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Reflexiones acerca del Espíritu Santo. Primera parte

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Índice:<br />

.- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA<br />

.- Revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Antiguo Testamento (3.I.90)<br />

.- La acción creadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios (10.I.90)<br />

.- El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> conduce y penetra la historia de Israel (17.I.90)<br />

.- La acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (14.II.90)<br />

.- Acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (21.II.90)<br />

.- El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la purificación interior (28.II.90)<br />

.- La sabiduría y el amor <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> divino (14.III.90)<br />

.- El Siervo de Dios y el <strong>Espíritu</strong> divino (21.III.90)<br />

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA<br />

CAPITULO TERCERO<br />

CREO EN EL ESPIRITU SANTO<br />

683 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo<br />

<strong>del</strong> 424 2670 <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>" (1 Co 12, 3). "Dios ha<br />

enviado a nuestros corazones el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo que<br />

clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe<br />

no es posible sino en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. 152 Para entrar<br />

en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber<br />

sido atraído por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. El es quien nos precede<br />

y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo,<br />

primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente<br />

en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica<br />

íntima y personalmente por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en la<br />

Iglesia:


El Bautismo nos da la gracia <strong>del</strong> nuevo nacimiento en<br />

Dios 249 Padre por medio de su Hijo en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

Porque los que son portadores <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios son<br />

conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los<br />

presenta al Padre, y el Padre les concede la<br />

incorruptibilidad. Por tanto, sin el <strong>Espíritu</strong> no es posible<br />

ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede <strong>acerca</strong>rse<br />

al Padre, porque el conocimiento <strong>del</strong> Padre es el Hijo, y el<br />

conocimiento <strong>del</strong> Hijo de Dios se logra por el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> (San Ireneo, dem.7).<br />

684 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> con su gracia es el "primero" que<br />

nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que<br />

es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu<br />

enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el<br />

"último" en la revelación de las personas de la Santísima<br />

Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", 236<br />

explica esta progresión por medio de la pedagogía de la<br />

"condescendencia" divina:<br />

El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al<br />

Padre, y más oscuramente al Hijo.<br />

El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la<br />

divinidad <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>. Ahora el <strong>Espíritu</strong> tiene derecho de<br />

ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara<br />

de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía<br />

no se confesaba la divinidad <strong>del</strong> Padre, proclamar<br />

abiertamente la <strong>del</strong> Hijo y, cuando la divinidad <strong>del</strong> Hijo no<br />

era aún admitida, añadir el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como un fardo<br />

suplementario si empleamos una expresión un poco<br />

atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en<br />

gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en<br />

resplandores cada vez más espléndidos (San ·Gregorio-<br />

Nacianceno, or. theol. 5, 26).<br />

685 Creer en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es, por tanto, profesar que<br />

el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es una de las personas de la Santísima<br />

Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el


Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria"<br />

(Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha<br />

hablado <strong>del</strong> misterio divino <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> 236 en la<br />

"teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> sino en la "Economía" divina.<br />

686 258 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> coopera con el Padre y el Hijo<br />

desde el comienzo <strong>del</strong> Designio de nuestra salvación y<br />

hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos",<br />

inaugurados con la Encarnación redentora <strong>del</strong> Hijo,<br />

cuando el <strong>Espíritu</strong> se revela y nos es dado, cuando es<br />

reconocido y acogido como persona. Entonces, este<br />

Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito"<br />

y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la<br />

humanidad por el <strong>Espíritu</strong> que nos es dado: la Iglesia, la<br />

comunión de los santos, el perdón de los pecados, la<br />

resurrección de la carne, la vida eterna.<br />

Artículo 8<br />

"CREO EN EL ESPIRITU SANTO"<br />

687 243 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong><br />

de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su <strong>Espíritu</strong> que lo revela<br />

nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva,<br />

pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los<br />

profetas" nos hace oír la Palabra <strong>del</strong> Padre. Pero a él no<br />

le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la<br />

cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo<br />

en la fe. El <strong>Espíritu</strong> de verdad que nos "desvela" a Cristo<br />

"no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan<br />

discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo<br />

no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce",<br />

mientras que los que creen en Cristo le conocen porque<br />

él mora en ellos (Jn 14, 17).<br />

688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los<br />

apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro<br />

conocimiento <strong>del</strong> Espiritu <strong>Santo</strong>: - en las Escrituras que El


ha inspirado; - en la Tradición, de la cual los Padres de la<br />

Iglesia son testigos siempre actuales; - en el Magisterio<br />

de la Iglesia, al que El asiste; - en la liturgia sacramental,<br />

a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Es-<br />

píritu <strong>Santo</strong> nos pone en comunión con Cristo; - en la<br />

oración en la cual El intercede por nosotros; - en los<br />

carismas y ministerios mediante los que se edifica la<br />

Iglesia; - en los signos de vida apostólica y misionera; -<br />

en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su<br />

santidad y continúa la obra de la salvación.<br />

I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU<br />

689 Aquél al que el Padre ha enviado a nuestros corazones,<br />

el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo (cf Ga 4, 6) es realmente Dios.<br />

Consubstancial 245 con el Padre y el Hijo, es inseparable de<br />

ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don<br />

de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima<br />

Trinidad vivificante, consubstancial e individible, la fe de la<br />

Iglesia profesa también la 254 distinción de las Personas.<br />

Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento:<br />

misión conjunta en la que el Hijo y el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> son<br />

distintos 485 pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es<br />

quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero<br />

es el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> quien lo revela.<br />

690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el <strong>Espíritu</strong> es su<br />

Unción 436 y todo lo que sucede a partir de la Encarnación<br />

mana de esta plenitud (cf Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo<br />

es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre,<br />

enviar el <strong>Espíritu</strong> a los que creen en él: El les comunica su<br />

Gloria (cf Jn 17, 22), es decir, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que lo<br />

glorifica (cf Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se<br />

desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el<br />

Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de<br />

adopción será 788 unirlos a Cristo y hacerles vivir en El:<br />

La noción de la unción sugiere...que no hay ninguna<br />

distancia entre el Hijo y el <strong>Espíritu</strong>. En efecto, de la misma


manera que entre la superficie <strong>del</strong> cuerpo y la unción <strong>del</strong><br />

aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún<br />

intermediario, así es inmediato el contacto <strong>del</strong> Hijo con el<br />

<strong>Espíritu</strong>... de tal modo que quien va a tener contacto con el<br />

Hijo por la fe tiene que tener antes contacto<br />

necesariamente con el óleo. En efecto, no hay <strong>parte</strong> alguna<br />

que esté desnuda <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Por eso es por lo que<br />

la confesión <strong>del</strong> Señorío <strong>del</strong> Hijo se hace en el 448 <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> por aquellos que la aceptan, viniendo el <strong>Espíritu</strong><br />

desde todas <strong>parte</strong>s <strong>del</strong>ante de los que se <strong>acerca</strong>n por la fe<br />

(San ·Gregorio-Niseno-san, Spir. 3, 1).<br />

II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS<br />

DEL ESPIRITU SANTO<br />

El nombre propio <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

691 "<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>", tal es el nombre propio de Aquel que<br />

adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia<br />

ha recibido este nombre <strong>del</strong> Señor y lo profesa en el<br />

bautismo de sus nuevos hijos (cf Mt 28, 19).<br />

El término "<strong>Espíritu</strong>" traduce el término hebreo "Ruah", que<br />

en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús<br />

utiliza precisamente la imagen sensible <strong>del</strong> viento para<br />

sugerir a Nicodemo la novedad trascendente <strong>del</strong> que es<br />

personalmente el Soplo de Dios, el <strong>Espíritu</strong> divino (Jn 3, 5-<br />

8). Por otra <strong>parte</strong>, <strong>Espíritu</strong> y <strong>Santo</strong> son atributos divinos<br />

comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos<br />

términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico<br />

designan la persona inefable <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, sin<br />

equívoco posible con los demás empleos de los términos<br />

"espíritu" y "santo".<br />

Los apelativos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es<br />

llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26;<br />

16, 7). "Paraclito" se traduce habitualmente por


"Consolador", siendo Jesús el 1433 primer consolador (cf 1<br />

Jn 2, 1). El mismo Señor llama al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> "<strong>Espíritu</strong> de<br />

Verdad" (Jn 16, 13).<br />

693 Además de su nombre propio, que es el más empleado<br />

en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en<br />

San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el<br />

<strong>Espíritu</strong> de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el <strong>Espíritu</strong> de<br />

adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el <strong>Espíritu</strong> de Cristo (Rm 8,<br />

11), el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor (2 Co 3, 17), el Espiritu de Dios<br />

(Rm 8, 9.14; 15, 19; I Co 6, ll; 7, 40), y en San Pedro, el<br />

<strong>Espíritu</strong> de gloria (1 P 4, 14).<br />

Los símbolos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

AGUA/SIMBOLO<br />

694 1218 El agua. El simbolismo <strong>del</strong> agua es significativo<br />

de la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Bautismo, ya que,<br />

después de la invocación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, ésta se<br />

convierte en el signo sacramental eficaz <strong>del</strong> nuevo<br />

nacimiento: <strong>del</strong> mismo modo que la gestación de nuestro<br />

primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal<br />

significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina<br />

se nos da en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Pero "bautizados en un solo<br />

<strong>Espíritu</strong>", también "hemos bebido de un solo <strong>Espíritu</strong>" (I Co<br />

12, 13): el <strong>Espíritu</strong> es, pues, también personalmente el<br />

Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf Jn 19, 34; I Jn<br />

5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida<br />

eterna 2652 (cf Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za<br />

14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).<br />

695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es<br />

también 1293 significativo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, hasta el<br />

punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf 1 Jn 2,<br />

20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo<br />

sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las<br />

Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la<br />

fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera<br />

realizada por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>: la de Jesús. Cristo ["Mesías"<br />

en hebreo] significa "Ungido" <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. En la


Antigua Alianza hubo "ungidos" <strong>del</strong> Señor (cf Ex 30, 22-32),<br />

436 de forma eminente el rey David (cf 1 S 16, 13). Pero<br />

Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la<br />

humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por<br />

el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>". Jesús es constituido "Cristo" por el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María<br />

concibe a Cristo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> quien por medio <strong>del</strong><br />

ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf Lc 2,11)<br />

e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo <strong>del</strong> Señor<br />

(cf Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf Lc 4, 1) y<br />

cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus<br />

acciones 1504 salvíficas (cf Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin<br />

quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf Rm 1, 4; 8,<br />

11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su<br />

Humanidad victoriosa de la muerte (cf Hch 2, 36), Jesús<br />

distribuye profusamente el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hasta que "los<br />

santos" constituyan, en su unión con la Humanidad <strong>del</strong> Hijo<br />

de Dios, "ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de<br />

Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión 794<br />

de San Agustín.<br />

696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento<br />

y la fecundidad de la Vida dada en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, el<br />

fuego simboliza la 1127 energía transformadora de los<br />

actos <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. El profeta Elías que "surgió como<br />

el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,<br />

1), con su oración, atrajo el fuego <strong>del</strong> cielo sobre el<br />

sacrificio <strong>del</strong> monte 2586 Carmelo (cf 1 R 18, 38-39), figura<br />

<strong>del</strong> fuego <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que transforma lo que toca.<br />

Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el<br />

poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que<br />

"bautizará en 718 el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y el fuego" (Lc 3, 16),<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre<br />

la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!"<br />

(Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego",<br />

como el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> se posó sobre los discípulos la<br />

mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La<br />

tradición espiritual conservará este simbolismo <strong>del</strong> fuego<br />

como uno de los más expresivos de la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>


<strong>Santo</strong> (cf San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No<br />

extingáis el <strong>Espíritu</strong>" (1 Te 5, 19).<br />

697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables<br />

en las manifestaciones <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Desde las<br />

teofanías <strong>del</strong> Antiguo Testamento, la Nube, unas veces<br />

oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador,<br />

tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria:<br />

con Moisés en la montaña <strong>del</strong> Sinaí (cf Ex 24, 15-18), en la<br />

Tienda de Reunión (cf Ex 33, 9-10) y durante la marcha por<br />

el desierto (cf Ex 40, 36 38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en<br />

la dedicación <strong>del</strong> Templo (cf I R 8, 10-12). Pues bien, estas<br />

figuras son cumplidas por Cristo en el <strong>Espíritu</strong> 484 <strong>Santo</strong>. El<br />

es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su<br />

sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35).<br />

En la montaña 554 de la Transfiguración es El quien "vino<br />

en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a<br />

Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la<br />

nube que decía: 'Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"'<br />

(Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó<br />

a Jesús a 659 los ojos" de los discípulos el día de la<br />

Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo <strong>del</strong><br />

hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf Lc 21,<br />

27).<br />

698 1295:1296 El sello es un símbolo cercano al de la<br />

unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con<br />

su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con<br />

su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la 1121 imagen<br />

<strong>del</strong> sello ["sphragis"] indica el carácter in<strong>del</strong>eble de la<br />

Unción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en los sacramentos <strong>del</strong> Bautismo,<br />

de la Confirmación y <strong>del</strong> Orden, esta imagen se ha utilizado<br />

en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"<br />

imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales<br />

no pueden ser reiterados.<br />

699 292 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los<br />

enfermos (cf Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf Mc<br />

10, 16). En su Nombre, los apóstoles harán lo mismo (cf Mc<br />

16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición


de manos de los apóstoles el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos es 1288<br />

dado (cf Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los<br />

Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de<br />

los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf Hb 6, 2).<br />

1300 1573 1668 Este signo de la efusión todopoderosa <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, la Iglesia lo ha conservado en sus epiclesis<br />

sacramentales.<br />

700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los<br />

demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en<br />

tablas de piedra "por el 2056 dedo de Dios" (Ex 31, 18), la<br />

"carta de Cristo" entregada a los apóstoles "está escrita no<br />

con tinta, sino con el <strong>Espíritu</strong> de Dios vivo; no en tablas de<br />

piedra, sino en las tablas de carne <strong>del</strong> corazón" (2 Co 3, 3).<br />

El himno "Veni Creator" invoca al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como<br />

"digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra <strong>del</strong><br />

Padre").<br />

701 La paloma. Al final <strong>del</strong> diluvio (cuyo simbolismo se<br />

refiere al 1219 Bautismo), la paloma soltada por Noé<br />

vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de<br />

que la tierra es habitable de nuevo (cf Gn 8, 8- 12).<br />

Cuando Cristo sale <strong>del</strong> agua de su bautismo, el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>, en forma 535 de paloma, baja y se posa sobre él (cf<br />

Mt 3, 16 par.). El <strong>Espíritu</strong> desciende y reposa en el corazón<br />

purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa<br />

Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico<br />

en forma de paloma (el columbarium), suspendido por<br />

encima <strong>del</strong> altar. El símbolo de la paloma para sugerir al<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es tradicional en la iconografía cristiana.<br />

III EL <strong>Espíritu</strong> Y LA PALABRA DE DIOS EN EL TIEMPO<br />

DE LAS PROMESAS<br />

702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos"<br />

(Ga 4, 4), la Misión conjunta <strong>del</strong> Verbo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong><br />

Padre permanece oculta pero activa. El <strong>Espíritu</strong> de Dios<br />

preparaba entonces 122 el tiempo <strong>del</strong> Mesías, y ambos, sin<br />

estar todavía plenamente revelados, ya han sido<br />

prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se


manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo<br />

Testamento (cf 2 Co 3, 14), investiga en él (cf Jn 5, 39-46)<br />

lo que el <strong>Espíritu</strong>, "que habló por los profetas", quiere<br />

decirnos 107 <strong>acerca</strong> de Cristo.<br />

Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los<br />

243 que fueron inspirados por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el vivo<br />

anuncio y en la redacción de los Libros <strong>Santo</strong>s, tanto <strong>del</strong><br />

