La vasta brevedad - Prisa Ediciones
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<strong>La</strong> <strong>vasta</strong><br />
<strong>brevedad</strong><br />
(I)
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong><br />
<strong>brevedad</strong><br />
(I)<br />
Antología del cuento venezolano<br />
del siglo XX<br />
Antonio López Ortega • Carlos Pacheco • Miguel Gomes
© Título original: <strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong>. Antología del cuento venezolano<br />
del siglo XX<br />
© 2010, Antonio López Ortega, Carlos Pacheco y Miguel Gomes<br />
© De esta edición:<br />
2010, Editorial Santillana S.A.<br />
Avenida Rómulo Gallegos, Edif. Zulia, piso 1<br />
Sector Montecristo, Boleíta, Caracas 1071, Venezuela<br />
Tlf.: 58212 235 3033<br />
Fax: 58212 2397952<br />
www.santillana.com.ve<br />
ISBN: 978-980-15-0348-4<br />
Depósito legal: lf63320108001630<br />
Impreso en Venezuela – Printed in Venezuela<br />
Coordinación de la colección de autores venezolanos: Luis Barrera Linares<br />
Coordinación editorial: Lourdes Morales Balza<br />
Asistencia de investigación y transcripción: José Delpino<br />
Corrección: Alberto Márquez<br />
Diseño de tripa y cubierta: Myrian Luque<br />
Fotografía de portada: Cincopuntoseis<br />
Todos los derechos reservados.<br />
Esta publicación no puede ser<br />
reproducida, ni en todo ni en parte,<br />
ni registrada en o transmitida por<br />
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en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,<br />
fotoquímico, electrónico, magnético,<br />
electroóptico, por fotocopia,<br />
o cualquier otro, sin el permiso previo<br />
por escrito de la editorial.
Contenido<br />
Introducción 13<br />
El diente roto 37<br />
Pedro Emilio Coll<br />
<strong>La</strong> tragedia del oro 43<br />
Alejandro Fernández García<br />
Música bárbara 49<br />
Manuel Díaz Rodríguez<br />
El mútilo 71<br />
Julio Rosales<br />
El catire 81<br />
Rufino Blanco Fombona<br />
El ermitaño del reloj 89<br />
Teresa de la Parra<br />
El crepúsculo del Diablo 105<br />
Rómulo Gallegos
Ovejón 115<br />
Luis Manuel Urbaneja Achelpohl<br />
<strong>La</strong> I latina 125<br />
José Rafael Pocaterra<br />
Abyección 137<br />
Ramón Hurtado<br />
<strong>La</strong> perla 143<br />
Enrique Bernardo Núñez<br />
El difunto yo 151<br />
Julio Garmendia<br />
El camarote 161<br />
Carlos Eduardo Frías<br />
Santelmo 167<br />
José Salazar Domínguez<br />
Obsesión 181<br />
Leoncio Martínez<br />
¡Viva Santos Lobos! 195<br />
Pedro Sotillo<br />
<strong>La</strong> lluvia 215<br />
Arturo Uslar Pietri<br />
<strong>La</strong> muerte de Fontegró 233<br />
Jesús Enrique Lossada
<strong>La</strong> Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez 241<br />
Antonio Arráiz<br />
Pelusa 267<br />
Ada Pérez Guevara<br />
Mañana sí será 279<br />
Raúl Valera<br />
Arco secreto 295<br />
Gustavo Díaz Solís<br />
Demetrio y el niño 313<br />
Pedro Berroeta<br />
Climaterio 333<br />
Oswaldo Trejo<br />
El murado 343<br />
Humberto Rivas Mijares<br />
Los cielos de la muerte 349<br />
Alfredo Armas Alfonzo<br />
<strong>La</strong> niña vegetal 369<br />
Oscar Guaramato<br />
<strong>La</strong> puntada 381<br />
Joaquín González Eiris<br />
<strong>La</strong> Virgen no tiene cara 401<br />
Ramón Díaz Sánchez
Abigaíl Pulgar 425<br />
Andrés Mariño Palacio<br />
<strong>La</strong> gata, el espejo y yo 433<br />
Nelson Himiob<br />
<strong>La</strong> mano junto al muro 447<br />
Guillermo Meneses<br />
<strong>La</strong>s tres ventanas 465<br />
Héctor Mujica<br />
En el lago 481<br />
Adriano González León<br />
Testamento 495<br />
Enrique Izaguirre<br />
Los insulares 511<br />
Antonia Palacios<br />
Solo, en campo descubierto 519<br />
Antonio Márquez Salas<br />
Ven, Nazareno 539<br />
Gustavo Luis Carrera<br />
Nubarrón 557<br />
Rafael Zárraga<br />
<strong>La</strong> muerte en el puesto o los errores<br />
de una guerra de guerrillas 565<br />
Manuel Trujillo
¡Qué espina del carajo! 569<br />
Argenis Rodríguez<br />
<strong>La</strong> foto 577<br />
Luis Britto García<br />
Un regalo para Julia 583<br />
Francisco Massiani<br />
Psicodelia 599<br />
Antonieta Madrid<br />
Arrepiéntase, Santos, arrepiéntase 613<br />
Orlando Araujo
Introducción<br />
Podría afirmarse que la primera década del siglo xxi,<br />
en especial desde 2004, ha sido uno de los períodos<br />
de mayor productividad y calidad de la narrativa venezolana.<br />
Protagonizado por varias generaciones de narradores,<br />
este auge ha sido potenciado por nuevos premios, por<br />
actividades y alianzas inéditas, por la interconectividad y<br />
el poder de difusión de las nuevas tecnologías así como<br />
por la aparición y el desarrollo de colecciones de narrativa<br />
venezolana en numerosas editoriales como Alfaguara,<br />
Mondadori, Alfa, Monte Ávila, Equinoccio, <strong>Ediciones</strong><br />
B, Norma, Alfadil y Puntocero, entre otras, aunque lamentablemente<br />
estas ediciones rara vez alcanzan a cruzar<br />
nuestras fronteras.<br />
En este discreto boom han tenido paradójica influencia<br />
condiciones adversas como la discriminación política<br />
(real o imaginada), el control cambiario, las dificultades<br />
para importar libros y el estancamiento en el que se vio<br />
atrapado nuestro sistema cultural durante la crisis de<br />
2003. Como reacción compensatoria a esas limitaciones<br />
y esos problemas, han surgido iniciativas independientes<br />
del Estado, han florecido la innovación y la creatividad y<br />
prosperado las alianzas venturosas entre empresas, grupos<br />
culturales, universidades, medios de comunicación,<br />
fundaciones y editoriales.<br />
Papel importante en este renovado interés de los escritores,<br />
especialmente de los jóvenes, hacia la ficción han<br />
desempeñado certámenes como el de Premio de Novela<br />
Adriano González León, el Premio Sacven, el de Autores<br />
Inéditos de Monte Ávila, el Premio Nacional Universitario
14<br />
Introducción<br />
de Literatura y el concurso de El Nacional, entre otros. De<br />
mayor impacto aún ha sido la Semana de la Narrativa Urbana,<br />
organizada desde 2007, una novedosa manera de estimular<br />
y proveer visibilidad a los valores emergentes, así<br />
como de favorecer su relación con críticos y lectores, con<br />
sus lecturas públicas y la publicación de los relatos. Éstas y<br />
