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Lima y sus pregones - Edelnor

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IMPRESSO GRAFICA


Carátula:<br />

1 2<br />

3 4<br />

1. Pancho Fierro, La misturera, en Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800.<br />

<strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 34 - Pág. 98.<br />

2. Pancho Fierro, Sereno (1812), Álbum <strong>Lima</strong>. Tipos y costumbres.<br />

Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de <strong>Lima</strong>.<br />

3. Pancho Fierro, El Vendedor de uvas y el Humitero (1850), Álbum <strong>Lima</strong>. Tipos y costumbres.<br />

Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de <strong>Lima</strong>.<br />

4.<br />

Pancho Fierro, Vendedor de canastas, en Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800.<br />

<strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 33 - Pág. 97.<br />

Derechos Reservados<br />

<strong>Lima</strong>, diciembre de 2006


4 5<br />

Índice<br />

“Hacer Luz”. Presentación por Ignacio Blanco<br />

Prólogo por Luis Enrique Tord<br />

<strong>Lima</strong> Antigua<br />

Monumentos de <strong>Lima</strong><br />

Basílica Catedral de <strong>Lima</strong><br />

Iglesia San Francisco<br />

Iglesia San Pedro<br />

Convento de Los Descalzos<br />

Iglesia Las Nazarenas<br />

Basílica Santa Rosa<br />

Estación de Desamparados<br />

Palacio Legislativo<br />

Palacio de Gobierno<br />

Rosa Mercedes Ayarza de Morales<br />

Los Pregones de <strong>Lima</strong><br />

Revolución caliente<br />

El negro frutero<br />

El cholo frutero<br />

El chino frutero<br />

La ramilletera<br />

La causera<br />

La tamalera<br />

La sanguera<br />

La picaronera<br />

La tisanera<br />

El listín de toros<br />

El sereno<br />

Los que conocieron a Rosa Mercedes<br />

Clemencia Morales de Cedrón. La hija de la artista<br />

Luis Alva. Tenor del Perú para el mundo<br />

Armando Villanueva. El discípulo entrañable<br />

Bibliografía<br />

Agradecimientos<br />

Pancho Fierro, Vendedora de aves, en<br />

Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 31 - Pág. 95.<br />

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hacer luz<br />

Por Ignacio Blanco<br />

Nuestra principal labor es HACER LUZ. La entregamos cada día en todos los rincones de <strong>Lima</strong>. Con perseverancia<br />

y con ilusión, pues sabemos que nuestro trabajo contribuye de forma <strong>sus</strong>tancial al desarrollo de la sociedad de la que formamos<br />

parte. Ésa es la esencia de <strong>Edelnor</strong>. Y por eso vinculamos nuestras gestiones con el desarrollo sostenible del entorno en<br />

el que trabajamos. Una tarea en la que la preservación del patrimonio histórico, religioso y cultural de la capital ocupa un<br />

lugar preponderante.<br />

Había muchos motivos para trabajar en la recuperación de <strong>Lima</strong>. No en vano su centro histórico fue declarado Patrimonio<br />

Cultural de la Humanidad por la UNESCO, en 1988. La Ciudad de los Reyes es una sobreviviente heroica de<br />

no pocos terremotos que, a pesar de las vicisitudes que ha debido atravesar a lo largo de los siglos, nos ofrece hoy su mejor<br />

sonrisa a través del valioso legado que constituyen <strong>sus</strong> singulares iglesias y monumentos civiles, en los que artesanos locales<br />

y del Viejo Mundo fusionaron su arte creando así un estilo arquitectónico único.<br />

Conscientes de la riqueza cultural que alberga <strong>Lima</strong>, <strong>Edelnor</strong> lleva varios años colaborando para resaltar la belleza de<br />

esta ciudad singular. Una labor que comenzó en agosto de 2001, cuando se oficializó “Iluminando Nuestra Fe”, programa<br />

con el que se ha renovado la iluminación de emblemáticas joyas de la arquitectura capitalina. Y que dura hasta nuestros días<br />

con la recuperación del patrimonio musical de la vieja <strong>Lima</strong>. Así, <strong>sus</strong> viejos <strong>pregones</strong> retocados y acariciados por el inigualable<br />

talento de Rosa Mercedes Ayarza de Morales, suenan hoy en la voz de destacados intérpretes de la lírica nacional, gracias<br />

al incondicional apoyo de Luis Alva, a la sazón, discípulo de la compositora.<br />

Con HACER LUZ se han iluminado monumentos civiles de gran importancia histórica, como la Estación de Desamparados,<br />

el Palacio de Gobierno del Perú y más recientemente el Palacio Legislativo, donde sesiona el Congreso de la<br />

República. También se han enaltecido las bondades de nuestra arquitectura religiosa, tales como las iglesias San Francisco,<br />