Antiguo como <strong>del</strong> Nuevo Testamento. La tradición judía<br />

distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los<br />

Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y<br />

proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en<br />

particular los Salmos, cf Lc 24, 44].<br />

En la Creación<br />

703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen <strong>del</strong> ser<br />

y 292 de la vida de toda creatura (cf Sal 33, 6; 104, 30; Gn<br />

1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): Es justo que el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> reine, santifique y anime la creación porque es Dios<br />

consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder<br />

sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el<br />

Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines,<br />

domingos <strong>del</strong> segundo modo). 291<br />

704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es<br />

decir, el Hijo y el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>] como Dios lo hizo... y El<br />

dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo<br />

que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina"<br />

(San Ireneo, dem. 11). 356<br />

El <strong>Espíritu</strong> de la promesa<br />

705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre<br />

continúa 410 siendo "a imagen de Dios", a imagen <strong>del</strong> Hijo,<br />

pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de<br />

la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la<br />

Economía de la Salvacióh, al final de la cual el Hijo mismo<br />

asumirá "la imagen" (cf Jn 1, 14; Flp 2, 7) 2809 y la


estaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar<br />

la Gloria, el <strong>Espíritu</strong> "que da la Vida".<br />

706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a<br />

Abraham 60 una descendencia, como fruto de la fe y <strong>del</strong><br />

poder <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-<br />

55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas<br />

todas las naciones de la tierra (cf Gn 12, 3). Esta<br />

descendencia será Cristo (cf Ga 3, 16) en quien la efusión<br />

<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> formará "la unidad de los hijos de Dios<br />

dispersos" (cf Jn 11, 52). Comprometiéndose con<br />

juramento (cf Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo<br />

Amado (cf Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don <strong>del</strong><br />

"Espúritu <strong>Santo</strong> de la Promesa, que es prenda... para<br />

redención <strong>del</strong> Pueblo de su posesión" (Ef 1, 1314; cf Ga 3,<br />

14).<br />

En las Teofanías y en la Ley<br />

707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el<br />

camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y<br />

desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de<br />

los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha<br />

reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se<br />

dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube<br />

<strong>del</strong> Espiritu <strong>Santo</strong>.<br />

708 1961:1964 Esta pedagogía de Dios aparece<br />

especialmente en el don de la Ley (cf Ex 19-20; Dt 1-11;<br />

29-30), que fue dada 122 como un "pedagogo" para<br />

conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su<br />

impotencia para salvar al hombre privado de la<br />

"semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da<br />

<strong>del</strong> pecado (cf Rm 3, 20) suscitan el deseo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>. Los gemidos 2585 de los Salmos lo atestiguan.<br />

En el Reino y en el Exilio<br />

709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría<br />

debido regir el corazón y las instituciones <strong>del</strong> Pueblo salido


de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y<br />

guardáis mi alianza.... seréis para mí un reino de<br />

sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 5-6; cf 1 P 2, 9).<br />

Pero, después de David, Israel sucumbe a la 2579 tentación<br />

de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues<br />

bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf 2 S<br />

7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>;<br />

pertenecerá a los pobres 544 según el <strong>Espíritu</strong>.<br />

710 El olvido de la Ley y la infi<strong>del</strong>idad a la Alianza llevan a<br />

la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es<br />

en realidad fi<strong>del</strong>idad misteriosa <strong>del</strong> Dios Salvador y<br />

comienzo de una restauración prometida, pero según el<br />

<strong>Espíritu</strong>. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta<br />

purificación (cf Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la<br />

Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que<br />

vuelven <strong>del</strong> Exilio es una de las figuras más transparentes<br />

de la Iglesia.<br />

La espera <strong>del</strong> Mesías y de su <strong>Espíritu</strong><br />

711 "He aquí que yo lo renuevo" (Is 43, 19): dos líneas<br />

proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera <strong>del</strong><br />

Mesías, la otra 64 522 al anuncio de un <strong>Espíritu</strong> nuevo, y<br />

las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los<br />

Pobres (cf So 2, 3), que aguardan en la esperanza la<br />

"consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf Lc<br />

2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías<br />

que a él se refieren. A continuación se describen aquellas<br />

en que aparece sobre todo la relación <strong>del</strong> Mesías y de su<br />

<strong>Espíritu</strong>.<br />

712 Los rasgos <strong>del</strong> rostro <strong>del</strong> Meséis esperado comienzan a<br />

439 aparecer en el Libro <strong>del</strong> Emmanuel (cf Is 6, 12)<br />

("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12,<br />

41), en particular en Is 11, 1-2:<br />

Saldrá un vástago <strong>del</strong> tronco de Jesé,<br />

y un retoño de sus raíces brotará.<br />

Reposará sobre él el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor:


espíritu de sabiduría e inteligencia,<br />

espíritu de consejo y de fortaleza,<br />

espíritu de ciencia y temor <strong>del</strong> Señor.<br />

713 Los rasgos <strong>del</strong> Mesías se revelan sobre todo en los<br />

Cantos <strong>del</strong> Siervo (cf Is 42, 1-9; cf Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-<br />

34; después Is 49, 1-6; cf Mt3, 17; Lc 2,32, y en fin Is 50,<br />

4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de<br />

la Pasión de Jesús, e indican 601 así cómo enviará el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> para vivificar a la multitud: no desde fuera,<br />

sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp<br />

2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede<br />

comunicarnos su propio <strong>Espíritu</strong> de vida.<br />

714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva<br />

haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf Is 61,<br />

1-2):<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor está sobre mí,<br />

porque me ha ungido.<br />

Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,<br />

a proclamar la liberación a los cautivos<br />

y la vista a los ciegos,<br />

para dar la libertad a los oprimidos<br />

y proclamar un año de gracia <strong>del</strong> Señor.<br />

715 Los textos proféticos que se refieren directamente al<br />

envío <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> son oráculos en los que Dios habla<br />

al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con<br />

los acentos <strong>del</strong> "amor y de la fi<strong>del</strong>idad" (cf Ez. 11, 19; 36,<br />

25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo<br />

cumplimiento 214 proclamará San Pedro la mañana de<br />

Pentecostés, cf Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en<br />

los "últimos tiempos", el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor renovará el<br />

corazón de los hombres 1965 grabando en ellos una Ley<br />

nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y<br />

divididos; transformará la primera creación y Dios habitará<br />

en ella con los hombres en la paz.


716 El Pueblo de los "pobres" (cf So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3;<br />

Is 49, 13; 61, l; etc.), los humildes y los mansos,<br />

totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios,<br />

los que esperan la justicia, no de los hombres sino <strong>del</strong><br />

Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión<br />

escondida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> durante el tiempo de las<br />

Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es 368 la<br />

calidad de corazón <strong>del</strong> Pueblo, purificado e iluminado por el<br />

<strong>Espíritu</strong>, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el<br />

<strong>Espíritu</strong> prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto"<br />

(cf Lc 1, 17).<br />

IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS<br />

TIEMPOS<br />

717 523 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se<br />

llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15.41) por obra <strong>del</strong><br />

mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. La "visitación" de María a Isabel se convirtió<br />

así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).<br />

718 696 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El<br />

fuego <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> lo habita y le hace correr <strong>del</strong>ante [como<br />

"precursor"] <strong>del</strong> Señor que viene. En Juan el Precursor, el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> culmina la obra de "preparar al Señor un<br />

pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).<br />

719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> consuma el "hablar por los profetas". Juan<br />

termina el ciclo 2684 de los profetas inaugurado por Elías<br />

(cf Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación<br />

de Israel, es la "voz" <strong>del</strong> Consolador que llega (Jn 1, 23; cf<br />

Is 40, 1-3). Como lo hará el <strong>Espíritu</strong> de Verdad, "vino como<br />

testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf Jn 15, 26;<br />

5, 33). Con respecto a Juan, el <strong>Espíritu</strong> colma así las<br />

"indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles<br />

(1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el <strong>Espíritu</strong><br />

y se queda sobre é1, ése es el que bautiza con el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el


Hijo de Dios... He ahí 536 el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-<br />

36).<br />

720 En fin, con Juan Bautista, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, inaugura,<br />

prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a<br />

dar al hom bre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan<br />

era para el 535 arrepentimiento, el <strong>del</strong> agua y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

será un nuevo nacimiento (cf Jn 3, 5).<br />

"Alégrate, llena de gracia"<br />

721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen,<br />

es la obra maestra de la Misión <strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el<br />

designio de Salvación y porque su <strong>Espíritu</strong> la ha preparado,<br />

el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su <strong>Espíritu</strong><br />

pueden habitar entre los 484 hombres. Por ello, los más<br />

bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los<br />

ha entendido frecuentemente con relación a María (cf Pr 8,<br />

1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la<br />

Liturgia como el trono de la "Sabiduría".<br />

En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios",<br />

que el <strong>Espíritu</strong> va a realizar en Cristo y en la Iglesia:<br />

722 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> preparó a María con su gracia.<br />

Convenía 489 que fuese "llena de gracia" la madre de Aquel<br />

en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad<br />

corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado,<br />

por pura gracia, como la más humilde de todas las<br />

criaturas, la más capaz de acoger el don inefable <strong>del</strong><br />

Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda<br />

como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf So 3, 14; Za 2, 14).<br />

Cuando ella lleva en 2676 sí al Hijo eterno, es la acción de<br />

gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia,<br />

esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre<br />

en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (cf Lc 1, 46-55).


723 En María el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> realiza el designio<br />

benevolente <strong>del</strong> Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo<br />

de Dios por 485 obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Su virginidad se<br />

convierte en fecundidad 506 única por medio <strong>del</strong> poder <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> y de la fe (cf Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-<br />

28).<br />

724 En María, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> manifiesta al Hijo <strong>del</strong> Padre<br />

hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la<br />

teofanía definitiva: 208 llena <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, presenta al<br />

Verbo en la humildad 2619 de su carne dándolo a conocer a<br />

los pobres (cf Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones<br />

(cf Mt 2, 11).<br />

725 En fin, por medio de María, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> comienza<br />

a 963 poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto<br />

<strong>del</strong> amor benevolente de Dios" (cf Lc 2, 14), y los humildes<br />

son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los<br />

magos, Simeón y Ana, los esposos de Cana y los primeros<br />

discípulos.<br />

726 Al término de esta Misión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, María se<br />

convierte 494 2618 en la "Mujer", nueva Eva "madre de los<br />

vivientes", Madre <strong>del</strong> "Cristo total" (cf Jn 19, 25-27). Así es<br />

como ella está presente con los Doce, que "perseveraban<br />

en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el<br />

amanecer de los "últimos tiempos" que el <strong>Espíritu</strong> va a<br />

inaugurar en la mañana de Pentecostés con la<br />

manifestación de la Iglesia.<br />

Cristo Jesús<br />

727 438 Toda la Misión <strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en la<br />

plenitud 695 de los tiempos se resume en que el Hijo es el<br />

Ungido <strong>del</strong> Padre 536 desde su Encarnación: Jesús es<br />

Cristo, el Mesías.<br />

Todo el segundo capítulo <strong>del</strong> Símbolo de la fe hay que leerlo<br />

a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta


<strong>del</strong> Hijo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. Aquí se mencionará solamente<br />

lo que se refiere a la promesa <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hecha por<br />

Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.<br />

728 Jesús no revela plenamente el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hasta que<br />

él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su<br />

Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso<br />

en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su<br />

Carne será alimento para la vida <strong>del</strong> mundo (cf Jn 6,<br />

27.51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf Jn 3, 5-<br />

8), a la Samaritana (cf Jn 4, 10.14.23-24) y a los que<br />

participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf Jn 7, 37-39).<br />

A sus 2615 discípulos les habla de él abiertamente a<br />

propósito de la oración (cf Lc 11, 13) y <strong>del</strong> testimonio que<br />

tendrán que dar (cf Mt 10, 1920).<br />

729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser<br />

glorificado, Jesús promete la venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, ya<br />

que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de<br />

la Promesa hecha a los Padres (cf Jn 14, 16-17. 26; 15, 26;<br />

16, 7-15; 17, 26): El <strong>Espíritu</strong> de Verdad, el otro Paráclito,<br />

será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús;<br />

será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo<br />

enviará de junto al Padre porque él ha salido <strong>del</strong> Padre. El<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con<br />

nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo<br />

enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha<br />

dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad<br />

completa y glorificará a 288 1433 Cristo. En cuanto al<br />

mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de<br />

juicio.<br />

730 Por fin llega la hora de Jesús (cf Jn 13, 1; 17, 1): Jesús<br />

entrega su espíritu en las manos <strong>del</strong> Padre (cf Lc 23, 46; Jn<br />

19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor<br />

de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por<br />

la Gloria <strong>del</strong> Padre" (Rm 6, 4), en seguida da a sus<br />

discípulos el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> dirigiendo sobre ellos su aliento<br />

(cf Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y<br />

<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el


Padre me envió, también yo os envío" 850 (Jn 20, 21; cf Mt<br />

28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).<br />

V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS<br />

TIEMPOS<br />

Pentecostés<br />

731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas<br />

pascuales) 2623, la Pascua de Cristo se consuma con la<br />

efusión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que se manifiesta, da y comunica<br />

como Persona divina: desde 767 su plenitud, Cristo, el<br />

Señor (cf Hch 2, 36), derrama profusamente 1302 el<br />

<strong>Espíritu</strong>.<br />

732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad.<br />

244 Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está<br />

abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la<br />

carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la<br />

Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> hace entrar al mundo en los "últimos 672 tiempos",<br />

el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía<br />

no consumado:<br />

Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el <strong>Espíritu</strong><br />

celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la<br />

Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia<br />

bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado<br />

también en las liturgias eucarísticas después de la<br />

comunión). 1386<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, El Don de Dios<br />

733 "Dios es Amor" (I Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el<br />

primer 218 don, contiene todos los demás. Este amor "Dios<br />

lo ha derramado en nuestros corazones por el <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).<br />

734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido<br />

heridos por el pecado, el primer efecto <strong>del</strong> don <strong>del</strong> Amor es


la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve<br />

a dar a los bautizados la semejanza 1987 divina perdida<br />

por el pecado.<br />

735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de<br />

nuestra herencia (cf Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma<br />

de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha<br />

amado" (cf 1 Jn 4, 11-12). 1822 Este amor (la caridad de 1<br />

Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha<br />

posible porque hemos "recibido una fuerza, la <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>" (Hch 1, 8).<br />

736 Gracias a este poder <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> los hijos de<br />

Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid<br />

verdadera hará 1832 que demos "el fruto <strong>del</strong> Espiritu que<br />

es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,<br />

fi<strong>del</strong>idad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). "El<br />

<strong>Espíritu</strong> es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a<br />

nosotros mismos (cf Mt 16, 24-26), más "obramos también<br />

según el <strong>Espíritu</strong>" (Ga 5, 25):<br />

Por la comunión con él, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos hace<br />

espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino<br />

de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de<br />

llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo,<br />

de ser llamado hijo de la luz y de tener <strong>parte</strong> en la gloria<br />

eterna (San Basilio, Spir. 15, 36).<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la Iglesia<br />

737 La misión de Cristo y <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> se realiza en la<br />

787:798 Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong>. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles<br />

de Cristo en su Comunión con el Padre en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>:<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> prepara a los 1093:1109 hombres, los<br />

previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les<br />

manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y<br />

abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección.<br />

Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la


Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la<br />

Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5.<br />

8. 16).<br />

738 850 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de<br />

Cristo y <strong>del</strong> 777 <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, sino que es su sacramento:<br />

con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada<br />

para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender<br />

el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto<br />

será el objeto <strong>del</strong> próximo artículo):<br />

Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único<br />

espíritu, a saber, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, nos hemos fundido<br />

entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros<br />

seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que<br />

el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Padre y suyo habite en cada uno de nosotros,<br />

este <strong>Espíritu</strong> único e indivisible lleva por sí mismo a la<br />

unidad a aquellos que son distintos entre sí... y hace que<br />

todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma<br />

manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace<br />

que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un<br />

solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el<br />

<strong>Espíritu</strong> de Dios que habita en todos, único e indivisible, los<br />

lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría,<br />

Jo. 12).<br />

739 Puesto que el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es la Unción de Cristo, es<br />

Cristo, Cabeza <strong>del</strong> Cuerpo, quien lo distribuye entre sus<br />

miembros 1076 para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en<br />

sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar<br />

testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su<br />

intercesión por el mundo entero. Por medio de los<br />

sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su <strong>Espíritu</strong>,<br />

<strong>Santo</strong> y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto<br />

será el objeto de la segunda <strong>parte</strong> <strong>del</strong> Catecismo).<br />

740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en<br />

los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la<br />

vida nueva, en Cristo, según el <strong>Espíritu</strong> (esto será el objeto<br />

de la tercera <strong>parte</strong> <strong>del</strong> Catecismo).


