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de ambos, y por eso llega al funesto enredo que yo tengo que sacar ahora a la luz: con ese fin, tengo que repasar toda<br />
la doctrina de los <strong>el</strong>ementos en general.<br />
La Estética transcendental es una obra tan sumamente meritoria, que <strong>el</strong>la sola podría bastar para perpetuar<br />
<strong>el</strong> nombre de Kant. Sus demostraciones tienen tal fuerza de convicción, que cuento sus principios doctrinales entre<br />
las verdades irrefutables -<strong>como</strong> también, sin duda, las más fructíferas- y por <strong>el</strong>lo hay que considerarlos <strong>como</strong> lo más<br />
extraño en <strong>el</strong> <strong>mundo</strong>, a saber, <strong>como</strong> un grande y real descubrimiento en la metafísica. De <strong>el</strong>la se infiere<br />
rigurosamente <strong>el</strong> hecho de que una parte de nuestro conocimiento está a priori en nuestra conciencia, hecho este que<br />
no admite ninguna explicación sino la de que esa parte la constituyen las formas de nuestro int<strong>el</strong>ecto: y eso es menos<br />
una explicación que una clara expresión d<strong>el</strong> hecho mismo. Pues a priori no significa nada más que «no obtenido por<br />
la vía de la experiencia, o sea, no llegado a nosotros desde fuera». Pero lo que se encuentra en <strong>el</strong> int<strong>el</strong>ecto sin haber<br />
venido de fuera es justamente lo que le pertenece a él mismo originariamente, su propia esencia. Si lo que en él se<br />
encuentra es <strong>el</strong> modo y manera generales en que se han de presentar todos sus objetos, entonces con eso está ya dicho<br />
que se trata de las formas de su conocer, es decir, d<strong>el</strong> modo y manera, constatados de una vez por todas, en los que él<br />
cumple esa<br />
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función suya. En consecuencia, «conocimientos a priori» y «formas propias d<strong>el</strong> int<strong>el</strong>ecto» no son en <strong>el</strong> fondo<br />
más que dos expresiones de la misma cosa, así que, en cierto sentido, son sinónimos.<br />
De las doctrinas de la Estética transcendental no sabría yo <strong>el</strong>iminar nada, solo añadir alguna cosa. En<br />
particular, diría que Kant no ha llevado sus pensamientos hasta <strong>el</strong> final, al no haber rechazado todo <strong>el</strong> método<br />
demostrativo de Euclides tras haber dicho, en la página 87, V 120, que todo conocimiento geométrico recibe<br />
evidencia inmediata de la intuición. Es sumamente notable que incluso <strong>el</strong> primero de sus detractores y, por cierto, <strong>el</strong><br />
más sagaz de todos, G. E. Schulze, en su Critica de la filosofía teorética, 11, 241, llegue a la conclusión de que a<br />
partir de la doctrina kantiana surgiría un tratamiento de la geometría totalmente distinto d<strong>el</strong> acostumbrado; con <strong>el</strong>lo<br />
cree desarrollar una reducción al absurdo 12 contra Kant, pero de hecho emprende la guerra contra <strong>el</strong> método euclideo<br />
sin saberlo. Me remito al § 15 d<strong>el</strong> primer libro d<strong>el</strong> presente escrito 13 .<br />
Tras la detallada dilucidación ofrecida en la Estética transcendental en torno a las formas generales de toda<br />
intuición, era de esperar que se obtuviera alguna explicación sobre su contenido, sobre la forma en que la intuición<br />
empírica llega a nuestra conciencia y sobre cómo surge en nosotros <strong>el</strong> conocimiento de todo ese <strong>mundo</strong> tan real y tan<br />
importante para nosotros. Sobre este tema la doctrina de Kant no contiene en realidad nada más que la reiterada<br />
expresión que nada dice: «Lo empírico de la intuición viene dado de fuera». Con <strong>el</strong>la, Kant llega también aquí de un<br />
salto desde las puras formas de la intuición al pensamiento a la Lógica transcendental. Justo al comienzo de la<br />
misma (Crítica de la razón pura, p. 50, V 74), en <strong>el</strong> que Kant no puede evitar la referencia al contenido material de<br />
la intuición empírica, da <strong>el</strong> primer paso en falso y comete <strong>el</strong> πρωτον ψευδος 14 . «Nuestro conocimiento -dice- tiene<br />
dos fuentes: la<br />
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12. ... einen apagogischen Beweiβ. Véase p. 84 [p. 121] nota 36. [N. de la T.]<br />
13. Puede verse también Über die vierfache Wurz<strong>el</strong> des Satzes vom zureichenden Grunde, cap. 6, pp. 130 ss. (trad. cast.,<br />
pp. 189 ss.) [N. de la T.]<br />
14. Literalmente, «primer paso en falso». En este contexto, error en la premisa, de donde nace <strong>el</strong> error en la conclusión.<br />
Cf. Aristót<strong>el</strong>es, Analytica posteriora, cap. 18, 66a. [N. de la T.]<br />
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receptividad de las impresiones y la espontaneidad de los conceptos: la primera es la capacidad de recibir<br />
representaciones, la segunda, la capacidad de conocer un objeto mediante esas representaciones: por la primera nos<br />
es<br />
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dado un objeto, por la segunda es pensado...». Esto es falso: pues, según <strong>el</strong>lo, la impresión, única cosa para la<br />
que tenemos mera receptividad, que por tanto viene de fuera y es lo único que verdaderamente está «dado», sería ya<br />
una representación e incluso un objeto. Pero no es más que una mera sensación orgánica; y solo mediante la<br />
aplicación d<strong>el</strong> entendimiento (es decir, de la ley de causalidad), junto con las formas de la intuición d<strong>el</strong> espacio y <strong>el</strong><br />
tiempo, llega nuestro int<strong>el</strong>ecto a transformar esa mera sensación en una representación, la cual existe en ad<strong>el</strong>ante<br />
<strong>como</strong> objeto en <strong>el</strong> espacio y <strong>el</strong> tiempo, y no puede ser distinguida d<strong>el</strong> último (<strong>el</strong> objeto) más que en la medida en que<br />
uno pregunte por la cosa en sí; por lo demás, es idéntica a él. En <strong>el</strong> tratado Sobre <strong>el</strong> principio de razón, § 21, he<br />
expuesto detalladamente ese proceso. Pero con eso está cumplida la tarea d<strong>el</strong> entendimiento y d<strong>el</strong> conocimiento<br />
intuitivo, y no hace falta para <strong>el</strong>lo concepto ni pensamiento alguno; de ahí que también <strong>el</strong> animal tenga esas<br />
representaciones. Cuando se presentan los conceptos aparece también <strong>el</strong> pensamiento que, en efecto, puede ir<br />
acompañado de espontaneidad; entonces se abandona totalmente <strong>el</strong> conocimiento intuitivo e irrumpe en la conciencia<br />
una clase de representaciones completamente distintas, a saber, los conceptos no intuitivos y abstractos: esa es la<br />
actividad de la razón que, sin embargo, recibe todo <strong>el</strong> contenido de su pensamiento exclusivamente de la intuición<br />
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