Las Nazarenas, San Pedro, Santa Rosa, el Convento de Los Descalzos y la Catedral de <strong>Lima</strong>, además de otros monumentos<br />

religiosos al interior del país.<br />

Pero si con la luz <strong>Edelnor</strong> destacó el alma de todas y cada una de estas edificaciones, con la recopilación de los Pregones<br />

de <strong>Lima</strong>, sin duda, el corazón de la ciudad volvió a latir. Y hoy, en cada esquina y en cada jirón, la música de esos cantos<br />

callejeros de los primeros vendedores ambulantes de <strong>Lima</strong> nos hace más fácil evocar a la Revolución Caliente, al alegre Negro<br />

Frutero, a la sensual Ramilletera o a la siempre dulce Picaronera. Porque <strong>Lima</strong> está más viva que nunca.<br />

Juan Mauricio Rugendas, El mercado principal de <strong>Lima</strong> (1843). Fragmento. Col. Baring Brothers, Londres, en<br />

Juan Mauricio Rugendas. El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám 74 - Pág. 164.


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prÓlogo<br />

Por Luis Enrique Tord<br />

El centro histórico de <strong>Lima</strong> es uno de los referentes fundamentales de la identidad tanto de la ciudad como de la<br />

nación. Ya antes de la fundación de la urbe española, el lugar era un espacio notable en el que se levantaban importantes<br />

edificios prehispánicos, como las huacas para los cultos practicados a la vera del río Rímac. La proximidad del santuario de<br />

Pachacámac, además, sumada a la fertilidad de <strong>sus</strong> tres valles (el Rímac, el Chillón y el Lurín), la benignidad de su clima y<br />

su proximidad al mar, hicieron de ella un lugar grato para vivir. Y el enclave era un paraje de natural importancia estratégica,<br />

por su ubicación entre el océano y las estribaciones de la cordillera andina occidental. Una privilegiada situación que<br />

se acentuó cuando don Francisco Pizarro decidió ubicar en ella el centro de su gobernación, y que se consolidó cuando en<br />

1542 la Corona creó el Virreinato del Perú y designó a <strong>Lima</strong> como su capital.<br />

Fue entonces que alrededor de su Plaza Mayor se extendieron los solares en los que se levantaron primero la Casa de<br />

Pizarro y, más tarde, el Palacio de los Virreyes, el Palacio Presidencial Republicano, la Catedral, el Arzobispado, el Ayuntamiento<br />

y <strong>sus</strong> soportales. En las islas o manzanas aledañas, asimismo, se construyeron las moradas de los limeños, y los templos<br />

y conventos que harían de <strong>Lima</strong> una ciudad elogiada por los más distinguidos escritores. Ya en 1550 Pedro de Cieza de León<br />

dijo de <strong>Lima</strong> que “...para pasar la vida humana, cesados los escándalos y alborotos y no habiendo guerra, verdaderamente es<br />

de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre, ni pestilencias, ni llueve, ni caen rayos ni relámpagos,<br />

ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso”.<br />

En el conjunto de la <strong>Lima</strong> antigua se levantan de manera predominante, tanto por su belleza arquitectónica, como por<br />

<strong>sus</strong> dimensiones, monumentos de singular belleza, algunos de los cuales constituyen verdaderas joyas de la herencia virreinal<br />

limeña como la Basílica Catedral de <strong>Lima</strong>, la iglesia San Francisco y <strong>sus</strong> amplios claustros conventuales, el convento de Los<br />

Descalzos, la iglesia San Pedro, la iglesia de Las Nazarenas y la Basílica Santa Rosa de <strong>Lima</strong>, entre otros. En un esfuerzo<br />

mancomunado, Endesa, a través de las empresas del Grupo que operan en el Perú, se ha abocado a preservarlos, dotándolos<br />

de modernos sistemas de iluminación que resaltan la armonía de <strong>sus</strong> conjuntos arquitectónicos, según la jerarquía de <strong>sus</strong><br />

partes, enfatizando en el volumen y la composición.<br />

Estos monumentos, que hoy recobran vida gracias a la luz, fueron testigos privilegiados de aquella vida cotidiana del<br />

virreinato y la primera época republicana en la que los ambulantes que ofrecían <strong>sus</strong> mercaderías eran parte esencial del paisaje<br />

urbano. En ese sentido, Endesa ha comprendido que su trabajo va más allá del rescate del valioso patrimonio que alberga<br />

<strong>Lima</strong>. Su compromiso es también con la historia, costumbres y riqueza cultural de nuestra ciudad. Y para realizar esta tarea<br />

ha encontrado a valiosos aliados como Luis Alva y Prolírica.<br />

Es así que, gracias a Endesa, en octubre del año 2005 volvimos a escuchar en el atrio de la iglesia San Francisco los<br />

<strong>pregones</strong> rescatados por el genio de esa gran limeña que fue Rosa Mercedes Ayarza de Morales. Hoy esas voces retornan a<br />

nosotros para devolvernos el encanto y el color de una <strong>Lima</strong> cuyo recuerdo late firmemente en esas festivas composiciones<br />

plenas de vivacidad, en donde la alegría no deja de preservarle un discreto espacio a la melancolía.<br />