741 "El <strong>Espíritu</strong> viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues<br />

nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el <strong>Espíritu</strong><br />

mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm<br />

8, 26). El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, artífice de las obras de Dios, es el<br />

Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta <strong>parte</strong><br />

<strong>del</strong> Catecismo).<br />

RESUMEN<br />

742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a<br />

nuestros corazones el <strong>Espíritu</strong> de su Hijo que clama: Abbá,<br />

Padre" (Ga 4, 6).<br />

743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los<br />

tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su<br />

<strong>Espíritu</strong>: la misión de ambos es conjunta e inseparable.<br />

744 En la plenitud de los tiempos, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> realiza<br />

en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al<br />

Pueblo de Dios. Mediante la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en<br />

ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con<br />

nosotros" (Mt 1, 23).<br />

745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías] mediante<br />

la Unción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en su Encarnación (cf Sal 2, 6-<br />

7).<br />

746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido<br />

Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud,<br />

derrama el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> sobre los apóstoles y la Iglesia.<br />

747 El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> que Cristo, Cabeza, derrama sobre<br />

sus miembros, construye, a- nima y santifica a la Iglesia.<br />

Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima<br />

Trinidad con los hombres.<br />

Revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el<br />

Antiguo Testamento (3.I.90)


1. En las catequesis dedicadas al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> hemos<br />

querido, ante todo, escuchar su anuncio y su promesa por<br />

<strong>parte</strong> de Jesús, especialmente en la Ultima Cena, releer la<br />

narración que los Hechos de los Apóstoles hacen de su<br />

venida, y volver a examinar los textos <strong>del</strong> Nuevo<br />

Testamento que documentan la predicación <strong>acerca</strong> de él y<br />

la fe en él en la Iglesia primitiva. Pero en nuestro análisis<br />

de los textos nos encontramos muchas veces con el Antiguo<br />

Testamento. Son los mismos Apóstoles quienes en la<br />

primera predicación después de Pentecostés presentan<br />

expresamente la venida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> como<br />

cumplimiento de las promesas y de los anuncios antiguos,<br />

viendo la Antigua Alianza y la historia de Israel como<br />

tiempo de preparación para recibir la plenitud de verdad y<br />

de gracia que debía traer el Mesías.<br />

Ciertamente, Pentecostés era un acontecimiento<br />

proyectado hacia el futuro, porque daba inicio al tiempo <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que Jesús mismo había señalado como<br />

protagonista, junto con el Padre y con el Hijo de la obra de<br />

la salvación, destinada a extenderse desde la Cruz a todo el<br />

mundo. Sin embargo, para un más completo conocimiento<br />

de la revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, es preciso remontarse al<br />

pasado, es decir, al Antiguo Testamento, para descubrir allí<br />

las señales de la larga preparación al misterio de la Pascua<br />

y de Pentecostés.<br />

2. Por lo tanto, deberemos volver a reflexionar <strong>acerca</strong> de<br />

los datos bíblicos referidos al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y <strong>acerca</strong> <strong>del</strong><br />

proceso de revelación, que se dibuja progresivamente<br />

desde la penumbra <strong>del</strong> Antiguo Testamento hasta las claras<br />

afirmaciones <strong>del</strong> Nuevo, y se expresa primero dentro de la<br />

Creación y luego en la obra de la Redención, primero en la<br />

historia y en la profecía de Israel, y luego en la vida y en la<br />

misión de Jesús Mesías, desde el momento de la<br />

Encarnación hasta el de la Resurrección. Entre los datos<br />

que conviene examinar se encuentra, ante todo, el nombre<br />

con que el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> es insinuado en el Antiguo


Testamento, y los diversos significados expresados con este<br />

nombre. Sabemos que en la mentalidad judía el nombre<br />

tiene un gran valor para representar a la persona. Se puede<br />

recordar, a este propósito, la importancia que en el Éxodo y<br />

en toda la tradición de Israel se atribuye al modo de<br />

nombrar a Dios. Moisés había preguntado al Señor Dios<br />

cuál era su nombre. La revelación <strong>del</strong> nombre se<br />

consideraba como manifestación de la persona misma: el<br />

nombre sagrado ponía al pueblo en relación con el ser,<br />

trascendente, pero presente, de Dios mismo (Cfr. Ex 3,<br />

13.14).<br />

El nombre con el que es insinuado, en el Antiguo<br />

Testamento, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> nos ayudará a comprender<br />

sus propiedades, aunque su realidad de Persona divina, de<br />

la misma naturaleza que el Padre y el Hijo, se nos da a<br />

conocer sólo en la revelación <strong>del</strong> Nuevo Testamento.<br />

Podemos pensar que el término fue elegido con esmero por<br />

los autores sagrados; es más, que el mismo <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>,<br />

quien los inspiró, guió el proceso conceptual y literario que<br />

ya en el Antiguo Testamento hizo elaborar una expresión<br />

adecuada para significar su Persona.<br />

3. En la Biblia, el término hebreo que designa al <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> es ruah . El primer sentido de este término, así como<br />

de su traducción latina 'spiritus', es 'soplo', aliento,<br />

respiración. En español se puede aún observar el<br />

parentesco entre 'espíritu' y 'respiración'. El aliento es la<br />

realidad más inmaterial que percibimos; no se ve, es<br />

sutilísimo; no es posible aferrarlo con las manos; parece<br />

que no es nada, pero tiene una importancia vital: quien no<br />

respira no puede vivir. Entre un hombre vivo y un hombre<br />

muerto sólo existe esta diferencia: que el primero respira y<br />

el otro ya no. La vida viene de Dios: el aliento, por tanto,<br />

viene de Dios, que lo puede también retirar (Cfr. Sal<br />

103/104, 29.30). De estas observaciones sobre el aliento<br />

se llegó a comprender que la vida depende de un principio<br />

espiritual, que fue llamado con la misma palabra hebrea


uah. El aliento <strong>del</strong> hombre está en relación con un soplo<br />

externo mucho más potente, el soplo <strong>del</strong> viento.<br />

El hebreo ruah , como el latino 'spiritus', designa también el<br />

soplo <strong>del</strong> viento. Nadie ve el viento, pero sus efectos son<br />

impresionantes. El viento empuja las nubes, agita los<br />

árboles. Cuando es violento, entumece las olas y puede<br />

echar a pique las naves (Sal 107/106, 25-27). A los<br />

antiguos el viento les parecía un poder misterioso que Dios<br />

tenía a su disposición (Sal 104/103, 3.4). Se le podía<br />

llamar el 'soplo de Dios'.<br />

En el libro <strong>del</strong> Éxodo, una narración en prosa dice: 'El Señor<br />

hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento <strong>del</strong> Este,<br />

que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas<br />

entraron en medio <strong>del</strong> mar a pie enjuto' (Ex 14, 21)22). En<br />

el capitulo siguiente, los mismos acontecimientos son<br />

descritos en forma poética y entonces el soplo <strong>del</strong> viento<br />

<strong>del</strong> Este es llamado 'el soplo de la ira de Dios' Dirigiéndose<br />

a Dios, el poeta dice: 'Al soplo de tu ira se apiñaron las<br />

aguas... Mandaste tu soplo, cubriólos el mar' (Ex 15, 8,10).<br />

Así se expresa de modo muy sugestivo la convicción de que<br />

el viento fue, en estas circunstancias, el instrumento de<br />

Dios.<br />

De las observaciones que acabamos de hacer sobre el<br />

viento invisible y potente, se llegó a concebir la existencia<br />

<strong>del</strong> 'espíritu de Dios'. En los textos <strong>del</strong> Antiguo Testamento,<br />

se pasa fácilmente de un significado al otro, e incluso en el<br />

Nuevo Testamento vemos que los dos significados se hallan<br />

presentes. Para hacer que Nicodemo entendiera el modo de<br />

actuar <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, Jesús hace uso de la comparación<br />

<strong>del</strong> viento y se sirve <strong>del</strong> mismo término para designar tanto<br />

el uno como el otro: 'El viento sopla donde quiere..., así es<br />

todo el que nace <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>', es decir, <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

(Jn 3, 8).<br />

4. La idea fundamental que expresa el nombre bíblico <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> no es, por tanto, la de un poder intelectual, sino la


de un impulso dinámico, comparable al impulso <strong>del</strong> viento.<br />

En la Biblia, la primera función <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> no es la de<br />

hacer entender, sino la de poner en movimiento; no la de<br />

iluminar, sino la de comunicar un dinamismo. Sin embargo,<br />

este aspecto no es exclusivo. También se expresan otros<br />

aspectos que preparan la revelación sucesiva. Ante todo, el<br />

aspecto de interioridad. El aliento, en efecto, entra al<br />

interior <strong>del</strong> hombre. En lenguaje bíblico, esta constatación<br />

se puede expresar diciendo que Dios infunde el espíritu en<br />

los corazones (Cfr. Ez 36, 26; Rom 5, 5). Al ser tan sutil, el<br />

aire penetra no sólo en nuestro organismo, sino también en<br />

todos los espacios e intersticios; esto ayuda a entender que<br />

'el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor llena la tierra' (Sab 1, 7) y que<br />

'penetra', en especial, 'todos los espíritus' (7, 23), como<br />

dice el libro de la Sabiduría.<br />

Con el aspecto de la interioridad está ligado el aspecto <strong>del</strong><br />

conocimiento. '¿Qué hombre conoce lo íntimo <strong>del</strong> hombre,<br />

sino el espíritu <strong>del</strong> hombre que está en él?' (1 Cor 2, 11).<br />

Sólo nuestro espíritu conoce nuestras reacciones íntimas,<br />

nuestros pensamientos aún no comunicados a los demás.<br />

De modo análogo, y con mayor razón, el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor,<br />

que está presente en el interior de todos los seres <strong>del</strong><br />

universo, conoce todo desde dentro (Cfr. Sab 1, 7). Más<br />

aún, 'el <strong>Espíritu</strong> todo lo sondea, hasta las profundidades de<br />

Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong> de<br />

Dios' (1 Cor 2, 10.11).<br />

5. Cuando se trata de conocimiento y de comunicación<br />

entre las personas, el soplo tiene una conexión natural con<br />

la palabra. En efecto, para hablar hacemos uso de nuestro<br />

soplo. Las cuerdas vocales hacen vibrar nuestro soplo, el<br />

cual transmite así los sonidos de las palabras. Inspirándose<br />

en este hecho, la Biblia establecía un paralelismo entre la<br />

palabra y el soplo (Cfr. Is 11, 4), o entre la palabra y el<br />

espíritu. Gracias al soplo, la palabra se propaga; <strong>del</strong> soplo<br />

la palabra toma fuerza y dinamismo. El Salmo 32/33 aplica<br />

este paralelismo al acontecimiento primordial de la


Creación y dice: 'Por la palabra de Yahvéh fueron hechos<br />

los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada ' (v. 6).<br />

En textos semejantes, podemos vislumbrar una lejana<br />

preparación de la revelación cristiana <strong>del</strong> misterio de la<br />

Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación;<br />

él la ha realizado mediante su Palabra, es decir, mediante<br />

su Verbo e Hijo, y mediante su Soplo, el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

6. La multiplicidad de los significados <strong>del</strong> término hebreo<br />

ruah, usado en la Biblia para designar al <strong>Espíritu</strong>, parece<br />

engendrar una cierta confusión: efectivamente, en un<br />

determinado texto, con frecuencia no es posible definir el<br />

sentido preciso de la palabra: se puede dudar entre viento<br />

y respiración, entre aliento y espíritu, entre espíritu creado<br />

y <strong>Espíritu</strong> divino.<br />

Esta multiplicidad, sin embargo, es, ante todo, una riqueza,<br />

porque pone muchas realidades en comunicación fecunda.<br />

Aquí conviene renunciar, en <strong>parte</strong>, a las pretensiones de<br />

una racionalidad preocupada por la precisión, para abrirse a<br />

perspectivas más anchas. Nos ha de resultar útil, cuando<br />

pensamos en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, tener presente que su<br />

nombre bíblico significa 'soplo' y tiene relación con el soplo<br />

potente <strong>del</strong> viento y con el soplo íntimo de nuestra<br />

respiración. En vez de atenernos a un concepto demasiado<br />

intelectual y árido, encontraremos provecho al acoger esta<br />

riqueza de imágenes y de hechos. Las traducciones, por<br />

desgracia, no pueden transmitírnosla en su totalidad,<br />

porque se encuentran con frecuencia forzadas a elegir otros<br />

términos. Para traducir la palabra hebrea ruah, la versión<br />

griega de los Setenta usa 24 términos diversos y por<br />

consiguiente no permite captar todas las conexiones que se<br />

hallan entre los textos de la Biblia hebrea.<br />

7. Como conclusión de este análisis terminológico de los<br />

textos <strong>del</strong> Antiguo Testamento sobre el ruah, podemos<br />

decir que de ellos el soplo de Dios aparece como la fuerza<br />

que hace vivir a las criaturas. Aparece como una realidad


íntima de Dios, que obra en la intimidad <strong>del</strong> hombre.<br />

Aparece como una manifestación <strong>del</strong> dinamismo de Dios<br />

que se comunica a las criaturas. Aun sin ser aún concebido<br />

como Persona distinta, en el ámbito <strong>del</strong> ser divino, el 'soplo'<br />

o '<strong>Espíritu</strong>', de Dios se distingue, en cierto modo, de Dios<br />

que lo manda para obrar en las criaturas. Así, incluso bajo<br />

el aspecto literario, la mente humana queda preparada para<br />

recibir la revelación de la Persona <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que<br />

aparecerá como expresión de la vida íntima de Dios y de su<br />

omnipotencia.<br />

La acción creadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios<br />

(10.I.90)<br />

1. La importancia que se da en el lenguaje bíblico al ruah<br />

como 'soplo de Dios' parece demostrar que la analogía<br />

entre la acción divina invisible, espiritual, penetrante,<br />

omnipotente, y el viento, tiene su raíz en la psicología y en<br />

la tradición de donde se alimentaban y que al mismo<br />

tiempo enriquecían los autores sagrados. Aun dentro de la<br />

variedad de significados derivados, el término servía<br />

siempre para expresar una 'fuerza vital' que actúa desde<br />

fuera o desde dentro <strong>del</strong> hombre y <strong>del</strong> mundo. Incluso<br />

cuando no designaba directamente a la persona divina, el<br />

término referido a Dios .'espíritu (o soplo) de Dios'.<br />

imprimía y hacía crecer en el alma de Israel la idea de un<br />

Dios espiritual que interviene en la historia y en la vida <strong>del</strong><br />

hombre, y preparaba el terreno para la futura revelación<br />

<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

Así, podemos decir que ya en la narración de la creación,<br />

en el libro <strong>del</strong> Génesis, la presencia <strong>del</strong> 'espíritu (o viento)<br />

de Dios', que aleteaba sobre las aguas mientras la tierra<br />

estaba desierta y vacía, y las tinieblas cubrían el abismo<br />

(Cfr. Gen 1, 2), es una referencia de notable eficacia a<br />

'aquella fuerza vital'. Con ella se quiere sugerir que el<br />

'soplo' o 'espíritu' de Dios desempeñó un papel en la


creación: casi un poder de animación, junto con la 'palabra'<br />

que da el ser y el orden a las cosas.<br />

2.. La conexión entre el espíritu de Dios y las aguas, que<br />

observamos al principio de la narración de la creación,<br />

vuelve parecer de otra forma en diversos pasajes de la<br />

Biblia y se hace más estrecha porque el <strong>Espíritu</strong> mismo es<br />

presentado como un agua fecundante, manantial de nueva<br />

vida. En el libro de la consolación, el segundo Isaías<br />

expresa esta promesa de Dios: 'Derramaré agua sobre el<br />

sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi<br />

espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti<br />

nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos<br />

junto a corrientes de aguas' (Is 44, 3.4). El agua que Dios<br />

promete verter es su espíritu, que 'derramará' sobre los<br />

hijos de su pueblo. De forma semejante el profeta Ezequiel<br />

anuncia que Dios 'derramará' su espíritu sobre la casa de<br />

Israel (Ez 39, 29) y el profeta Joel usa la misma expresión<br />

que compara el espíritu a un agua derramada: 'Derramaré<br />

mi espíritu en toda carne...' (Jl 3, 11).<br />

El simbolismo <strong>del</strong> agua, con referencia al <strong>Espíritu</strong> será<br />

recogido por los autores <strong>del</strong> Nuevo Testamento y<br />

enriquecido con nuevos detalles. Tendremos ocasión de<br />

volver sobre él.<br />

3. En la narración de la creación, tras la mención inicial <strong>del</strong><br />

espíritu o soplo de Dios que aleteaba sobre las aguas (Gen<br />

1, 2) no encontramos más la palabra ruah, nombre hebreo<br />

<strong>del</strong> espíritu. Sin embargo, el modo en que es descrita la<br />

creación <strong>del</strong> hombre sugiere una relación con el espíritu o<br />

soplo de Dios. En efecto, se lee que, después de haber<br />

formado al hombre con el polvo <strong>del</strong> suelo, el Señor Dios<br />

'insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre<br />

un ser viviente' (Gen 2, 7). La palabra 'aliento' (en hebreo<br />

neshama) es un sinónimo de 'soplo' o 'espíritu' (ruah),<br />

como se deduce <strong>del</strong> paralelismo con otros textos: en vez de<br />

