Nº 42 - Casa de Cadiar

Núm. 42 · Agosto 2011
El niño tiene derecho al juego, al reposo,
a la diversión… La sociedad y las
autoridades públicas se esforzarán por
promover el disfrute de este derecho.
Declaración de los Derechos del
Niño. ONU, 1959. Art. 31.
El juego ha sido desde siempre
mucho más que un divertimento puntual.
En mi infancia jugar era recrear la
vida, desfogar pasiones, crecer sintiendo,
desafiar los límites. Las teorías
sobre la naturaleza del juego se agrupan
en dos polos: a) El niño juega porque
sí, de forma espontánea y gratuita;
b) El niño juega como si fuera de verdad
y ensaya los roles adultos.
Nosotros jugábamos porque sí y como
si fuera de verdad, y “espontáneamente”
aprendíamos y reproducíamos las
funciones de los adultos e íbamos más
allá, reinventándolas. Jamás tomé
nada más en serio que los juegos que
organizábamos en las huertas y cámaras
de las casas y en otros paraísos
lúdicos.
Diversas teorías destacan el valor educativo
del juego, su carácter transversal,
intercultural y propedéutico, y
aquellas que describen la epigénesis
del desarrollo intelectual (Piaget,
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a visTa de pájaRo. juegos
1895-1980), moral (Kohlberg, 1927-
1987) y social (Vigotsky, 1896-1934),
ven en los juegos y sus reglas un instrumento
inexcusable de la calidad de
dicho desarrollo. De aquellos juegos
guardo dos sensaciones nítidas: la
intensa felicidad que nos proporcionaban
y que niños y niñas jugábamos
juegos distintos.
Los juegos de niños implicaban mayor
energía física, más libertad, mayor
dominio del espacio, más dominantes
y agresivos, menos enfocados a cuidar
a las personas y que permitían mayor
exploración del entorno. Por ejemplo,
los niños iban a cazar pájaros y a
comer moras por barrancos y ríos y,
ocasionalmente, podían sentarse rezagados
en el bar a observar a los parroquianos.
Las niñas jugábamos juegos
más sedentarios como los alfileres, el
teje (la rayuela) y las cuartas; limitados
a espacios concretos y próximos
como la comba, el escondite y la
rueda, y ligados a la reproducción biológica
y al cuidado de las personas
como casitas, muñecas y mamás.
Jugábamos en la casa propia o en la de
una amiga, en la propia calle y en la
esquina del patio escolar. Los niños
jugaban en las casas, en el patio esco-
La Casa de
CÁDIAR
YÁTOR Y NARILA
lar, en las calles del pueblo y en sus
alrededores. En el hogar se extremaban
algunas diferencias y se limaban
otras. Algunos juegos como Tres en
raya lo jugaban los niños y las niñas, si
bien separadamente.
Qué es el juego
Decía Mark Twain (1835-1910) que el
trabajo es todo lo que se está obligado
a hacer; el juego es lo que se hace sin
estar obligado a ello. El filósofo
francés Michel de Montaigne (1533-
1592) señalaba que los juegos de los
muchachos no son tales juegos; mas
bien deben considerarse como sus
acciones más serias. Los niños y sus
juegos son mensajes vivientes que
envían al futuro. Algunos sostienen
que la madurez de los adultos es proporcional
al tiempo y calidad del
juego cuando niños, y a las preguntas
desencadenadas por este que les fueron
adecuadamente respondidas.
Podría ser.
Una de las acepciones del DRAE define
el juego como ejercicio recreativo
sometido a reglas, en el cual se gana o
se pierde. Se trata de un concepto rico,
versátil, polisémico y de difícil categorización,
máxime si se incluye el juego