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1 Hacia una Pedagogía del Discurso: Elementos ... - EAFIT Interactiva

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Conforme pasaba el tiempo, la expectativa iba en aumento: parecía que hasta la suave brisa<br />

<strong>del</strong> Egeo se había detenido en espera de los acontecimientos. De pronto, de entre las filas de<br />

los romanos salió el bravucón, al que habían vestido con <strong>una</strong> rica túnica de seda. Querían<br />

que pareciese todo un sabio. El hombrón -vestido de seda, pero sin seso- subió a <strong>una</strong> trib<strong>una</strong><br />

y desafió a voces a los griegos.<br />

Lenta y sosegadamente se levantó uno de los sabios griegos, y, conforme a lo convenido,<br />

comenzó su discurso mímico: alzó majestuosmente el dedo índice, dirigido hacia el cielo, y lo<br />

mantuvo en alto unos segundos. Después, con toda parsimonia, tomó asiento muy pensativo.<br />

El pueblo heleno aprobó respetuosamente la actuación de su digno representante. Reinaba<br />

entre ellos un denso silencio, como convenía a la ocasión.<br />

Los romanos no sabían qué hacer. Pero su representante no lo dudó un momento. Dando<br />

muestras de gran agitación, el romano levantó tres dedos de su enorme mano, el pulgar y los<br />

dos que le siguen, y los dirigió hacia su noble oponente. Después, se sentó mirando al<br />

auditorio, muy orgulloso de sí mismo y de su rica túnica. Sin duda, todos lo admirarían.<br />

A continuación, el sabio griego, con toda solemnidad, alzó la palma de la mano, la mantuvo<br />

abierta dirigiéndola hacia todos los presentes y, muy sereno se sentó. La respuesta no se<br />

hizo esperar. El bravucón saltó precipitadamente de su asiento, levantó su hercúleo brazo y<br />

mostró el puño, cerrando con fuerza. Parecía dispuesto a enfrentarse al mundo entero. Y así<br />

concluyó la feliz actuación <strong>del</strong> rústico romano.<br />

En la trib<strong>una</strong> de los sabios griegos había juristas, filósofos, matemáticos, dramaturgos,<br />

estadistas...; todos ellos esperaban el veredicto que había de pronunciar el erudito griego que<br />

había sido seleccionado para la contienda. Este, tras unos momentos de reflexión declaró:<br />

"Merecen los romanos leyes, no se las niego". ¡Roma estaba salvada!<br />

Preguntaron al griego qué fue lo que dijera<br />

por señas al romano, y qué le respondiera.<br />

El debate entre los "sabios" había concluido, mas para el pueblo había sido harto misterioso,<br />

así que todos estaban ansiosos de conocer el meollo de la cuestión. Los griegos,<br />

respetuosamente, se congregaron en torno al sabio y le rogaron que les descifrase el<br />

significado de sus mensajes.<br />

-Como habéis podido ver, yo he alzado el dedo índice para significar que hay un solo Dios. El<br />

romano entonces ha mostrado tres dedos, afirmando que se manifiesta en tres personas<br />

distintas. Satisfecho con su respuesta, he seguido en la misma línea y le he mostrado la<br />

palma de la mano, indicando así que todo está sometido a la voluntad divina. Y él, alzando el<br />

puño, ha corroborado mi aserto diciendo que efectivamente Dios tiene el mundo en su poder.<br />

Así pues, viendo su saber y su buen juicio, he concluido que el pueblo romano merece regirse<br />

por leyes.<br />

También los romanos se reunieron en torno a su representante y, muy intrigados, le<br />

preguntaron en qué había consistido la disputa.<br />

-Muy sencillo -dijo él con orgullo-. El griego ha empezado por amenazarme, diciéndome que<br />

quería sacarme un ojo con su dedo. Yo no podía quedarme atrás, así que le he dicho que yo<br />

le sacaría a él los dos ojos y que le iba a romper todos los dientes con mi pulgar. Entonces,<br />

ya lo habéis visto, ha hecho ademán de darme <strong>una</strong> buena bofetada con su palma abierta. ¡A<br />

mí con esas...! Sin pensarlo más, he levantado el puño para decirle que le iba a dar tal<br />

puñetazo que se acordaría de él todos los días de su vida. Así que el muy tonto, cuando ha<br />

visto que tenía la pelea perdida, ha dejado de amenazarme y se ha refugiado entre los suyos.<br />

El burlón <strong>del</strong> Arcipreste cierra su historia con un dicho popular que parece "venir muy a<br />

cuento":<br />

Mala palabra no hay, si no es a mal tenida.<br />

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