13.07.2015 Views

AnimaBarda_Abril2012

AnimaBarda_Abril2012

AnimaBarda_Abril2012

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

3Pulp MagazineNúm. III Abril 2012www.animabarda.comÁnima Barda es unarevista literaria enespañol, de relatosy cuentos cortos detemáticas de terror,fantasía, cienciaficción, policíaca,noir, aventuras detodo tipo, incluidasorientales y eróticas,héroes misteriosos,situaciones absurdas,relato social yde humorLa revista es de publicaciónmensual yse edita en Madrid,España.ISBN2254-0466EDITADA PORJ. R. PlanaAYDT. ED. YCORRECCIÓNCristina MiguelILUSTR, DISEÑOY MAQUET.J. R. PlanaRelatosEN EL PÁRAMORicardo CastilloEspada y brujería7ESPEJOS ROTOSR. P. VerdugoTerrorHASTA QUE LA MUERTE OS...#3Víctor M. YesteFantasía detectivescaEL DESVÁN DE VÍCTORA. C. OjedaZombieEL PERGAMINO DE ISAMU - IIRamón PlanaAventura samuráiLAWLESS TOWN #1Cris MiguelCiencia ficciónFERGUS FERGUSON Nº3M. C. CatalánHumor paranormalEL LIBRO DE IRDYSJ. R. PlanaCuentos insólitosEL PROMETIDO HUIDODiego Fdez. VillaverdeAventura medieval2331414757637079


4PICADILLY TALES IIA. C. Ojeda 87Intriga paranormalCONSUMIDO POR EL FUEGOCris Miguel 92Erótico paranormalCADÁVER EXQUISITOCarlos J. Eguren Hdez. 97Ciencia ficciónEl resto5UNAS PALABRAS DEL JEFEDediquemos un minuto a leer los desvaríos del editor6HISTORIA DEL PULPElaboramos esta sección con el fin de acercar el maravillosomundo del pulp a los lectoresSON MONIGOTES105 Viñetas de humor108BESTIARIOCatálogo de las extrañas criaturas que alimentan estas páginasBúscanos en las redes sociales@animabardawww.facebook.com/<strong>AnimaBarda</strong>Anima Barda (google +)Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.comSi quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te informaremos de las condiciones.Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria.La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores.Copyright © 2012 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducciónprohibida sin previa autorización.


5UNAS PALABRAS DEL JEFEUnas palabras del jefeUn gran y negro vacío cósmico ocupala cabeza del editor. Aquí compartimosun somero trocito del abismode ese mundo de perdición...En esta ocasión no trataré nada relacionadocon la revista, y eso que hicimos(como ya habréis oído en veinte sitios)la primera cena de anima barda, sacamosnuestro primer video blog y hemostenido la interesante cifra de 1500 lecturasen Issuu. Aquí estamos, en nuestro3 numero, con los dos próximos casi cerradosy con nuevos escritores a la vista,y aún así no diré nada.“¿De qué diantre va a escribir estehombre?”, os estaréis preguntando. O alo mejor no. El cualquier caso, en estaocasión voy a hablar de la palabra “bizarro”.Veréis, desde hace un tiempo vengoobservando que se ha extendido entrediferentes segmentos de la población(incluso un par de veces se lo he oídoa Iker Jimenez, el periodista de lo desconocido),el uso de la palabra bizarropara calificar algo de extraño. Bueno,pues esto está mal, muy mal. Según laRAE, bizarro, procedente del italiano bizzarro,quiere decir valiente, y ningunaentrada lo define como extraño o insólito.Este uso tiene la pinta de ser unode esos famosos falsos amigos, que tana menudo nos encontramos al hablarotros idiomas, y es que, tanto en ingléscomo en francés, la palabra bizarro vienedefinida como raro.Por otro lado, el cine conocido comobizarro, ese cine surrealista y con tin-te sexual (películas del estilo de Glen oGlenda, por ejemplo), también puede teneralgo que ver en el uso incorrecto deesta palabra.“Maldito pedante estúpido, ¿paraqué narices nos cuenta esto?”, estaréispensando. Bueno, bueno, no os pongáisasí. Lo que yo pretendo con estoson dos cosas: primero notificar el erroral que le pueda interesar, y, segundo,aprovechar para lanzar una preguntaque sería curioso responder: ¿De dóndecreéis que viene la traducción incorrecta?¿Qué fuente es la que ha provocadoque tantas personas, de ámbitos más omenos diferentes, hagan el mismo uso?Si queréis, podéis contestar a través detwitter: @jrplana, a ver si alguien puedeaportar algo de luz. Seguro que si buscoun poco en Internet lo encuentro, peroes más divertido preguntar y hablarlocon vosotros.Pasad un buen mes y espero que disfrutéisde lo lindo con el número 3 de larevista.¡Hasta la próxima!J. R. Plana


6Ánima Barda - Pulp MagazineHistoria del PulpFritz Leiber, otro afamado escritorde fantasía, terror y ciencia ficción.Fritz Leiber comenzó su carrera literariadurante los años cuarenta, dentrode algunas revistas pulp como Unknowno la famosa Weird Tales, de laque ya hemos hablado en otra ocasión.Hijo de dos actores, nació en Chicagoen 1910, y desde su infancia mostrógran interés por el mundo del teatro.La obra de Fritz Leiber está compuestaprincipalmente por relatos breves, endonde destaca el género de terror, lo quele ha valido ser considerado uno de losprecursores del relato urbano de terror.Durante su fructífera carrera fue galardonadoen varias ocasiones con diferentespremios, entre ellos el premio Hugo,que llegó a conseguirlo en seis ocasiones.Quizá sus obras más celebérrimas sonlos cuentos de la serie Fafhrd y el RatoneroGris, publicados entre el año 68 y el77 y que narran las aventuras por todoNehwon de Fafhrd, un joven bárbaroprocedente del Yermo Frío, y el RatoneroGris, un aprendiz de brujo que verátruncada su carrera por la muerte desu maestro. Ambos se encontrarán porpura casualidad y el destino se encargaráde llevarles de peligro en peligroa través de toda la Tierra de las OchoCiudades. Seis libros contienen la sagadel Ratonero Gris y Fafhrd: Espadas ydemonios, cuya portada de la ediciónespañola de Martínez Roca podemosver acompañando a este artículo, Espadascontra la muerta, Espadas entre laniebla, Espadas contra la magia, Las espadasde Lankhmar y Espadas y magiahelada. Esta saga es considerada una delas precursoras de los relatos de fantasíaheroica.Leiber estuvo muy influenciado porLovecraft y Robert Graves durante losveinte primeros años de su carrera. Enlos años 50, las teorías de Carl Jung,médico psiquiatra y ensayista suizoque centró su carrera en el análisis delos sueños, atrajeron tanto a Leiber quemencionaba a menudo en sus historiaslos conceptos de ánima y sombra deJung.Fritz Leiber murió de muerte naturalen 1992, a los 82 años de edad, duranteel viaje de vuelta de una convención enToronto de ciencia-ficción. Como legadonos dejó varias novelas y decenas decuentos y relatos que crearon nuevosprecedentes para la literatura de ficción.


7Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOEn el páramopor Ricardo CastilloAlric y Godert continúan su viajetras el ser sin luz, pero, al entrar enel páramo, pierden el rastro. ¿Quénuevos enemigos y peligros esperana nuestros aventureros?IAlric Brewersen miraba ceñudo suplato de estofado. El corpulento mercenario,encorvado sobre la mesa, comíalentamente, mirándome de soslayo.Mostraba un aspecto desaliñado: laropa sucia, un par de desgarrones en lacapa, el negro pelo y la barba un pocomás largos que cuando comenzó nuestraaventura… Yo, por mi parte, no debíade tener mejor fachada. Mis ropasestaban igual de sucias, algunos mechonesde pelo rubio me llegaban casipor los hombros y una sombra de barbaestaba apareciendo en mi mandíbula.Todo esto, unido a mi físico delgadoy desgarbado, me daba un aspecto devagabundo muerto de hambre. Para reforzarlo,engullía mi estofado a grandescucharadas, apartando apenas la vistadel plato, y sobre todo tratando de nocruzar la vista con Alric.Hacía unos minutos, justo antes deque el gordo tabernero nos pusiera lacena sobre la mesa, habíamos estado hablandosobre el futuro de nuestro viaje,y Brewersen me había dado a entenderque no estaba seguro de que aquellopudiera continuar. Esto me sorprendió,pues Alric no me parecía el tipo depersonas que se rinden con facilidad.La perspectiva de que el mercenariocogiera sus cosas y se fuera sin más mesumió en un estado de desasosiego queme recordaba un poco a lo que se sientecuando alguien en quien confías te dala espalda, cuando descubres en unapersona una forma de actuar que antescreías imposible.Le miré fijamente, pensando que si elmercenario decidía irse, yo no podríapararle. Él era un hombre peligroso,díscolo, temperamental y muy difícil degobernar, un carácter que sólo pueden


8Ánima Barda - Pulp Magazineconducir los buenos líderes; y yo era unjoven acostumbrado a cazar en el bosquey a cortar madera, que no había vistomás mundo que los alrededores demi pueblo y las montañas. ¿Qué posibilidadestenía yo de convertirme en unafigura de autoridad para el mercenario?¿Qué le impedía matarme y huir con eldinero?Mientras el posadero ponía los platoshumantes ante nosotros, pregunté a Alricel porqué de esa decisión, a lo que élme contestó encogiéndose de hombros.- Godert –me dijo-, sé sensato. Hacedos días que no vemos ninguna señalde la criatura. La hemos perdido. Esprobable que haya descubierto que leseguíamos y haya intentado despistarnos–añadió-. Era cuestión de tiempo,mejor ahora que aún estamos a tiempode volver.A eso yo no tenía replica. Las dos últimasjornadas habían resultado desalentadorasy lo cierto era que andábamos aciegas, aunque la perspectiva de abandonarme parecía aún peor. La rabia meinundó y decidí pagarlo con el mercenario.- ¿Y entonces por qué aceptaste el trabajo,Alric? Si sabías que esto iba pasar,mejor haberte quedado en la taberna.Brewersen me miró con dureza, apretandolas mandíbulas.- Que te quede bien claro que no pensabaque esto pudiera pasar, no cuandodecidí venir contigo. Aún así, viniste enun mal momento, chico. No es buenaidea proponer aventuras y venganzas aun hombre borracho y ocioso, sin nadamejor que hacer que proteger a sebososcomerciantes –y, como dando por finalizadala conversación, se concentró enel estofado.La ira seguía bulléndome por dentro,así que empleé mis energías en repasarmentalmente lo ocurrido hasta entonces,buscando algún hecho que se noshubiera pasado por alto.Habían transcurrido ya ocho díasdesde que luchamos con la tribu boribergy seis desde que decidí acudir a Alricen busca de ayuda tras ver como mipueblo natal, Norringe, con todos sushabitantes, ardía hasta las cenizas. Él sehabía quedado en la capital, Ramnusfel,bebiendo y peleando en una taberna demala muerte. Allí le conté lo que habíavisto al llegar a casa y cómo el rastrodel ser sin luz, aquella oscura criaturaencapuchada que dejaba marcas de fuegoallá por donde pasaba y con la quenos habíamos topado accidentalmenteen nuestra misión, se alejaba del puebloen dirección al sur. Le pedí que me ayudaraa encontrarle y matarle, si es queacaso podía morir. A cambio, le pagaríacon el oro que nuestro pueblo, de formacomunitaria, había ahorrado durantemucho tiempo. Él lo rechazó, argumentandoque sería necesario para costearel viaje, y que para pagarle a él bastabacon que me ocupara de correr con losgastos del día a día y alguna que otranecesidad elemental.Y hasta ahí todo bien, partimos enapenas una hora y volvimos a Norringepara ir desde allí tras la pista del sersin luz. Fuimos hacia el sur durante tresdías, siguiendo las huellas recientes enla nieve entre altas coníferas, acercándonoscada vez más a la criatura. Alamanecer del cuarto día, las marcas defuego salían del bosque, atravesaban elVag Sodra, la carretera principal queune la capital con las poblaciones delsur, y se internaban en el páramo hacia


9Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOIIPasar la noche al raso un par de veceses suficiente para agudizar tus sentidos.Por muy dormido que estés, el más mínimoroce te despierta. Esta vez no fueuna excepción y, de un brinco, me incorporéen la cama. Tardé unos segundosen recordar dónde estaba y en reconocerel cuartucho. El corazón me latíacon fuerza.Afiné el oído, pues me había parecidoescuchar un rápido correteo, perola posada parecía tranquila, no se escuchabanada. Aunque afuera comenzabaa despuntar el alba, no llegaba la suficienteluz para ver con nitidez. Recorrícon la mirada la habitación, tratando devislumbrar algo en la oscuridad, algunaforma o sombra que delatara al causantede ese ruido. Supuse que podía habersido algún roedor, y aunque la idea metranquilizó un poco, en seguida me dicuenta de que dormir entre ratas no eraalgo muy aconsejable.Estirando el brazo hacia el baúl tratéde alcanzar mi cuchillo o el hacha quehabía dejado a mano antes de acostarlacosta del mar interior.La búsqueda se volvió entonces máscompleja, ya que la nieve había dadopaso a la hierba, y las huellas se reducíana mechones de pasto ligeramentechamuscados. El quinto día perdimosel rastro. El humor de Alric empeoró,y empezamos a andar sin un rumbomarcado, probando suerte de un ladopara otro. Al anochecer del sexto díavislumbramos a lo lejos, entre las verdeslomas, nubes de humo blancuzcosaliendo de un pequeño grupo de casas.Perdidos, cansados y con las provisionesescaseando, decidimos dirigir nuestrospasos hacia la aldea.Y eso nos llevaba de nuevo hasta allí,a la sencilla y humilde posada de aquelpueblo en mitad del páramo. Nada, nohabía nada que nos indicara dónde nosla había jugado. Al salir del bosque elrastro, aunque más difuso, seguía siendoclaro para luego desaparecer sinmás. Resignado, apuré los últimos bocadosde la cena y empecé a pensar enla cama que me esperaba en el piso dearriba. Después de varias noches a la intemperie,dormir en un colchón y entrecuatro paredes con el estómago lleno eslo más delicioso que te puedes imaginar.Cuando hubimos acabado, el rechonchoposadero nos acompañó con un parde velas. Eran dos cuartuchos al final deun pasillo y, aunque no estaban sucios,la ausencia de ventanas y la escasez demobiliario daban sensación de miseria:un perchero, una cama y a su lado unbaúl de superficie plana era todo lo quehabía en el interior.Desde la discusión en la cena no habíavuelto a cruzar palabra con Alric, ylo último que oí antes de que se ence-rrara en su habitación fue un gruñidoque interpreté como “buenas noches”.Di las gracias al posadero y me metí enel cuarto, pensando que quizá a la mañanasiguiente, tras una reparadora noche,viéramos las cosas desde otra perspectiva.Dejándome las armas cerca, por siacaso, apagué la vela y me metí en lacama. Las sábanas estaban frías y el colchóntenía bultos, pero nada de eso impidióque a los pocos segundos hubieraperdido por completo el conocimiento,cayendo en un sueño sin formas perode lo más reconfortante.


