresivas de la ficción? Juan Martínez<br />

sigue visitando las cavernas, las estepas, los terr<strong>en</strong>os del signo, aunque<br />

concediéndoles a m<strong>en</strong>udo la palabra, haciéndolos hablar: pero así como<br />

el signo, ucrónico y utópico, no ti<strong>en</strong>e tiempo ni lugar exactos,<br />

las palabras son siempre de un tiempo y de un espacio concretos. Viol<strong>en</strong>ta<br />

contradicción de la que saltan chispas inquietantes y esclarecedoras.<br />

Los viejos signos que perduran cuando los hombres se van –pues, desde la<br />

conci<strong>en</strong>cia, los seres humanos somos solo el medio de transporte de los<br />

signos que nos han dado id<strong>en</strong>tidad de especie, como desde la biología<br />

solo somos el cobijo transitorio de nuestros g<strong>en</strong>es– son iluminados por las<br />

palabras perecederas, a la luz siempre agonizante de ese tránsito efímero<br />

que constituye nuestra sustancia. Los signos, los símbolos, se suced<strong>en</strong><br />

y su arcano ha suscitado <strong>en</strong> el propio autor un primer com<strong>en</strong>tario, una<br />

reflexión rep<strong>en</strong>tina que hace más complejo su significado del mismo<br />

modo que <strong>en</strong>riquece la apreh<strong>en</strong>sión, no solo plástica, sino poética y<br />

filosófica, de su discurso.


La figura humana no acaba de <strong>en</strong>contrar su color verdadero y se retuerce <strong>en</strong>tre las ruedas y las r<strong>en</strong>dijas.<br />

II.- La persist<strong>en</strong>cia del sueño<br />

Pero el sueño es previo al signo –acaso el sueño haya sido, <strong>en</strong> sus oríg<strong>en</strong>es,<br />

el espacio germinal del signo– y lucha por ser plasmado, por <strong>en</strong>contrar<br />

también su figura y las palabras que lo nombr<strong>en</strong>. Los signos y los sueños,<br />

hechos imág<strong>en</strong>es y palabras que replican a las sombras de una realidad<br />

confusa y sangri<strong>en</strong>ta, se suced<strong>en</strong> <strong>en</strong> esta serie de lo que quiero llamar<br />

‘visiones’, a través de rostros y máscaras, calaveras, capirotes y tiaras, redes,<br />

escaleras, círculos, cruces descabezadas y completas, cabezas, cuadrículas,<br />

lágrimas, líneas que se dispersan. La figura humana no acaba de <strong>en</strong>contrar<br />

su color verdadero y se retuerce <strong>en</strong>tre las ruedas y las r<strong>en</strong>dijas. El artista ha<br />

jugado la combinatoria de unos cuantos elem<strong>en</strong>tos, como ha conjugado<br />

la secu<strong>en</strong>cia de unos cuantos colores, para construir un mundo cerrado,<br />

que produce inquietud porque <strong>en</strong> él se reflejan simbólicam<strong>en</strong>te ciertas<br />

incoher<strong>en</strong>cias y brutalidades fundam<strong>en</strong>tales del mundo que vivimos.<br />

Y desde el sueño de la sinrazón vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a la vigilia estas imág<strong>en</strong>es,<br />

marcadas por las cicatrices de la lucidez.


Un tiempo <strong>en</strong> el que miles de imág<strong>en</strong>es e informaciones superfluas disparan contra nosotros.<br />

III.- Las visiones<br />

Hay algo <strong>en</strong> esta imaginería que conserva la sustancia de los antiguos<br />