Los <strong>pregones</strong> de <strong>Lima</strong> quedan así registrados en un disco compacto editado y grabado con las mejores voces de la<br />

lírica peruana y en el trabajo de difusión de la historia y el arte de la capital antigua, que presentamos en este libro.<br />

De este modo el artista, con su amor e inspiración, impide que nada desaparezca, pues la música es capaz de recrear<br />

mágicamente el pasado, al propio tiempo que los principales monumentos de nuestro centro histórico, hoy bellamente<br />

iluminados, afirman con orgullo que en ellos subsiste el testimonio de una tradición que, a pesar de los grandes cambios<br />

contemporáneos, anida fina y discretamente en el alma inmortal de la ciudad.<br />

Pancho Fierro, Mujer a caballo adornada con flores de amancaes tomando chicha, en<br />

Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 28 - Pág. 92.


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Juan Mauricio Rugendas, El río y el puente de <strong>Lima</strong>. Lápiz 18.8 x 32.7 cm. “<strong>Lima</strong> Dec 20 de 1842”. M.- n/i 16835. en<br />

Juan Mauricio Rugendas, El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám 8 - Pág. 96.<br />

LIMA ANTIGUA


12 13<br />

LIMA ANTIGUA<br />

Desde la época prehispánica la comarca de <strong>Lima</strong> ya ejerció una especial predominancia, tal y<br />

como atestiguan las diferentes aldeas y adoratorios que a lo largo de diferentes periodos culturales se<br />

levantaron en <strong>sus</strong> tres valles: el Chillón, el Rímac y el Lurín. El lugar en aquella época se caracterizaba<br />

por <strong>sus</strong> verdes campos de cultivo, regados por extensas acequias que los pueblos yungas habían<br />

abierto desde antiguo.<br />

Los yungas fueron remotos descendientes de los primeros cazadores y recolectores que recorrieron<br />

la zona diez mil años atrás, dejando tras de sí vestigios de su presencia en Chivateros y en la<br />

Tablada de Lurín. De ellos se sabe que en una primera época se alimentaban de peces y mariscos del<br />

litoral, y de la fauna y la flora presente en las quebradas, hondonadas y contrafuertes de la cordillera<br />

andina occidental, como lo atestiguan las puntas de flechas y los restos de redes encontrados. Con el<br />

tiempo, no obstante, los yungas fueron evolucionando y llegaron a periodos de elevado desarrollo,<br />

con una agricultura no sólo de subsistencia, sino con edificaciones, pinturas murales, textiles y cerámicas<br />

altamente elaboradas, como las encontradas en Garagay, Cieneguilla y Ancón.<br />

Importantes culturas como la huari y la inca también estuvieron asentadas en esta comarca<br />

privilegiada que es <strong>Lima</strong>. Pero sin duda alguna el símbolo indiscutible que nos da idea de la importancia<br />

de la región es la presencia en su territorio del oráculo de Pachacámac, divinidad a la que<br />

se rindió culto en todo el universo andino. El santuario no fue sólo destino de peregrinación de<br />

los pueblos de la costa y la sierra central. También fue respetado por sociedades invasoras como la<br />

del poderoso Imperio cusqueño del Tahuantinsuyo, que bajo el Inca Yupanqui elevó a pocos pasos<br />

de aquel respetado adoratorio oracular un imponente Templo del Sol. Éste es aún hoy el edificio<br />

más prominente de los que todavía se levantan sobre las calientes arenas de este desierto al sur de<br />

la capital.<br />

Juan Mauricio Rugendas, Escena en la calle de San Pedro. Óleo en tela 41 x 34 cm. “MR. <strong>Lima</strong> 1843”. Paradero desconocido, en<br />

Juan Mauricio Rugendas, El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 55 - Pág. 135.


16 17<br />

Las bondades de la ubicación y entorno geográfico de <strong>Lima</strong> fueron elogiadas en 1550 por el<br />

ilustre cronista y soldado Pedro de Cieza de León: “la ciudad está asentada de tal manera que nunca<br />

el sol toma el río de través, sino que nace a la parte de la ciudad; la cual está junto al río, que desde<br />

la plaza un buen bracero puede dar con una pequeña piedra en él, y por aquella parte no se puede<br />

alargar la ciudad porque la plaza pudiese quedar en comarca; antes de necesidad ha de quedar a una<br />

parte. Esta ciudad, después del Cusco, es la mayor de todo el reino del Perú y la más principal, y en<br />

ella hay muy buenas casas, y algunas muy galanas con <strong>sus</strong> torres y terrados, y la plaza es grande y<br />

las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que no es poco contento; del agua<br />

de ellas se sirven y riegan <strong>sus</strong> huertos y jardines, que son muchas frescas y deleitosas”. Y agrega el<br />

mismo testigo: “...para pasar la vida humana, cesando los escándalos y alborotos y no habiendo guerra,<br />

verdaderamente es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre<br />

ni pestilencia, ni llueve ni caen rayos ni relámpagos, ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo<br />

sereno y muy hermoso”.<br />

Acerca de la ciudad del quinientos también afirma correctamente César Pacheco Vélez que<br />

