Reflexiones acerca del Espíritu Santo. Primera parte
Reflexiones acerca del Espíritu Santo. Primera parte
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Índice:<br />
.- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA<br />
.- Revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Antiguo Testamento (3.I.90)<br />
.- La acción creadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios (10.I.90)<br />
.- El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> conduce y penetra la historia de Israel (17.I.90)<br />
.- La acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (14.II.90)<br />
.- Acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (21.II.90)<br />
.- El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la purificación interior (28.II.90)<br />
.- La sabiduría y el amor <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> divino (14.III.90)<br />
.- El Siervo de Dios y el <strong>Espíritu</strong> divino (21.III.90)<br />
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA<br />
CAPITULO TERCERO<br />
CREO EN EL ESPIRITU SANTO<br />
683 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo<br />
<strong>del</strong> 424 2670 <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>" (1 Co 12, 3). "Dios ha<br />
enviado a nuestros corazones el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo que<br />
clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe<br />
no es posible sino en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. 152 Para entrar<br />
en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber<br />
sido atraído por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. El es quien nos precede<br />
y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo,<br />
primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente<br />
en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica<br />
íntima y personalmente por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en la<br />
Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia <strong>del</strong> nuevo nacimiento en<br />
Dios 249 Padre por medio de su Hijo en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
Porque los que son portadores <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios son<br />
conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los<br />
presenta al Padre, y el Padre les concede la<br />
incorruptibilidad. Por tanto, sin el <strong>Espíritu</strong> no es posible<br />
ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede <strong>acerca</strong>rse<br />
al Padre, porque el conocimiento <strong>del</strong> Padre es el Hijo, y el<br />
conocimiento <strong>del</strong> Hijo de Dios se logra por el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> (San Ireneo, dem.7).<br />
684 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> con su gracia es el "primero" que<br />
nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que<br />
es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu<br />
enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el<br />
"último" en la revelación de las personas de la Santísima<br />
Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", 236<br />
explica esta progresión por medio de la pedagogía de la<br />
"condescendencia" divina:<br />
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al<br />
Padre, y más oscuramente al Hijo.<br />
El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la<br />
divinidad <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>. Ahora el <strong>Espíritu</strong> tiene derecho de<br />
ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara<br />
de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía<br />
no se confesaba la divinidad <strong>del</strong> Padre, proclamar<br />
abiertamente la <strong>del</strong> Hijo y, cuando la divinidad <strong>del</strong> Hijo no<br />
era aún admitida, añadir el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como un fardo<br />
suplementario si empleamos una expresión un poco<br />
atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en<br />
gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en<br />
resplandores cada vez más espléndidos (San ·Gregorio-<br />
Nacianceno, or. theol. 5, 26).<br />
685 Creer en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es, por tanto, profesar que<br />
el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es una de las personas de la Santísima<br />
Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria"<br />
(Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha<br />
hablado <strong>del</strong> misterio divino <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> 236 en la<br />
"teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> sino en la "Economía" divina.<br />
686 258 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> coopera con el Padre y el Hijo<br />
desde el comienzo <strong>del</strong> Designio de nuestra salvación y<br />
hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos",<br />
inaugurados con la Encarnación redentora <strong>del</strong> Hijo,<br />
cuando el <strong>Espíritu</strong> se revela y nos es dado, cuando es<br />
reconocido y acogido como persona. Entonces, este<br />
Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito"<br />
y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la<br />
humanidad por el <strong>Espíritu</strong> que nos es dado: la Iglesia, la<br />
comunión de los santos, el perdón de los pecados, la<br />
resurrección de la carne, la vida eterna.<br />
Artículo 8<br />
"CREO EN EL ESPIRITU SANTO"<br />
687 243 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong><br />
de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su <strong>Espíritu</strong> que lo revela<br />
nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva,<br />
pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los<br />
profetas" nos hace oír la Palabra <strong>del</strong> Padre. Pero a él no<br />
le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la<br />
cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo<br />
en la fe. El <strong>Espíritu</strong> de verdad que nos "desvela" a Cristo<br />
"no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan<br />
discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo<br />
no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce",<br />
mientras que los que creen en Cristo le conocen porque<br />
él mora en ellos (Jn 14, 17).<br />
688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los<br />
apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro<br />
conocimiento <strong>del</strong> Espiritu <strong>Santo</strong>: - en las Escrituras que El
ha inspirado; - en la Tradición, de la cual los Padres de la<br />
Iglesia son testigos siempre actuales; - en el Magisterio<br />
de la Iglesia, al que El asiste; - en la liturgia sacramental,<br />
a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Es-<br />
píritu <strong>Santo</strong> nos pone en comunión con Cristo; - en la<br />
oración en la cual El intercede por nosotros; - en los<br />
carismas y ministerios mediante los que se edifica la<br />
Iglesia; - en los signos de vida apostólica y misionera; -<br />
en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su<br />
santidad y continúa la obra de la salvación.<br />
I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU<br />
689 Aquél al que el Padre ha enviado a nuestros corazones,<br />
el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo (cf Ga 4, 6) es realmente Dios.<br />
Consubstancial 245 con el Padre y el Hijo, es inseparable de<br />
ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don<br />
de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima<br />
Trinidad vivificante, consubstancial e individible, la fe de la<br />
Iglesia profesa también la 254 distinción de las Personas.<br />
Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento:<br />
misión conjunta en la que el Hijo y el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> son<br />
distintos 485 pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es<br />
quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero<br />
es el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> quien lo revela.<br />
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el <strong>Espíritu</strong> es su<br />
Unción 436 y todo lo que sucede a partir de la Encarnación<br />
mana de esta plenitud (cf Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo<br />
es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre,<br />
enviar el <strong>Espíritu</strong> a los que creen en él: El les comunica su<br />
Gloria (cf Jn 17, 22), es decir, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que lo<br />
glorifica (cf Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se<br />
desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el<br />
Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de<br />
adopción será 788 unirlos a Cristo y hacerles vivir en El:<br />
La noción de la unción sugiere...que no hay ninguna<br />
distancia entre el Hijo y el <strong>Espíritu</strong>. En efecto, de la misma
manera que entre la superficie <strong>del</strong> cuerpo y la unción <strong>del</strong><br />
aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún<br />
intermediario, así es inmediato el contacto <strong>del</strong> Hijo con el<br />
<strong>Espíritu</strong>... de tal modo que quien va a tener contacto con el<br />
Hijo por la fe tiene que tener antes contacto<br />
necesariamente con el óleo. En efecto, no hay <strong>parte</strong> alguna<br />
que esté desnuda <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Por eso es por lo que<br />
la confesión <strong>del</strong> Señorío <strong>del</strong> Hijo se hace en el 448 <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> por aquellos que la aceptan, viniendo el <strong>Espíritu</strong><br />
desde todas <strong>parte</strong>s <strong>del</strong>ante de los que se <strong>acerca</strong>n por la fe<br />
(San ·Gregorio-Niseno-san, Spir. 3, 1).<br />
II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS<br />
DEL ESPIRITU SANTO<br />
El nombre propio <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
691 "<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>", tal es el nombre propio de Aquel que<br />
adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia<br />
ha recibido este nombre <strong>del</strong> Señor y lo profesa en el<br />
bautismo de sus nuevos hijos (cf Mt 28, 19).<br />
El término "<strong>Espíritu</strong>" traduce el término hebreo "Ruah", que<br />
en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús<br />
utiliza precisamente la imagen sensible <strong>del</strong> viento para<br />
sugerir a Nicodemo la novedad trascendente <strong>del</strong> que es<br />
personalmente el Soplo de Dios, el <strong>Espíritu</strong> divino (Jn 3, 5-<br />
8). Por otra <strong>parte</strong>, <strong>Espíritu</strong> y <strong>Santo</strong> son atributos divinos<br />
comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos<br />
términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico<br />
designan la persona inefable <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, sin<br />
equívoco posible con los demás empleos de los términos<br />
"espíritu" y "santo".<br />
Los apelativos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es<br />
llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26;<br />
16, 7). "Paraclito" se traduce habitualmente por
"Consolador", siendo Jesús el 1433 primer consolador (cf 1<br />
Jn 2, 1). El mismo Señor llama al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> "<strong>Espíritu</strong> de<br />
Verdad" (Jn 16, 13).<br />
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado<br />
en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en<br />
San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el<br />
<strong>Espíritu</strong> de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el <strong>Espíritu</strong> de<br />
adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el <strong>Espíritu</strong> de Cristo (Rm 8,<br />
11), el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor (2 Co 3, 17), el Espiritu de Dios<br />
(Rm 8, 9.14; 15, 19; I Co 6, ll; 7, 40), y en San Pedro, el<br />
<strong>Espíritu</strong> de gloria (1 P 4, 14).<br />
Los símbolos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
AGUA/SIMBOLO<br />
694 1218 El agua. El simbolismo <strong>del</strong> agua es significativo<br />
de la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Bautismo, ya que,<br />
después de la invocación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, ésta se<br />
convierte en el signo sacramental eficaz <strong>del</strong> nuevo<br />
nacimiento: <strong>del</strong> mismo modo que la gestación de nuestro<br />
primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal<br />
significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina<br />
se nos da en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Pero "bautizados en un solo<br />
<strong>Espíritu</strong>", también "hemos bebido de un solo <strong>Espíritu</strong>" (I Co<br />
12, 13): el <strong>Espíritu</strong> es, pues, también personalmente el<br />
Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf Jn 19, 34; I Jn<br />
5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida<br />
eterna 2652 (cf Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za<br />
14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).<br />
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es<br />
también 1293 significativo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, hasta el<br />
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf 1 Jn 2,<br />
20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo<br />
sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las<br />
Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la<br />
fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera<br />
realizada por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>: la de Jesús. Cristo ["Mesías"<br />
en hebreo] significa "Ungido" <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. En la
Antigua Alianza hubo "ungidos" <strong>del</strong> Señor (cf Ex 30, 22-32),<br />
436 de forma eminente el rey David (cf 1 S 16, 13). Pero<br />
Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la<br />
humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por<br />
el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>". Jesús es constituido "Cristo" por el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María<br />
concibe a Cristo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> quien por medio <strong>del</strong><br />
ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf Lc 2,11)<br />
e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo <strong>del</strong> Señor<br />
(cf Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf Lc 4, 1) y<br />
cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus<br />
acciones 1504 salvíficas (cf Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin<br />
quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf Rm 1, 4; 8,<br />
11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su<br />
Humanidad victoriosa de la muerte (cf Hch 2, 36), Jesús<br />
distribuye profusamente el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hasta que "los<br />
santos" constituyan, en su unión con la Humanidad <strong>del</strong> Hijo<br />
de Dios, "ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de<br />
Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión 794<br />
de San Agustín.<br />
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento<br />
y la fecundidad de la Vida dada en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, el<br />
fuego simboliza la 1127 energía transformadora de los<br />
actos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. El profeta Elías que "surgió como<br />
el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,<br />
1), con su oración, atrajo el fuego <strong>del</strong> cielo sobre el<br />
sacrificio <strong>del</strong> monte 2586 Carmelo (cf 1 R 18, 38-39), figura<br />
<strong>del</strong> fuego <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que transforma lo que toca.<br />
Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el<br />
poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que<br />
"bautizará en 718 el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y el fuego" (Lc 3, 16),<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre<br />
la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!"<br />
(Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego",<br />
como el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> se posó sobre los discípulos la<br />
mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La<br />
tradición espiritual conservará este simbolismo <strong>del</strong> fuego<br />
como uno de los más expresivos de la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>
<strong>Santo</strong> (cf San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No<br />
extingáis el <strong>Espíritu</strong>" (1 Te 5, 19).<br />
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables<br />
en las manifestaciones <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Desde las<br />
teofanías <strong>del</strong> Antiguo Testamento, la Nube, unas veces<br />
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador,<br />
tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria:<br />
con Moisés en la montaña <strong>del</strong> Sinaí (cf Ex 24, 15-18), en la<br />
Tienda de Reunión (cf Ex 33, 9-10) y durante la marcha por<br />
el desierto (cf Ex 40, 36 38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en<br />
la dedicación <strong>del</strong> Templo (cf I R 8, 10-12). Pues bien, estas<br />
figuras son cumplidas por Cristo en el <strong>Espíritu</strong> 484 <strong>Santo</strong>. El<br />
es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su<br />
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35).<br />
En la montaña 554 de la Transfiguración es El quien "vino<br />
en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a<br />
Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la<br />
nube que decía: 'Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"'<br />
(Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó<br />
a Jesús a 659 los ojos" de los discípulos el día de la<br />
Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo <strong>del</strong><br />
hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf Lc 21,<br />
27).<br />
698 1295:1296 El sello es un símbolo cercano al de la<br />
unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con<br />
su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con<br />
su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la 1121 imagen<br />
<strong>del</strong> sello ["sphragis"] indica el carácter in<strong>del</strong>eble de la<br />
Unción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en los sacramentos <strong>del</strong> Bautismo,<br />
de la Confirmación y <strong>del</strong> Orden, esta imagen se ha utilizado<br />
en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"<br />
imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales<br />
no pueden ser reiterados.<br />
699 292 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los<br />
enfermos (cf Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf Mc<br />
10, 16). En su Nombre, los apóstoles harán lo mismo (cf Mc<br />
16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición
de manos de los apóstoles el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos es 1288<br />
dado (cf Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los<br />
Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de<br />
los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf Hb 6, 2).<br />
1300 1573 1668 Este signo de la efusión todopoderosa <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, la Iglesia lo ha conservado en sus epiclesis<br />
sacramentales.<br />
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los<br />
demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en<br />
tablas de piedra "por el 2056 dedo de Dios" (Ex 31, 18), la<br />
"carta de Cristo" entregada a los apóstoles "está escrita no<br />
con tinta, sino con el <strong>Espíritu</strong> de Dios vivo; no en tablas de<br />
piedra, sino en las tablas de carne <strong>del</strong> corazón" (2 Co 3, 3).<br />
El himno "Veni Creator" invoca al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como<br />
"digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra <strong>del</strong><br />
Padre").<br />
701 La paloma. Al final <strong>del</strong> diluvio (cuyo simbolismo se<br />
refiere al 1219 Bautismo), la paloma soltada por Noé<br />
vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de<br />
que la tierra es habitable de nuevo (cf Gn 8, 8- 12).<br />
Cuando Cristo sale <strong>del</strong> agua de su bautismo, el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>, en forma 535 de paloma, baja y se posa sobre él (cf<br />
Mt 3, 16 par.). El <strong>Espíritu</strong> desciende y reposa en el corazón<br />
purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa<br />
Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico<br />
en forma de paloma (el columbarium), suspendido por<br />
encima <strong>del</strong> altar. El símbolo de la paloma para sugerir al<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es tradicional en la iconografía cristiana.<br />
III EL <strong>Espíritu</strong> Y LA PALABRA DE DIOS EN EL TIEMPO<br />
DE LAS PROMESAS<br />
702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos"<br />
(Ga 4, 4), la Misión conjunta <strong>del</strong> Verbo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong><br />
Padre permanece oculta pero activa. El <strong>Espíritu</strong> de Dios<br />
preparaba entonces 122 el tiempo <strong>del</strong> Mesías, y ambos, sin<br />
estar todavía plenamente revelados, ya han sido<br />
prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se
manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo<br />
Testamento (cf 2 Co 3, 14), investiga en él (cf Jn 5, 39-46)<br />
lo que el <strong>Espíritu</strong>, "que habló por los profetas", quiere<br />
decirnos 107 <strong>acerca</strong> de Cristo.<br />
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los<br />
243 que fueron inspirados por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el vivo<br />
anuncio y en la redacción de los Libros <strong>Santo</strong>s, tanto <strong>del</strong><br />
Antiguo como <strong>del</strong> Nuevo Testamento. La tradición judía<br />
distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los<br />
Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y<br />
proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en<br />
particular los Salmos, cf Lc 24, 44].<br />
En la Creación<br />
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen <strong>del</strong> ser<br />
y 292 de la vida de toda creatura (cf Sal 33, 6; 104, 30; Gn<br />
1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): Es justo que el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> reine, santifique y anime la creación porque es Dios<br />
consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder<br />
sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el<br />
Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines,<br />
