Lo que aprendí aquel primer día en San Francisco...texto de Emmalie Moseley / traducción de Álvaro PeinadoSiempre había oído decir que “No importa lo quesabes, sino a quién conoces”, pero nunca me locreí de verdad. Al menos hasta ahora.Acababa de graduarme. Estaba preparada paraentrar en el mundo real. Había infinitas oportunidadesy caminos que podía tomar. Preparé mis cosasy me dirigí hacia el oeste, pensando que empezaríami nueva vida en San Francisco, California. Me imaginabaque con mi título de Biología y Neurocienciade una prestigiosa universidad de Artes Liberalesde Nueva Inglaterra sería capazde encontrar un trabajo en pocotiempo. El campo de la biotecnologíacomenzó justo al sur de SanFrancisco y sentí que debía serallí donde tenía que ir. Todo iba afuncionar; estaba segura.Llegué al aeropuerto de SanFrancisco y me reuní con misamigas Elise y Rachel, que seríanmis nuevas compañeras de piso.Mientras que Rachel era de California,Elise y yo no éramos dela zona. Elise era de las afuerasde Nueva York y yo había pasadola mayor parte de mi vida enMichigan. Nosotras tres éramosamigas desde la universidad ytenía muchas ganas de irme avivir con ellas, ya que comenzabami vida de licenciada. Aunque yollegué a mediados de agosto, misdos compañeras habían pasadotodo el verano allí. Elise y Rachelhabían encontrado la casa enla que íbamos a vivir juntas y sehabían mudado aproximadamenteun mes antes de mi llegada. Lacasa estaba en el distrito de Bayview, situado en laparte sureste de la ciudad.Salimos del aeropuerto en taxi y nos dirigimosal norte hacia San Francisco. La autovía era muchomás grande que todas las que había visto; habíacinco carriles en cada dirección. Tenía mucha másluz que la zona rural en la que había crecido. Habíaluces por todas partes y la luna se reflejaba en labahía. Dejamos la autovía, pasando por muros cubiertosde grafiti y basura amontonada en el sueloentre un par de plantas que parecían desesperadaspor vivir. Había dos hombres bajo una farola inmersosen una conversación o intercambiando algunacosa. Conforme los íbamos dejando atrás, se nosquedaron mirando, haciendo que me sintiera unpoco incómoda. Llegamos a la casa alrededor demedianoche. Mientras el taxi nos dejaba en unafila de casas, me quedé sorprendida. Nunca habíavisto un barrio con esa fisonomía. En Michigan lascasas estaban separadas, con amplios jardinesalrededor. Aquí en San Francisco todo era decemento. Las casas estaban todas adosadas y mepreguntaba si tendríamos patio trasero. Salimos deltaxi y entramos en nuestro nuevo hogar.Subí las escaleras de madera y llegué al pasillo.Mi cuarto era el más grande de los tres, conuna gran ventana que daba a la calle. Finalmenteestaba en casa. Cansada, dejé caer la maleta en“¿Qué ha sidoeso?” mepregunté envoz alta.Un par deminutosdespués oísirenas y vilas lucesparpadeantesde un cochede policíaque pasabaa granvelocidadpor delantede miventana.mi cuarto vacío. Al golpe de lamaleta en el suelo le siguió ungran ruido.“¿Qué ha sido eso?” mepregunté en voz alta. Un par deminutos después oí sirenas y vilas luces parpadeantes de uncoche de policía que pasaba agran velocidad por delante demi ventana. En el otro cuartooí a Rachel que empezaba adejarse llevar por el pánico.“¡Otra vez no! ¡No puedovivir así! ¡No puedo vivir aquí!”dijo entre lágrimas. Y ocultó sucara entre las manos.“¿A que te refieres con,‘Otra vez no’?” le pregunté,aún sin saber lo que acababade suceder. “Era eso…” dudé,“¿un disparo?” Empezaba acreer que acababa de respondera mi propia pregunta.Elise entró al cuarto: “Yono quería decírtelo hasta porla mañana, Melanie, pero elbarrio no es tan seguro comocreía.” Se paró, respiró hondoy lo reconoció: “Ha habido tres tiroteos en nuestrobloque en las dos últimas semanas.”