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COMITÉ DE REDACCIÓN<br />
Fernando Larraz Verónica Enamorado<br />
Cristina Somolinos Gema Cuesta<br />
Ainhoa Rodríguez Alejandro Rivero<br />
Patricia Pizarroso Míriam Rodríguez<br />
Sofía González Cristina Ruiz<br />
Alexandra Chereches María Loriente<br />
Yara Pérez Paula Mayo<br />
Noelia Izquierdo Cristina Suárez<br />
Marta Sobas Soledad Abad<br />
Raquel López Javier Helgueta<br />
Colaboran en este número:<br />
Gustavo Díaz Contreras, Jairo Javier García<br />
Sánchez, María Luisa Suárez, Almudena<br />
Vega, Irene X.<br />
FIRMA INVITADA<br />
Página 3<br />
MIRADAS<br />
Página 4<br />
BIBLIOTECA CLÁSICA<br />
Página 8<br />
INÉDITOS<br />
Página 10<br />
RESEÑAS<br />
Página 12<br />
ARTÍCULOS<br />
Página 30<br />
Firma invitada<br />
La importancia de llamar a los lugares por su<br />
nombre<br />
Si hay una disciplina que ha marcado mi trayectoria investigadora como ninguna otra, esa ha sido la toponimia.<br />
A ella voy a dedicarle unas líneas en este espacio de reflexión que tan amablemente se me ha ofrecido.<br />
Los topónimos, los nombres de lugar, han estado muy presentes en mi vida académica, pero más allá del estudio<br />
y del análisis que yo haya llevado a cabo sobre su funcionamiento, sus características y, en especial, sobre el<br />
origen y la motivación de algunos de ellos, lo relevante de verdad es que, aun sin darnos cuenta la mayoría de<br />
las veces, los topónimos también están muy presentes en la vida cotidiana de todos nosotros. Convivimos a<br />
diario con ellos, están insertos en nuestro paisaje lingüístico y, como amplios designadores de la realidad, no se<br />
podría concebir el mundo sin su existencia.<br />
Los topónimos son las denominaciones con que se designan lugares, ya sean calles, plazas, pueblos, ciudades,<br />
regiones, países, ríos, valles, montañas, sierras o cualquier otro tipo de entidad geográfica. Por medio de los<br />
topónimos los lugares se identifican y localizan, con todo lo que esto, además, implica en nuestros días. Se<br />
pueden situar en el espacio toda clase de hechos o acontecimientos, leer e interpretar mapas, hacer uso de<br />
sistemas de geolocalización, acceder directa e intuitivamente a muy diversas fuentes de información –y no solo<br />
geográfica–, desarrollar infraestructuras con datos espaciales, etc., etc.<br />
Pero los topónimos son asimismo muy útiles por otras razones y es que a partir de ellos, mediante la forma<br />
que han adoptado y gracias a su motivación o al significado originario de los nombres que los han constituido,<br />
se pueden conocer diversos aspectos de los lugares que denominan: Alcalá de Henares y Guadalajara, por<br />
ejemplo, son topónimos castellanos de origen árabe, que vienen determinados por un primitivo asentamiento<br />
en torno a un castillo o a un río –el mismo que hoy se ve en el primero de los dos nombres– y que mantienen<br />
viva la notable impronta de la cultura árabe en este país que hoy llamamos España –otro topónimo que nos<br />
puede decir muchas cosas, más allá incluso de su precedente romano Hispania–.<br />
Los topónimos, como se ve, están en boca de todos, y la toponimia, entendida como conjunto de topónimos,<br />
pero asimismo como la disciplina que los estudia, es un campo apasionante y enriquecedor, de gran valor para<br />
quien se interese por las lenguas y la cultura de un determinado territorio: los nombres geográficos integran las<br />
lenguas y conservan formas que hacen patente su evolución, son preciados testigos de la historia y de los modos<br />
de vida de ayer o de hoy, y permiten obtener información en no pocos y variados ámbitos del conocimiento<br />
(lingüística, geografía, historia, arqueología, biología, antropología…). Es de justicia, por ello, que hayan sido<br />
considerados patrimonio cultural inmaterial, tal como quedó establecido en la Novena Conferencia de las<br />
Naciones Unidas sobre la Normalización de los Nombres Geográficos de 2007.<br />
Los nombres de lugar se erigen en ocasiones, además, como unidades político-socioculturales de primer<br />
orden, así como símbolos identitarios de los territorios en los que se encuentran. No se debe olvidar que<br />
los topónimos están ligados a la tierra y la tierra a las personas, por lo que, cerrando el círculo, las personas<br />
también se vinculan e identifican con los nombres de los lugares donde han nacido, donde viven o con los que<br />
tienen cualquier otra vinculación. Por eso mismo, aunque los topónimos no tienen significado, en tanto que<br />
son nombres propios, poseen, en cambio, un gran poder evocador; de ahí que a menudo no sea baladí la forma<br />
que adoptan y lo que esta pueda evocar o representar. Y esto vale para los tan traídos y llevados exotopónimos<br />
y endotopónimos (¿Lérida o Lleida ¿La Coruña o A Coruña), que en principio deberían utilizarse en función<br />
de la lengua a la que pertenecen, o para los topónimos problemáticos por su homonimia (conocido es el caso,<br />
entre otros muchos, de la población de Asquerosa, vinculada a la vida de García Lorca, que acabó cambiando<br />
su nombre por Valderrubio). El viejo aforismo latino bonum nomen, bonum omen ‘un buen nombre es un buen<br />
presagio’ parece intervenir en esta clase de retoponimizaciones, que, con todo, no siempre se dan. Pero esa es<br />
ya otra historia y nos alargaríamos demasiado si siguiéramos por esa senda, una de las múltiples que nos hacen<br />
comprender la importancia de llamar a los lugares por su nombre y que, en definitiva, ese nombre sea uno y<br />
no otro.<br />
Jairo Javier García Sánchez<br />
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