10Ánima Barda - Pulp Magazinepara mantenerme a su altura, procurandomantener el oído atento por si mellegaba algún ruido más.- ¿Por qué no se han llevado la daga?–le pregunté en un susurro.- Porque siempre duermo con ella.Sólo los imbéciles o los incautos dormiríandesarmados en un sitio que noconocen. –Traté de no sentirme ofendido-.Por eso me he despertado, porquehe notado que alguien tiraba del arma.- ¿Y no has visto quién era?- Obviamente no. Y ahora calla, bajemosen silencio.Nos deslizamos sigilosamente por lasescaleras, procurando no hacer crujir lamadera. Ahora llegaba hasta nosotrosun suave coro de correteos, como si unamanada de ratas estuviera suelta por elpiso de abajo.- Viene de la cocina –dijo Alric, haciendoun gesto en dirección a la puertacerrada.Se le veía seguro y decidido, mirandocon fiereza la puerta y sosteniendola daga a la altura del muslo, para cogera cualquier intruso desprevenido. Amí, sin embargo, me temblaba todo elcuerpo. No me atemorizaba la posibilidadde un combate, ya que siempre hesido diestro con las armas y he sabidodesenvolverme con facilidad. La culpaera de los sobresaltos nocturnos, queno me sentaban nada bien. Para mí nohabía nada peor que estar durmiendoplácidamente y al momento siguientedespertarte sobresaltado por un golpe,un grito o la presencia de algún visitantenocturno. El corazón me latía confuerza, y mi mente se figuraba toda clasede extrañas criaturas paseando por lacocina. Procurando serenarme, me pusea la zaga de Alric, lanzando rápidas mime.La madera era rugosa y sin pulir, yun par de astillas se me clavaron al pasarla mano por encima. Sin embargo,allí no encontré ninguna de mis armas.Alarmado, salí de la cama, olvidandopor completo la posibilidad de que unarata me mordiera en el pie. Palpé con lasdos manos, pero sólo encontré mi ropadoblada. Una risilla y un par de golpesprovenientes de algún lugar de la posadame terminaron de poner en tensión.¿Dónde estaba mi arco? ¿Y la vela queme había dado el posadero? Decidí quelo más prudente era reunirme de inmediatocon Alric.Al salir al pasillo, le oí maldecir entreresoplidos. Su puerta se abrió degolpe, tan rápido que casi me doy debruces con ella. Una luz me deslumbró,obligándome a parpadear variasveces antes de ver lo que ocurría alrededor.Respiré tranquilo cuando vi quela repentina iluminación provenía dela vela que Brewersen llevaba en unamano, mientras que en la otra sujetabasu daga. Iba con el velludo torso al airey blasfemaba como un soldado. Sus ojosestaban rojos, no sé si debido al sueño oa la ira.- ¡Qué se mueran ahogados en mierdatodos los hijos de Ulfer el lobo! ¿Quiénha osado robarme las armas?- En mi cuarto también ha entradoalguien, y también se han llevado misarmas, junto con las flechas y la vela.- ¿Has oído algo?- Sólo un correteo. Ahora me ha parecidooír unas risas y un golpe.- ¿Aquí o abajo?- Creo que era abajo.- Pues vamos para allá.Y se dirigió a grandes zancadas haciala escalera. Tuve que acelerar el paso


11Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOradas por encima de mi hombro por siacaso intentaban rodearnos.Brewersen se detuvo frente a la puerta,acercó el oído, me pasó la vela y después,echándose un poco para atrás,descargó todo su peso en una poderosapatada. Entró en la habitación gritandocomo un poseso, haciendo barridoscon la daga y pegando patadas a losmuebles. Yo entré detrás, vociferandoamenazas contra quién quiera que seencontrara dentro, mientras alzaba lavela para ver mejor. Entre tanta algarabía,me pareció oír como se cerraba unapuerta.Alric se paró en seco tras destrozardos taburetes a puntapiés. Allí no habíanadie, la cocina estaba vacía. Sólo seveían ollas, cacerolas, algunas cestas yunos cuantos bultos sobre la mesa.- ¿Qué demonios es eso? –dijo el mercenario.Señalaba a una maraña de telas de unrincón. Me cogió la vela de las manos yse acercó a inspeccionarlo. Cuando estabaprácticamente encima, exclamó:- ¡Santos dioses! ¡Godert, ven a veresto!De nuevo sentí el frío correr por miespina dorsal, aunque la curiosidad fuemás poderosa y me llevó corriendo allado del mercenario.Al entender lo que estaba mirando,tuve que hacer un esfuerzo por reprimiruna arcada. Allí, en el rincón de la cocina,tirados como si fueran dos marionetasrotas, estaban el posadero y su mujer.No fue la visión de los cadáveres loque me produjo el asco, sino la forma enla que habían muerto. Alguien se habíaensañado con el matrimonio. Tenían elabdomen lleno de salvajes puñaladas,por las que, en algunos puntos, se veíansalir las vísceras; las gargantas estabanrajadas de lado a lado, provocando quela cabeza se inclinara hacia atrás más delo normal; y los asesinos se habían tomadola molestia de arrancarles los ojosy vaciar las cuencas.- ¿Qué clase de engendro demente escapaz de robarnos sin un ruido, asesinara dos personas a sangre fría y cebarsecon los cuerpos de esta manera? –pregunté,tratando de que no me temblaramucho la voz.- Eso no me preocupa tanto como entenderpor qué narices nos ha dejadovivos.Alric inspeccionaba ahora la habitación,observando con cuidado los rinconesy buscando alguna pista que delataraal culpable. Al no encontrar nada,resopló y me miró.- Hay que alertar a los demás. Debemoscomprobar si hay más muertes yestar prevenidos –dijo mientras se dirigíaal exterior-. Mantente cerca y nodigas nada. Los forasteros que traen lamuerte nunca son bienvenidos.Cuando aquel día llegamos al puebloal anochecer, no nos entretuvimosen conocer a los vecinos, sino que entramosdirectamente a la posada. En eltrayecto nos habíamos cruzado con unpar de personas, pero nada más. Asíque éramos unos totales desconocidos.Al salir al exterior nos encontramoscon un panorama que no esperábamos.Todo el pueblo debía de estar allí reunido.Rodeaban la posada en semicírculo,y cuando nos vieron aparecer se oyóuna exclamación generalizada. Nos mirabancon los ojos abiertos, señalándonosy llevándose las manos a la boca ya la cabeza.- ¿Qué está pasando aquí? –preguntó


12Ánima Barda - Pulp MagazineAlric.Varias personas avanzaron hacia nosotrasy entraron corriendo en la posada.Nosotros nos miramos sorprendidos.Al poco tiempo, se oyó un grito ysalieron corriendo, para volver junto alresto del pueblo. Un hombre del grupose quedó atrás y, señalándonos, gritó:- ¡Amigos de demonios! ¡Han matadoa Borij e Ingrid en un perverso ritual!La multitud le coreo, algunas mujereschillaron y varias personas comenzarona hacer sobre su pecho la señal del diosprotector.- ¡Asesinos!- ¡Impíos!- ¡A la horca!- ¡Al fuego con ellos!Otro hombre, este más bajito y barbudo,avanzó casi corriendo, adelantóal primer hostigador y se paró en seco.Entonces, repitiendo el mismo movimientoque el anterior, dijo:- ¡Mirad! –señalaba justo detrás denosotros. Al volvernos esperando unataque, vimos que en la pared había variasformas dibujadas en color morado,entrelazándose en sinuosas curvas ypicudos finales-. ¡Son estigmas dokkalfar!¡Los han ofendido! ¡Están malditos!¡Malditos!Volvió a cundir el histerismo, soloque ahora, en vez de acusarnos y quererllevarnos a la hoguera, la muchedumbreempezó a dispersarse, huyendocada uno hacia su casa. Algunos sequedaron, acercándose a nosotros conaspecto hostil.- ¡Malditos, están malditos! –gritabanunos, mirándonos con miedo.- ¡Traen la muerte y la desgracia! –gritabanotros, mostrándose un poco menostemerosos y más iracundos.Vimos que por detrás se acercabanalgunos aldeanos pertrechados con hoces,teas y horcas.- ¡Alric! ¡¿Qué hacemos?! –Si mi vozestaba antes temblorosa, ahora sonabamucho más aguda de lo normal.- ¿Pero qué le pasa a esta gente? –Alricno terminaba de reaccionar: contemplabael panorama con las manos a loscostados, sujetando la daga en la manocon desgana y moviendo la cabeza deun lado para otro, intentando comprenderqué estaba pasando.Un pueblerino llegó hasta nosotrosdando voces y con los ojos inyectadosen sangre. ´Venía corriendo y traía enristre una lanza oxidada. Como si salierade un trance, Brewersen se apartóa un lado, dejando pasar la punta dehierro, y lanzó un tajo vertical sobre lamadera que, de un crujido, se partió endos. Antes de que el otro reaccionara, legolpeó con la empuñadura en la nariz.El pobre diablo cayó para atrás agarrándosela cara, entre sus dedos caía la sangre,que pronto manchó de rojo la arenadel suelo.Los hombres armados que había alrededormiraron horrorizados a su vecinopero, en vez de tirar las armas ycorrer, que es lo que hubiera esperadoque hicieran, gritaron con más fuerza yempezaron a estrechar el cerco a nuestroalrededor. Alric se puso en guardiay yo aproveché para coger el trozo delanza partido. Al menos podía usar laherrumbrosa punta de hierro para amedrentara mis enemigos.Cuando estaban a punto de cargarcontra nosotros, unas fuertes voces sehicieron oír por encima de la confusión.Los hombres se pararon en seco, girandola cabeza. Abriéndose paso a em-


13Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOción les prestáis, más poder les conferís.Los forlratienses, o como diantres sellamaran, parecían avergonzados.- Pero han matado a los posaderos –Uno aún tenía ganas de bronca-. Nuncahabía atacado a nadie así.Esas palabras surtieron un efecto estimulanteen la ira de la masa, que volvióa elevar voces de protesta.- ¿Borij está muerto? –El sacerdoteperdió un poco de ímpetu. Rápidamenteentró en la posada, seguido de unpar de aldeanos que le llevaron hastalos cadáveres. No tardaron en salir, y elhombre estaba un poco más pálido queantes-. Qué horror… ¿Quién ha podidohacer algo así? –la pregunta iba dirigidaal aire.- ¡Ellos, han sido ellos! ¡Es culpa suya!–Los alborotadores partidarios del linchamientovolvían a las andadas.- ¡Silencio! –el religioso volvió a alzarla voz-. Demos a estos hombres la oportunidadde contarnos que ha pasado.Decidnos, forasteros, cuáles son vuestrosnombres, qué os ha traído hastaaquí y qué le ha ocurrido a Borij y sumujer.- Primero tened la decencia de presentarosvos, padre –Alric no se mostrabamuy cooperante.El clérigo entrecerró los ojos, valorandoa Brewersen. Con voz potente, dijo:- Mi nombre es Rainer, sacerdote delDios Helado, el Supremo por encima detodos. Las gentes de Forlrat son mi rebaño.Ahora es vuestro turno.- Me llamo Alric Brewersen, y este esGodert Iverson, de Norringe. Hemosvenido a Forlart en busca de descanso,pues llevamos muchos días de viaje apie, durmiendo a la intemperie y comiendopoco y mal. ¿No le negaréis repujones,un sacerdote de Gudelrem, elDios Helado, alzó las manos hacia loslados, ordenándoles que se detuvieran.- ¡Parad, insensatos analfabetos! Portodas las ventiscas, ¿qué hacéis?Tenía la cabeza completamente afeitaday una barba fosca pero cuidada.Vestía la gruesa y basta cogulla blancapropia de su orden, con el capuz echadohacia atrás, y, a pesar de que su aparienciay la autoridad que desprendía leechaban años encima, lo cierto es queno debía de ser mucho mayor que yo.Se movía dando grandes zancadas deun lado para otro, haciendo gestos tranquilizadorese instando a los hombres abajar las armas.- ¡Calmaos, calmaos! ¿Cómo juzgáisy condenáis con tanta ligereza? ¿Acasoes esa una costumbre que tenemos enForlrat? ¿No soléis alardear de vuestrahospitalidad y buen trato con los forasteros?- ¿Forlrat? –murmuró Alric para quesólo yo pudiera oírlo-. Está bien sabercómo se llama este pueblo. ¿Sabes dóndeestamos, exactamente?Me encogí de hombros, no lo habíaoído en mi vida.- ¡Están malditos! ¡Los dokkalfar loshan marcado! –Varios asintieron altiempo que alzaban sus brazos en direccióna las señales. El clérigo se giró haciala posada y contempló los dibujos.- ¡Santo Gudelrem! ¡No seáis tan ineptos!¡Estos hombres no están malditos!–Se acercó a la pintura y, cogiendo tierra,la tiró contra ella. La arena se quedópegada, lo que indicaba que aún estabafresca-. ¡Me rio de los dokkalfar! Oslo he explicado muchas veces, son sólouna pandilla de duendes traviesos, nodebéis hacerles caso. Cuanta más aten-


14Ánima Barda - Pulp Magazinefugio a dos viajeros, padre?- Sí, si acaso su presencia perturba lapaz en este pueblo –la treta de Alric paradistraer a Rainer de nuestro periplo nofuncionó. El hombre estaba alerta y notenía nada de tonto o paleto-. Pero contadnosun poco más de vuestro viaje.¿A dónde os dirigís? ¿Y qué ha pasadoesta noche?El mercenario prosiguió con el relato,diciendo que nos dirigíamos al surpara unirnos a un mercader que queríair más allá de las montañas, y para ellonecesitaba de hombres fuertes y hábilescon las armas. Por precaución, omitiólos motivos de nuestro viaje, así comoal ser sin sombra. Luego les contó cómonos habían despertado los ruidos y loque nos habíamos encontrado al bajar.Mientras hablaba, la luz del amanecerfue iluminando el cielo poco a poco.No sé si la historia convenció o no alos habitantes de aquel pequeño pueblo,pero lo cierto es que se quedaronun poco más tranquilos. Rainer asentía,mesándose la barba.- ¿Y decís que no visteis nada en absoluto?- Ni una sombra, sólo correteos y risas–dijo Alric.- Esto es más raro de lo que creía.- ¡Mienten, padre! ¡Mienten como bellacos!- ¡Calla! ¿No tienes ojos en la cara oes que tu ira te ciega por completo? ¡Notienen ni rastro de sangre en las manoso en la ropa! Y además la daga está limpia.¿Crees que si hubieran sido elloshabrían salido tan limpios? No, Jensen,no han sido a ellos.- ¡Pero la magia puede hacer que…!- ¡Basta de tonterías! ¡Es suficiente!Alric, Godert, subid a recoger vuestrosbártulos. Cuando acabéis iremos al templo,aún tenemos cosas de las que hablar.Los demás, sacad los cadáveres ypreparadlos para su viaje eterno.Alric y yo subimos a por nuestrascosas. Brewersen iba mascullando maldiciones,quejándose de que no podíadormir tranquilo ni una noche. Cuandoestuvimos en el segundo piso, lejos detodos, le pregunté:- ¿Te fías de Rainer?- Yo no me fío de nadie. Es la únicaforma de seguir vivo mucho tiempo. –Se encogió de hombros-. Parece sensatoy prudente. También es cierto que es difícilmanejar a una leva de pueblerinosiracundos, y él lo ha hecho con destreza.Eso quiere decir algo.- ¿Que es un buen hombre?- Que es listo y, por lo tanto, te tienesque fiar aún menos de él.Entramos en nuestras respectivashabitaciones. Con la claridad del albapude inspeccionar mejor el cuarto. Efectivamente,no había ni rastro de las armas.Suspiré aliviado cuando vi que elcofre del oro seguía en su sitio. La verdades que todo aquello resultaba muyextraño.En el pasillo me esperaba Alric, queya se había vestido por completo.- De momento iremos con él, a verqué nos cuenta –me dijo-. Tenemos queaveriguar dónde pueden estar nuestrasarmas. No iremos muy lejos sin ellas.Afuera, los aldeanos transportabanlos cuerpos del posadero y su esposaenvueltos en sábanas blancas, por lasque, poco a poco, se extendían manchasescarlatas. La gente nos seguía mirandocon hostilidad y desconfianza, como sitodo aquello fuera culpa nuestra. Rainer,que se miraba de cerca la pintura


15Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOmorada de la pared, nos hizo un gestocon la cabeza para que le siguiéramos.Anduvimos por el pueblo, hasta llegara un templo de piedra gris y techosde madera, con un alto campanario.Entramos por una pequeña puerta ubicadaen un lateral, que nos llevó a losaposentos del sacerdote, que hacía lavez de despacho. Una vez allí, se dejócaer pesadamente sobre la cama.- Sentaos, por favor –sonaba cansado.Alric y yo cogimos un par de sillasque había alrededor de una estrechamesa.- Ahora, haréis el favor de contarmela verdad de vuestro viaje –dijo, echándoseligeramente hacia delante y perdiendotoda formalidad-, y por qué demonioshabéis traído hasta mi pueblo aun ser de sombras y oscuridad.Brewersen le miró, sorprendido primero,y luego con dureza.- ¿Qué sabes tú del ser sin luz?- Oh, Alric, yo sé muchas más cosasde las que tú te crees.IIINos llevó un tiempo contarle a Rainertoda la historia del ser sin luz. Brewersenempezó la narración con cómo habíamosencontrado la tribu boriberg enun estado de trance, inmunes al dolor yal miedo, con los ojos blancos y obedeciendoa la extraña criatura. Siguieronla pelea, la captura, la huida y el rescate,incluido el gigantesco y abominable boribergque casi le devora. Luego expliquélo que vi cuando llegué a Norringe,el fuego arrasando el pueblo y las huellasderritiendo la nieve que se alejabanhacia el sur. Le siguieron el reencuentrocon Alric y la persecución del rastrodel ser, que nos llevó hasta pasar el VagSodra para perder la pista después deadentrarnos en el páramo.Rainer escuchaba, impertérrito, conel ceño fruncido y la atención puesta ennuestras palabras, preguntando cuandoquería saber más detalles.- Es tu turno, Rainer. Cuéntanos quésabes tú del ser sin luz.El clérigo meditó sus palabras unosinstantes.- Lo vi ayer por la tarde. Me encontrabaen lo alto del campanario, cambiandola cuerda, cuando divisé a lo lejos,cruzando el páramo como si levitara,una figura alta y negra, rodeada desombras, como si a su alrededor no pudierapasar la luz. Se movía con velocidad,subiendo y bajando lomas, dandoun rodeo. A vosotros os vi después. Élos estaba evitando, tratando de alcanzarvuestra espalda y teneros delante. Yos dirigíais hacia aquí.Miré a Alric, horrorizado y entusiasmadoal mismo tiempo. El ser no se habíaesfumado, todo lo contrario, estabamuy cerca. Lo malo es que sabía quenosotros íbamos tras él, y ahora habíadado la vuelta a la situación.- He estado buscando en mis libros,tratando de encontrar alguna referenciaa una criatura como esa –continuó-.Pero aún no he encontrado nada. Quedamucho por mirar, pues he tenido pocotiempo. Sin embargo, el ataque de estanoche nada tiene que ver con el ser sinluz. Como bien han dicho, son marcasde dokkalfar.- ¿Qué son los dokkalfar? –pregunté-.¿Tienen algo que ver con los alfar?- Sí –contestó Alric-. Son alfar oscuros,de espíritus degenerados.- En este caso son una variedad dedokkalfar más cercano a los duendes –


16Ánima Barda - Pulp Magazinequé no nos mataron como hicieron conBorij e Ingrid?- Hay un rito entre los dokkalfar quesuele llevarse a cabo en ciertas ocasiones–explicó Rainer-. Los alfar, por algúnmotivo que nos es desconocido,deciden retar a alguien a una prueba dehabilidad e ingenio. Ésta suele consistiren atraer a la persona elegida haciael terreno de los alfar, donde se tendráque enfrentar en desventaja al desafíode los dokkalfar. No se sabe qué consiguessi ganas, pues no se ha encontradoningún hombre o mujer que haya vueltopara contarlo. Y tampoco puedes negarte,porque, si no vas, te empezarán asobrevenir desgracia tras desgracia hastaacabar bajo tierra.- ¿Entonces se trata de un reto? ¿Poreso nos han quitado las armas? –pregunté.- Eso parece. Querrán que vayáis trasellas, es el único sentido que le encuentroal robo y a las marcas.- ¿Y Borij y su mujer? –sus muertesme hacían sentir culpable. Al fin y alcabo, parecía que todo aquello era únicamentepor nosotros.- Es la única pieza que no encaja. Muchome temo que hay algo muy peligrosodetrás de los dokkalfar.- ¿El ser sin luz? –inquirió Brewersen,mirando muy serio a Rainer.- Quién sabe –dijo, encogiéndose dehombros-. Yo no lo descartaría.- Esto es un sinsentido…No me terminaba de cuadrar. Si el seroscuro quería matarnos, ¿por qué nolo había hecho ya? Y si no quería matarnos,¿para qué podría querer a losdokkalfar?Se me ocurrieron algunas posibilidadesaunque ninguna tenía mucho senexplicóRainer-. Sus pieles son oscuras ysus cabellos claros, al igual que los alfaroscuros, pero están cruzados y poseencuerpos delgados y pequeños, casi delmismo tamaño que los trasgos. No suelensuponer grandes inconvenientes, sesuelen colar en casas, hacen desaparecercosas, se te aparecen en los caminossolitarios para hostigarte… En generalhacen uso de la magia para incordiara los demás, pero si los ignoras no tardanen cansarse. En esta zona han tenidosiempre una fuerte presencia, loshabitantes de Forlrat les temían como ademonios. El anterior sacerdote era unviejo barrigón y supersticioso que pasabademasiado tiempo jugando a las cartasy poco rezando. Tenía tanto miedoa los dokkalfar como los demás, lo cualno ayudaba demasiado. Desde que estoyaquí he procurado enseñar a la gentea no temerles y plantarles cara, peroles sigue costando bastante.- ¿Habían matado en alguna otra ocasión?–pregunté.- Jamás han hecho tal cosa. Sólo suponenun problema cuando les faltas alrespeto o te metes con ellos, pero nuncallegan a tal extremo. Es realmente raro.- Comprendo…Y las muertes de hoy,¿han sido obra suya?- Parece que sí. Las heridas estabanhechas por pequeñas cuchillas como lasque suelen llevar, y los dibujos de lasparedes son dokkalfar sin duda alguna.Los usan para marcar a aquellos contralos que tienen una causa pendiente.- Insisto en que lo que más me inquietaes por qué se han llevado nuestrasarmas. –Alric seguía preocupado porsu afilada espada, a la que tanto cariñotenía.- Cierto –asentí-. Es muy raro. ¿Por


17Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOtido.- De momento lo que haremos –dijoAlric-, será recuperar nuestras armas.Sin ellas no vamos a llegar muy lejos.- Pues entonces tendréis que buscar alos dokkalfar–dijo Rainer.- ¿Y dónde se supone que tenemosque ir? –pregunté.- Los dokkalfar no tienen un asentamientofijo, van deambulando de acápara allá. Pero, como tienen un retopendiente con vosotros, es probableque os estén esperando. Al noreste deaquí, yendo hacia la costa, hay unas viejasruinas de anfiteatro. Allí los encontraréis.- Entonces –dije yo-, ¿no sabemos aqué nos vamos a enfrentar?- Me temo que no. Pero, sea lo que sea–continuó Rainer poniéndose en pie-, osdaré algo que será útil. Seguidme.IVEl sol estaba empezando a inclinarsesobre el horizonte cuando divisamos alo lejos las ruinas. Colgando de mi cinturóniban las cinco pequeñas botellasde vidrio que Rainer nos había dado.Dentro, un líquido transparente que parecíaagua oscilaba con mis pasos.Por el camino Alric me explicó lo queíbamos a hacer, cuál sería nuestra estrategiafrente a cualquier enemigo. Básicamenteconsistía en que Alric distraeríacon su daga mientras yo elegía bienlos blancos y los rociaba con el líquidode Rainer. Supuestamente debía funcionar,era un plan simple y no podía salirmal.El anfiteatro estaba a tiro de flechacuando Alric dijo:- Mira.Levantó el brazo y señaló hacia elcentro de la estructura. Allí, en mediode lo que en otro tiempo debió de estarel escenario, había un alto poste, del quecolgaban varios objetos. Un reflejo delsol reveló de qué se trataba.- Nuestras armas… -murmuré.- Ahí tienes tu reto, muchacho: subirteal poste y bajar las armas. Yo te esperaréabajo.- No puede ser tan fácil.- Seguro que no. –Alric entrecerró losojos-. El sitio está vacío, no se ve a nadie.- Huele a trampa.- Pues les va a dar igual. Vamos.Brewersen empezó a moverse a pasoligero, casi corriendo. Según nos aproximábamosal anfiteatro, más claro estabaque la estructura, estaba completamentevacía.Las ruinas estaban ubicadas en unadepresión del terreno. El escenario seencontraba en el fondo de la hondonada,y las gradas a lo largo de la ladera.Bajamos por unos desgastados escalonesde piedra, saltándolos de dos en dosy con las barbas en el hombro, por si losdokkalfar decidían emboscarnos en esemomento, pero nada nos atacó por sorpresa.Al llegar al escenario, Alric, daga enmano, se giró para vigilar las ruinas.- Intenta llegar arriba, yo te cubro.Abrazando el poste, traté de ascenderusando las piernas. Por fortuna, lamadera estaba reseca, así que subía conbastante facilidad. A medio camino, estallóun coro de risas que reverberó portoda la hondonada.Alarmado, giré la cabeza por encimadel hombro, apretando bien fuertelos brazos y piernas para no soltarme.Como por arte de magia, en las gradashabían aparecido cientos de pequeñas


18Ánima Barda - Pulp Magazinecriaturas, que reían, saltaban y nos señalaban.Esos seres, que supuse que seríanlos dokkalfar, no eran mucho más altosque un niño de diez años. Eran delgados,de finos y fibrosos músculos, con elpelo negro y la piel oscura, e iban vestidoscon jubones grises y sin mangas ycalzas del mismo color. Sus rostros estabandeformados, como ligeramenteestirados hacia las orejas, que eran unpoco más grandes de lo normal y acababanen punta. No alcanzaba a ver biensus ojos, pero me daba la sensación deque eran totalmente negros.- ¡Alric y Godert! –en el centro de lasgradas, a media altura, un dokkalfarmás alto que los demás y con unos ropajesmenos andrajosos se puso en piemientras alzaba los brazos a los lados.Los demás se callaron-. Los dokkalfaros desafiamos a enfrentaros con elfirkyrsten, que tan amablemente nos haofrecido nuestro invitado –y, haciendouna reverencia, se inclinó ante otrohombrecillo que estaba sentado a sulado. Éste, a pesar de tener un cuerposimilar, no era un dokkalfar, su piel eramás parecida a la humana, y en el rostrolucía una amplia sonrisa de pura felicidad-. ¡Ahora preparaos para morir!¡Que salga la bestia!Y la multitud bramó, aplaudiendo yvitoreando las cortas y poco descriptivaspalabras del dokkalfar líder. Recordandomi objetivo, reanudé la ascensión.Notaba que los brazos empezabana cansárseme y no era cuestión de andarperdiendo el tiempo. Un rugido se impusoa los aplausos, un sonido que noprovenía de una garganta humana. Oíque Alric bramaba en respuesta, soltandodespués una sarta de maldiciones.Sin poder aguantar la curiosidad ante lanueva amenaza, volví a girar la cabeza.Sobre el escenario se encontraba unlagarto gigante. Era una especie de lagartijatan alta como un hombre, conla espalda plagada de duras escamas yuna cola con múltiples púas.- ¡Alric! ¡¿Qué es eso?!- ¡Un lagarto de costa! ¡Aléjate de sucola, las púas tienen veneno paralizante!Alric corría y rodaba por el suelo, esquivandolas dentelladas y golpes dellagarto, mientras lanzaba inútiles cuchilladascon su daga; las escamas erandemasiado duras para que una hoja tancorta pudiera atravesarlas.Apremiado por la situación, seguísubiendo con más ímpetu. Las armasestaban a un par de codos de mí cuandosentí temblar todo el poste. A puntoestuve de caer, pero mis brazos se tensaronalrededor de la madera, evitandoel desastre.Lancé una breve mirada hacia abajo,justo lo suficiente para ver como elfirkyrsten daba fuertes golpes de colacontra el carcomido poste. El primerolo aguantó bien, al segundo crujió unpoco, y fue al tercero cuando empecé anotar como la madera se rasgaba por elinterior.Como si fuera un árbol serrado, elposte se inclinó lentamente, para ir cogiendoimpulso según cedía. Intuyendolo que me esperaba si no me soltaba rápido,me impulsé todo lo lejos que pudedel mástil cuando estaba a punto de llegaral suelo.La caída era alta, pero yo estaba acostumbradodesde pequeño a saltar y aterrizarcon el mínimo daño. Así lo hice,rodando al tocar tierra, mientras la maderase hacía añicos a mis espaldas con


19Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMOgran estrépito.Me incorporé con agilidad, y busquéa Alric con la mirada. Tuve que levantarmede un salto y echar a correr, puesel lagarto venía hacia mí con la bocaabierta. El mercenario venía detrás, esquivandoa duras penas las pasadas dela puntiaguda cola.Tracé un círculo alrededor del escenario,con la intención de que la bestia seolvidara por un momento de Brewersenpara que él cogiera las armas. El firkyrstenlanzaba dentelladas al aire, obsesionadocon comerme. De reojo vi comoAlric conseguía acercarse a las armas y,en ese mismo instante, varios dokkalfarsaltaban de las gradas al escenario conpequeñas y afiladas lanzas y cargabancontra el mercenario. Tenía que conseguiralgo de tiempo para mi compañero,pero era muy difícil distraer al lagartoy a los dokkalfar a la vez.Entonces me acordé de las pequeñasbotellas de Rainer y del plan que habíamostrazado. Decidí jugármela con ellagarto. Primero me paré en seco, paradarle la sensación de que lograría atraparme,y en cuanto lo tuve encima, consus mandíbulas abriéndose peligrosamente,salté hacia un lado y rodé, alejándomede él lo máximo posible.Alric blandía malamente su espada,que estaba todavía enredada en lascuerdas que la sujetaban al poste, manteniendoa raya a cinco dokkalfar. Corríhacia ellos y eché mano de los frascos.Arrojé uno en dirección a los pequeñosseres. El cristal estalló en mil pedazos yel líquido se esparció por el suelo, salpicandoa un par de ellos. Inmediatamenteempezaron a gritar como locos,tirando las lanzas y corriendo en direccióncontraria. Aquella reacción me alegrómucho más de lo que esperaba. Alparecer ese líquido funcionaba como unrepelente para dokkalfar.Brewersen consiguió desenredar laespada, justo a tiempo para enfrentarseal gigantesco reptil, que ya se abalanzabasobre nosotros. Yo me aparté,dejándoles el máximo espacio posible.Más dokkalfar saltaron al escenario consus lanzas preparadas y dando grititosde rabia. Sin pensármelo dos veces, lancéotra botella. Esta vez se rompió enla cabeza de uno de ellos, que empezóa echar humo y revolverse en el suelo.Los otros retrocedieron, intimidadospor aquel espantoso brebaje. Por suparte, el mercenario luchaba con fiereza.Mantenía un titánico combate con elfirkyrsten, parando sus golpes de púasy lanzándole tajos cada vez que se poníaal alcance.Eché una ojeada al resto del anfiteatro.Las gradas de piedra eran un completocaos: algunos dokkalfar corrían deun lado para otro, mientras que otrossaltaban en sus sitios dando alaridoshistéricos. Su líder voceaba furioso, señalándonos,y el extraño invitado, sentadoa su lado, seguía sonriendo igualque antes, mirando con gran atención loque ocurría en el escenario.Visto el efecto que tenían los viales decristal sobre los dokkalfar, pensé que lomejor era olvidarse momentáneamentede mis armas y echar a esos seres deallí a golpe de botella. Agarré otras dos,guardándome una por si acaso, y, apuntandocon cuidado, las arrojé donde habíamayor aglomeración de dokkalfar.El griterío aumentó considerablementey el pánico se extendió por el anfiteatro,dando la sensación de que se habíaconvertido en una colonia de hormigas


20Ánima Barda - Pulp Magazineque huían frenéticamente. El líder seechó las manos a la cabeza y, agitandoel puño hacia mí, giró sobre sí mismo ydespareció.Solucionado el problema de losdokkalfar, pasé a centrarme en el lagarto.Con cierto regodeo, llegué a contemplarcomo Alric esquivaba otro golpepara después descargar el mandoble,con todas sus fuerzas, sobre la cola delanimal. Ésta se partió limpiamente,provocando un estremecimiento en elfirkyrsten, que se giró lanzando dentelladasrabiosas. Brewersen no titubeó y,poniéndose a su lado, lanzó un tajo alcuello. La espada cortó carne, pero nollegó a separar la cabeza del tronco. Alricrepitió la acción varias veces hastaque, con una sacudida, el cráneo del lagartode costa se desprendió del cuerpo.Alric lanzó un grito triunfal, buscandodesafiante más enemigos a su alrededor.Me pareció ver una breve expresiónde lástima cuando se percató deque los dokkalfar huían despavoridos,saliendo a toda prisa de la hondonada.Sus ojos se estrecharon cuando detuvola mirada en un punto de las gradas. Almirar hacia allí, vi que el misterioso invitadoaplaudía, sonriente, la proeza deBrewersen. Sin parar, se levantó de susitio y comenzó a bajar hacia nosotros.- ¡Muy bien! ¡Un espectáculo dignode admirar! –su sonrisa era exageradamenteancha. Sus rasgos eran grotescosy también tenía orejas puntiagudas.Vestía una camisa blanca y sucia sobreun andrajoso chaleco marrón, así comocalzas grises y zapatos igual de sucios-.Un lástima que hayáis acabado con mimascota, pero qué le vamos a hacer, ¡estabaaquí para matar o ser aniquilada!¡Ji, ji, ji, ji!Su risa era aguda y altisonante. Seaproximó a nosotros frotándose las manos.Sus ojos azules, anormalmente claros,daban saltos de uno al otro, mirándonoscon expresión de codicia.- Bien, bien, bien, muy interesante,muy interesante.- ¿Quién eres tú? –la pregunta salióa golpes de mis labios, en tres tiempos.Alric sujetaba su espada con aire amenazador,listo para cortar por la mitad anuestro interlocutor.- ¡Oh! ¡Eso de momento no importa!– Tenía un acento extraño, acentuandolas palabras en la penúltima sílaba-. Loimportante ahora es que habéis salidocon vida de un reto dokkalfar. ¡Nada fácil!¡No, no, no!- ¿Qué diablos quieres? –dijo Alric, enun tono nada amigable.- ¡De momento nada! ¡Nada de nada!Sólo quería saludaros.- Pues no es muy educado saludar aalguien sin antes presentarte tú primero.–No pude evitar entrar en su juego.- ¡Ah! ¡Ahí me has pillado! –y dio trespalmadas rápidas-. Vosotros ya sé quiénessois, ¡Alric y Godert, compañerosde aventuras por pura casualidad! Quesepáis que habéis captado mi atención.¡Sí, sí, sí! Por ahora podéis llamarmeRey de los Duendes, y quién sabe si másadelante llegaréis a conocerme mejor.- Por mi parte no tengo el menor interés–contestó Alric.- ¡Ah! Pero eso no está en tu mano,Brewersen. –Sonrío más aún, mostrandosus dientes sucios y amarillos. Lapiel entorno a sus ojos, de un tono másgrisáceo que la nuestra, se plegó enmúltiples arruguillas-. ¡Ha sido un placer,pero me tengo que ir! ¡Tened por seguroque nos volveremos a encontrar!


21Ricardo Castillo - EN EL PÁRAMO¡Os estaré vigilando!Y girando sobre un pie, desapareciócon un chasquido.- Tengo la sensación de que ya lo hepreguntado antes, pero… ¿qué era eso?Alric elevó los hombros.- Ni idea. Efectivamente, parecía unduende, aunque un poco más alto. Talvez Rainer pueda decirnos algo –contemplóel campo de batalla en el quese había convertido el escenario, con elcuerpo del lagarto desangrándose sobrela tierra. No se veía ni rastro de losdokkalfar, salvo algunas lanzas tiradasen el suelo-. Recoge tu arco, tus flechasy tus armas, y vámonos, está anocheciendo.No quiero que estos canallasvuelvan a por nosotros en la oscuridaddel páramo.VEl cielo se oscureció con rapidezmientras volvíamos a Forlrat. A pesarde que fuimos en silencio la mayor partedel camino, agotados, durante el últimotramo me empezaron a asaltar variasdudas y las comenté en voz alta. Dosme escamaban especialmente: ¿por quénos habían llevado hasta allí los dokkalfar?No habían aclarado qué querían denosotros. Y, ¿por qué habían matado alos posaderos? ¿No querían dejar testigos?¿Querían dar más dramatismo a laescena para asegurarse de que iríamostras ellos?Alric no solucionó ninguna de misinquietudes, contestando, una vez trasotra, “Y yo qué sé”. Eran demasiadoscabos sueltos, y no parecía que fuéramosa atarlos por ahora.La noche cayó sobre nosotros a pocadistancia del pueblo, y fue por eso porlo que pudimos ver con claridad el resplandoren el horizonte.- Mierda. –Alric echó a correr, y el pánicoen su voz se contagió a mis piernas.Corrimos como si nos fuera la vidaen ello, sacando fuerzas de donde nolas había, subiendo la suave pendientede la colina bajo la cual se encontrabael pequeño pueblo. Al alcanzar la cimay contemplar el paisaje que se extendíaal otro lado, Brewersen se detuvo, resoplando,para maldecir en voz alta yañadir:- Muchacho, esto se está convirtiendoen una mala costumbre.A nuestros pies, Forlrat ardía. Lenguasde fuego devoraban las casas demadera, calcinaban a los aldeanos asesinadosy subían por el campanario delpueblo. No se oían gritos ni voces, ni losintentos de los vecinos por atajar aquello.Sólo se escuchaba el crepitar de lasllamas, y aquello me trajo recuerdos demi casa, de Norringe, que terminó susdías igual que ahora acababa Forlrat. Elfuego era ya imparable, no había vueltaatrás.- Oh, no, Rainer… -murmuré. El sacerdoteme había resultado simpático,y lamentaba que tuviera que morir pornuestra culpa-. ¿Crees que habrá sidoél? ¿El ser sin luz?Brewersen escupió al suelo, miró alpueblo y luego alzó el mentón señalandohacia allí.- Eso responderá a tu pregunta –dijo.Miré a dónde me indicaba y lo que via través del humo y de las llamas meprovocó un vuelco en el estómago. Encimade la colina que había al otro ladodel pueblo, se veía una figura alta, negray delgada. Si no fuera por el resplandordel incendio, probablemente


22Ánima Barda - Pulp Magazinehubiera pasado desapercibida. Pero no,él quería que lo viéramos. Quería quesupiéramos que estaba allí, y que ahorasabía que le seguíamos.El ser sin luz, mirando hacia nosotros,elevó su brazo derecho hacia el lado.Obedeciendo al gesto con un tirón, unafigura más pequeña ascendió de lassombras del suelo, quedando suspendidaen el aire.- Cabrón –Brewersen apretaba los puñoscon furia.Sentí que el vuelco en el estómagodaba paso a la ira asesina. A pesar de ladistancia, distinguíamos perfectamenteque la figura era el cuerpo de Rainer,que giraba sobre sí mismo a merceddel ser. Para que saliéramos de dudas,la criatura lo encaró hacia nosotros y lepermitió que realizara un pequeño movimiento,demostrándonos que seguíavivo. Después, se dio media vuelta y semarchó, deslizándose a un palmo delsuelo con Rainer inmóvil levitando trasde sí.- Ha sido todo una trampa –dijo Alric-.Los dokkalfar eran una distracción.- ¿Una distracción? ¿Para qué?- Buscaba dos cosas: alejarnos delpueblo y ponernos a prueba. Lo últimoera secundario, sólo querría comprobarsi lo del poblado boriberg fue o no cuestiónde suerte. Debe considerarnos unosrivales a la altura, sino, se habría largadosin más. –Cogió aire y me miró-. Nostiene a su merced. Sabe que iremos trasél, y nos esperará. Tratará de emboscarnos,de cogernos desprevenidos.- ¿Y por qué quema el pueblo? ¿Paraqué quiere a Rainer?- Lo del pueblo no lo entiendo. Serápara hacernos perder tiempo. Por otrolado, de alguna manera es consciente deque Rainer nos puede ser útil, que poseeconocimientos sobre él que necesitamospara darle caza.- Pero se lo lleva vivo.- Querrá asegurarse de que vamostras él. Si sabemos que Rainer está convida, guardaremos la esperanza de rescatarle.Si lo mata, corre el riesgo de queabandonemos la persecución. Se lo hallevado para asegurarse de que le seguimos.Mi mente estudiaba las posibilidadescon cierto entumecimiento.- Entonces… -dije-, ¿nuestro viajecontinúa?-Ahora, muchacho, ha convertidoesto en algo personal. –Alric puso unaexpresión que me recordaba, de algúnmodo, a un lobo apunto de comerse unconejo-. Nadie me toca tanto las naricesy puede esperar que le deje tranquilo.–Me miró-. Sigo sin tener nada mejorque hacer, y ya estoy demasiado lejosde Ramnusfel como para volver con lasmanos vacías. ¿Y tú qué me dices, Godert?¿Quieres seguir?- ¿Se te ocurre algo mejor que hacer?–pregunté, con media sonrisa. Alric fingiópensar unos segundos.- La verdad es que no. –Dirigió su miradahacia la loma por la que había desaparecidoel ser sin luz-. Pues vamos,Rainer se debe de estar preguntando aqué demonios estamos esperando.


24Ánima Barda - Pulp Magazine- Eeh…Sí, dime muchacho, ¿qué quieres?–contestó éste al fin.- Buscaba el número trece de HilldownStreet. ¿Sabría guiarme hasta él?- No me suena, chico. Aquí no encontraráslo que buscas.- Pero esto es Huntsville, ¿Cierto?- Sí, hijo.- Y, ¿no sabría decirme dónde se encuentrala dirección que busco?- No.- Pero… Señor…- No insistas, muchacho –interrumpióel anciano-. Aquí no hay ninguna callecon ese nombre; sigue adelante, sal delpueblo y no te detengas.El joven, intimidado e intrigado, subióla ventanilla de su coche y prosiguiósu búsqueda. No tardó muchomás en encontrar a una mujer, que dabaun grato paseo con su bebé subido aun confortable carrito. Al preguntarlela dirección solo encontró una cara depavor seguido de una respuesta similara la de aquel siniestro anciano “Nosé de qué me hablas, aquí no existe esadirección”Seguido de una aceleraciónde sus pasos hasta que se perdió en unaesquina, como un niño asustado.“Esto no está resultando nada fácil”pensó.Continuó lentamente con su cochepor la sinuosa avenida pavimentada,mirando detenidamente los nombresde las calles que figuraban en las placas,sobre aquellos altos mástiles que nacíandel suelo, como árboles ficticios.En un cruce de caminos, pudo contemplaruno de esos carteles, ennegrecidototalmente. Extrañado y curioso seacercó hasta él, puso las luces de emergenciay bajó del vehículo. Dio un parde veloces pasos y se paró ante el cartel.Con la yema del dedo, retiró un pocode aquella sustancia oscura que impedíapoder atisbar lo que allí escrito seencontraba. Aquella negra enjundia seretiró fácilmente adherida ahora a sudedo. “Hollín” determinó.De su bolsillo sacó un pañuelo de tela,regalo de su tía. Lo extendió por todala superficie de su mano y limpió consumo cuidado aquel letrero. La pinturahabía sido destruida. Miró hacia abajo,curioso. En el suelo, bajo aquel poste, seencontraba un oscuro y negro socavónque solo las llamas sabían hacer; y, a sualrededor, las cenizas de lo que parecíanhaber sido rastrojos. ”¿Fuego? ¿Porqué le prenderían fuego a un cartel?”.Plasmó su mirada de nuevo fijamenteen el cartel. En relieve, pudo encontrarlas letras que tanto buscaba, mostrandouna enorme y perfecta sonrisa en suboca “¡Hilldown Street!”Rápidamente subió a su coche, saliendoa toda velocidad y dejando tras de siuna pequeña nube de humo provenientedel tubo de escape. La carretera eralarga y recta, como la pista de aterrizajede un aeropuerto; aquella calle parecíainterminable. Las casas que dejaba atrásestaban todas absolutamente destartaladasy abandonadas. El césped queantaño brotaba fértil y de un verde esmeraldadel suelo, ahora solo constituíaun manto de hierba seca e inútil. “¿Quédemonios pasa aquí?” Se preguntabaintrigado. Antes de poder darse cuenta,vió un enorme caserío frente a él, su aspectoera el de un pequeño palacete delsiglo XVIII. Tenía altos y gruesos murosde hormigón y una puerta de hierro coladaque presentaba un aspecto impecablementereluciente. A cada lado de lapuerta se levantaba una enorme colum-


