Artículo: ¿Qué edad es buena para poner en marcha una empresa?

observatorio
emprendedores
EMPRENDEDORES
¿QUÉ EDAD ES BUENA PARA PONER EN
Óscar García
MARCHA UNA EMPRESA? Anabel Caneda
En una reciente conferencia en la que analizábamos las
ventajas de emprender a una determinada edad, fuimos
reprendidos por el presidente de una cámara de comercio
gallega porque él no respondía al perfil que proponíamos
como ideal. Con muchos años de experiencia en el mundo
de los negocios, hacía pocos meses que se había vuelto a
embarcar en un nuevo proyecto, y el hecho de superar la
cincuentena chocaba frontalmente con las cifras planteadas
en nuestra charla. En realidad, varias características de esta
persona confirmaban muchas de las conclusiones expuestas
en la conferencia, pero no su edad. Y su caso no es único:
el Registro Mercantil está lleno de casos de jóvenes que han
fundado su empresa con menos de 25 años y de octogenarios
que han culminado un sueño infantil con la puesta en marcha
de un negocio.
Es conveniente destacar, pues, que los estudios y las estadísticas
nos ayudan a comprender mejor cómo funcionan las
cosas y qué circunstancias ayudan a que el resultado sea me-
jor, pero no excluyen los casos concretos, las excepciones a
la norma. Probablemente nadie se atreva a decir si un nuevo
emprendedor va a tener éxito en su aventura basándose únicamente
en su edad, pero, ¿podemos afirmar que alguna edad
es teóricamente mejor para emprender?
En la encuesta realizada dentro del Proyecto Atalaya del Emprendedor
pudimos confirmar que los fundadores de las firmas
creadas en Galicia en la década de los noventa tenían una
edad media de 37,35 años, aunque el rango de edades resultante
es muy amplio. La gran mayoría se hallaban entre los
21 y los 50; concretamente, el 87,8% de los encuestados se
encontraban en este intervalo, siendo mayoría los que tenían
entre 31 y 40 años en el momento de la creación (36,7%).
Con estos primeros resultados, y sin profundizar más en los
datos, parece que se confirman dos realidades contrapuestas de
la teoría de la empresarialidad: por una parte, a partir de cierta
edad la probabilidad de crear una empresa se reduce progresivamente;
y, por otra, se ha de tener una edad o experiencia
mínima para atreverse a poner en marcha nuevos negocios.
Edad de los emprendedores
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Las personas de mayor edad, tras años de esfuerzos en su vida
laboral, tienen por objetivo alcanzar una etapa más sosegada
y alejada de riesgos. Si a esto le sumamos las grandes dosis
de energía necesarias para poner en marcha un nuevo negocio,
obtenemos la explicación de por qué las probabilidades de
crear una empresa descienden a medida que aumenta la edad.
Por otra parte, desarrollar una mínima experiencia personal y
generar ciertas relaciones con el mercado implican la “inversión”
de una etapa de nuestra vida. Este bagaje profesional,
relacionado con las probabilidades de estar interesado en poner
en marcha una empresa, será fundamental para ver nacer
nuestro negocio.
El informe mundial del año 2007 del Proyecto GEM (Bosma
y Harding, 2007) obtiene ratios similares a los nuestros, fijando
entre los 25 y los 34 años la época de mayor actividad emprendedora,
y la de los 55-64 (la muestra encuestada se sitúa
entre los 18 y 64 años) la menos activa empresarialmente.
Así, aunque entre los jóvenes se observa una mayor propensión
a poner en marcha nuevos negocios, el grupo mayoritario
no es estrictamente el más joven, ya que además del
ímpetu propio de la juventud se requiere también de cierta
experiencia, que proporcionan los años. Este es el motivo por
el que nos encontramos con un mayor número de proyectos
Pervivencia de la empresa según la edad del emprendedor
Éxitos infantiles
Cierres prematuros
Necesitamos personas jóvenes,
en sentido amplio, pero con una
experiencia laboral previa; que hayan
desarrollado una red de relaciones
personales, posiblemente basadas
en la realización de actividades
comerciales, y que estén buscando
una mejora personal
empresariales en el tramo entre 30 y 40 años, tal y como confirman
también los datos que maneja la Comisión Europea,
que cifra la edad media del empresario europeo en los 35 años
(Comisión Europea, 2002).