Beatos, a la vez inefables y majestuosos: las ‘visiones’ nac<strong>en</strong> de la libertad<br />

para interpretar una suerte de nuevo Apocalipsis. Y es que este conjunto<br />

de imág<strong>en</strong>es, muchas de ellas com<strong>en</strong>tadas al modo goyesco –Goya lo<br />

sintió <strong>en</strong> sus carnes – ti<strong>en</strong>e mucho de nueva interpretación apocalíptica,<br />

que habla de un tiempo <strong>en</strong> el que miles de imág<strong>en</strong>es e informaciones<br />

superfluas disparan contra nosotros continuam<strong>en</strong>te para que no podamos<br />

distinguir las certeras, las necesarias. Aquí el artista se ha hecho visionario<br />

y, a través de sus imág<strong>en</strong>es y sus reflexiones, nos hace intuir mejor ese<br />

tiempo terminal y <strong>en</strong>redado. El signo seguro prevalece cuando hay qui<strong>en</strong><br />

sabe recuperarlo. A través de la mirada del artista se descubre <strong>en</strong> la<br />

realidad lo que ningún otro instrum<strong>en</strong>to de investigación y de análisis<br />

permite <strong>en</strong>contrar: las sombras más hondas, los latidos más secretos.


Pero desde la máscara se puede llegar al rostro, como <strong>en</strong> el definitivo trecho del <strong>en</strong>mascarami<strong>en</strong>to.<br />

IV.- Del rostro a la máscara<br />

¿Cuándo aparece la repres<strong>en</strong>tación del rostro? Las pinturas cavernarias,<br />

al componer figuras de seres humanos, muestran solo siluetas sin<br />

cara, como las V<strong>en</strong>us primordiales ost<strong>en</strong>tan únicam<strong>en</strong>te los signos<br />

desmesurados de su belleza reproductora, y sus rostros resultan solo vagos<br />

perfiles borrosos. El primer rostro de los signos es la máscara, un rostro<br />

cuajado sin duda desde el sueño, pues la máscara es el rostro verdadero<br />

del territorio del soñar, allí donde la cara desnuda no puede resistir la<br />

inclem<strong>en</strong>cia, los acechos, de los terribles deseos. La máscara es el rostro<br />

primero <strong>en</strong> la historia del símbolo. Pero desde la máscara se puede llegar<br />

al rostro, como <strong>en</strong> el definitivo trecho del <strong>en</strong>mascarami<strong>en</strong>to. El esquema<br />

del rostro, a través de numerosas variaciones, es uno de los temas c<strong>en</strong>trales<br />

de estas visiones. Variaciones sobre la construcción y deconstrucción<br />

del rostro, podrían d<strong>en</strong>ominarse también. Rostros <strong>en</strong> fuga, apariciones y<br />

desapariciones de rostros. El dolor del rostro al hacerse máscara. Y el rostro<br />

nos mira así, hecho solo signo de todas las perplejidades, de todos los<br />

<strong>en</strong>igmas, de todos los sufrimi<strong>en</strong>tos.


El rostro universal, un rostro que no id<strong>en</strong>tifica a nadie y que, al tiempo, nos id<strong>en</strong>tifica a todos del mismo modo.<br />

V.- Calacas<br />

Los mexicanos llaman calacas a las calaveras, los cráneos desnudos,<br />

tan familiares <strong>en</strong> México <strong>en</strong> los altares grandes y pequeños que <strong>en</strong><br />

noviembre celebran a los muertos. Señal pirata que fue una de las<br />

banderas de la infancia, era para los aztecas y para los celtas ornam<strong>en</strong>to<br />

de la vida, objeto de culto. ¿Cabe rostro más desnudo? El camino del<br />

<strong>en</strong>mascarami<strong>en</strong>to es también un camino de despojami<strong>en</strong>to, y la calaca,<br />

la calavera, despojami<strong>en</strong>to total, muestra el rostro universal, un rostro<br />

que no id<strong>en</strong>tifica a nadie y que, al tiempo, nos id<strong>en</strong>tifica a todos del<br />

mismo modo. A veces, <strong>en</strong> las visiones de Juan Martínez lluev<strong>en</strong> calaveras,<br />

o quedan pr<strong>en</strong>didas <strong>en</strong> esa red del tiempo que es la tela de araña final<br />

donde vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a parar, como el caparazón reseco de los insectos, los<br />

despojos de la vida humana, o <strong>en</strong>tran a formar el rell<strong>en</strong>o de esa gigantesca<br />

semilla de la vida, de cuya germinación han de resultar el grano seguro,<br />

¡sin reflejo ni eco!