otras iniciativas, como el portal ficcionbreve.com, el grupo<br />
Re-Lectura o las revistas Veintiuno (lamentablemente desaparecida)<br />
y El Librero, han sido reforzadas por blogs, páginas<br />
web y redes sociales.<br />
Como saldo de estos años recientes hay que destacar y<br />
celebrar la sostenida maestría narrativa de Ednodio Quintero,<br />
Ana Teresa Torres, Victoria de Stefano, Francisco<br />
Massiani, Elisa Lerner, Eduardo Liendo, Antonio López<br />
Ortega y Alberto Barrera Tyszka; igualmente, la consolidación<br />
de narradores como Federico Vegas, Óscar Marcano,<br />
Silda Cordoliani, José Luis Palacios, Milagros Socorro,<br />
Juan Carlos Méndez Guédez, Fedosy Santaella, Ángel<br />
Gustavo Infante, Wilfredo Machado, Slavko Zupcic, Rubi<br />
Guerra, Norberto José Olivar, Roberto Echeto o Juan<br />
Carlos Chirinos. También, el surgimiento de varias narradoras<br />
ya destacadas en otras lides intelectuales, como Carmen<br />
Vincenti, Judit Gerendas, Michaelle Ascencio, Gisela<br />
Kozak o Krina Ber. Finalmente, la aparición de prometedores<br />
talentos como Francisco Suniaga, Salvador Fleján,<br />
Rodrigo Blanco, Héctor Torres, Liliana <strong>La</strong>ra, Leopoldo<br />
Tablante, Gabriel Payares, Mario Morenza, Enza García o<br />
Pedro Enrique Rodríguez, entre muchos otros.<br />
Ya por concluir la primera década del nuevo siglo, esta<br />
especial intensificación de la escritura narrativa, que va<br />
aparejada a un creciente interés de un público lector, nos<br />
ha estimulado a realizar, desde la perspectiva cultural presente,<br />
una relectura meditada y dialogada de la producción<br />
cuentística venezolana desde sus orígenes, con el<br />
propósito de producir una antología lo más completa y
15<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
sensata que nos fuera posible, capaz de dar cuenta cabal<br />
de todo el siglo xx.<br />
En este proceso nos atrajeron varios interrogantes:<br />
¿desde qué momento se consolida el cuento literario como<br />
modalidad genérico-discursiva relativamente autónoma,<br />
reconocida e independiente? ¿Cuáles tendencias<br />
estéticas y constantes temáticas se destacaron en esta centuria<br />
a través de la ficción breve? Y, naturalmente, ¿cuáles<br />
relatos de calidad sobresaliente merecen integrar una<br />
muestra adecuada de ese proceso? Como en todo proyecto<br />
antológico, debimos elegir y acordar criterios y tomar<br />
diversas decisiones metodológicas que nos proponemos<br />
exponer a continuación.<br />
<strong>La</strong> iniciativa de abrir nuestra selección con un texto<br />
publicado en 1898, en pleno auge del modernismo, obedece<br />
a las particularidades del campo literario venezolano<br />
previo. A pesar de que se produjeron algunos cuentos en<br />
el siglo xix, dicha modalidad de escritura no gozó del reconocimiento<br />
que después tendría, siendo muy diferentes<br />
las expectativas acerca de sus alcances y funciones.<br />
Ha de tenerse en consideración en primer lugar que,<br />
sometidos al uso que diversas tendencias estéticas les dan,<br />
a ciclos de apogeo y decadencia, así como a los avatares<br />
extremos de «nacimientos», «resurrecciones» o extinción<br />
definitiva, los géneros distan, en efecto, de ser las categorías<br />
ahistóricas, fijas y cargadas de «esencia» a las que<br />
aludían las viejas preceptivas. Lo que hoy en día solemos<br />
entender por «cuento literario» es un buen ejemplo de ello.<br />
Aunque hay antiguas especies narrativas, orales o escritas,<br />
en prosa o verso, que se le parecen —el mito; la saga; el<br />
cuento de hadas y el de aparecidos; la fábula; el exemplum;<br />
el romance; el lai; la ballad; el chiste; el chisme; el acertijo—,<br />
muchas de ellas arropadas por el amplio manto que<br />
el sentido laxo y coloquial de la palabra española cuento les<br />
ofrece, lo cierto es que lo que escritores y lectores cultos
16<br />
Introducción<br />
suelen designar hoy con ese nombre tiene una trayectoria<br />
breve que se inicia en el siglo xix con un escritor estadounidense,<br />
Edgar Allan Poe, que teoriza sus reacciones<br />
críticas ante otros —Nathaniel Hawthorne y, en un segundo<br />
plano, Washington Irving— para pronto convertirse<br />
en modelo seguido en numerosas lenguas gracias a<br />
su casi inmediata recepción admirativa en Francia, cuya<br />
literatura ejercía en la segunda mitad del siglo un poderoso<br />
influjo en toda la cultura occidental. <strong>La</strong>s exigencias<br />
de «intensidad» casi lírica, economía verbal y «unidad de<br />
efecto» que planteó Poe en contraposición explícita a las<br />
prácticas usuales de otro género para entonces en auge, la<br />
novela 1 , pasaron a ser puntos de referencia internacionales,<br />
cuyos ecos se repiten en Hispanoamérica a principios<br />
del siglo xx, pero nunca mejor formulados que en el célebre<br />
«Decálogo del perfecto cuentista» (1927) de Horacio<br />
Quiroga 2 . El cuento para éste es, en la línea de Poe, una<br />
«novela depurada de ripios», un contragénero que se encarniza<br />
con las proliferaciones y los excesos de una forma<br />
que pretende a toda costa ser mayor.<br />
El ascendiente del maestro norteamericano se verifica<br />
desde los años juveniles de Quiroga, dominados por inquietudes<br />
modernistas. Si algún momento podemos ver<br />
como propicio para la definitiva legitimación del cuento<br />
moderno como género nada marginal en nuestra lengua,<br />
ése es sin duda el de los albores del siglo xx, lo cual no<br />
significa, claro está, que esporádicamente no se hayan escrito<br />
antes, pero su estatus en la economía simbólica del<br />
campo literario era incierto y no otorgaba a sus cultivadores<br />
el prestigio que a partir del modernismo tuvo. Uno<br />
1 «Review: Nathaniel Hawthorne, Twice Told Tales (Graham Magazine, May 1842)» en E. A.<br />
Poe, Literary Theory and Criticism, L. Cassuto, ed., Mineola, New York: Dover Publications,<br />
1999, pp. 57-63. Versión española en Carlos Pacheco y Luis Barrera Linares, eds., Del cuento y<br />
sus alrededores, 2ª ed., Caracas: Monte Ávila Editores, 1997, pp. 293-309.<br />
2 Horacio Quiroga, Todos los cuentos, Napoleón Baccino y Jorge <strong>La</strong>fforgue, eds., París/Madrid:<br />
Colección Archivos/Unesco, 1993, pp. 1194-1195. También en Pacheco y Barrera Linares,<br />
op. cit.: pp. 324-339.
