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profesionales catalanes y madrileños, el entrevistado aseguró que<br />
”hoy en día no es tan así. Sí fue cierto hace unos veinte años, pero<br />
habría que diferenciar el tipo de encargo que recibía el madrileño y el<br />
catalán, que le hacían asumir diferentes papeles frente al trabajo. En<br />
Cataluña –explicó-, hasta la autonomía, los encargos eran<br />
fundamentalmente edificios privados, -viviendas, casa de renta o para<br />
vender-, no había obras públicas. De hacerse, se encargaban a los<br />
arquitectos madrileños, ya que estaban controladas por el poder<br />
central.<br />
Esta centralización en Madrid –continuó Lapeña-, hizo que la<br />
arquitectura catalana fuese más modesta, más realista, que sirviera<br />
realmente a los objetivos económicos <strong>del</strong> cliente. De allí surgió aquel<br />
nombre propio: la Escuela de Barcelona, con gran influencia de los<br />
italianos -Ignazio Gar<strong>del</strong>la en especial-, por la relación entre los<br />
arquitectos catalanes y milaneses. Esa fue entonces la manera de hacer<br />
que la distinguió de la madrileña, en la cual el tipo de encargo –oficialpermitió<br />
una mayor independencia <strong>del</strong> cliente –el Estado-.<br />
A partir de la autonomía de los gobiernos locales se comenzaron obras<br />
de equipamiento social –escuelas, centros de salud, edificios<br />
deportivos, urbanización de calles-, que tendieron a fortalecer los lazos<br />
entre los centros urbanos y las periferias, olvidadas y aisladas durante<br />
el régimen anterior. En ese momento se comenzaron a convocar<br />
concursos, alejándose <strong>del</strong> modo de contratación directo anterior. Así se<br />
realizaron casi todas las obras públicas, con un trabajo compartido<br />
entre el gobierno y los arquitectos”.<br />
“A diferencia de otras actividades <strong>del</strong> hombre –concluyó Lapeña-, la<br />
arquitectura necesita siempre de la construcción –y de sus leyes- para<br />
hacerla aparente. Si se prescinde de estas leyes a favor de una<br />
abstracción total, sobreviene el fracaso. Si, por el contrario, se favorece<br />
una exacerbada especialización de la construcción, se convierte en<br />
algo banal”.<br />
Publicado en La Prensa, 121/12/94<br />
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