mario benedetti - Prisa Ediciones
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al final trabucó dos tercetos de su poeta dilecto, aunque<br />
por fortuna nadie se dio cuenta.<br />
Cuando estuvieron de vuelta en la casa, Javier, radiante,<br />
se enfrentó a Nieves: ¿Y qué tal? ¿Qué le había<br />
parecido el maestro? Nieves hizo un extraño movimiento<br />
(que para el hijo resultó indescifrable) con las manos<br />
y dijo que parecía buena gente, que era amable, que indudablemente<br />
disfrutaba enseñando, pero cuando se saludaron<br />
se dio cuenta de que tenía las manos húmedas,<br />
como sudadas a pesar del aire fresco, y ella siempre había<br />
sentido un inevitable rechazo hacia las personas con<br />
las manos sudadas.<br />
—Pero, Javier, no te preocupes, eso es sólo una manía<br />
personal y estoy segura de que don Angelo es un<br />
maestro excelente.<br />
Javier bajó los ojos, se miró las puntas de sus zapatos<br />
de domingo, que aún conservaban un poco de la tierra<br />
roja del patio del colegio. Y así, mediante un suspiro<br />
profundo y desolado, puso punto final a uno de los más<br />
ambiciosos proyectos de su vida.<br />
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