Hambre - Saga Olvidados

—Astrid dice que las cosas maduran en épocas extrañas —señaló
Sam—. No en las normales.
—Como le gusta decir a Quinn: «Estamos muy lejos de la normalidad»
—recordó Edilio.
—¿Quién va a recoger todos estos? —se preguntó Sam en voz
alta. Era lo que Astrid habría denominado una pregunta retórica.
Albert iba a decir algo, pero se detuvo cuando E. Z. intervino:
—Oíd, iré a pillar uno de estos repollos ahora mismo. Me muero
de hambre —dijo, y desenroscó los auriculares para volver a ponérselos.
Los repollos quedaban separados unos treinta centímetros los
unos de los otros en sus respectivas hileras, y cada hilera quedaba a
más de medio metro de la siguiente. La tierra entre ellos estaba seca
y desmenuzada. Los repollos se parecían más a plantas caseras de hoja
gruesa que a algo que te fueras a comer de verdad.
No resultaban muy distintos de la otra docena de campos que
había visto Sam durante aquel circuito agrícola.
Pero entonces se corrigió mentalmente... sí que había algo distinto.
No sabía muy bien lo que era, pero allí había algo distinto.
Frunció el ceño y trató de interpretar la sensación que tenía, decidir
por qué le parecía que algo... no iba bien.
Puede que fuera un sitio más silencioso.
Sam tomó un trago de la botella de agua. Oyó a Albert contar
en voz baja, resguardándose de la luz del sol con la mano mientras
multiplicaba.
—En un cálculo así aproximado, calculando que cada repollo
debe de pesar menos de medio kilo, me parece que tenemos menos
de 15.000 kg de repollo.
—¡No quiero ni pensar en cuántos pedos se traduce eso! —gritó
E. Z. por encima del hombro mientras avanzaba decidido por el
campo.
E. Z. era un chaval de sexto, pero parecía mayor. Era alto para
su edad, y algo regordete. El pelo rubio fino y descolorido le caía
hasta los hombros. Llevaba una camiseta del Hard Rock Café de
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