Pero a través de la línea fructificadora, por medio del signo, se puede salir del círculo vicioso.<br />

VI.- El círculo virtuoso<br />

También está el círculo. A veces, para <strong>en</strong>señarnos cómo se pasa por el<br />

aro. En otras ocasiones, para que <strong>en</strong> las visiones haya también humor, <strong>en</strong><br />

esa clave negra que les da refrescante tono expresionista: los círculos<br />

concéntricos, a través de los ejes de la rueda –desde el esquema de un<br />

viejo objeto ritual de los esquimales– nos señalan el urinario como<br />

lugar seguro de llegada, como incuestionable refer<strong>en</strong>cia democrática<br />

–¿y estética?– En una ocasión, el círculo se hace espiral para señalarnos<br />

el camino insoslayable de la rueda, del retorno –s<strong>en</strong>tirse <strong>en</strong> casa –.<br />

Pero a través de la línea fructificadora, por medio del signo, se puede salir<br />

del círculo vicioso.


Capirotes de ajusticiado, de p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>te, a veces pued<strong>en</strong> resultar tiaras de la autoridad eclesiástica.<br />

VII.- Capirotes<br />

El capirote es la tiara de la p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia, la corona solemne del dolor.<br />

Los capirotes cubrían la cabeza de las víctimas de la Inquisición como<br />

cubr<strong>en</strong> las cabezas de los miembros de esas cofradías religiosísimas que<br />

conmemoran la muerte de Cristo. El capirote <strong>en</strong>laza al mago Merlín con<br />

los ajusticiados goyescos, pero, <strong>en</strong> estas imág<strong>en</strong>es impregnadas de sueños,<br />

puede repres<strong>en</strong>tar el cuerno nasal de un borroso cráneo –¿de aquel<br />

rinoceronte teatral que nos hizo a todos rinocerontes?– y el colador del<br />

tiempo por el que se escurre el rostro para hacerse calavera. Estilizados<br />

como borrones picudos, con dos círculos simétricos <strong>en</strong> la parte inferior,<br />

los capirotes pued<strong>en</strong> componer también esas llamas fúnebres <strong>en</strong> las que<br />

arde el bosque de miradas. Capirotes de ajusticiado, de p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>te, a veces<br />

pued<strong>en</strong> resultar tiaras de la autoridad eclesiástica, mostrando el reverso<br />

mismo de la p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia, el lugar del poder y del verdugo satisfecho.


Estamos atrapados <strong>en</strong> una red, <strong>en</strong>tre escaleras que no llevan a ninguna parte. Seguimos soñando.<br />

VIII.- De redes y escaleras<br />

La figura de la escalera, esos trazos paralelos, verticales, acotados<br />

intermit<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te por trazos horizontales, son un signo s<strong>en</strong>cillo,<br />

que ti<strong>en</strong>e, como la red, estructura fractal. Por esas escaleras imaginarias,<br />

sinuosas, puntiagudas, sube y baja el dolor, va y vi<strong>en</strong>e, sin <strong>en</strong>contrar jamás<br />

la desembocadura que debería ser su destino natural. La red, la tela de<br />

araña, el tejido de trama amplia que sirve para cazar y pescar, otro de<br />

esos símbolos claros para todos por <strong>en</strong>cima del tiempo y la cultura, está<br />

hecha de innumerables escaleras imposibles. Muchas figuras de escaleras<br />

<strong>en</strong>tretejidas forman una red, como los fragm<strong>en</strong>tos de red se conviert<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong> escaleras fragm<strong>en</strong>tarias. Se adivina la Gran Araña que sigue teji<strong>en</strong>do<br />

imperturbable. El artista nos sugiere que estamos atrapados <strong>en</strong> una red,<br />

<strong>en</strong>tre escaleras que no llevan a ninguna parte. Seguimos soñando.