“sobre la traza renacentista de <strong>Lima</strong>, que perdurará por siglos resistiendo crueles agresiones, el estilo<br />

de la ciudad en el siglo XVI es el propio de esos tiempos agitados de iniciaciones inciertas, de retornos<br />

a la tradición medieval, de choque con las formas aborígenes, de yuxtaposición de módulos<br />

renacentistas de clasicismo puro y de mezcla de lenguajes estilísticos diversos: la arquitectura y la<br />

evolución de la ciudad, como no podía ser de otro modo, son expresiones de esa época de hallazgo,<br />

conquista, guerras civiles y fundación de un orden nuevo”. Y añade el mismo autor que después<br />

de las “primeras construcciones rústicas, de arquitectura popular de adobe o ladrillo encalado, comenzó<br />

a sentirse un acento mudéjar andaluz, que calará hondo en <strong>Lima</strong>, y que entonces convive<br />

con cierta ecléctica sabiduría con otros estilos: el gótico tardío de algunas capillas en la primitiva<br />

iglesia de Santo Domingo; el plateresco de algunas portadas blasonadas -que darán carácter al Cusco<br />

y Huamanga-, en menor grado el renacimiento purista según los modelos de Bramante y el hispánico<br />

escurialense o herreriano. De todo aquello queda, salvo el mudéjar, huella incierta, memoria,<br />

atmósfera... Pero gótico-mudéjar son las iglesias limeñas del siglo XVI, de una nave, los alfices de<br />

los claustros, los zócalos de azulejos con lacerías moriscas, los pilares ochavados y las techumbres de<br />

madera en artesa o alfanje, las celosías de los balcones y los miradores de raigambre hispano-musulmana”.<br />

LA BELLEZA DE UNA CIUDAD JARDÍN<br />

Es justamente en esta segunda mitad del siglo XVI cuando se inició la construcción de varias<br />

de las primitivas iglesias conventuales. Aunque mucho de la arquitectura civil y religiosa de la época<br />

no sobrevivió a los sismos que sacudirían la capital en los siglos siguientes, aún es posible encontrar<br />

en la ciudad algunos monumentos renacentistas tardíos, como la portada lateral de San Luis Obispo<br />

de la iglesia San Francisco, la portada lateral de la iglesia San Agustín, el techo de la capilla de la<br />

Casa Aliaga o la portada de la Casa de Pilatos, que empezó a edificar la familia Esquivel y Jarava a<br />

finales de siglo.<br />

Los habitantes de <strong>Lima</strong> ya vivieron desde el primer periodo de la existencia occidental de la<br />

ciudad las características telúricas que marcarían por siempre su existencia: la garúa o llovizna intermitente,<br />

la neblina en los meses invernales y aun en algunos días de verano, los sismos que sacuden<br />

con dramática regularidad su suelo, los gallinazos que actuaban de baja policía cuando existían las<br />

acequias urbanas abiertas, y las huertas, tan ponderadas por la abundancia de flores y árboles frutales<br />

de agradable aroma, que hasta la primera mitad del siglo XX <strong>Lima</strong> fue distinguida como “ciudad<br />

jardín”. Ya lo escribió fray Reginaldo de Lizárraga hacia mediados del siglo XVII en su “Descripción<br />

y población de las Indias”, donde aseveró que <strong>Lima</strong> “no parece una ciudad, sino un bosque, por<br />

las muchas huertas que la cercan”.<br />

Pancho Fierro, Tapadas (1834 - 1830). Álbum <strong>Lima</strong>. Tipos y costumbres.<br />

Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de <strong>Lima</strong>.


30 31<br />

monumentos de lima


32 33<br />

Vista panorámica de la<br />

Catedral de <strong>Lima</strong>.<br />

BASÍLICA CATEDRAL DE LIMA<br />

El templo mayor de la ciudad de <strong>Lima</strong> se levanta en un espacio privilegiado, exactamente<br />

al noreste de la Plaza Mayor, sobre el emplazamiento de unas antiguas huacas prehispánicas. Un<br />

lugar preeminente, tal y como lo ordenaban las Leyes de Indias, que obligaban a los fundadores de<br />

ciudades españolas a disponer para la iglesia principal de un amplio solar en el que proceder a su<br />

edificación. Y en acatamiento de aquella disposición, luego de que se trazara a cordel la división de<br />

las islas o manzanas en que se dividiría la capital, el 18 de enero de 1535 (día de la fundación de la<br />

Ciudad de los Reyes), don Francisco Pizarro procedió a colocar la primera piedra de la Catedral, así<br />

como cargó sobre <strong>sus</strong> hombros el madero inicial para la construcción del templo que sólo seis años<br />

después sería su sepulcro, luego de su asesinato por los almagristas en junio de 1541.<br />

