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(Mc 8, 11-13) «¿Por qué esta generación pide un signo?<br />
[11] Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con<br />
él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. [12] Jesús,<br />
suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un<br />
signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo». [13] Y dejándolos,<br />
volvió a embarcarse hacia la otra orilla.<br />
(C.I.C 1286) En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el<br />
Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su<br />
misión salvífica (cf. Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre<br />
Jesús en su Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el<br />
Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33-34). Habiendo sido concedido por<br />
obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una<br />
comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34).<br />
(C.I.C 1287) Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer<br />
únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo<br />
mesiánico (cf. Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta<br />
efusión del Espíritu (cf. Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa<br />
que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más<br />
manifiesta el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los<br />
Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro<br />
declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf.<br />
Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron<br />
bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2,38).<br />
(Mc 8, 14-21) Cuídense de la levadura de los fariseos<br />
[14] Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más<br />
que un pan en la barca. [15] Jesús les hacía esta recomendación: «Estén<br />
atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de<br />
Herodes». [16] Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. [17]<br />
Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no<br />
tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la<br />
mente enceguecida. [18] Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No<br />
recuerdan [19] cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando<br />
repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Ellos le respondieron:<br />
«Doce». [20] «Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas,<br />
¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?». Ellos le respondieron:<br />
«Siete». [21] Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?».<br />
(C.I.C 579) Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo<br />
en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al<br />
subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un<br />
celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una<br />
casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al<br />
pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la<br />
Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).<br />
(C.I.C 580) El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino<br />
Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf. Ga 4, 4). En<br />
Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del<br />
corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42,<br />
3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley<br />
hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían