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Marmol, Jose – Amalia - Lengua, Literatura y Comunicación Cuarto ...

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-Sí, pide la comida.<br />

Y Manuela volvió a las piezas interiores, mientras Rosas se sentó a la orilla de una<br />

cama, que era la suya, y con las manos se sacó las botas, poniendo en el suelo sus<br />

pies sin medias, tales como habían estado dentro de aquéllas; se agachó, sacó un par<br />

de zapatos de debajo la cama, volvió a sentarse, y, después de acariciar con sus<br />

manos sus pies desnudos, se calzó los zapatos. Metió luego la mano por entre la<br />

pretina de los calzones, y levantando una finísima cota de malla que le cubría el<br />

cuerpo hasta el vientre, llevó la mano hasta el costado izquierdo, y se entretuvo en<br />

rascarse esa parte del pecho, por cuatro o cinco minutos a lo menos; sintiendo con<br />

ello un verdadero placer, esa organización en quien predominan admirablemente<br />

todos los instintos animales.<br />

No tardó en aparecer la joven hija de Rosas, a prevenir a su padre que la comida<br />

estaba en la mesa.<br />

En efecto, estaba servida en la pieza inmediata, y se componía de un grande asado<br />

de vaca, un pato asado, una fuente de natas y un plato de dulce. En cuanto a vinos,<br />

había dos botellas de Burdeos delante de uno de los cubiertos. Y una mulata vieja,<br />

que no era otra que la antigua y única cocinera de Rosas, estaba de pie para servir a<br />

la mesa.<br />

Rosas llamó con un fuerte grito a Viguá, que había quedado durmiéndose contra la<br />

pared del gabinete de Su Excelencia, y fue a sentarse con su hija a la mesa de su<br />

comida nocturna.<br />

-¿Quieres asado? -dijo a Manuela cortando una enorme tajada que colocó en su<br />

plato.<br />

-No, tatita.<br />

-Entonces come pato.<br />

Y mientras la joven cortó un alón del ave y lo descarnaba más bien por<br />

entretenimiento que otra cosa, su padre comía tajada sobre tajada de carne, rociando<br />

los bocados con repetidos tragos.<br />

-Siéntese Su Paternidad -dijo a Viguá, que con los ojos devoraba las viandas, y que<br />

no esperó segunda vez la invitación que se le hacía-. Sírvelo, Manuela.<br />

Y ésta puso en un plato una costilla de asado, que pasó al mulato, quien al tomarla<br />

miró a Manuela con una expresión de enojo salvaje, que no pasó inadvertida a<br />

Rosas.<br />

-¿Qué tiene, Padre Viguá? ¿Por qué mira a mi hija con esa cara tan fea?<br />

-Me da un hueso -contestó el mulato, metiéndose a la boca un enorme pedazo de<br />

pan.<br />

-¡Cómo es eso! ¿Tú no cuidas al que te ha de echar la bendición cuando te cases con<br />

el ilustrísimo señor Gómez de Castro, fidalgo portugués, que le dio ayer dos reales a<br />

Su Paternidad? Has hecho muy mal, Manuela; levántate y bésale la mano para<br />

desenojarlo.<br />

-Bueno, mañana le besaré la mano a Su Paternidad -dijo Manuela sonriendo.<br />

-No, ahora mismo.<br />

-¡Qué ocurrencia, tatita! -replicó la joven entre seria y risueña, como dudando de la<br />

verdadera intención de su padre.<br />

-Manuela, dale un beso en la mano a Su Paternidad.<br />

-Yo, no.<br />

-Tú, sí.<br />

-¡Tatita!<br />

-Padre Viguá, levántese Su Reverencia y déle un beso en la boca.<br />

El mulato se levantó, arrancando con los dientes un pedazo de carne de la costilla<br />

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