La Catedral de <strong>Lima</strong>, no obstante, no fue siempre igual. A la traza primitiva de 1540 le<br />

sucedió una segunda de mayores dimensiones, en 1551, que fue puesta bajo la advocación de San<br />

Juan Evangelista. Esta construcción de adobe fue desmontada en 1565 por el alarife Alonso Beltrán,<br />

proyectándose entonces la construcción de un templo de ladrillo más grande todavía, que incluía<br />

tres naves fuera de las capillas. El proyecto, sin embargo, y dada la falta de recursos, no se empezó<br />

definitivamente hasta el periodo de gobierno del virrey Francisco de Toledo (1569-1581), pero<br />

nunca se terminó, pues el arzobispo Francisco de Loayza fue contrario a la edificación del grandioso<br />

proyecto de Beltrán, y el Cabildo de <strong>Lima</strong> debió revocar el acuerdo adoptado años atrás y se procedió<br />

a la demolición de los cimientos que ya habían comenzado a abrirse. No fue hasta finales del<br />

siglo XVI que se emprendió la iglesia definitiva, cuya planta es la que se aprecia hoy, a pesar de las<br />

modificaciones que la catedral ha sufrido en los últimos cuatro siglos.<br />

La traza definitiva de la Catedral de <strong>Lima</strong> fue iniciada por el arquitecto Francisco Becerra en<br />

1598. En aquel entonces Becerra, natural de Trujillo (Extremadura, España) ya era un profesional<br />

de renombre, pues había intervenido en la Catedral de Puebla en el Virreinato de México, y en la<br />

Catedral de la Audiencia de Quito. Después de la Catedral de <strong>Lima</strong>, además, Becerra también diseñaría<br />

la magnífica Catedral del Cusco. De hecho la planta de distribución de ambas construcciones<br />

es similar, pues tanto la Catedral de <strong>Lima</strong> como la Catedral de la Ciudad Imperial tienen planta de<br />

salón, tres amplias naves, capillas laterales, carecen de cúpula en el crucero, están cubiertas por bóvedas<br />

de crucería y <strong>sus</strong> torres se hallan fuera del eje de las naves laterales. El edificio definitivo de <strong>Lima</strong><br />

se concluyó hacia 1622, mientras que las capillas laterales y las criptas fueron terminadas en 1635.<br />

La fachada principal de la Catedral es obra del alarife Juan Martínez de Arrona y del escultor<br />

Pedro de Noguera. Se labró en piedra de Panamá y constituye el primer ejemplo de fachada retablo,


34 35<br />

pues el orden de <strong>sus</strong> cuerpos, calles, entablamentos y hornacinas es similar al que poseen los retablos<br />

de madera del interior de los templos. Como casi todos los edificios de la capital, la Catedral se vio<br />

profundamente afectada por el terremoto de 1609, que obligó a rebajar la altura de <strong>sus</strong> bóvedas; y<br />

por el de 1746, que destruyó gran parte de su obra. Fue en esta última reconstrucción que se reemplazaron<br />

las bóvedas y arcos de ladrillo de la construcción por madera pintada, incluyéndose la<br />

“quincha” como material constructivo anti-sísmico. Las torres actuales fueron levantadas en 1801<br />

por el presbítero Matías Maestro, siguiendo un diseño neoclásico. Y ya en 1879 se construyeron<br />

las graderías de piedra del atrio, mientras que a finales de esta centuria se concluyeron el techado<br />

neogótico, el coro se trasladó al presbiterio y se adquirieron el órgano actual y las esculturas de<br />

mármol que adornan las hornacinas de la fachada.<br />

De las épocas primitivas de la Catedral se conserva una notable escultura policromada de la<br />

Virgen con el Niño, hoy conocida como Nuestra Señora de la Evangelización (1551-1554), obra<br />

del artista flamenco Roque de Balduque, quien la creó a pedido de la hija de don Francisco Pizarro<br />

para la sepultura del conquistador. Otra obra temprana es el relieve La adoración de los pastores<br />

(mediados del siglo XVI), atribuido al artista Alonso Gómez, natural de Toro (Zamora. España).<br />

La cajonería de la sacristía fue trabajada en 1608 por Martínez de Arrona, y el magnífico coro (el<br />

mejor ejemplar de su tipo del primer tercio del seiscientos) fue diseñado en 1623 por Martín Alonso<br />

de Mesa y realizado por Pedro de Noguera entre 1628 y 1632. Juan Martínez Montañés fue el autor<br />

del retablo policromado dedicado a San Juan Bautista que se levanta en una de las capillas laterales<br />

de la Catedral. Una obra encargada originalmente por el Monasterio de la Concepción al maestro<br />

andaluz, y que fue enviada a <strong>Lima</strong> entre 1607 y 1622. Del mismo maestro es el hermoso Cristo<br />

crucificado (1607) y Santa Apolonia (1625). Otras obras relevantes son La Sagrada Familia de Pedro<br />

