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Reforzarán cooperación Argentina y Venezuela - Juventud Rebelde

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Angie y los sueños<br />

Una niña venezolana rescatada de la marginalidad conduce ahora la<br />

sección infantil del Noticiero de las Misiones, que refleja la obra<br />

social de la Revolución Bolivariana<br />

juventud rebelde MIÉRCOLES 21 DE FEBRERO DE 2007<br />

VARIADA<br />

05<br />

por RONALD SUÁREZ RIVAS<br />

especial para <strong>Juventud</strong> <strong>Rebelde</strong><br />

digital@jrebelde.cip.cu<br />

CARACAS.— Hoy Angie Laterza tiene<br />

12 años y sueña con ser periodista.<br />

Once meses atrás, lo hacía con un<br />

techo donde dormir, un plato de<br />

comida y, sobre todo, con apartar a<br />

su mamá de la droga.<br />

Durante dos años vivió en la calle.<br />

Primero en los parques de Maturín,<br />

estado de Monagas, y luego en las<br />

plazas de Caracas. <strong>Venezuela</strong> toda la<br />

conoce, porque durante la emisión<br />

257 del programa Aló Presidente, le<br />

narró su historia a Hugo Chávez, y<br />

remató su aparición ante las cámaras<br />

tocando con el oboe el Himno de<br />

la alegría.<br />

Y también porque desde hace<br />

algunas semanas conduce la sección<br />

infantil del Noticiero de las Misiones,<br />

que se transmite todos los viernes<br />

por Venezolana de Televisión y<br />

refleja la obra social de la Revolución<br />

Bolivariana.<br />

La historia de su corta vida es tan<br />

triste que los psicólogos insisten en<br />

que no la recuerde más.<br />

Junto a su mamá y tres hermanitos,<br />

fue desalojada de su casa natal,<br />

debido a un penoso conflicto familiar,<br />

y obligada a la más cruda supervivencia.<br />

Antes de concluir el sexto grado,<br />

abandonó los estudios, vendió estampitas,<br />

durmió en parques y estacionamientos,<br />

pidió dinero. «Malandra no<br />

soy —aclara—, porque nunca robé<br />

ni tomé drogas», pero admite haber<br />

conocido de cerca a quienes lo<br />

hacían. «A veces la pobreza no te<br />

deja otra opción».<br />

Su propia madre, en medio de la<br />

impotencia, comenzó a inyectarse<br />

estupefacientes, para «no sentir<br />

nada».<br />

«La gente dice que yo debería<br />

estar traumatizada, pero soy una niña<br />

sanita», comenta Angie. En Maturín,<br />

mientras trataba de ganarse la vida,<br />

aprendió a jugar ajedrez, «porque no<br />

quería quedarme bruta», y en Caracas<br />

se colaba dentro del Polideportivo<br />

de esta ciudad, para participar en<br />

las clases de danza.<br />

La primera vez que llegó a uno de<br />

los puntos de alimentación abiertos<br />

por el Gobierno para los indigentes,<br />

no la quisieron atender, pues no creían<br />

que viviera en la calle. «Me veían limpia<br />

y peinada, no como los demás<br />

niños».<br />

En aquel lugar supo de la Misión<br />

Negra Hipólita, un programa social<br />

creado por el gobierno venezolano<br />

para luchar contra la extrema pobreza,<br />

«y allí se inicia la parte feliz»,<br />

según ella misma dice.<br />

Durante varios meses permaneció<br />

con su familia en el Instituto Nacional<br />

del Menor (INAM), en un proceso de<br />

rehabilitación. Luego recibieron una<br />

casa, y su mamá y uno de los hermanos<br />

comenzaron a trabajar en el<br />

Ministerio de Participación Popular y<br />

Desarrollo Social (MINPADES), como<br />

educadores de calle, para tratar que<br />

la gente no sufra lo que ellos.<br />

Angie empezó a estudiar Música.<br />

En solo una semana aprendió a<br />

tocar el oboe e ingresó a la Orquesta<br />

Infantil de <strong>Venezuela</strong>, integrada<br />

por jóvenes de muy bajos recursos.<br />

«Si no fuera por mi Presidente,<br />

que creó la Misión Negra Hipólita,<br />

todavía anduviera en la calle, y mi<br />

mamá seguiría trabajando hasta la<br />

noche. No tendría donde vivir ni estaría<br />

en la escuela, y no sabría nada de<br />

nada», afirma.<br />

«Pero todavía quedan niños que<br />

andan por ahí, pidiendo moneditas.<br />

No conocen de Negra Hipólita. Por<br />

eso quiero ser periodista. Voy a estudiar<br />

y me voy a graduar de comunicadora<br />

social, para hablar de las<br />

misiones por la televisión».<br />

Angie, durante la grabación del Noticiero de las Misiones, de Venezolana de<br />

