LOS MÁRGENES DE LA ESCRITURA/ LA ESCRITURA DE LOS ...

feligreses, sostienen impávidos una inscripción gigantesca: “CHAO, CARISIMO”. Hay
un problema: carísimo no lleva la doble ese preceptiva en italiano.
Bien, hasta aquí la anécdota, ¿podría extraerse la categoría que sin duda subyace
en la misma? El territorio abordado por esas prácticas enunciadas parece, sin embargo,
francamente periférico.
¿Pero son periféricos de verdad a nuestras preocupaciones de escritores o de
analistas, estos pequeños fenómenos de lengua descritos?
Estimo que no, que no estamos ante una cuestión baladí, sino ante un tipo de
intervención que nos interroga e interroga a nuestro tiempo sobre el verdadero presente
de un trabajo sobre la lengua, del que se desea tenga proyección social y a cuya
existencia hemos dado en llamar literatura.
Una primera constatación es la de que el campo de ésta se amplía sin cesar. La
historia de la literatura es la historia de cómo todo termina ingresando bajo la categoría
de literatura. ¿Pero podemos de verdad integrar en ese contexto a la moneda, al cartel
publicitario, a la tarjeta, a la pancarta, a la pintada de la que he hablado?
Podríamos, desde luego, no hacerlo diciendo, por ejemplo, que son
extremadamente cortas. Que en estas expresiones la materialidad de la escritura es tan
exigua, que no satisface los niveles de textualidad inflacionista que el momento
económico nos dicta. Y, sin embargo, sucede que estas intervenciones, presididas por
una economía política del signo, son ciertamente las herederas de las poéticas mínimas
de la vanguardia. Esos textos ejemplifican un principio fundacional de la belleza y el
arte verbal, que definido por Gracián, por ejemplo, constituye programa de “ética
ecologista”, con respecto al régimen del discurso: menos es más. Menos es, hoy más
que nunca, más.
El/los escritor/es de estos slogans tiene como su misión central conseguir con un
mínimo de intervención un plus de sentido: su trabajo va dirigido a subrayar, borrar,
alterar un mensaje ya hecho, solidificado, para, parasitándolo, obligarlo a su
significación más contradictoria y, por tanto, más poética. En realidad, los casos
propuestos nos indican que se trata, sobre todo, de concentrarse, no sobre el mensaje,
sino sobre las condiciones de su circulación, sobre el contexto, buscando aquel que
admita un máximo de refuncionalización con un mínimo de inversión, de esfuerzo.
Pragmatismo de raíz netamente capitalista: la acción intelectual más satisfactoria
es la que consigue el efecto mayor con un mínimo de actuación. Se trata no de creación
de signos, sino del más sutil trabajo de cambiarle el signo al signo.