Nº 26-27 (ago.-set. 1968) - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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MANUEL DIEGUES JUNIOR<br />
Todo esto incita a hablar de reforma agraria.<br />
Más que ninguna otra área brasileña, el Nordeste<br />
reclama que sea llevada a cabo. Es necesario no<br />
confundir reforma agraria con ideal extremista, ni<br />
ligarla a grupos demagógicos que utilizaron la<br />
idea como bandera de agitación. Aquí debemos repetir<br />
las palabras <strong>del</strong> Arzobispo D. Hélder Camara<br />
en su mensaje al pueblo pernambucano, al asumir<br />
su diócesis: «No podemos abandonar banderas<br />
verdaderas por el hecho de que hayan estado en<br />
manos equivocadas» (9).<br />
Una reforma agraria en el Brasil no puede ser<br />
nacional: nacionales son apenas los principios, las<br />
ideas y los objetivos que la deben guiar. Las fórmulas,<br />
la dirección y la ejecución deben ser regionales.<br />
Si no conocemos la regionalización <strong>del</strong> Brasil<br />
y sus particularidades regionales, toda reforma<br />
agraria se encamina hacia el fracaso. De ahí que<br />
sea digno de aplauso uno de los proyectos más<br />
sensibles a esa realidad brasileña: el que fue elaborado<br />
por el grupo de trabajo presidido por el<br />
ilustre senador Miltom Campos. Este proyecto nos<br />
parece el más adecuado a las condiciones brasileñas,<br />
sobre todo por el reconocimiento de las<br />
peculiaridades regionales <strong>del</strong> Brasil; y también por<br />
reconocer en este proceso preferencialmente un<br />
fin social y no sólo económico. En efecto, la reforma<br />
agraria es, antes que nada, una revolución<br />
social, la «revolución social rural», como la clasifica<br />
el profesor Balandier (10); una transformación<br />
de estructuras sociales, de relaciones de trabajo<br />
y de relaciones sociales más que una transformación<br />
simplemente económica.<br />
Una reforma agraria en la que no se repartan<br />
los latifundios y en la que los terrenos improductivos<br />
continúen sin producir, no es tal reforma; pero<br />
igualmente una reforma agraria que desconoce otros<br />
aspectos de la realidad, será incompleta. Es necesario<br />
que se repartan las tierras donde resulte<br />
preciso a causa de la acción dominadora y absorbente<br />
<strong>del</strong> latifundio, que impide la elevación <strong>del</strong><br />
bienestar social, pero asimismo donde se aglutinen<br />
los minifundios, donde la falta de tierras haga imposible<br />
el trabajo <strong>del</strong> propietario y su familia; que<br />
se perfeccionen las técnicas de producción, introduciendo<br />
nuevos medios de trabajo; que se tenga<br />
en cuenta el tipo de explotación económica, ya<br />
que todos saben que existen productos que exigen<br />
mayor extensión de tierra que otros para su cul-<br />
tivo, producción y siembre; y, sobre todo, que libere<br />
al hombre de las condiciones de servidumbre y<br />
sujeción en que vive.<br />
El Nordeste, más que cualquier otra región brasileña,<br />
reclama con insistencia reformas de estructura.<br />
Y no es otro el sentido que debe dársele a<br />
los movimientos nacidos allí, como el de las mismas<br />
Ligas Campesinas, que lamentablemente fue explotado<br />
por líderes políticos, que adulteraron el sentido<br />
exacto y auténtico <strong>del</strong> movimiento de los trabajadores<br />
rurales. La Liga no surgió como una<br />
lucha de clases, sino que representó la organización<br />
asociativa de los trabajadores, teniendo en vista<br />
la defensa de sus intereses. La ingenuidad, la<br />
buena fe, la naturalidad de los labradores fueron<br />
explotadas, llevando hacia fines políticos o ideológicos<br />
un movimiento puramente asociativo, porque<br />
los hombres son un sólo cuerpo, tal como nos<br />
enseñaba San Pablo en su epístola a los corintios,<br />
«porque el cuerpo no consta de un sólo miembro,<br />
y sí de muchos». Es la interrelación entre los hombres<br />
lo que asegura la convivencia y la paz; es<br />
ella la misma idea proclamada por el Santo Padre<br />
Juan XXIII, de nostálgica memoria, al recomendar<br />
la unión de los agricultores: «En cualesquier circunstancias<br />
los agricultores deben sentirse solidarios<br />
entre sí y colaborar en la fundación de cooperativas<br />
y asociaciones profesionales, absolutamente<br />
necesarias, unas y otras» (11).<br />
La Liga Campesina tendió a ese espíritu de asociación.<br />
Su creación no tenía fines políticos, sino<br />
que era esencialmente de beneficencia y de defensa<br />
<strong>del</strong> trabajador rural (12). Los estatutos de una de<br />
ellas definen así sus objetivos: «a) Prestar asistencia<br />
social a los arrendatarios, asalariados y pequeños<br />
propietarios agrícolas; b) Crear, instalar y mantener<br />
servicios de asistencia jurídica, médica, odontológica<br />
y educacional, según sus posibilidades».<br />
y también establecian que la Liga no haría discriminaciones<br />
de color, credo político, religioso o<br />
filosófico entre sus asociados.<br />
(9) En el Nordeste -Cristo se llama Zé, Antonio, Severino»,<br />
dice D. Hélder Camara en Jornal do Comércio,<br />
Recife, 12 de abril de 1964.<br />
(10) George Balandier, L'Anthropologie Appliquée aux<br />
Problemes des Pays Sous-Développés. Université de<br />
Paris, Institut d' Etudes Politiques, París, s/f.<br />
(11) Mater et Magistra. Livraria José Olimpio Editora,<br />
Rio de Janeiro, 1963, pág. 99.