17<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
de los motivos es que el mapa de los géneros del siglo xix<br />
difería radicalmente del nuestro. Si el cuento actualmente<br />
constituye la manifestación por excelencia de la narrativa<br />
breve, en la época neoclásica y romántica otros tipos<br />
competían con él, y eran más nítidamente distinguidos,<br />
con espacios de divulgación asegurados en las páginas de<br />
periódicos y revistas, cuyos prospectos, títulos y subtítulos<br />
los anunciaban y definían. Dichos géneros se ajustaban<br />
a ideales estéticos y morales de entonces: el neoclasicismo<br />
y la Ilustración incentivaron, por ejemplo, la crítica de<br />
hábitos sociales, para lo cual el «cuadro de costumbres»<br />
resultaba un vehículo privilegiado (recuérdense las obras<br />
maestras que Buenaventura Pascual Ferrer publicó en El<br />
Regañón de <strong>La</strong> Habana ya en 1800 y 1801); el romanticismo<br />
heredó dicho vehículo para describir el «ser» nacional de<br />
los nuevos países surgidos de la Guerra de Independencia<br />
y, además, echó mano de la «tradición» para meditar<br />
sobre su historia, en particular la colonial o la relacionada<br />
con la Emancipación (como hicieron Ricardo Palma o<br />
Clorinda Matto de Turner en Perú, Enrique del Solar en<br />
Chile o Juan Vicente Camacho en Venezuela); el pasado y<br />
el presente de la nación, asimismo, muy románticamente,<br />
exigían una dimensión sobrenatural, estilizada y espiritual,<br />
que dispuso a escritores cultos (en muchas oportunidades<br />
los mismos que escribían «tradiciones») a imitar o adaptar<br />
con «leyendas», a la manera de Bécquer y otros románticos<br />
europeos, el relato folclórico maravilloso. Si se examina<br />
cuidadosamente el caso del supuesto primer gran<br />
«cuento» de la literatura hispanoamericana, «El matadero»<br />
de Esteban Echeverría, se apreciará de inmediato que su<br />
autor y su primer público no lo conceptuaron como tal,<br />
sino como ejemplar de un género que en la época sí tuvo<br />
amplio cultivo. Juan María Gutiérrez, que sacó a la luz el<br />
inédito en la década de 1870, no vio en el relato más que el<br />
«croquis» o el «bosquejo» de un «cuadro de costumbres»
18<br />
Introducción<br />
donde Echeverría se ejercitaba posiblemente para la composición<br />
de alguno de sus poemas narrativos extensos 3 .<br />
Una indagación de horizontes de expectativas genéricas<br />
en otras partes del continente aportaría más pruebas de<br />
que muchas otras piezas de la época que ahora recategorizamos<br />
como «cuentos» retrospectiva y anacrónicamente,<br />
se pergeñaban y recibían más bien como «cuadros», «tradiciones»<br />
o «leyendas».<br />
En Venezuela la situación era precisamente ésa. Un<br />
vistazo a las páginas de revistas y periódicos permite<br />
constatar que la palabra cuento sigue teniendo hasta casi<br />
1900 un empleo vago que sugiere la poca conciencia de<br />
la sociedad literaria con respecto a una categoría concreta,<br />
fuente de autoridad artística o intelectual, contrastable<br />
con la novela, tal como ocurre en los escritos de Poe<br />
o Quiroga. Eduardo Blanco, a quien debemos relatos admirados<br />
y tenidos como ejemplos de los primeros pasos<br />
firmes del cuento en nuestro país, no confirió demasiada<br />
consistencia tipológica a la palabra, puesto que en el volumen<br />
que tituló Cuentos fantásticos (1882), lejos de ofrecernos<br />
una colección de escritos similares, junta «El número<br />
111», compatible con nuestro concepto moderno del género,<br />
con Vanitas vanitatum, novela que había publicado<br />
en 1874 como folletín en <strong>La</strong> Tertulia. Algo semejante sucede<br />
con José María Manrique, cuyo libro Colección de cuentos<br />
(1897) reúne relatos breves y una mucho más extensa<br />
«novela en monólogos», Abismos del corazón. En 1902, Tulio<br />
Febres Cordero, con motivo de prologar su propia Colección<br />
de cuentos, donde reúne narraciones aparecidas en la<br />
prensa desde 1884, hace un amago de tipología que acaba<br />
no sólo delatando que el cuadro de costumbres, la tradición<br />
o la leyenda dominan en su labor, sino que la noción<br />
3 Esteban Echeverría, Obras completas, compilación y notas de Juan María Gutiérrez, Buenos<br />
Aires: Antonio Zamora, 1951, pp. 427-430 n.
19<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
de cuento en su poética es la del español coloquial, oscilante<br />
entre las acepciones de ‘anécdota’ en general o de ‘patraña’:<br />
«en esta colección de cuentos hay algunos que no<br />
son propiamente cuentos en el sentido de que sean invenciones,<br />
sino hechos verdaderos, como los que describen<br />
escenas originadas en las guerras civiles, las que pintan algún<br />
cuadro de costumbres y aquellos en que relatamos<br />
alguna especie meramente personal» 4 . Como los citados<br />
autores, Juan Vicente Camacho, Arístides Rojas y Julio<br />
Calcaño escriben historias que poco a poco se diferencian<br />
de los paradigmas todavía prevalecientes en ellos del cuadro,<br />
la leyenda o la tradición; tendremos que esperar a que<br />
se imponga la estética modernista, sin embargo, para que<br />
cristalicen tanto una teoría del cuento como las condiciones<br />
intelectuales propicias para su frecuentación 5 .<br />
Evidencias de que ambas existen se observan en ideas<br />
de Alejandro Fernández García, que el 15 de diciembre de<br />
1901 publica en el número 210 de El Cojo Ilustrado el ensayo<br />
«Cuentistas venezolanos», donde vincula los logros<br />
del género a una sociedad literaria específica. «Me imagino<br />
el cuento —gentil y breve forma literaria— a la manera<br />
de una sortija de oro», nos dice; «en esa forma delicada<br />
y precisa, los poetas de la prosa encerramos los más bellos<br />
poemas de nuestra alma, los poemas que desgraciadamente<br />
no supimos rimar […] Casi todos los poetas que escribimos<br />
en el bárbaro estilo de la prosa sentimos la nostalgia<br />
del verso». Esa visión de la afinidad del género con la «lírica»,<br />
así como de su afán de «precisión» —en contraste<br />
con discursos aparentemente ajenos a las restricciones: no<br />
cuesta adivinar la alusión a la novela—, se originan, ya lo<br />
4 Para un rastreo minucioso de la problemática inserción del cuento en nuestro siglo xix puede<br />
consultarse a Osvaldo <strong>La</strong>rrazábal Henríquez, «Búsqueda y delimitación de los orígenes del<br />
cuento venezolano» en Pilar Almoina de Carrera et al., Teoría y praxis del cuento en Venezuela, Caracas:<br />
Monte Ávila Editores, 1992, pp. 41-59. <strong>La</strong>rrazábal Henríquez introduce la interesante<br />
distinción entre «relato» y «cuento» para poder reflexionar acerca de varias cuestiones de historiografía<br />
