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Formación Humanística y Ciudadana. Agosto 2007 - Relación con ...

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Ser padres... camino para toda la vida <strong>Formación</strong> ciudadana desde la familia: un reto imposible de postergar<br />

En nuestra vida cotidiana, la distinción entre la vida pública<br />

y la privada es muy importante, aunque rara vez nos damos<br />

cuenta de ello. In<strong>con</strong>scientemente, <strong>con</strong>sideramos que la<br />

vida privada es regida por los lazos de amor y de amistad,<br />

de <strong>con</strong>vivencia <strong>con</strong> vecinos, de encuentros a veces cortos,<br />

pero significativos, <strong>con</strong> personas que enriquecen -o<br />

entristecen- nuestra vida personal. Lo público es más lejano,<br />

más frío e inhóspito, donde las relaciones entre individuos<br />

son muy distantes, incluso virtuales. La ciudadanía es una<br />

de estas relaciones que se ubica en lo público y,<br />

frecuentemente, nos parece más una cuestión de<br />

pasaportes compartidos o <strong>con</strong>fluencias periódicas en las<br />

casillas electorales. La separación entre los ámbitos público<br />

y privado es muy importante para evitar los estados<br />

totalitarios, en los que el poder político se ejerce también<br />

sobre las vidas privadas de las personas. En la Unión<br />

Soviética, por ejemplo, el héroe y modelo a seguir para<br />

los jóvenes era Pavlik Moroz, quien denunció a sus propios<br />

padres por oponerse al régimen estalinista. Sin embargo,<br />

cuando la frontera entre lo privado y lo público se vuelve<br />

inflexible, las sociedades tampoco pueden desarrollarse<br />

armoniosamente, y las personas vivimos una vida<br />

esquizofrénica, de moral pública y privada distintas. El<br />

ejemplo aquí sería el resultado de una encuesta, en la<br />

que la mayoría de los mexicanos <strong>con</strong>sideraba que la<br />

corrupción era uno de los problemas más graves en México,<br />

al mismo tiempo que estaba de acuerdo <strong>con</strong> las prácticas<br />

de apoyar a los familiares una vez que se ocupe un cargo<br />

político.<br />

Por ello, hoy en día, es de vital<br />

importancia que la formación de niños<br />

y jóvenes en nuestras familias sea<br />

también la formación de ciudadanos.<br />

Debemos entender que -incluso si como padres de familia<br />

no aceptamos este reto- el impacto de la familia sobre la<br />

identidad cívica de nuestros hijos es enorme. Parte de la<br />

problemática reside, obviamente, en la importancia del<br />

ejemplo de las madres y de los padres: si no participamos<br />

activamente en las elecciones, nuestros hijos tienen menor<br />

probabilidad de hacerlo cuando lleguen a la mayoría de<br />

edad. Si no leemos los periódicos, si no nos interesa lo que<br />

pasa en nuestro país y en el mundo, difícilmente ellos se<br />

interesarán por los problemas sociopolíticos de su<br />

comunidad. Si a diario decimos que la corrupción, la<br />

pobreza, el autoritarismo son imposibles de erradicar en<br />

México, minamos la <strong>con</strong>fianza de los jóvenes en que algún<br />

día puedan cambiar la realidad que viven, y que el país<br />

no es sólo un territorio que habitamos, sino también una<br />

comunidad que <strong>con</strong>struimos.<br />

Existe también un espacio compartido de obligaciones<br />

que nos corresponden como ciudadanos y simplemente<br />

como personas responsables. Pensemos en el problema<br />

ecológico y el sinfín de acciones que realizamos<br />

cotidianamente y que implican el uso de recursos como<br />

agua o electricidad, o la generación de basura. En este<br />

caso, la formación ciudadana no depende tanto de la<br />

acción misma, sino de la motivación que está detrás de<br />

ésta. Por ejemplo, las autoridades de mi municipio<br />

decidieron hace unos dos años que era obligatorio separar<br />

la basura en tres botes: orgánica, inorgánica y sanitaria.<br />

Si la basura no estaba separada, no se recogía. Las<br />

reacciones de los vecinos se podrían clasificar en tres<br />

posturas: lo hago porque me lo exigen, no me interesa<br />

por que las autoridades me lo piden; es el colmo, ahora<br />

resulta que yo debo hacer el trabajo de los pepenadores,<br />

y para qué pago impuestos; qué bueno, finalmente<br />

estamos haciendo algo al respecto, tanto el gobierno<br />

como los vecinos. Evidentemente, las dos primeras no<br />

corresponden a la lógica cívica. La primera implica una<br />

pasividad, el obedecer a las autoridades sin evaluar las<br />

decisiones y las exigencias que nos afectan como<br />

ciudadanos. La segunda refleja una actitud<br />

extremadamente individualista que, en el fondo, <strong>con</strong>sidera<br />

que los derechos se compran, y también es posible comprar<br />

la exención de las obligaciones. Nuestros hijos asimilan<br />

estas actitudes y <strong>con</strong>struyen un patrón moral, que aplicarán<br />

después a otras situaciones particulares: pagar un soborno<br />

para no hacer el servicio militar, plagiar o comprar una<br />

tarea, evadir los impuestos, dar mordida al policía.<br />

La tercera actitud no solamente refleja la aceptación de<br />

los deberes ciudadanos, sino también abre la oportunidad<br />

para discutir <strong>con</strong> nuestros hijos la gravedad del problema<br />

de basura, investigar otras formas de <strong>con</strong>tribuir a su solución,<br />

ver el panorama más amplio que nuestra casa o colonia.<br />

Es enseñar que incluso una pequeña acción individual,<br />

multiplicada por cada día de nuestra vida y por miles de<br />

millones de seres humanos que habitamos nuestra Tierra,<br />

tiene un impacto enorme sobre el entorno, no solamente<br />

el ecológico, sino también el político. Es hacerlos<br />

responsables, reflexivos y proactivos, es decir, formarlos<br />

como ciudadanos.<br />

El país no es sólo un territorio que<br />

habitamos, sino también una comunidad<br />

que <strong>con</strong>struimos.

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