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Vida y muerte del mundo indígena

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niño principesco al cual se le ofrece el poder futuro, los murales de Bonampak ofrecen un<br />

impresionante panorama <strong>del</strong> poder en el antiguo <strong>mundo</strong> americano. Como en una cinta cinematográfica,<br />

las procesiones de sacerdotes y sirvientes, de gobernantes y gobernados, nos permiten<br />

ver con claridad una organización <strong>del</strong> trabajo humano determinada por una casta emergente de<br />

príncipes y sacerdotes. A medida que las comunidades agrarias se convirtieron en ciudades-<br />

Estado y las ciudades se expandieron sobre territorios mayores mediante la guerra y la conquista,<br />

exigiendo tributo, cosecha y también mujeres, la civilización se organizó con el propósito de<br />

mantener a la burocracia, al sacerdocio y al ejército. Los murales de Bonampak desembocan en una<br />

visión cruel e implacable de la guerra: batalla, <strong>muerte</strong> y esclavitud. Pero también nos trasladan<br />

retrospectivamente a la imagen <strong>del</strong> futuro rey, el niño príncipe,<br />

[sigue p.120]<br />

santificado en el primer mural. Ese niño gobernará al <strong>mundo</strong>, y gobernará de la manera descrita y<br />

con los objetivos declarados de mantener la vida humana mediante la paradoja de la sangre<br />

derramada en la guerra y el sacrificio.<br />

La necesidad de comprender el tiempo se volvió, así, fundamental en el <strong>mundo</strong> <strong>indígena</strong>, pues<br />

entender el tiempo significó entender la diferencia entre la supervivencia y la destrucción: dominar<br />

el tiempo fue sinónimo de asegurar la continuidad de la vida. Un poeta <strong>indígena</strong> expresó lo<br />

siguiente: "Los que tienen el poder de contar los días, tienen el poder de hablarle a los dioses."<br />

En Chichen Itzá, los astrónomos mayas establecieron un calendario solar preciso de 365 días<br />

simbolizados por la estructura de la gran pirámide. Nueve terrazas y cuatro escaleras representan los<br />

nueve cielos y los cuatro puntos cardinales. Cada escalera tiene 91 escalones, un total de 364, el<br />

número de los días <strong>del</strong> año, más la plataforma cumbre, 365, los días <strong>del</strong> año solar.<br />

La más grande pirámide mesoamericana, el Templo <strong>del</strong> Sol en Teotihuacán, fue construida<br />

de tal manera que el día <strong>del</strong> solsticio estival el sol se pone precisamente enfrente de la fachada<br />

principal. La naturaleza y la civilización pueden celebrarse en el reflejo la una de la otra. Los toltecas,<br />

constructores de Teotihuacán, intentaron fundir este conjunto de preocupaciones acerca <strong>del</strong> tiempo<br />

y la naturaleza, el poder y la supervivencia, en un principio moral y lo encontraron, una vez más,<br />

en la figura de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Quetzalcóatl, quien es objeto de diversas y a<br />

menudo contradictorias leyendas, puede<br />

[sigue p.121]<br />

ser visto como el creador de la vida humana, emergiendo lenta y difícilmente <strong>del</strong> caos y <strong>del</strong> miedo<br />

de los orígenes. Quetzalcóatl dio a los seres humanos sus utensilios y sus artes. Les enseñó a pulir<br />

el jade, a tejer la pluma y a plantar el maíz. El mito también le atribuye a Quetzalcóatl la invención<br />

de la agricultura, la arquitectura, la canción y la escultura, la minería y la orfebrería. El cuerpo de<br />

sus enseñanzas se identificó con el nombre mismo de los toltecas: el Toltecayotl o "Totalidad de la<br />

Creación".<br />

Quetzalcóatl se convirtió en el héroe moral de la Antigüedad mesoamericana, de la misma<br />

manera que Prometeo fue el héroe <strong>del</strong> tiempo antiguo de la civilización mediterránea, su<br />

libertador, aun a costa de su propia libertad. En el caso de Quetzalcóatl, la libertad que trajo al<br />

<strong>mundo</strong> fue la luz de la educación. Una luz tan poderosa que se convirtió en la base de la legitimidad<br />

para cualquier Estado que aspirase a suceder a los toltecas, heredando su legado cultural.<br />

El Estado sucesor de los toltecas, y la nación final <strong>del</strong> antiguo <strong>mundo</strong> mesoamericano, fue el<br />

de los aztecas. La larga marcha de los aztecas desde los desiertos de Norteamérica, desde Arizona<br />

y Chihuahua hasta el centro de México, se fijó en la visión de un águila devorando a una

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