domingos <strong>del</strong> segundo modo). 291<br />
704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es<br />
decir, el Hijo y el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>] como Dios lo hizo... y El<br />
dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo<br />
que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina"<br />
(San Ireneo, dem. 11). 356<br />
El <strong>Espíritu</strong> de la promesa<br />
705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre<br />
continúa 410 siendo "a imagen de Dios", a imagen <strong>del</strong> Hijo,<br />
pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de<br />
la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la<br />
Economía de la Salvacióh, al final de la cual el Hijo mismo<br />
asumirá "la imagen" (cf Jn 1, 14; Flp 2, 7) 2809 y la
estaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar<br />
la Gloria, el <strong>Espíritu</strong> "que da la Vida".<br />
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a<br />
Abraham 60 una descendencia, como fruto de la fe y <strong>del</strong><br />
poder <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-<br />
55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas<br />
todas las naciones de la tierra (cf Gn 12, 3). Esta<br />
descendencia será Cristo (cf Ga 3, 16) en quien la efusión<br />
<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> formará "la unidad de los hijos de Dios<br />
dispersos" (cf Jn 11, 52). Comprometiéndose con<br />
juramento (cf Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo<br />
Amado (cf Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don <strong>del</strong><br />
"Espúritu <strong>Santo</strong> de la Promesa, que es prenda... para<br />
redención <strong>del</strong> Pueblo de su posesión" (Ef 1, 1314; cf Ga 3,<br />
14).<br />
En las Teofanías y en la Ley<br />
707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el<br />
camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y<br />
desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de<br />
los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha<br />
reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se<br />
dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube<br />
<strong>del</strong> Espiritu <strong>Santo</strong>.<br />
708 1961:1964 Esta pedagogía de Dios aparece<br />
especialmente en el don de la Ley (cf Ex 19-20; Dt 1-11;<br />
29-30), que fue dada 122 como un "pedagogo" para<br />
conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su<br />
impotencia para salvar al hombre privado de la<br />
"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da<br />
<strong>del</strong> pecado (cf Rm 3, 20) suscitan el deseo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>. Los gemidos 2585 de los Salmos lo atestiguan.<br />
En el Reino y en el Exilio<br />
709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría<br />
debido regir el corazón y las instituciones <strong>del</strong> Pueblo salido
de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y<br />
guardáis mi alianza.... seréis para mí un reino de<br />
sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 5-6; cf 1 P 2, 9).<br />
Pero, después de David, Israel sucumbe a la 2579 tentación<br />
de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues<br />
bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf 2 S<br />
7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>;<br />
pertenecerá a los pobres 544 según el <strong>Espíritu</strong>.<br />
710 El olvido de la Ley y la infi<strong>del</strong>idad a la Alianza llevan a<br />
la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es<br />
en realidad fi<strong>del</strong>idad misteriosa <strong>del</strong> Dios Salvador y<br />
comienzo de una restauración prometida, pero según el<br />
<strong>Espíritu</strong>. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta<br />
purificación (cf Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la<br />
Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que<br />
vuelven <strong>del</strong> Exilio es una de las figuras más transparentes<br />
de la Iglesia.<br />
La espera <strong>del</strong> Mesías y de su <strong>Espíritu</strong><br />
711 "He aquí que yo lo renuevo" (Is 43, 19): dos líneas<br />
proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera <strong>del</strong><br />
Mesías, la otra 64 522 al anuncio de un <strong>Espíritu</strong> nuevo, y<br />
las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los<br />
Pobres (cf So 2, 3), que aguardan en la esperanza la<br />
"consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf Lc<br />
2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías<br />
que a él se refieren. A continuación se describen aquellas<br />
en que aparece sobre todo la relación <strong>del</strong> Mesías y de su<br />
<strong>Espíritu</strong>.<br />
712 Los rasgos <strong>del</strong> rostro <strong>del</strong> Meséis esperado comienzan a<br />
439 aparecer en el Libro <strong>del</strong> Emmanuel (cf Is 6, 12)<br />
("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12,<br />
41), en particular en Is 11, 1-2:<br />
Saldrá un vástago <strong>del</strong> tronco de Jesé,<br />
y un retoño de sus raíces brotará.<br />
Reposará sobre él el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,<br />
espíritu de consejo y de fortaleza,<br />
espíritu de ciencia y temor <strong>del</strong> Señor.<br />
713 Los rasgos <strong>del</strong> Mesías se revelan sobre todo en los<br />
Cantos <strong>del</strong> Siervo (cf Is 42, 1-9; cf Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-<br />
34; después Is 49, 1-6; cf Mt3, 17; Lc 2,32, y en fin Is 50,<br />
4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de<br />
la Pasión de Jesús, e indican 601 así cómo enviará el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> para vivificar a la multitud: no desde fuera,<br />
sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp<br />
2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede<br />
comunicarnos su propio <strong>Espíritu</strong> de vida.<br />
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva<br />
haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf Is 61,<br />
1-2):<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor está sobre mí,<br />
porque me ha ungido.<br />
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,<br />
a proclamar la liberación a los cautivos<br />
y la vista a los ciegos,<br />
para dar la libertad a los oprimidos<br />
y proclamar un año de gracia <strong>del</strong> Señor.<br />
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al<br />
envío <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> son oráculos en los que Dios habla<br />
al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con<br />
los acentos <strong>del</strong> "amor y de la fi<strong>del</strong>idad" (cf Ez. 11, 19; 36,<br />
25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo<br />
cumplimiento 214 proclamará San Pedro la mañana de<br />
Pentecostés, cf Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en<br />
los "últimos tiempos", el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor renovará el<br />
corazón de los hombres 1965 grabando en ellos una Ley<br />
nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y<br />
divididos; transformará la primera creación y Dios habitará<br />
en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3;<br />
Is 49, 13; 61, l; etc.), los humildes y los mansos,<br />
totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios,<br />
los que esperan la justicia, no de los hombres sino <strong>del</strong><br />
Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión<br />
escondida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> durante el tiempo de las<br />
Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es 368 la<br />
calidad de corazón <strong>del</strong> Pueblo, purificado e iluminado por el<br />
<strong>Espíritu</strong>, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el<br />
<strong>Espíritu</strong> prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto"<br />
(cf Lc 1, 17).<br />
IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS<br />
TIEMPOS<br />
717 523 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se<br />
llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15.41) por obra <strong>del</strong><br />
mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. La "visitación" de María a Isabel se convirtió<br />
así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).<br />
718 696 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El<br />
fuego <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> lo habita y le hace correr <strong>del</strong>ante [como<br />
"precursor"] <strong>del</strong> Señor que viene. En Juan el Precursor, el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> culmina la obra de "preparar al Señor un<br />
pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).<br />
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> consuma el "hablar por los profetas". Juan<br />
termina el ciclo 2684 de los profetas inaugurado por Elías<br />
(cf Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación<br />
de Israel, es la "voz" <strong>del</strong> Consolador que llega (Jn 1, 23; cf<br />
Is 40, 1-3). Como lo hará el <strong>Espíritu</strong> de Verdad, "vino como<br />
testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf Jn 15, 26;<br />
5, 33). Con respecto a Juan, el <strong>Espíritu</strong> colma así las<br />
"indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles<br />
(1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el <strong>Espíritu</strong><br />
y se queda sobre é1, ése es el que bautiza con el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el
Hijo de Dios... He ahí 536 el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-<br />
36).<br />
720 En fin, con Juan Bautista, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, inaugura,<br />
prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a<br />
dar al hom bre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan<br />
era para el 535 arrepentimiento, el <strong>del</strong> agua y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
será un nuevo nacimiento (cf Jn 3, 5).<br />
"Alégrate, llena de gracia"<br />
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen,<br />
es la obra maestra de la Misión <strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el<br />
designio de Salvación y porque su <strong>Espíritu</strong> la ha preparado,<br />
el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su <strong>Espíritu</strong><br />
pueden habitar entre los 484 hombres. Por ello, los más<br />
bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los<br />
ha entendido frecuentemente con relación a María (cf Pr 8,<br />
1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la<br />
Liturgia como el trono de la "Sabiduría".<br />
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios",<br />
que el <strong>Espíritu</strong> va a realizar en Cristo y en la Iglesia:<br />
722 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> preparó a María con su gracia.<br />
Convenía 489 que fuese "llena de gracia" la madre de Aquel<br />
en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad<br />
corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado,<br />
por pura gracia, como la más humilde de todas las<br />
criaturas, la más capaz de acoger el don inefable <strong>del</strong><br />
Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda<br />
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf So 3, 14; Za 2, 14).<br />
Cuando ella lleva en 2676 sí al Hijo eterno, es la acción de<br />
gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia,<br />
esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre<br />
en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Lc 1, 46-55).
723 En María el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> realiza el designio<br />
benevolente <strong>del</strong> Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo<br />
de Dios por 485 obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Su virginidad se<br />
convierte en fecundidad 506 única por medio <strong>del</strong> poder <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> y de la fe (cf Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-<br />
28).<br />
724 En María, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> manifiesta al Hijo <strong>del</strong> Padre<br />
hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la<br />
teofanía definitiva: 208 llena <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, presenta al<br />
Verbo en la humildad 2619 de su carne dándolo a conocer a<br />
los pobres (cf Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones<br />
(cf Mt 2, 11).<br />
725 En fin, por medio de María, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> comienza<br />
a 963 poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto<br />
<strong>del</strong> amor benevolente de Dios" (cf Lc 2, 14), y los humildes<br />
son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los<br />
magos, Simeón y Ana, los esposos de Cana y los primeros<br />
discípulos.<br />
726 Al término de esta Misión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, María se<br />
convierte 494 2618 en la "Mujer", nueva Eva "madre de los<br />
vivientes", Madre <strong>del</strong> "Cristo total" (cf Jn 19, 25-27). Así es<br />
como ella está presente con los Doce, que "perseveraban<br />
en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el<br />
amanecer de los "últimos tiempos" que el <strong>Espíritu</strong> va a<br />
inaugurar en la mañana de Pentecostés con la<br />
manifestación de la Iglesia.<br />
Cristo Jesús<br />
727 438 Toda la Misión <strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en la<br />
plenitud 695 de los tiempos se resume en que el Hijo es el<br />
Ungido <strong>del</strong> Padre 536 desde su Encarnación: Jesús es<br />
Cristo, el Mesías.<br />
Todo el segundo capítulo <strong>del</strong> Símbolo de la fe hay que leerlo<br />
a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta
<strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Aquí se mencionará solamente<br />
lo que se refiere a la promesa <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hecha por<br />
Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.<br />
728 Jesús no revela plenamente el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hasta que<br />
él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su<br />
Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso<br />
en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su<br />
Carne será alimento para la vida <strong>del</strong> mundo (cf Jn 6,<br />
27.51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf Jn 3, 5-<br />
8), a la Samaritana (cf Jn 4, 10.14.23-24) y a los que<br />
participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf Jn 7, 37-39).<br />
A sus 2615 discípulos les habla de él abiertamente a<br />
propósito de la oración (cf Lc 11, 13) y <strong>del</strong> testimonio que<br />
tendrán que dar (cf Mt 10, 1920).<br />
729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser<br />
glorificado, Jesús promete la venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, ya<br />
que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de<br />
la Promesa hecha a los Padres (cf Jn 14, 16-17. 26; 15, 26;<br />
16, 7-15; 17, 26): El <strong>Espíritu</strong> de Verdad, el otro Paráclito,<br />
será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús;<br />
será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo<br />
enviará de junto al Padre porque él ha salido <strong>del</strong> Padre. El<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con<br />
nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo<br />
enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha<br />
dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad<br />
completa y glorificará a 288 1433 Cristo. En cuanto al<br />
mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de<br />
juicio.<br />
730 Por fin llega la hora de Jesús (cf Jn 13, 1; 17, 1): Jesús<br />
entrega su espíritu en las manos <strong>del</strong> Padre (cf Lc 23, 46; Jn<br />
19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor<br />
de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por<br />
la Gloria <strong>del</strong> Padre" (Rm 6, 4), en seguida da a sus<br />
discípulos el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> dirigiendo sobre ellos su aliento<br />
(cf Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y<br />
<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el
Padre me envió, también yo os envío" 850 (Jn 20, 21; cf Mt<br />
28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).<br />
V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS<br />
TIEMPOS<br />
Pentecostés<br />
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas<br />
pascuales) 2623, la Pascua de Cristo se consuma con la<br />
efusión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que se manifiesta, da y comunica<br />
como Persona divina: desde 767 su plenitud, Cristo, el<br />
Señor (cf Hch 2, 36), derrama profusamente 1302 el<br />
<strong>Espíritu</strong>.<br />
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad.<br />
244 Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está<br />
abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la<br />
carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la<br />
Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> hace entrar al mundo en los "últimos 672 tiempos",<br />
el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía<br />
no consumado:<br />
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el <strong>Espíritu</strong><br />
celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la<br />
Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia<br />
bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado<br />
también en las liturgias eucarísticas después de la<br />
comunión). 1386<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, El Don de Dios<br />
733 "Dios es Amor" (I Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el<br />
primer 218 don, contiene todos los demás. Este amor "Dios<br />
lo ha derramado en nuestros corazones por el <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).<br />
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido<br />
heridos por el pecado, el primer efecto <strong>del</strong> don <strong>del</strong> Amor es
la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve<br />
a dar a los bautizados la semejanza 1987 divina perdida<br />
por el pecado.<br />
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de<br />
nuestra herencia (cf Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma<br />
de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha<br />
amado" (cf 1 Jn 4, 11-12). 1822 Este amor (la caridad de 1<br />
Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha<br />
posible porque hemos "recibido una fuerza, la <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>" (Hch 1, 8).<br />
736 Gracias a este poder <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> los hijos de<br />
Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid<br />
verdadera hará 1832 que demos "el fruto <strong>del</strong> Espiritu que<br />
es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,<br />
fi<strong>del</strong>idad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). "El<br />
<strong>Espíritu</strong> es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a<br />
nosotros mismos (cf Mt 16, 24-26), más "obramos también<br />
según el <strong>Espíritu</strong>" (Ga 5, 25):<br />
Por la comunión con él, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos hace<br />
espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino<br />
de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de<br />
llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo,<br />
de ser llamado hijo de la luz y de tener <strong>parte</strong> en la gloria<br />
eterna (San Basilio, Spir. 15, 36).<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la Iglesia<br />
737 La misión de Cristo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> se realiza en la<br />
787:798 Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong>. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles<br />
de Cristo en su Comunión con el Padre en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>:<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> prepara a los 1093:1109 hombres, los<br />
previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les<br />
manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y<br />
abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección.<br />
Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la
Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la<br />
Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5.<br />
8. 16).<br />
738 850 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de<br />
Cristo y <strong>del</strong> 777 <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, sino que es su sacramento:<br />
con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada<br />
para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender<br />
el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto<br />
será el objeto <strong>del</strong> próximo artículo):<br />
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único<br />
espíritu, a saber, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, nos hemos fundido<br />
entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros<br />
seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que<br />
el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Padre y suyo habite en cada uno de nosotros,<br />
este <strong>Espíritu</strong> único e indivisible lleva por sí mismo a la<br />
unidad a aquellos que son distintos entre sí... y hace que<br />
todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma<br />
manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace<br />
que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un<br />
solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el<br />
<strong>Espíritu</strong> de Dios que habita en todos, único e indivisible, los<br />
lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría,<br />
Jo. 12).<br />
739 Puesto que el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es la Unción de Cristo, es<br />
Cristo, Cabeza <strong>del</strong> Cuerpo, quien lo distribuye entre sus<br />
miembros 1076 para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en<br />
sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar<br />
testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su<br />
intercesión por el mundo entero. Por medio de los<br />
sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su <strong>Espíritu</strong>,<br />
<strong>Santo</strong> y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto<br />
será el objeto de la segunda <strong>parte</strong> <strong>del</strong> Catecismo).<br />
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en<br />
los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la<br />
vida nueva, en Cristo, según el <strong>Espíritu</strong> (esto será el objeto<br />
de la tercera <strong>parte</strong> <strong>del</strong> Catecismo).
