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La isla – Aldous Huxley - Daniel Melero

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y las primeras sombras largas, las primeras lanzas de luz dorada cruzaron el jardín, al otro lado de<br />

la ventana. Y cuando miraba hacia las montañas veía toda la insoportable gloria del sol naciente.<br />

El doctor Robert se sentó junto a la cama, tomó la mano de su esposa y la besó. Ella le sonrió y<br />

se volvió otra vez hacia la ventana.<br />

<strong>–</strong>¡Cuan rápidamente gira la tierra! <strong>–</strong>susurró, y luego, al cabo de un silencio<strong>–</strong>: Una de estas<br />

mañanas veré mi última aurora.<br />

A través del confuso coro de gritos de pájaros y ruidos de insectos, un mynah canturreaba:<br />

"Karuna, Karuna..."<br />

<strong>–</strong>Karuna <strong>–</strong>repitió <strong>La</strong>kshmi<strong>–</strong>. Compasión...<br />

<strong>–</strong>Karuna. Karuna <strong>–</strong>insistió desde el jardín la voz de oboe de Buda.<br />

<strong>–</strong>Ya no la necesitaré mucho tiempo más <strong>–</strong>prosiguió <strong>La</strong>kshmi<strong>–</strong>. ¿Pero y tú? Mi pobre Robert, ¿y<br />

tú?<br />

<strong>–</strong>De una manera o de otra, uno encuentra la fortaleza necesaria <strong>–</strong>respondió él.<br />

<strong>–</strong>¿Pero será la fortaleza adecuada? ¿O será la fuerza de la coraza, la fuerza del encierro en sí<br />

mismo, la fuerza de absorberte en tu trabajo y en tus ideas, y de no preocuparte de nada más?<br />

¿Recuerdas cómo solía ir a tironearte del cabello y obligarte a prestar atención? ¿Quién lo hará<br />

cuando yo me vaya?<br />

Entró una enfermera con un vaso de agua azucarada. El doctor Robert deslizó una mano bajo los<br />

hombros de su esposa y la ayudó a incorporarse. <strong>La</strong> enfermera le llevó el vaso a los labios.<br />

<strong>La</strong>kshmi bebió un poco de agua, tragó con dificultad, y luego bebió una y otra vez más. Apartándose<br />

del vaso, miró al doctor Robert. El rostro demacrado estaba iluminado por una chispa<br />

extrañamente incongruente de picardía.<br />

<strong>–</strong>Yo, la Trinidad ilustrada <strong>–</strong>citó la voz débil y ronca<strong>–</strong>. Sorbo aguada pulpa de naranja; en tres<br />

sorbos, el ario frustrado ... <strong>–</strong>Se interrumpió.<strong>–</strong> Qué cosa tan ridícula para recordar. Pero yo siempre<br />

fui bastante ridícula, ¿no es así? El doctor Robert hizo lo posible para sonreírle. <strong>–</strong>Bastante ridícula<br />

<strong>–</strong>convino.<br />

<strong>–</strong>Tú decías que era como una pulga. En un instante dado estaba aquí, y de pronto, de un salto, en<br />

cualquier otra parte, a kilómetros de distancia. ¡No es extraño que jamás pudieses educarme!<br />

<strong>–</strong>Pero tú me educaste a mí <strong>–</strong>le aseguró él<strong>–</strong>. Si no hubiese sido porque ibas a tironearme del<br />

cabello y me hacías contemplar el mundo y me ayudabas a entenderlo, ¿qué sería hoy? Un pedante<br />

con antiparras... a pesar de toda mi cultura. Pero por suerte tuve la sensatez de pedirte que te<br />

casaras conmigo, y por fortuna cometiste la locura de aceptarme y la inteligencia de convertirme en<br />

algo aceptable. Después de treinta y siete años de educación adulta, soy casi un ser humano.<br />

<strong>–</strong>Pero yo sigo siendo una pulga. <strong>–</strong><strong>La</strong>kshmi meneó la cabeza.<strong>–</strong> Y sin embargo lo intenté. Me<br />

esforcé. No sé si te diste cuenta de ello, Robert; siempre estaba en puntas de pies, siempre me<br />

esforzaba por llegar a la altura en que te encontrabas con tu trabajo, tu pensamiento y tus lecturas.<br />

En puntas de pies, tratando de llegar, de alcanzarte ahí arriba. ¡Cielos, cuan fatigoso fue eso! ¡Qué<br />

interminable serie de esfuerzos! Y todos ellos completamente inútiles. Porque yo no era más que<br />

una pulga tonta que saltaba de un lado a otro entre la gente, las flores, los gatos y los perros. Tu<br />

tipo de mundo intelectual era un lugar al cual yo jamás podía ascender, y menos aun encontrar una<br />

puerta de entrada. Cuando sucedió esto <strong>–</strong>se llevó la mano al pecho ausente<strong>–</strong>, ya no tuve que seguir<br />

intentando. No más escuela, no más deberes. Tenía una excusa permanente.<br />

Hubo un largo silencio.<br />

<strong>–</strong>¿Qué hay de beber otro sorbo? <strong>–</strong>preguntó al cabo la enfermera.<br />

<strong>–</strong>Sí, tendrías que beber un poco más <strong>–</strong>convino el doctor Robert.<br />

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