00 PORTADA.indd - Franciscanos Conventuales de España

en primera persona
Beba Cedrés
“He visto
la mano del Señor
después de perder a mi hijo”
Me llamo Genoveva, pero para mi familia y
mis amigos soy Beba. Nací en Canarias hace ya mucho tiempo…
y en esas islas crecí rodeada de muchos hermanos. En Canarias
conocí también a José Antonio, mi marido. Con él empecé una
relación no sólo de encuentro sino de búsqueda. Esta actitud
nos llevó a participar en reuniones de novios y a continuar con el
grupo que surgió entonces.
En esas experiencias se fueron fundando los cimientos
de nuestro posterior matrimonio. Tuvimos dos hijos, David y
Carolina. Con ellos seguimos creciendo en grupos de matrimonios
e intentado transmitirles todo aquello que considerábamos
fundamental como familia.
Pasados unos años nos trasladamos a Zaragoza, donde conocimos
a los franciscanos conventuales. Nuestra relación con
los frailes comenzó con una llamada que nos hicieron en una
Eucaristía en la que nos invitaron a mojarnos físicamente con
agua. Fue un gesto en el que nos vimos dando un sí al Señor, a
los hermanos y a Francisco de Asís. Es a partir de ese momento
cuando nos ponemos al servicio de la comunidad.
Después de más de 20 años seguimos trabajando en pastoral
juvenil, grupos de matrimonios, pastoral prebautismal, Consejo
Pastoral Parroquial y, desde hace tres años, en la Comisión de
Pastoral de la Provincia de los franciscanos conventuales en
España, de la que formo parte en misión compartida.
Antena
26 / diciembre 2010 Conventual
Beba con un
grupo de mujeres
de la parroquia
y, al lado, con su
esposo, su hija y
su nieto Lucas.
Hay momentos que marcan a la familia. Un día nos encontramos
con el fallecimiento de nuestro hijo David cuando tenía
apenas 22 años. Fue un 20 de noviembre de hace ocho años.
Vivimos momentos de desgarro, de un dolor y un vacío difíciles
de explicar. Siempre decimos que cuando faltan los padres, los
hijos se quedan huérfanos. Y cuando falta un hijo y un hermano,
¿cómo nos llamamos los padres y su hermana?
Sólo puedo decir que gracias al camino que he descrito
hemos visto la mano del Señor, su respuesta y su acompañamiento.
Después de estos años, y cada vez más, siento la
pérdida con mayor paz. Tenemos la gran esperanza de que
él está en esa Vida que el Señor nos anuncia. Él nos dejó una
gran herencia, un gran ejemplo de vida, un amor que seguimos
sintiendo en lo más profundo de nuestro ser.
A pesar de temer siempre el día del aniversario de su muerte,
la vida nos ha regalado por esas mismas fechas el milagro
de otra vida: la que nació de Carolina y Juan Francisco, que nos
han hecho abuelos hace escasamente un mes.
En este momento todo son sensaciones de una alegría
profunda. La llegada de un bebé a la familia hace que la vida
continúe. Ahora nos toca aprender a ser abuelos en medio de
sentimientos de una gran ternura y fragilidad. Sólo tengo que
darle gracias al Señor por todos los momentos de la vida y
ofrecerle los que han de venir.