Libro "Una década de relatos por la Igualdad" (PDF 2,84MB)

anunciarnos que él también se había comprado su billete a la esperanza, y que partiríade lunes mismo a establecerse a la ciudad con Camilo.«Ya es hora de vivir la vida.» Contestó, pronunciando las palabras largamente rumiadascuando mi padre le preguntó a las claras que por qué le disgustaban las labores y larutina del campo. Cinco meses mancos de novedades habíamos ido tachando en elcalendario desde que papá y un equipaje de proporciones exiguas escoltaran a nuestrohermano Camilo hasta el ridículo apeadero del pueblo. Al andén en el que losferrocarriles se detenían exclusivamente para recoger a los pasajeros que deseabanemprender el viaje de ida, y que en los últimos tiempos, se tragaba el pasado y el futurocomo si fuese el sumidero de una pileta: una vorágine espiral de recuerdos precedíasiempre a la desaparición de las personas queridas, antes de que las líneas paralelas dehierro y las chispas de la catenaria los engulleran definitivamente, relamiéndose ensecreto de placer y de codicia.Carmen enfrentó su silla a la mía para que yo no perdiese el hilo de la conversación,aunque no necesité su ayuda porque ninguno de los presentes hablaba.En aquel improvisado purgatorio Jacinto era el único satisfecho con su suerte. Variasveces le había pillado palpando con disimulo el cartoncito rígido custodiado en elbolsillo de la camisa, procurando amortiguar la alegría por no insultar el duelo quesufrían mis padres. Yo comprendía aquel optimismo suyo. En la disyuntiva, mi hermanoestaba contento de haber elegido la espinosa opción de marcharse, porque así, a su librealbedrío, trocaba un páramo de sensaciones apergaminadas a fuerza de pasar el formónsobre el surco por una aventura casi magnética, de bordes y expectativas inabarcables.El bombazo de Jacinto alcanzó de lleno nuestras pilastras puntales. Fue una explosiónpavorosa. ¡Boom! Un estallido seco, y la sólida conformidad con la que mis padresafrontaban los peores temporales de la ventura, se fragmentó en una miríadairreconciliable de astillas. El sobrecogedor retumbo había estremecido las veteranasvigas que les sustentaban.Ajeno a la pesadumbre reinante el cuervo pellizcaba de la mesa el chusco reblandecidoen tinto y azúcar. Papá le recortaba con frecuencia las alas endrinas para que no seescapase volando.****Durante un tiempo borroso las cartas de mis hermanos se sucedieron repletas deparaísos furtivos. De llamadas impetrantes de humo. De semáforos. De cafetines bajo