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La casa de los espíritus

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<strong>La</strong> <strong>casa</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>espíritus</strong>Isabel Allen<strong>de</strong>joven, fue poniéndose rígida hasta llegar a moverse con gran dificultad, comoamortajada en vida, y, por último, cuando ya no pudo doblar las rodillas, se instaló<strong>de</strong>finitivamente en su silla <strong>de</strong> ruedas, en su viu<strong>de</strong>z y en su <strong>de</strong>solación. Estebanrecordaba su infancia y su juventud, sus trajes estrechos, el cordón <strong>de</strong> san Franciscoque lo obligaban a usar en pago <strong>de</strong> quién sabe qué promesas <strong>de</strong> su madre o <strong>de</strong> suhermana, sus camisas remendadas con cuidado y su soledad. Férula, cinco añosmayor, lavaba y almidonaba día por medio sus únicas dos camisas, para que estuvierasiempre pulcro y bien presentado, y le recordaba que por el lado <strong>de</strong> la madre llevaba elapellido más noble y linajudo <strong>de</strong>l Virreinato <strong>de</strong> Lima. Trueba no había sido más que unlamentable acci<strong>de</strong>nte en la vida <strong>de</strong> doña Ester, que estaba <strong>de</strong>stinada a <strong>casa</strong>rse conalguien <strong>de</strong> su clase, pero se había enamorado perdidamente <strong>de</strong> aquel tarambana,emigrante <strong>de</strong> primera generación, que en pocos años dilapidó su dote y <strong>de</strong>spués suherencia. Pero <strong>de</strong> nada servía a Esteban el pasado <strong>de</strong> sangre azul, si en su <strong>casa</strong> nohabía para pagar las cuentas <strong>de</strong>l almacén y tenía que irse a pie al colegio, porque notenía el centavo para el tranvía. Recordaba que lo mandaban a clase con el pecho y laespalda forrados en papel <strong>de</strong> periódicos, porque no tenía ropa interior <strong>de</strong> lana y suabrigo daba lástima, y que pa<strong>de</strong>cía imaginando que sus compañeros podían oír, comolo oía él, el crujido <strong>de</strong>l papel al frotarse contra su piel. En invierno, la única fuente <strong>de</strong>calor era un brasero en la habitación <strong>de</strong> su madre, don<strong>de</strong> se reunían <strong>los</strong> tres paraahorrar las velas y el carbón. Había sido una infancia <strong>de</strong> privaciones, <strong>de</strong>incomodida<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> asperezas, <strong>de</strong> interminables rosarios nocturnos, <strong>de</strong> miedos y <strong>de</strong>culpas. De todo eso no le había quedado más que la rabia y su <strong>de</strong>smesurado orgullo.Dos días <strong>de</strong>spués Esteban Trueba partió al campo. Férula lo acompañó a la estación.Al <strong>de</strong>spedirse lo besó fríamente en la mejilla y esperó que subiera al tren, con sus dosmaletas <strong>de</strong> cuero con cerraduras <strong>de</strong> bronce, las mismas que había comprado para irsea la mina y que <strong>de</strong>bían durarle toda la vida, como le había prometido el ven<strong>de</strong>dor. Lerecomendó que se cuidara y tratara <strong>de</strong> visitarlas <strong>de</strong> vez en cuando, dijo que lo echaría<strong>de</strong> menos, pero ambos sabían que estaban <strong>de</strong>stinados a no verse en muchos años y enel fondo sentían un cierto alivio.-¡Avísame si mamá empeora! -gritó Esteban por la ventanilla cuando el tren se pusoen movimiento.-¡No te preocupes! -respondió Férula agitando su pañuelo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el andén.Esteban Trueba se recostó en el respaldo tapizado en terciopelo rojo y agra<strong>de</strong>ció lainiciativa <strong>de</strong> <strong>los</strong> ingleses <strong>de</strong> construir coches <strong>de</strong> primera clase, don<strong>de</strong> se podía viajarcomo un caballero, sin tener que soportar las gallinas, <strong>los</strong> canastos, <strong>los</strong> bultos <strong>de</strong>cartón amarrados con un cor<strong>de</strong>l y <strong>los</strong> lloriqueos <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños ajenos. Se felicitó porhaberse <strong>de</strong>cidido a gastar en un pasaje más costoso, por primera vez en su vida, y<strong>de</strong>cidió que era en <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles don<strong>de</strong> estaba la diferencia entre un caballero y unpatán. Por eso, aunque estuviera en mala situación, <strong>de</strong> ese día en a<strong>de</strong>lante iba agastar en las pequeñas comodida<strong>de</strong>s que lo hacían sentirse rico.-¡No pienso volver a ser pobre! -<strong>de</strong>cidió, pensando en el filón <strong>de</strong> oro.Por la ventanilla <strong>de</strong>l tren vio pasar el paisaje <strong>de</strong>l valle central. Vastos campostendidos al pie <strong>de</strong> la cordillera, fértiles campiñas <strong>de</strong> viñedos, <strong>de</strong> trigales, <strong>de</strong> alfalfa y <strong>de</strong>maravilla. Lo comparó con las yermas planicies <strong>de</strong>l Norte, don<strong>de</strong> había pasado dosaños metido en un hoyo, en medio <strong>de</strong> una naturaleza agreste y lunar cuya aterradorabelleza no se cansaba <strong>de</strong> mirar, fascinado por <strong>los</strong> colores <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, por <strong>los</strong> azules,<strong>los</strong> morados, <strong>los</strong> amaril<strong>los</strong>, <strong>de</strong> <strong>los</strong> minerales a flor <strong>de</strong> tierra.-Me está cambiando la vida -murmuró.Cerró <strong>los</strong> ojos y se quedó dormido.32

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