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Daniel GolemanInteligencia Emocionalsección —que ha terminado demostrando la extraordinaria importancia de la capacidad de refrenar lasemociones y demorar los impulsos. Esta investigación, que se realizó en el campus de la Universidad deStanford con hijos de profesores, empleados y licenciados, prosiguió cuando los niños terminaron laenseñanza secundaria. Algunos de los niños de cuatro años de edad fueron capaces de esperar lo queseguramente les pareció una verdadera eternidad hasta que volviera el experimentador. Y fueron muchoslos métodos que utilizaron para alcanzar su propósito y recibir las dos golosinas como recompensa: taparseel rostro para no ver la tentación, mirar al suelo, hablar consigo mismos, cantar, jugar con sus manos y suspies e incluso intentar dormir. Pero otros, más impulsivos, cogieron la golosina a los pocos segundos deque el experimentador abandonara la habitación.El poder diagnóstico de la forma en que los niños manejaban sus impulsos quedó claro doce ocatorce años más tarde, cuando la investigación rastreó lo que había sido de aquellos niños, ahoraadolescentes. La diferencia emocional y social existente entre quienes se apresuraron a coger la golosina yaquéllos otros que demoraron la gratificación fue contundente. Los que a los cuatro años de edad habíanresistido a la tentación eran socialmente más competentes, mostraban una mayor eficacia personal, eranmás emprendedores y más capaces de afrontar las frustraciones de la vida. Se trataba de adolescentespoco proclives a desmoralizarse, estancarse o experimentar algún tipo de regresión ante las situacionestensas, adolescentes que no se desconcertaban ni se quedaban sin respuesta cuando se les presionaba,adolescentes que no huían de los riesgos sino que los afrontaban e incluso los buscaban, adolescentes queconfiaban en sí mismos y en los que también confiaban sus compañeros, adolescentes honrados yresponsables que tomaban la iniciativa y se zambullían en todo tipo de proyectos. Y, más de una décadadespués, seguían siendo capaces de demorar la gratificación en la búsqueda de sus objetivos.En cambio, el tercio aproximado de preescolares que cogió la golosina presentaba una radiografíapsicológica más problemática. Eran adolescentes más temerosos de los contactos sociales, mástestarudos, más indecisos, más perturbados por las frustraciones, más inclinados a considerarse «malos» opoco merecedores, a caer en la regresión o a quedarse paralizados ante las situaciones tensas, a serdesconfiados, resentidos, celosos y envidiosos, a reaccionar desproporcionadamente y a enzarzarse entoda clase de discusiones y peleas. Y al cabo de todos esos años seguían siendo incapaces de demorar lagratificación.Así pues, las aptitudes que despuntan tempranamente en la vida terminan floreciendo y dando lugara un amplio abanico de habilidades sociales y emocionales. En este sentido, la capacidad de demorar losimpulsos constituye una facultad fundamental que permite llevar a cabo una gran cantidad de actividades,desde seguir una dieta hasta terminar la carrera de medicina. Hay niños que a los cuatro años de edad yallegan a dominar lo básico, y son capaces de percatarse de las ventajas sociales de demorar la gratificaciónde sus impulsos, desvían su atención de la tentación presente y se distraen mientras siguen perseverandoen el logro de su objetivo: las dos golosinas.Pero lo más sorprendente es que, cuando los niños fueron evaluados de nuevo al terminar elinstituto, el rendimiento académico de quienes habían esperado pacientemente a los cuatro años de edadera muy superior al de aquéllos otros que se habían dejado arrastrar por sus impulsos. Según la evaluaciónllevada a cabo por sus mismos padres, se trataba de adolescentes más competentes, más capaces deexpresar con palabras sus ideas, de utilizar y responder a la razón, de concentrarse, de hacer planes, dellevarlos a cabo, y se mostraron muy predispuestos a aprender. Y, lo que resulta más asombroso todavía,es que estos chicos obtuvieron mejores notas en los exámenes SAT. El tercio aproximado de los niños quea los cuatro años no pudieron resistir la tentación y se apresuraron a coger la golosina obtuvieron unapuntuación verbal de 524 y una puntuación cuantitativa («matemática») de 528, mientras que el tercio dequienes esperaron el regreso del experimentador alcanzó una puntuación promedio de 610 y 652,respectivamente (una diferencia global de 210 puntos).”La forma en que los niños de cuatro años de edad responden a este test de demora de lagratificación constituye un poderoso predictor tanto del resultado de su examen SAT como de su CI; el CI,por su parte, sólo predice adecuadamente el resultado del examen SAT después de que los niños aprendana leer. “Esto parece indicar que la capacidad de demorar la gratificación contribuye al potencial intelectualde un modo completamente ajeno al mismo CI. (El pobre control de los impulsos durante la infancia tambiénes un poderoso predictor de la conducta delictiva posterior, mucho mejor que el CI.)”' Como veremos en lacuarta parte, aunque haya quienes consideren que el CI no puede cambiarse y que constituye unalimitación inalterable de los potenciales vitales del niño, cada vez existe un convencimiento mayor de quehabilidades emocionales como el dominio de los impulsos y la capacidad de leer las situaciones sociales esalgo que puede aprenderse.Así pues, lo que Walter Misehel, el autor de esta investigación, describe con el farragoso enunciadode «la demora de la gratificación autoimpuesta dirigida a metas» —la capacidad de reprimir los impulsos alservicio de un objetivo (ya sea levantar una empresa, resolver un problema de álgebra o ganar la CopaStanley)— tal vez constituya la esencia de la autorregulación emocional. Este descubrimiento subraya el56

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