literaria que complementan las que aquí planteamos.<br />
5 Arturo Uslar Pietri, Obras selectas, Madrid-Caracas, Edime: 1956, p. 1071.
20<br />
Introducción<br />
sabemos, en Poe. No contento con ello, Fernández García<br />
señala que la vida del cuento nacional es bastante sucinta;<br />
luego de mencionar y destacar algunos autores —Manuel<br />
Díaz Rodríguez, Rafael Cabrera Malo, Luis Manuel Urbaneja<br />
Achelpohl, Pedro Emilio Coll, César Zumeta, Rufino<br />
Blanco Fombona y Rafael Silva: todos ellos cercanos al<br />
modernismo o plenamente asociados fuese con el ala más<br />
decadente o la más criollista del movimiento— asevera que<br />
ésos «son hasta ahora los cuentistas que ha tenido Venezuela.<br />
En la pasada generación no los ha habido. ¿En la que<br />
viene los habrá?» (p. 782). <strong>La</strong> obvia exageración, que soslaya<br />
ejemplos decimonónicos aislados que podrían entresacarse,<br />
para no ir muy lejos, de las publicaciones de Fermín<br />
Toro o Luis López Méndez, tiene para nosotros, no obstante,<br />
relevancia, pues es un espaldarazo al género como<br />
herramienta de obtención de poder simbólico en el seno<br />
de un programa estético particular. Nótese que otros modernistas<br />
no sólo reclaman el cuento como instrumento de<br />
sus exploraciones creadoras en competencia o comparable<br />
respectivamente con la novela o la poesía, sino que han comenzado<br />
también a componer series coherentes y estrictamente<br />
planificadas —para ajustarnos al referente poético<br />
podríamos llamarlas cuentarios— que pronto se convierten<br />
en volúmenes: Confidencias de Psiquis (1896) y Cuentos de color<br />
(1899) de Díaz Rodríguez son, en el sentido de su calidad<br />
y profundo efecto en otros escritores, hitos de la historia<br />
del género en el país, a los cuales podrían sumarse los Cuentos<br />
de cristal (1901) de Rafael Silva, los Cuentos de poeta (1900)<br />
o los Cuentos americanos (1904) de Blanco Fombona y otros<br />
títulos. Con ese tipo de circulación que reforzaba la más<br />
fragmentada de las revistas, y con vistosos certámenes como<br />
el de El Cojo Ilustrado, que por esas fechas contribuyen<br />
a darle estatura y cotización en la sociedad literaria, el cuento<br />
venezolano se asentaba finalmente en un terreno firme,<br />
muy visible y, por cierto, mantenido hasta el presente.
21<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
Debido a la antipatía por el régimen de Juan Vicente<br />
Gómez, al que se acogieron Díaz Rodríguez, Coll y<br />
otros «estetas», el desarrollo de la vertiente autoctonista<br />
del modernismo propulsada por Urbaneja Achelpohl<br />
y Blanco Fombona pronto daría lugar a un sistemático<br />
rechazo de lo que en el movimiento había de parnasiano<br />
o simbolista, lo que permitiría la hegemonía de un<br />
telurismo, superregionalismo o mundonovismo —nombres<br />
que se le han dado a la misma tendencia en distintos<br />
rincones del continente— ya no en diálogo con la<br />
exquisitez de la Belle Époque, sino con el pathos y el experimentalismo<br />
de las vanguardias provenientes de Europa<br />
directamente o aclimatadas en otros países iberoamericanos.<br />
El cuento venezolano se consolida en esos años con<br />
los escritores de la revista <strong>La</strong> Alborada (1909), dos de los<br />