'aliento de vida' leemos 'soplo de vida' en Génesis 6, 17.


Por otra <strong>parte</strong>, la acción de 'insuflar', atribuida a Dios en la<br />

narración de la creación, es aplicada al <strong>Espíritu</strong> en la visión<br />

profética de la resurrección (Ez 37, 9).<br />

Por tanto, la Sagrada Escritura nos quiere dar a entender<br />

que Dios ha intervenido por medio de su soplo o espíritu<br />

para hacer <strong>del</strong> hombre un ser animado. En el hombre hay<br />

un 'aliento de vida', que procede <strong>del</strong> 'soplar' de Dios<br />

mismo. En el hombre hay un soplo o espíritu que se<br />

asemeja al soplo o espíritu de Dios. Cuando el libro <strong>del</strong><br />

Génesis, en el capitulo segundo, habla de la creación de los<br />

animales (v. 19), no alude a una relación tan estrecha con<br />

el soplo de Dios. Desde el capítulo anterior sabemos que el<br />

hombre fue creado 'a imagen y semejanza de Dios' (1,<br />

26.27).<br />

4. Otros textos, sin embargo, admiten que también los<br />

animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron<br />

de Dios. Bajo este aspecto el hombre, salido de las manos<br />

de Dios, aparece solidario con todos los seres vivientes. Así<br />

el salmo 103/104 no establece distinción entre los hombres<br />

y los animales cuando dice, dirigiéndose a Dios Creador:<br />

'Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo<br />

su alimento; tú se lo das y ellos lo toman' (vv. 27.28).<br />

Luego, el salmista añade: 'Les retiras su soplo, y expiran, y<br />

a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y<br />

renuevas la faz de la tierra' (vv. 29.30). Por consiguiente,<br />

la existencia de las criaturas depende de la acción <strong>del</strong><br />

soplo-espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también<br />

conserva y renueva continuamente la faz de la tierra.<br />

5. La primera creación, desgraciadamente, fue devastada<br />

por el pecado. Sin embargo, Dios no la abandonó a la<br />

destrucción, sino que preparó su salvación, que debía<br />

constituir una 'nueva creación' (Cfr. Is 65, 17; Gal 6, 15;<br />

Ap 21, 5). La acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios para esta nueva<br />

creación es sugerida por la famosa profecía de Ezequiel<br />

sobre la resurrección. En una visión impresionante, el


profeta tiene ante los ojos una vasta llanura 'llena de<br />

huesos', y recibe la orden de profetizar sobre estos huesos<br />

y anunciar: 'Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvéh,<br />

Así dice el Señor Yahvéh a estos huesos: he aquí que yo<br />

voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis...' (Ez<br />

37, 1.5). El profeta cumple la orden divina y ve 'un<br />

estremecimiento y los huesos se juntaron unos con otros'<br />

(37, 7). Luego aparecen los nervios, la carne crece, la piel<br />

se extiende por encima, y finalmente, obedeciendo a la voz<br />

<strong>del</strong> profeta, el espíritu entra en aquellos cuerpos, que<br />

vuelven entonces a la vida y se incorporan sobre sus pies<br />

(37, 8.10).<br />

El primer sentido de esta visión era el de anunciar la<br />

restauración <strong>del</strong> pueblo de Israel tras la devastación y el<br />

exilio: 'Estos huesos son toda la casa de Israel', dice el<br />

Señor. Los israelitas se consideraban perdidos, sin<br />

esperanza. Dios les promete: 'Infundiré mi espíritu en<br />

vosotros y viviréis' (37, 14). Sin embargo, a la luz <strong>del</strong><br />

misterio pascual de Jesús, las palabras <strong>del</strong> profeta<br />

adquieren un sentido más fuerte, el de anunciar una<br />

verdadera resurrección de nuestros cuerpos mortales<br />

gracias a la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. El Apóstol Pablo,<br />

expresa esta certeza de fe, diciendo: 'Si el <strong>Espíritu</strong> de Aquel<br />

que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en<br />

vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos<br />

dará también la vid vuestros cuerpos mortales por su<br />

<strong>Espíritu</strong> que habita en vosotros' (Rom 8,11 ). En efecto, la<br />

nueva creación tuvo su inicio gracias a la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> en la muerte y resurrección de Cristo. En su Pasión,<br />

Jesús acogió plenamente la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en su<br />

ser humano (Cfr. Hb 9,14), quien lo condujo, a través de la<br />

muerte, a una nueva vida (Cfr. Rom 6,10) que él tiene<br />

poder de comunicar a todos los creyentes, transmitiéndoles<br />

este mismo <strong>Espíritu</strong>, primero de modo inicial en el<br />

bautismo, y luego plenamente en la resurrección final.


La tarde de Pascua, Jesús resucitado, apareciéndose a los<br />

discípulos en el Cenáculo, renueva sobre ellos la misma<br />

acción que Dios Creador había realizado sobre Adán. Dios<br />

había 'soplado' sobre el cuerpo <strong>del</strong> hombre para darle vida.<br />

Jesús 'sopla' sobre los discípulos y les dice: 'Recibid el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' (Jn 20, 22).<br />

El soplo humano de Jesús sirve así a la realización de una<br />

obra divina más maravillosa aún que la inicial. No se trata<br />

sólo de crear un hombre vivo, como en la primera creación,<br />

sino de introducir a los hombres en la vida divina.<br />

6. Con razón, pues, San Pablo establece un paralelismo y<br />

una antítesis entre Adán y Cristo, entre la primera y la<br />

segunda creación, cuando escribe: 'Pues si hay un cuerpo<br />

natural (en griego psychilkon, de psyché que significa<br />

alma), hay también un cuerpo espiritual (pneumatikon, es<br />

decir, completamente penetrado y transformado por el<br />

<strong>Espíritu</strong> de Dios). En efecto, si es como dice la Escritura:<br />

Fue hecho el primer hombre, Adán, un alma viviente (Gen<br />

2, 7); el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15, 45).<br />

Cristo resucitado, nuevo Adán, está tan penetrado, en su<br />

humanidad, por el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, que puede llamarse él<br />

mismo 'espíritu'. En efecto, su humanidad no tiene sólo la<br />

plenitud <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> por sí misma, sino también la<br />

capacidad de comunicar la vida <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> a todos los<br />

hombres. 'Por tanto, el que está en Cristo -escribe San<br />

Pablo- es una nueva creación' (2 Cor 5, 17).<br />

Se manifiesta así plenamente, en el misterio de Cristo<br />

muerto y resucitado, la acción creadora y renovadora <strong>del</strong><br />

<strong>Espíritu</strong> de Dios, que la Iglesia invoca diciendo: 'Veni,<br />

Creator Spiritus', 'Ven <strong>Espíritu</strong> Creador'.<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> conduce y penetra la<br />

historia de Israel (17.I.90)


1. El Antiguo Testamento nos ofrece preciosos testimonios<br />

sobre el papel reconocido <strong>del</strong> '<strong>Espíritu</strong>' de Dios (como<br />

'soplo', 'aliento', 'fuerza vital', simbolizado por el viento) no<br />

sólo en los libros que recogen la producción religiosa y<br />

literaria de los autores sagrados, espejo de la psicología y<br />

<strong>del</strong> lenguaje de Israel, sino también en la vida de los<br />

personajes que hacen de guías <strong>del</strong> pueblo en su camino<br />

histórico hacia el futuro mesiánico.<br />

Es el <strong>Espíritu</strong> de Dios quien, según los autores sagrados,<br />

actúa sobre los jefes haciendo que ellos no sólo obren en<br />

nombre de Dios, sino también que con su acción sirvan de<br />

verdad al cumplimiento de los planes divinos, y por lo tanto<br />

miren no tanto a la construcción y el engrandecimiento de<br />

su propio poder personal o dinástico según las perspectivas<br />

de una concepción monárquica o aristocrática, sino más<br />

bien a la prestación de un servicio útil a los demás y en<br />

especial al pueblo. Se puede decir que, a través de esta<br />

mediación de los jefes, el <strong>Espíritu</strong> de Dios penetra y<br />

conduce la historia de Israel.<br />

2. Ya en la historia de los patriarcas se observa que hay<br />

una mano superior, realizadora de un plan que mira a su<br />

'descendencia', que los guía y conduce en su camino, en<br />

sus desplazamientos, en sus vicisitudes. Entre ellos<br />

tenemos a José, en quien reside el <strong>Espíritu</strong> de Dios como<br />

espíritu de sabiduría, descubierto por el faraón, que<br />

pregunta a sus ministros: '¿Acaso se encontrará otro como<br />

éste que tenga el espíritu de Dios?' (Gen 41, 38). El espíritu<br />

de Dios hace a José capaz de administrar el país y de<br />

realizar su extraordinaria función no sólo en favor de su<br />

familia y las ramificaciones genealógicas de ésta, sino con<br />

vistas a toda la futura historia de Israel.<br />

También sobre Moisés, mediador entre Yahvéh y el pueblo,<br />

actúa el espíritu de Dios, que lo sostiene y lo guía en el<br />

éxodo que llevará a Israel a tener una patria y a convertirse<br />

en un pueblo independiente, capaz de realizar su tarea


mesiánica. En un momento de tensión en el ámbito de las<br />

familias acampadas en el desierto, cuando Moisés se<br />

lamenta ante Dios porque se siente incapaz de llevar 'el<br />

peso de todo este pueblo' (Nm 11, 14), Dios le manda<br />

escoger setenta hombres, con los que podrá establecer una<br />

primera organización <strong>del</strong> poder directivo para aquellas<br />

tribus en camino, y le anuncia: 'Tomaré <strong>parte</strong> <strong>del</strong> espíritu<br />

que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo<br />

la carga <strong>del</strong> pueblo, y no la tengas que llevar tú solo' (Nm<br />

11, 17). Y efectivamente, reunidos setenta ancianos en<br />

torno a la tienda <strong>del</strong> encuentro, 'Yahvéh... tomó algo <strong>del</strong><br />

espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos'<br />

(Nm 11, 25).<br />

Cuando, al fin de su vida, Moisés debe preocuparse de<br />

dejar un jefe en la comunidad, para que 'no quede como<br />

rebaño sin pastor', el Señor le señal Josué, 'hombre en<br />

quien está el espíritu' (Nm 27, 17-18), y Moisés le impone<br />

'su mano' a fin de que también él esté 'lleno <strong>del</strong> espíritu de<br />

sabiduría' (Dt 34, 9). Son casos típicos de la presencia y de<br />

la acción <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> en los 'pastores' <strong>del</strong> pueblo.<br />

3. A veces el don <strong>del</strong> espíritu es conferido también a quien,<br />

a pesar de no ser jefe, está llamado por Dios a prestar un<br />

servicio de alguna importancia en especiales momentos y<br />

circunstancias. Por ejemplo, cuando se trata de construir la<br />

'tienda <strong>del</strong> encuentro' y el 'arca de la Alianza', Dios dice a<br />

Moisés: 'Mira que he designado a Besalel... y le he llenado<br />

<strong>del</strong> espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y<br />

experiencia en toda clase de trabajos' (Ex 31, 2.3; cfr. 35,<br />

31). Es más, incluso respecto a los compañeros de trabajo<br />

de este artesano, Dios añade: 'En el corazón de todos los<br />

hombres hábiles he infundido habilidad para que hagan<br />

todo lo que te he mandado: la tienda <strong>del</strong> encuentro, el arca<br />

<strong>del</strong> testimonio' (Ex 31, 6.7).<br />

En el libro de los Jueces se exaltan hombres que al principio<br />

son 'héroes liberadores', pero que luego se convierten


también en gobernadores de ciudades y distritos, en el<br />

período de reorganización entre el régimen tribal y el<br />

monárquico. Según el uso <strong>del</strong> verbo shafat, 'juzgar', en las<br />

lenguas semíticas emparentadas con el hebreo, son<br />

considerados no sólo como administradores de la justicia<br />

sino también como jefes de sus poblaciones. Son suscitados<br />

por Dios, que les comunica su espíritu (soplo. ruah) como<br />

respuesta a súplicas dirigidas a El en situaciones críticas.<br />

Muchas veces en el libro de los Jueces se atribuye su<br />

aparición y su acción victoriosa a un don <strong>del</strong> espíritu. Así en<br />

el caso de Otniel, el primero de los grandes jueces cuya<br />

historia se resume, se dice que 'los israelitas clamaron a<br />

Yahvéh y Yahvéh suscitó a los israelitas un libertador que<br />

los salvó: Otniel... El espíritu de Yahvéh vino sobre él y fue<br />

juez de Israel' (Jue 3, 9.10).<br />

En el caso de Gedeón el acento se pone en la potencia de la<br />

acción divina: 'El espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón' (Jue<br />