Muñoz de Alvarado (1633) y piezas de Gómez Hernández Galván, Martín Alonso de Mesa y Luis<br />

de Espíndola, que hoy se exhiben en el Museo Catedralicio.<br />

Del periodo barroco es espléndido el retablo de la Capilla de la Inmaculada Concepción,<br />

cuyo diseño, labra y exuberante decoración lo convierten en uno de los mejores ejemplares de esta<br />

corriente artística en <strong>Lima</strong>. La pieza, además, da una clara idea de los hermosos altares que hubo en<br />

otras capillas de la Catedral y que se perdieron, bien por los terremotos, bien por la imposición del<br />

estilo neoclásico que destruyó numerosos ejemplares de la <strong>Lima</strong> de los siglos XVII y XVIII. Destaca<br />

también el retablo rococó de Santa Ana, el retablo sepulcro del arzobispo y virrey Diego Morcillo,<br />

el retablo de Santo Toribio de Mogrovejo y el retablo de Santa Rosa (provenientes los dos últimos<br />

de la desaparecida recoleta mercedaria de Belén), el templete baldaquino del altar mayor y el retablo<br />

de la Virgen de la Candelaria de Matías Maestro.<br />

En pintura es importante mencionar obras como Nuestra Señora de la Antigua (1545), un<br />

retrato anónimo de Diego de Vergara y Aguiar, la serie del Juicio Final de Vicente Carducho (1625-<br />

1630), la serie del zodiaco del taller de los Bassano (siglos XVI y XVII), los retratos de los reyes incas<br />

y españoles, buenas muestras de la pintura cusqueña, anónimos españoles, italianos y flamencos, los<br />

retratos de Cristóbal Lozano del Virrey José Manso de Velasco, Conde de Superunda y San Cayetano<br />

en éxtasis, varias pinturas de Matías Maestro, Joseph del Pozo y Abelardo Álvarez-Calderón,<br />

y los cuadros del Vía Crucis del pintor contemporáneo arequipeño Carlos Baca Flor, entre otros.<br />

La Catedral cuenta además con un rico repositorio de vestimentas e insignias litúrgicas, así como<br />

destacadas piezas de orfebrería para el culto, libros de música y partituras para el coro.<br />

IGLESIA SAN FRANCISCO<br />

Los franciscanos estuvieron presentes desde los primeros tiempos de la conquista del Perú. Y<br />

poco después de la fundación de la Ciudad de los Reyes, la Orden recibió un lugar privilegiado para<br />

la edificación de su templo y convento, un amplio solar situado en las proximidades del Palacio de<br />

Gobierno y la Plaza Mayor, sobre la ribera izquierda del río Rímac, y muy cerca de sectores tradicionales<br />

de la ciudad como los Barrios Altos y Abajo el Puente (Rímac). De hecho ya en 1546 los<br />

franciscanos se hallaban en plena construcción del que fuera el convento original de la orden seráfica<br />

que recibió renovado impulso bajo la protección de don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de<br />

Cañete y tercer Virrey del Perú. Aunque en febrero de 1656 la primitiva iglesia se desplomó y con<br />

ella se perdieron notables obras de arte.<br />

En 1657 se echaron los fundamentos de la iglesia actual, bajo el gobierno de don Luis Enríquez<br />

de Guzmán, Conde de Alba de Liste, décimo séptimo Virrey del Perú, aunque el templo tal<br />

y como lo apreciamos hoy no se concluyó hasta 1674. Su sólida fachada de piedra, de tres cuerpos y<br />

doce columnas, es un excelente ejemplo de la arquitectura barroca limeña del siglo XVII. Y a <strong>sus</strong><br />

lados se levantan dos altas y robustas torres decoradas con un almohadillado corrido y ondulado. La<br />

portada lateral de dos cuerpos, llamada de San Luis Obispo, es sin embargo de diseño renacentista.<br />

La iglesia consta de tres naves separadas por arquerías que soportan fornidos pilares, y el<br />

crucero está cubierto por una amplia cúpula de media naranja que concluye en una linterna que<br />

permite la iluminación interior. En <strong>sus</strong> muros y bóvedas se desarrollan adornos de estuco de diseños<br />

geométricos de caracter predominantemente mudéjar. Y el altar mayor, diseño del presbítero Matías<br />

Maestro, se fabricó a principios del siglo XIX y <strong>sus</strong>tituyó a un labrado altar barroco del siglo XVII.<br />

La custodia mayor, de 1671, es obra de orfebres cusqueños.<br />

La iglesia de San Francisco fue durante el virreinato el templo limeño de mayor envergadura<br />

después de la Catedral. De <strong>sus</strong> quince retablos destacan el hermoso ejemplar de San Diego, del siglo<br />

XVII, y el de Nuestra Señora de la Luz, del siglo XVIII, que son soberbia expresión del barroco<br />

limeño. Consideración especial merece, por otro lado, la espléndida sillería del coro alto (1670), tallada<br />

en cedro de Panamá y con un notable conjunto de labras de santos de las tres órdenes seráficas<br />

Vista panorámica<br />

de la iglesia<br />

San Francisco.