741 "El <strong>Espíritu</strong> viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues<br />
nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el <strong>Espíritu</strong><br />
mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm<br />
8, 26). El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, artífice de las obras de Dios, es el<br />
Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta <strong>parte</strong><br />
<strong>del</strong> Catecismo).<br />
RESUMEN<br />
742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a<br />
nuestros corazones el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo que clama: Abbá,<br />
Padre" (Ga 4, 6).<br />
743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los<br />
tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su<br />
<strong>Espíritu</strong>: la misión de ambos es conjunta e inseparable.<br />
744 En la plenitud de los tiempos, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> realiza<br />
en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al<br />
Pueblo de Dios. Mediante la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en<br />
ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con<br />
nosotros" (Mt 1, 23).<br />
745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías] mediante<br />
la Unción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en su Encarnación (cf Sal 2, 6-<br />
7).<br />
746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido<br />
Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud,<br />
derrama el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> sobre los apóstoles y la Iglesia.<br />
747 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que Cristo, Cabeza, derrama sobre<br />
sus miembros, construye, a- nima y santifica a la Iglesia.<br />
Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima<br />
Trinidad con los hombres.<br />
Revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el<br />
Antiguo Testamento (3.I.90)
1. En las catequesis dedicadas al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hemos<br />
querido, ante todo, escuchar su anuncio y su promesa por<br />
<strong>parte</strong> de Jesús, especialmente en la Ultima Cena, releer la<br />
narración que los Hechos de los Apóstoles hacen de su<br />
venida, y volver a examinar los textos <strong>del</strong> Nuevo<br />
Testamento que documentan la predicación <strong>acerca</strong> de él y<br />
la fe en él en la Iglesia primitiva. Pero en nuestro análisis<br />
de los textos nos encontramos muchas veces con el Antiguo<br />
Testamento. Son los mismos Apóstoles quienes en la<br />
primera predicación después de Pentecostés presentan<br />
expresamente la venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como<br />
cumplimiento de las promesas y de los anuncios antiguos,<br />
viendo la Antigua Alianza y la historia de Israel como<br />
tiempo de preparación para recibir la plenitud de verdad y<br />
de gracia que debía traer el Mesías.<br />
Ciertamente, Pentecostés era un acontecimiento<br />
proyectado hacia el futuro, porque daba inicio al tiempo <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que Jesús mismo había señalado como<br />
protagonista, junto con el Padre y con el Hijo de la obra de<br />
la salvación, destinada a extenderse desde la Cruz a todo el<br />
mundo. Sin embargo, para un más completo conocimiento<br />
de la revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, es preciso remontarse al<br />
pasado, es decir, al Antiguo Testamento, para descubrir allí<br />
las señales de la larga preparación al misterio de la Pascua<br />
y de Pentecostés.<br />
2. Por lo tanto, deberemos volver a reflexionar <strong>acerca</strong> de<br />
los datos bíblicos referidos al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y <strong>acerca</strong> <strong>del</strong><br />
proceso de revelación, que se dibuja progresivamente<br />
desde la penumbra <strong>del</strong> Antiguo Testamento hasta las claras<br />
afirmaciones <strong>del</strong> Nuevo, y se expresa primero dentro de la<br />
Creación y luego en la obra de la Redención, primero en la<br />
historia y en la profecía de Israel, y luego en la vida y en la<br />
misión de Jesús Mesías, desde el momento de la<br />
Encarnación hasta el de la Resurrección. Entre los datos<br />
que conviene examinar se encuentra, ante todo, el nombre<br />
con que el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es insinuado en el Antiguo
Testamento, y los diversos significados expresados con este<br />
nombre. Sabemos que en la mentalidad judía el nombre<br />
tiene un gran valor para representar a la persona. Se puede<br />
recordar, a este propósito, la importancia que en el Éxodo y<br />
en toda la tradición de Israel se atribuye al modo de<br />
nombrar a Dios. Moisés había preguntado al Señor Dios<br />
cuál era su nombre. La revelación <strong>del</strong> nombre se<br />
consideraba como manifestación de la persona misma: el<br />
nombre sagrado ponía al pueblo en relación con el ser,<br />
trascendente, pero presente, de Dios mismo (Cfr. Ex 3,<br />
13.14).<br />
El nombre con el que es insinuado, en el Antiguo<br />
Testamento, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos ayudará a comprender<br />
sus propiedades, aunque su realidad de Persona divina, de<br />
la misma naturaleza que el Padre y el Hijo, se nos da a<br />
conocer sólo en la revelación <strong>del</strong> Nuevo Testamento.<br />
Podemos pensar que el término fue elegido con esmero por<br />
los autores sagrados; es más, que el mismo <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>,<br />
quien los inspiró, guió el proceso conceptual y literario que<br />
ya en el Antiguo Testamento hizo elaborar una expresión<br />
adecuada para significar su Persona.<br />
3. En la Biblia, el término hebreo que designa al <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> es ruah . El primer sentido de este término, así como<br />
de su traducción latina 'spiritus', es 'soplo', aliento,<br />
respiración. En español se puede aún observar el<br />
parentesco entre 'espíritu' y 'respiración'. El aliento es la<br />
realidad más inmaterial que percibimos; no se ve, es<br />
sutilísimo; no es posible aferrarlo con las manos; parece<br />
que no es nada, pero tiene una importancia vital: quien no<br />
respira no puede vivir. Entre un hombre vivo y un hombre<br />
muerto sólo existe esta diferencia: que el primero respira y<br />
el otro ya no. La vida viene de Dios: el aliento, por tanto,<br />
viene de Dios, que lo puede también retirar (Cfr. Sal<br />
103/104, 29.30). De estas observaciones sobre el aliento<br />
se llegó a comprender que la vida depende de un principio<br />
espiritual, que fue llamado con la misma palabra hebrea
uah. El aliento <strong>del</strong> hombre está en relación con un soplo<br />
externo mucho más potente, el soplo <strong>del</strong> viento.<br />
El hebreo ruah , como el latino 'spiritus', designa también el<br />
soplo <strong>del</strong> viento. Nadie ve el viento, pero sus efectos son<br />
impresionantes. El viento empuja las nubes, agita los<br />
árboles. Cuando es violento, entumece las olas y puede<br />
echar a pique las naves (Sal 107/106, 25-27). A los<br />
antiguos el viento les parecía un poder misterioso que Dios<br />
tenía a su disposición (Sal 104/103, 3.4). Se le podía<br />
llamar el 'soplo de Dios'.<br />
En el libro <strong>del</strong> Éxodo, una narración en prosa dice: 'El Señor<br />
hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento <strong>del</strong> Este,<br />
que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas<br />
entraron en medio <strong>del</strong> mar a pie enjuto' (Ex 14, 21)22). En<br />
el capitulo siguiente, los mismos acontecimientos son<br />
descritos en forma poética y entonces el soplo <strong>del</strong> viento<br />
<strong>del</strong> Este es llamado 'el soplo de la ira de Dios' Dirigiéndose<br />
a Dios, el poeta dice: 'Al soplo de tu ira se apiñaron las<br />
aguas... Mandaste tu soplo, cubriólos el mar' (Ex 15, 8,10).<br />
Así se expresa de modo muy sugestivo la convicción de que<br />
el viento fue, en estas circunstancias, el instrumento de<br />
Dios.<br />
De las observaciones que acabamos de hacer sobre el<br />
viento invisible y potente, se llegó a concebir la existencia<br />
<strong>del</strong> 'espíritu de Dios'. En los textos <strong>del</strong> Antiguo Testamento,<br />
se pasa fácilmente de un significado al otro, e incluso en el<br />
Nuevo Testamento vemos que los dos significados se hallan<br />
presentes. Para hacer que Nicodemo entendiera el modo de<br />
actuar <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, Jesús hace uso de la comparación<br />
<strong>del</strong> viento y se sirve <strong>del</strong> mismo término para designar tanto<br />
el uno como el otro: 'El viento sopla donde quiere..., así es<br />
todo el que nace <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>', es decir, <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
(Jn 3, 8).<br />
4. La idea fundamental que expresa el nombre bíblico <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> no es, por tanto, la de un poder intelectual, sino la
de un impulso dinámico, comparable al impulso <strong>del</strong> viento.<br />
En la Biblia, la primera función <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> no es la de<br />
hacer entender, sino la de poner en movimiento; no la de<br />
iluminar, sino la de comunicar un dinamismo. Sin embargo,<br />
este aspecto no es exclusivo. También se expresan otros<br />
aspectos que preparan la revelación sucesiva. Ante todo, el<br />
aspecto de interioridad. El aliento, en efecto, entra al<br />
interior <strong>del</strong> hombre. En lenguaje bíblico, esta constatación<br />
se puede expresar diciendo que Dios infunde el espíritu en<br />
los corazones (Cfr. Ez 36, 26; Rom 5, 5). Al ser tan sutil, el<br />
aire penetra no sólo en nuestro organismo, sino también en<br />
todos los espacios e intersticios; esto ayuda a entender que<br />
'el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor llena la tierra' (Sab 1, 7) y que<br />
'penetra', en especial, 'todos los espíritus' (7, 23), como<br />
dice el libro de la Sabiduría.<br />
Con el aspecto de la interioridad está ligado el aspecto <strong>del</strong><br />
conocimiento. '¿Qué hombre conoce lo íntimo <strong>del</strong> hombre,<br />
sino el espíritu <strong>del</strong> hombre que está en él?' (1 Cor 2, 11).<br />
Sólo nuestro espíritu conoce nuestras reacciones íntimas,<br />
nuestros pensamientos aún no comunicados a los demás.<br />
De modo análogo, y con mayor razón, el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor,<br />
que está presente en el interior de todos los seres <strong>del</strong><br />
universo, conoce todo desde dentro (Cfr. Sab 1, 7). Más<br />
aún, 'el <strong>Espíritu</strong> todo lo sondea, hasta las profundidades de<br />
Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong> de<br />
Dios' (1 Cor 2, 10.11).<br />
5. Cuando se trata de conocimiento y de comunicación<br />
entre las personas, el soplo tiene una conexión natural con<br />
la palabra. En efecto, para hablar hacemos uso de nuestro<br />
soplo. Las cuerdas vocales hacen vibrar nuestro soplo, el<br />
cual transmite así los sonidos de las palabras. Inspirándose<br />
en este hecho, la Biblia establecía un paralelismo entre la<br />
palabra y el soplo (Cfr. Is 11, 4), o entre la palabra y el<br />
espíritu. Gracias al soplo, la palabra se propaga; <strong>del</strong> soplo<br />
la palabra toma fuerza y dinamismo. El Salmo 32/33 aplica<br />
este paralelismo al acontecimiento primordial de la
Creación y dice: 'Por la palabra de Yahvéh fueron hechos<br />
los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada ' (v. 6).<br />
En textos semejantes, podemos vislumbrar una lejana<br />
preparación de la revelación cristiana <strong>del</strong> misterio de la<br />
Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación;<br />
él la ha realizado mediante su Palabra, es decir, mediante<br />
su Verbo e Hijo, y mediante su Soplo, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
6. La multiplicidad de los significados <strong>del</strong> término hebreo<br />
ruah, usado en la Biblia para designar al <strong>Espíritu</strong>, parece<br />
engendrar una cierta confusión: efectivamente, en un<br />
determinado texto, con frecuencia no es posible definir el<br />
sentido preciso de la palabra: se puede dudar entre viento<br />
y respiración, entre aliento y espíritu, entre espíritu creado<br />
y <strong>Espíritu</strong> divino.<br />
Esta multiplicidad, sin embargo, es, ante todo, una riqueza,<br />
porque pone muchas realidades en comunicación fecunda.<br />
Aquí conviene renunciar, en <strong>parte</strong>, a las pretensiones de<br />
una racionalidad preocupada por la precisión, para abrirse a<br />
perspectivas más anchas. Nos ha de resultar útil, cuando<br />
pensamos en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, tener presente que su<br />
nombre bíblico significa 'soplo' y tiene relación con el soplo<br />
potente <strong>del</strong> viento y con el soplo íntimo de nuestra<br />
respiración. En vez de atenernos a un concepto demasiado<br />
intelectual y árido, encontraremos provecho al acoger esta<br />
riqueza de imágenes y de hechos. Las traducciones, por<br />
desgracia, no pueden transmitírnosla en su totalidad,<br />
porque se encuentran con frecuencia forzadas a elegir otros<br />
términos. Para traducir la palabra hebrea ruah, la versión<br />
griega de los Setenta usa 24 términos diversos y por<br />
consiguiente no permite captar todas las conexiones que se<br />
hallan entre los textos de la Biblia hebrea.<br />
7. Como conclusión de este análisis terminológico de los<br />
textos <strong>del</strong> Antiguo Testamento sobre el ruah, podemos<br />
decir que de ellos el soplo de Dios aparece como la fuerza<br />
que hace vivir a las criaturas. Aparece como una realidad
íntima de Dios, que obra en la intimidad <strong>del</strong> hombre.<br />
Aparece como una manifestación <strong>del</strong> dinamismo de Dios<br />
que se comunica a las criaturas. Aun sin ser aún concebido<br />
como Persona distinta, en el ámbito <strong>del</strong> ser divino, el 'soplo'<br />
o '<strong>Espíritu</strong>', de Dios se distingue, en cierto modo, de Dios<br />
que lo manda para obrar en las criaturas. Así, incluso bajo<br />
el aspecto literario, la mente humana queda preparada para<br />
recibir la revelación de la Persona <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que<br />
aparecerá como expresión de la vida íntima de Dios y de su<br />
omnipotencia.<br />
La acción creadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios<br />
(10.I.90)<br />
1. La importancia que se da en el lenguaje bíblico al ruah<br />
como 'soplo de Dios' parece demostrar que la analogía<br />
entre la acción divina invisible, espiritual, penetrante,<br />
omnipotente, y el viento, tiene su raíz en la psicología y en<br />
la tradición de donde se alimentaban y que al mismo<br />
tiempo enriquecían los autores sagrados. Aun dentro de la<br />
variedad de significados derivados, el término servía<br />
siempre para expresar una 'fuerza vital' que actúa desde<br />
fuera o desde dentro <strong>del</strong> hombre y <strong>del</strong> mundo. Incluso<br />
cuando no designaba directamente a la persona divina, el<br />
término referido a Dios .'espíritu (o soplo) de Dios'.<br />
imprimía y hacía crecer en el alma de Israel la idea de un<br />
Dios espiritual que interviene en la historia y en la vida <strong>del</strong><br />
hombre, y preparaba el terreno para la futura revelación<br />
<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
Así, podemos decir que ya en la narración de la creación,<br />
en el libro <strong>del</strong> Génesis, la presencia <strong>del</strong> 'espíritu (o viento)<br />
de Dios', que aleteaba sobre las aguas mientras la tierra<br />
estaba desierta y vacía, y las tinieblas cubrían el abismo<br />
(Cfr. Gen 1, 2), es una referencia de notable eficacia a<br />
'aquella fuerza vital'. Con ella se quiere sugerir que el<br />
'soplo' o 'espíritu' de Dios desempeñó un papel en la
creación: casi un poder de animación, junto con la 'palabra'<br />
que da el ser y el orden a las cosas.<br />
2.. La conexión entre el espíritu de Dios y las aguas, que<br />
observamos al principio de la narración de la creación,<br />
vuelve parecer de otra forma en diversos pasajes de la<br />
Biblia y se hace más estrecha porque el <strong>Espíritu</strong> mismo es<br />
presentado como un agua fecundante, manantial de nueva<br />
vida. En el libro de la consolación, el segundo Isaías<br />
expresa esta promesa de Dios: 'Derramaré agua sobre el<br />
sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi<br />
espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti<br />
nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos<br />
junto a corrientes de aguas' (Is 44, 3.4). El agua que Dios<br />
promete verter es su espíritu, que 'derramará' sobre los<br />
hijos de su pueblo. De forma semejante el profeta Ezequiel<br />
anuncia que Dios 'derramará' su espíritu sobre la casa de<br />
Israel (Ez 39, 29) y el profeta Joel usa la misma expresión<br />
que compara el espíritu a un agua derramada: 'Derramaré<br />
mi espíritu en toda carne...' (Jl 3, 11).<br />
El simbolismo <strong>del</strong> agua, con referencia al <strong>Espíritu</strong> será<br />
recogido por los autores <strong>del</strong> Nuevo Testamento y<br />
enriquecido con nuevos detalles. Tendremos ocasión de<br />
volver sobre él.<br />
3. En la narración de la creación, tras la mención inicial <strong>del</strong><br />
espíritu o soplo de Dios que aleteaba sobre las aguas (Gen<br />
1, 2) no encontramos más la palabra ruah, nombre hebreo<br />
<strong>del</strong> espíritu. Sin embargo, el modo en que es descrita la<br />
creación <strong>del</strong> hombre sugiere una relación con el espíritu o<br />
soplo de Dios. En efecto, se lee que, después de haber<br />
formado al hombre con el polvo <strong>del</strong> suelo, el Señor Dios<br />
'insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre<br />
un ser viviente' (Gen 2, 7). La palabra 'aliento' (en hebreo<br />
neshama) es un sinónimo de 'soplo' o 'espíritu' (ruah),<br />
como se deduce <strong>del</strong> paralelismo con otros textos: en vez de<br />
'aliento de vida' leemos 'soplo de vida' en Génesis 6, 17.