cuales, Rómulo Gallegos y Julio Rosales, dejarían su impronta<br />
en el género durante las siguientes décadas. Con<br />
un mayor interés en el mundo urbano, y una sensibilidad<br />
que se debate entre la farsa y la angustia expresionista,<br />
encontraremos asimismo las aportaciones de José Rafael<br />
Pocaterra y Leoncio Martínez. En sintonía indudable con<br />
las vanguardias, pero sin dejarse absorber por el activismo<br />
de sus grupos, Julio Garmendia, de obra sucinta pero<br />
determinante, cuestiona la superficialidad del «color<br />
local» amalgamándolo perturbadoramente con motivos<br />
fantásticos y grandes dosis de metalenguaje. Y, en fin, los<br />
escritores que sí participan en empresas colectivas abiertamente<br />
vanguardistas darán en ese momento o poco<br />
después, con sus cuentos, algunos de los frutos más memorables<br />
de su paso por nuestra literatura: Carlos Eduardo<br />
Frías, Nelson Himiob, Antonio Arráiz, Arturo Uslar<br />
Pietri, Guillermo Meneses.<br />
A Uslar, ni más ni menos, debemos otro texto a la<br />
vez teórico y programático imprescindible para captar<br />
la trayectoria del cuento en nuestro país. El ensayo en
22<br />
Introducción<br />
cuestión es valioso por una razón adicional: la de diseñar<br />
una historia del realismo mágico en las letras hispánicas.<br />
Mientras destaca la centralidad del género en<br />
la tradición local, «El cuento venezolano» (1948) rastrea<br />
el surgimiento en ella de un movimiento literario<br />
que hacia 1928, «con el contagio de las formas literarias<br />
de vanguardia», propició «la consideración del hombre<br />
como misterio en medio de los datos realistas. Una<br />
adivinación poética o una negación poética de la realidad.<br />
Lo que a falta de otra palabra podría llamarse un<br />
realismo mágico» 6 . Una revisión de los cuentistas a los<br />
cuales se refiere Uslar arroja como conclusión que el realismo<br />
mágico venezolano es una síntesis de las alternativas<br />
ideológicas y expresivas que deparan el telurismo y<br />
las vanguardias de los años veinte, y que su intervención<br />
en la escena literaria de las tres décadas siguientes no debería<br />
soslayarse.<br />
En los años cuarenta, y en especial la segunda mitad<br />
de esa década y los inicios de la siguiente, se produce de<br />
hecho uno de los momentos de mayor intensidad en el<br />
desarrollo del cuento venezolano, en coincidencia, naturalmente<br />
con una gran atención e interés por esta modalidad<br />
de la narrativa. Ya en 1940, en el prólogo a la Antología<br />
del cuento moderno venezolano que realiza con Julián Padrón,<br />
Uslar Pietri había asociado las particularidades del cuento<br />
(contrastándolo, como de costumbre con la novela) con<br />
la idiosincrasia nacional:<br />
El temperamento artístico venezolano, en términos generales,<br />
se asocia más a lo poético y a lo intuitivo. Por otra parte,<br />
raros son los escritores venezolanos a quienes el temperamento o<br />
la ocasión han permitido entregarse plenamente al paciente trabajo<br />
de investigación, decantamiento y estructuración que exige<br />
la novela. Estas consideraciones acaso contribuyan a explicar<br />
6 Arturo Uslar Pietri, Obras selectas, Madrid-Caracas, Edime: 1956, p. 1071.
23<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
por qué tenemos tan grande y valiosa familia de cuentistas,<br />
junto a contados ejemplos de novelistas de primer orden 7 .<br />
Esta «grande y valiosa familia de cuentistas» no tardará<br />
en manifestarse plenamente en los años siguientes con<br />
destacada calidad y profusión de relatos breves que ofrecen<br />
desde los más depurados productos del criollismo y el<br />
neorregionalismo (Valera, Zárraga, González Eiris) hasta<br />
propuestas verdaderamente rupturales que incluyen exploraciones<br />
en la narración intrahistórica (Díaz Sánchez,<br />
Armas Alfonzo), relatos intensamente líricos (Rivas Mijares,<br />
Guaramato, Márquez Salas, Díaz Solís), exploraciones<br />
del espacio urbano (Berroeta, Trujillo), pioneras<br />
perspectivas femeninas (Pérez Guevara, Ramos), inéditos<br />
referentes psíquicos y sociales (Díaz Solís, Meneses,<br />
Márquez Salas) y, principalmente, osados experimentos<br />
compositivos y lingüísticos que provocan no pocas polémicas<br />
(Meneses, Trejo). Al acercarse la mitad del siglo, el<br />
cuento se convierte así en género crucial de nuestras letras,<br />
verdadero indicador de lo más novedoso de las búsquedas<br />
estéticas.<br />
El surgimiento en 1946 de uno de los certámenes<br />
más importantes de nuestro sistema literario, el Concurso<br />
Anual de Cuentos convocado por el diario El Nacional,<br />
está sin duda asociado en sus primeros años a este<br />
proceso de «intensidad cuentística» de mediados del siglo<br />
xx, por la incuestionable calidad de sus jurados y por<br />
su amplísima convocatoria, difusión e impacto. El cuento<br />
«<strong>La</strong> Virgen no tiene cara», de Ramón Díaz Sánchez,<br />
es el primero en recibir el galardón. En años siguientes<br />
resultarán premiados en este mismo certamen algunas<br />
piezas de gran impacto como «El hombre y su verde<br />
caballo» de Antonio Márquez Salas, en 1947, y, en 1951,<br />
7 Arturo Uslar Pietri: «Esquema de la evolución del cuento venezolano», prólogo a Arturo<br />
Uslar Pietri y Julián Padrón, Antología del cuento moderno venezolano, Caracas: Biblioteca<br />
Venezolana de Cultura, 1940, tomo I, pp. 6-7.
24<br />
Introducción<br />
«<strong>La</strong> mano junto al muro» de Guillermo Meneses, relato<br />
emblemático de las búsquedas experimentales del momento<br />
hacia la fragmentariedad, la irresolución y la violación<br />
de convenciones narrativas y restricciones temáticas<br />
que establece un hito definitivo de modernidad en nuestra<br />
narrativa breve. También de importancia para la formación<br />
y estímulo de muchos cuentistas fueron en aquel<br />
momento la revista Fantoches (1923-1961) y, sobre todo,<br />
el grupo Contrapunto y la homónima revista que circuló<br />
entre 1948 y 1950.<br />
<strong>La</strong> publicación de colecciones de cuentos en forma<br />
de libro había llegado a ser ya para ese entonces la modalidad<br />
más frecuente de difusión del género. De hecho,<br />
no pocos de nuestros cuentarios fundamentales son publicados<br />
en los intensos siete años que van de 1945 a 1952.<br />
Tío Tigre y Tío Conejo de Antonio Arráiz aparece en 1945.<br />
En 1946, salen a la luz El límite del hastío de Andrés Mariño<br />
Palacio y Pelusa y otros cuentos de Ada Pérez Guevara.<br />
En 1948 Meneses publica <strong>La</strong> mujer, el as de oros y la luna y<br />
ese mismo año aparecen Los cielos de la muerte de Alfredo<br />
Armas Alfonzo y Los cuatro pies de Oswaldo Trejo. 1949<br />
es tal vez el año de mayor intensidad, pues en él son publicados<br />
nada menos que Biografía de un escarabajo de Oscar<br />
Guaramato; El murado de Humberto Rivas Mijares; Escuchando<br />
al idiota de Oswaldo Trejo y Treinta hombres y sus<br />
sombras de Arturo Uslar Pietri. En 1950, aparece en México<br />
el volumen Cuentos de dos tiempos, donde quedan recogidas<br />
piezas fundamentales de Gustavo Díaz Solís, como<br />
«El niño y el mar», «Arco secreto», «Ophidia» o «Llueve<br />
sobre el mar». Don Julio Garmendia reaparece en 1951,<br />
un cuarto de siglo después de su libro inicial, con <strong>La</strong> tuna<br />
de oro, mientras que en 1952 se publica Cuentos de la primera<br />
esquina de Trejo; <strong>La</strong>s hormigas viajan de noche de Márquez<br />
Salas y <strong>La</strong> mano junto al muro de Meneses. Una cosecha<br />
cuentística verdaderamente notable.
25<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
Modernidad, contemporaneidad, pudieran ser consideradas<br />
las palabras claves de nuestra narrativa en esta mitad<br />
del siglo. Para motivarlas coincide el incremento de los ingresos<br />
petroleros con las altas expectativas de apertura democrática<br />
que rodearon la breve presidencia de Gallegos<br />
y con el desarrollo de grandes obras de infraestructura, especialmente<br />
en Caracas, durante la hegemonía perezjimenista.<br />
<strong>La</strong> lectura y discusión de autores como Joyce, Proust,<br />
Mann, Hesse, Steinbeck o Faulkner, promueve discusiones<br />
y nuevas inquietudes. En las búsquedas estéticas se produce<br />
entonces a veces un quiebre, a veces una articulación<br />
entre lo viejo y lo nuevo: un enfrentamiento, una tensión o<br />
ciertos modos de transición, contrapunto y hasta conciliación<br />
entre pulsiones extremas como lo rural y lo urbano,<br />
lo autóctono y lo foráneo, lo narrativo y lo lírico, lo histórico<br />
y lo fantástico y, sobre todo, entre tradición y vanguardia.<br />
Tal vez lo más importante de estos cambios sea<br />
el quiebre de la convención realista, la autonomía alcanzada<br />
por las búsquedas formales. Todo esto es un semillero<br />
de innovaciones y atrevimientos que irán incubándose por<br />
años hasta brotar de manera súbita al ser derrocada la dictadura<br />
y en los turbulentos años siguientes.<br />
Tal como ha observado Víctor Bravo, «las décadas del<br />
cuarenta y el cincuenta se mostrarán como épocas de asimilación<br />
y maduración de la expresión estética de la modernidad<br />
para que ésta pueda irrumpir, como venida de<br />
las entrañas mismas de la cultura, en la década del sesenta,<br />
en lo que quizá podría considerarse la conmoción cultural<br />
y política más importante producida en el país en el siglo<br />
xx» 78 . <strong>La</strong> instauración de la democracia a partir de 1958 viene<br />
aparejada a una impresionante transformación de la vida<br />
cultural. Con respecto al cuento, pues, será ya entonces<br />
8 Víctor Bravo, «Transición y expectativas del medio siglo» en Carlos Pacheco, Luis Barrera<br />
Linares y Beatriz González (Coordinadores): Nación y literatura, Caracas, Fundación Bigott /<br />
Banesco / Equinoccio, 2006, p. 586.