Pero la realidad se <strong>en</strong>cabrita, empeñada siempre <strong>en</strong> alcanzar la confusión perfecta del caos.<br />

IX.- Soñar poder vivir<br />

Vivir poder soñar. Poder soñar vivir. Poder vivir soñar. Pero ahí están las<br />

alambradas con sus lazadas espinosas y las banderas que nos ciegan.<br />

Una bandera ti<strong>en</strong>e también algo reticular, algo de fragm<strong>en</strong>to diminuto<br />

–con el vacío coloreado para que no lo parezca– de una escalera<br />

imposible o de una red segura, <strong>en</strong>tre los inc<strong>en</strong>dios que hac<strong>en</strong> crepitar los<br />

bosques y los edificios. Si el esqueleto del fósforo consumido es un signo<br />

firme de la modernidad, la silueta ojival de la cabeza de misil parece un<br />

signo incuestionable del futuro. Mi<strong>en</strong>tras, el artista asegura que el poema<br />

ofrece resist<strong>en</strong>cia a la realidad y la obliga a t<strong>en</strong>er s<strong>en</strong>tido, pero la realidad<br />

se <strong>en</strong>cabrita, empeñada siempre <strong>en</strong> alcanzar la confusión perfecta del<br />

caos, y solo el poema, la imag<strong>en</strong> estructurada con líneas y colores,<br />

la imag<strong>en</strong> soñada que la vigilia hace palpable, acaba sobrevivi<strong>en</strong>do como<br />

único s<strong>en</strong>tido y ord<strong>en</strong> fr<strong>en</strong>te al caos que el crim<strong>en</strong> propicia.


La cruz, para muchos sagrado patíbulo, está marcada por esa conexión <strong>en</strong>tre la vertical y la horizontal.<br />

X.- El sagrado patíbulo<br />

La cruz, para muchos sagrado patíbulo, está marcada por esa conexión<br />

<strong>en</strong>tre la vertical y la horizontal, que sin duda fue uno de los primeros<br />

rasgos expresivos de la conci<strong>en</strong>cia. En la vertical cab<strong>en</strong> la asc<strong>en</strong>sión<br />

y la caída, la germinación y el hundimi<strong>en</strong>to, eyacular y desangrarse,<br />

sub<strong>en</strong> por la chim<strong>en</strong>ea los humos de la cocina y la calefacción,<br />

desci<strong>en</strong>d<strong>en</strong> por las tuberías los desperdicios de las cloacas. En la<br />

horizontal están el dormir y el morir, por lo m<strong>en</strong>os. Aunque el dormir traiga<br />

tantas veces esos sueños terribles que solo la muerte es capaz, al parecer,<br />

de liquidar para siempre. En las visiones de Juan Martínez el patíbulo<br />

sagrado se repite, a m<strong>en</strong>udo descabezado, pero la cruz solo necesita la<br />

vertical y la horizontal para florecer y am<strong>en</strong>azarnos con su perman<strong>en</strong>cia,<br />

como la única especie arbórea a la que ninguna extinción puede<br />

am<strong>en</strong>azar. También es el esquema más descarnado del rostro: la horizontal<br />

de las cejas y los ojos, la vertical de la nariz y la boca: llevamos la cruz <strong>en</strong><br />

la cara.


Entre las sombras, tras las barreras, tras las cuadrículas, algui<strong>en</strong> está esperando.<br />

XI.- Sombras<br />

Viejo asunto que <strong>en</strong>tusiasmó a los románticos, la sombra aparece<br />

y reaparece a lo largo de estas visiones. Sombras desdobladas, sombras<br />

que se asoman, sombras sin rasgos que no consigu<strong>en</strong> <strong>en</strong>contrar el<br />

esquema que los conforme. Paradójicam<strong>en</strong>te, esas sombras esclarec<strong>en</strong> la<br />

figura aus<strong>en</strong>te, nos hablan desde su vaguedad de soledades y sil<strong>en</strong>cios,<br />

de esas apar<strong>en</strong>tes mutaciones de lo real cuyas sombras verdaderas no<br />

cambian jamás. Entre las sombras, tras las barreras, tras las cuadrículas,<br />

algui<strong>en</strong> está esperando, pues el nuevo modelo de ética aún no ha llegado.