Por otra <strong>parte</strong>, la acción de 'insuflar', atribuida a Dios en la<br />
narración de la creación, es aplicada al <strong>Espíritu</strong> en la visión<br />
profética de la resurrección (Ez 37, 9).<br />
Por tanto, la Sagrada Escritura nos quiere dar a entender<br />
que Dios ha intervenido por medio de su soplo o espíritu<br />
para hacer <strong>del</strong> hombre un ser animado. En el hombre hay<br />
un 'aliento de vida', que procede <strong>del</strong> 'soplar' de Dios<br />
mismo. En el hombre hay un soplo o espíritu que se<br />
asemeja al soplo o espíritu de Dios. Cuando el libro <strong>del</strong><br />
Génesis, en el capitulo segundo, habla de la creación de los<br />
animales (v. 19), no alude a una relación tan estrecha con<br />
el soplo de Dios. Desde el capítulo anterior sabemos que el<br />
hombre fue creado 'a imagen y semejanza de Dios' (1,<br />
26.27).<br />
4. Otros textos, sin embargo, admiten que también los<br />
animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron<br />
de Dios. Bajo este aspecto el hombre, salido de las manos<br />
de Dios, aparece solidario con todos los seres vivientes. Así<br />
el salmo 103/104 no establece distinción entre los hombres<br />
y los animales cuando dice, dirigiéndose a Dios Creador:<br />
'Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo<br />
su alimento; tú se lo das y ellos lo toman' (vv. 27.28).<br />
Luego, el salmista añade: 'Les retiras su soplo, y expiran, y<br />
a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y<br />
renuevas la faz de la tierra' (vv. 29.30). Por consiguiente,<br />
la existencia de las criaturas depende de la acción <strong>del</strong><br />
soplo-espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también<br />
conserva y renueva continuamente la faz de la tierra.<br />
5. La primera creación, desgraciadamente, fue devastada<br />
por el pecado. Sin embargo, Dios no la abandonó a la<br />
destrucción, sino que preparó su salvación, que debía<br />
constituir una 'nueva creación' (Cfr. Is 65, 17; Gal 6, 15;<br />
Ap 21, 5). La acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios para esta nueva<br />
creación es sugerida por la famosa profecía de Ezequiel<br />
sobre la resurrección. En una visión impresionante, el
profeta tiene ante los ojos una vasta llanura 'llena de<br />
huesos', y recibe la orden de profetizar sobre estos huesos<br />
y anunciar: 'Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvéh,<br />
Así dice el Señor Yahvéh a estos huesos: he aquí que yo<br />
voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis...' (Ez<br />
37, 1.5). El profeta cumple la orden divina y ve 'un<br />
estremecimiento y los huesos se juntaron unos con otros'<br />
(37, 7). Luego aparecen los nervios, la carne crece, la piel<br />
se extiende por encima, y finalmente, obedeciendo a la voz<br />
<strong>del</strong> profeta, el espíritu entra en aquellos cuerpos, que<br />
vuelven entonces a la vida y se incorporan sobre sus pies<br />
(37, 8.10).<br />
El primer sentido de esta visión era el de anunciar la<br />
restauración <strong>del</strong> pueblo de Israel tras la devastación y el<br />
exilio: 'Estos huesos son toda la casa de Israel', dice el<br />
Señor. Los israelitas se consideraban perdidos, sin<br />
esperanza. Dios les promete: 'Infundiré mi espíritu en<br />
vosotros y viviréis' (37, 14). Sin embargo, a la luz <strong>del</strong><br />
misterio pascual de Jesús, las palabras <strong>del</strong> profeta<br />
adquieren un sentido más fuerte, el de anunciar una<br />
verdadera resurrección de nuestros cuerpos mortales<br />
gracias a la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. El Apóstol Pablo,<br />
expresa esta certeza de fe, diciendo: 'Si el <strong>Espíritu</strong> de Aquel<br />
que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en<br />
vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos<br />
dará también la vid vuestros cuerpos mortales por su<br />
<strong>Espíritu</strong> que habita en vosotros' (Rom 8,11 ). En efecto, la<br />
nueva creación tuvo su inicio gracias a la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> en la muerte y resurrección de Cristo. En su Pasión,<br />
Jesús acogió plenamente la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en su<br />
ser humano (Cfr. Hb 9,14), quien lo condujo, a través de la<br />
muerte, a una nueva vida (Cfr. Rom 6,10) que él tiene<br />
poder de comunicar a todos los creyentes, transmitiéndoles<br />
este mismo <strong>Espíritu</strong>, primero de modo inicial en el<br />
bautismo, y luego plenamente en la resurrección final.
La tarde de Pascua, Jesús resucitado, apareciéndose a los<br />
discípulos en el Cenáculo, renueva sobre ellos la misma<br />
acción que Dios Creador había realizado sobre Adán. Dios<br />
había 'soplado' sobre el cuerpo <strong>del</strong> hombre para darle vida.<br />
Jesús 'sopla' sobre los discípulos y les dice: 'Recibid el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' (Jn 20, 22).<br />
El soplo humano de Jesús sirve así a la realización de una<br />
obra divina más maravillosa aún que la inicial. No se trata<br />
sólo de crear un hombre vivo, como en la primera creación,<br />
sino de introducir a los hombres en la vida divina.<br />
6. Con razón, pues, San Pablo establece un paralelismo y<br />
una antítesis entre Adán y Cristo, entre la primera y la<br />
segunda creación, cuando escribe: 'Pues si hay un cuerpo<br />
natural (en griego psychilkon, de psyché que significa<br />
alma), hay también un cuerpo espiritual (pneumatikon, es<br />
decir, completamente penetrado y transformado por el<br />
<strong>Espíritu</strong> de Dios). En efecto, si es como dice la Escritura:<br />
Fue hecho el primer hombre, Adán, un alma viviente (Gen<br />
2, 7); el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15, 45).<br />
Cristo resucitado, nuevo Adán, está tan penetrado, en su<br />
humanidad, por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que puede llamarse él<br />
mismo 'espíritu'. En efecto, su humanidad no tiene sólo la<br />
plenitud <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> por sí misma, sino también la<br />
capacidad de comunicar la vida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> a todos los<br />
hombres. 'Por tanto, el que está en Cristo -escribe San<br />
Pablo- es una nueva creación' (2 Cor 5, 17).<br />
Se manifiesta así plenamente, en el misterio de Cristo<br />
muerto y resucitado, la acción creadora y renovadora <strong>del</strong><br />
<strong>Espíritu</strong> de Dios, que la Iglesia invoca diciendo: 'Veni,<br />
Creator Spiritus', 'Ven <strong>Espíritu</strong> Creador'.<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> conduce y penetra la<br />
historia de Israel (17.I.90)
1. El Antiguo Testamento nos ofrece preciosos testimonios<br />
sobre el papel reconocido <strong>del</strong> '<strong>Espíritu</strong>' de Dios (como<br />
'soplo', 'aliento', 'fuerza vital', simbolizado por el viento) no<br />
sólo en los libros que recogen la producción religiosa y<br />
literaria de los autores sagrados, espejo de la psicología y<br />
<strong>del</strong> lenguaje de Israel, sino también en la vida de los<br />
personajes que hacen de guías <strong>del</strong> pueblo en su camino<br />
histórico hacia el futuro mesiánico.<br />
Es el <strong>Espíritu</strong> de Dios quien, según los autores sagrados,<br />
actúa sobre los jefes haciendo que ellos no sólo obren en<br />
nombre de Dios, sino también que con su acción sirvan de<br />
verdad al cumplimiento de los planes divinos, y por lo tanto<br />
miren no tanto a la construcción y el engrandecimiento de<br />
su propio poder personal o dinástico según las perspectivas<br />
de una concepción monárquica o aristocrática, sino más<br />
bien a la prestación de un servicio útil a los demás y en<br />
especial al pueblo. Se puede decir que, a través de esta<br />
mediación de los jefes, el <strong>Espíritu</strong> de Dios penetra y<br />
conduce la historia de Israel.<br />
2. Ya en la historia de los patriarcas se observa que hay<br />
una mano superior, realizadora de un plan que mira a su<br />
'descendencia', que los guía y conduce en su camino, en<br />
sus desplazamientos, en sus vicisitudes. Entre ellos<br />
tenemos a José, en quien reside el <strong>Espíritu</strong> de Dios como<br />
espíritu de sabiduría, descubierto por el faraón, que<br />
pregunta a sus ministros: '¿Acaso se encontrará otro como<br />
éste que tenga el espíritu de Dios?' (Gen 41, 38). El espíritu<br />
de Dios hace a José capaz de administrar el país y de<br />
realizar su extraordinaria función no sólo en favor de su<br />
familia y las ramificaciones genealógicas de ésta, sino con<br />
vistas a toda la futura historia de Israel.<br />
También sobre Moisés, mediador entre Yahvéh y el pueblo,<br />
actúa el espíritu de Dios, que lo sostiene y lo guía en el<br />
éxodo que llevará a Israel a tener una patria y a convertirse<br />
en un pueblo independiente, capaz de realizar su tarea
mesiánica. En un momento de tensión en el ámbito de las<br />
familias acampadas en el desierto, cuando Moisés se<br />
lamenta ante Dios porque se siente incapaz de llevar 'el<br />
peso de todo este pueblo' (Nm 11, 14), Dios le manda<br />
escoger setenta hombres, con los que podrá establecer una<br />
primera organización <strong>del</strong> poder directivo para aquellas<br />
tribus en camino, y le anuncia: 'Tomaré <strong>parte</strong> <strong>del</strong> espíritu<br />
que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo<br />
la carga <strong>del</strong> pueblo, y no la tengas que llevar tú solo' (Nm<br />
11, 17). Y efectivamente, reunidos setenta ancianos en<br />
torno a la tienda <strong>del</strong> encuentro, 'Yahvéh... tomó algo <strong>del</strong><br />
espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos'<br />
(Nm 11, 25).<br />
Cuando, al fin de su vida, Moisés debe preocuparse de<br />
dejar un jefe en la comunidad, para que 'no quede como<br />
rebaño sin pastor', el Señor le señal Josué, 'hombre en<br />
quien está el espíritu' (Nm 27, 17-18), y Moisés le impone<br />
'su mano' a fin de que también él esté 'lleno <strong>del</strong> espíritu de<br />
sabiduría' (Dt 34, 9). Son casos típicos de la presencia y de<br />
la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> en los 'pastores' <strong>del</strong> pueblo.<br />
3. A veces el don <strong>del</strong> espíritu es conferido también a quien,<br />
a pesar de no ser jefe, está llamado por Dios a prestar un<br />
servicio de alguna importancia en especiales momentos y<br />
circunstancias. Por ejemplo, cuando se trata de construir la<br />
'tienda <strong>del</strong> encuentro' y el 'arca de la Alianza', Dios dice a<br />
Moisés: 'Mira que he designado a Besalel... y le he llenado<br />
<strong>del</strong> espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y<br />
experiencia en toda clase de trabajos' (Ex 31, 2.3; cfr. 35,<br />
31). Es más, incluso respecto a los compañeros de trabajo<br />
de este artesano, Dios añade: 'En el corazón de todos los<br />
hombres hábiles he infundido habilidad para que hagan<br />
todo lo que te he mandado: la tienda <strong>del</strong> encuentro, el arca<br />
<strong>del</strong> testimonio' (Ex 31, 6.7).<br />
En el libro de los Jueces se exaltan hombres que al principio<br />
son 'héroes liberadores', pero que luego se convierten
también en gobernadores de ciudades y distritos, en el<br />
período de reorganización entre el régimen tribal y el<br />
monárquico. Según el uso <strong>del</strong> verbo shafat, 'juzgar', en las<br />
lenguas semíticas emparentadas con el hebreo, son<br />
considerados no sólo como administradores de la justicia<br />
sino también como jefes de sus poblaciones. Son suscitados<br />
por Dios, que les comunica su espíritu (soplo. ruah) como<br />
respuesta a súplicas dirigidas a El en situaciones críticas.<br />
Muchas veces en el libro de los Jueces se atribuye su<br />
aparición y su acción victoriosa a un don <strong>del</strong> espíritu. Así en<br />
el caso de Otniel, el primero de los grandes jueces cuya<br />
historia se resume, se dice que 'los israelitas clamaron a<br />
Yahvéh y Yahvéh suscitó a los israelitas un libertador que<br />
los salvó: Otniel... El espíritu de Yahvéh vino sobre él y fue<br />
juez de Israel' (Jue 3, 9.10).<br />
En el caso de Gedeón el acento se pone en la potencia de la<br />
acción divina: 'El espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón' (Jue<br />
6, 34). También de Jefté se dice que 'el espíritu de Yahvéh<br />
vino sobre Jefté' (Jue 11, 29). Y de Sansón: 'El espíritu de<br />
Yahvéh comenzó a excitarle' (Jue 13, 25). El espíritu de<br />
Dios en estos casos es quien otorga fuerza extraordinaria,<br />
valor para tomar decisiones, a veces habilidad estratégica,<br />
por las que el hombre se vuelve capaz de realizar la misión<br />
que se le ha encomendado para la liberación y la guía <strong>del</strong><br />
pueblo.<br />
4. Cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los<br />
Reyes, según la petición de los israelitas que querían tener<br />
'un rey para que nos juzgue, como todas las naciones' (1<br />
Sm 8, 5), el anciano juez y liberador Samuel hace que<br />
Israel no pierda el sentimiento de la pertenencia a Dios<br />
como pueblo elegido y que quede asegurado el elemento<br />
esencial de la teocracia, a saber, el reconocimiento de los<br />
derechos de Dios sobre el pueblo. La unción de los reyes<br />
como rito de institución es el signo de la investidura divina<br />
que pone un poder político al servicio de una finalidad<br />
religiosa y mesiánica. En este sentido, Samuel, después de
haber ungido a Saúl y haberle anunciado el encuentro en<br />
Guibeá con un grupo de profetas que vendrían<br />
salmodiando, le dice: 'Te invadirá entonces el espíritu de<br />
Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado<br />
en otro hombre' (1 Sm 10, 6). Y efectivamente, 'apenas<br />
(Saúl) volvió las espaldas para dejar a Samuel, le cambió<br />
Dios el corazón... le invadió el espíritu de Dios, y se puso<br />
en trance en medio de ellos' (1 Sm 10, 9.10). También<br />
cuando llegó la hora de las primeras iniciativas de batalla,<br />
'invadió a Saúl el espíritu de Dios' (1 Sm 11, 6). Se cumplía<br />
así en él la promesa de la protección y de la alianza divina<br />
que había sido hecha a Samuel :'Dios está contigo' (l Sm<br />
10, 7). Cuando el espíritu de Dios abandona a Saúl, que es<br />
perturbado por un espíritu malo (Cfr. 1 Sm 16, 14), ya está<br />
en el escenario David, consagrado por el anciano Samuel<br />
con la unción por la que 'a partir de entonces, vino sobre<br />
David el espíritu de Yahvéh' (1 Sm 16, 13).<br />
5. Con David, mucho más que con Saúl, toma consistencia<br />
el ideal <strong>del</strong> rey ungido por el Señor, figura <strong>del</strong> futuro Rey-<br />