56 57<br />

Juan Mauricio Rugendas, La Plaza Mayor de <strong>Lima</strong>. Gouache sobre papel. 24,5 x 29 cm.<br />

Colección Museo de Arte de <strong>Lima</strong>. Donación Manuel Cisneros Sánchez.<br />

ROSA MERCEDES<br />

AYARZA DE MORALES


58 59<br />

LA GRAN COMPOSITORA DE LIMA<br />

La gran compositora peruana nació en <strong>Lima</strong> el 8 de julio de 1881, en uno de los periodos<br />

más dramáticos de la historia republicana nacional. En enero de ese mismo año (el tercero de la<br />

Guerra del Pacífico) se habían librado los combates por la defensa de <strong>Lima</strong>, los pueblos de Chorrillos,<br />

Barranco y Miraflores habían sido saqueados e incendiados, y las tropas enemigas ocupaban la<br />

capital. Eran días trágicos en los que la ciudad guardaba luto por los caídos, la resistencia comenzaba<br />

a organizarse en la sierra central bajo la dirección del coronel Andrés A. Cáceres, y el gobierno de<br />

Nicolás de Piérola se había instalado en Ayacucho.<br />

<strong>Lima</strong>, sin embargo, aún debía sufrir por largo tiempo las secuelas de aquel desgraciado conflicto<br />

y el castigo a su heroica resistencia, cobrado con el botín de su rica Biblioteca Nacional y el<br />

despojo de numerosas obras de arte y de ornato público. La ciudad sólo fue desocupada militarmente<br />

en agosto de 1884, a raíz de la ratificación en una Asamblea Constituyente del Tratado de Ancón<br />

que dio por concluida la guerra. Y fue en esa sombría atmósfera que transcurrieron los primeros<br />

balbuceos de quien iba a cantar, con tanto amor e inspiración, a la ciudad que durante los tres siglos<br />

virreinales había sido el centro del poder español en la América meridional, y la urbe más bella del<br />

Pacífico hasta aquel conflicto con Chile.<br />

La histórica línea divisoria que marcó aquella guerra tiene una importancia decisiva, pues<br />

ese acontecimiento canceló un largo periodo de predominancia política, económica y cultural de<br />

un Perú, que se había mecido desde la Independencia en el engreimiento de su legendario pasado<br />

incaico, y en la dorada aureola colonial que aún impregnaba de un carácter particularmente hispano<br />

a la capital en los dos primeros tercios del siglo XIX.<br />

En efecto, la República vieja había heredado del virreinato mentalidad, formas y costumbres<br />

que no la hacían muy diferente del aspecto que había tenido en las décadas finales del siglo XVIII<br />

y en los primeros lustros del siglo XIX. Una aseveración vivamente evidenciada por las fotografías<br />

decimonónicas anteriores al conflicto, y los dibujos, óleos y acuarelas de artistas como el mulato<br />

capitalino Pancho Fierro (1807-1879), el cónsul francés Leonce Angrand (que vivió en <strong>Lima</strong> entre<br />

1834 y 1838) y el artista alemán Juan Mauricio Rugendas (que vivió en Perú entre 1842 y 1845). Sus<br />

obras recogieron con excepcional realismo el aspecto de los habitantes y las costumbres de la ciudad,<br />

así como el de <strong>sus</strong> plazas, iglesias, conventos, casonas, huertos, calles y paseos.<br />

A los ocho años hizo<br />

Rosa Mercedes su<br />

primera aparición<br />

pública interpretando<br />

una pieza al piano.<br />

Su fama precoz se<br />

afirmaría a los catorce<br />

años, al actuar como<br />

cantante y directora<br />

de coros de iglesia<br />

integrados por personas<br />

adultas a las que dirigía<br />

con firme disciplina.


68 69<br />

Juan Mauricio Rugendas, “Ño Toribio”, en<br />

Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800. <strong>Lima</strong>, 1975.<br />

Lám. 58 - Pág. 124.<br />

LOS PREGONES DE LIMA


70 71<br />

LOS PREGONES DE LIMA<br />

Nadie mejor que don Ricardo Palma para introducirnos en el significado de los <strong>pregones</strong><br />

capitalinos y el orden que estos seguían en <strong>Lima</strong>. Ya lo dijo en su tradición “Con días y ollas venceremos”:<br />

“...hasta pocos años, los vendedores de <strong>Lima</strong> podían dar tema para un libro por la especialidad<br />

de <strong>sus</strong> <strong>pregones</strong>. Algo más. Casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el<br />

pregón de los vendedores ambulantes. <strong>Lima</strong> ha ganado en civilización, pero se ha despoetizado, y<br />

día por día pierde todo lo que de original y típico tuvo en <strong>sus</strong> costumbres...”. Y continúa:<br />

