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La isla – Aldous Huxley - Daniel Melero

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<strong>–</strong>No, no. Con la rani. Es una mujer notable. Ya sabe, <strong>La</strong> Cruzada del Espíritu.<br />

<strong>–</strong>¿Ella lo había inventado?<br />

<strong>–</strong>En efecto. Pero yo prefiero el Rearme Moral. En A»ñ lo asimilan mejor. Conversamos mucho<br />

al respecto, esa noche. Y después hablamos de petróleo. Pala está repleta de petróleo. <strong>La</strong> South-<br />

East Petroleum ha tratado de conseguirlo durante años. Lo mismo que todas las otras compañías.<br />

Todo inútil. No hay concesiones petroleras para nadie. Es la política inmutable de ellos. Pero la<br />

rani no está de acuerdo con eso. Quiere que el petróleo sirva para algo útil en el mundo. Para<br />

financiar la Cruzada del Espíritu, por ejemplo. Entonces, como le digo, si llega a Pala, vaya<br />

enseguida al palacio. Hable con ella. Averigüe los antecedentes de los hombres que toman las<br />

decisiones. Descubra si existe una minoría partidaria de las concesiones y pregunte cómo podemos<br />

ayudarlos a realizar la tarea.<br />

Y terminó prometiéndole a Will una buena recompensa si sus esfuerzos se veían coronados por<br />

el éxito. Lo suficiente como para concederle todo un año de libertad. "No más reportajes. Nada más<br />

que Arte Elevado, Arte, ARTE." Y lanzó una carcajada escatológica, como si en vez de arte se<br />

hubiese, hablado de otra palabra, también de cuatro letras. ¡Increíble criatura! Pero sea como fuere<br />

escribía para los infames periódicos de la increíble criatura, y estaba dispuesto, por un soborno, a<br />

hacer todos los trabajos sucios que le encargase la increíble criatura. Y ahora, oh milagro, estaba en<br />

tierra de Pala. <strong>La</strong> suerte había querido que la Providencia estuviese de su parte... evidentemente con<br />

el expreso propósito de perpetrar una de las siniestras bromas pesadas que son la especialidad de la<br />

Providencia.<br />

Lo volvió a la realidad el sonido de la voz chillona de Mary Sarojini.<br />

<strong>–</strong>¡Hemos llegado!<br />

Will volvió a levantar la cabeza. <strong>La</strong> pequeña procesión se había apartado del camino y pasaba<br />

por una abertura practicada en una pared de estuco blanco. A la izquierda, en una creciente<br />

sucesión de terrazas, había hileras de edificios bajos sombreados por higueras sagradas. Enfrente,<br />

una avenida de altas palmeras descendía hacia un estanque de lotos, en el extremo más lejano del<br />

cual había un enorme Buda de Piedra. Doblando hacia la izquierda, subieron por entre árboles en<br />

flor, a través de una mezcla de perfumes, hacia la primera terraza. Detrás de una cerca, inmóvil<br />

salvo por el rumiar de las mandíbulas, se veía un toro jiboso blanco como la nieve, semejante a una<br />

deidad en su serena y absorta belleza. El amante de Europa retrocedió hacia el pasado y cedió el<br />

lugar a varias aves de Juno que arrastraban su plumaje por el césped. Mary Sarojini abrió la<br />

puertecilla de un jardinillo.<br />

<strong>–</strong>Mi bungalow <strong>–</strong>dijo el doctor MacPhail, y volviéndose hacia Murugan<strong>–</strong>; Permíteme que te<br />

ayude a subir los escalones.<br />

IV<br />

Tom Krishna y Mary Sarojini se habían ido a hacer su siesta con los hijos del jardinero vecino.<br />

En su sala sumida en la penumbra, Susila MacPhail estaba sentada a solas, con sus recuerdos de<br />

dichas pasadas y el actual dolor de su duelo. El reloj de la cocina dio la media hora. Se puso de píe<br />

con un suspiro, se calzó las sandalias y salió al tremendo resplandor del sol de la tarde. Levantó la<br />

vista al cielo. Por sobre los volcanes, enormes nubes trepaban hacia el cenit. Dentro de una hora<br />

llovería. Pasando de un estanque de sombra al siguiente, avanzó por el sendero bordeado de<br />

árboles. Con un súbito rumor de alas, una bandada de palomas salió volando de una de las higueras.<br />

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