26<br />
Introducción<br />
hacia finales de los cincuenta y sobre todo en los inicios de<br />
la llamada «década violenta», cuando se manifiesten plenamente<br />
los aires de una nueva vanguardia con sus búsquedas<br />
bastante radicales tanto de renovación estética como<br />
de revolución política, cuyos epicentros se alojaron sucesivamente<br />
en dos grupos literarios de suma importancia,<br />
Sardio (1958) y El Techo de la Ballena (1962). Alrededor<br />
de ellos se formaron los más distinguidos cuentistas de<br />
una nueva generación, encabezados por Adriano González<br />
León (quien se manifiesta desde 1957 con <strong>La</strong>s hogueras<br />
más altas) y por el primer Salvador Garmendia, y en cuyas<br />
búsquedas participan también, entre otros, José Balza, Antonia<br />
Palacios, Héctor Mujica, Argenis Rodríguez, Manuel<br />
Trujillo, Enrique Izaguirre y Gustavo Luis Carrera. El tema<br />
político y en particular la lucha guerrillera es uno de<br />
los referentes predilectos de los relatos en ese momento.<br />
También, naturalmente, el hábitat urbano, en coincidencia<br />
con el crecimiento y la modernización que experimenta ya<br />
en esos años el país y en particular su capital.<br />
Pero se destaca especialmente la experimentación formal<br />
que coincide y corresponde a veces problemáticamente<br />
con la rebeldía política. Izaguirre lo sintetiza de manera<br />
inmejorable en una de las más lúcidas valoraciones publicadas<br />
sobre nuestra cuentística: «Aventurarse contra las<br />
formas narrativas constituidas» 9 . Más adelante, explicita:<br />
El monólogo interior (fuente psicoanalítica), los<br />
tiempos paralelos (fuente cinematográfica), los códigos<br />
tipográficos de negras, blancas y bastardillas (fuente<br />
tecnológica); la distorsión de la linealidad del relato,<br />
la omisión de explicaciones orientadoras de la lectura;<br />
el lenguaje impreciso (fuente irracionalista); ignoraron<br />
conscientemente los hábitos en que estaba educado el<br />
lector, provocando la perplejidad y el desconcierto 10 .<br />
9 Enrique Izaguirre: «El cuento venezolano: dos siglos en 100 años». Revista Nacional de Cultura,<br />
nº 268, enero, febrero, marzo 1988, p. 66.<br />
10 Ibíd., p. 68.
27<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
<strong>La</strong> consecuencia lógica de este proceso es la pérdida<br />
del interés por la historia, en sus dos sentidos. Y justamente<br />
un fenómeno que determina el cuento venezolano<br />
de los años setenta, en cambio, es el de la desaparición del<br />
país como referente privilegiado. Puede entenderse que<br />
en la literatura contemporánea un tono descreído se aviene<br />
bien con un siglo lleno de desencanto, pero el interrogante<br />
en torno a si la muerte de ese referente se debe<br />
a un abandono voluntario o a un extravío de los nuevos<br />
propósitos artísticos sigue vigente. A partir de finales de<br />
los sesenta, la narrativa nacional deja definitivamente el<br />
realismo de la tierra o de los azares políticos y se vuelve<br />
fantástica; suele, además, apartarse de los formatos extensos<br />
y opta más denodadamente por la fragmentación,<br />
también descartando de plano las estrategias realistas o<br />
naturalistas de representación ganada por un persistente<br />
experimentalismo. Se premia lo críptico; se alaba lo que<br />
parece no comunicar. Una pléyade de autores irreverentes<br />
se jacta de jugar a la impostura: los relatos no se miden<br />
por lo que narran sino por lo que ocultan. Fin de la<br />
historia, podría decirse, o más bien fin de las historias: ya<br />
no interesa narrar otra cosa que no sea la imposibilidad<br />
de narrar. Acaso podría indagarse la raíz de tal actitud en<br />
la fe en el desarrollismo entonces imperante y verse el regreso<br />
de hábitos vanguardistas como ajuste de cuentas: si<br />
la vanguardia histórica quedó interrumpida o se frustró<br />
en la atmósfera retrógrada y hostil del gomecismo, el regreso<br />
de sus pulsiones en los sesenta y setenta señalaría<br />
una entusiasta recuperación, una sintomática «modernización»<br />
estética en la que los asuntos rurales comenzaron<br />
a desecharse por recordar demasiado vivamente una era<br />
arcaica que se creía superada. Si esa hipótesis fuese cierta,<br />
el país, entonces, habría desaparecido tan sólo superficialmente:<br />
su elisión seguiría potenciando un comercio<br />
de la escritura con un entorno social soterrado. En los
28<br />
Introducción<br />
años setenta se escribe mucha literatura fantástica; abundan<br />
los personajes insomnes, o que viven en medio de un<br />
sueño; se escribe sobre la infancia, con visiones que son<br />
casi siempre truncas; se escribe sobre la relación entre hijos<br />
y padres; se escribe sobre la inmigración, ya sea la de<br />
venezolanos en la diáspora o la de minorías en suelo patrio;<br />
se escribe sobre delincuencia y el género policial comienza<br />
a manifestarse; se escribe sobre la circunstancia<br />
inacabable de vivir en grandes ciudades; se escribe sobre<br />
las relaciones amorosas, y muchas veces con estampas<br />
carnales subidas de tono; se escribe desde lo que podríamos<br />
llamar una cosmovisión femenina, con temas nunca<br />
antes vistos, como el aborto o el amor entre mujeres.<br />
Ese extenso repertorio, que se enriquecería y perfilaría<br />
más poderosamente en las décadas siguientes, constituiría<br />
una nueva manera de explorar la realidad: ésta dejaría<br />
de ser paisaje antropomorfizado como ocurría en la era<br />
de los telurismos para convertirse en profusión de espacios<br />
naturales o sociales, públicos o privados, tangibles<br />
o intangibles, verbales. El gran cambio que se consolida<br />
en la escena literaria de los setenta no estaría, así pues, en<br />
una destrucción de la referencialidad, sino en el cuestionamiento<br />
de toda ingenuidad en lo que atañe a la función<br />
referencial del lenguaje literario.<br />
Los narradores que comienzan a publicar en los setenta<br />
acuñan en sus fichas biográficas como año de nacimiento<br />
más remoto el de 1945. Es el caso de Ednodio<br />
Quintero, Humberto Mata, <strong>La</strong>ura Antillano o Gabriel Jiménez<br />
Emán, entre otros. Como promoción precedente,<br />
a caballo entre los estertores de la «década convulsa» de<br />
los sesenta y la de los setenta, las obras narrativas de Luis<br />
Britto García y José Balza heredan cierta dosis del compromiso<br />
político de la época para ampliarse de inmediato<br />
en pos de reformulaciones formales. Es conocida la<br />
desconfianza de Balza ante las fórmulas «cuento» o «rela-
29<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
to» para acuñar la muy personal de «ejercicio narrativo»,<br />
y es igualmente conocida la revolución formal que impone<br />
Rajatabla (1970), el segundo libro de relatos de Britto<br />
García, en el corpus de la cuentística venezolana de los últimos<br />
tiempos. Pero ambas apuestas pueden inscribirse<br />
en el concierto de proposiciones que arrojó una década<br />
innovadora. <strong>La</strong>s obras de Britto García y de Balza revelan<br />
una evolución artística sorprendente pero, en el punto<br />
más osado o extremo de su experimentalismo, siguen<br />
manteniendo un diálogo con la de los autores que los<br />
preceden. Esta dialéctica, en la que los hijos hablan con<br />
los padres (así sea para insultarlos o negarlos), pareciera<br />
desaparecer a partir de los setenta. En efecto, no se sabe<br />
con quiénes dialoga ese grupo vasto de cuentistas. Ni negación<br />
