EL AGUAYO Por Rodro 30
Otro día comienza, ella despierta luchando con el sueño que aún se apodera de su pequeño cuerpo la helada mañana hace más difícil su batalla. Su madre como siempre ya está de pie como si el sueño en ella hubiese sido totalmente derrotado hace ya mucho tiempo, sus movimientos habituales se han hecho casi robóticos por la rutina y parece ya no percibir ni inmutarse por nada de su entorno se encuentra ensimismada en preparar las cosas para salir a la calle lo antes posible. La mujer apresurada acomoda las ropas multicolores en una bolsa gris, se mueve rápido pero hace diligentemente su tarea, como todos los día parece que se le hizo tarde aunque nunca mira el reloj, pues en su habitación nunca hubo uno, se guía por la intuición o más bien por la costumbre, la niña la mira ya está sentada en la cama aunque no ha despertado del todo, su quietud y desaliento contrastan con la prisa y agilidad de su madre que ya tiene todo listo para salir y la mira con reproche por ser la causa de que tenga que tardar más, se acerca a la niña y la desviste bruscamente para volver a vestirla más rápido aún, la envuelve en un sinfín de mantas de distintos colores y texturas para finalmente colocarla sobre un aguayo que anuda firmemente, la mujer se inclina mete el cuello y el brazo en el aguayo y luego de ponerse erguida con un elegante movimiento lo empuja hacia un lado con la niña dentro para que este después de girar por su torso termine finalmente colgando en su espalda. Una vez hecho esto toma sus bolsas, un pequeño asiento y sale a toda prisa hacia la calle. Afuera el frío arrecia, pero ella camina como si nada; su exigua figura se pierde entre todo el cargamento que lleva, aunque esto no evita que se desplace con ligereza y soltura, el cuadro se hace más grotesco cuando las calles trepan empinadas cuestas, que no pueden, sin embargo, modificar el ritmo de su marcha. En todo este movimiento la niña envuelta de pies a cabeza se esfuerza por estirar el cuello entre las mantas para poder ver la calle, el paso de su madre la mece rítmicamente en una cadencia que se repite desde sus primeros días de vida. En la travesía su madre sólo se detiene para cruzar alguna calle muy atestada por el tráfico, poco a poco las calles vacías van cediendo su lugar al ruido y agitación de una ciudad muy viva; su madre ya no camina tan a prisa ahora tiene más obstáculos que sortear, el viaje se hace más interesante, hay más cosas por ver, escuchar y oler, más no tocar ni probar. Pronto la mujer que hasta ahora no había emitido ningún sonido empieza a saludar a otras mujeres con las cuales ha hecho amistad, aunque su trabajo las obligue a competir encarnizadamente por vender sus mercancías, la niña ve a otras madres cargando en sus espaldas a sus hijos en aguayos multicolores con la misma destreza que su madre como si aquel paño multicolor fuese parte de su anatomía. Finalmente llegan a su destino, la mujer comienza a descargar sus bultos todos menos el colorido aguayo que cuelga de su espalda con su hija dentro, extiende una pedazo de plástico en el suelo y sobre el coloca su mercadería meticulosamente creando una especie de orden y clasificación de las ropas que debe vender para sobrevivir, una vez concluido su trabajo se sienta con su hija en la espalda, otra mujer se le acerca la saluda y le sirve una taza de chocolate caliente y un pan, ella paga sin pensar y sin desatar el aguayo traslada a su hija de la espalda a su pecho, sopa el pan en el chocolate y se lo va dando poco a poco sin decir nada ni hacer una gesto de afecto pero hay en el acto una ternura inmanente, que sólo se interrumpe cuando alguien pasa y la mujer abre la boca para ofrecer sus productos diciendo: -Preguntá no más caserita ¿qué cosita estas buscando?- Repitiendo las mismas palabras de cada día mecánicamente como un padre nuestro, palabras que de tanto repetirse perdieron su sentido y que parecen más bien un ruego que se sabe que nadie escucha pero que se repite por la costumbre. La niña ha escuchado tantas veces estas palabras que ya se han grabado en su mente y aunque no les encuentre ningún significado siente una especie de gusto familiar por el sólo hecho de que son pronunciadas por su madre a la que no escucha hablar muy seguido. Luego de desayunar la niña vuelve a colgar de la espalda de su madre y así transcurre la mañana entre la quietud de la mujer y el continuo movimiento de la calle. Ella se entretiene con un juguete gastado y sucio por el cual ya ha perdido todo interés, pero que a falta de otro continúa siendo útil para pasar el tiempo. La niña siempre mira el puesto de juguetes de enfrente donde varios trebejos multicolores brillan al sol y la cautivan, ella todavía recuerda el día en que su madre cruzó la calle y le compró aquel juguete descolorido que ahora tiene entre las manos ¿es un cocodrilo?¿un dragón?¿un dinosaurio? nadie lo sabe. Las mantas y la ropa que en la madrugada habían resguardado su cuerpecito de la brutalidad del frio ahora poco a poco van sofocándola bajo el sol inclemente que cada vez trepa más por el cielo azul y no hay nubes a la vista que puedan contener sus rayos. Las gotas de sudor pronto brotan entre sus enmarañados cabellos que atisban de entre su frente y el chulo de la lana que lleva puesto, sus mejillas bronceadas por el sol se resquebrajan cotidianamente, pero ella parece apacible colgada del colorido aguayo, en la espalda de su madre; no conoce otro ambiente, otra rutina, otra forma de vida. Sólo a momentos al ver correr a otros niños entre los puestos de venta y los peatones de la calle gira su cuerpo todo lo que puede dentro del aguayo y su cuello llega al límite de su rotación para seguir los juegos de los demás infantes, pero constantemente es sacada de su observación por una sacudida de su madre con la que acomoda el aguayo y a ella junto con aquel otra vez en su lugar. El aburrimiento termina por un momento cuando llega la hora de almorzar otra vez una mujer llega con un plato de comida y su madre paga sin chistar, otra vez el aguayo gira y la niña es traída a las faldas de su madre donde se harta de fideos, papas y un refresco, para luego volver a estar colgada en el colorido aguayo de la espalda de su madre. Aquel día el sol parece haberse acercado un poco más a la tierra porque sus rayos parecen quemar más que otros días, la niña se siente fastidiada por el calor y comienza a moverse más que de costumbre su madre intenta acomodarla una y otra vez pero es inútil entonces se descuelga el aguayo de la espalda lo pone en el suelo y le quita un poco de ropa a su hija, le cambia el pañal y la vuelve a colgar en su espalda dentro del aguayo de líneas multicolores. La niña se siente aliviada y decide jugar nuevamente con su juguete descolorido, en lo que un pequeño niño se le acerca curiosamente y observa su juego, ella muy alegre de aquel contacto humano le enseña su juguete amistosamente, el niño le sonríe y le muestra 31