6, 34). También de Jefté se dice que 'el espíritu de Yahvéh<br />

vino sobre Jefté' (Jue 11, 29). Y de Sansón: 'El espíritu de<br />

Yahvéh comenzó a excitarle' (Jue 13, 25). El espíritu de<br />

Dios en estos casos es quien otorga fuerza extraordinaria,<br />

valor para tomar decisiones, a veces habilidad estratégica,<br />

por las que el hombre se vuelve capaz de realizar la misión<br />

que se le ha encomendado para la liberación y la guía <strong>del</strong><br />

pueblo.<br />

4. Cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los<br />

Reyes, según la petición de los israelitas que querían tener<br />

'un rey para que nos juzgue, como todas las naciones' (1<br />

Sm 8, 5), el anciano juez y liberador Samuel hace que<br />

Israel no pierda el sentimiento de la pertenencia a Dios<br />

como pueblo elegido y que quede asegurado el elemento<br />

esencial de la teocracia, a saber, el reconocimiento de los<br />

derechos de Dios sobre el pueblo. La unción de los reyes<br />

como rito de institución es el signo de la investidura divina<br />

que pone un poder político al servicio de una finalidad<br />

religiosa y mesiánica. En este sentido, Samuel, después de


haber ungido a Saúl y haberle anunciado el encuentro en<br />

Guibeá con un grupo de profetas que vendrían<br />

salmodiando, le dice: 'Te invadirá entonces el espíritu de<br />

Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado<br />

en otro hombre' (1 Sm 10, 6). Y efectivamente, 'apenas<br />

(Saúl) volvió las espaldas para dejar a Samuel, le cambió<br />

Dios el corazón... le invadió el espíritu de Dios, y se puso<br />

en trance en medio de ellos' (1 Sm 10, 9.10). También<br />

cuando llegó la hora de las primeras iniciativas de batalla,<br />

'invadió a Saúl el espíritu de Dios' (1 Sm 11, 6). Se cumplía<br />

así en él la promesa de la protección y de la alianza divina<br />

que había sido hecha a Samuel :'Dios está contigo' (l Sm<br />

10, 7). Cuando el espíritu de Dios abandona a Saúl, que es<br />

perturbado por un espíritu malo (Cfr. 1 Sm 16, 14), ya está<br />

en el escenario David, consagrado por el anciano Samuel<br />

con la unción por la que 'a partir de entonces, vino sobre<br />

David el espíritu de Yahvéh' (1 Sm 16, 13).<br />

5. Con David, mucho más que con Saúl, toma consistencia<br />

el ideal <strong>del</strong> rey ungido por el Señor, figura <strong>del</strong> futuro Rey-<br />

Mesías, que será el verdadero liberador y salvador de su<br />

pueblo. Aunque los sucesores de David no alcanzarán su<br />

estatura en la realización de la realeza mesiánica, más aún,<br />

aunque no pocos prevaricarán contra la Alianza de Yahvéh<br />

con Israel, el ideal <strong>del</strong> Rey Mesías no desaparecerá y se<br />

proyectará hacia el futuro cada vez más en términos de<br />

espera, caldeada por los anuncios proféticos.<br />

Especialmente Isaías pone de relieve la relación entre el<br />

espíritu de Dios y el Mesías: 'Reposará sobre él el espíritu<br />

de Yahvéh' (Is 11, 2). Será también espíritu de fortaleza;<br />

pero ante todo espíritu de sabiduría: '<strong>Espíritu</strong> de sabiduría e<br />

inteligencia, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh', el que<br />

impulsará al Mesías actuar con justicia en favor de los<br />

miserables, de los pobres y de los oprimidos (Is 11, 2.4).<br />

Por tanto, el santo espíritu <strong>del</strong> Señor (Is 42, 1; cfr. 61, 1<br />

ss.; 63, 10-13; Sal 50/51, 13; Sab 1, 5; 9, 17), su 'soplo'


(ruah), que recorre toda la historia bíblica, será dado en<br />

plenitud al Mesías. Ese mismo espíritu que alienta sobre el<br />

caos antes de la creación (Cfr. Gen 1, 2), que da la vid<br />

todos los seres (Cfr. Sal 103/104, 29.30; 33, 6; Gen 2, 7;<br />

37, 5.6. 9.10) que suscita a los Jueces (Cfr. Jue 3, 10; 6,<br />

34; 11, 29) y los Reyes (Cfr. 1 Sm 11, 6), que capacita a<br />

los artesanos para el trabajo <strong>del</strong> santuario (Cfr. Ex 31, 3;<br />

35, 31), que da la sabiduría a José (Cfr. Gen 41, 38), la<br />

inspiración a Moisés y a los profetas (Cfr. Nm 11, 17.<br />

25.26; 24, 2; 1 5 10, 6.10; 19, 20), como a David (Cfr. 1<br />

Sm 16, 13; 2 5 23, 2), descenderá sobre el Mesías con la<br />

abundancia de sus dones (Cfr. Is 11, 2) y lo hará capaz de<br />

realizar su misión de justicia y de paz. Aquel sobre quien<br />

Dios 'haya puesto su espíritu' 'dictará ley a las naciones' (Is<br />

42, 1); 'no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la<br />

tierra el derecho' (42, 4).<br />

6. "De qué manera 'implantará el derecho' y liberará a los<br />

oprimidos? Será, tal vez, con la fuerza de las armas, como<br />

habían hecho los Jueces, bajo el Impulso <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, y<br />

como hicieron, muchos siglos después, los Macabeos? El<br />

Antiguo Testamento no permitía dar una respuesta clara a<br />

esta pregunta. Algunos pasajes anunciaban intervenciones<br />

violentas, como por ejemplo el texto de Isaías que dice:<br />

'Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr<br />

por tierra su sangre' (Is 63, 6). Otros en cambio, insistían<br />

en la abolición de toda lucha: 'No levantará espada nación<br />

contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra' (Is 2, 4).<br />

La respuesta debía ser revelada por el modo en que el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> guiaría a Jesús en su misión: por el<br />

Evangelio sabemos que el <strong>Espíritu</strong> impulsó a Jesús a<br />

rechazar el uso de las armas y toda ambición humana y a<br />

conseguir una victoria divina por medio de una generosidad<br />

ilimitada, derramando su propia sangre para liberarnos de<br />

nuestros pecados. Así se manifestó de manera decisiva la<br />

acción directiva <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.


La acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

(14.II.90)<br />

1. Recogiendo el hilo de la catequesis precedente, podemos<br />

escoger entre los datos bíblicos ya referidos el aspecto<br />

profético de la acción ejercida por el espíritu de Dios sobre<br />

los jefes <strong>del</strong> pueblo, sobre los reyes y sobre el Mesías. Ese<br />

aspecto requiere una reflexión ulterior porque el profetismo<br />

es el filón a lo largo <strong>del</strong> cual discurre la historia de Israel,<br />

dominada por la figura destacada de Moisés, el 'profeta'<br />

más excelso, 'a quien Yahvéh trataba cara a cara' (Dt 34,<br />

10). A lo largo de los siglos los israelitas adquieren cada<br />

vez más familiaridad con el binomio 'la Ley y los Profetas',<br />

como síntesis expresiva <strong>del</strong> patrimonio espiritual confiado<br />

por Dios a su pueblo. Y mediante su espíritu es como Dios<br />

habla y actúa en los padres, y de generación en generación<br />

prepara los tiempos nuevos.<br />

2. Sin duda que el fenómeno profético, tal como se observa<br />

históricamente, está ligado a la palabra. El profeta es un<br />

hombre que habla en nombre de Dios, y transmite a<br />

quienes lo escuchándolo leen todo lo que Dios quiere dar a<br />

conocer sobre el presente y sobre el futuro. El espíritu de<br />

Dios anima la palabra y la vuelve vital. Comunica al profeta<br />

y a su palabra un cierto 'pathos' divino, por el que se hace<br />

vibrante, a veces apasionada y dolorosa, y siempre<br />

dinámica.<br />

Con cierta frecuencia la Biblia describe episodios<br />

significativos, en los que se observa que el espíritu de Dios<br />

recae sobre alguien, el cual pronuncia un oráculo profético.<br />

Así sucede en el caso de Balaam: Le invadió el espíritu de<br />

Dios' (Nm 24, 2). Entonces 'entonó su trova y dijo:<br />

...Oráculo <strong>del</strong> que oye los dichos de Dios, <strong>del</strong> que ve la<br />

visión de Sadday, <strong>del</strong> que obtiene respuesta, y se le abren<br />

los ojos...' (Nm 24, 3.4), Es la famosa 'profecía' que,<br />

aunque se refiera directamente a Saúl (Cfr. 1 Sm 15, 8) y a<br />

David (Cfr. 1 Sm 30, 1 ss.) en la lucha contra los


amalecitas, evoca al mismo tiempo al futuro Mesías: 'Lo<br />

veo aunque no para ahora, lo diviso pero no de cerca: de<br />

Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel...' (Nm<br />

24, 17).<br />

3. Otro aspecto <strong>del</strong> espíritu profético al servicio de la<br />

palabra es que ese espíritu se puede comunicar y casi<br />

'subdividir', según las necesidades <strong>del</strong> pueblo, como en el<br />

caso de Moisés, preocupado por el número de los israelitas<br />

que debía guiar y gobernar, y que eran ya 'seiscientos mil<br />

de a pie' (Nm 11, 21). El Señor le mandó que escogiera y<br />

reuniera 'setenta ancianos de Israel, de los que sabes que<br />

son ancianos y escribas <strong>del</strong> pueblo' (Nm 11, 16). Una vez<br />

hecho eso, el Señor 'formó algo <strong>del</strong> espíritu que había en él<br />

y se lo dio a los setenta ancianos. Y en cuanto reposó sobre<br />

ellos el espíritu, se pusieron a profetizar...' (Nm 11, 25).<br />

Eliseo, cuando estaba para suceder a Elías, quería recibir<br />

incluso 'dos tercios <strong>del</strong> espíritu' <strong>del</strong> gran profeta, una<br />

especie de doble <strong>parte</strong> de la herencia que tocaba al hijo<br />

mayor (Cfr. Dt 21, 17) para ser así reconocido como su<br />

principal heredero espiritual entre la muchedumbre de los<br />

profetas y de los 'hijos de los profetas' agrupados en<br />

comunidades (2 Re 2, 3). Pero el espíritu no se transmite<br />

de profeta a profeta como una herencia terrena: es Dios<br />

quien lo concede. De hecho así sucede, y los 'hijos de los<br />

profetas' lo constatan: 'El espíritu de Elías reposa sobre<br />

Eliseo' (2 Re 2, 15; cfr. 6. 17).<br />

4. En los contactos de Israel con los pueblos vecinos no<br />

faltaron manifestaciones de falso profetismo, que llevaron a<br />

la formación de grupos de exaltados, los cuales sustituían<br />

con música y gesticulaciones el espíritu procedente de Dios<br />

y se adherían incluso al culto de Baal. Elías entabló una<br />

decisiva batalla contra esos profetas (Cfr. 1 Re 18, 25.29),<br />

permaneciendo solitario en su grandeza. Eliseo, por su<br />

<strong>parte</strong>, mantuvo más relaciones con algunos grupos, que<br />

parecían haberse enmendado (Cfr. 2 Re 2, 3).


En la genuina tradición bíblica se defienda y se reivindica la<br />

verdadera idea <strong>del</strong> profeta como hombre de la palabra de<br />

Dios, instituido por Dios, como Moisés y a continuación de<br />

él (Cfr. Dt 18, 15). En efecto, Dios promete a Moisés 'Yo les<br />

suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta<br />

semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les<br />

dirá todo lo que yo le mande' (Dt 18, 18). Esta promesa va<br />

acompañada por una advertencia contra los abusos <strong>del</strong><br />

profetismo: 'Si un profeta tiene la presunción de decir en<br />

mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y<br />

habla en nombre de otros dioses. ese profeta morirá. Acaso<br />

vas a decir en tu corazón: '¿cómo sabremos que ésta<br />

palabra no la ha dicho Yahvéh?'. Si ese profeta habla en<br />

nombre de Yahvéh. y lo que dice queda sin efecto y no se<br />

cumple, es que Yahvéh no ha dicho tal palabra' (Dt 18,<br />

20.22).<br />

Otro aspecto de ese criterio de juicio es la fi<strong>del</strong>idad a la<br />

doctrina entregada por Dios a Israel, en la resistencia a las<br />

seducciones de la idolatría (Cfr. Dt 1, 2 ss.). Así se explica<br />

la hostilidad contra los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 6 ss.;<br />

2 Re 3, 13; Jer 2, 26; 5. 13; 23, 9 40; Miq 3, 11; Za 13,<br />

2). Tarea <strong>del</strong> profeta, como hombre de la palabra de Dios,<br />

es combatir el 'espíritu de mentira' que se encuentra en la<br />

boca de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 23), para proteger<br />

al pueblo de su influencia. Es una misión recibida de Dios.<br />

como proclama Ezequiel: 'La palabra de Yahvéh me fue<br />

dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra<br />

los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por<br />

su propia cuenta: " "Ay de los profetas insensatos que<br />

siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!' (Ez 13.<br />

2.3) .<br />

5. El profeta. Hombre de la palabra. Debe ser también<br />

'Hombre <strong>del</strong> espíritu'. Como ya lo llama Oseas (9. 7): debe<br />

tener el espíritu de Dios, y no sólo el propio espíritu. si ha<br />

de hablar en nombre de Dios.


El concepto lo desarrolla sobre todo Ezequiel. que deja<br />

entrever la toma de conciencia ya hecha <strong>acerca</strong> de la<br />

profunda realidad <strong>del</strong> profetismo. Hablar en nombre de Dios<br />

requiere. en el profeta. la presencia <strong>del</strong> espíritu de Dios.<br />

Esta presencia se manifiesta en un contacto que Ezequiel<br />

llama 'visión'. En quien se beneficia de ese contacto. la<br />

acción <strong>del</strong> espíritu de Dios garantiza la verdad de la palabra<br />

pronunciada. Encontramos aquí un nuevo indicio <strong>del</strong> lazo<br />

existente entre palabra y espíritu que prepara linguística y<br />

conceptualmente el lazo que se establece en el Nuevo<br />

Testamento. en un nivel más elevado. entre el Verbo y el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

Ezequiel tiene conciencia de estar personalmente animado<br />

por el espíritu: 'El espíritu entró en mí )escribe) como se<br />

me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me<br />

hablaba' (Ez 2. 2). El espíritu entra en el interior de la<br />

persona <strong>del</strong> profeta. Lo hace tenerse en pie: por tanto,<br />

hace de él un testigo de la palabra divina. Lo levanta y lo<br />

pone en movimiento: 'El espíritu me levantó y me arrebató'<br />

(Ez 3, 14). Así se manifiesta el dinamismo <strong>del</strong> espíritu (Cfr.<br />

Ez 8, 3: 11. 1. 5. 24; 43. 5). Ezequiel. por lo demás precisa<br />

que está hablando <strong>del</strong> 'espíritu de Yahvéh' (11. 5).<br />

6. El aspecto dinámico de la acción profética <strong>del</strong> espíritu<br />

divino destaca fuertemente en las profecías de Ageo y de<br />

Zacarías. lo cuales. tras el retorno <strong>del</strong> exilio, impulsaron<br />

vigorosamente a los israelitas a emprender la obra de la<br />

reconstrucción <strong>del</strong> Templo de Jerusalén. El resultado de la<br />

primera profecía de Ageo fue que 'movió Yahvéh el espíritu<br />

de Zorobabel.... gobernador de Judá, y el espíritu de<br />

Josué..., sumo sacerdote. y el espíritu de todo el Resto <strong>del</strong><br />

pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la Casa de<br />

Yahvéh Sebaot' (Ag1, 14). En un segundo oráculo. el<br />

profeta Ageo intervino de nuevo y prometió la ayuda<br />

poderosa <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor: 'Ten ánimo. Zorobabel...;<br />

ánimo Josué...; ánimo, pueblo todo de la tierra. oráculo de<br />

Yahvéh. ""A la obra! ...En medio de vosotros se mantiene


mi <strong>Espíritu</strong>; ""no temáis!' (Ag 2, 4.5). Y de la misma<br />

manera el profeta Zacarías proclamaba: 'Esta es la palabra<br />

de Yahvéh a Zorobabel: No por el valor ni por la fuerza,<br />

sino sólo por mi <strong>Espíritu</strong>. dice Yahvéh Sebaot' (Zac 4. 6).<br />

En los tiempos inmediatamente anteriores al nacimiento de<br />

Jesús no existían ya profetas en Israel y no se sabía hasta<br />

cuándo duraría esa situación (Cfr. Sal 74/73, 9; 1 Mac 9,<br />

27). Sin embargo. uno de los últimos profetas. Joel, había<br />

anunciado una efusión universal <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios que<br />

debía realizarse 'antes de la venida <strong>del</strong> Día de Yahvéh,<br />

grande y terrible' (Jl 3, 4) y debía manifestarse con una<br />

extraordinaria difusión <strong>del</strong> don de profecía. El Señor había<br />

proclamado por medio de él: 'Yo derramaré mi <strong>Espíritu</strong> en<br />

toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran.<br />

vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán<br />

visiones' (3. 1). Así se debía cumplir finalmente el deseo<br />

expresado. muchos siglos antes, por Moisés: "Quién me<br />

diera que todo el pueblo de Yahvéh profetizará porque<br />

Yahvéh les daba su espíritu!' (Nm 11, 29). La inspiración<br />

profética alcanzaría incluso 'a los siervos y a las siervas' (Jl<br />

3, 2). superando toda distinción de niveles culturales o<br />

condiciones sociales. Entonces la salvación se ofrecería a<br />

todos: 'Todo el que invoque el nombre de Yahvéh será<br />

salvo' (Jl 3, 5).<br />

Como hemos visto en una catequesis precedente, esta<br />

profecía de Joel encontró su cumplimiento el día de<br />

Pentecostés, de forma que el Apóstol Pedro, dirigiéndose a<br />

la muchedumbre asombrada, pudo declarar: 'Es lo que dijo<br />

el profeta Joel' y recitó el oráculo <strong>del</strong> profeta (Hech 2,<br />

16)21), explicando que Jesús 'exaltado por la diestra de<br />

Dios, ha recibido <strong>del</strong> Padre el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> prometido y lo<br />

ha derramado' en abundancia (Cfr. Hech 2. 33). Desde<br />

aquel día en a<strong>del</strong>ante. la acción profética <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

se ha manifestado continuamente en la Iglesia para darle<br />

luz y aliento.


Acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

(21.II.90)<br />

1. El espíritu divino, según la Biblia, no es sólo luz que<br />

ilumina dando el conocimiento y suscitando la profecía, sino<br />

también fuerza que santifica. En efecto, el espíritu de Dios<br />

comunica la santidad, porque él mismo es 'espíritu de<br />

santidad'. 'espíritu santo'. Se atribuye este apelativo al<br />

espíritu divino en el capítulo 63 <strong>del</strong> libro de Isaías cuando.<br />

en el largo poema dedicado a exaltar los beneficios de<br />

Yahvéh y a deplorar los descarríos <strong>del</strong> pueblo a lo largo de<br />

la historia de Israel, el autor sagrado dice que 'ellos se<br />

rebelaron y contristaron a su espíritu santo' (Is 63, 10).<br />

Pero añade que después <strong>del</strong> castigo divino. 'se acordó de<br />

los días antiguos, de Moisés su siervo'. para preguntarse:<br />

'¿Dónde está el que puso en él su espíritu santo ?' (Is 63,<br />

11 ). Este apelativo resuena también en el Salmo 50/51,<br />

donde, al pedir perdón y misericordia al Señor (Miserere<br />

mei Deus. secundum misericordiam tuam), el autor le<br />

implora: 'No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de<br />

mi tu santo espíritu' (Sal 50/51, 13). Se trata <strong>del</strong> principio<br />

íntimo <strong>del</strong> bien, que actúa en el interior para llevar a la<br />

santidad (= 'espíritu de santidad ')<br />

2. El libro de la Sabiduría afirma la incompatibilidad entre el<br />

<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y cualquier falta de sinceridad o de justicia:<br />

'Pues el espíritu santo que nos educa huye <strong>del</strong> engaño. se<br />

aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al<br />

sobrevenir la iniquidad' (Sab 1, 5). Se expresa también una<br />

relación muy estrecha entre la sabiduría y el espíritu. En la<br />

sabiduría )dice el autor inspirado. 'hay un espíritu<br />

inteligente, santo' (7, 22), el cual es también 'inmaculado' y<br />

'amante <strong>del</strong> bien'. Dicho espíritu es el mismo espíritu de<br />

Dios, porque 'todo lo puede, todo lo observa' (7, 23). Sin<br />

este 'espíritu santo de Dios' (Cfr. 9. 17) que Dios 'envía de<br />

lo alto', el hombre no puede discernir la santa voluntad de<br />

Dios (9, 13.17) y mucho menos, evidentemente, cumplirla<br />

fielmente.


3. En el Antiguo Testamento la exigencia de santidad está<br />

fuerte mente vinculada a la dimensión cultual y sacerdotal<br />

de la vida de Israel. El culto se debe tributar en un lugar<br />

'santo', lugar de la Morada de Dios tres veces santo (Cfr. Is<br />

6, 1.4). La nube es el signo de la presencia <strong>del</strong> Señor (Cfr.<br />

Ex 40, 34.35; 1 Re 8, 10.11 ); todo, en la tienda, en el<br />

templo. en el altar, en los sacerdotes, desde el primer<br />

consagrado Aarón (Cfr. Ex 29, 1, ss.), debe responder a las<br />

exigencias <strong>del</strong> 'sacro'. que es como una aureola de respeto<br />

y de veneración creada en torno a personas, ritos y lugares<br />

privilegiados por una relación especial con Dios.<br />

Algunos textos de la Biblia afirman la presencia de Dios en<br />

la tienda <strong>del</strong> desierto y en el templo de Jerusalén (Ex 25, 8;<br />

40 34-35; 1 Re 8, 10-13; Ez 43,4-5). Sin embargo, en la<br />

narración misma de la dedicación <strong>del</strong> templo de Salomón se<br />

refiere una oración en la que el rey pone en duda esta<br />

pretensión diciendo: '"Es que verdaderamente habitará Dios<br />

con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de<br />

los cielos no pueden con tenerte, ¡cuánto menos esta Casa<br />

que yo te he construido! (1 Re 8, 27). En los Hechos de los<br />

Apóstoles, san Esteban expresa la misma convicción a<br />

propósito <strong>del</strong> templo: 'El Altísimo no habita en casas hechas<br />

por mano de hombre' (Hech 7, 48). La razón de ello la<br />

explica Jesús mismo en el coloquio con la Samaritana: 'Dios<br />

es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y<br />

verdad' (Jn 4, 24). Una casa material no puede recibir<br />

plenamente la acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>. y por<br />

tanto no puede ser verdaderamente 'morada de Dios'. La<br />

verdadera casa de Dios debe ser una 'casa espiritual'. como<br />

dirá san Pedro, formada por 'piedra vivas', es decir, por<br />

hombres y mujeres santificados interiormente por el<br />

<strong>Espíritu</strong> de Dios (Cfr. 1 Pe 2, 4.10; Ef 2, 21.22).<br />

4. Por ello. Dios prometió el don <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> a los<br />

corazones, en la célebre profecía de Ezequiel, en la que<br />

dice: 'Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las<br />

naciones, profanado allí por vosotros... Os rociaré con agua


pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas<br />

y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un<br />

corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo...<br />

Infundiré mi espíritu en vosotros...' (Ez 36. 23.27). El<br />

resultado de este don estupendo es la santidad efectiva.<br />

vivida con la adhesión sincera la santa voluntad de Dios.<br />

Gracias a la presencia íntima <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>, finalmente<br />

los corazones serán dóciles a Dios y la vida de los fieles<br />

será conforme a la ley <strong>del</strong> Señor. Dios dice: 'difundiré mi<br />

espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis<br />

preceptos y observéis y practiquéis mis normas' (Ez 36.<br />

27). El <strong>Espíritu</strong> santifica de esta forma toda la existencia <strong>del</strong><br />

hombre.<br />

5. Contra el espíritu de Dios combate el 'espíritu de la<br />

mentira' (Cfr. 1 Re 22, 21-23), el 'espíritu inmundo' que<br />

subyuga a hombres y pueblos sometiéndolos a la idolatría.<br />

En el oráculo sobre la liberación de Jerusalén. en<br />

perspectiva mesiánica, que se lee en el libro de Zacarías. el<br />

Señor promete realizar él mismo la conversión <strong>del</strong> pueblo.<br />

haciendo desaparecer el espíritu inmundo: 'Aquel día habrá<br />

una fuente abierta para la casa de David y para los<br />

habitantes de Jerusalén. para lavar el pecado y la<br />

impureza. Aquel día...extirparé yo de esta tierra los<br />

nombres de los ídolos... igualmente a los profetas y el<br />

espíritu de impureza los quitaré de esta tierra...' (Za 13.<br />

1.2: cfr. Jer 23, 9 s.; Ez 13 . 2 ss.) .<br />

El 'espíritu de impureza' será combatido por Jesús (Cfr. Lc<br />

9. 42; 11,24). que hablará. a este propósito, de la<br />

intervención <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios y dirá: 'Si por el <strong>Espíritu</strong><br />

de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a<br />

vosotros el Reino de Dios' (Mt 12. 28). Jesús promete a sus<br />

discípulos la asistencia <strong>del</strong> 'Consolador'. que 'convencerá al<br />

mundo... en lo referente al juicio, porque el Principe de este<br />

mundo está juzgado' (Jn 16. 8.11). A su vez, Pablo hablará<br />

de; <strong>Espíritu</strong> que justifica mediante la fe y la caridad (Cfr.


Gal 5.19 ss.). enseñando la nueva vida 'según el <strong>Espíritu</strong>':<br />

el <strong>Espíritu</strong> nuevo de que hablaban los profetas.<br />

6. Los hombres o pueblos que siguen el espíritu que está en<br />

conflicto con Dios. 'contristan' al espíritu divino. Es una<br />

expresión de Isaías que hemos referido ya y que es<br />

oportuno citar de nuevo en su contexto. Se halla en la<br />

meditación <strong>del</strong> llamado Trito.Isaías sobre la historia de<br />

Israel: 'No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en<br />

persona (Dios) los liberó. Por su amor y su compasión los<br />

liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los<br />

levantó y los llevó todos los días desde siempre. Mas ellos<br />

se rebelaron y contristaron a su <strong>Espíritu</strong> santo' (Is 63,<br />

9.10). El profeta contrapone la generosidad <strong>del</strong> amor<br />

salvífico de Dios para con su pueblo, y la ingratitud de éste.<br />

En su descripción antropomórfica. se conforma con la<br />

psicología humana la atribución al espíritu de Dios de la<br />

tristeza producida por el abandono <strong>del</strong> pueblo. Pero según<br />

el lenguaje <strong>del</strong> profeta, se puede decir que el pecado <strong>del</strong><br />

pueblo contrista el espíritu de Dios especialmente porque<br />

este espíritu es santo: el pecado ofende la santidad divina.<br />

La ofensa es más grave porque el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios no<br />

sólo ha sido colocado por Dios en su siervo Moisés (Cfr. Is<br />

63, 11), sino que lo ha dado como guía a su pueblo durante<br />

el éxodo de Egipto (Cfr. Is 63. 14), como signo y prenda de<br />

la salvación futura: 'Mas ellos se rebelaron...', (Is 63, 10).<br />

También Pablo, heredero de esta concepción y de este<br />

lenguaje, recomendará a los cristianos de Éfeso: 'No<br />

entristezcáis al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios, con el que fuisteis<br />

sellados para el día de la redención' (Ef 4, 30; cfr. 1,13-<br />

14).<br />

7. La expresión 'contristar al <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' demuestra bien<br />

que el pueblo <strong>del</strong> Antiguo Testamento ha pasado<br />

progresivamente de un concepto de santidad sacral, más<br />

bien externa, al deseo de una santidad interiorizada bajo la<br />

influencia <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios. El uso más frecuente <strong>del</strong>


apelativo '<strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>' es un indicio de esta evolución.<br />

Este apelativo. inexistente en los libros más antiguos de la<br />

Biblia, se impone poco a poco precisamente porque sugería<br />

la función <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> para la santificación de los<br />

fieles. Los himnos de Qumran en varias ocasiones dan<br />

gracias a Dios por la purificación interior que él ha realizado<br />

por medio de su <strong>Espíritu</strong> santo (por ejemplo, Himnos de la<br />

Ságruta de Qumran, 16, 12;17. 26) .<br />

El intenso deseo de los fieles no era ya sólo de ser liberados<br />

de los opresores, como en el tiempo de los Jueces, sino<br />

ante todo de poder servir al Señor 'en santidad y justicia,<br />

<strong>del</strong>ante de él todos nuestros días' (Lc 1, 75). Por esto, era<br />

necesaria la acción santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

A esta espera corresponde el mensaje evangélico. Es<br />

significativo que en los cuatro evangelios la palabra 'santo'<br />

aparezca por primera vez en relación con el espíritu, tanto<br />

para hablar <strong>del</strong> nacimiento de Juan Bautista y <strong>del</strong> de Jesús<br />

(Mt 1, 18)20; Lc 1, 15, 35), como para anunciar el<br />

bautismo en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (Mc 1, 8; Jn 1, 33). En la<br />

narración de la Anunciación, la Virgen María escucha las<br />

palabras <strong>del</strong> ángel Gabriel: 'El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> vendrá sobre<br />

ti...; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado<br />

Hijo de Dios' (Lc 1. 35). Así comenzó la decisiva acción<br />

santificadora <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> de Dios, destinada a propagarse a<br />

todos los hombres.<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> y la purificación interior<br />

(28.II.90)<br />

1. En la catequesis anterior mencionaba un versículo <strong>del</strong><br />

salmo 50/51, donde el salmista, arrepentido por el grave<br />

pecado cometido, implora la misericordia divina y, a la vez,<br />

pide al Señor: 'No retires de mí tu santo espíritu' (v. 13).<br />

Se trata <strong>del</strong> Miserere, salmo muy conocido. que se repite<br />

con frecuencia no sólo en la liturgia, sino también en la<br />

piedad y en la práctica penitencial <strong>del</strong> pueblo cristiano. por


ser manifestación de los sentimientos de arrepentimiento,<br />

de confianza y de humildad que fácilmente se encuentran<br />

en un 'corazón contrito y humillado' (Sal 50/51, 19) tras el<br />

pecado. Vale la pena seguir estudiando y meditando este<br />

salmo, siguiendo las huellas de los Padres y de los<br />

escritores de espiritualidad cristiana, pues nos ofrece<br />

nuevos aspectos de la concepción <strong>del</strong> 'espíritu divino' <strong>del</strong><br />

Antiguo Testamento y nos ayuda a traducir la doctrina a la<br />

práctica espiritual y ascética.<br />

2. A quien haya seguido las referencias a los profetas que<br />

he hecho en la catequesis anterior. le resultará fácil<br />

descubrir el parentesco profundo <strong>del</strong> Miserere con esos<br />

textos, especialmente con los de Isaías y Ezequiel. El<br />

sentido de la presencia <strong>del</strong>ante de Dios en la propia<br />

condición de pecado, que se encuentra en el pasaje<br />

penitencial de Isaías (59, 12: cfr. Ez 6, 9), y el sentido de<br />

la responsabilidad personal inculcado por Ezequiel (18,<br />

1.32) se hallan ya presentes en este salmo que, en un<br />

contexto de experiencia de pecado y de necesidad<br />

profundamente sentida de conversión. pide a Dios la<br />

purificación <strong>del</strong> corazón. juntamente con un espíritu<br />

renovado. La acción <strong>del</strong> espíritu divino adquiere así<br />

aspectos de mayor concreción y de más preciso empeño<br />

con vistas a la condición existencial de la persona.<br />

3. 'Tenme piedad, oh Dios'. El salmista implora la divina<br />

misericordia para obtener la purificación <strong>del</strong> pecado: 'borra<br />

mi <strong>del</strong>ito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado<br />

purifícame' (Sal 50/51, 3)4). 'Rocíame con el hisopo, y seré<br />

limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve' (v. 9).<br />

Pero él sabe que el perdón de Dios no puede reducirse a<br />

una pura no-imputación <strong>del</strong> exterior, sin que se dé una<br />

renovación interior: y el hombre. por sí mismo, no es capaz<br />

de realizar esta renovación. Por eso pide: 'Crea en mí, oh<br />

Dios, un corazón puro: un espíritu firme dentro de mí<br />

renueva; no me rechaces lejos de tu rostro; no retires de


mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y<br />

en espíritu generoso afiánzame' (vv. 12.14).<br />

4. El lenguaje <strong>del</strong> salmista es muy expresivo: pide una<br />

creación, es decir, el ejercicio de la omnipotencia divina<br />

para dar origen a un ser nuevo. Sólo Dios puede crear<br />

(bará), esto es. poner en la existencia algo nuevo (Cfr. Gen<br />

1, 1; Ex 34, 10; Is 48, 7; 65, 17; Jer 31, 21.22). Sólo Dios<br />

puede dar un corazón puro, un corazón que tenga la plena<br />

transparencia de un querer totalmente de acuerdo con el<br />

querer divino. Sólo Dios puede renovar el ser íntimo,<br />

cambiarlo desde dentro, rectificar el movimiento<br />

fundamental de su vida consciente, religiosa y moral. Sólo<br />

Dios puede justificar al pecador, según el lenguaje de la<br />

teología y <strong>del</strong> mismo dogma (Cfr. DS 1521.1522; 1560),<br />

que traduce de ese modo el 'dar un corazón nuevo' <strong>del</strong><br />

profeta (Ez 36, 26), el 'crear un corazón puro' <strong>del</strong> salmista<br />