ni afirmación; más bien, discontinuidad. <strong>La</strong> nueva<br />
hora es escéptica, huérfana, desconfía de los modelos.<br />
En un extremo, la falta de lecturas, cuando no de propósitos;<br />
en el otro, el exceso de orgullo, la autosuficiencia.<br />
Momento autárquico por excelencia, el fenómeno quizás<br />
tenga sus raíces en el excesivo peso que tuvo el correlato<br />
en la década anterior. Todo ejercicio creador, narrativo<br />
o no, en los sesenta parecía, en efecto, responder,<br />
fuese por afinidad u oposición, a la Historia con mayúscula:<br />
Salvador Garmendia describiendo a los «pequeños<br />
seres» de la ciudad (ese ahora llamado «nuevo escenario<br />
del sentido»), Juan Calzadilla enajenando su conciencia<br />
con las voces de los orates y de «los amantes sin domicilio<br />
fijo», Francisco Pérez Perdomo recuperando en sus<br />
fantasmas el paraíso perdido de la infancia, Ramón Palomares<br />
refugiándose en el habla campesina y oponiéndola<br />
poéticamente al vértigo de los nuevos tiempos. El correlato<br />
imponía manifiestos y descifraba estéticas, hacía del<br />
compromiso ideológico el sustrato, el resorte que impulsaba<br />
la expresión literaria. Panorama contrario es el que<br />
sobreviene a partir de 1970. Los cuentistas de estos años
30<br />
Introducción<br />
ni afirman ni rechazan a sus predecesores; sencillamente<br />
no dialogan con ellos.<br />
Del desinterés por la historia, pasamos en los ochenta<br />
a su recuperación, a la necesidad de contar por encima de<br />
todas las tentaciones de experimentación formal; durante<br />
estos años, no obstante, en las apuestas narrativas conviven<br />
tantas corrientes como escuelas y las iniciativas de los<br />
setenta no se descartan abruptamente. Experimentalismo,<br />
textualismo, <strong>brevedad</strong> de los formatos, irrupción de<br />
la poesía en el cuerpo del relato, desinterés por la historia,<br />
son todavía algunas de las variables a las que se agregarán<br />
paulatinamente otras. Los narradores del período ensayan<br />
líneas temáticas novedosas, como los mundos marginales,<br />
las hablas periféricas o los paisajes de la subjetividad.<br />
Podría captarse una vuelta a la pulsión del cronista, pero<br />
obviamente desde una postura más contemporánea,<br />
de gran ludismo verbal. El entorno deja de ser objeto para<br />
convertirse en terreno campal de la subjetividad: hay<br />
allí un programa ideológico (en la mejor acepción del término),<br />
una necesidad de darle sentido a la expresión de<br />
una realidad que sigue percibiéndose de manera parcial o<br />
incompleta. Relatos como los de Ángel Gustavo Infante,<br />
José Luis Palacios, Juan Calzadilla Arreaza o Stefania<br />
Mosca postulan, desde diferentes registros, una estética<br />
que quiere abolir de una vez por todas la sensación de que<br />
algo de la realidad se nos escapa. Dándoles voz a las barriadas<br />
caraqueñas (Infante), exponiendo los mundos vivenciales<br />
de los estudiantes venezolanos en el extranjero<br />
(Palacios), enumerando los ritos «banales» de la vida cotidiana<br />
como hitos que remiten a una simbología desconocida<br />
(Mosca) o fracturando la percepción conforme al<br />
crisol que alimenta nuestra subjetividad (Calzadilla Arreaza),<br />
estos narradores establecen una nueva crónica y se<br />
apropian de una manera más determinante de la multiplicidad<br />
significativa de la experiencia contemporánea.
31<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
Al lado de fantasmas redivivos —¿herencia de nuestras<br />
creencias rurales?—, tenemos fascinantes escenas urbanas;<br />
al lado de monólogos, tenemos diálogos múltiples; al<br />
lado de gestos provincianos, tenemos ciudades abigarradas;<br />
al lado de relatos de la selva inhóspita, tenemos piezas<br />
que se desarrollan en un cuarto; al lado del esfuerzo<br />
memorístico familiar, tenemos piezas futuristas o colindantes<br />
con la llamada ficción científica.<br />
Cuando se piensa en los autores que han publicado libros<br />
de cuentos de 1990 en adelante, se deduce que el año<br />
más remoto de nacimiento de esta promoción es 1960.<br />
Los escritores de la última hora narrativa han vivido los<br />
altibajos de nuestra institucionalidad cultural, han publicado<br />
o dejado de publicar por el interés o desinterés de<br />
editoriales estatales y privadas, han leído o dejado de leer<br />
literatura universal por el mayor o menor acceso a títulos<br />
nacionales o importados, han participado muchos de<br />
ellos en talleres literarios y, sobre todo, han sido testigos<br />
de convulsiones políticas o sociales de gran magnitud que<br />
acabaron de disolver el espejismo desarrollista de la «Venezuela<br />
saudita» tras la primera señal de alarma que significó<br />
el «Viernes Negro» de 1983: no pueden soslayarse<br />
como hitos los saqueos de febrero de 1989, las intentonas<br />
de golpe de Estado de 1992, el ascenso del chavismo o el<br />
nuevo intento de golpe de 2002. ¿Trazan los autores de la<br />
transición entre milenios un camino distinto del de sus inmediatos<br />
predecesores? ¿Experimentan con nuevas formas?<br />
¿Siguen apostando a una narrativa de la subjetividad<br />
o recuperan algún referente colectivo? Ninguna de las respuestas<br />
que pudiéramos esgrimir es indisputable, por tratarse<br />
de un proceso inconcluso que sigue perturbándonos<br />
con sus giros a veces insospechados. Sería arriesgado dar<br />
por asegurada la continuidad o decir que los nuevos signos<br />
son enteramente alentadores. En un contexto social<br />
traumáticamente polarizado, en particular desde fines del
32<br />
Introducción<br />
siglo xx, la nueva narrativa se debate entre el pasado y el<br />
futuro, entre el país ideal y el país real, entre los estertores<br />
de provincia y las omnipresentes realidades urbanas, entre<br />
la convicción y la duda, entre valores literarios foráneos<br />
—la larga tradición anglosajona que desemboca en Auster,<br />
Carver, Cheever— y nuevos valores iberoamericanos<br />
—Bolaño, Vila Matas, Aira o Villoro—. Como línea<br />
afirmativa (y continuadora de lo que esbozaban los narradores<br />
de los ochenta), puede admitirse un interés consistente<br />
por la historia (indistinguible de la necesidad de<br />
contar) y como ejes temáticos la violencia individual o social,<br />
las relaciones o reminiscencias familiares, los recuerdos<br />
de infancia, la vida en la ciudad o sus periferias, los<br />
desarraigos (o los imprevistos arraigos) que trae consigo<br />
la mundialización. ¿Puede establecerse a partir de estas<br />
señales un denominador común? <strong>La</strong> respuesta tampoco<br />
es obvia. Lo que sí puede establecerse es que las búsquedas<br />
siguen siendo multiformes. Un impulso de insatisfacción<br />
recorre la nueva cuentística venezolana, un impulso<br />
que quiere dar con una imagen más totalizante, más definitoria,<br />
de nuestro lugar en el mundo. <strong>La</strong> exposición de<br />
nuestro imaginario (o de su carencia) sigue siendo la tarea<br />
primordial de nuestros narradores. Y lo sigue siendo<br />
porque, en general, las réplicas oficiales son pobres, escasas,<br />
desorientadoras. El abismo entre las creaciones culturales<br />
y las grandes decisiones públicas es tan hondo que<br />
al narrador no le queda otra tarea que la de persistir en la<br />
postulación de universos alternos. Los antólogos, en todo<br />
caso, preferimos limitar nuestros comentarios acerca<br />
del período más reciente: la razón es la escasa perspectiva<br />
