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Ladrando a la luna - José J. González de - Rojo y Negro

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pueblos, con <strong>la</strong> i<strong>de</strong>ntidad perdida por obra <strong>de</strong> su<br />

propia enormidad pero <strong>la</strong>tiendo aún en los<br />

corazones <strong>de</strong> gentes como Luis, Jacobo y otros<br />

muchos. En sus tiempos <strong>de</strong> movida se <strong>de</strong>cía<br />

“Madrid me mata”; y era cierto, aún se pue<strong>de</strong><br />

morir <strong>de</strong> amor.<br />

Había pasado bastante tiempo, así que montó <strong>de</strong><br />

nuevo en <strong>la</strong> Derbi y volvió a La Galera.<br />

Allí estaban ahora los dos, el Tupé y el Chir<strong>la</strong>s,<br />

sentados frente a frente y con un par <strong>de</strong> tercios <strong>de</strong><br />

cerveza sobre <strong>la</strong> mesa; hab<strong>la</strong>ban en voz baja,<br />

pero muy <strong>de</strong>prisa, nerviosos, inclinados el uno<br />

sobre el otro. De pronto, Ana pasó junto a él y<br />

atravesó <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>l bar para ir a sentarse junto<br />

a sus dos colegas. Paco, aunque sorprendido,<br />

permaneció inmóvil, amparado en el anonimato<br />

<strong>de</strong>l casco <strong>de</strong> motorista. Sin embargo, Ana <strong>de</strong>bió<br />

sentir alguna corazonada porque se volvió para<br />

mirarle mientras avanzaba. Él continuó tranquilo<br />

e hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> mirar el reloj como si esperara<br />

a alguien. Cuando Nita se sentó, arrancó y se fue.

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