Giran las terribles ruedas, los bultos humanos se quiebran <strong>en</strong> el sueño de la crueldad.<br />

XII.- R<strong>en</strong>dijas<br />

Y, al cabo, todo se descubre <strong>en</strong>tre las r<strong>en</strong>dijas. Por muy compacta que<br />

v<strong>en</strong>ga a parecer, la realidad, al fin materia, no ti<strong>en</strong>e la solidez que apar<strong>en</strong>ta,<br />

y está ll<strong>en</strong>a de r<strong>en</strong>dijas imborrables, insondables, irreparables, por las que<br />

se cuelan las miradas de los rostros, de las máscaras, de las calaveras.<br />

Por las r<strong>en</strong>dijas nos atisban, atisbamos, las flechas de la intuición<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran a través de las r<strong>en</strong>dijas sus blancos y sus trofeos. Giran las<br />

terribles ruedas, los bultos humanos se quiebran <strong>en</strong> el sueño de la<br />

crueldad, los parajes de la desolación se transforman <strong>en</strong> los paisajes<br />

oscuros del hambre, pero esas r<strong>en</strong>dijas que nadie puede taponar para<br />

siempre, nos permit<strong>en</strong> asomarnos, verificar el escándalo. Estas visiones<br />

parec<strong>en</strong> todas reveladas a través de las mismas r<strong>en</strong>dijas por las que ellas<br />

se asoman. El artista, atisbando por las r<strong>en</strong>dijas que nadie más que él<br />

puede descubrir, mira lo que se esconde <strong>en</strong>tre la materia d<strong>en</strong>sa de la<br />

realidad.


Aquí asoma un cuervo desmirriado, allá un conejo, ¿una salamanquesa, un lagarto?<br />

XIII.- De animales<br />

Las iniciales sabidurías pictóricas dejaron, <strong>en</strong> las paredes de las grutas<br />

originarias, la señal de los primeros animales, sagrados por su fuerza,<br />

por su volum<strong>en</strong>, por su cantidad, sagrados por su pellejo, por su carne,<br />

por sus huesos. Los animales de estas cavernas de Juan Martínez ya<br />

no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la solemnidad peluda del bisonte ni la majestad coronada<br />

del ciervo. Aquí asoma un cuervo desmirriado, allá un conejo, ¿una<br />

salamanquesa, un lagarto? Mirad esa cabeza de cabrón, la sombra de la<br />

cabeza de ese lobo. Una faz humana y el dorso de un escarabajo conjugan<br />

esa simetría de haz y <strong>en</strong>vés que está <strong>en</strong> el orig<strong>en</strong> mismo de los signos y de<br />

los sueños: la misteriosa fraternidad de lo totémico, el terror y la esperanza<br />

de la metamorfosis.


Mas sea cual sea la forma <strong>en</strong> que perdamos la cabeza, al final será la calavera qui<strong>en</strong> t<strong>en</strong>drá la palabra definitiva.<br />

XIV.- De cabeza<br />

Sabemos que hay muchas formas de perder la cabeza, pero no nos<br />

preocupa. Seguro que la cabeza es el objeto perdido que más se acumula<br />

<strong>en</strong> las oficinas correspondi<strong>en</strong>tes. En estas visiones de Juan Martínez las<br />

cabezas suel<strong>en</strong> estar tan am<strong>en</strong>azadas, que a m<strong>en</strong>udo les sobrevi<strong>en</strong>e un<br />

colapso cúbico, o abstracto, y se hac<strong>en</strong> sombra <strong>en</strong>tre sombras.<br />

Es la transcripción soñada de lo que sucede con nuestras propias cabezas,<br />

que por <strong>en</strong>contrar cada día inalterables <strong>en</strong> el espejo, no somos capaces de<br />

sospechar que están hechas ya de pasta para sopa, de cascote de edificio<br />

destruido por una bomba o de ese hielo de los polos que se licua sin<br />

remedio. Mas sea cual sea la forma <strong>en</strong> que perdamos la cabeza, al final<br />

será la calavera qui<strong>en</strong> t<strong>en</strong>drá la palabra definitiva.


