- Page 1 and 2: Amalia / 1851 José Mármol (1818-1
- Page 3 and 4: XVII. El reloj del alma XVIII. El v
- Page 5 and 6: Pampa, y el rumor de sus olas, que
- Page 7 and 8: Pero, si había librádose del choq
- Page 9 and 10: vuelve a aquel grupo de heridos y c
- Page 11: grueso cigarro de papel, y dijo al
- Page 15 and 16: exclamó: -¡Pero es un proceder cr
- Page 17 and 18: -Nada más ahora. Son las doce y tr
- Page 19 and 20: ajo, hacia los vidrios de la ventan
- Page 21 and 22: aquí antes del reconocimiento? -Es
- Page 23 and 24: abnegación, que en el espíritu de
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- Page 27 and 28: Señor Coronel Salomón. Paisano y
- Page 29 and 30: A la vez que ocurrían los sucesos
- Page 31 and 32: hasta ese momento la buena fe y la
- Page 33 and 34: su frente. Los otros tres hombres e
- Page 35 and 36: tropas de que se compone la divisi
- Page 37 and 38: su comida y sus placeres. -¡Manuel
- Page 39 and 40: que tenía en sus manos, y Manuela
- Page 41 and 42: con esa acción despejar su cabeza
- Page 43 and 44: irradiar en sus ojos todo el rayo m
- Page 45 and 46: Y así, ese mismo pueblo, ese mismo
- Page 47 and 48: Popular Restauradora, enrolado en l
- Page 49 and 50: -Sin duda. -Entonces, la criada que
- Page 51 and 52: -¿Qué hacía cuando llegó usted?
- Page 53 and 54: ojos pequeños, azules, pero inteli
- Page 55 and 56: -Pero un ministro extranjero no pue
- Page 57 and 58: gobierno, es decir, al orden y a la
- Page 59 and 60: ilustradamente en la situación de
- Page 61 and 62: -Vuestra Excelencia descanse en sus
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Así era la situación moral del pu
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Un momento de silencio reinó en la
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cincuenta y ocho años de vida esta
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carrera por la cueva en que aquella
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-Está perfectamente bueno de salud
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A las nueve de la mañana, Daniel s
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me puso en lista, cuando Tomás Anc
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-Y habría hecho una inaudita besti
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franqueza -le repitió Daniel, cuya
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lo que hay, sé lo que va a suceder
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pueblo lo había recibido en fiesta
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de honrado y pacífico ciudadano. -
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-¡Daniel!- exclamó la joven volvi
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-Sí, pero eso será muy bueno cuan
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-¡Nada saben, nada saben! -exclam
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don Julián González Salomón, y e
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Ilustre Restaurador de las Leyes; l
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sesión a las cinco y media de la t
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existencia. Y entre ese jardín de
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las jaulas de los jilgueros, y corr
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-De usted, señora, casi todo el ti
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Acababan de dar las cinco de la tar
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-Es por eso que yo te daría mi bor
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-Pronto, porque si no lo mato. Nues
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-¡Dioses inmortales! -Sostendrá u
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Doña Nicolasa atravesó el patio,
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ese fraile impío, renegado, asesin
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era la separación repentina y sin
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un mal enemigo quizá: los hombres
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cartera con los treinta y dos papel
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causa, por el honor... Amalia, ¿na
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vaya su hija. -Eso es. -¿Quién te
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-¿Ahora mismo? -Ahora mismo. ¿No
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-¡Supersticiosa! -Puede ser; pero
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interrumpir su camino? Una carcajad
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La importancia de esa joven, en 184
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saludo a su vecina, en cuya fisonom
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-Sí, mal, yo quiero defender a ust
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conversar ni hacer un movimiento? -
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convertido improvisadamente en sala
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midió aquella escena con su mirada
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campo de batalla, a morir en mi cas
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desunión, de nuestros vicios, de n
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de San Juan, donde bajó el persona
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-¿Y crees que te hago la mínima i
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-No; es el marido de la señora N..