“¡¿Qué?!” exclamé, “me dijiste que esta erauna zona relativamente segura….”Comenzamos a hablar de la situación delbarrio, nuestra propietaria y nuestras posiblesopciones. Me quedó claro que a Elise le habíanadvertido de que mudarse al distrito de Bayviewpodría ser un poco peligroso para tres chicas blancas.Nos explicó que nuestra propietaria, Margaret,era china y no hablaba mucho inglés. Al parecerla realidad del barrio había quedado oculta por losproblemas lingüísticos de comunicación. Rachelse había dado cuenta luego de que la reputacióndel vecindario era bastante peligrosa. Resultabaque la parada de autobús más cercana era dondese encontraban a menudo tres bandas y con frecuenciahabía disparos. Parecía que nuestra única(ficción)opción válida era romper el contrato y encontrarun nuevo lugar. Se estaba haciendo tarde, así quetodas nos metimos en una misma cama, intentandotranquilizarnos con nuestra propia presenciay pensando que las cosas saldrían bien. Mientrasintentaba dormirme mi mente no paraba de pensar.Empecé a preguntarme cómo habían decidido misdos compañeras que este barrio era donde íbamosa vivir. Conforme le daba vueltas, me empecé aenfadar ya que no había tenido oportunidad deopinar sobre la elección de nuestra casa en unprimer momento. En caso de haber sido yo la quehubiera tomado la decisión, seguro que me habríainformado del barrio antes de decidir alquilar lacasa. Después de pensar un buen rato, mi mentesucumbió al cansancio y lentamente me quedédormida.Por la mañana mi asustada compañera de pisotenía una noticia: se iba.“¿Quieres decir que regresas a casa con tufamilia?”“Lo siento, Mel, es que no puedo vivir así. Noquiero llamar a esto mi casa, con todo lo que estápasando, esta violencia. No puedo, simplementeno puedo,” Rachel me decía con lágrimas en losojos. Me sentí abandonada; me había mudado aCalifornia sabiendo que iba a vivir con mi mejoramiga y ahora ella me dejaba. No sólo me abandonabasino que estaba escapando de la situación,dejando que las dos que no éramos de allí nosvaliésemos por nosotras mismas. Apenas podíacreer todo lo que había ocurrido desde mi llegada.Había venido pensando que iba a mudarme a unacasa genial en un sitio ideal con mis dos amigas,y en solo un día todo lo que creía ser cierto resultóser falso. Rachel continuó: “Mi madre viene a recogermedentro de una hora y volveremos este fin desemana con el camión de la mudanza para recogertodas mis cosas.”Una hora más tarde ya se había ido.* * *última hora de la tarde Elise y yo tuvimos unaA reunión con Margaret para ver cómo anularnuestro contrato. Ya que no hablaba mucho inglés,nos pareció bien que trajese a alguien para quela ayudase a traducir, y así evitar algún problemaadicional. Se trajo a su novio, que tenía unos veinteaños menos que ella. La estatura de éste dominabasobre la pequeña Margaret. Parecía que él laintimidaba. Era prepotente con ella y parecía quecontrolaba la relación. Demostró ser una personaviolenta y me sentí mal por Margaret. Ella era unabuena persona y no merecía estar en una situacióntan desfavorable con un hombre así. Elisa habíapreparado los documentos que necesitaríamos08 / más+menos
para dejar la casa legalmente; la violencia entre lasbandas era uno de los motivos legales que teníamospara romper el contrato sin ser sancionadas.Tan pronto como comenzó nuestra conversación,el novio de Margaret se volvió hostil; la situaciónfue de mal en peor. Margaret intentó calmarle, perofue inútil. Estaba muy cabreado; mientras Elise y yoexponíamos nuestra situación, la cara le temblabade ira y explotaba de vez en cuandosoltando duros comentarios.Intenté manteneruna apariencia fuerte,pero por dentro estabamuy asustada.“¡Si os marcháis,os demandaremos! Osamargaré la vida, ya loveréis! Yo, yo...” gritaba,señalando a Elise conel dedo índice a solo unpar de centímetros de sucara. Sus ojos parecíansalirse de las órbitas ytenía la cara encendidade rabia.“¡Vete!” respondióella gritando mientras selevantaba de la mesa.“¡Vete ahora mismo!¡Fuera! ¡Esta es todavíami casa y he dicho que tevayas!”Yo nunca había vistoa Elise reaccionar de estamanera; normalmente erala que traía calma y sensateza la situación. Me levanté de un salto paraintentar ayudar. Al darse cuenta del problema legaly el daño físico que él podía causarnos, Margaretse puso de nuestro lado y me ayudó a empujarlehacia la puerta. Fuimos capaces de hacerle bajarlas escaleras hasta la puerta principal dondecontinuó gritándole a Elise. Estaba despotricando ydiciendo palabrotas, pero de algún modo fui capazde mantener mi compostura y llevarle hacia lapuerta. Al final, cuando estaba fuera, logré cerrarlay echar la llave.“¡Vale, me has cerrado la puerta!” él me amenazó.