Hambre - Saga Olvidados

—¿Repollo? —preguntó Sam a Edilio.
—Hace que te tires pedos. —Edilio le guiñó el ojo—. Pero no
podemos ponernos demasiado exigentes.
—Creo que no estaría tan malo si pudiéramos comerlo en ensalada
—opinó Sam, y añadió—: La verdad es que, ahora mismo, me
comería un repollo tan contento.
—¿Sabes lo que he desayunado? —comentó Edilio—. Una lata
de succotash.
—¿Y qué es succotash?
—Frijoles con maíz. Todo mezclado. —Edilio frenó en el límite
del campo—. No son precisamente huevos con salchichas.
—¿Es el desayuno oficial hondureño? —preguntó Sam.
Edilio resopló.
—Colega, el desayuno oficial hondureño cuando eres pobre es
una tortilla de maíz, los frijoles que te queden y si tienes un buen día
un plátano. Si tienes un mal día, una tortilla sin más. —Apagó el motor
y echó el freno de mano—. No es la primera vez que paso hambre.
Sam se levantó en el jeep y se estiró antes de saltar al suelo. Era
un chaval atlético por naturaleza, pero no intimidaba físicamente.
Tenía el cabello castaño con reflejos dorados, ojos azules y la piel
bronceada. Puede que fuera un poco más alto que los demás, puede
que estuviera en mejor forma, pero nadie lo elegiría para ser jugador
de fútbol profesional.
Sam Temple era una de las dos personas más mayores de la
ERA. Tenía quince años.
—Oye, eso parece una lechuga —señaló E. Z., envolviendo
cuidadosamente los auriculares en torno al iPod.
—Ojalá... —suspiró Sam—. Hasta ahora tenemos aguacates,
muy bien, y melones cantaloup, que es estupendo. Pero encontramos
demasiado brécol y alcachofas. Muchas alcachofas. Y ahora repollo.
—Puede que acabemos consiguiendo naranjas —le recordó Edilio—.
Los árboles tenían buena pinta. Lo único que pasó fue que la
fruta maduró y al no recogerla nadie, se pudrió.
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