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Memoria sobre la madre Genoveva. Relato<br />
(primavera de 1892)<br />
J.M.J.T.<br />
Siendo todavía muy niña, en esa edad en que los niños aún no pueden<br />
sostenerse entre los brazos de sus padres, la madre Genoveva ya se<br />
mantenía erguida: a su padre le gustaba sentarla en su mano, y ella, en<br />
vez de tener miedo a caerse, aguantaba así sin menearse y miraba<br />
altivamente a las personas que había a su alrededor. Y cuando el Sr.<br />
Bertrand la dejaba en el suelo, no dejaba de repetir: «¡Otra vez, otra vez!»<br />
En la casa en que vivía había muchos inquilinos, entre otros la Sra. de<br />
Messemay y otras señoras nobles; había también un joven llamado<br />
Amable. Los modales encantadores de la niña y su talento precoz hacían<br />
que todos en la casa la buscasen. Amable había pegado detrás de un<br />
puerta un gran alfabeto para enseñar a leer a la pequeña Clara, a la que<br />
gustaba mucho este ejercicio; pero en cuanto el bueno de Amable, al<br />
terminar la lección, la posaba en el suelo, la niña se escapaba corriendo.<br />
Le preguntaban por qué, y ella respondía: «Yo no quiero a Amable, porque<br />
me hace muecas». En efecto, Amable, para hacerla reír, se divertía<br />
haciéndole muecas que no le gustaban lo más mínimo a la niña. Sin<br />
embargo, gracias a ese alfabeto, a los dieciocho meses sabía todas las<br />
letras, y poco después, cuando un señor le preguntó si sabía leer,<br />
respondió: «Sí, señor, sé leer muy bien; sólo el latín no sé leerlo todavía de<br />
corrido « (No estoy segura si era el latín o escribir cartas.)<br />
«Había en la casa un señor que sabía varias lenguas. Imagínate lo bonito<br />
e interesante que me parecía eso. Así que iba a menudo a su encuentro y<br />
le decía: 'Señor, ¿tendría la bondad de decirme en inglés cómo tengo que<br />
pedir la merienda a mamá?' Y en cuanto me lo decía, bajaba las escaleras<br />
de cuatro en cuatro y me iba adonde mi mamá para chapurrearle lo que<br />
había aprendido. '¿Pero qué es lo que me estás diciendo?, me decía ella<br />
extrañada. ¿Quieres dejarme en paz?' 'Mamá, te estoy pidiendo la<br />
merienda en inglés...' Luego volvía a subir corriendo la escalera. 'Señor,<br />
¿querría decirme lo mismo en español?' Y volvía a bajar más rápidamente,<br />
recitando mi lección, y cuando llegaba junto a mi mamá se la decía toda<br />
orgullosa; y como no me entendía, me apresuraba a decirle: 'Pero, mamá,<br />
te estoy hablando en español'. Y hacía lo mismo con otras lenguas,<br />
pidiendo a aquel señor que me dijese tal o cual cosa en la lengua en que lo<br />
quería saber.<br />
«Un día que mi mamá estaba enferma, vino a visitarla el Sr. de<br />
Beauregard. Yo estaba sola abajo para recibirle. 'Pequeña, me dijo,<br />
¿puedo ver a tu madre?' Yo, muy orgullosa de recibirlo, le respondí que sí<br />
y que yo lo acompañaría si tenía la amabilidad de subir. Pero, hijita, yo no<br />
sabía que mi madre estuviese tan enferma, pues el médico había prescrito