(Sal 50/51, 12).<br />

5. Se pide, luego, 'un espíritu firme' (Sal 50/51, 12), o sea,<br />

la inserción de la fuerza de Dios en el espíritu <strong>del</strong> hombre.<br />

librado de la debilidad moral experimentada y manifestada<br />

en el pecado. Esta fuerza, esta firmeza, puede venir sólo de<br />

la presencia operante <strong>del</strong> espíritu de Dios, y por eso el<br />

salmista implora: 'no retires de mí tu santo espíritu'. Es la<br />

única vez que en los salmos se encuentra esta expresión:<br />

'el espíritu santo de Dios'. En la Biblia hebrea se usa sólo en<br />

el texto de Isaías en que, meditando en la historia de<br />

Israel, lamenta la rebelión contra Dios por la que ellos<br />

'contristaron a su espíritu santo' (Is 63,10), y recuerda a<br />

Moisés, en el que Dios 'puso su espíritu santo' (Is 63, 11).<br />

El salmista ya tiene conciencia de la presencia íntima <strong>del</strong><br />

espíritu de Dios como fuente permanente de santidad, y<br />

por eso suplica: 'No retires de mi'. Al poner esa petición<br />

juntamente con la otra: 'No me rechaces lejos de tu rostro',<br />

el salmista quiere dar a entender su convicción de que la<br />

posesión <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> de Dios está vinculada a la<br />

presencia divina en lo íntimo de su ser. La verdadera


desgracia sería quedar privado de esta presencia. Si el<br />

espíritu santo permanece en él, el hombre está en una<br />

relación con Dios ya no sólo de 'cara a cara' como ante un<br />

rostro que se contempla, sino que posee en sí una fuerza<br />

divina que anima su comportamiento .<br />

6. Después de haber pedido a Dios que no retire de él su<br />

santo espíritu, el salmista pide que le devuelva la alegría.<br />

Ya antes había hecho la misma oración, cuando imploraba a<br />

Dios su purificación, esperando quedar 'más blanco que la<br />

nieve': 'Devuélveme el son <strong>del</strong> gozo y la alegría; exulten los<br />

huesos que machacaste tú' (Sal 50/51, 10). Pero en el<br />

proceso psicológico-reflexivo de donde nace la oración. el<br />

salmista siente que. para gozar plenamente de esta alegría,<br />

no basta la eliminación de todas las culpas; es necesaria la<br />

creación de un corazón nuevo, con un espíritu firme,<br />

vinculado a la presencia <strong>del</strong> espíritu santo de Dios. Sólo<br />

entonces puede pedir: 'Vuélveme la alegría de tu salvación.'<br />

La alegría forma <strong>parte</strong> de la renovación incluida en la<br />

'creación de un corazón puro'. Es el resultado <strong>del</strong><br />

nacimiento a una nueva vida, como Jesús explicará en la<br />

parábola <strong>del</strong> hijo pródigo, en la que el padre que perdona<br />

es el primero en alegrarse y quiere comunicar a todos la<br />

alegría de su corazón (Cfr. Lc 15. 20-32).<br />

7. Con la alegría, el salmista pide un 'espíritu generoso',<br />

esto es. un espíritu de compromiso valiente. Lo pide a<br />

aquel que, según el libro de Isaías. Había prometido la<br />

salvación a los débiles: 'En lo excelso y sagrado yo moro, y<br />

estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para<br />

avivar el espíritu de los abatidos. para avivar el ánimo de<br />

los humillados' (Is 57, 15)<br />

Conviene notar que, una vez hecha esta petición, el<br />

salmista añade en seguida la declaración de su compromiso<br />

con Dios en favor de los pecadores, para su conversión:<br />

'Enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores<br />

volverán a ti' (Sal 50/51, 15). Se trata de otro elemento


característico <strong>del</strong> proceso interior de un corazón sincero que<br />

ha obtenido el perdón de los propios pecados: desea<br />

obtener el mismo don para los demás, suscitando su<br />

conversión, y a este objetivo promete encaminar su<br />

actuación. Este 'espíritu de compromiso' que se da en él<br />

deriva de la presencia <strong>del</strong> 'santo espíritu de Dios' y es su<br />

signo. En el entusiasmo de la conversión y en el fervor <strong>del</strong><br />

compromiso, el salmista expresa a Dios la convicción de la<br />

eficacia de la propia acción: a él le parece cierto que 'los<br />

pecadores volverán a ti'. Pero también aquí entra la<br />

conciencia de la presencia operante de una potencia<br />

interior, la <strong>del</strong> 'espíritu santo'.<br />

Después, tiene un valor universal la deducción que el<br />

salmista enuncia así: 'El sacrificio a Dios es un espíritu<br />

contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo<br />

desprecias' (Sal 50/51. 19). Proféticamente ve que llegará<br />

el día en que, en una Jerusalén reconstituida, los sacrificios<br />

celebrados en el altar <strong>del</strong> templo según las prescripciones<br />

de la ley serán gratos (Cfr. vv. 20.21). La reconstrucción de<br />

las murallas de Jerusalén será la señal <strong>del</strong> perdón divino,<br />

como dirán también los profetas: Isaías (60, 1 ss.; 62. 1<br />

ss.), Jeremías (30, 15.18) y Ezequiel (36, 33). Pero queda<br />

establecido que lo que más vale es aquel 'sacrificio <strong>del</strong><br />

espíritu' <strong>del</strong> hombre que pide humildemente perdón movido<br />

por el espíritu divino que gracias al arrepentimiento y a la<br />

oración, no le ha sido retirado (Cfr. Sal 50/51. 13).<br />

8. Como se puede ver por esta sucinta presentación de sus<br />

temas esenciales, el salmo Miserere es para nosotros no<br />

sólo un buen texto de oración y una indicación para la<br />

ascesis <strong>del</strong> arrepentimiento, sino también un testimonio<br />

<strong>acerca</strong> <strong>del</strong> grado de desarrollo alcanzado por el Antiguo<br />

Testamento en la concepción <strong>del</strong> 'espíritu divino', que<br />

conlleva un <strong>acerca</strong>miento progresivo a lo que será la<br />

revelación <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> en el Nuevo Testamento.


El salmo constituye, por tanto, una gran página en la<br />

historia de la espiritualidad <strong>del</strong> Antiguo Testamento, en<br />

camino, aunque sea entre sombras, hacia la nueva<br />

Jerusalén que será la sede <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

La sabiduría y el amor <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> divino<br />

(14.III.90)<br />

1. La experiencia de los profetas <strong>del</strong> Antiguo Testamento<br />

pone de manifiesto de manera especial el vinculo existente<br />

entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de<br />

Dios y gracias al <strong>Espíritu</strong>. La misma Escritura es palabra<br />

que viene' <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, su registración de duración perenne.<br />

La Escritura es santa ('Sagrada') por razón <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> que,<br />

mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia.<br />

Incluso en algunos que no son profetas, la intervención <strong>del</strong><br />

espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las<br />

Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los<br />

'valientes' que reconocieron su realeza, se lee que 'el<br />

espíritu revistió masay, jefe de los Treinta (valientes), y le<br />

hizo dirigir a David las palabras: "Contigo!... Paz, paz a ti!<br />

""Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!'. Y<br />

'David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas' (1<br />

Cr 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el<br />

segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por<br />

Jesús (Cfr. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar<br />

en un periodo de decadencia <strong>del</strong> culto en el templo y de<br />

caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no<br />

haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por<br />

Dios para que volviesen a él, 'entonces el espíritu de Dios<br />

revistió a Zacarías, hijo <strong>del</strong> sacerdote Yehoyadá, el cual,<br />

presentándose <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> pueblo, les dijo: 'así dice Dios:<br />

¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahvéh? No<br />

tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahvéh, él os<br />

abandonará a vosotros'. Mas ellos conspiraron contra él, y<br />

por mandato <strong>del</strong> rey la apedrearon en el atrio de la Casa de<br />

Yahvéh' (2 Cr 24, 20.21).


Son manifestaciones significativas de la conexión entre<br />

espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el<br />

lenguaje de Israel.<br />

2. Otro vinculo análogo es el que existe entre espíritu y<br />

sabiduría como aparece en el libro de Daniel, en boca <strong>del</strong><br />

rey Nabucodonosor que, al narrar el sueño tenido y la<br />

explicación que le dio Daniel <strong>del</strong> mismo, reconoce al profeta<br />

como un hombre 'en quien reside el espíritu de los dioses<br />

santos' (Dn 4, 5; cfr. 4, 6. 15; 5, 11. 14), o sea, la<br />

inspiración divina, que también el Faraón en su tiempo<br />

reconoció en José por la sabiduría de sus consejos (Cfr. Gen<br />

41, 38.39). En su lenguaje pagano, el rey de Babilonia<br />

habla repetidamente de 'espíritu de los dioses santos',<br />

mientras que al final de su narración hablará de 'Rey <strong>del</strong><br />

Cielo' (Dn 4, 34), en singular. De cualquier forma, reconoce<br />

que un espíritu divino se manifiesta en Daniel, como dirá<br />

también el rey Baltasar: 'He oído decir que en ti reside el<br />

espíritu de los dioses, y que hay en ti luz, inteligencia y<br />

sabiduría extraordinarias' (Dn 5, 14). Y el autor <strong>del</strong> libro<br />

subraya que 'este mismo Daniel se distinguía entre los<br />

ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu<br />

extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente <strong>del</strong><br />

reino entero' (Dn 6, 4).<br />

Como se ve, la 'sabiduría extraordinaria' y el 'espíritu<br />

extraordinario' se le atribuyen a Daniel con justicia,<br />

atestiguando así la conexión de estas cualidades entre sí en<br />

el judaísmo <strong>del</strong> siglo II antes de Cristo, cuando el libro fue<br />

escrito para sostener la fe y la esperanza de los judíos<br />

perseguidos por Antioco Epifanes.<br />

3. En el libro de la Sabiduría, texto redactado casi en los<br />

umbrales <strong>del</strong> Nuevo Testamento, es decir, según algunos<br />

autores recientes, en la segunda mitad <strong>del</strong> siglo primero<br />

antes de Cristo, en ambiente helenístico, el vinculo entre la<br />

sabiduría y el espíritu se encuentra tan subrayado que casi<br />

se da una identificación. Desde el principio se lee que 'la


Sabiduría es un espíritu que ama al hombre' (Sab 1, 6): se<br />

manifiesta y se comunica en virtud de un amor<br />

fundamental hacia la humanidad. Pero ese espíritu amigo<br />

no es ciego y no tolera el mal, aunque sea secreto, en los<br />

hombres. 'En alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no<br />

habita en cuerpo sometido al pecado; pues el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong><br />

que nos educa huye <strong>del</strong> engaño, se aleja de los<br />

pensamientos necios... No deja sin castigo los labios <strong>del</strong><br />

blasfemo; que Dios es testigo de sus sentimientos,<br />

observador veraz de su corazón, y oye cuanto dice su<br />

lengua' (Sab 1, 4, 6).<br />

El <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor es, por tanto, un espíritu santo, que<br />

quiere comunicar su santidad, y realiza una función de<br />

educadora: 'El espíritu santo que nos educa' (Sab 1, 5). Se<br />

opone a la injusticia. No es un limite a su amor, sino una<br />

exigencia de este amor. En la lucha contra el mal se opone<br />

a todas las iniquidades, sin dejarse engañar nunca, porque<br />

no se le escapa nada, ni 'la palabra más secreta' (Sab 1,<br />

11). En efecto, el espíritu 'llena la tierra': es omnipresente.<br />

'Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de<br />

toda palabra' (Sab 1, 7). El efecto de su omnipresencia es<br />

el conocimiento de todas las cosas, aunque sean secretas.<br />

Siendo un 'espíritu que ama al hombre', no pretende<br />

solamente vigilar a los hombres, sino también llenarlos de<br />

su vida y de su santidad. 'No fue Dios quien hizo la muerte<br />

ni se recrea en la destrucción de los vivientes; 'Él todo lo<br />

creó para que subsistiera ' (Sab 1,13-14). La afirmación de<br />

esta positividad de la creación, en que se refleja el<br />

concepto bíblico de Dios como 'Aquel que es' (Ex 3, 14) y<br />

como Creador de todo el universo (Cfr. Gen 1, 1 ss.), da un<br />

fundamento religioso a la concepción filosófica y a la ética<br />

de las relaciones con las cosas. Sobre todo, da inicio a un<br />

discurso sobre la suerte final <strong>del</strong> hombre, que ninguna<br />

filosofía podría sostener sin el apoyo de la revelación<br />

divina. San Pablo dirá luego que, si la muerte fue<br />

introducida por el pecado <strong>del</strong> hombre, Cristo vino como


nuevo Adán para redimir al hombre <strong>del</strong> pecado y librarlo de<br />

la muerte (Cfr. Rom 5, 12.21). El Apóstol añadirá que<br />

Cristo ha traído una nueva vida en el <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong> (Cfr.<br />

Rom 8, 1 ss.), dando el nombre y, más aún, revelando la<br />

misión de la Persona divina envuelta en el misterio en las<br />

páginas <strong>del</strong> libro de la Sabiduría.<br />

4. El Rey Salomón, que con un recurso literario suele ser<br />

presentado como autor de este libro, en cierto momento se<br />

dirige a sus colegas: 'Oíd, pues, reyes ' (Sab 6,1 ) para<br />

invitarlos coger la sabiduría, secreto y norma de la realeza,<br />

y para explicar 'qué es la Sabiduría " (Sab 6, 22). él hace<br />

su elogio con una larga enumeración de las características<br />

<strong>del</strong> espíritu divino, que atribuye a la sabiduría, casi<br />

personificándola: 'Hay en ella un espíritu inteligente, santo,<br />

único, múltiple ' (Sab 7, 22.23). Son veintiuno los adjetivos<br />

calificativos (3x7), que consisten en vocablos tomados, en<br />

<strong>parte</strong>, de la filosofía griega y, en <strong>parte</strong>, de la Biblia. Veamos<br />

los más significativos.<br />

Es un espíritu 'inteligente', es decir, no un impulso ciego,<br />

sino un dinamismo guiado por el conocimiento de la<br />

verdad; es un espíritu 'santo' ,porque no sólo quiere<br />

iluminar a los hombres, sino también santificarlos; es 'único<br />

y múltiple', de forma que puede insinuarse dondequiera; es<br />

'sutil', y penetra todos los espíritus: su acción es, por tanto,<br />

esencialmente interior, como su presencia; es un espíritu<br />

'que todo lo puede, todo lo observa', pero no constituye un<br />

poder tiránico o destructor, ya que es 'bienhechor, amigo<br />

<strong>del</strong> hombre', quiere su bien y tiende a 'formar amigos de<br />

Dios'. El amor sostiene y dirige el ejercicio de su poder.<br />

La sabiduría tiene, por consiguiente, las cualidades y ejerce<br />

las funciones tradicionalmente atribuidas al espíritu divino:<br />

espíritu de sabiduría y de inteligencia..., etc.' (Is 11, 2 ss.),<br />

porque con él se identifica en el fondo misterioso de la<br />

realidad divina.