Mesías, que será el verdadero liberador y salvador de su<br />
pueblo. Aunque los sucesores de David no alcanzarán su<br />
estatura en la realización de la realeza mesiánica, más aún,<br />
aunque no pocos prevaricarán contra la Alianza de Yahvéh<br />
con Israel, el ideal <strong>del</strong> Rey Mesías no desaparecerá y se<br />
proyectará hacia el futuro cada vez más en términos de<br />
espera, caldeada por los anuncios proféticos.<br />
Especialmente Isaías pone de relieve la relación entre el<br />
espíritu de Dios y el Mesías: 'Reposará sobre él el espíritu<br />
de Yahvéh' (Is 11, 2). Será también espíritu de fortaleza;<br />
pero ante todo espíritu de sabiduría: '<strong>Espíritu</strong> de sabiduría e<br />
inteligencia, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh', el que<br />
impulsará al Mesías actuar con justicia en favor de los<br />
miserables, de los pobres y de los oprimidos (Is 11, 2.4).<br />
Por tanto, el santo espíritu <strong>del</strong> Señor (Is 42, 1; cfr. 61, 1<br />
ss.; 63, 10-13; Sal 50/51, 13; Sab 1, 5; 9, 17), su 'soplo'
(ruah), que recorre toda la historia bíblica, será dado en<br />
plenitud al Mesías. Ese mismo espíritu que alienta sobre el<br />
caos antes de la creación (Cfr. Gen 1, 2), que da la vid<br />
todos los seres (Cfr. Sal 103/104, 29.30; 33, 6; Gen 2, 7;<br />
37, 5.6. 9.10) que suscita a los Jueces (Cfr. Jue 3, 10; 6,<br />
34; 11, 29) y los Reyes (Cfr. 1 Sm 11, 6), que capacita a<br />
los artesanos para el trabajo <strong>del</strong> santuario (Cfr. Ex 31, 3;<br />
35, 31), que da la sabiduría a José (Cfr. Gen 41, 38), la<br />
inspiración a Moisés y a los profetas (Cfr. Nm 11, 17.<br />
25.26; 24, 2; 1 5 10, 6.10; 19, 20), como a David (Cfr. 1<br />
Sm 16, 13; 2 5 23, 2), descenderá sobre el Mesías con la<br />
abundancia de sus dones (Cfr. Is 11, 2) y lo hará capaz de<br />
realizar su misión de justicia y de paz. Aquel sobre quien<br />
Dios 'haya puesto su espíritu' 'dictará ley a las naciones' (Is<br />
42, 1); 'no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la<br />
tierra el derecho' (42, 4).<br />
6. "De qué manera 'implantará el derecho' y liberará a los<br />
oprimidos? Será, tal vez, con la fuerza de las armas, como<br />
habían hecho los Jueces, bajo el Impulso <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, y<br />
como hicieron, muchos siglos después, los Macabeos? El<br />
Antiguo Testamento no permitía dar una respuesta clara a<br />
esta pregunta. Algunos pasajes anunciaban intervenciones<br />
violentas, como por ejemplo el texto de Isaías que dice:<br />
'Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr<br />
por tierra su sangre' (Is 63, 6). Otros en cambio, insistían<br />
en la abolición de toda lucha: 'No levantará espada nación<br />
contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra' (Is 2, 4).<br />
La respuesta debía ser revelada por el modo en que el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> guiaría a Jesús en su misión: por el<br />
Evangelio sabemos que el <strong>Espíritu</strong> impulsó a Jesús a<br />
rechazar el uso de las armas y toda ambición humana y a<br />
conseguir una victoria divina por medio de una generosidad<br />
ilimitada, derramando su propia sangre para liberarnos de<br />
nuestros pecados. Así se manifestó de manera decisiva la<br />
acción directiva <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.
La acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
(14.II.90)<br />
1. Recogiendo el hilo de la catequesis precedente, podemos<br />
escoger entre los datos bíblicos ya referidos el aspecto<br />
profético de la acción ejercida por el espíritu de Dios sobre<br />
los jefes <strong>del</strong> pueblo, sobre los reyes y sobre el Mesías. Ese<br />
aspecto requiere una reflexión ulterior porque el profetismo<br />
es el filón a lo largo <strong>del</strong> cual discurre la historia de Israel,<br />
dominada por la figura destacada de Moisés, el 'profeta'<br />
más excelso, 'a quien Yahvéh trataba cara a cara' (Dt 34,<br />
10). A lo largo de los siglos los israelitas adquieren cada<br />
vez más familiaridad con el binomio 'la Ley y los Profetas',<br />
como síntesis expresiva <strong>del</strong> patrimonio espiritual confiado<br />
por Dios a su pueblo. Y mediante su espíritu es como Dios<br />
habla y actúa en los padres, y de generación en generación<br />
prepara los tiempos nuevos.<br />
2. Sin duda que el fenómeno profético, tal como se observa<br />
históricamente, está ligado a la palabra. El profeta es un<br />
hombre que habla en nombre de Dios, y transmite a<br />
quienes lo escuchándolo leen todo lo que Dios quiere dar a<br />
conocer sobre el presente y sobre el futuro. El espíritu de<br />
Dios anima la palabra y la vuelve vital. Comunica al profeta<br />
y a su palabra un cierto 'pathos' divino, por el que se hace<br />
vibrante, a veces apasionada y dolorosa, y siempre<br />
dinámica.<br />
Con cierta frecuencia la Biblia describe episodios<br />
significativos, en los que se observa que el espíritu de Dios<br />
recae sobre alguien, el cual pronuncia un oráculo profético.<br />
Así sucede en el caso de Balaam: Le invadió el espíritu de<br />
Dios' (Nm 24, 2). Entonces 'entonó su trova y dijo:<br />
...Oráculo <strong>del</strong> que oye los dichos de Dios, <strong>del</strong> que ve la<br />
visión de Sadday, <strong>del</strong> que obtiene respuesta, y se le abren<br />
los ojos...' (Nm 24, 3.4), Es la famosa 'profecía' que,<br />
aunque se refiera directamente a Saúl (Cfr. 1 Sm 15, 8) y a<br />
David (Cfr. 1 Sm 30, 1 ss.) en la lucha contra los
amalecitas, evoca al mismo tiempo al futuro Mesías: 'Lo<br />
veo aunque no para ahora, lo diviso pero no de cerca: de<br />
Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel...' (Nm<br />
24, 17).<br />
3. Otro aspecto <strong>del</strong> espíritu profético al servicio de la<br />
palabra es que ese espíritu se puede comunicar y casi<br />
'subdividir', según las necesidades <strong>del</strong> pueblo, como en el<br />
caso de Moisés, preocupado por el número de los israelitas<br />
que debía guiar y gobernar, y que eran ya 'seiscientos mil<br />
de a pie' (Nm 11, 21). El Señor le mandó que escogiera y<br />
reuniera 'setenta ancianos de Israel, de los que sabes que<br />
son ancianos y escribas <strong>del</strong> pueblo' (Nm 11, 16). Una vez<br />
hecho eso, el Señor 'formó algo <strong>del</strong> espíritu que había en él<br />
y se lo dio a los setenta ancianos. Y en cuanto reposó sobre<br />
ellos el espíritu, se pusieron a profetizar...' (Nm 11, 25).<br />
Eliseo, cuando estaba para suceder a Elías, quería recibir<br />
incluso 'dos tercios <strong>del</strong> espíritu' <strong>del</strong> gran profeta, una<br />
especie de doble <strong>parte</strong> de la herencia que tocaba al hijo<br />
mayor (Cfr. Dt 21, 17) para ser así reconocido como su<br />
principal heredero espiritual entre la muchedumbre de los<br />
profetas y de los 'hijos de los profetas' agrupados en<br />
comunidades (2 Re 2, 3). Pero el espíritu no se transmite<br />
de profeta a profeta como una herencia terrena: es Dios<br />
quien lo concede. De hecho así sucede, y los 'hijos de los<br />
profetas' lo constatan: 'El espíritu de Elías reposa sobre<br />
Eliseo' (2 Re 2, 15; cfr. 6. 17).<br />
4. En los contactos de Israel con los pueblos vecinos no<br />
faltaron manifestaciones de falso profetismo, que llevaron a<br />
la formación de grupos de exaltados, los cuales sustituían<br />
con música y gesticulaciones el espíritu procedente de Dios<br />
y se adherían incluso al culto de Baal. Elías entabló una<br />
decisiva batalla contra esos profetas (Cfr. 1 Re 18, 25.29),<br />
permaneciendo solitario en su grandeza. Eliseo, por su<br />
<strong>parte</strong>, mantuvo más relaciones con algunos grupos, que<br />
parecían haberse enmendado (Cfr. 2 Re 2, 3).
En la genuina tradición bíblica se defienda y se reivindica la<br />
verdadera idea <strong>del</strong> profeta como hombre de la palabra de<br />
Dios, instituido por Dios, como Moisés y a continuación de<br />
él (Cfr. Dt 18, 15). En efecto, Dios promete a Moisés 'Yo les<br />
suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta<br />
semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les<br />
dirá todo lo que yo le mande' (Dt 18, 18). Esta promesa va<br />
acompañada por una advertencia contra los abusos <strong>del</strong><br />
profetismo: 'Si un profeta tiene la presunción de decir en<br />
mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y<br />
habla en nombre de otros dioses. ese profeta morirá. Acaso<br />
vas a decir en tu corazón: '¿cómo sabremos que ésta<br />
palabra no la ha dicho Yahvéh?'. Si ese profeta habla en<br />
nombre de Yahvéh. y lo que dice queda sin efecto y no se<br />
cumple, es que Yahvéh no ha dicho tal palabra' (Dt 18,<br />
20.22).<br />
Otro aspecto de ese criterio de juicio es la fi<strong>del</strong>idad a la<br />
doctrina entregada por Dios a Israel, en la resistencia a las<br />
seducciones de la idolatría (Cfr. Dt 1, 2 ss.). Así se explica<br />
la hostilidad contra los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 6 ss.;<br />
2 Re 3, 13; Jer 2, 26; 5. 13; 23, 9 40; Miq 3, 11; Za 13,<br />
2). Tarea <strong>del</strong> profeta, como hombre de la palabra de Dios,<br />
es combatir el 'espíritu de mentira' que se encuentra en la<br />
boca de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 23), para proteger<br />
al pueblo de su influencia. Es una misión recibida de Dios.<br />
como proclama Ezequiel: 'La palabra de Yahvéh me fue<br />
dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra<br />
los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por<br />
su propia cuenta: " "Ay de los profetas insensatos que<br />
siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!' (Ez 13.<br />
2.3) .<br />
5. El profeta. Hombre de la palabra. Debe ser también<br />
'Hombre <strong>del</strong> espíritu'. Como ya lo llama Oseas (9. 7): debe<br />
tener el espíritu de Dios, y no sólo el propio espíritu. si ha<br />
de hablar en nombre de Dios.
El concepto lo desarrolla sobre todo Ezequiel. que deja<br />
entrever la toma de conciencia ya hecha <strong>acerca</strong> de la<br />
profunda realidad <strong>del</strong> profetismo. Hablar en nombre de Dios<br />
requiere. en el profeta. la presencia <strong>del</strong> espíritu de Dios.<br />
Esta presencia se manifiesta en un contacto que Ezequiel<br />
llama 'visión'. En quien se beneficia de ese contacto. la<br />
acción <strong>del</strong> espíritu de Dios garantiza la verdad de la palabra<br />
pronunciada. Encontramos aquí un nuevo indicio <strong>del</strong> lazo<br />
existente entre palabra y espíritu que prepara linguística y<br />
conceptualmente el lazo que se establece en el Nuevo<br />
Testamento. en un nivel más elevado. entre el Verbo y el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
Ezequiel tiene conciencia de estar personalmente animado<br />
por el espíritu: 'El espíritu entró en mí )escribe) como se<br />
me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me<br />
hablaba' (Ez 2. 2). El espíritu entra en el interior de la<br />
persona <strong>del</strong> profeta. Lo hace tenerse en pie: por tanto,<br />
hace de él un testigo de la palabra divina. Lo levanta y lo<br />
pone en movimiento: 'El espíritu me levantó y me arrebató'<br />
(Ez 3, 14). Así se manifiesta el dinamismo <strong>del</strong> espíritu (Cfr.<br />
Ez 8, 3: 11. 1. 5. 24; 43. 5). Ezequiel. por lo demás precisa<br />
que está hablando <strong>del</strong> 'espíritu de Yahvéh' (11. 5).<br />
6. El aspecto dinámico de la acción profética <strong>del</strong> espíritu<br />
divino destaca fuertemente en las profecías de Ageo y de<br />
Zacarías. lo cuales. tras el retorno <strong>del</strong> exilio, impulsaron<br />
vigorosamente a los israelitas a emprender la obra de la<br />
reconstrucción <strong>del</strong> Templo de Jerusalén. El resultado de la<br />
primera profecía de Ageo fue que 'movió Yahvéh el espíritu<br />
de Zorobabel.... gobernador de Judá, y el espíritu de<br />
Josué..., sumo sacerdote. y el espíritu de todo el Resto <strong>del</strong><br />
pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la Casa de<br />
Yahvéh Sebaot' (Ag1, 14). En un segundo oráculo. el<br />
profeta Ageo intervino de nuevo y prometió la ayuda<br />
poderosa <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor: 'Ten ánimo. Zorobabel...;<br />
ánimo Josué...; ánimo, pueblo todo de la tierra. oráculo de<br />
Yahvéh. ""A la obra! ...En medio de vosotros se mantiene
mi <strong>Espíritu</strong>; ""no temáis!' (Ag 2, 4.5). Y de la misma<br />
manera el profeta Zacarías proclamaba: 'Esta es la palabra<br />
de Yahvéh a Zorobabel: No por el valor ni por la fuerza,<br />
sino sólo por mi <strong>Espíritu</strong>. dice Yahvéh Sebaot' (Zac 4. 6).<br />
En los tiempos inmediatamente anteriores al nacimiento de<br />
Jesús no existían ya profetas en Israel y no se sabía hasta<br />
cuándo duraría esa situación (Cfr. Sal 74/73, 9; 1 Mac 9,<br />
27). Sin embargo. uno de los últimos profetas. Joel, había<br />
anunciado una efusión universal <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios que<br />
debía realizarse 'antes de la venida <strong>del</strong> Día de Yahvéh,<br />
grande y terrible' (Jl 3, 4) y debía manifestarse con una<br />
extraordinaria difusión <strong>del</strong> don de profecía. El Señor había<br />
proclamado por medio de él: 'Yo derramaré mi <strong>Espíritu</strong> en<br />
toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran.<br />
vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán<br />
visiones' (3. 1). Así se debía cumplir finalmente el deseo<br />
expresado. muchos siglos antes, por Moisés: "Quién me<br />
diera que todo el pueblo de Yahvéh profetizará porque<br />
Yahvéh les daba su espíritu!' (Nm 11, 29). La inspiración<br />
profética alcanzaría incluso 'a los siervos y a las siervas' (Jl<br />
3, 2). superando toda distinción de niveles culturales o<br />
condiciones sociales. Entonces la salvación se ofrecería a<br />
todos: 'Todo el que invoque el nombre de Yahvéh será<br />
salvo' (Jl 3, 5).<br />
Como hemos visto en una catequesis precedente, esta<br />
profecía de Joel encontró su cumplimiento el día de<br />
Pentecostés, de forma que el Apóstol Pedro, dirigiéndose a<br />
la muchedumbre asombrada, pudo declarar: 'Es lo que dijo<br />
el profeta Joel' y recitó el oráculo <strong>del</strong> profeta (Hech 2,<br />
16)21), explicando que Jesús 'exaltado por la diestra de<br />
Dios, ha recibido <strong>del</strong> Padre el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> prometido y lo<br />
ha derramado' en abundancia (Cfr. Hech 2. 33). Desde<br />
aquel día en a<strong>del</strong>ante. la acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
se ha manifestado continuamente en la Iglesia para darle<br />
luz y aliento.
Acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
(21.II.90)<br />
1. El espíritu divino, según la Biblia, no es sólo luz que<br />
ilumina dando el conocimiento y suscitando la profecía, sino<br />
también fuerza que santifica. En efecto, el espíritu de Dios<br />
comunica la santidad, porque él mismo es 'espíritu de<br />
santidad'. 'espíritu santo'. Se atribuye este apelativo al<br />
espíritu divino en el capítulo 63 <strong>del</strong> libro de Isaías cuando.<br />
en el largo poema dedicado a exaltar los beneficios de<br />
Yahvéh y a deplorar los descarríos <strong>del</strong> pueblo a lo largo de<br />
la historia de Israel, el autor sagrado dice que 'ellos se<br />
rebelaron y contristaron a su espíritu santo' (Is 63, 10).<br />
Pero añade que después <strong>del</strong> castigo divino. 'se acordó de<br />
los días antiguos, de Moisés su siervo'. para preguntarse:<br />
'¿Dónde está el que puso en él su espíritu santo ?' (Is 63,<br />
11 ). Este apelativo resuena también en el Salmo 50/51,<br />
donde, al pedir perdón y misericordia al Señor (Miserere<br />
mei Deus. secundum misericordiam tuam), el autor le<br />
implora: 'No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de<br />
mi tu santo espíritu' (Sal 50/51, 13). Se trata <strong>del</strong> principio<br />
íntimo <strong>del</strong> bien, que actúa en el interior para llevar a la<br />
santidad (= 'espíritu de santidad ')<br />
2. El libro de la Sabiduría afirma la incompatibilidad entre el<br />
<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y cualquier falta de sinceridad o de justicia:<br />
'Pues el espíritu santo que nos educa huye <strong>del</strong> engaño. se<br />
aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al<br />
sobrevenir la iniquidad' (Sab 1, 5). Se expresa también una<br />
relación muy estrecha entre la sabiduría y el espíritu. En la<br />
sabiduría )dice el autor inspirado. 'hay un espíritu<br />
inteligente, santo' (7, 22), el cual es también 'inmaculado' y<br />
'amante <strong>del</strong> bien'. Dicho espíritu es el mismo espíritu de<br />
Dios, porque 'todo lo puede, todo lo observa' (7, 23). Sin<br />
este 'espíritu santo de Dios' (Cfr. 9. 17) que Dios 'envía de<br />
lo alto', el hombre no puede discernir la santa voluntad de<br />
Dios (9, 13.17) y mucho menos, evidentemente, cumplirla<br />
fielmente.
3. En el Antiguo Testamento la exigencia de santidad está<br />
fuerte mente vinculada a la dimensión cultual y sacerdotal<br />
de la vida de Israel. El culto se debe tributar en un lugar<br />
'santo', lugar de la Morada de Dios tres veces santo (Cfr. Is<br />
6, 1.4). La nube es el signo de la presencia <strong>del</strong> Señor (Cfr.<br />
Ex 40, 34.35; 1 Re 8, 10.11 ); todo, en la tienda, en el<br />
templo. en el altar, en los sacerdotes, desde el primer<br />
consagrado Aarón (Cfr. Ex 29, 1, ss.), debe responder a las<br />
exigencias <strong>del</strong> 'sacro'. que es como una aureola de respeto<br />
y de veneración creada en torno a personas, ritos y lugares<br />
privilegiados por una relación especial con Dios.<br />
Algunos textos de la Biblia afirman la presencia de Dios en<br />
la tienda <strong>del</strong> desierto y en el templo de Jerusalén (Ex 25, 8;<br />
40 34-35; 1 Re 8, 10-13; Ez 43,4-5). Sin embargo, en la<br />
narración misma de la dedicación <strong>del</strong> templo de Salomón se<br />
refiere una oración en la que el rey pone en duda esta<br />
pretensión diciendo: '"Es que verdaderamente habitará Dios<br />
con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de<br />
los cielos no pueden con tenerte, ¡cuánto menos esta Casa<br />
que yo te he construido! (1 Re 8, 27). En los Hechos de los<br />
Apóstoles, san Esteban expresa la misma convicción a<br />
propósito <strong>del</strong> templo: 'El Altísimo no habita en casas hechas<br />
por mano de hombre' (Hech 7, 48). La razón de ello la<br />
explica Jesús mismo en el coloquio con la Samaritana: 'Dios<br />
es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y<br />
verdad' (Jn 4, 24). Una casa material no puede recibir<br />
plenamente la acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. y por<br />
tanto no puede ser verdaderamente 'morada de Dios'. La<br />
verdadera casa de Dios debe ser una 'casa espiritual'. como<br />
dirá san Pedro, formada por 'piedra vivas', es decir, por<br />
hombres y mujeres santificados interiormente por el<br />
<strong>Espíritu</strong> de Dios (Cfr. 1 Pe 2, 4.10; Ef 2, 21.22).<br />
4. Por ello. Dios prometió el don <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> a los<br />
corazones, en la célebre profecía de Ezequiel, en la que<br />
dice: 'Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las<br />
naciones, profanado allí por vosotros... Os rociaré con agua
pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas<br />
y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un<br />
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo...<br />
Infundiré mi espíritu en vosotros...' (Ez 36. 23.27). El<br />
resultado de este don estupendo es la santidad efectiva.<br />
vivida con la adhesión sincera la santa voluntad de Dios.<br />
Gracias a la presencia íntima <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, finalmente<br />
los corazones serán dóciles a Dios y la vida de los fieles<br />
será conforme a la ley <strong>del</strong> Señor. Dios dice: 'difundiré mi<br />
espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis<br />
preceptos y observéis y practiquéis mis normas' (Ez 36.<br />
27). El <strong>Espíritu</strong> santifica de esta forma toda la existencia <strong>del</strong><br />
hombre.<br />
5. Contra el espíritu de Dios combate el 'espíritu de la<br />
mentira' (Cfr. 1 Re 22, 21-23), el 'espíritu inmundo' que<br />
subyuga a hombres y pueblos sometiéndolos a la idolatría.<br />
En el oráculo sobre la liberación de Jerusalén. en<br />
perspectiva mesiánica, que se lee en el libro de Zacarías. el<br />
Señor promete realizar él mismo la conversión <strong>del</strong> pueblo.<br />
haciendo desaparecer el espíritu inmundo: 'Aquel día habrá<br />
una fuente abierta para la casa de David y para los<br />
habitantes de Jerusalén. para lavar el pecado y la<br />
impureza. Aquel día...extirparé yo de esta tierra los<br />
nombres de los ídolos... igualmente a los profetas y el<br />
espíritu de impureza los quitaré de esta tierra...' (Za 13.<br />
1.2: cfr. Jer 23, 9 s.; Ez 13 . 2 ss.) .<br />
El 'espíritu de impureza' será combatido por Jesús (Cfr. Lc<br />
9. 42; 11,24). que hablará. a este propósito, de la<br />
intervención <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios y dirá: 'Si por el <strong>Espíritu</strong><br />
de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a<br />
vosotros el Reino de Dios' (Mt 12. 28). Jesús promete a sus<br />
discípulos la asistencia <strong>del</strong> 'Consolador'. que 'convencerá al<br />
mundo... en lo referente al juicio, porque el Principe de este<br />
mundo está juzgado' (Jn 16. 8.11). A su vez, Pablo hablará<br />
de; <strong>Espíritu</strong> que justifica mediante la fe y la caridad (Cfr.
Gal 5.19 ss.). enseñando la nueva vida 'según el <strong>Espíritu</strong>':<br />
el <strong>Espíritu</strong> nuevo de que hablaban los profetas.<br />
6. Los hombres o pueblos que siguen el espíritu que está en<br />
conflicto con Dios. 'contristan' al espíritu divino. Es una<br />
expresión de Isaías que hemos referido ya y que es<br />
oportuno citar de nuevo en su contexto. Se halla en la<br />
meditación <strong>del</strong> llamado Trito.Isaías sobre la historia de<br />
Israel: 'No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en<br />
persona (Dios) los liberó. Por su amor y su compasión los<br />
liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los<br />
levantó y los llevó todos los días desde siempre. Mas ellos<br />
se rebelaron y contristaron a su <strong>Espíritu</strong> santo' (Is 63,<br />
9.10). El profeta contrapone la generosidad <strong>del</strong> amor<br />
salvífico de Dios para con su pueblo, y la ingratitud de éste.<br />
En su descripción antropomórfica. se conforma con la<br />
psicología humana la atribución al espíritu de Dios de la<br />
tristeza producida por el abandono <strong>del</strong> pueblo. Pero según<br />
el lenguaje <strong>del</strong> profeta, se puede decir que el pecado <strong>del</strong><br />
pueblo contrista el espíritu de Dios especialmente porque<br />
este espíritu es santo: el pecado ofende la santidad divina.<br />
La ofensa es más grave porque el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios no<br />
sólo ha sido colocado por Dios en su siervo Moisés (Cfr. Is<br />
63, 11), sino que lo ha dado como guía a su pueblo durante<br />
el éxodo de Egipto (Cfr. Is 63. 14), como signo y prenda de<br />
la salvación futura: 'Mas ellos se rebelaron...', (Is 63, 10).<br />
También Pablo, heredero de esta concepción y de este<br />
lenguaje, recomendará a los cristianos de Éfeso: 'No<br />
entristezcáis al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios, con el que fuisteis<br />
sellados para el día de la redención' (Ef 4, 30; cfr. 1,13-<br />
14).<br />
7. La expresión 'contristar al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' demuestra bien<br />
que el pueblo <strong>del</strong> Antiguo Testamento ha pasado<br />
progresivamente de un concepto de santidad sacral, más<br />
bien externa, al deseo de una santidad interiorizada bajo la<br />
influencia <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. El uso más frecuente <strong>del</strong>
apelativo '<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' es un indicio de esta evolución.<br />
Este apelativo. inexistente en los libros más antiguos de la<br />
Biblia, se impone poco a poco precisamente porque sugería<br />
la función <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> para la santificación de los<br />
fieles. Los himnos de Qumran en varias ocasiones dan<br />
gracias a Dios por la purificación interior que él ha realizado<br />
por medio de su <strong>Espíritu</strong> santo (por ejemplo, Himnos de la<br />
Ságruta de Qumran, 16, 12;17. 26) .<br />
El intenso deseo de los fieles no era ya sólo de ser liberados<br />
de los opresores, como en el tiempo de los Jueces, sino<br />
ante todo de poder servir al Señor 'en santidad y justicia,<br />
<strong>del</strong>ante de él todos nuestros días' (Lc 1, 75). Por esto, era<br />
necesaria la acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
A esta espera corresponde el mensaje evangélico. Es<br />
significativo que en los cuatro evangelios la palabra 'santo'<br />
aparezca por primera vez en relación con el espíritu, tanto<br />
para hablar <strong>del</strong> nacimiento de Juan Bautista y <strong>del</strong> de Jesús<br />
(Mt 1, 18)20; Lc 1, 15, 35), como para anunciar el<br />
bautismo en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (Mc 1, 8; Jn 1, 33). En la<br />
narración de la Anunciación, la Virgen María escucha las<br />
palabras <strong>del</strong> ángel Gabriel: 'El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> vendrá sobre<br />
ti...; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado<br />
Hijo de Dios' (Lc 1. 35). Así comenzó la decisiva acción<br />
santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios, destinada a propagarse a<br />
todos los hombres.<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la purificación interior<br />
(28.II.90)<br />
1. En la catequesis anterior mencionaba un versículo <strong>del</strong><br />
salmo 50/51, donde el salmista, arrepentido por el grave<br />
pecado cometido, implora la misericordia divina y, a la vez,<br />
pide al Señor: 'No retires de mí tu santo espíritu' (v. 13).<br />
Se trata <strong>del</strong> Miserere, salmo muy conocido. que se repite<br />
con frecuencia no sólo en la liturgia, sino también en la<br />
piedad y en la práctica penitencial <strong>del</strong> pueblo cristiano. por
ser manifestación de los sentimientos de arrepentimiento,<br />
de confianza y de humildad que fácilmente se encuentran<br />
en un 'corazón contrito y humillado' (Sal 50/51, 19) tras el<br />
pecado. Vale la pena seguir estudiando y meditando este<br />
salmo, siguiendo las huellas de los Padres y de los<br />
escritores de espiritualidad cristiana, pues nos ofrece<br />
nuevos aspectos de la concepción <strong>del</strong> 'espíritu divino' <strong>del</strong><br />
Antiguo Testamento y nos ayuda a traducir la doctrina a la<br />
práctica espiritual y ascética.<br />
2. A quien haya seguido las referencias a los profetas que<br />
he hecho en la catequesis anterior. le resultará fácil<br />
descubrir el parentesco profundo <strong>del</strong> Miserere con esos<br />
textos, especialmente con los de Isaías y Ezequiel. El<br />
sentido de la presencia <strong>del</strong>ante de Dios en la propia<br />
condición de pecado, que se encuentra en el pasaje<br />
penitencial de Isaías (59, 12: cfr. Ez 6, 9), y el sentido de<br />
la responsabilidad personal inculcado por Ezequiel (18,<br />
1.32) se hallan ya presentes en este salmo que, en un<br />
contexto de experiencia de pecado y de necesidad<br />
profundamente sentida de conversión. pide a Dios la<br />
purificación <strong>del</strong> corazón. juntamente con un espíritu<br />
renovado. La acción <strong>del</strong> espíritu divino adquiere así<br />
aspectos de mayor concreción y de más preciso empeño<br />
con vistas a la condición existencial de la persona.<br />
3. 'Tenme piedad, oh Dios'. El salmista implora la divina<br />
misericordia para obtener la purificación <strong>del</strong> pecado: 'borra<br />
mi <strong>del</strong>ito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado<br />
purifícame' (Sal 50/51, 3)4). 'Rocíame con el hisopo, y seré<br />
limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve' (v. 9).<br />
Pero él sabe que el perdón de Dios no puede reducirse a<br />
una pura no-imputación <strong>del</strong> exterior, sin que se dé una<br />
renovación interior: y el hombre. por sí mismo, no es capaz<br />
de realizar esta renovación. Por eso pide: 'Crea en mí, oh<br />
Dios, un corazón puro: un espíritu firme dentro de mí<br />
renueva; no me rechaces lejos de tu rostro; no retires de
mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y<br />
en espíritu generoso afiánzame' (vv. 12.14).<br />
4. El lenguaje <strong>del</strong> salmista es muy expresivo: pide una<br />
creación, es decir, el ejercicio de la omnipotencia divina<br />
para dar origen a un ser nuevo. Sólo Dios puede crear<br />
(bará), esto es. poner en la existencia algo nuevo (Cfr. Gen<br />
1, 1; Ex 34, 10; Is 48, 7; 65, 17; Jer 31, 21.22). Sólo Dios<br />
puede dar un corazón puro, un corazón que tenga la plena<br />
transparencia de un querer totalmente de acuerdo con el<br />
querer divino. Sólo Dios puede renovar el ser íntimo,<br />
cambiarlo desde dentro, rectificar el movimiento<br />
fundamental de su vida consciente, religiosa y moral. Sólo<br />
Dios puede justificar al pecador, según el lenguaje de la<br />
teología y <strong>del</strong> mismo dogma (Cfr. DS 1521.1522; 1560),<br />
que traduce de ese modo el 'dar un corazón nuevo' <strong>del</strong><br />
