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Marmol, Jose – Amalia - Lengua, Literatura y Comunicación Cuarto ...

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nunca te he reconvenido ¿no es verdad?<br />

-Es verdad, señor.<br />

-Nunca hago venir un caballo para mí, sin pedir a mi padre otro para Fermín y hay<br />

pocos hombres en Buenos Aires que no tengan envidia de los caballos que montas.<br />

Así es que tendrías que sufrir mucho si te separasen de mi lado.<br />

-Yo no sirvo, señor. Primero me hago matar que dejar a usted.<br />

-¿Y te harías matar por mí en cualquier trance apurado en que yo me encontrase?<br />

-¿Y cómo no, señor? -contestó Fermín con el acento más cándido y sincero de un<br />

joven de diez y ocho años, y que tiene en su pecho esa conciencia de su valor que<br />

parece innata a los que han respirado con la vida el aire de la pampa.<br />

-Así lo creo -dijo Daniel-, y si yo no hubiese penetrado en el fondo de tu corazón<br />

hace mucho tiempo, sería bien digno de una mala fortuna, porque los tontos no<br />

deben conspirar.<br />

Y pronunciando Daniel como para sí mismo esas últimas palabras, tomó las tres<br />

primeras cartas que había escrito, y continuó:<br />

-Bien, Fermín, no te llevarán al servicio. Oye lo que voy a decirte: mañana a las<br />

nueve llevarás un ramo de flores a Florencia, y cuando salga a recibirlo le pondrás<br />

en la mano esta carta. Pasarás en seguida a casa del señor Don Felipe Arana, y le<br />

entregarás esta otra. Irás después a casa del coronel Salomón, y le entregarás esta<br />

otra carta. Ten mucho cuidado de leer los sobres al entregar las cartas.<br />

-No hay cuidado, señor.<br />

-Oye más.<br />

-Diga usted, señor.<br />

-De vuelta de tus diligencias, pasarás por lo de Marcelina.<br />

-Aquella de...<br />

-Aquella, sí; aquella a quien prohibiste que entrase de día a mi casa, y que tuviste<br />

razón para ello: le dirás, sin embargo, que venga inmediatamente a verme.<br />

-Está muy bien.<br />

-A las diez de la mañana estarás de vuelta y, si no me he levantado aún, me<br />

despertarás tú mismo.<br />

-Sí, señor.<br />

-Antes de salir, da orden que se me despierte si viene alguien a buscarme, cualquiera<br />

que sea.<br />

-Muy bien, señor.<br />

-Ahora, una sola palabra más, y vete a acostar. ¿No adivinas qué palabra será esa?<br />

-Ya sé, señor -dijo Fermín con una marcada expresión de inteligencia en su<br />

fisonomía.<br />

-Me alegro mucho de que lo sepas y que no lo olvides jamás. Para merecer mi<br />

confianza y mi generosidad, se necesita no tener boca, o tener una cabeza de hierro<br />

para libertarse de un momento de mal humor, debido a alguna indiscreción.<br />

-No hay cuidado, señor.<br />

-Bien, vete ahora.<br />

Y Daniel cerró la puerta de su aposento que daba al patio, a las tres y cuarto de la<br />

mañana, de esa noche en que su espíritu y su cuerpo habían trabajado más que<br />

algunos otros hombres de gran nombre en el espacio de algunos años.<br />

IV. La hora de comer<br />

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