Televisión. Foto: Alberto Borrego Ávila<br />

Misión Negra Hipólita<br />

La Misión Negra Hipólita, creada por el Gobierno bolivariano, funciona en<br />

todos los estados de <strong>Venezuela</strong> y tiene como objetivo luchar contra la<br />

extrema pobreza.<br />

En poco más de un año, ha rescatado de la calle a decenas de miles<br />

de indigentes. Esas personas reciben atención médica, tratamientos de<br />

rehabilitación, y opciones de estudio o empleo.<br />

René Fernández Santana<br />

La magia de un titiritero<br />

por SUSADNY GONZÁLEZ RODRÍGUEZ,<br />

estudiante de Periodismo<br />

digital@jrebelde.cip.cu<br />

EL 2007 no pudo traer mejores aires para un<br />

papalotero que, desde las tablas, pone a<br />

volar la imaginación de los niños. Durante 50<br />

años de profesión René Fernández Santana<br />

ha sostenido la cuerda de Papalote, proyecto<br />

que le valió el Premio Nacional de Teatro y la<br />

admiración del pueblo que enriquece espiritualmente<br />

su obra.<br />

«Me siento contento porque es la primera<br />

vez que el Premio se concede a un titiritero.<br />

Tampoco pensé que en mi ciudad me conocieran<br />

tanto. En eso consiste el mérito de<br />

Papalote: ha convertido a Matanzas en la ciudad<br />

de los títeres».<br />

Además del galardón —compartido con<br />

María Elena Molinet, Eduardo Arrocha y René<br />

de la Cruz—, fue reconocido en el reciente<br />

Festival Nacional de Teatro de Pequeño Formato<br />

de Villa Clara, con el premio de diseño<br />

escenográfico y de vestuario, por su puesta en<br />

escena de Payasos disparatados y rayados.<br />

«No es la primera vez que participo en este<br />

evento. El Mejunje —su sede— es un espacio<br />

muy favorable para la interacción con el<br />

René Fernández, entre María Elena Molinet y René de la Cruz, durante la entrega del Premio Nacional<br />

de Teatro 2007. Foto Calixto N. Llanes<br />

público que puede apreciar cómo está el teatro<br />

en estos momentos».<br />

Por su creatividad en la manipulación de<br />

los títeres, el rescate de la cultura tradicional<br />

y el tratamiento de temas literarios universales,<br />

René Fernández es considerado uno de<br />

los más importantes directores de teatro<br />

para niños.<br />

Parece haber nacido para ello. Sencillez,<br />

modestia y amabilidad, componen su carácter.<br />

Con la sonrisa a flor de piel y la mano<br />

presta al saludo, acepta el diálogo imprevisto.<br />

—¿Qué representa para René Fernández<br />

la obra La amistad es la paz?<br />

—Significa mi verdadera iniciación en el<br />

teatro, cuando tenía 12 años. Mis hermanos<br />

menores fueron el público. Es una obra muy<br />

sencilla pero cargada de amor. La hice con<br />

muñequitos planos y trataba de demostrarles<br />

la importancia de defender nuestra identidad,<br />

como lo hacen sus dos personajes.<br />

«En 1962 comencé profesionalmente a<br />

través de un curso de los hermanos Camejo.<br />

Soy el resultado de mi pueblo. Me he alimentado<br />

de su naturaleza, de su bahía, de su<br />

biblioteca, donde leí un texto titiritero por primera<br />

vez. No me concibo sin Matanzas. En<br />

sus calles he mudado muchas veces la piel».<br />

—Sin embargo, nunca le ha dedicado ninguna<br />

puesta en escena...<br />

—He estudiado mi ciudad, su sincretismo,<br />

sus mezclas, su cultura. Aunque no se vea de<br />

una forma evidente, está dentro de cada personaje<br />

que he creado.<br />

—En la década de los 70 usted se vio<br />

obligado a separarse del grupo. ¿Cómo explica<br />

que, paradójicamente, haya alcanzado su<br />

madurez en esa etapa?<br />

—La madurez me llegó con un golpe. Pensé<br />

incluso en dejar el teatro, pero ese arte es<br />

muy fuerte.<br />

«Me dediqué a escribir, a corporizar mi<br />

método de trabajo. Comprendí mejor la reali-<br />

dad social, porque vivía muy encerrado en él.<br />

Me enamoré.<br />

«Lo que aprendí lo puse en práctica. Traté<br />

de que el pasado no se me interpusiera. Cuido<br />

mucho mi verticalidad, que es una de las<br />

leyes fundamentales de los títeres».<br />

—¿Se concibe sin el teatro?<br />

—Eso forma parte de mi existencia. Es un<br />

puerto, mi hogar, el desafío que me hace sentir<br />

vivo. Me siento un hombre afortunado por<br />

hacer lo que me gusta.<br />

—¿Por qué ese empeño en reflejar el folclor<br />

afrocubano en sus obras? ¿Y los refranes?<br />

—Obatalá, Yemayá, Eleguá, representan<br />

una raíz de nuestra cultura. Me nutro de todo<br />

eso, porque encierran muchas verdades.<br />

Admiro ese mundo. También hay que demostrarles<br />

a los niños que tenemos una gran<br />

riqueza mitológica.<br />

«Los refranes… son como el peso del elefante.<br />

Dan solidez al texto».<br />

—Al que a buen árbol se arrima, buena<br />

sombra lo cobija. ¿A qué árbol se arrimó<br />

usted?<br />

—Ese es mi refrán favorito. Me arrimé a<br />

Osvaldo Dragú, una persona que me ayudó<br />

mucho, no solo técnicamente.<br />

—¿Maestro?<br />

—Esa palabra no me gusta. Me enorgullezco<br />

de haber formado nuevas generaciones.<br />

Sigo haciéndolo. Un ejemplo es el Taller de<br />

los Aprendices. Además tengo un proyecto<br />

sociocultural: La calle de los títeres.<br />

—¿Cómo ve la salud del teatro cubano?<br />

—Cada época requiere de una renovación.<br />

Necesita desempolvar historias. Reclama en<br />

ocasiones diferente público, diferentes niños,<br />

otras realidades.<br />

«Lucho por no envejecer mi obra. Busco la<br />

manera de que mis títeres sean capaces de<br />

transmitir en la escena, la magia con que los<br />

pienso».

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