25R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOSobservaba cada detalle dentro de aquelhabitáculo. Los muebles, todos de colorcaoba brillante se dividían en aquelenorme y robusto escritorio, un pequeñodiván y la librería. Ésta contenía numerososvolúmenes antiguos y amarillentos,la mayoría posiblemente obrasque serían difíciles e incluso imposiblesde encontrar. En la parte superior,permanecía el busto de un hombre defacciones rudas y espesa barba talladosobre lo que antaño fue un bloque demármol.El Doctor Tucker presentaba unaavanzada calvicie, tanto que su frentese fusionaba con el resto de la cabeza,dejando solo los laterales poblado deescaso y blanco pelo. Las gafas de gruesoscristales permanecían montadas sobresu aguileño tabique nasal y su espesay larga barba blanca le daba un airedistinguido. Le recordaba a una extrañaversión de Freud.- Excelentes calificaciones las queobtuvo usted en Oxford. Perfecto. Superfil es exactamente lo que buscamos.–Una vez dicho esto, volvió a guardarlos papeles en la carpeta. De los cajonesdel escritorio sacó un nuevo documento–Como usted comprenderá, es unapieza demasiado valiosa como paradejarlo marchar. Aquí tiene el contrato.Ojéelo cuanto le plazca, no encontraránada mejor. Vivirá aquí; pensión completa,agua y luz gratis, medicamentosy un salario que no podrá rechazar.Jack agarró la hoja y observó todoslos puntos allí remarcados, era demasiadoincreíble para ser verdad. Sacóun bolígrafo del pantalón de su bolsillo,(una manía que jamás había conseguidoerradicar), y firmó el contrato.- ¡Perfecto! Ahora usted me pertenena,y sobre ella, la imagen de un perrode tres cabezas.Quedó fuertemente hipnotizado porla mirada de aquel can desde la altura,que le miraba con ojos crueles y amenazantes.Cuando volvió a prestar atencióna la carretera, la enorme puerta metálicaestaba a tres metros de él. Pisó afondo el pedal del freno, haciendo quese mezclaran los sonidos del derraparde los neumáticos con el sonido metálicode su coche contra la colosal puerta.- Bueno, así que usted es mi nuevopsiquiatra, el que ha empotrado su cochecontra la puerta de entrada, ¿cierto?–dijo el hombre tras el escritorio.- Sí, así es, señor Tucker. Lo sientomucho. No volverá a suceder.- Eso espero, sino me parece a mí queno volverá a ver un sueldo en muchotiempo –dijo en un tono que no supo calificarentre irónico o serio.- Lo extraño es que la puerta ha quedadointacta. Ojalá pudiese decir lo mismode mi coche.- La puerta es de acero reforzado,ideal para realizar su cometido, quenadie salga ni entre sin autorización.Bueno, comencemos. –Aquel hombre seajustó sus enormes y negras gafas hastael punto más alto en su tabique nasal,abrió una carpeta que se encontraba sobresu reluciente escritorio caoba y comenzóa sacar los papeles que guardabaen su interior-. Es usted… ¿Mauler, JackMauler?- Así es, señor Tucker.- Por favor, llámame Bill.- Cómo desee, Bill.Mientras el Doctor Tucker revisabaa fondo su currículum y su ficha, Jack


26Ánima Barda - Pulp Magazinece. Es oficialmente lo que se denominaun esclavo legal remunerado; o comodice la gente de a pie, un empleado. –Ambos rieron la gracia con sumo gustodespués de la tensión reinante, ya quehabía conocido a su jefe de la peor formaposible, estrellando su coche contrala puerta de su casa y su trabajo al mismotiempo– Bueno, esto hay que celebrarlo¿Le apetece una copa?- Lo siento, no bebo.- Un chico sano, me gusta –El DoctorTucker se alzó lentamente de su reconfortantesillón de cuero negro–. Demosun paseo, le enseñaré el lugar.Ambos salieron del edificio, serpenteandoentre largos e interminablespasillos donde, la risa, el llanto y losgritos desgarradores, se fusionaban engemidos casi unísonos de la corduraperdiendo la batalla contra la locura.Una vez en el exterior, se encontraba uninmenso jardín verde y espeso. Las instalacionesse dividían entre el enormecaserío central del que acababa de saliry un patio de recreo en la parte traserade éste. Cuando cruzaron el umbral dela puerta, Jack se dio cuenta de un grancartel de piedra que había junto a lapuerta principal. En él estaban escritaslas palabras Exsulis Domus.- Ese inscrito, ¿Qué significa? –Le preguntóal Doctor Tucker.- Es latín, joven amigo. “Exsulis Domus”La morada de los desterrados. Asíse le denominó al caserío cuando fueconstruido como un hospital para demenciados.Antiguamente, los que sufríande enfermedades mentales se lesconsideraban retrasados o poseídos porel demonio, por eso eran desterrados desus casas, sus tierras o cualquier cosaque poseyera, de ahí la inscripciónJack tragó un nudo que tenía en lagarganta mientras seguía los pasos desu mentor y jefe. Aquel breve pero intensorelato le había dejado los pelos depunta.Ahora ambos se encontraban bajola sombra de uno de tantos colosaleschopos negros que allí parecían brotarde cualquier parte, cuando algo captósu atención. Una breve y suave risase transmitía por el aire hasta que llegóa sus oídos. Al girarse en direcciónal enorme caserío, encontró una dulceniña pequeña jugando al lado de unrosal. Ésta metió su blanca y delicadamano dentro del rosal y sacó una hermosaflor que lucía casi con orgullo.Lentamente se giró hacia él. Sus ojoseran de un azul intenso e hipnótico, suscabellos parecían finas hebras de oro amerced del viento y su rostro era blanquecinoy frágil, como si se tratara deuna muñeca de porcelana. Al cruzarseambas miradas, la niña sonrió.- Doctor Tucker, ¿ésa chica es su hija?–El Doctor se giró hacia la dirección enla que anteriormente había estado mirandosu recién adquirido esclavo remunerado.- No, qué va. Esa es Victoria, trabajacon nosotros desde hace tres años. Esuna joven dulce y encantadora. Seguroque congenian en seguida.- Pero, Doctor, me refería a… -se sorprendióverse interrumpido a sí mismocuando comprobó que la niña habíadesaparecido. En la escalera de entrada,junto a las macabras inscripciones quebautizaban aquel recinto, solo se encontrabauna joven pelirroja de tez blanca ypura ayudando a un anciano demente a


27R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOSbajar las escaleras. Jack estaba anonadado-.No es nada.- Parece algo cansado –dijo el DoctorTucker– ¿Qué te parece si te enseño losdormitorios? –dijo con voz cómplice.La puerta se abrió con un leve chirriarde las bisagras. El Doctor Tuckerle había guiado hasta lo que ahora seríasu “territorio personal” “Decórelo comose le antoje, pero evite usar clavos en lapared. Es frágil y antigua. Use marcospara sus fotografías personales o títulosde los que quiera alardear” Le dijo elDoctor.La habitación lucía un antiguo papelpintado en un tono amarillento confranjas naranjas que cruzaban de arribaabajo la pared como si se tratara de uncódigo de barras. Un enorme ventanalcon unas preciosas vistas al patio traserocubierto de frondosa vegetaciónle daba la bienvenida justo delante deél, por el cual entraban ahora los cálidosy anaranjados rayos del crepúsculo.Pegado a una pared, cerca del ventanal,se hallaban las puertas que daban accesoa un amplio armario empotrado.En la parte derecha de la habitación seencontraba una pequeña librería y unescritorio antiguo pero bien cuidado,acompañado con un moderno flexo quedesentonaba con la estética general deldormitorio. A su izquierda se localizabauna cama bien vestida pero de delgadoe incómodo colchón. A los pies de lamisma, una diminuta puerta daba accesoa un cuarto de baño que disponíasimplemente de un retrete, un lavabo yun plato de ducha.“Siéntase como en casa, puesto queahora es eso mismo, su nuevo hogar”Sentenció Tucker justo antes de que sefuera.Una vez se cerró la puerta y se encontróa solas en la habitación, Jack soltóla maleta, cayendo ésta violentamentecontra el delicado y antiguo suelo deparquet, alzó la cabeza, tomó aire lentamente,y lo soltó todo en un ahogadoy largo suspiro. Comenzaba ahora la arduatarea de desmantelar el contenidode la maleta y guardarlo todo en su lugarcorrespondiente, ya que él siemprehabía sido muy quisquilloso respecto atodas sus cosas. Eso le llevó apenas mediahora. Una vez guardado todo en susitio y sintiéndose orgulloso de si mismo,Jack contempló los últimos rayosde sol que le brindaban aquel preciosoatardecer. “Es realmente hermoso” Pensóen voz alta.Entonces, algo llamó su atención.Jack bajó la mirada hacia abajo, dondejunto a la pared del caserío el céspedbrotaba fértil del suelo. Allí, se encontrabade nuevo ella. Presentaba el mismoaspecto general que cuando la viopor primera vez esa misma tarde juntoal rosal. Sus cabellos dorados parecíanirradiar una potente luz, más inclusoque la del sol. Sus ojos azules se inyectabandirectamente en los ojos esmeraldade Jack. No parecía mirarle a él, sinoa su interior, hasta llegar al núcleo desu alma. En su delicada y blanca manosostenía de nuevo una rosa de un colorcarmesí tan intenso que parecía que lahabían sumergido en un pozal de sangre.Había algo de ella que le atraíafuertemente, aunque no atisbaba a determinarque era. Cuando lo supo, susangre se tornó gélida como el hielo.Al contrario que los árboles, altos yrobustos que allí se encontraban, la niña


28Ánima Barda - Pulp Magazineno proyectaba sombra alguna.Hacía ya horas que la luna le habíaarrebatado el terreno al sol en la bóvedacelestial; junto a ella, miles de diminutasluciérnagas a la que algún hombreuna vez se le ocurrió denominar “estrellas”se encontraban esparcidas heterogéneamentepor el firmamento.Jack llevaba acostado desde que elocaso había finalizado pero ni tan siquieralograba cerrar los párpados.Aquella niña, preciosa y delicada, leatormentaba. “¿Quién era esa niña?”No paraba de preguntarse una y otravez sin conseguir hallar la respuesta.Al fin, harto de dar vueltas inútilmentebajo las sábanas, se levantó deseoso decentrar su mente en cualquier otra tarea.Se dirigió al escritorio, encendió el flexoque emitía una blanca y pura luz, y dirigiósu mirada hacia la estantería situadaa continuación del mismo. Al igualque en el despacho del Doctor Tucker,los libros que allí habían eran antiguos,amarillentos y de quebradizo aspecto.Algo llamó su atención en aquellamisma estantería. Se trataba de una estatua.Lo agarró con fuerza ya que suelevado peso lo requería y lo puso bajola luz del flexo. Se trataba de un hombremusculoso que cargaba a sus espaldasuna enorme esfera de cristal con unafranja dorada que la dividía por la mitad.Tallado con exquisito cuidado, seencontraban dibujados en la esfera decristal todos los continentes. Jack miróla base de la pequeña estatua.-Atlas-Hijo de Jápeto y Clímene“Y yo, Zeus. Soberano de todos los diosesdel Olimpo. Te condeno a ti, Atlas, a cargarcon el peso de la tierra y de los cielos paratoda la eternidad”Jack estaba sorprendido por aquellapequeña obra de arte que había en suhabitación. La dejó delicadamente sobreel escritorio, al lado del flexo. La luzdel mismo caía directamente sobre laesfera, profiriéndole un brillo hipnóticoen el cual la luz se descomponía dandolugar a un precioso y resplandecientearco iris.Entonces un grito gutural y desgarradorle transportó de nuevo a la realidad.Jack, asustado, no sabía cómo reaccionar.De pronto comenzó a oír velocespasos provenientes de todas direcciones.Unos violentos golpes en su puertale provocaron un respingo. Estaba aterrado,desprendía el olor del miedo portodos los poros de su cuerpo.Una enfermera algo rechoncha abrióviolentamente la puerta y asomó suorondo rostro “¡Doctor, le necesitamos!¡Tenemos una emergencia con un paciente!”Jack no se lo pensó dos veces.Era su momento. Simplemente se limitóa asentir y a correr tras ella por el pasillodominado por la oscuridad.Ya había perdido la cuenta de cuantasescaleras había bajado y de cuantospasillos había cruzado detrás de aquellarolliza enfermera. Su velocidad yaguante parecían la de un velocista experimentadoy Jack ya se encontrabaagotado intentando aguantar su ritmo.Cuando la enfermera abrió la últimapuerta, los alaridos cobraron toda su intensidadposible.En el centro de la habitación mugrientay oscura, había una camilla, y


29R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOSesposado a ella, se encontraba un hombre.Tenía una estatura media; su cuerposemidesnudo estaba bien definido ysus músculos sudorosos revelaban queestaba en perfectas condiciones físicas.Su pelo era algo largo y salvaje, al igualque su barba, aunque esta última no eradensa. Gritaba como si estuvieran prendiendofuego a su alma. “¡SOLTAD-ME!” Era lo único inteligible que salíade su boca entre alarido y alarido. Estabahaciendo una fuerza brutal, provocandoque la camilla se moviera violentamentecon cada envite de su cuerpo.- ¡Doctor, rápido! ¡Adminístrele unsedante!- ¡Voy! –respondió Jack rápidamente.Se acercó a una pequeña mesa auxiliarque había pegada a una pared y comenzóa buscar entre los muchos frascosque allí había; sacó finalmente dosjeringuillas: una la guardó en el bolsillode su pantalón y la otra la desprecintó,lista para usarla. Sacó un pequeño botede cristal que contenía un líquido translúcido.Mientras tanto, aquel hombre seguíaconvulsionando violentamente deun lado para otro; hasta que al final,el grillete de la mano izquierda se soltóliberando la mano. Instintivamenteél agarro el cuello de la enfermera quetenía más cerca, presionando con hercúleafuerza. “MUERE, ZORRA, MUE-RE” Gritaba. Entonces, Jack se abalanzósobre el brazo, intentando apartarlo.Después de un pequeño forcejeo al finalconsiguió soltar a la enfermera, quecayó desplomada en el suelo intentandorecobrar el aliento mientras se agarrabacon fuerza su delicado cuello completamenteenrojecido. Jack se puso sobre elpecho de aquel hombre, intentando dominarlo,cuando volvió a verla.Era ella de nuevo. Aquella hermosaniña permanecía en una esquina dentrode aquella habitación, salvo que esta vezera muy distinto a las anteriores veces.Su pelo estaba pasando de ser aquellosdelicados hilos de oro a un intenso yoscuro negro, como una noche sin lunani estrellas. Sus ojos se tornaban de uncolor bermellón mientras miraba la figuramaniatada de aquel hombre. Aúnmantenía aquella rosa en la mano, aligual que en sus anteriores encuentroscon ella. Salvo que esta vez no irradiabaaquel vivo tono rojo que presentaba lasotras veces; ahora era de un color pardo,triste y muerto. En su boca, se perfilabauna extraña y maquiavélica sonrisa.Con aquellas delicadas manos apretabacon saña la flor, provocando que éstapenetrara en su fina piel aterciopelada.Ahora, por el tallo de la flor, discurríanespesas y densas gotas de sangre escarlataque se precipitaban al vacío hastachocar contra el suelo.Despertando en un momento de lucidezde la extraña hipnosis que le habíaprovocado la niña, Jack le clavó con mássaña que puntería la aguja en el cuello.Presionó e introdujo la somnífera cargaal torrente sanguíneo del hombre, sumiéndolopor completo en un profundosueño.Retiró lentamente la aguja y la lanzóal suelo. Puso los dedos sobre su cuello.“Tiene pulso”. Jack volvió a dirigir sumirada hacia la esquina, donde ahorasolo había oscuridad.- Magnífico trabajo, Doctor Mauler.- Tranquila… Sólo hago mi trabajo.–Sentenció– Si pasa otra cosa de estas,avisadme sin demora.


