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Vida y muerte del mundo indígena

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misterio, sobrevivió su arte, a pesar de no ser un arte popular o humanista, para nada, sino más bien<br />

una celebración asombrosa y sobrenatural de lo divino, de la <strong>muerte</strong> y <strong>del</strong> tiempo.<br />

En el nombre de Quetzalcóatl, la sociedad azteca mantuvo vivo el culto de la vida a través de<br />

sus sistemas de educación, que eran universales y obligatorios; mediante las exhortaciones dichas<br />

en bodas, nacimientos, <strong>muerte</strong>s y elecciones. El poeta azteca, pero también los padres y las<br />

madres dirigiéndose a sus hijos, los novios hablándoles a sus novias, los vivos dirigiéndose a sus<br />

muertos, o los ancianos eligiendo a sus reyes, hablan todos de la Tierra como un lugar de felicidades<br />

melancólicas, felicidades que hieren, la Tierra como un lugar misterioso y hostil, donde la vida es<br />

un sueño, todo pasa y sólo la <strong>muerte</strong> es cierta. Pero esto no es razón para desesperar, pues todos<br />

poseemos los dones de la risa, el sueño, la cocina, la salud y, finalmente, el acto sexual, celebrado<br />

corno "semilla de los pueblos".<br />

Quetzalcóatl fue el principio dador de vida de la sociedad azteca, en oposición a<br />

Huitzilopochtli, artífice de la guerra y de la <strong>muerte</strong>. Tan importante para el <strong>mundo</strong> <strong>indígena</strong> como<br />

Prometeo o Ulises para el <strong>mundo</strong> mediterráneo, o Moisés para la cultura judeo-cristiana,<br />

Quetzalcóatl también fue un exiliado, un viajero, un héroe que se fue y prometió regresar. Como los<br />

otros, su mito vive a través de múltiples versiones y metamorfosis, pero trascendiéndolas y<br />

enriqueciéndolas todas.<br />

[sigue p.129]<br />

Los grandes festivales <strong>del</strong> <strong>mundo</strong> a/teca no eran sino la expresión externa, ceremonial, de un<br />

tiempo en el que la naturaleza y el destino se daban la mano, eran vividos como mito y, como mito, no<br />

sólo representados sino vitalmente creídos. Ningún ejemplo mejor que el de una de las versiones<br />

de la leyenda de Quetzalcóatl, transmitida al padre Bernardino de Sahagún en México por sus<br />

informantes <strong>indígena</strong>s. De acuerdo con esta versión <strong>del</strong> mito, uno de los dioses menores <strong>del</strong><br />

panteón <strong>indígena</strong>, un Puck oscuro y eternamente joven llamado Tezcatlipoca, cuyo nombre significa<br />

"El Espejo Humeante", les dijo a los otros demonios: "Visitemos a Quetzalcóatl, y llevémosle un<br />

regalo." Se dirigieron al palacio <strong>del</strong> dios en la ciudad de Tula y le entregaron el regalo, envuelto en<br />

algodón.<br />

"¿Qué es?", se preguntó Quetzalcóatl mientras desenvolvía el obsequio.<br />

Era un espejo. El dios se vio reflejado y gritó. Creía que, siendo un dios, carecía de rostro.<br />

Ahora, reflejado en el espejo enterrado, vio su propio rostro. Era, después de todo, la cara de un<br />

hombre, la cara de la criatura <strong>del</strong> dios. Así, Quetzalcóatl se dio cuenta de que al tener un rostro<br />

humano, debía, también, tener un destino humano.<br />

Los demonios nocturnos desaparecieron vociferando alegremente y Quetzalcóatl, esa noche,<br />

bebió hasta el estupor y fornicó con su hermana. Al día siguiente, lleno de vergüenza, se embarcó<br />

en una balsa de serpientes navegando hacia el Oriente. Prometió que regresaría en una fecha fija,<br />

Ce Ácatl, el día de la caña en el calendario azteca.<br />

Cuando los tiempos <strong>del</strong> destino y la naturaleza coincidían bajo un símbolo de pavor, el<br />

universo in-<br />

[sigue p.130]<br />

dígena era sacudido hasta las raíces y el <strong>mundo</strong> entero temía perder su alma. Esto es exactamente lo que<br />

ocurrió cuando, después de una espantosa serie de augurios, el capitán español Hernán Cortés<br />

desembarcó en la costa <strong>del</strong> Golfo de México, el Jueves Santo de 1519.

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