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texto de Marissa Mastrangeli / traducción de María Dolores GarcíaDonde no van los taxis.El Instituto de Secundaria Ramón Carande se encuentra en la frontera entre el barrio marginalde Las Tres Mil Viviendas y el resto de Sevilla. Para José Luis, es más que una simple barrerafísica entre su mundo y el resto de la ciudad. Es su pasaporte para una vida mejor.Puedes verle un sábado por la noche comiendopipas junto al río Guadalquivir. Como cualquierotro adolescente español, se pasea por la calleBetis con sus colegas. Lleva la camiseta verdiblanca,con el escudo. Echa el brazo por encima delhombro de su amigo e insiste en que el Betis esel mejor equipo del mundo. Lo dice con el mismoentusiasmo que si fuera la primera vez, aunque yavan mil veces.Esta noche, cuando los bares y discotecas cierren,la mayoría de la gente cogerá un taxi a casa.Por desgracia, José Luis Rivera Romero no tieneesa opción. Notiene nada que vercon el dinero. No esdifícil encontrar sucasa. La razón: lostaxistas se niegan aentrar en su barrio.Es peligroso. “Lointenté una vez,pero el taxista noquiso”, nos cuenta.José Luis vive en el Polígono Sur, tambiénconocido como Las Tres Mil Viviendas, al sudestede Sevilla. Su barrio está delimitado por la SE-30,la línea de ferrocarril, el río Guadaira y el polígonoindustrial Hytasa. Un lugar donde hace cuatro mesesdos turistas alemanes se adentraron por errore intentaron hacer unas fotos a unos niños jugandoen la calle. Minutos después, los familiares de losniños robaron y patearon a los turistas porque noquerían servir de espectáculo. Dos meses después,unos traficantes de armas fueron arrestadospor la posesión de 28 pistolas, tres revólveres, dosescopetas, más de 2.000 cartuchos y una plantade marihuana de dos metros de altura. “No tengomiedo. Me he criado aquí”, dice.“MUCHOS PADRES YALUMNOS NO SEDAN CUENTA DE LAOPORTUNIDAD QUE ELCENTRO LES BRINDA...”José Luis Rivera proudly shows his team’s emblem.José Luis vive en Marrones, una zona de LasTres Mil especialmente conocida por el flamenco ylas drogas. Aun así, él tienen motivos para entenderla mala reputación de su barrio: “Una vez vi aun tío dando tiros con una pistola. Aparte de eso,siempre hay un montón de ruido. Por la noche lasmotos y los coches no me dejan dormir. No quieroquedarme aquí”.Los padres de José Luis tienen dinero suficientepara ir tirando, pero mudarse es algo queni siquiera se plantean. Su madre, Rosalía, trabajacomo empleada de hogar en los Bermejales, SuEminencia y otrosbarrios de Sevilla.Su padre, Francisco,trabaja de vigilantede seguridad en unapequeña localidad alas afueras de Sevilla.Durante el veranoJosé Luis trabaja enel bar de su hermanaRosa, la Bodeguita las Cuñas, cuatro horas al día.Pero él sólo tiene 17 años y casi no gana paramantenerse a sí mismo.Dentro de su pequeño abanico de posibilidades,José Luis tiene esperanza. Cuando dice: “Noquiero quedarme aquí”, lo dice en serio, y ya estátrabajando para conseguirlo. Algo que la mayoríade adolescentes hacen obligados, es para él subillete a una vida mejor: ir a la escuela.José Luis asiste al instituto Ramón Carande,en el número 4 de la calle Alfonso Lasso de laVega. Anchos pasillos con modesta iluminacióny paredes naranjas decoradas con carteles sobreel respeto y el valor de la educación. Para JoséLuis, desde 1º de ESO, éste centro es su escenariocotidiano.Un día cualquiera en el instituto: son las 11:58de la mañana y el recreo está a punto de acabar.Un grupo de chicas está sentado en la escalerajugando a las cartas. Unos cuantos chicos bloqueanla parte de arriba de las escaleras mientrasse ríen y bromean entre ellos. Suena el timbre y losprofesores vigilan los caóticos pasillos mientras losalumnos se acaban los bocadillos y van a clase.Un chico joven empuja a su compañero. Éste ledevuelve el empujón y continúa caminando. Unalumno se acerca a la conserjería y pide las llavesdel baño (una medida preventiva para asegurarsede que los alumnos no fumen allí).A los padres que reconocen las ventajas de estudiaren Ramón Carande no les importa tomarsealgunas molestias para mandar a sus hijos allí. Noes el centro que más les conviene, pues está a 300metros de Las Tres Mil. Sin embargo, ahora mismola mayoría de las escuelas de esa zona tienenmás problemas de disciplina. Como resultado, sepone más empeño en el comportamiento que enla formación. “En los ocho meses que llevo aquí,sólo he visto una pelea”, dice sonriente Mª CarmenJosé Luis working on an electrical model.Valverde Chaves, mientras le entrega la llave delbaño al alumno. El 60% de los 632 estudiantes delRamón Carande viene de Las Tres Mil.“Yo vivo en La Oliva”, dice un chico que noquiere revelar su nombre. “Hay muchos problemas,pero mis padres no pueden permitirse mudarse”.Razonable. Dos preguntas lógicas vienen acontinuación: “¿Quieres ir a la universidad? ¿Tegusta estudiar?” La expresión de su cara revela loabsurdo de esas ideas.“Obviamente, hay muchos padres y alumnosque no se dan cuenta de la oportunidad que elcentro les brinda”, dice Zoraida de la Osa Castro,jefa de estudios del centro. “Hace diez o quinceaños, los alumnos venían aquí porque querían.Ahora es obligatorio”.El Instituto Ramón Carande funciona según laLey Orgánica de Ordenación General del SistemaEducativo de España (LOGSE) desde 1990. Losestudiantes deben asistir al instituto hasta los 16años. Si no aparecen por el centro, se les llama porteléfono. Si todavía hay problemas de asistencia,intervienen los servicios sociales. Según EncarnaciónQuiroga, la orientadora del centro, es “una leydemagógica que ha sido creada sin consultar conel profesorado”. Después de terminar la ESO, sóloun 30% de los alumnos del Ramón Carande irá ala universidad.06 / más+menos

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