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Marmol, Jose – Amalia - Lengua, Literatura y Comunicación Cuarto ...

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particular esta noche?<br />

-Nada, puede usted retirarse.<br />

-Mañana cumpliré las órdenes de Vuecelencia relativas a la criada.<br />

-Yo no le he dado órdenes: yo le he enseñado lo que no sabe.<br />

-Doy las gracias a Vuecelencia.<br />

-No hay de qué.<br />

Y Victorica, haciendo una profunda reverencia al padre y a la hija, salió de aquel<br />

lugar después de haber pagado, como todos los que entraban a él, su competente<br />

tributo de humillación, de miedo, de servilismo; sin saber positivamente si dejaba<br />

contento o disgustado a Rosas; incertidumbre fatigosa y terrible en que el<br />

sistemático dictador tenía constantemente el espíritu de sus servidores, porque el<br />

temor podría hacerlos huir de él, y la confianza podría engreírlos demasiado.<br />

Un largo rato de silencio sucedió a la salida del jefe de policía, pues mientras Rosas<br />

y su hija lo guardaban despiertos, absorto cada uno en bien distintas ideas, el repleto<br />

Viguá lo guardaba durmiendo profundamente, cruzados los brazos sobre la mesa, y<br />

metida entre ellos su cabeza.<br />

-Vete a acostar -dijo Rosas a su hija.<br />

-No tengo sueño, señor.<br />

-No importa, es muy tarde ya.<br />

-¡Pero usted va a quedarse solo!<br />

-Yo nunca estoy solo. Va a venir Mandeville y no quiero que pierda el tiempo en<br />

cumplimientos contigo; anda.<br />

-Bien, tatita, llámeme usted si algo necesita.<br />

Y Manuela se le acercó, le dio un beso en la frente, y tomando una vela de sobre la<br />

mesa, entró a las habitaciones interiores.<br />

Rosas se paró entonces y, cruzando sus manos a la espalda, empezó a pasearse al<br />

largo de su habitación, desde la puerta que conducía a su alcoba, por donde habían<br />

entrado y salido los personajes que hemos visto, hasta aquella por donde se había<br />

ido Manuela.<br />

Diez minutos habrían durado los paseos, en cuyo tiempo Rosas parecía sumergido<br />

en una profunda meditación, cuando se sintió el ruido de caballos que se<br />

aproximaban a la casa. Rosas paróse un momento, precisamente al lado de Viguá, y<br />

luego que conoció que los caballos habían parado en la puerta de la calle, dio tan<br />

fuerte palmada sobre la nuca del mulato, que a no tener en aquel momento posada la<br />

frente sobre sus carnudos brazos, se habrían roto sus narices contra la mesa.<br />

-¡Ay! -exclamó el pobre diablo parándose lo más pronto posible.<br />

-No es nada; despiértese Su Paternidad que viene gente, y oiga: cuidado como se<br />

vuelva a dormir; siéntese al lado del hombre que entre, y cuando se levante, déle un<br />

abrazo.<br />

El mulato miró a Rosas un instante e hizo luego lo que se le había ordenado, con<br />

muestras inequívocas de disgusto.<br />

Rosas sentóse en la silla que ocupaba antes, a tiempo que Corvalán entraba.<br />

VII. El caballero Juan Enrique Mandeville<br />

-¿Vino el inglés? -preguntó Rosas a su edecán, viéndole entrar.<br />

-Ahí está, Excelentísimo señor.<br />

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