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levantarse de su asiento. Florencia
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-Sí. -¿Y cuál? -Mariño está en
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Si el brindis del general Mansilla
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Y como tienen su fin todas las cosa
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El otro de aquéllos acercó su cab
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-¡Sí, soy feliz! -exclamó Amalia
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noche, a la claridad de la luna, le
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Daniel dejó su capa, su sobretodo
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hecho establecido, discurrir y comb
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-Sí, Rivera es el presidente, pero
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Daniel, espíritu fuerte e intelige
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que el señor Varela hubo acabado d
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"Más: si los seiscientos muertos s
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con personajes tan distinguidos por
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corazón y recurramos a la intelige
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abundante lluvia de lágrimas y san
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provincias o de las repúblicas her
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"¡Esos astros, eternos como la mir
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Doña María Josefa Ezcurra estaba
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le voy a preguntar una cosa que imp
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-Yo digo que ha de ser la canción
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Mariño, redactor de la Gaceta Merc
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-Me dijo usted que creía que habí
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mando a usted a su cuartel de seren
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Fue en este estado de cosas, y al s
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-¿Qué? -preguntó Florencia con v
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toda su atención. -Pero, vamos -pr
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hasta los huesos, porque la mano se
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podido inspirarle tal idea, y ella
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alma, inquieto y con miedo por la p
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mi casa, comandante, y esta señora
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uena villa de San Pedro. -¡Ya! exc
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-¡Eh, basta, basta! -exclamó Amal
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-Sí, señor, usted. Hace año y me
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agregó. -Lea, lea. El señor Mande
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manos de la mulata la maza con que
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señalando la puerta de una habitac
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-¡Hola! ¿Y usted sabe que el señ
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-¡Por Dios, Daniel, por Dios, no m
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-¡Qué genio! Se ha de perder, se
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señalando hacia Mariño y al comis
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gobernador de que aquí se ocultaba
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Amalia le contestó apenas con un m
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humillación que la dictadura hací
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-Sí, y me voy en el coche que est
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Apenas allá en el horizonte del gr
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Santos Lugares, especie de inmenso
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ocupaba en este recinto, sino tambi
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madres de mil crímenes. En el esta
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siempre. -Mil gracias, señor Arana
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eclamaciones. "En consecuencia, el
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y europeos el pensamiento de los un
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Para acusar a Rosas y la parte acti
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-¿De que triunfase? -¿Pues? -Ah,
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-¡Jesús, señor! ¿Yo, estancias?
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era el miedo; un miedo abrumador qu
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de haber estado de comida con cuatr
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-Despacio; paz, paz -dijo don Felip
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legado sublime del catolicismo, sin
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Muchos otros la querían también.
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espíritu de un pueblo nuevo. Y cua
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-Recomiéndele usted mucho al seño
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extraño, de fenomenal. Fluctúo en
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jinetes federales, que con un par d
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después su educación física y mo
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de la Plata eran su ángel malo, cu
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Sorprendida Buenos Aires, tiene que
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Su corazón había sentido dos vece
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Dios y a la Federación. -Así es -
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-Ya lo sé. -He querido saber sus o
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-¿Cree usted que mi silencio, o mi
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-Hable usted, señorita. -Quiero qu
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apellido, tan histórico desgraciad
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-¡Como una piedra! -Sin espíritu.
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-Lo que me pone de mal humor no es
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-Solo, sin armas. ¿Qué pretendéi
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ha hecho la intención de asesinar
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cerraduras de las puertas, y puesto
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-¡Eduardo! ¡Eduardo! -¡Cuán bel
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-Aquí, aquí hay una voz que me ha
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-Digo, Daniel, que me hagas el favo
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-Espera, déjame acabar este dulce.
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persigue de atrás; estoy seguro de
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-¿Olvidas que son cuatro? -Aunque
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donde entraron después de las form
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Mariño se puso pálido. -Habladur
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-La situación, quiero decir. -¡Ah
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espuestas, las conversaciones todas
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hombres en Buenos Aires: el individ
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liga, y se negaban ya a dar al frai
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Era un momento de calma, de transic
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-Hará como una hora. -¿Qué ha oc
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-Ha de ser, pues. ¿De dónde viene
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-¿Ya se iba? -Ya, Excelentísimo s
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Don José María Grimau, era corred
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unitario; don Juan Victorica, demos
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ídem; don Francisco Lavalle, unita
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sino el absurdo y la ignorancia, o
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que nadie había en la puerta de é
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acá, por ver si lleva armas, y le
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Un criado apareció, y anunció a u
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-Iré volando en alas del destino.
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-Sí, señor; se los dan los más d
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-¿Ah, es usted, mi querido maestro
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mientras los dos secretarios quedab
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mientras los federales se hallaban
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Por un largo rato, la atención de
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atención prestaba, en efecto, a to
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Como al cabo de una hora el oficial
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momento un accidente cualquiera que
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El corazón de todos latía con vio
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-¡Pedro! -Señora, yo soy. Pero é
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pistolas de dos tiros que tenía en
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cualquier cosa, en el enojo de Rosa
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extinguirse entre el olor de la san
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Los sucesos que se precipitan, anud
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-No -contestó Daniel-. No, Lavalle
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añarse en agua tibia, lavar, secar
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pidiéndole amparo para su pudor, m
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ellos era un adiós del alma, era u
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por la primera vez de mi vida y, si
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Las rosas eran el encanto, el tesor
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-¿Y por fuerza ha de ser sobrino m
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de uno a otro de aquellos jóvenes,
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-Que estando en Buenos Aires la Ing
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moneda, según lo que dispusieran l
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volviéndose a acostar muy familiar
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una enorme taza de porcelana, mient
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embarazada señora. -Amigo mío, ju
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Y Daniel juntó todos los dedos de
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-¡Adiós mi plata! ¿Ha perdido us
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ivalizaban con las más frescas y l
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Desde su tocador sintió abrir la p
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-¿Llevas armas? -Sí; ven a desped
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seguridad posible? -Es cierto, no h
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cogió sus pistolas de sobre el mar
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Pero junto con él, los asesinos en
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han tenido lugar en estos últimos
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fuesen los enemigos de Rosas o estu