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Daniel GolemanInteligencia Emocionalmayor parte de las personas vivimos en una especie de término medio gris, en una suave montaña rusaemocional apenas salpicada de ligeros sobresaltos.Llegar a dominar las emociones constituye una tarea tan ardua que requiere una dedicación completay es por ello por lo que la mayor parte de nosotros sólo podemos tratar de controlar —en nuestro tiempolibre— el estado de ánimo que nos embarga. Todo lo que hacemos, desde leer una novela o ver latelevisión, hasta las actividades y los amigos que elegimos, no son más que intentos de llegar a sentirnosmejor. El arte de calmarse a uno mismo constituye una habilidad vital fundamental, y algunos intérpretes delpensamiento psicoanalítico, como, por ejemplo, John Bowlby y D.W. Winnicott consideran que se trata delmás fundamental de los recursos psicológicos. En teoría, los niños emocionalmente sanos aprenden acalmarse tratándose a sí mismos del modo en que han sido tratados por los demás, y es así como sevuelven menos vulnerables a las erupciones del cerebro emocional.Como ya hemos visto, el diseño del cerebro pone de manifiesto que tenemos escaso o ningún controlcon respecto al momento en que nos veremos arrastrados por una emoción y que tampoco disponemos demucho margen de maniobra sobre el tipo de emoción que nos aquejará. Lo que tal vez si se halla ennuestra mano es el tiempo que permanecerá una determinada emoción. El problema no estriba tanto en ladiversidad emocional que reflejan, por ejemplo, la tristeza, la preocupación o el enfado (ya quenormalmente estos estados de ánimo desaparecen con el tiempo y paciencia), como en el hecho de que sudesmesura y su inadecuación conlleva los más sombríos matices: la ansiedad crónica, la furia desbocada yla depresión. Tanto es así que, en sus manifestaciones más graves y persistentes, su erradicación puedellegar a requerir medicación, psicoterapia o ambas cosas a la vez.Uno de los indicadores de la autorregulación emocional es el hecho de saber reconocer en quémomento la excitación crónica del cerebro emocional es tan intensa como para requerir ayudafarmacológica. Por ejemplo, dos tercios de las personas que sufren de trastornos maníaco—depresivos nohan recibido nunca tratamiento médico al respecto. Pero el hecho es que el litio u otros fármacos másvanguardistas pueden llegar a frustrar el ciclo característico del trastorno maníaco—depresivo (en el que sealternan la euforia caótica y la grandiosidad con la irritación y la rabia). Uno de los problemas característicosde los trastornos maníaco-depresivos es que, cuando la persona está inmersa en plena crisis maníaca, sehalla plenamente convencida de que no necesita ningún tipo de ayuda a pesar de las desastrosasdecisiones que pueda estar tomando. Así pues, la medicación psiquiátrica brinda a las personas que estánatravesando este tipo de episodios un instrumento para manejar más adecuadamente sus vidas.Pero cuando se trata de superar un tipo más habitual de estados negativos sólo contamos connuestros propios recursos.Como ha señalado Diane Tice, psicóloga de la Case Western Reserve University que interrogó a másde cuatrocientas personas sobre las diferentes estrategias que utilizaban para superar los estados deánimo angustiantes y sobre el grado de éxito que éstas les procuraban, estos recursos no siempre semostraron lo suficientemente eficaces Hay que decir, para comenzar, que no todos los encuestados partíande la premisa de que fuera necesario cambiar los estados de ánimo negativos. La investigación de Ticepuso de manifiesto la existencia de cerca de un 5% de «puristas del estado de ánimo», es decir, personasque afirmaban que ellos nunca trataban de cambiar un determinado estado de ánimo porque, en su opinión,todas las emociones son «naturales» y deben experimentarse tal y como se presentan, por másdesalentadoras que resulten. Asimismo, también había otros que buscaban promover estados de ánimonegativos por razones pragmáticas: médicos que necesitan mostrarse apesadumbrados para dar una malanoticia a sus pacientes; activistas sociales que alimentan su indignación ante la injusticia para poder sermás eficaces a la hora de combatirla; y hubo incluso un joven que admitió que alimentaba su rabia parapoder defender más adecuadamente a su hermano menor de las agresiones de que era objeto en el patiode recreo. Otros, por último, se mostraron abiertamente maquiavélicos en la manipulación de sus estadosde ánimo, como atestiguaron varios cobradores que ejercitaban su irritabilidad para poder mantener suinflexibilidad ante los morosos. En cualquiera de los casos, la verdad es que, aparte de estos rarosejemplos de cultivo deliberado de las emociones negativas, la mayoría admitió que se hallaba a merced desus estados de ánimo. Los caminos que emprende la gente para sacudirse de encima los estados de ánimoperturbadores son decididamente muy heterogéneos.LA ANATOMIA DEL ENFADOSupongamos que otro conductor se nos acerca peligrosamente mientras estamos circulando por laautopista. Aunque nuestro primer pensamiento reflejo sea, por ejemplo, «¡maldito hijo de puta!», lo querealmente resulta decisivo para el desarrollo de la rabia es que ese pensamiento vaya seguido de otrospensamientos de irritación y venganza, como, por ejemplo: «¡ese cabrón Podría haber chocado conmigo!41

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