30Ánima Barda - Pulp MagazineTodas asintieron rápidamente con lacabeza y Jack, completamente agotado,comenzó su retirada triunfal hacia suhabitación.Se perdió unas cinco veces antes dedar de nuevo con su dormitorio. Estabaahora realmente fatigado, le pesabacada minúsculo átomo de su cuerpo,pero sabía mejor que nadie que no podríadormir, no después de lo sucedidodurante el día y aquella caótica noche.Encontró el pomo frío y metálico enla oscuridad y lo giró para acceder a suhabitación. Una vez dentro, destronó ala oscuridad de aquel territorio encendiendola luz. Se acercó a la cama y prácticamentese dejó caer. Miraba al techo,agotado y perturbado. No dejaba tan siquieraun instante de pensar en aquellaniña, porqué nadie excepto él era capazde verla y la trasformación que habíatenido aquella noche; su mente ahoratrabajaba como un potente ordenadormientras que el cuerpo descansaba sobreaquel duro y maloliente colchón.“Necesito descansar” Sentenció definitivamente;salvo que esta vez, fue unpensamiento en voz alta.Se levantó y entró en el baño. Sacó elpañuelo de tela que le había regaladosu tía unos cinco años atrás; éste aúnestaba ennegrecido, fruto de la oportunalimpieza del letrero que le condujoa aquella casa de locos. Lo limpió conmás ímpetu que cuidado, dejándolo inmaculado.Ahora, sentado de nuevo sobre sucama comenzó a registrarse los bolsillos.De uno de ellos sacó la aguja aúnplastificada que había cogido con anterioridad;y del otro bolsillo, sacó undiminuto bote de cristal que conteníaun líquido turbio y transparente. Doblóel pañuelo, de forma que consiguió unrectángulo de tela. Abrió despacio elrecipiente que contenía la aguja y unavez esta fue liberada, la clavó en la tapade plástico del bote, le dio la vuelta, yextrajo una diminuta cantidad dentrode la aguja. A continuación, apuntó haciael rectángulo de tela y proyectó elcontenido sobre él. Antes de realizar elúltimo paso, depositó la aguja y el botesobre la mesita de noche, junto al despertador.Una vez hizo esto, agarró el pañuelocon la mano y mientras lo miraba fijamentepronunció “Cloroformo, bienvenidoseas en mi” Él mismo se tapóla boca con el húmedo pañuelo, apenastardó tres segundos en desplomarse totalmenteinconsciente sobre el colchón.Así terminaba para Jack Mauler suprimer día en aquel monumento a la locura,en aquel infierno, en aquel “ExsulisDomus”.


31Victor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº3Hasta que la muerte os... nº3Ya tienen a un sospechoso, pero surgen nuevos detalles que captan la atencióndel detective privado Ryley Knight. ¿Quién será el culpable de este caso?Y es que, muchas veces, lo que parece sencillo puede llegar a ser muy complejo.por Víctor M. YesteCerraron la puerta de la celda justoenfrente del sospechoso. Los barrotesde metal casi aplastaron la nariz de SeamusFreyd, quien los cogió con fuerza yprofirió juramentos de todo tipo.- ¡Os digo que soy inocente, estúpidos!- Claro, y por eso corrías como ungamo, ¿eh? –replicó con sorna Daylime,acercando el rostro al de su interlocutor.Seamus inclinó la cabeza hacia atrásy le escupió en la cara al guardia. Éstese apartó, asqueado, y sacó un pañuelodel bolsillo.- En todo rebaño tiene que haber unaoveja negra... -refunfuñó, limpiándoselos esputos.- Lo importante es que, si él es el asesino,ya no habrá más muertes –afirmóRyley, cogiendo su sombrero de unamesa cercana.- ¡No tenéis pruebas! ¡No podéis demostrarnada, inútiles! –bramó Seamus.Ryley Knight era conocido por muchascosas, pero no poseía el don de lapaciencia. Se dirigió al preso y, cogiéndolode la solapa, lo acercó a él.- ¿Te crees que somos tontos? –murmuróel detective, entrecerrando losojos-. Qué casualidad que el orden delas muertes sea el de los primogénitosde la familia Freyd. ¿A por quién pensabasir después, a por Jon? Es el siguienteen la lista, ¿no?- No tienes ni puñetera idea –le espetóéste, separándolo de un empellón-. Y tedarás cuenta de tu error la próxima vezque muera alguien.


32Ánima Barda - Pulp MagazineRyley chasqueó la lengua y se puso elsombrero. Llamó de un silbido a Hyrony se dirigió a la puerta. A medio camino,se inclinó hacia Daylime.- Si de algo tiene razón el imbécil esees en que no tenemos pruebas –susurró-.De hecho, todavía no podemosconfirmar la metodología de los asesinatos...- ¿Veneno?- A estas alturas es lo más probable–admitió-. Podría haber algún componentemágico en juego, pero en un lugarcomo éste... lo más lógico es que se tratede envenenamiento con alguna sustanciaa la que haya podido tener acceso.Ryley se mordió la lengua, su miradaperdida en la pared del edificio dela guardia de Winset. Tenía la sensaciónde que había algo, algún detalle, quehabía pasado por alto.- En fin, será mejor que vaya a acostarme...Fue hacia la salida pero, justo cuandoiba a franquearla, todo comenzó a darvueltas. Perdió el equilibrio y tuvo quesujetarse en el marco para evitar unacaída casi inminente. Hyron ladró variasveces, mirándolo fijamente.- Señor Knight, ¿se encuentra bien?-inquirió Daylime, haciendo ademán desujetarle.Ryley lo rechazó, liberándose el brazo.- Apartase –gruñó Ryley, sacudiendola cabeza y tocándose la sien con lamano.- ¡No! ¿Ha sido envenenado? –el guardiaabrió los ojos con horror.- ¡Cállese! –protestó, irguiéndose denuevo-. Por supuesto que no. ¡Si así fuera,ya estaría muerto!De improviso, una risa llegó hastaellos y los interrumpió. Su fuente, Seamus,se había sentado en su camastro ylos miró con diversión.- ¿Y vosotros sois los que tenéis queatrapar al verdadero culpable? ¡A estepaso, quizá se muera él mismo por causasnaturales!- ¡Como no cierres el pico, entraré ahíy te lo cerraré yo mismo! –le amenazóRyley, señalándole con el dedo.La sonrisa de Seamus desapareció demanera súbita. Daylime parpadeó, perono profirió palabra alguna.Ryley Knight dio media vuelta y sepuso en camino hacia la posada. Cadavez que se veía metido en un caso leocurría lo mismo: tenía que dejar la bebidapara poder pensar con claridad,pero el precio que pagaba era el deteriorode su condición física.Había conocido a otras personas consu mismo problema. Fantasmas atormentadoscuyo único refugio era el alcohol.Si se veían obligados a prescindirde él... a cada uno le afectaba de unamanera. Dolor de cabeza, insomnio,náuseas...Todo para intentar olvidar, fútilmente,su pasado. Aquellos recuerdos que leperseguirían hasta la tumba. Todos felices,todos desaparecidos para no volverjamás.El precio de una mente despejada.Llamó a la puerta con los nudillos yse echó un paso hacia atrás. Era por lamañana y el poco sueño que había conseguidocapturar no le había ayudadodemasiado. Se restregó un ojo con lamano y esperó.Margaret Levy abrió la puerta y sonriólevemente.- Señor Knight, le estaba esperando.


33Victor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº3Pase, pase –le invitó, quitándose el delantal.- Muy bien.-¿Té? –ofreció ella, señalando una silla.- No, gracias, no la entretendré demasiado–dijo Ryley, sentándose-. Verá usted,siempre que acepto un caso... acostumbroa cobrar por adelantado. Pero,debido a todo lo ocurrido...- ¡Oh! –exclamó la mujer-. Por supuesto,no se preocupe. Tenía el dineropreparado.Se acercó a la cómoda del fondo yabrió un par de cajones. Hyron la siguió,moviendo la cola y olisqueándolotodo.- Aparta... -murmuró ella, sonriendo-.Estoy segura de que lo tenía por aquí...De improviso, los pelos del can se erizarony éste gruñó y ladró al mueble.- ¡Hyron! ¿Qué te he dicho de cotillearen casas ajenas?El perro lo miró y gimió, abatiendolas orejas.- ¡Aquí! –insistió el detective, señalandola porción de suelo cercana a suasiento.Su mascota volvió a gimotear y seacostó donde le habían ordenado.- ¡Ah, ya lo he encontrado! –Margaretextrajo una bolsita de la mesilla denoche y cogió una galleta de un bote,situado en un estante de la sala-. Y estopara ti, tontín.El perro se la comió con visible regocijoy dio una vuelta alrededor de símismo. Ryley, por su parte, aceptó labolsita y la introdujo en la capa.- Muchas gracias, señorita Margaret-se levantó e inclinó con los dedos el aladel sombrero.- Entonces, ahora que han encontradoal asesino, ¿se irá de la aldea? –se interesóella mientras le abría la puerta.- Oh, todavía no estamos seguros dehaberlo encontrado. No tenemos pruebasni nada que pueda incriminarlo –leexplicó, encogiéndose de hombros.- ¿No? ¡Qué lástima! Bueno, pero seguroque Rick encontrará alguna, ¿no?–insistió Margaret-. No se sienta obligadoa quedarse si piensa que su laboraquí ha terminado.- Mi trabajo no ha hecho más quecomenzar, señorita –le explicó éste, arqueandolas cejas-. Ahora tendremosque demostrar que él es el culpable y,de no ser así, encontrar al verdadero.- ¿Me está diciendo que sospechande alguien más? –se llevó ambas manosa la boca, escandalizada-. No de Jon,¿verdad?- Hasta que tenga alguna prueba,sospecho de todo el mundo... salvo deHyron –zanjó el detective.Salió al exterior y observó el jardín.Suspiró, negando con la cabeza, y retomóel camino de piedras hacia la verja.Una de las peores cosas de investigar esque debía aguantar a personajes de lomás variopintos. Unos más excéntricosque otros. Y él no era muy sociable, precisamente.Poco después, cuando todavía estababordeando la verja hacia la siguientepropiedad, se encontró de frente conJon, quien lo saludó con sorpresa.- ¿Se sabe algo más, señor Knight?- Ojalá –respondió éste, haciendo ademánde pasar por su lado-. Tendremosque seguir investigando.En el último instante, el joven le cogiódel brazo.- Espere.Se pasó la lengua por los labios y miró


34Ánima Barda - Pulp Magazinea ambos lados, con un nerviosismo palpable.- ¿Y bien? –apremió Ryley con vozronca.Jon respiró hondo.- No debería sospechar solamente deSeamus –murmuró con aprensión.Durante unos segundos, el detectiveesperó a que salieran más palabras dela boca del otro, pero al final no pudoaguantar más.- Si vas a decir algo mínimamente interesante,dilo ya, chico, no tengo todoel día.- Seamus no es el único que podríatener algún motivo para acabar con lamitad de mi familia. De hecho, ahoraque estamos arruinados, no conseguiríanada siendo el heredero...- ¿Cómo? –los ojos de Ryley se abrieronde par en par.Jon se llevó las manos a los bolsillos yse encogió de hombros.- Sí, el viejo Cechron era muy aficionadoal juego, al igual que mi tío Seamus.Se pasaban las noches en la taberna,gastándose gran parte del dineroque ganaban en las cartas. Un día, alparecer, bebieron de más y en una partidaespecialmente igualada... mi abueloperdió todo lo que tenía –bajó la miradaal suelo y musitó-. Absolutamente todo.- ¿A quién le debía dinero, entonces?Jon alzó los ojos.- Rone Lome, el posadero.Una serie de imágenes cruzaron fugazmentesu cerebro. Cuando se interesósobre si había trabajo en la aldea, porun momento, pareció que Lome iba ahablar. Al día siguiente, le preguntó porqué no le había hablado de las muertes,y dijo que no era de su incumbencia. Enotra ocasión señaló que los Freyd teníanbastante dinero y quizá los asesinatosse debían a eso. Pero nunca mencionónada sobre los juegos.- Según me contó mi abuelo la nocheanterior a su muerte, Lome le exigiómás de lo que era capaz de pagar, y llegóa amenazarle.Ryley asintió, acariciándose una ceja,pensativo.- ¿Lo sabe alguien más?- No, no he tenido el valor de decírseloa nadie más... Comprenda usted quecon tanto disgusto, lo último que necesitamoses uno más...- Pues seguro que tendrán algún otrosi siguen ocultando este tipo de datos...-se quejó Knight, alejándose del joven.- ¡Una última cosa! –saltó éste.- ¿Ahora qué? –la voz de Ryley se tiznóde irritabilidad.- Seamus lo sabe. Sabe que estamosarruinados. Estaba con mi abuelo cuandolo perdió todo.El detective hizo una señal de despediday prosiguió su camino.De improviso, detuvo sus pasos ymaldijo en su interior. Eso lo cambiabatodo. Si los Freyd carecían de riquezas,no tenía ningún sentido querer ser elheredero de un terreno baldío.Pero Lome seguro que también sabíaque Cechron se había quedado sin blanca.¿Por qué le había amenazado? ¿Leextorsionó, quizá, para que arrebataratambién a sus hijos lo que tenían?Era momento de hacerle una visita,pero no sin antes pasarse por el edificiode la Guardia. Si algo le había enseñadola experiencia, es que una vez se apresabaa un sospechoso... el destino insistíaen teñir todo de un cariz cada vez másinteresante.


