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Vida y muerte del mundo indígena

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convirtieron en las estrellas. Pero un día, Coatlicue se encontró una pelota de plumas y la guardó<br />

celosamente en su seno.<br />

[sigue p.124]<br />

Cuando la buscó, la pelotilla había desaparecido, pero Coatlicue, nuevamente, se encontraba<br />

preñada. Sus hijos, la Luna y las Estrellas, no le creyeron. Avergonzados de su madre, a la cual<br />

acusaron de promiscua, decidieron matarla. Una diosa sólo podía dar a luz una sola vez, en la<br />

nómina de las divinidades originales. ¿Qué podía seguir a la hazaña de darle vida a los dioses?<br />

¿Qué monstruosidad? ¿Cómo podía haber segundos dioses? Pero mientras ellos intrigaban,<br />

Coatlicue dio a luz al fogoso dios de la guerra Huitzilopochtli, quien, auxiliado por una<br />

serpiente en llamas, se volvió en contra de sus hermanos, los asesinó en un ataque de rabia,<br />

decapitó a su hermana la Luna y la arrojó en un profundo barranco, donde el cuerpo de la mujer<br />

yace mutilado para siempre. El disco de la diosa de la Luna, descubierto en el Templo Mayor de<br />

México en 1977, ilustra este mito que, a su vez, revela la certeza de que el universo natural de los<br />

indios nació de la catástrofe. Los cielos, literalmente, se rompieron en pedazos, la Madre Tierra<br />

cayó y fue fertilizada en tanto que sus hijos fueron despedazados por el fratricidio y enseguida<br />

diseminados, mutilados, por todo el universo.<br />

Pero la escultura de Coyolxauhqui y la de su madre Coatlicue son formas artísticas que,<br />

aunque nacidas de un mito, ya no cumplen una función religiosa. Se han convertido en parte de la<br />

imaginación artística, de tal manera que, más allá de sus orígenes sagrados, lo que hoy vemos es<br />

una composición artística moderna y ambivalente. La realidad se ha quebrado en varias partes, pero<br />

al mismo tiempo exige ser reunificada: ¿piden otra cosa las pinturas cubistas? Al imaginar a los<br />

dioses, estos escultores anónimos <strong>del</strong><br />

[sigue p.125]<br />

universo <strong>indígena</strong>, igual que sus contrapartes góticas europeas, igualmente anónimos y también<br />

inspirados por la religión, crearon obras de arte intemporales, que pueden ser apreciadas fuera de su<br />

contexto religioso, en nuestro propio tiempo. La condición para lograrlo está enterrada en el<br />

corazón mismo de la creación artística. El verdadero artista no refleja la realidad: añade algo nuevo a<br />

la realidad.<br />

Entre las piedras y las manos que les dieron forma, los artistas <strong>indígena</strong>s establecieron<br />

formas de comunicación que al cabo se volvieron universales. André Bretón vio en el arte y la<br />

vida de México una expresión <strong>del</strong> surrealismo. Mucho más concretamente, el escultor británico<br />

Henry Moore se inspiró en la figura reclinada <strong>del</strong> Chac Mool para darnos su espléndida serie de<br />

estatuas yacentes. Las estatuas de Moore se han convertido en una de las obras más representativas e<br />

inolvidables de la tradición moderna; ello no es ajeno a su conexión con una de las tradiciones más<br />

antiguas. Lo que Henry Moore dice de su propio arte, puede decirse de las grandes esculturas <strong>del</strong><br />

México antiguo: si un escultor comprende el material con el cual trabaja, puede transformar un<br />

bloque de materia cerrada en una composición animada de masas que se expanden y se contraen,<br />

empujan y se confunden.<br />

Capturadas entre el puro aire y el dinamismo de la piedra, estas esculturas son el producto de<br />

una pluralidad de realismos, una multiplicidad de visiones que, al manifestarse como obras de arte,<br />

son todas igualmente "reales". Las colosales cabezas olmecas tienen rasgos llamativamente negroides,<br />

al grado de que muchos se han preguntado si el Caribe originalmente fue poblado por inmigrantes<br />

africanos. Pero su reali-<br />

[sigue p.126]

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