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Ladrando a la luna - José J. González de - Rojo y Negro

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<strong>la</strong> entrada que su <strong>de</strong>fendido acudía<br />

voluntariamente para <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar sobre unos hechos<br />

que aún no habían sido esc<strong>la</strong>recidos.<br />

Decio no pudo entrar al interrogatorio y fue<br />

invitado a sentarse en una sa<strong>la</strong> <strong>de</strong> espera.<br />

Los dos inspectores que le visitaron en el hospital<br />

estaban allí. Eso facilitaba <strong>la</strong>s cosas.<br />

Muchas, muchísimas preguntas; mucho,<br />

muchísimo tiempo; mucho, muchísimo<br />

cansancio, hasta el agotamiento. Horas y horas <strong>de</strong><br />

tedio y repeticiones.<br />

Después <strong>de</strong> <strong>la</strong> comisaría, tras<strong>la</strong>do a los juzgados<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za <strong>de</strong> Castil<strong>la</strong>. Más preguntas, más<br />

tiempo, tiempo interminable. Pero, al final, todo<br />

salió como el abogado le había dicho: puesta en<br />

libertad, con cargos pero sin fianza. En breve<br />

recibiría <strong>la</strong> citación para el juicio. Al salir por <strong>la</strong><br />

puerta <strong>de</strong> los juzgados, Paco tuvo una gran<br />

satisfacción que sirvió para compensar todas <strong>la</strong>s<br />

amarguras <strong>de</strong>l día: por <strong>la</strong> misma puerta, pero en<br />

sentido contrario, entraba, esposado y

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