35Victor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº3Ryley volvió a la oficina de la Guardiade Winset. Una vez dentro, se sentóen una silla que había al otro lado delescritorio de Daylime y suspiró. Estabacomenzando a sentirse cansado debidoa tanta caminata de un lado para otro.Curiosa jugada le hacía el destino que,cuando no tenía un caso que resolver,lo acribillaba con latigazos tan negroscomo el betún. Y cuando investigabauno, insistía en mantenerlo en una batallaconstante contra sí mismo.Hyron, en cambio, no podía estar másfeliz que cuando tenía la oportunidadde ir de un lugar a otro y curiosear enviviendas ajenas.- ¿Aburrido de buscar oro donde sólohay piedras, detective? -Seamus soltóuna risita-. ¿Sabes una cosa? Quizá mehabéis hecho un favor y todo. Encerrándomeaquí -señaló las paredes y las rejasque tenía a su alrededor-. Con unapandilla de incompetentes como vosotros,es mejor esto que estar esperandomi propia muerte.Ryley sonrió, pero no se giró hacia él.Sin embargo, el prisionero sólo podíaatisbar la mitad de su rostro, y con éstela cicatriz en la comisura de su boca, quetransformaba su sonrisa en una muecasardónica, cruel y algo lunática.- ¿Y qué te hace pensar -susurró el detective,aun cuando estaban solos en eledificio- que estarás a salvo ahí dentro?Se giró hacia el preso y la carne deéste se puso de gallina. Tragó saliva, sinsaber qué contestar.- Cuida bien tus palabras -prosiguióRyley, alzando los brazos por detrás dela nuca y recostándose en su asiento-. Side verdad eres inocente, a este paso, oencuentro pronto al asesino... o tus horasestán contadas.Durante un instante, el silencio invadióla estancia. El silencio de alguienacostumbrado a tomarse las cosas conpoca seriedad. El silencio de alguienque de repente se da cuenta de que lavida no es un juego. Y, ocurra lo queocurra, siempre acaba en muerte.Se oyeron unos pasos que, al andar,arrastraban la tierra pedregosa del caminohacia el lateral de la construcción.Un par de sombras cruzaron las ventanasy Ryley se levantó, escudriñando laentrada.Sherley y Audrey Freyd aparecieronen el umbral. Hyron asomó la cabezapor el hueco de la mesa y ladró, moviendola cola.- Pasen, pasen -les invitó Ryley, acercándosea ellas.Audrey asintió a modo de agradecimiento,y ambas se internaron en la oficina.El detective les ofreció un asiento,que declinaron.- No se preocupe, no nos quedaremosmucho tiempo. Hemos venido a ver aSeamus y... bueno... ver si podemos serde alguna utilidad.Ryley alzó las cejas.- Ver a Seamus... -repitió-. Entonces,¿cree que no es el culpable?- Oh, por supuesto que no, señorKnight. Seamus siempre ha sido muy...nervioso -concedió Audrey, encogiendolos hombros-. Pero nunca haría algotan atroz.- Sherley no parece opinar lo mismo-señaló él.Y era cierto, puesto que su compañeraestaba negando con la cabeza. Todavíatenía los ojos hinchados pero había dejadode llorar. Su mirada era diferentea la de la noche anterior. Más cansadapero, al mismo tiempo, más decidida.


37Victor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº3vueltas. Al pasar la lengua por los labios,sintió el sabor salado de la sangre,indicando que posiblemente le habíanroto la nariz.Parpadeó y enfocó la vista en los responsables.Varias personas salieron deambos lados. Una de ellas blandía unmadero, con el cual dio un par de golpecitosen su otra mano.- Creías que podías venir a Winset,tratarnos como basura e irte de rositas,¿no? -murmuró uno de ellos.Ryley los reconoció: eran los hombresa los que había propinado una paliza lanoche de su llegada a la aldea. Los compañerosde apuestas de Seamus.- ¿Os quedasteis con ganas de más?-musitó él, apoyándose con ambas manospara incorporarse.Hyron ladró desde una distancia prudente,pero sus reflejos llegaron demasiadotarde. Uno de ellos se abalanzóhacia él y le dio una patada en la cara,tirándolo contra la pared.- Miradlo bien, chicos -se jactó el quetenía la tabla-. ¿Me estáis diciendo queeste vejestorio fue el que os dio una paliza?¿Él sólo contra cuatro?Ryley se rió entre dientes, apoyándoseen el tabique.- Te asombraría ver de lo que soy capazen un día bueno.Acto seguido se dio impulso hacia delantey embistió con la cabeza al que seencontraba más cerca. Su contrincantelanzó un quejido, sujetándose la barriga,así que lo remató de un gancho quelo mandó volando un par de pies haciaatrás.De improviso, varios de sus compincheslo agarraron a la vez de ambosbrazos, aprisionándolo. El que le habíadado el primer golpe, que parecía el lí-der, se situó delante de él y movió de unlado a otro la cabeza.- Estos forasteros nunca aprenden.Vienen a las aldeas a molestarnos, creyéndoselos dueños y señores de todo-sonrió, soltando la madera-. Para ellosno somos más que simples campesinoscon poco cerebro.Le dio un puñetazo en el estómagocon todas sus fuerzas. El golpe provocóunas fuertes arcadas en el detective.- Muy listos, sí señor -articuló a duraspenas-. ¿La tomáis con quien está intentandodescubrir a un asesino en vuestroamado pueblucho? ¿Por una pelea detaberna? Debería marcharme y que élacabara con todos vosotros.- Oh, no te equivoques, señor -contestóel campesino remarcando la últimapalabra-. La disputa del otro día me importamás bien poco. Pero hemos oídoque estás metiendo las narices dondeno te llaman. Has estado haciendo máspreguntas de las que te convenían.Le dio un revés en el pómulo derechoy otro más en el izquierdo. Los ladridosde Hyron parecían lejanos y Ryley sintióque comenzaba a perder la consciencia.El lugareño lo sujetó de la barbilla,obligándolo a devolverle la mirada.- Olvídate de todo lo que ocurre enlas apuestas de la taberna. El asesino noestá entre nosotros, viejo.- ¿Y tú qué sabes, majadero?El otro le soltó la barbilla, dejando escaparuna carcajada. De pronto, se pusoserio y le dio un puñetazo en la sien. Ytodo se volvió negro.Algo húmedo le recorría el rostro ypor un instante pensó que había comenzadoa llover. No obstante, un gimoteomuy cerca de su oreja le sacó de dudas.


38Ánima Barda - Pulp MagazineCuando abrió los ojos, vio a Hyron subidoencima de él, tocándole una y otravez con su hocico y lamiéndole las heridasde la cara.- Tranquilo, muchacho, no es la primeravez que ocurre, ¿no es así? -murmuróRyley, acariciándole el lomo.Intentó incorporarse, pero se sentíadébil tras la paliza. Estaba harto de susituación, pero tampoco tenía la valentíanecesaria para remediarlo. Siemprele ocurría lo mismo. La abstinencia, negraenemiga que le acechaba tras cadarecodo. Cada vez que debía privarse dela bebida, tomaba control de su cuerpoy tornaba su fuerza en debilidad. Sudestreza física en una broma a la mercedde simples aldeanos.Pero era necesario si quería mantenerla mente lúcida. Necesitaba el alcoholpara colmar su mente de oscuros nubarrones,pues sólo un cielo despejadopodría dar paso a la luz del Sol.Ryley cerró los ojos. Se sentía en mediode una guerra entre un estado yotro, sin que ninguno de los dos se impusieraal otro por mucho tiempo. Unacontinua pesadilla, con el temor añadidode que nunca podría estar a la alturade su pasado. Un sabueso inteligentecomo un zorro, agudo como un águila,fuerte como un león.Alienne. Su amada Alienne. Pelo cobrizo,mirada benévola, mejillas sonrojadas.Nunca más podría volver a verla.Una lágrima comenzó a traspasar lamuralla de sus pestañas.Se la limpió y se levantó de un salto,emitiendo un quejido de dolor. Se tocóel abdomen y se mordió el labio inferior.Debía ponerse en marcha, antes deque los fantasmas le arrebataran la voluntad.Se dirigió hacia la posada. Se acercóal establo y se lavó la sangre con el aguadel bebedero de los caballos. Nadie podíaaveriguar lo ocurrido o perdería elrespeto de los lugareños.Tras asegurarse de que tenía un aspectoadecuado, entró en el local y sedirigió a la barra.- Hola, señor Knight, ¿qué desea quele sirva?- Querría unas palabras en privado,señor Lome.El rostro del posadero se tornó lívido.- P-por supuesto, mi señor -repusotartamudeando.Se dirigieron a un rincón de la barra,algo más alejado de las mesas. Ryley sequitó el sombrero y lo dejó en el mostrador.- He averiguado que Cechron Freydle debía bastante dinero, ¿es cierto?- Sí.- ¿Y por qué no me lo dijo antes?El tabernero se limpió las manos en eldelantal y se encogió de hombros.- No quería levantar sospechas infundadas,mi señor.- Pues ha provocado justo lo contrario-replicó el detective, mirándolo fijamente.- ¡Pero yo no soy un asesino! -exclamóLome en voz muy baja.- Pero sí intentó obligar a Cechron aque le devolviera el dinero de un modou otro.- ¡Por supuesto! -admitió éste-. Era midinero. No me importaba de dónde losacara pero los negocios son los negocios.- Y las apuestas también, ¿no? -añadióKnight con una sonrisa irónica.Lome se quedó en silencio, apartandola mirada.


39Victor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº3- Mire, sino tienen dinero, no lo tieneny punto -le explicó tras unos instantes-.Ya me lo daría cuando lo ganara, y tampocoes que se fuera a ir a ningún sitio.¿Por qué habría de matarlo a él o al restode sus seres queridos?Ante esto, Ryley no encontró una respuestaverosímil.- ¿Hay algo que sepa y que todavía nome haya dicho, Lome?- No, mi señor, eso es todo. Y si supieramás, se lo daría a conocer de inmediato.Tanta fatalidad empieza a afectaral negocio.Acto seguido, volvió al centro de labarra y comenzó a limpiar unos vasoscon un trapo. Ryley, por su parte, sesentó, algo apesadumbrado. Odiaba loscasos simples, eran al mismo tiempo losmás complejos. Las grandes filigranasse veían venir, pero una forma de operartan sutil... Para colmo, cuando intentabaindagar en el asunto, lo único querecibía era una paliza y más mentiras.Nunca había dado un caso por perdido,pero quizá debía permitirse undescanso. Una jarra de hidromiel, solamenteuna. Hizo amago de levantar lamano para pedirla pero, en el últimomomento, desistió. No debía darse porvencido. Tenía que haber algo, algo quelo relacionara todo. El motivo que impulsabaal asesino. ¿Qué tenían todaslas víctimas en común?Debía olvidarse del orden, pues podríaser una estratagema para desorientarsus pesquisas. Se acarició muy rápidola ceja, mientras los pensamientosse propulsaban a toda velocidad por sumente. El dinero no podía ser el motivode las muertes, o el asesino se llevaríael disgusto de su vida. Además, si asífuera, lo primero que hubiera hecho se-ría asegurarse de que no había desaparecido.Y Seamus lo sabía, así que o erainocente o tenía otra motivación.¿Que tenían en común, entonces?Todos pertenecían a la misma familia.Tenía que ser alguien que obtuviera algúnbeneficio con esas muertes. Que leconvinieran de algún modo. Lo que síestaba claro es que si el nexo común erala familia, debía ser un miembro de éstao alguien cercano a ellos, que los conociesebien y albergara una oscura razónpara acabar con ellos. ¿Un ritual mágico?¿Un rito religioso a alguna criaturaabominable?Se dirigió raudo hacia la puerta, y salióal exterior seguido muy de cerca porsu perro. Quizá no había estado evaluandoel orden como debía. Pudieraser que no fuera por herencia sino simplementeparte de algo más grande.Desde que se había impuesto el cultoa los Once Elegidos, raramente se habíaenfrentado a cultos a otros dogmas.Pero había afrontado algunos realmenteespeluznantes.- Debemos apresurarnos, Hyron -jadeómientras corría por las calles deWinset-. ¡O será demasiado tarde paraJon!El Sol se estaba poniendo en el horizonte,así que las luces de las ventanasde la casa de Audrey Freyd, madre deJon, estaban encendidas. Ryley abrió elportillo de la verja y se apresuró por elcamino hacia la puerta principal.Un grito aterrador cruzó el jardín, haciendoque el corazón del detective latieratodavía más rápido. El can aulló yaceleró, colándose por la rendija de laentrada en el edificio.- ¡Hyron! -le llamó su amo-. ¡Hyron,


40Ánima Barda - Pulp Magazineespera! Maldita sea...Abrió la puerta de un golpe, haciendoque chocara contra la pared contraria, yse paró en el pasillo, sin saber qué direccióntomar. De improviso, Hyron aparecióen el descansillo de la escalera y leladró. Subió las escaleras lo más rápidoque pudo y, controlando la respiración,siguió a su mascota hacia la primera estanciade la derecha.La visión con la que se encontró lodejó patidifuso. El suelo estaba totalmenteensangrentado, y en el centro seencontraba el cuerpo de Audrey. Susgafas se encontraban en el suelo, rotas,y el vestido que llevaba estaba rasgadopor muchas partes.A su lado estaba Margaret, con lasmanos en la boca, mirándole con horror.- Creía que usted... vine a visitarla y...¡oh! -prorrumpió en sollozos, dejándosecaer en el suelo, arrodillada.Hyron olisqueaba el cadáver pero, depronto, enseñó los dientes y ladró haciala ventana. Por el rabillo del ojo, Ryleyvislumbró un movimiento en ella, y seabalanzó hacia allí. Se apoyó en el alféizar,pero no vio a nadie. Los exterioresestaban totalmente vacíos. ¿Un enemigoinvisible?- ¿Vio a alguien? -inquirió a la joven,girándose hacia ella.- No... Cuando llegué ya estaba así-respondió ella, sin mirar hacia la víctima-.¿Quién habrá cometido semejanteatrocidad?Los ojos de Ryley se oscurecieron.Hasta ahora las muertes habían sidobastante limpias. Veneno o algún hechizoque todavía no había detectado.Pero éste se saltaba todas las normas.Comenzando por el sexo de la fallecida.- Hyron, ve a buscar a Daylime.El perro lanzó un ladrido y salió porla puerta a toda prisa.Esta muerte era diferente. Los cambiosdenotan nerviosismo, temor,desesperación... y suelen dejar pistas.Pueden provocar equivocaciones.Y el instinto le decía a Ryley que, porfin, el asesino había cometido una.