“Yo he alcanzado esos tiempos en los que parece que, en <strong>Lima</strong>, la ocupación de los vecinos<br />

hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticación, llamados dientes y<br />

muelas. Juzgue el lector por el siguiente cuadrito de cómo distribuían las horas en mi barrio,<br />

allá cuando yo andaba haciendo novillos por huertas y murallas, y muy distante de escribir<br />

tradiciones y dragonear de poeta, que es otra forma de matar el tiempo o hacer novillos.<br />

La lechera indicaba las seis de la mañana.<br />

La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto.<br />

El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba “¡a la cuajadita!”, designaban las ocho, ni<br />

minuto más ni minuto menos.<br />

La vendedora de sanguito de ñajú y choncholíes marcaba las nueve, hora de canónigos.<br />

La tamalera era anuncio de las diez.<br />

A las once pasaban la melonera y la mulata del convento vendiendo ranfañote, cocada, bocado de rey,<br />

chancaquitas de cancha y de maní, y frejoles colados.<br />

A las doce aparecían el frutero de canasta llena y el proveedor de empanaditas de picadillo.<br />

La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero.<br />

A las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con <strong>sus</strong> <strong>pregones</strong>.<br />

Pancho Fierro, Arriero con carga de pisco, en<br />

Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 32 - Pág. 96.


72 73<br />

A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito, clamoreaban con<br />

más puntualidad que la Marí-Angola de la Catedral.<br />

A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez.<br />

A las cinco chillaban el jazminero, el de las caramanducas y el vendedor de flores de trapo, que gritaba:<br />

“¡Jardín, jardín! Muchacha, ¿no hueles?”.<br />

A las seis canturreaban el raicero y el galletero.<br />

A las siete de la noche pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.<br />

A las ocho el heladero y el barquillero.<br />

Aun a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o sacristán de la<br />

parroquia salía con capa colorada y farolito en mano pidiendo para las ánimas benditas del<br />

purgatorio o para la cera de Nuestro Amo. Este prójimo era el terror de los niños rebeldes<br />

para acostarse.<br />

Después de esa hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes,<br />

cantando entre pitea y pitea: “¡Ave María Purísima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Perú, y<br />

sereno!”. Que eso sí, para los serenos de <strong>Lima</strong>, por mucho que el tiempo estuviese nublado<br />

o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno! Y de sesenta en sesenta minutos se repetía el<br />

canto hasta el amanecer.<br />

Y hago caso omiso de innumerables <strong>pregones</strong> que se daban a una hora fija. ¡Ah, tiempos<br />

dichosos! Podía en ellos ostentarse por pura chamberinada un cronómetro; pero para saber<br />

con fijeza la hora en que uno vivía, ningún reloj más puntual que el pregón de los vendedores.<br />

Ese sí que no discrepaba pelo de segundo ni había para qué limpiarlo o enviarlo a la<br />

enfermería cada seis meses...”.<br />

La <strong>Lima</strong> virreinal y la republicana, hasta la llegada del automóvil, era en efecto un permanente<br />

mercado público, y las ordenanzas municipales nada o muy poco pudieron hacer para poner<br />

algún orden en ese general desconcierto de voces. Ya desde el siglo XVI el ayuntamiento había emitido<br />

disposiciones que intentaban controlar el comercio ambulatorio, que por momentos impedía la<br />

cómoda circulación de los peatones, particularmente en los soportales de la Plaza Mayor.<br />

Los dibujos y acuarelas del artista de origen alemán Juan Mauricio Rugendas, así como del<br />

cónsul francés en <strong>Lima</strong>, Leonce Angrand, y del mulato limeño Pancho Fierro, dan cuenta de esta<br />

situación en el segundo tercio del siglo XIX, a escasos lustros de la emancipación. En esos retratos<br />

de la ciudad se aprecia la gran variedad de tipos humanos que recorrían las calles o se sentaban en<br />

los lugares más concurridos a ofrecer su variopinta mercadería. Algo de la atmósfera de los mercados<br />

andinos y del hábito indígena de organizar ferias en las plazas públicas, debió animar desde el<br />

principio esta costumbre que alcanzó ribetes particulares en <strong>Lima</strong>, la gran urbe que creó <strong>sus</strong> propios<br />

relojes en la puntualidad y las voces estridentes de aquellos pregoneros.<br />

Muchos de aquellos pregoneros que conoció Rosa Mercedes, además, fueron los mismos que<br />

escuchó y plasmó en <strong>sus</strong> crónicas Ricardo Palma, cuya gloriosa ancianidad se extinguió un 6 de<br />

octubre de 1919. La capital fue señalada así con el privilegio de tener un escritor y una compositora<br />

que recibieron, al mismo tiempo, el perfume de una <strong>Lima</strong> graciosa, delicada y bullanguera que<br />

ambos, genialmente, supieron recrear.<br />

Pancho Fierro, Puesto de chicha y picante, en<br />

Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la <strong>Lima</strong> del 800. <strong>Lima</strong>, 1975. Lám. 29 - Pág. 93.

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