Una conci<strong>en</strong>cia que hizo a la línea también consci<strong>en</strong>te de ser línea.<br />

XV.- El ord<strong>en</strong> de la línea<br />

Qué emoción la del primate antecesor que al pasar el dedo por la<br />

ar<strong>en</strong>a y contemplar la huella sintió la construcción de la primera<br />

línea. Una conci<strong>en</strong>cia que hizo a la línea también consci<strong>en</strong>te de ser<br />

línea, de repres<strong>en</strong>tar una flecha o de marcar un perfil, de poder acabar<br />

redondeando una forma. En estas visiones, a m<strong>en</strong>udo las líneas zigzaguean,<br />

sub<strong>en</strong> y bajan, buscan las direcciones <strong>en</strong> que deb<strong>en</strong> completar el<br />

recorrido capaz de pasarlas del rasgo al signo. Dos líneas blancas<br />

<strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tadas merodean a ciegas sobre un territorio oscuro: mi doble me<br />

revela mi soledad, dice la visión: un cuerpo borroso, un s<strong>en</strong>o fem<strong>en</strong>ino,<br />

un vi<strong>en</strong>tre, un culo ¿un rostro? En la perplejidad de su trazado<br />

y de su búsqueda, las líneas acaban <strong>en</strong>contrando su destino.


Objeto misterioso y contradictorio, que al girar sobre su propio eje siempre conduce al mismo sitio.<br />

XVI.- La rueda<br />

¿Símbolo solar, señal esquemática del tiempo? También fue un<br />

instrum<strong>en</strong>to de tortura que las tiaras b<strong>en</strong>dijeron. Y aquí he dado la vuelta,<br />

dice una de estas visiones, donde la línea hecha signo direccional que<br />

señala dos rumbos contrapuestos sosti<strong>en</strong>e la rueda y la calavera de órbitas<br />

coloreadas, como maquillaje festivo o terrorífico. Y es que la rueda,<br />

objeto misterioso y contradictorio, que al girar sobre su propio eje siempre<br />

conduce al mismo sitio, pero que al girar sobre la tierra firme, como punto<br />

de apoyo, siempre nos aleja, lleva <strong>en</strong> sí la inexorable repres<strong>en</strong>tación de<br />

que tantos y tantos giros, tantos y tantos alejami<strong>en</strong>tos, a la postre solo<br />

conduc<strong>en</strong> al sitio seguro que la calavera repres<strong>en</strong>ta. Imag<strong>en</strong> de misticismo<br />

laico, pues, como dice otra visión, a través de una cabeza recompuesta<br />

por ciertos signos, nuestra época transforma un místico <strong>en</strong> un promotor<br />

comercial.


En la cuadrícula, como <strong>en</strong> la estantería ideal, se colocan esas cabezas perdidas que acosan nuestros sueños.<br />

XVII.- La cuadrícula<br />

La cuadrícula sirvió para ord<strong>en</strong>ar el trazado de las primeras ciudades<br />

y es el signo escolar de los mom<strong>en</strong>tos iniciales para conducirnos al dibujo<br />

y a la escritura. En las cuadrículas de Juan Martínez se ord<strong>en</strong>an cabezas<br />

y fotografías, y la cuadrícula sirve también de barrera para sujetar los<br />

cayucos, las pateras del hambre. Despr<strong>en</strong>didas de la cuadrícula, las fotos<br />

van empalideci<strong>en</strong>do hasta <strong>en</strong>contrar el color escondido del hueso y la<br />

sonrisa franca y sin disimulos de las calaveras. En la cuadrícula, como<br />

<strong>en</strong> la estantería ideal, se colocan esas cabezas perdidas que acosan<br />

nuestros sueños. A veces salta un fragm<strong>en</strong>to de Klee, pero también <strong>en</strong> otros<br />

espacios el bulto de un cuerpo nos ha traído recuerdos de Tiziano: los<br />

signos se crean desde la conversión de una imag<strong>en</strong>, de una figura, de una<br />

línea o juego de líneas, <strong>en</strong> código universal. El visionario <strong>en</strong>caja los signos<br />

antiguos y modernos, y desarrolla la cuadrícula como una geometría<br />

contradictoria <strong>en</strong> el espontáneo desord<strong>en</strong> de la realidad.


