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Nº 26-27 (ago.-set. 1968) - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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44<br />

MANUEL DIEGUES JUNIOR<br />

Todo esto incita a hablar de reforma agraria.<br />

Más que ninguna otra área brasileña, el Nordeste<br />

reclama que sea llevada a cabo. Es necesario no<br />

confundir reforma agraria con ideal extremista, ni<br />

ligarla a grupos demagógicos que utilizaron la<br />

idea como bandera de agitación. Aquí debemos repetir<br />

las palabras <strong>del</strong> Arzobispo D. Hélder Camara<br />

en su mensaje al pueblo pernambucano, al asumir<br />

su diócesis: «No podemos abandonar banderas<br />

verdaderas por el hecho de que hayan estado en<br />

manos equivocadas» (9).<br />

Una reforma agraria en el Brasil no puede ser<br />

nacional: nacionales son apenas los principios, las<br />

ideas y los objetivos que la deben guiar. Las fórmulas,<br />

la dirección y la ejecución deben ser regionales.<br />

Si no conocemos la regionalización <strong>del</strong> Brasil<br />

y sus particularidades regionales, toda reforma<br />

agraria se encamina hacia el fracaso. De ahí que<br />

sea digno de aplauso uno de los proyectos más<br />

sensibles a esa realidad brasileña: el que fue elaborado<br />

por el grupo de trabajo presidido por el<br />

ilustre senador Miltom Campos. Este proyecto nos<br />

parece el más adecuado a las condiciones brasileñas,<br />

sobre todo por el reconocimiento de las<br />

peculiaridades regionales <strong>del</strong> Brasil; y también por<br />

reconocer en este proceso preferencialmente un<br />

fin social y no sólo económico. En efecto, la reforma<br />

agraria es, antes que nada, una revolución<br />

social, la «revolución social rural», como la clasifica<br />

el profesor Balandier (10); una transformación<br />

de estructuras sociales, de relaciones de trabajo<br />

y de relaciones sociales más que una transformación<br />

simplemente económica.<br />

Una reforma agraria en la que no se repartan<br />

los latifundios y en la que los terrenos improductivos<br />

continúen sin producir, no es tal reforma; pero<br />

igualmente una reforma agraria que desconoce otros<br />

aspectos de la realidad, será incompleta. Es necesario<br />

que se repartan las tierras donde resulte<br />

preciso a causa de la acción dominadora y absorbente<br />

<strong>del</strong> latifundio, que impide la elevación <strong>del</strong><br />

bienestar social, pero asimismo donde se aglutinen<br />

los minifundios, donde la falta de tierras haga imposible<br />

el trabajo <strong>del</strong> propietario y su familia; que<br />

se perfeccionen las técnicas de producción, introduciendo<br />

nuevos medios de trabajo; que se tenga<br />

en cuenta el tipo de explotación económica, ya<br />

que todos saben que existen productos que exigen<br />

mayor extensión de tierra que otros para su cul-<br />

tivo, producción y siembre; y, sobre todo, que libere<br />

al hombre de las condiciones de servidumbre y<br />

sujeción en que vive.<br />

El Nordeste, más que cualquier otra región brasileña,<br />

reclama con insistencia reformas de estructura.<br />

Y no es otro el sentido que debe dársele a<br />

los movimientos nacidos allí, como el de las mismas<br />

Ligas Campesinas, que lamentablemente fue explotado<br />

por líderes políticos, que adulteraron el sentido<br />

exacto y auténtico <strong>del</strong> movimiento de los trabajadores<br />

rurales. La Liga no surgió como una<br />

lucha de clases, sino que representó la organización<br />

asociativa de los trabajadores, teniendo en vista<br />

la defensa de sus intereses. La ingenuidad, la<br />

buena fe, la naturalidad de los labradores fueron<br />

explotadas, llevando hacia fines políticos o ideológicos<br />

un movimiento puramente asociativo, porque<br />

los hombres son un sólo cuerpo, tal como nos<br />

enseñaba San Pablo en su epístola a los corintios,<br />

«porque el cuerpo no consta de un sólo miembro,<br />

y sí de muchos». Es la interrelación entre los hombres<br />

lo que asegura la convivencia y la paz; es<br />

ella la misma idea proclamada por el Santo Padre<br />

Juan XXIII, de nostálgica memoria, al recomendar<br />

la unión de los agricultores: «En cualesquier circunstancias<br />

los agricultores deben sentirse solidarios<br />

entre sí y colaborar en la fundación de cooperativas<br />

y asociaciones profesionales, absolutamente<br />

necesarias, unas y otras» (11).<br />

La Liga Campesina tendió a ese espíritu de asociación.<br />

Su creación no tenía fines políticos, sino<br />

que era esencialmente de beneficencia y de defensa<br />

<strong>del</strong> trabajador rural (12). Los estatutos de una de<br />

ellas definen así sus objetivos: «a) Prestar asistencia<br />

social a los arrendatarios, asalariados y pequeños<br />

propietarios agrícolas; b) Crear, instalar y mantener<br />

servicios de asistencia jurídica, médica, odontológica<br />

y educacional, según sus posibilidades».<br />

y también establecian que la Liga no haría discriminaciones<br />

de color, credo político, religioso o<br />

filosófico entre sus asociados.<br />

(9) En el Nordeste -Cristo se llama Zé, Antonio, Severino»,<br />

dice D. Hélder Camara en Jornal do Comércio,<br />

Recife, 12 de abril de 1964.<br />

(10) George Balandier, L'Anthropologie Appliquée aux<br />

Problemes des Pays Sous-Développés. Université de<br />

Paris, Institut d' Etudes Politiques, París, s/f.<br />

(11) Mater et Magistra. Livraria José Olimpio Editora,<br />

Rio de Janeiro, 1963, pág. 99.

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