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para dejar la casa legalmente; la violencia entre lasbandas era uno de los motivos legales que teníamospara romper el contrato sin ser sancionadas.Tan pronto como comenzó nuestra conversación,el novio de Margaret se volvió hostil; la situaciónfue de mal en peor. Margaret intentó calmarle, perofue inútil. Estaba muy cabreado; mientras Elise y yoexponíamos nuestra situación, la cara le temblabade ira y explotaba de vez en cuandosoltando duros comentarios.Intenté manteneruna apariencia fuerte,pero por dentro estabamuy asustada.“¡Si os marcháis,os demandaremos! Osamargaré la vida, ya loveréis! Yo, yo...” gritaba,señalando a Elise conel dedo índice a solo unpar de centímetros de sucara. Sus ojos parecíansalirse de las órbitas ytenía la cara encendidade rabia.“¡Vete!” respondióella gritando mientras selevantaba de la mesa.“¡Vete ahora mismo!¡Fuera! ¡Esta es todavíami casa y he dicho que tevayas!”Yo nunca había vistoa Elise reaccionar de estamanera; normalmente erala que traía calma y sensateza la situación. Me levanté de un salto paraintentar ayudar. Al darse cuenta del problema legaly el daño físico que él podía causarnos, Margaretse puso de nuestro lado y me ayudó a empujarlehacia la puerta. Fuimos capaces de hacerle bajarlas escaleras hasta la puerta principal dondecontinuó gritándole a Elise. Estaba despotricando ydiciendo palabrotas, pero de algún modo fui capazde mantener mi compostura y llevarle hacia lapuerta. Al final, cuando estaba fuera, logré cerrarlay echar la llave.“¡Vale, me has cerrado la puerta!” él me amenazó.“¡Yo de ti tendría cuidado!”Margaret se fue poco después; Elise y yo nossentíamos aterrorizadas. Allí estábamos las dos,con un hombre lleno de ira acechando, amenazándonospara que abandonásemos nuestra casa.Nos dimos cuenta de que él también tenía lasllaves, un pensamiento que nos intimidaba mucho.Eché un vistazo por mi ventana y vi que estabasentado en su coche, delante de nuestra casa. Elsol se reflejaba en algo que había en el salpicadero,pero antes de que pudiera ver realmente loque era, lo quitó de la vista rápidamente. Me temílo peor: “¿era una pistola?” Llorando, Elise llamó auna amiga del colegio que vivía a diez minutos, enel pueblo vecino.“Andrea”, dijo llorando, “¿puedo pedirte ungrandísimo favor?” Elise le explicó la situación.Mientras ella estaba al teléfono empecé a darmecuenta de que no importaba que tuviera un títulouniversitario. Aquí estaba con mis conocimientosde biología, química y psicología, y nada de esome iba a servir de ayuda. Los informes del laboratorio,los trabajos de veinte páginas y las horas delecturas eran en vano. Mi formación no era lo queme iba a salvar de esta situación; lo que me iba asalvar era el hecho de tener amigos.“Estaré ahí en diez minutos,” respondió Andrea.“Dios mío, muchísimas gracias, Andi.”* * *Diez minutos. Eso es todo lo que teníamospara coger lo que necesitásemos. No teníamos niidea de cuándo íbamos a volver a nuestra casa.No había manera de saber si estábamos en peligroinminente. Yo no quería dejar nada de valor en lacasa, en caso de que Margaret o su novio decidieranvolver con las llaves. Como resultaría demasiadodifícil manejar mi enorme maleta, rebusquéentre mis pertenencias, cogiendo las cosas que noquería dejar atrás: mi portátil, ropa para un par dedías, papeles importantes, la guitarra que mi madreme había regalado antes de irme a la universidad….No sabía qué más llevarme. Me acababade mudar con expectativas de un futuro seguro,y ahora me marchaba aterrada por lo que pudierasuceder. No tenía ni idea de quién era Andrea, yaun así me dirigía a su casa como una fugitiva.Tal como dijo Andrea, llegó en diez minutosa nuestra casa con su padre. Echamos nuestrascosas dentro del coche y nos largamos, mientrasme daba cuenta de las cosas que me dejaba atrás:el líquido de las lentillas, el cepillo de dientes,pijamas…Mis pensamientos volvieron a mis tiemposuniversitarios cuando trabajaba de telefonistaen una residencia de acogida para mujeres. Mitrabajo era calmarlas y enseñarles a hacer lasmaletas cuando tuvieran que huir. Una y otra vezhabía repetido la lista de artículos básicos quenecesitarían cuando abandonasen a sus violentoscompañeros. Nunca me había dado cuenta delo difícil que es recoger tus cosas cuando estásaterrada. El tiempo pasa tanrápido. Diez minutos. Esoes todo lo que teníamospara escapar de nuestrasituación. Fuimos bastanteafortunadas de no pasarpor algo ni remotamentesimilar a lo que muchasde las mujeres con lasque yo había habladopasan. Diez minutos. Enalgunas situaciones diezminutos pueden marcarla diferencia entre la vidafoto: Emmalie Moseleyy la muerte. Me estremecícon sólo pensarlo.Llegamos a la casade Andrea y Elise suspirócon alivio. En esemomento todo lo quehabía sucedido durantelas veinticuatro horasanteriores se me vinoencima y comencé allorar. Andrea me dio unpaquete de pañuelosjunto con un abrazo. Elisecomenzó a explicar con detalle los hechos quehabían ocurrido hacía nada. La madre de Andreacalentó la cena que había sobrado y se sentó connosotras. Su presencia maternal era reconfortantey comencé a sentir que lo peor ya había pasado.Estábamos a salvo.San Francisco, CA:San Francisco es uno de los destinos turísticosmás frecuentados de California. Conocido porsu encanto y belleza, se encuentra en la cima deuna península, bañada por el océano Pacífico a laizquierda y la bahía de San Francisco a la derecha.En San Francisco se da una cultura efervescente,tan diversa como divertida. Algunos destinosfamosos son el Puente del Golden Gate, Haight-Ashbury (la cuna del movimiento hippie en los añossetenta), Alcatraz y Ghirardelli Square.Como cualquier otra ciudad, San Franciscotiene lugares no tan turísticos. El Tenderloin, Bayviewy Hunter’s Point son conocidos por ser barriospeligrosos. Esta historia tiene lugar en Bayview.• Población de San Francisco: 776.733 habi-tantes (Censo Estadounidense 2000)• Población del Área de la Bahía: alrededor de 7,1millones de habitantes• Índice de criminalidad en 2006: 43525• Número de homicidios en 2007: 98 (sfgate.com)más+menos / 09

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