¿Qué nos van a hacer tragar con la cuchara religiosa?<br />

XVIII.- Objetos No Id<strong>en</strong>tificados (ONIS)<br />

Pero pued<strong>en</strong> ser tes, cruces patibularias, el esquema más simple del<br />

rostro, cipreses-capirotes que proyectan una cruz como sombra, bulbos<br />

monstruosos a punto de germinar. Sobre el extremo superior de una cruz<br />

–cristiana o rusa vanguardista– tres fósforos ya quemados forman los<br />

rasgos id<strong>en</strong>tificadores de un rostro, <strong>en</strong> un óvalo-huevo que se desid<strong>en</strong>tifica<br />

súbitam<strong>en</strong>te huy<strong>en</strong>do hacia el rojo: apocalipsis de San Juan –por lo m<strong>en</strong>os<br />

aquí, la refer<strong>en</strong>cia expresa de lo apocalíptico– Inc<strong>en</strong>dios y sangre, la visión<br />

ti<strong>en</strong>e el sabor clásico, bíblico. La alambrada circular ¿no es una corona de<br />

espinas? ¿qué nos van a hacer tragar con la cuchara religiosa?<br />

Los objetos merodean, las líneas <strong>en</strong>gordan, las r<strong>en</strong>dijas se ll<strong>en</strong>an de súbitos<br />

cerrami<strong>en</strong>tos, vallados, cortinas. ¿Y si fues<strong>en</strong> piedras? Pero son gotas,<br />

de tinta, gotas gordas, de sangre. Gotas.


Todo es ningún lugar, y además el tiempo es solo una pura alternancia de luz y de sombra.<br />

XIX.- Historia de Ningún Lugar<br />

Todo es ningún lugar, y además el tiempo es solo una pura alternancia<br />

de luz y de sombra. El visionario dice mi sangre tirita como la luz que<br />

muere, y habla también del olor húmedo de los sollozos, y echa de m<strong>en</strong>os<br />

la humedad que no llega desde la ribera, e invita a recordar la humedad.<br />

Hay una nostalgia de mom<strong>en</strong>tos perdidos: algo me han dicho la tarde y la<br />

montaña. Ya lo he perdido, se lam<strong>en</strong>ta. Además, es tan difícil mirar, aunque<br />

sea con un solo ojo, todos solos y unidos por el frío, que acaso por eso<br />

dice también no quiero pintar lo que veo. Pues un ojo, hoy, es sobre todo<br />

una <strong>en</strong>orme lágrima pingona, lágrima de lágrimas <strong>en</strong> la que se reflejan<br />

millones de rostros empavorecidos. Nacer tampoco sirve para curar la<br />

vida, sino para acrec<strong>en</strong>tar su segura derrota, <strong>en</strong> un espacio cercado cuya<br />

única bandera es la calavera, y donde las realidades que nos viv<strong>en</strong> son las<br />

lágrimas que lluev<strong>en</strong> sobre el mundo, las escaleras que no conduc<strong>en</strong> a<br />

ninguna parte y las máscaras de mueca resignada, impot<strong>en</strong>te.


La realidad puede confundirnos, pero nunca <strong>en</strong>gañarnos del todo, si de verdad estamos dispuestos a descifrarla.<br />

XX.- Conflu<strong>en</strong>cias<br />

¿La alambrada? ¿la corona de espinas? ¿el símbolo de lo fem<strong>en</strong>ino?<br />

Ahí está ella, hecha sombra, y te reconoce de todas formas, pero los lugares<br />

son conflu<strong>en</strong>cias. Estas visiones están imaginadas y tramadas desde la<br />

conflu<strong>en</strong>cia de signos y palabras y la esperanza <strong>en</strong> la conflu<strong>en</strong>cia de<br />

s<strong>en</strong>sibilidades e intelig<strong>en</strong>cias. Como la poesía, o la música, su discurso<br />

no se dirige primeram<strong>en</strong>te a la razón, sino a la intuición, a esa parte de<br />

nuestra sustancia humana que tanto ti<strong>en</strong>e que ver con el sueño. Aunque<br />

la crueldad no duerma, podemos conjurarla mostrando sus reflejos, como<br />

proyecciones súbitas, <strong>en</strong> esa pantalla oscura que ocupa los espacios<br />

recónditos de nuestro ser. A eso se dirig<strong>en</strong> estas visiones-conflu<strong>en</strong>cias de<br />

signos, símbolos, figuraciones. Sabemos más que las figuras que proyectan<br />

esas sombras. La realidad puede confundirnos, pero nunca <strong>en</strong>gañarnos<br />

del todo, si de verdad estamos dispuestos a descifrarla.

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