5. Entre las funciones <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>)Sabiduría está la de dar a<br />

conocer la voluntad divina '¿Quién habría conocido tu<br />

voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le<br />

hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?' (Sab 9, 1). El<br />

hombre, por sí mismo, no es capaz de conocer la voluntad<br />

divina '¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad<br />

de Dios?' (Sab 9, 13). Por medio de su santo espíritu, Dios<br />

d conocer su propia voluntad, su plan sobre la vida<br />

humana, mucho más profunda y seguramente que con la<br />

sola promulgación de una ley en fórmulas <strong>del</strong> lenguaje<br />

humano. Actuando desde dentro con el don <strong>del</strong> espíritu<br />

santo, Dios permite 'enderezar los caminos de los<br />

moradores de la tierra. Así aprendieron los hombres lo que<br />

a ti te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron' (Sab 9,<br />

18). Y en este punto el autor describe en diez capítulos la<br />

obra <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>. Sabiduría en la historia desde Adán hasta<br />

Moisés, la Alianza con Israel, la liberación, y la solicitud<br />

continua por el pueblo de Dios. Y concluye: 'En verdad,<br />

Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y le<br />

glorificaste, y no te descuidaste en asistirle en todo tiempo<br />

y en todo lugar' (Sab 19, 22).<br />

6. En esta evocación histórico)sapiencial surge un paso<br />

donde el autor recuerda, hablando al Señor, su espíritu<br />

omnipresente que ama y protege la vida <strong>del</strong> hombre. Esto<br />

vale también para los enemigos <strong>del</strong> pueblo de Dios y, en<br />

general, para los impíos, los pecadores. También en ellos<br />

está el espíritu divino de amor y de vida: 'Tú con todas las<br />

cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas<br />

la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas'<br />

(Sab 11, 26; 12, 1).<br />

'Eres indulgente ' Los enemigos de Israel hubieran podido<br />

ser castigados de modo mucho más terrible que como<br />

sucedió. Hubieran podido ser 'aventados por el soplo de tu<br />

poder. Pero Tú todo lo dispusiste con medida, número y<br />

peso' (Sab 11, 20). El libro de la Sabiduría exalta la<br />

'moderación' de Dios y ofrece la razón: el espíritu de Dios


no actúa sólo como soplo poderoso, capaz de destruir a los<br />

culpables, sino como espíritu de sabiduría que quiere la<br />

vida, y así revela su amor. 'Te compadeces de todos porque<br />

todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para<br />

que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo<br />

que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo habrías<br />

hecho ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubieses<br />

querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses<br />

llamado?' (Sab 11, 23.25).<br />

7. Nos encontramos en el vértice de la filosofía religiosa no<br />

sólo de Israel, sino de todos los pueblos antiguos. La<br />

tradición bíblica, ya expresada en el Génesis, ofrece aquí<br />

una respuesta a las grandes cuestiones no resueltas ni<br />

siquiera por la cultura griega. Aquí la misericordia de Dios<br />

se funde con la verdad de su creación de todas las cosas: la<br />

universalidad de la creación comporta la universalidad de la<br />

misericordia. Y todo en virtud <strong>del</strong> amor eterno con que Dios<br />

ama a todas sus criaturas: amor en el que nosotros ahora<br />

reconocemos la persona <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong> <strong>Santo</strong>.<br />

El libro de la Sabiduría ya nos hace entrever este <strong>Espíritu</strong>-<br />

Amor que, como la Sabiduría, toma los rasgos de una<br />

persona, con las siguientes características: espíritu que<br />

conoce todo y que da a conocer a los hombres los planes<br />

divinos; espíritu que no puede aceptar el mal; espíritu que,<br />

a través de la sabiduría, quiere conducir a todos a la<br />

salvación; espíritu de amor que quiere la vida; espíritu que<br />

llena el universo con su benéfica presencia.<br />

El Siervo de Dios y el <strong>Espíritu</strong> divino<br />

(21.III.90)<br />

1. No sería completo el análisis de las alusiones al <strong>Espíritu</strong><br />

<strong>Santo</strong> que se pueden encontrar en los diversos libros <strong>del</strong><br />

Antiguo Testamento, aunque en términos no muy precisos<br />

aún el por lo que se refiere a su persona divina, si no<br />

dedicásemos al alguna consideración a un texto de Isaías


(Deutero-Isaias), en el que se afirma la relación existente<br />

entre el espíritu divino y el 'Siervo de Yahvéh'. En la figura<br />

de este Siervo se resumen las distintas formas de acción<br />

profética, mesiánica y santificadora. que hemos expuesto<br />

en las catequesis precedentes.<br />

La relación está afirmada en el versículo con que comienza<br />

el primero de los cuatro así llamados 'cantos <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong><br />

Señor', cargados de lirismo y vibrantes de profecía. Dice<br />

así: 'He puesto mi espíritu sobre él' (Is 42, 1). Desde el<br />

principio, por tanto, se afirma que la misión <strong>del</strong> Siervo es<br />

obra <strong>del</strong> espíritu de Dios que ha sido puesto sobre él. Como<br />

sucedió con los jueces, jefes carismáticos <strong>del</strong> pueblo en los<br />

tiempos antiguos (Cfr. Jue 3, 10), y con los primeros reyes,<br />

Saúl y David (Cfr. 1 Sm 9, 17; 10, 9.10; 16, 12.13; Is 11,<br />

1.2), la elección <strong>del</strong> Siervo va acompañada por una efusión<br />

<strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>, de forma que se puede observar una relación<br />

entre lo que se afirma <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong> Señor y lo que había<br />

dicho Isaías <strong>del</strong> 'retoño' que debía 'brotar <strong>del</strong> tronco de<br />

Jesé', es. decir, de la estirpe de David: 'Reposará sobre él<br />

el espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia,<br />

espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor<br />

de Yahvéh' (Is 11, 2). En el canto citado existe una<br />

novedad, que consiste en atribuir al personaje anunciado la<br />

cualidad de Siervo. Esta cualidad no elimina la de rey<br />

tradicionalmente reconocida al Mesías, pero sin duda revela<br />

una nueva orientación de la esperanza mesiánica, que es<br />

fruto <strong>del</strong> influjo <strong>del</strong> <strong>Espíritu</strong>.<br />

2. Inmediatamente después de haber dicho <strong>del</strong> Siervo: 'He<br />

puesto mi espíritu sobre él', Dios declara: 'Dictará ley<br />

(juicio) a las naciones' (Is 42,1). Es un texto de gran<br />

importancia. Evidentemente el Siervo es presentado como<br />

un profeta, elegido y predestinado por Dios (Cfr. v. 6; Jer<br />

1, 5), animado por su espíritu, revestido de una misión,<br />

que consiste en 'proclamar el derecho con firmeza' (Is 42,<br />

3), sin desalentarse a pesar de la oposición (v. 4).


Sin embargo, esta firmeza no será dureza. Más aún, bajo el<br />

impulso y la guía <strong>del</strong> espíritu, el Siervo-profeta tendrá un<br />

comportamiento de mansedumbre ('No vociferará ni alzará<br />

el tono', v. 2) y de indulgencia misericordiosa: 'Caña<br />

quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará' (v.3).<br />

El profeta Jeremías había recibido la misión de 'extirpar y<br />

destruir, perder y derrocar' (Jer 1, 10). nada semejante<br />

sucede en la misión <strong>del</strong> Siervo <strong>del</strong> Señor, manso y humilde<br />

de corazón.<br />

A la mansedumbre se encuentra unida una actitud de<br />

apertura universal. El Siervo <strong>del</strong> Señor anunciará la justicia<br />

a todas las naciones y difundirá su doctrina hasta las 'islas',<br />

es decir, hasta los países más lejanos (Is 42, 1. 4). En<br />

efecto, en el segundo canto, el Siervo interpela a todas las<br />

gentes, diciendo:'" "Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!'<br />

(49, 1) y Dios reafirma la dimensión universal de la misión<br />

que le confía: 'poco es que seas mi siervo, para levantar las<br />

tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te<br />

voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación<br />

alcance hasta los confines de la tierra' (49,6). Esa<br />

universalidad va más allá de la <strong>del</strong> mensaje de los demás<br />

profetas.<br />

Además, en la figura <strong>del</strong> Siervo hay algo de trascendente,<br />

que permite identificarlo con su misión. él es proclamado<br />

'alianza <strong>del</strong> pueblo' y 'luz de las gentes' en su misma<br />

persona. Dios le dice: 'Yo, Yahvéh, te he llamado en<br />

justicia, te así de la mano, te formé y te he destinado a ser<br />

alianza <strong>del</strong> pueblo y luz de las gentes' (42, 6). Ningún<br />

simple profeta hubiera podido presumir tanto.<br />

3. La figura <strong>del</strong> Siervo trazada en el poema de Isaías no es<br />

sólo profética, sino también mesiánica. Si su misión es la<br />

de 'implantar en la tierra el derecho' (Is 42, 4), esta tarea<br />

pertenece a un rey. El profeta anuncia la justicia; el rey<br />

debe implantar esta justicia. Según el salmo 71/72, en el<br />

que la tradición judía y cristiana ha visto retratado al rey


mesiánico preanunciado por los profetas (Cfr. Is 9, 5;<br />

11,1.5; Za 9, 9), ésta es la función esencial <strong>del</strong> rey, que es<br />

implorada de Dios: 'Oh Dios, dl rey tu juicio, al hijo de rey<br />

tu justicia: que con justicia gobierne a tu pueblo, con<br />

equidad a tus humildes' (Sal 71/72, 1.2). Y el mismo<br />

Isaías, en su oráculo <strong>acerca</strong> <strong>del</strong> rey davídico sobre el que<br />

'reposará el espíritu <strong>del</strong> Señor', afirmaba de él: 'Juzgará<br />

con justicia a los débiles, y sentenciará con ' rectitud a los<br />

pobres de la tierra' (Is 11, 4).<br />

El Siervo sobre el que 'Dios ha puesto su espíritu', según el<br />

canto, tiene la misión que compete al rey mesiánico: librar<br />

al pueblo. 'Él mismo ha sido establecido 'como alianza <strong>del</strong><br />

pueblo y luz de las gentes', para abrir los ojos ciegos, para<br />

sacar <strong>del</strong> calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en<br />

tinieblas (Cfr. Is 42, 6.7; 49, 8.9; Lc 1, 79). Esta misión,<br />

que es propia de un principe y rey, en el caso <strong>del</strong> Mesías es<br />

realizada con fuerza <strong>del</strong> Señor, como el Siervo proclama en<br />

su segundo canto: 'Mi Dios era mi fuerza' (49, 5) y en el<br />

tercero: 'Pues que Yahvéh habría de ayudarme para que no<br />

fuese insultado' (50, 7). Esta fuerza de acción en la misión<br />

real <strong>del</strong> Siervo es el espíritu divino, que Isaías, en un<br />

oráculo mesiánico, pone en relación estrecha con la<br />

'justicia' que es necesario hacer a los débiles y a los<br />

oprimidos: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh...<br />

Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud<br />

a los pobres de la tierra' (Is 11, 2. 4).<br />

4. En los dos primeros cantos <strong>del</strong> Siervo, Dios habla de la<br />

'salvación' y de la 'justicia'. En el tercero y en el cuarto, el<br />

concepto de 'salvación' es completado con aspectos nuevos,<br />

especialmente significativos con vistas a la futura pasión de<br />

Cristo (Cfr. Is 50, 4.11; 52, 13.53, 12). Ante todo, se nota<br />

que la mansedumbre, que caracteriza la misión <strong>del</strong> Siervo,<br />

se manifiesta con su docilidad a Dios y su paciencia frente a<br />

los perseguidores: 'El Señor Yahvéh me ha abierto el oído,<br />

y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a<br />

los que me golpeaban' (Jer 50, 5.6). 'Fue oprimido, y él se


humilló, y no abrió la boca. Como un cordero al degüello<br />

era llevado' (Is 53, 7). Bastan estos dos textos para<br />

iluminarnos <strong>acerca</strong> de la perfecta disponibilidad en la<br />

oblación de sí, a la que el <strong>Espíritu</strong> divino debía llevar al<br />

Siervo. Mesías por el camino de la mansedumbre (Cfr. Is<br />

42, 2). Cuando Juan Bautista señalaba a Jesús a la<br />

muchedumbre como 'el Cordero de Dios que quita el<br />

pecado <strong>del</strong> mundo' (Jn 1, 29), tal vez se hacia eco <strong>del</strong><br />

cuarto canto <strong>del</strong> Siervo de Yahvéh.<br />

5. Pero en este canto hay mucho más. La misión <strong>del</strong> Siervo<br />

se presenta a una nueva luz: 'llevó el pecado de muchos, e<br />

intercedió por los rebeldes' (Is 53, 12). La perspectiva ya<br />

trazada por Isaías: 'Juzgará con justicia a los débiles, y<br />

sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 4),<br />

se halla aquí transformada en una obra de 'justificación' o<br />

santificación mediante el sacrificio: 'Por su conocimiento<br />

justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él<br />

soportará' (Is 53, 11). Hasta eso será llevado el Siervo de<br />

Yahvéh por el espíritu presente en él, que, como hemos<br />

visto ya, es espíritu de santidad'.<br />

Más aún: el triunfo definitivo <strong>del</strong> Siervo es anunciado al<br />

inicio <strong>del</strong> cuarto canto: 'He aquí que prosperará mi Siervo,<br />

será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera' (Is<br />

52, 13); y, luego, hacia el final: 'Le daré su <strong>parte</strong> entre los<br />

grandes' (Is 53, 12). Pero este triunfo, que en la profecía,<br />

como en, la historia garantiza el cumplimiento de la<br />

esperanza mesiánica, se realizará por un camino<br />

sorprendente para quien soñaba un acontecimiento triunfal<br />

<strong>del</strong> rey mesiánico: el camino <strong>del</strong> dolor y, como sabemos, de<br />

la cruz.<br />

6. De todo el cuarto canto vemos emerger la figura de un<br />

Siervo que es 'varón de dolores' (Is 53, 3), inmerso en un<br />

mar de sufrimiento físico y moral, por causa de un<br />

misterioso plan de Dios, que tiende a la glorificación <strong>del</strong><br />

mismo Siervo (52, 13). El Siervo <strong>del</strong> Señor 'ha sido herido


por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. él<br />

soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales<br />

hemos sido curados' (53, 5). éste es el camino que había<br />

sido llamado a recorrer el elegido, sobre el que se había<br />

posado el <strong>Espíritu</strong> <strong>del</strong> Señor (42, 1) .<br />

Estamos en la paradoja de la cruz, que aparece así en<br />

contraste con las expectativas de un mesianismo<br />

triunfalista, así como con las pretensiones de una<br />

inteligencia ávida de demostraciones racionales. San Pablo<br />

no duda en definirla: 'escándalo para los judíos, necedad<br />

para los paganos'. Pero, por ser obra de Dios, es necesario<br />

el <strong>Espíritu</strong> de Dios para captar su valor. Por eso el Apóstol<br />

proclama: ' Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el <strong>Espíritu</strong><br />

de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu <strong>del</strong><br />

mundo, sino el <strong>Espíritu</strong> que viene de Dios, para conocer las<br />

gracias que Dios nos ha otorgado' (1 Cor 2, 11.12).

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