“¡Yo de ti tendría cuidado!”Margaret se fue poco después; Elise y yo nossentíamos aterrorizadas. Allí estábamos las dos,con un hombre lleno de ira acechando, amenazándonospara que abandonásemos nuestra casa.Nos dimos cuenta de que él también tenía lasllaves, un pensamiento que nos intimidaba mucho.Eché un vistazo por mi ventana y vi que estabasentado en su coche, delante de nuestra casa. Elsol se reflejaba en algo que había en el salpicadero,pero antes de que pudiera ver realmente loque era, lo quitó de la vista rápidamente. Me temílo peor: “¿era una pistola?” Llorando, Elise llamó auna amiga del colegio que vivía a diez minutos, enel pueblo vecino.“Andrea”, dijo llorando, “¿puedo pedirte ungrandísimo favor?” Elise le explicó la situación.Mientras ella estaba al teléfono empecé a darmecuenta de que no importaba que tuviera un títulouniversitario. Aquí estaba con mis conocimientosde biología, química y psicología, y nada de esome iba a servir de ayuda. Los informes del laboratorio,los trabajos de veinte páginas y las horas delecturas eran en vano. Mi formación no era lo queme iba a salvar de esta situación; lo que me iba asalvar era el hecho de tener amigos.“Estaré ahí en diez minutos,” respondió Andrea.“Dios mío, muchísimas gracias, Andi.”* * *Diez minutos. Eso es todo lo que teníamospara coger lo que necesitásemos. No teníamos niidea de cuándo íbamos a volver a nuestra casa.No había manera de saber si estábamos en peligroinminente. Yo no quería dejar nada de valor en lacasa, en caso de que Margaret o su novio decidieranvolver con las llaves. Como resultaría demasiadodifícil manejar mi enorme maleta, rebusquéentre mis pertenencias, cogiendo las cosas que noquería dejar atrás: mi portátil, ropa para un par dedías, papeles importantes, la guitarra que mi madreme había regalado antes de irme a la universidad….No sabía qué más llevarme. Me acababade mudar con expectativas de un futuro seguro,y ahora me marchaba aterrada por lo que pudierasuceder. No tenía ni idea de quién era Andrea, yaun así me dirigía a su casa como una fugitiva.Tal como dijo Andrea, llegó en diez minutosa nuestra casa con su padre. Echamos nuestrascosas dentro del coche y nos largamos, mientrasme daba cuenta de las cosas que me dejaba atrás:el líquido de las lentillas, el cepillo de dientes,pijamas…Mis pensamientos volvieron a mis tiemposuniversitarios cuando trabajaba de telefonistaen una residencia de acogida para mujeres. Mitrabajo era calmarlas y enseñarles a hacer lasmaletas cuando tuvieran que huir. Una y otra vezhabía repetido la lista de artículos básicos quenecesitarían cuando abandonasen a sus violentoscompañeros. Nunca me había dado cuenta delo difícil que es recoger tus cosas cuando estásaterrada. El tiempo pasa tanrápido. Diez minutos. Esoes todo lo que teníamospara escapar de nuestrasituación. Fuimos bastanteafortunadas de no pasarpor algo ni remotamentesimilar a lo que muchasde las mujeres con lasque yo había habladopasan. Diez minutos. Enalgunas situaciones diezminutos pueden marcarla diferencia entre la vidafoto: Emmalie Moseleyy la muerte. Me estremecícon sólo pensarlo.Llegamos a la casade Andrea y Elise suspirócon alivio. En esemomento todo lo quehabía sucedido durantelas veinticuatro horasanteriores se me vinoencima y comencé allorar. Andrea me dio unpaquete de pañuelosjunto con un abrazo. Elisecomenzó a explicar con detalle los hechos quehabían ocurrido hacía nada. La madre de Andreacalentó la cena que había sobrado y se sentó connosotras. Su presencia maternal era reconfortantey comencé a sentir que lo peor ya había pasado.Estábamos a salvo.San Francisco, CA:San Francisco es uno de los destinos turísticosmás frecuentados de California. Conocido porsu encanto y belleza, se encuentra en la cima deuna península, bañada por el océano Pacífico a laizquierda y la bahía de San Francisco a la derecha.En San Francisco se da una cultura efervescente,tan diversa como divertida. Algunos destinosfamosos son el Puente del Golden Gate, Haight-Ashbury (la cuna del movimiento hippie en los añossetenta), Alcatraz y Ghirardelli Square.Como cualquier otra ciudad, San Franciscotiene lugares no tan turísticos. El Tenderloin, Bayviewy Hunter’s Point son conocidos por ser barriospeligrosos. Esta historia tiene lugar en Bayview.• Población de San Francisco: 776.733 habi-tantes (Censo Estadounidense 2000)• Población del Área de la Bahía: alrededor de 7,1millones de habitantes• Índice de criminalidad en 2006: 43525• Número de homicidios en 2007: 98 (sfgate.com)más+menos / 09