histórica de la que disponemos. <strong>La</strong>s labores que empiezan<br />
a consolidarse en los noventa y continúan hoy deberán<br />
evaluarse en relación con un horizonte social y político<br />
aún inestable, a duras penas asimilable con un mínimo de<br />
objetividad. Tal tarea, que será imperiosa, hecha en este
33<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
momento adquiriría un tono periodístico que, si bien no<br />
desestimamos, cuenta con espacios más apropiados donde<br />
expresarse.<br />
Para cerrar estas páginas introductorias, además del<br />
período específico que hemos tratado de abarcar y las corrientes<br />
estéticas que de alguna manera intentamos ilustrar<br />
con nuestra selección, quedan por aclarar detalles<br />
importantes con respecto a nuestro método. Aunque naturalmente<br />
en diversas instancias del desarrollo de esta<br />
antología nos distribuimos períodos, autores y tareas específicas,<br />
mediante una muy asidua comunicación, principalmente<br />
electrónica, los tres antólogos logramos llegar<br />
a consenso en todas las decisiones y a participar en todos<br />
los procesos, por lo que nos sentimos equitativamente<br />
responsables por su resultado. Aunque por supuesto<br />
consultamos y tuvimos en cuenta muchas de las antologías<br />
existentes (una selección de las cuales ofrecemos<br />
en este volumen), intentamos en todos los casos ir a las<br />
fuentes directas y leer tanto como nos fue posible de la<br />
producción de nuestros cuentistas antes de llegar a decisiones.<br />
Tratamos también de evitar aquellos relatos preferidos<br />
reiteradamente en dichas antologías. En algunas<br />
ocasiones lo logramos, pero, como puede comprenderse<br />
fácilmente, en otras nos resultó francamente imposible y<br />
debimos aceptar que nuestros predecesores tenían razón.<br />
Saltará a la vista que, pese al subtítulo de este volumen,<br />
la sección final de la muestra incluye textos publicados<br />
durante los primeros años del siglo xxi. En general,<br />
ha primado en esa porción de nuestra labor cierta voluntad<br />
de simetría: así como con la inclusión de «El diente<br />
roto» de Pedro Emilio Coll y «<strong>La</strong> tragedia del oro» de<br />
Alejandro Fernández García admitimos sintéticamente<br />
los aportes del siglo xix a la gestación del cuento moderno,<br />
nos ha parecido necesario señalar indicios de continuidad<br />
o renovación de lo que es ya el legado del siglo
34<br />
Introducción<br />
xx. En los cuentos más recientes se vislumbran, creemos,<br />
las líneas de fuerza que irán perfilando el género temática<br />
y estilísticamente durante los próximos decenios. Para<br />
seguir fieles a nuestro referente temporal, sin embargo,<br />
hemos acogido en esta sección únicamente autores que<br />
empezaron a publicar obras de ficción antes de 2001 y<br />
que, por lo tanto, de un modo u otro se anunciaron ya en<br />
el siglo que pasó.<br />
Más allá de las cuestiones temporales, cabe comentar<br />
otros pormenores indispensables. Aunque en el<br />
caso de grandes cuentistas estuvimos tentados a infringir<br />
nuestra regla, el interés en ofrecer un panorama lo más<br />
amplio posible de la literatura nacional nos ha exigido restringirnos<br />
a una pieza por escritor. En varias oportunidades<br />
nos planteamos la inclusión de obras de autores que<br />
lejos estaban de mostrar adhesión al género, pero igualmente<br />
nos parecía deseable una antología de cuentistas<br />
de vocación y no de ocasión, es decir, escritores respaldados<br />
en alguna medida por inquietudes teóricas, implícitas<br />
o explícitas, en lo que concernía al instrumental expresivo<br />
de la especie literaria que cultivaban. Una discusión sobre<br />
las transformaciones de los aspectos más materiales<br />
del campo de producción cultural venezolano nos permitió<br />
acordar la incorporación de autores de la primera mitad<br />
del siglo con cuentos esporádicos o un solo volumen<br />
de cuentos, debido al menor desarrollo en ese entonces<br />
de la industria del libro en el país; la mayor abundancia de<br />
medios de publicación durante la segunda mitad nos impuso<br />
el criterio de admitir autores que tuvieran en dicho<br />
período un mínimo de dos colecciones de narrativa breve<br />
publicadas. De esta manera hemos querido entablar un<br />
diálogo necesario con circunstancias sociales que modelan<br />
rumbos estéticos individuales.<br />
Tampoco fueron fáciles las decisiones sobre los límites<br />
en la extensión de los relatos. Hoy en día son osten-
35<br />
<strong>La</strong> <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong><br />
sibles los terrenos que ha ido ganando el «microrrelato»<br />
o «minicuento» en la conciencia tanto de escritores como<br />
de críticos —y a una venezolana, Violeta Rojo, debemos<br />
un libro imprescindible sobre el tema 11 —; la <strong>brevedad</strong> de<br />
«El diente roto» nos ha parecido ya la antesala de ese género<br />
y la hemos adoptado como referente de la mínima<br />
extensión de un cuento que aún no se adentra en la microficción.<br />
Tipo literario ciertamente menos reconocido<br />
en Venezuela, pero que tiene en el país sus cultivadores 12 ,<br />
la nouvelle o novela corta, aunque conserva cierta tendencia<br />
epigramática, de gran tensión estructural, que la distingue<br />
de la novela, desarrolla también universos psicológicos y<br />
microcosmos sociales —piénsese en ejemplos mayores<br />
de la tradición hispanoamericana: Aura, Los adioses, Los<br />
cachorros, El perseguidor— que no coinciden con los ideales<br />
de síntesis y sugerencia del cuento. «El corazón ajeno»<br />
de Ednodio Quintero nos ha servido de paradigma de la<br />
máxima extensión de las piezas seleccionadas, puesto que<br />
roza, sin todavía invadirlos, los dominios más morosos y<br />
expansivos de la nouvelle.<br />
Los criterios anteriores no pretenden, desde luego,<br />
ser exactos, irrebatibles ni científicos, sino cimentar<br />
una razonable objetividad que haga auténticamente críticas<br />
opiniones que de otra manera se atribuirían al instinto<br />
o la intuición. Luego de varios años de intercambio<br />
de pareceres y constantes ejercicios de amistoso debate,<br />
los responsables de esta antología creemos que, sin desdeñar<br />
los gustos individuales, podemos ofrecer algo más<br />
que capricho o una versión estrictamente privada de una<br />
historia literaria. Hemos tratado de dar con una serie de<br />
cuentos que consideramos sustantivos en nuestra tradición;<br />
que han marcado poderosamente la imaginación de<br />
11 Violeta Rojo, Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos, Caracas: Equinoccio, 2009<br />
[1ª ed. 1996].<br />
12 Pablo Cormenzana o Ricardo Azuaje se destacan, pero de ninguna manera agotan la lista<br />
de autores que podría ofrecerse.
36<br />
Introducción<br />
sus lectores y, a su vez, han generado respuestas admirativas<br />
o combativas en otros escritores. En las fichas que<br />
preceden a cada relato nos propusimos dar información<br />
y valoración a la vez suficiente y sintética sobre el autor<br />
respectivo y su producción literaria y, en particular, ofrecer<br />
su perfil como cuentista, así como las razones que nos<br />
movieron a elegir esa pieza narrativa suya en particular.<br />
Confiamos en que esta selección pueda servir de retrato<br />
de un proceso complejo que da indicios de sólo haber comenzado:<br />
antología o mapa para quienes deseen explorar<br />
la <strong>vasta</strong> <strong>brevedad</strong> del cuento venezolano.