profeta (Ez 36, 26), el 'crear un corazón puro' <strong>del</strong> salmista<br />
(Sal 50/51, 12).<br />
5. Se pide, luego, 'un espíritu firme' (Sal 50/51, 12), o sea,<br />
la inserción de la fuerza de Dios en el espíritu <strong>del</strong> hombre.<br />
librado de la debilidad moral experimentada y manifestada<br />
en el pecado. Esta fuerza, esta firmeza, puede venir sólo de<br />
la presencia operante <strong>del</strong> espíritu de Dios, y por eso el<br />
salmista implora: 'no retires de mí tu santo espíritu'. Es la<br />
única vez que en los salmos se encuentra esta expresión:<br />
'el espíritu santo de Dios'. En la Biblia hebrea se usa sólo en<br />
el texto de Isaías en que, meditando en la historia de<br />
Israel, lamenta la rebelión contra Dios por la que ellos<br />
'contristaron a su espíritu santo' (Is 63,10), y recuerda a<br />
Moisés, en el que Dios 'puso su espíritu santo' (Is 63, 11).<br />
El salmista ya tiene conciencia de la presencia íntima <strong>del</strong><br />
espíritu de Dios como fuente permanente de santidad, y<br />
por eso suplica: 'No retires de mi'. Al poner esa petición<br />
juntamente con la otra: 'No me rechaces lejos de tu rostro',<br />
el salmista quiere dar a entender su convicción de que la<br />
posesión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios está vinculada a la<br />
presencia divina en lo íntimo de su ser. La verdadera
desgracia sería quedar privado de esta presencia. Si el<br />
espíritu santo permanece en él, el hombre está en una<br />
relación con Dios ya no sólo de 'cara a cara' como ante un<br />
rostro que se contempla, sino que posee en sí una fuerza<br />
divina que anima su comportamiento .<br />
6. Después de haber pedido a Dios que no retire de él su<br />
santo espíritu, el salmista pide que le devuelva la alegría.<br />
Ya antes había hecho la misma oración, cuando imploraba a<br />
Dios su purificación, esperando quedar 'más blanco que la<br />
nieve': 'Devuélveme el son <strong>del</strong> gozo y la alegría; exulten los<br />
huesos que machacaste tú' (Sal 50/51, 10). Pero en el<br />
proceso psicológico-reflexivo de donde nace la oración. el<br />
salmista siente que. para gozar plenamente de esta alegría,<br />
no basta la eliminación de todas las culpas; es necesaria la<br />
creación de un corazón nuevo, con un espíritu firme,<br />
vinculado a la presencia <strong>del</strong> espíritu santo de Dios. Sólo<br />
entonces puede pedir: 'Vuélveme la alegría de tu salvación.'<br />
La alegría forma <strong>parte</strong> de la renovación incluida en la<br />
'creación de un corazón puro'. Es el resultado <strong>del</strong><br />
nacimiento a una nueva vida, como Jesús explicará en la<br />
parábola <strong>del</strong> hijo pródigo, en la que el padre que perdona<br />
es el primero en alegrarse y quiere comunicar a todos la<br />
alegría de su corazón (Cfr. Lc 15. 20-32).<br />
7. Con la alegría, el salmista pide un 'espíritu generoso',<br />
esto es. un espíritu de compromiso valiente. Lo pide a<br />
aquel que, según el libro de Isaías. Había prometido la<br />
salvación a los débiles: 'En lo excelso y sagrado yo moro, y<br />
estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para<br />
avivar el espíritu de los abatidos. para avivar el ánimo de<br />
los humillados' (Is 57, 15)<br />
Conviene notar que, una vez hecha esta petición, el<br />
salmista añade en seguida la declaración de su compromiso<br />
con Dios en favor de los pecadores, para su conversión:<br />
'Enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores<br />
volverán a ti' (Sal 50/51, 15). Se trata de otro elemento
característico <strong>del</strong> proceso interior de un corazón sincero que<br />
ha obtenido el perdón de los propios pecados: desea<br />
obtener el mismo don para los demás, suscitando su<br />
conversión, y a este objetivo promete encaminar su<br />
actuación. Este 'espíritu de compromiso' que se da en él<br />
deriva de la presencia <strong>del</strong> 'santo espíritu de Dios' y es su<br />
signo. En el entusiasmo de la conversión y en el fervor <strong>del</strong><br />
compromiso, el salmista expresa a Dios la convicción de la<br />
eficacia de la propia acción: a él le parece cierto que 'los<br />
pecadores volverán a ti'. Pero también aquí entra la<br />
conciencia de la presencia operante de una potencia<br />
interior, la <strong>del</strong> 'espíritu santo'.<br />
Después, tiene un valor universal la deducción que el<br />
salmista enuncia así: 'El sacrificio a Dios es un espíritu<br />
contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo<br />
desprecias' (Sal 50/51. 19). Proféticamente ve que llegará<br />
el día en que, en una Jerusalén reconstituida, los sacrificios<br />
celebrados en el altar <strong>del</strong> templo según las prescripciones<br />
de la ley serán gratos (Cfr. vv. 20.21). La reconstrucción de<br />
las murallas de Jerusalén será la señal <strong>del</strong> perdón divino,<br />
como dirán también los profetas: Isaías (60, 1 ss.; 62. 1<br />
ss.), Jeremías (30, 15.18) y Ezequiel (36, 33). Pero queda<br />
establecido que lo que más vale es aquel 'sacrificio <strong>del</strong><br />
espíritu' <strong>del</strong> hombre que pide humildemente perdón movido<br />
por el espíritu divino que gracias al arrepentimiento y a la<br />
oración, no le ha sido retirado (Cfr. Sal 50/51. 13).<br />
8. Como se puede ver por esta sucinta presentación de sus<br />
temas esenciales, el salmo Miserere es para nosotros no<br />
sólo un buen texto de oración y una indicación para la<br />
ascesis <strong>del</strong> arrepentimiento, sino también un testimonio<br />
<strong>acerca</strong> <strong>del</strong> grado de desarrollo alcanzado por el Antiguo<br />
Testamento en la concepción <strong>del</strong> 'espíritu divino', que<br />
conlleva un <strong>acerca</strong>miento progresivo a lo que será la<br />
revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Nuevo Testamento.
El salmo constituye, por tanto, una gran página en la<br />
historia de la espiritualidad <strong>del</strong> Antiguo Testamento, en<br />
camino, aunque sea entre sombras, hacia la nueva<br />
Jerusalén que será la sede <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
La sabiduría y el amor <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> divino<br />
(14.III.90)<br />
1. La experiencia de los profetas <strong>del</strong> Antiguo Testamento<br />
pone de manifiesto de manera especial el vinculo existente<br />
entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de<br />
Dios y gracias al <strong>Espíritu</strong>. La misma Escritura es palabra<br />
que viene' <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, su registración de duración perenne.<br />
La Escritura es santa ('Sagrada') por razón <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> que,<br />
mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia.<br />
Incluso en algunos que no son profetas, la intervención <strong>del</strong><br />
espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las<br />
Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los<br />
'valientes' que reconocieron su realeza, se lee que 'el<br />
espíritu revistió masay, jefe de los Treinta (valientes), y le<br />
hizo dirigir a David las palabras: "Contigo!... Paz, paz a ti!<br />
""Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!'. Y<br />
'David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas' (1<br />
Cr 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el<br />
segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por<br />
Jesús (Cfr. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar<br />
en un periodo de decadencia <strong>del</strong> culto en el templo y de<br />
caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no<br />
haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por<br />
Dios para que volviesen a él, 'entonces el espíritu de Dios<br />
revistió a Zacarías, hijo <strong>del</strong> sacerdote Yehoyadá, el cual,<br />
presentándose <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> pueblo, les dijo: 'así dice Dios:<br />
¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahvéh? No<br />
tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahvéh, él os<br />
abandonará a vosotros'. Mas ellos conspiraron contra él, y<br />
por mandato <strong>del</strong> rey la apedrearon en el atrio de la Casa de<br />
Yahvéh' (2 Cr 24, 20.21).
Son manifestaciones significativas de la conexión entre<br />
espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el<br />
lenguaje de Israel.<br />
2. Otro vinculo análogo es el que existe entre espíritu y<br />
sabiduría como aparece en el libro de Daniel, en boca <strong>del</strong><br />
rey Nabucodonosor que, al narrar el sueño tenido y la<br />
explicación que le dio Daniel <strong>del</strong> mismo, reconoce al profeta<br />
como un hombre 'en quien reside el espíritu de los dioses<br />
santos' (Dn 4, 5; cfr. 4, 6. 15; 5, 11. 14), o sea, la<br />
inspiración divina, que también el Faraón en su tiempo<br />
reconoció en José por la sabiduría de sus consejos (Cfr. Gen<br />
41, 38.39). En su lenguaje pagano, el rey de Babilonia<br />
habla repetidamente de 'espíritu de los dioses santos',<br />
mientras que al final de su narración hablará de 'Rey <strong>del</strong><br />
Cielo' (Dn 4, 34), en singular. De cualquier forma, reconoce<br />
que un espíritu divino se manifiesta en Daniel, como dirá<br />
también el rey Baltasar: 'He oído decir que en ti reside el<br />
espíritu de los dioses, y que hay en ti luz, inteligencia y<br />
sabiduría extraordinarias' (Dn 5, 14). Y el autor <strong>del</strong> libro<br />
subraya que 'este mismo Daniel se distinguía entre los<br />
ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu<br />
extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente <strong>del</strong><br />
reino entero' (Dn 6, 4).<br />
Como se ve, la 'sabiduría extraordinaria' y el 'espíritu<br />
extraordinario' se le atribuyen a Daniel con justicia,<br />
atestiguando así la conexión de estas cualidades entre sí en<br />
el judaísmo <strong>del</strong> siglo II antes de Cristo, cuando el libro fue<br />
escrito para sostener la fe y la esperanza de los judíos<br />
perseguidos por Antioco Epifanes.<br />
3. En el libro de la Sabiduría, texto redactado casi en los<br />
umbrales <strong>del</strong> Nuevo Testamento, es decir, según algunos<br />
autores recientes, en la segunda mitad <strong>del</strong> siglo primero<br />
antes de Cristo, en ambiente helenístico, el vinculo entre la<br />
sabiduría y el espíritu se encuentra tan subrayado que casi<br />
se da una identificación. Desde el principio se lee que 'la
Sabiduría es un espíritu que ama al hombre' (Sab 1, 6): se<br />
manifiesta y se comunica en virtud de un amor<br />
fundamental hacia la humanidad. Pero ese espíritu amigo<br />
no es ciego y no tolera el mal, aunque sea secreto, en los<br />
hombres. 'En alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no<br />
habita en cuerpo sometido al pecado; pues el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />
que nos educa huye <strong>del</strong> engaño, se aleja de los<br />
pensamientos necios... No deja sin castigo los labios <strong>del</strong><br />
blasfemo; que Dios es testigo de sus sentimientos,<br />
observador veraz de su corazón, y oye cuanto dice su<br />
lengua' (Sab 1, 4, 6).<br />
El <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor es, por tanto, un espíritu santo, que<br />
quiere comunicar su santidad, y realiza una función de<br />
educadora: 'El espíritu santo que nos educa' (Sab 1, 5). Se<br />
opone a la injusticia. No es un limite a su amor, sino una<br />
exigencia de este amor. En la lucha contra el mal se opone<br />
a todas las iniquidades, sin dejarse engañar nunca, porque<br />
no se le escapa nada, ni 'la palabra más secreta' (Sab 1,<br />
11). En efecto, el espíritu 'llena la tierra': es omnipresente.<br />
'Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de<br />
toda palabra' (Sab 1, 7). El efecto de su omnipresencia es<br />
el conocimiento de todas las cosas, aunque sean secretas.<br />
Siendo un 'espíritu que ama al hombre', no pretende<br />
solamente vigilar a los hombres, sino también llenarlos de<br />
su vida y de su santidad. 'No fue Dios quien hizo la muerte<br />
ni se recrea en la destrucción de los vivientes; 'Él todo lo<br />
creó para que subsistiera ' (Sab 1,13-14). La afirmación de<br />
esta positividad de la creación, en que se refleja el<br />
concepto bíblico de Dios como 'Aquel que es' (Ex 3, 14) y<br />
como Creador de todo el universo (Cfr. Gen 1, 1 ss.), da un<br />
fundamento religioso a la concepción filosófica y a la ética<br />
de las relaciones con las cosas. Sobre todo, da inicio a un<br />
discurso sobre la suerte final <strong>del</strong> hombre, que ninguna<br />
filosofía podría sostener sin el apoyo de la revelación<br />
divina. San Pablo dirá luego que, si la muerte fue<br />
introducida por el pecado <strong>del</strong> hombre, Cristo vino como
nuevo Adán para redimir al hombre <strong>del</strong> pecado y librarlo de<br />
la muerte (Cfr. Rom 5, 12.21). El Apóstol añadirá que<br />
Cristo ha traído una nueva vida en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (Cfr.<br />
Rom 8, 1 ss.), dando el nombre y, más aún, revelando la<br />
misión de la Persona divina envuelta en el misterio en las<br />
páginas <strong>del</strong> libro de la Sabiduría.<br />
4. El Rey Salomón, que con un recurso literario suele ser<br />
presentado como autor de este libro, en cierto momento se<br />
dirige a sus colegas: 'Oíd, pues, reyes ' (Sab 6,1 ) para<br />
invitarlos coger la sabiduría, secreto y norma de la realeza,<br />
y para explicar 'qué es la Sabiduría " (Sab 6, 22). él hace<br />
su elogio con una larga enumeración de las características<br />
<strong>del</strong> espíritu divino, que atribuye a la sabiduría, casi<br />
personificándola: 'Hay en ella un espíritu inteligente, santo,<br />
único, múltiple ' (Sab 7, 22.23). Son veintiuno los adjetivos<br />
calificativos (3x7), que consisten en vocablos tomados, en<br />
<strong>parte</strong>, de la filosofía griega y, en <strong>parte</strong>, de la Biblia. Veamos<br />
los más significativos.<br />
Es un espíritu 'inteligente', es decir, no un impulso ciego,<br />
sino un dinamismo guiado por el conocimiento de la<br />
verdad; es un espíritu 'santo' ,porque no sólo quiere<br />
iluminar a los hombres, sino también santificarlos; es 'único<br />
y múltiple', de forma que puede insinuarse dondequiera; es<br />
'sutil', y penetra todos los espíritus: su acción es, por tanto,<br />
esencialmente interior, como su presencia; es un espíritu<br />
'que todo lo puede, todo lo observa', pero no constituye un<br />
poder tiránico o destructor, ya que es 'bienhechor, amigo<br />
<strong>del</strong> hombre', quiere su bien y tiende a 'formar amigos de<br />
Dios'. El amor sostiene y dirige el ejercicio de su poder.<br />
La sabiduría tiene, por consiguiente, las cualidades y ejerce<br />
las funciones tradicionalmente atribuidas al espíritu divino:<br />
espíritu de sabiduría y de inteligencia..., etc.' (Is 11, 2 ss.),<br />
porque con él se identifica en el fondo misterioso de la<br />
realidad divina.