Pero más importante es el hecho de que existen diferencias
significativas cuando comparamos la edad de los emprendedores
que mantuvieron abierta su empresa más de cuatro años
con la de los que no. Los que hemos denominado “éxitos infantiles
1 ” eran sensiblemente más jóvenes en el momento de
1 Consideramos “éxitos infantiles” a aquellos emprendedores que consiguieron mantener
su empresa en funcionamiento más de cuatro años, y “cierres prematuros” los que tuvieron
que cerrar el negocio en ese plazo.
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la creación que los que han tenido que cerrar. Así, la media
de edad de los emprendedores “exitosos” es de unos 35 años,
frente a los casi 40 de los que han cerrado sus empresas.
A primera vista, parece que el ímpetu se impone a la experiencia.
Los más jóvenes no solo son más proclives a poner
en marcha un negocio, sino que tienen más posibilidades de
mantenerlo en funcionamiento en los primeros años. Aunque
para nosotros esa juventud deba comenzar, probablemente, a
partir de los 30 años.
Una persona que esté interesada en poner en marcha una empresa
debe reunir unas cualidades, un perfil mínimo que le
ayude a superar las primeras etapas de la vida de su empresa, o
bien a identificar las carencias que debe cubrir, incorporando
nuevos elementos a su equipo fundador. Y nuestro emprendedor
modelo debería combinar un mínimo de experiencia
personal con una cierta dosis de juventud, que le permita
disponer tanto de los conocimientos y experiencia profesional
como del ímpetu y la fuerza necesarias. Aunque podemos
asociar el “éxito infantil” en mayor medida a las edades más
jóvenes, las cifras nos muestran que el emprendedor típico
se sitúa entre los 30 y los 40 años. Una edad en la cual es
factible disponer de una cierta experiencia profesional, que
no se puede conseguir sin el necesario paso previo por una
empresa anterior.
Esta necesaria experiencia se demuestra cuando detectamos
la influencia de las relaciones en el mercado, mejores entre el
colectivo de “éxito infantil”, así como el apoyo de una gran
empresa o la existencia de una frustración en un empleo anterior.
En todos estos casos subyace la existencia de una relación
laboral previa. Una relación laboral que puede servir de base
para el futuro negocio.
Así pues, necesitamos personas jóvenes, en sentido amplio,
pero con una experiencia laboral previa; que hayan desarrollado
una red de relaciones personales, posiblemente basadas en
la realización de actividades comerciales, y que estén buscando
una mejora personal. Individuos que tengan un gran interés
por demostrar su valía y que sean mejores de lo que su actual
puesto de trabajo parece reflejar. Y que estén dispuestos a arriesgar
sus ingresos futuros por poner en marcha un negocio por
cuenta propia. Si ese perfil no es sencillo de encontrar, siempre
cabe la posibilidad de completar el equipo de la nueva empresa
con terceros que reúnan estas características. De hecho, una de
las posibles medidas de apoyo a la creación de nuevas empresas
debería surgir de la búsqueda de esta interesante combinación.
¿Necesitamos jóvenes con ímpetu y con la posibilidad de poner
en marcha una empresa y arriesgar un trabajo estable y
bien remunerado? ¿Necesitamos una persona con experiencia
y contactos pero que no se atreve a abandonar su vida
profesional por temor a perder todo lo que costosamente ha
conseguido? ¿Y por qué no buscamos métodos que permitan
reunir a estos dos perfiles?
Un emprendedor vigués de bastante éxito nos comentaba hace
poco que tenía tres ideas diferentes de potenciales negocios, que
había detectado casualmente como consecuencia del funcionamiento
de alguna de sus empresas. Todas ellas eran originales y
parecían tener un mercado interesante. Pero no tenía pensado
ponerlas en marcha nunca. Ahora mismo estaba embarcado
en suficientes líos y no podía poner en peligro lo que tanto le
había costado arrancar por iniciar una nueva aventura.
¿Y cuántos jóvenes encontramos en nuestras universidades
que, ante la perspectiva de un mercado laboral mal pagado,
estarían dispuestos a fundar un negocio? Si hubiésemos podido
poner en contacto a este particular emprendedor con
alguno de ellos, y ambos viesen posibilidad de beneficiarse
del acuerdo, podríamos haber generado fácilmente una docena
de puestos de trabajo. ¿Les parece correcto? ¿Les parece
factible? Pues a trabajar.
Óscar García Álvarez es profesor en las áreas de Dirección Comercial y Marketing y
Creación y Desarrollo de Empresas en la Escuela de Negocios Caixanova.
Anabel Caneda González es profesora de Métodos Cuantitativos en la Escuela de Negocios
Caixanova
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