Hambre - Saga Olvidados

—No es tan fácil, ¿eh? —se burló Edilio.
—¡Ay, ay! —E. Z. se puso en pie de un salto. Se agarraba las
manos y se miraba una de ellas fijamente—. ¡No, no, no!
Sam no estaba atento. Pensaba en otra cosa, miraba en busca de
los pájaros perdidos, pero el terror detectado en la voz de E. Z. le
hizo volver la cabeza bruscamente—. ¿Qué pasa?
—¡Algo me ha mordido! —exclamó E. Z.—. ¡Ay, duele! ¡Cómo
duele! ¡Me...!
E. Z. soltó un gritó agónico que empezó bajo pero fue subiendo
cada vez más hasta volverse histérico.
Sam vio lo que parecía un signo de interrogación negro marcado
en el pantalón de E. Z.
—¡Una serpiente! —gritó Sam a Edilio.
El brazo de E. Z. se contrajo espasmódicamente. Temblaba con
violencia, como si un gigante invisible lo tuviera agarrado y tirara de
él con tanta fuerza y rapidez como le fuera posible.
E. Z. gritaba sin parar e inició un baile alocado.
—¡Los tengo en mis pies! —gritaba—. ¡Los tengo en mis pies!
Sam se quedó paralizado durante unos segundos, unos pocos segundos...
pero, luego, al recordarlo, le parecería mucho tiempo. Demasiado.
Saltó hacia delante, hacia E. Z., pero Edilio se abalanzó sobre él
como si le hiciera un placaje.
—¿Qué haces? —preguntó Sam, forcejeando para soltarse de él.
—Colega... mira... mira —susurró Edilio.
El rostro de Sam quedaba a pocos centímetros de la primera
hilera de repollos.
La tierra estaba viva. Había gusanos. Gusanos grandes como
culebras de jaretas que salían a montones de debajo de la tierra.
Decenas de gusanos. Puede que centenares. Todos iban en dirección
a E. Z., cuyos gritos incesantes traslucían agonía y confusión.
Sam se puso en pie pero no se acercó al borde del campo de
repollos. Los gusanos no iban más allá de la primera hilera de tierra
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