Investigación sobre la muerte de Pepillo Salcedo - Clío - Organo de ...

General Gaspar Polanco. A su paso por mi casa en Quinigua
f
me mandó Uamar. Yo era un jovencito pero como yo era de ,
una familia de soldados de la Patria tuve mucho gusto en co- k
ger la carabma para restablecer nuestra bandera que Santana
1
había traicionado. Partimos para Santiago y al llegar a Gurabit0
tuvimos un encuentro con una guerriila volante que habían
lanzado los españoles por el oeste del pueblo, aunque los
dominicanos ya estaban situados en la posición de "El Arena- , i
zo" cerca de Los Flamboyanes de hoy, a la entrada de la ciu- j
dad. El encuentro nos permitió pasar y reunimos con el gruem f
del cantón de Gaspar Polanco. Esto ocurrió de madrugada Al
amanecer preguntó el General Pepiilo Salcedo que todavía no 1
tenía sino el grado de coronel, porque estaban los españoles r
'
en el Castillo "¿no ven ustedes que mientras los españoles
conserven esa posición principal, no podremos movernos con
éxito por ninguna parte?" Esta pregunta la hizo al amor pro- -
pio de Gaspar que indignado le contestó : "Bueno, si usted se
atrave, desalójelos usted de ahi". Dicho esto con oronía, ,
Pepillo contestó: "deme treinta hombres de tropa fresca y
gente de arma blanca". Pronto parecieron. Uno de los García ' ii
de Rincón Largo sirvió de práctico, como n las ocho de lama- ,
ñana, haciendo un gran rodeo para no ser vistos por los españoles
nos metimos en un maizal pegado de la avanzada espa- a
ñola, y a la voz de fuego dada por eUos pues nuestro jefe había ,
dado la orden de sorpresa y de acercamos lo más posible tra- .
j
tando de un asalto al arma blanca. Cuando el centinela de eUos .
rompió el fuego estábamos a doscientas varas de distancia.
Llevábamos pocas municiones y sólo tirábamos cuatro o seis
tiros cada uno avanzando siempre y aguantando las descargas
para acercamos precipitados por el ejemplo del jefe que iba a :
la cabeza.
Llegábamos a las manos hasta la trinchera españolas y tu- !
vimos una batida en que nos precipitamos sobre ellos según I
nuestras órdenes los españoles se metieron en compás al ver la '
osadía de nuestro jefe. Aquel gailo de calidad, pequeño de .
estatura y gigante en el combate mirándonos nos gritó: imu- ,
chachos al machete! ¡Viva la República! y dio el ejemplo ra- 1
jándole de un "jirbán" la cabeza al centinela desde aquel momento
quedaron turbados los españoles a pesar de que eran
por lo menos doble en número, comparados con los nuestros.