5. Entre las funciones <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>)Sabiduría está la de dar a<br />
conocer la voluntad divina '¿Quién habría conocido tu<br />
voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le<br />
hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?' (Sab 9, 1). El<br />
hombre, por sí mismo, no es capaz de conocer la voluntad<br />
divina '¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad<br />
de Dios?' (Sab 9, 13). Por medio de su santo espíritu, Dios<br />
d conocer su propia voluntad, su plan sobre la vida<br />
humana, mucho más profunda y seguramente que con la<br />
sola promulgación de una ley en fórmulas <strong>del</strong> lenguaje<br />
humano. Actuando desde dentro con el don <strong>del</strong> espíritu<br />
santo, Dios permite 'enderezar los caminos de los<br />
moradores de la tierra. Así aprendieron los hombres lo que<br />
a ti te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron' (Sab 9,<br />
18). Y en este punto el autor describe en diez capítulos la<br />
obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>. Sabiduría en la historia desde Adán hasta<br />
Moisés, la Alianza con Israel, la liberación, y la solicitud<br />
continua por el pueblo de Dios. Y concluye: 'En verdad,<br />
Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y le<br />
glorificaste, y no te descuidaste en asistirle en todo tiempo<br />
y en todo lugar' (Sab 19, 22).<br />
6. En esta evocación histórico)sapiencial surge un paso<br />
donde el autor recuerda, hablando al Señor, su espíritu<br />
omnipresente que ama y protege la vida <strong>del</strong> hombre. Esto<br />
vale también para los enemigos <strong>del</strong> pueblo de Dios y, en<br />
general, para los impíos, los pecadores. También en ellos<br />
está el espíritu divino de amor y de vida: 'Tú con todas las<br />
cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas<br />
la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas'<br />
(Sab 11, 26; 12, 1).<br />
'Eres indulgente ' Los enemigos de Israel hubieran podido<br />
ser castigados de modo mucho más terrible que como<br />
sucedió. Hubieran podido ser 'aventados por el soplo de tu<br />
poder. Pero Tú todo lo dispusiste con medida, número y<br />
peso' (Sab 11, 20). El libro de la Sabiduría exalta la<br />
'moderación' de Dios y ofrece la razón: el espíritu de Dios
no actúa sólo como soplo poderoso, capaz de destruir a los<br />
culpables, sino como espíritu de sabiduría que quiere la<br />
vida, y así revela su amor. 'Te compadeces de todos porque<br />
todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para<br />
que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo<br />
que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo habrías<br />
hecho ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubieses<br />
querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses<br />
llamado?' (Sab 11, 23.25).<br />
7. Nos encontramos en el vértice de la filosofía religiosa no<br />
sólo de Israel, sino de todos los pueblos antiguos. La<br />
tradición bíblica, ya expresada en el Génesis, ofrece aquí<br />
una respuesta a las grandes cuestiones no resueltas ni<br />
siquiera por la cultura griega. Aquí la misericordia de Dios<br />
se funde con la verdad de su creación de todas las cosas: la<br />
universalidad de la creación comporta la universalidad de la<br />
misericordia. Y todo en virtud <strong>del</strong> amor eterno con que Dios<br />
ama a todas sus criaturas: amor en el que nosotros ahora<br />
reconocemos la persona <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />
El libro de la Sabiduría ya nos hace entrever este <strong>Espíritu</strong>-<br />
Amor que, como la Sabiduría, toma los rasgos de una<br />
persona, con las siguientes características: espíritu que<br />
conoce todo y que da a conocer a los hombres los planes<br />
divinos; espíritu que no puede aceptar el mal; espíritu que,<br />
a través de la sabiduría, quiere conducir a todos a la<br />
salvación; espíritu de amor que quiere la vida; espíritu que<br />
llena el universo con su benéfica presencia.<br />
El Siervo de Dios y el <strong>Espíritu</strong> divino<br />
(21.III.90)<br />
1. No sería completo el análisis de las alusiones al <strong>Espíritu</strong><br />
<strong>Santo</strong> que se pueden encontrar en los diversos libros <strong>del</strong><br />
Antiguo Testamento, aunque en términos no muy precisos<br />
aún el por lo que se refiere a su persona divina, si no<br />
dedicásemos al alguna consideración a un texto de Isaías
(Deutero-Isaias), en el que se afirma la relación existente<br />
entre el espíritu divino y el 'Siervo de Yahvéh'. En la figura<br />
de este Siervo se resumen las distintas formas de acción<br />
profética, mesiánica y santificadora. que hemos expuesto<br />
en las catequesis precedentes.<br />
La relación está afirmada en el versículo con que comienza<br />
el primero de los cuatro así llamados 'cantos <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong><br />
Señor', cargados de lirismo y vibrantes de profecía. Dice<br />
así: 'He puesto mi espíritu sobre él' (Is 42, 1). Desde el<br />
principio, por tanto, se afirma que la misión <strong>del</strong> Siervo es<br />
obra <strong>del</strong> espíritu de Dios que ha sido puesto sobre él. Como<br />
sucedió con los jueces, jefes carismáticos <strong>del</strong> pueblo en los<br />
tiempos antiguos (Cfr. Jue 3, 10), y con los primeros reyes,<br />
Saúl y David (Cfr. 1 Sm 9, 17; 10, 9.10; 16, 12.13; Is 11,<br />
1.2), la elección <strong>del</strong> Siervo va acompañada por una efusión<br />
<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, de forma que se puede observar una relación<br />
entre lo que se afirma <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong> Señor y lo que había<br />
dicho Isaías <strong>del</strong> 'retoño' que debía 'brotar <strong>del</strong> tronco de<br />
Jesé', es. decir, de la estirpe de David: 'Reposará sobre él<br />
el espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia,<br />
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor<br />
de Yahvéh' (Is 11, 2). En el canto citado existe una<br />
novedad, que consiste en atribuir al personaje anunciado la<br />
cualidad de Siervo. Esta cualidad no elimina la de rey<br />
tradicionalmente reconocida al Mesías, pero sin duda revela<br />
una nueva orientación de la esperanza mesiánica, que es<br />
fruto <strong>del</strong> influjo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>.<br />
2. Inmediatamente después de haber dicho <strong>del</strong> Siervo: 'He<br />
puesto mi espíritu sobre él', Dios declara: 'Dictará ley<br />
(juicio) a las naciones' (Is 42,1). Es un texto de gran<br />
importancia. Evidentemente el Siervo es presentado como<br />
un profeta, elegido y predestinado por Dios (Cfr. v. 6; Jer<br />
1, 5), animado por su espíritu, revestido de una misión,<br />
que consiste en 'proclamar el derecho con firmeza' (Is 42,<br />
3), sin desalentarse a pesar de la oposición (v. 4).
Sin embargo, esta firmeza no será dureza. Más aún, bajo el<br />
impulso y la guía <strong>del</strong> espíritu, el Siervo-profeta tendrá un<br />
comportamiento de mansedumbre ('No vociferará ni alzará<br />
el tono', v. 2) y de indulgencia misericordiosa: 'Caña<br />
quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará' (v.3).<br />
El profeta Jeremías había recibido la misión de 'extirpar y<br />
destruir, perder y derrocar' (Jer 1, 10). nada semejante<br />
sucede en la misión <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong> Señor, manso y humilde<br />
de corazón.<br />
A la mansedumbre se encuentra unida una actitud de<br />
apertura universal. El Siervo <strong>del</strong> Señor anunciará la justicia<br />
a todas las naciones y difundirá su doctrina hasta las 'islas',<br />
es decir, hasta los países más lejanos (Is 42, 1. 4). En<br />
efecto, en el segundo canto, el Siervo interpela a todas las<br />
gentes, diciendo:'" "Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!'<br />
(49, 1) y Dios reafirma la dimensión universal de la misión<br />
que le confía: 'poco es que seas mi siervo, para levantar las<br />
tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te<br />
voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación<br />
alcance hasta los confines de la tierra' (49,6). Esa<br />
universalidad va más allá de la <strong>del</strong> mensaje de los demás<br />
profetas.<br />
Además, en la figura <strong>del</strong> Siervo hay algo de trascendente,<br />
que permite identificarlo con su misión. él es proclamado<br />
'alianza <strong>del</strong> pueblo' y 'luz de las gentes' en su misma<br />
persona. Dios le dice: 'Yo, Yahvéh, te he llamado en<br />
justicia, te así de la mano, te formé y te he destinado a ser<br />
alianza <strong>del</strong> pueblo y luz de las gentes' (42, 6). Ningún<br />
simple profeta hubiera podido presumir tanto.<br />
3. La figura <strong>del</strong> Siervo trazada en el poema de Isaías no es<br />
sólo profética, sino también mesiánica. Si su misión es la<br />
de 'implantar en la tierra el derecho' (Is 42, 4), esta tarea<br />
pertenece a un rey. El profeta anuncia la justicia; el rey<br />
debe implantar esta justicia. Según el salmo 71/72, en el<br />
que la tradición judía y cristiana ha visto retratado al rey
mesiánico preanunciado por los profetas (Cfr. Is 9, 5;<br />
11,1.5; Za 9, 9), ésta es la función esencial <strong>del</strong> rey, que es<br />
implorada de Dios: 'Oh Dios, dl rey tu juicio, al hijo de rey<br />
tu justicia: que con justicia gobierne a tu pueblo, con<br />
equidad a tus humildes' (Sal 71/72, 1.2). Y el mismo<br />
Isaías, en su oráculo <strong>acerca</strong> <strong>del</strong> rey davídico sobre el que<br />
'reposará el espíritu <strong>del</strong> Señor', afirmaba de él: 'Juzgará<br />
con justicia a los débiles, y sentenciará con ' rectitud a los<br />
pobres de la tierra' (Is 11, 4).<br />
El Siervo sobre el que 'Dios ha puesto su espíritu', según el<br />
canto, tiene la misión que compete al rey mesiánico: librar<br />
al pueblo. 'Él mismo ha sido establecido 'como alianza <strong>del</strong><br />
pueblo y luz de las gentes', para abrir los ojos ciegos, para<br />
sacar <strong>del</strong> calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en<br />
tinieblas (Cfr. Is 42, 6.7; 49, 8.9; Lc 1, 79). Esta misión,<br />
que es propia de un principe y rey, en el caso <strong>del</strong> Mesías es<br />
realizada con fuerza <strong>del</strong> Señor, como el Siervo proclama en<br />
su segundo canto: 'Mi Dios era mi fuerza' (49, 5) y en el<br />
tercero: 'Pues que Yahvéh habría de ayudarme para que no<br />
fuese insultado' (50, 7). Esta fuerza de acción en la misión<br />
real <strong>del</strong> Siervo es el espíritu divino, que Isaías, en un<br />
oráculo mesiánico, pone en relación estrecha con la<br />
'justicia' que es necesario hacer a los débiles y a los<br />
oprimidos: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh...<br />
Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud<br />
a los pobres de la tierra' (Is 11, 2. 4).<br />
4. En los dos primeros cantos <strong>del</strong> Siervo, Dios habla de la<br />
'salvación' y de la 'justicia'. En el tercero y en el cuarto, el<br />
concepto de 'salvación' es completado con aspectos nuevos,<br />
especialmente significativos con vistas a la futura pasión de<br />
Cristo (Cfr. Is 50, 4.11; 52, 13.53, 12). Ante todo, se nota<br />
que la mansedumbre, que caracteriza la misión <strong>del</strong> Siervo,<br />
se manifiesta con su docilidad a Dios y su paciencia frente a<br />
los perseguidores: 'El Señor Yahvéh me ha abierto el oído,<br />
y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a<br />
los que me golpeaban' (Jer 50, 5.6). 'Fue oprimido, y él se
humilló, y no abrió la boca. Como un cordero al degüello<br />
era llevado' (Is 53, 7). Bastan estos dos textos para<br />
iluminarnos <strong>acerca</strong> de la perfecta disponibilidad en la<br />
oblación de sí, a la que el <strong>Espíritu</strong> divino debía llevar al<br />
Siervo. Mesías por el camino de la mansedumbre (Cfr. Is<br />
42, 2). Cuando Juan Bautista señalaba a Jesús a la<br />
muchedumbre como 'el Cordero de Dios que quita el<br />
pecado <strong>del</strong> mundo' (Jn 1, 29), tal vez se hacia eco <strong>del</strong><br />
cuarto canto <strong>del</strong> Siervo de Yahvéh.<br />
5. Pero en este canto hay mucho más. La misión <strong>del</strong> Siervo<br />
se presenta a una nueva luz: 'llevó el pecado de muchos, e<br />
intercedió por los rebeldes' (Is 53, 12). La perspectiva ya<br />
trazada por Isaías: 'Juzgará con justicia a los débiles, y<br />
sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 4),<br />
se halla aquí transformada en una obra de 'justificación' o<br />
santificación mediante el sacrificio: 'Por su conocimiento<br />
justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él<br />
soportará' (Is 53, 11). Hasta eso será llevado el Siervo de<br />
Yahvéh por el espíritu presente en él, que, como hemos<br />
visto ya, es espíritu de santidad'.<br />
Más aún: el triunfo definitivo <strong>del</strong> Siervo es anunciado al<br />
inicio <strong>del</strong> cuarto canto: 'He aquí que prosperará mi Siervo,<br />
será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera' (Is<br />
52, 13); y, luego, hacia el final: 'Le daré su <strong>parte</strong> entre los<br />
grandes' (Is 53, 12). Pero este triunfo, que en la profecía,<br />
como en, la historia garantiza el cumplimiento de la<br />
esperanza mesiánica, se realizará por un camino<br />
sorprendente para quien soñaba un acontecimiento triunfal<br />
<strong>del</strong> rey mesiánico: el camino <strong>del</strong> dolor y, como sabemos, de<br />
la cruz.<br />
6. De todo el cuarto canto vemos emerger la figura de un<br />
Siervo que es 'varón de dolores' (Is 53, 3), inmerso en un<br />
mar de sufrimiento físico y moral, por causa de un<br />
misterioso plan de Dios, que tiende a la glorificación <strong>del</strong><br />
mismo Siervo (52, 13). El Siervo <strong>del</strong> Señor 'ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. él<br />
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales<br />
hemos sido curados' (53, 5). éste es el camino que había<br />
sido llamado a recorrer el elegido, sobre el que se había<br />
posado el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor (42, 1) .<br />
Estamos en la paradoja de la cruz, que aparece así en<br />
contraste con las expectativas de un mesianismo<br />
triunfalista, así como con las pretensiones de una<br />
inteligencia ávida de demostraciones racionales. San Pablo<br />
no duda en definirla: 'escándalo para los judíos, necedad<br />
para los paganos'. Pero, por ser obra de Dios, es necesario<br />
el <strong>Espíritu</strong> de Dios para captar su valor. Por eso el Apóstol<br />
proclama: ' Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong><br />
de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu <strong>del</strong><br />
mundo, sino el <strong>Espíritu</strong> que viene de Dios, para conocer las<br />
gracias que Dios nos ha otorgado' (1 Cor 2, 11.12).