41A. C. Ojeda - EL DESVÁN DE VÍCTOREl desván deVíctorpor A. C. OjedaNo había lugar en el mundo en el queVíctor se sintiese más protegido que entrelas cuatro paredes que flanqueaban su habitación.Allí dentro daba rienda suelta asu imaginación. Fantaseaba con ser pirataen busca de tesoros perdidos. Se enfundabasu pequeño revólver de plástico y, con unaestrella de sheriff enganchada en la camisa,protegía los terrenos del condado. Conversabacon los pasajeros que montaba en sutaxi mientras los paseaba por las calles quese dibujaban sobre su alfombra. Nada parecíaimposible tras los muros del castillo en elque vivían refugiados sus sueños.Una tarde, mientras investigaba minuciosamentela escena del crimen llevadoa cabo por uno de sus peluches, empezó asonar un ruido familiarmente extraño paraél. Justo sobre su cabeza brotaban aquellosgolpes arrítmicos que parecían contener unmensaje oculto. Sin esperar más tiempo, se¿Se atreven a subir con Víctor el tramode escaleras que les lleva hasta lamisma puerta del desván? Si lo hacen,no se arrepentirán.levantó y salió corriendo del cuarto. Bajótan deprisa que estuvo a punto de caer rodandopor la escalera. De un salto se quitólos últimos escalones y tras estabilizar suspiernas enfiló el pasillo que llegaba hasta lacocina. El mensaje, imposible de interpretarpor el oído inexperto, tenía un significadobastante claro para él. Cogió la bandeja quehabía preparado antes de encerrarse tras lapuerta de su madriguera, volvió sobre suspasos y empezó a subir, esta vez con un cuidadoexquisito, los escalones. No era la primeravez que lo hacía, aun así no conseguíadar esquinazo al nerviosismo que se apoderabade todo su cuerpo. Durante el caminolos ruidos no cesaron ni un instante, lo cualprovocaba más temblores en su pulso.Finalmente, con funambulesca maestría,consiguió posar sus pies sobre el último peldaño.Dejó la bandeja en el suelo sin hacerruido para girar el pomo con sumo cuida-


42Ánima Barda - Pulp Magazinedo. Un gruñido, parecido al de una cría dedragón, acompañó al lento deslizar de lasbisagras. Tomó de nuevo la bandeja en susmanos y comenzó a arrastrar sus pies lentamente.Poco a poco su diminuta figura quedóenvuelta en las tinieblas que habitaban eldesván. Se convirtió en una tarea tan habitualque ni siquiera precisaba abrir los ojospara realizarla. Había logrado memorizarlos pasos necesarios para dejar el encargosobre la solitaria mesa que se alzaba en elcentro del habitáculo. Una vez depositado elinusual manjar sobre aquella mohosa madera,comenzó a dar pasos atrás sin dejar demirar al frente. El suave tintineo de unascadenas sirvió de despedida para su fugazvisita.La luz arañaba sus párpados pidiendoa estos que plegaran sus velas. Su espaldatraspasaba el dintel de la puerta, una vezmás había cumplido con éxito su misión.Cerró el portón sin querer interrumpir elbanquete que estaba teniendo lugar al otrolado y se sentó con la espalda pegada a lapared. Recordó las palabras que un día oyóen boca de su madre: “Si haces las cosas conel corazón, nunca te equivocarás”. Una sonrisase dibujó en su rostro y como un resortese levantó. Nuevas aventuras estaban esperandotras los muros de su fortaleza y noquería hacerlas esperar. Bajó como un rayohasta su cuarto y dio un portazo que hizotemblar toda la casa. Se abalanzó sobre susmuñecos, que aguardaban impacientes taly como los dejó. Allí esperaría, envuelto enmil batallas, la próxima llamada del moradorde la buhardilla.El portón del colegio siempre estabarepleto de padres esperando para recogera sus retoños. Todos ellos ansiososy alzando las cabezas, cual jirafas, unospor encima de otros. Por unos minutosaquella puerta se convertía en una especiede cinta transportadora de maletas;los padres se acercaban, reconocían asus hijos y de un tirón los sacaban de lamarabunta.Desde hace algunos meses, Hugo esperaa Víctor al otro lado de la enormecancela verde. Concretamente desde elocho de enero de este mismo año, día enel que los padres del pequeño abandonaroncualquier tipo de existencia. Noquedando más que las fotos que descansabansobre el coqueto recibidor quetenían en casa. Al pequeño no parecíaimportarle demasiado aquel cambio.Hugo, su abuelo, le llevaba diariamenteuna bolsa de chucherías con las queél se entretenía de vuelta a casa. Sus favoritaseran las fresas, ya que no podíacomer las de verdad debido a una estúpidaalergia. Por el camino, además dedevorar la bolsa de golosinas, iba absortoen las historias que su abuelo se inventabapara él. Nunca repetía, siempreera una nueva aventura la que salía delos labios de aquel anciano. Pero aqueldía, la historia tendría que esperar.Víctor iba confiado, sabía que de unmomento a otro su abuelo le silbaría yél saldría corriendo a su encuentro. Trasatravesar la jauría de padres se paró enseco. Miró hacia ambos lados y no habíani rastro de su abuelo. Era la primeravez que le ocurría algo así. Contrariadoy un poco perdido volvió sobre sus pasos.Se sentía seguro estando entre tantagente.Entre la muchedumbre sonó una vozfamiliar, aunque no era capaz de relacionarlacon aquel escenario. Buscócon la cabeza el origen de aquellas palabrasy al fin pudo distinguir la figura


43A. C. Ojeda - EL DESVÁN DE VÍCTORde Mati, su abuela. Salió corriendo y seabrazó a sus piernas, había pasado miedodurante esos segundos en los que sehabía sentido solo en el mundo.Durante el largo paseo que había desdeel colegio a su nuevo hogar, Matiintentó explicarle los motivos por losque hoy no había podido ir su abueloa recogerle. Víctor asintió con un gestode resignación, por mucho que lo intentaseno podía hacer nada para traer a suabuelo con él. Además, su abuela no habíaolvidado la bolsa de chucherías queservirían para olvidar que hoy se habíaquedado sin historia.Al parecer, un extraño virus invernalhabía atacado a la débil salud de Hugo.No pudo siquiera levantarse de la camaese día y la tos, que siempre le acompañabadesde hace algunos años, se habíaconvertido en la banda sonora de esamañana. Ella insistió en llamar al médico,pero él se oponía. Tenía una peculiaropinión sobre esos matasanos de batablanca.Víctor estaba deseando atravesar lapuerta y poder abrazar a su abuelo.Ansiaba la historia que le debía, no ibaa perdonarlo. Así que, en el momentoque puso un pie sobre las baldosas deljardín, se soltó de la mano de su abuelay empezó a correr hacia la puerta. Cuandollegó, algo le paralizó por completo.La entrada tenía una doble puerta,por motivos de seguridad e higiene. Laprimera era una simple malla para impedirque entrasen mosquitos y demásinsectos voladores, detrás de esta se encontrabaun pequeño muro de maderacon pomo repleto de adornos florales.Poco quedaba de aquella robustez queantaño presentase ese bastión hogareño.A simple vista parecía haber sidoarrancado de un solo golpe. Sobre lamalla parecían haber derramado gelatinade fresa. Todo el marco también estabaimpregnado de aquella sustancia.Levantó su mano y, señalando con sudedo índice adelantado, se aproximabahacia unos de los restos que yacíansobre la mosquitera. Víctor podía oír ellatido de su corazón cómo si éste estuviesea diez milímetros de su tímpano.El tiempo parecía haberse parado y notenía ojos en ese momento para otrosasuntos. La yema de su minúsculo dedoestaba a punto de rozar aquella sustanciacuando de pronto una mano se leposó sobre su hombro.Se plegaron tanto los párpados quecasi salen disparados sus ojos. Su respiraciónempezó a acelerarse y si antescreía tener el corazón a un palmo de suoreja, ahora tenía al batería de un grupode rock machacando sus baquetasdentro del oído. Lentamente comenzóa girar la cabeza. Los dedos, que firmementele agarraban, empezaron avislumbrarse por el rabillo del ojo. Fuealzando la vista y todo el aire que habíarecorrido frenéticamente su cuerpo, salióen un profundo y eterno suspiro aldescubrir que aquella misteriosa garrano era más que su abuela. Por segundavez en aquel día volvía a ponerse el trajede superhéroe para salvar a su nieto.Un nieto que se echaba a sus brazos sindudarlo, necesitado de su cariño.Sin obviar lo extraño de la situaciónen que se encontraban, la abuela situóa Víctor tras su falda. Éste permanecíaagarrado con todas sus fuerzas, sinsoltarse un instante. Intentando hacerel menor ruido posible, Mati tiró de laenclenque portezuela. Cedió sin oponerresistencia alguna, permitiendo así a los


44Ánima Barda - Pulp Magazineimprovisados aventureros acceder alinterior de la casa.Ambos recorrieron el pasillo principalagazapados, como alimañas que vaganpor el bosque intentando no llamar laatención de algún depredador despiadadoy hambriento. El rastro de la violenciase había cebado con las paredesde aquel lugar, presentando un aspectode lo más tétrico y desconcertante. Porencima de todas las cosas había una quellamaba especialmente la atención de laextraña pareja. El silencio. Lo único quese oía eran sus propios pasos, nada más.“Debe ser ésta la calma que llega tras latormenta”, pensó Mati.Sin darse cuenta habían atravesadogran parte del corredor, dejando atrásel gran salón en el que descansaba unachimenea con signos de haber sido usadano hace mucho, una cocina totalmenteintacta que parecía sobrar en aquelesperpéntico acto y el baño de invitadoscon sus toallas perfectamente dobladasy sin síntoma alguno de pertenecer aese pequeño y macabro universo en elque se acababa de convertir el número13 de la calle Sedal.Víctor examinaba minuciosamentecada rincón recorrido. Su instinto detectivescoestaba afilado al máximo debidoa las historias policíacas que su abuelole contaba. En mitad del escrutinio hizoun descubrimiento que le sacó la mejorde sus sonrisas. Abrió sus dedos dejandocaer la falda y se giró. Envuelto en laemoción quiso salir tan rápido que suszapatillas chirriaron al deslizarse sobreel parqué en dirección al salón. Allí conel rostro pálido, erguido y sin mostrarni una sola emoción, le esperaba suabuelo.Mati se dio la vuelta enérgicamente yno creía las imágenes que sus ojos mandabanal cerebro. “Es Hugo”, repetíauna y otra vez. Empezó a caminar en lamisma dirección que su nieto mientrasllamaba la atención de su marido. Éstepermanecía hierático en mitad del salón,como si de un árbol se tratase. Víctorya había dejado de correr e hizo unalto a escasos metros de Hugo. En esemismo instante aquel ser que permanecíainmóvil frente a ellos comenzó a hacertorpes movimientos con la cabeza.- ¿Qué le pasa abuela? –preguntabaun temeroso Víctor.- No lo sé, cariño. No lo sé. –A Matino le gustaba un pelo toda esa situacióny se notaba en sus palabras que apenaspodían salir de sus labios.- ¡Hugo! Mi vida ¿Eres tú? –preguntabaMati insistentemente con la vozquebrada.- ¡Abu! Traigo chuches. Te doy unaspocas si me cuentas una historia nueva.–Víctor intentaba chantajear a su abuelo,a ver si así reaccionaba y salía de suespasmo, pero cualquier esfuerzo erainútil.Hugo, que había permanecido con losojos cerrados en todo momento, levantólas persianas que tenía situadas bajo suscejas dando paso a unas escalofriantespupilas blanquecinas como la cal. Víctory Mati se miraron aterrados y volvieronla vista a lo que fuese aquel serque había robado el físico a Hugo. Éstecomenzó a abrir la boca y de ella salióun líquido que Víctor identificó comoaquella gelatina viscosa que colgaba dela puerta. Antes de que empezaran a correr,un rugido sacudió todas las figurasestratégicamente colocadas sobre elmueble bar. No había duda, eso no eraHugo.


45A. C. Ojeda - EL DESVÁN DE VÍCTORVíctor comenzó a correr sin miraratrás y en dos zancadas se encontrabade nuevo en el pasillo. Resbaló un parde veces con aquel mejunje derramadoen el suelo antes de poder llegar a la escalera,hizo una parada para ver si suabuela venía detrás y no vio nada.- ¡¿Abu?! –gritaba Víctor desesperado-.¡Abuela! Por favor, ¡corre! –La vozde Víctor sonaba demasiado pequeñaen aquellas paredes.- Víctor, corre a tu habitación y cierrala puerta. Yo me quedaré en el baño-esas palabras provenían del salón y eraMati quien las pronunciaba.Víctor, con la tranquilidad de saberque ella estaba bien, subió las escalerasa toda prisa. Su habitación no quedabamuy lejos del rellano en el que moríanlos escalones, por lo que llegó en unsantiamén. Cerró la puerta y se sentótras ella haciendo fuerza con la espalda.Pasaron los minutos y el silencio volvíaa ser dueño de todo cuanto se encontrabaentre aquellos muros. Víctorse moría por saber qué era lo que estabapasando en el piso de abajo, pero nose atrevía a abrir la puerta. Además, nopodía desobedecer a su abuela.Mati, encerrada en el baño, comenzóa escribir una nota para su nieto. Sabíaque no había otra manera de salir deallí. Solía llevar siempre una pequeña libretaen su falda junto con un bolígrafoque le servían para anotar lo que hacíafalta comprar en el supermercado. Estavez el recado era bien distinto, pero teníaque darse prisa porque Hugo habíadescubierto que tras la puerta del bañohabía alguien: ella.La furia con la que aquel engendrogolpeaba la puerta distaba mucho dela apariencia real que tenía Hugo. Susfamélicas manos se habían convertidoen feroces martillos que desgastabanla resistencia de la puerta en cada golpe.Su respiración era un despropósitode sonidos guturales atropellados cadauno con el siguiente, simulando ser unasinfonía de asfixias. Tras la puerta, laslágrimas se mezclaban con la tinta azulde un bolígrafo de publicidad con elque se escribían las palabras más tristesque jamás dedicó una abuela a su nieto.Víctor no se separaba de la puerta niun segundo. Seguía tal y como llegó.Empezaba a ponerse nervioso. Necesitabaesconderse de nuevo tras las faldasde su abuela, pero esta vez no estabaallí. Escuchaba golpes que no sabía dedónde venían, y repetía en su cabeza eldeseo de que esos ruidos no tuvierannada que ver con su abuela. De pronto,una puerta sonó y la voz de su abuelatras de sí.- Hugo cariño, no te pongas así. Tehe dicho que ya estaba lista, era sóloun momento. –Víctor no entendía queestaba pasando ahí abajo. Hace un momentopudo ver el rostro de su abuelo yen nada se parecía a aquel señor que seinventaba cuentos para él.- Agárrate donde quieras y sígueme,tengo algo que enseñarte, mi vida. –Unleve quejido fue lo único que se escuchóy, aunque Víctor no pudiera verlo,Hugo clavó sus incisivos en el brazo deMati.- Ven, sube conmigo la escalera. Vamosa ir a un lugar que te va a encantar.–Mati subía lentamente los peldañosseguida por lo poco que quedaba deHugo.Al término del primer tramo Matiparó sus pasos. Se dirigió a la puerta deVíctor y pasó por debajo de ésta la nota


46Ánima Barda - Pulp Magazineque había estado escribiendo minutosantes.- Pequeño, lee esa nota y no abras lapuerta hasta que no sea yo quien te lodiga. –Víctor asintió con la cabeza comosi Mati pudiera verlo.- Abuela, no te vayas. No me dejéissolo –entre lágrimas intentaba balbucearalgunas palabras.- Eres un niño valiente, sabrás lo quetienes que hacer. No llores y sé fuerte.Te quiero Víctor, tengo que irme, tuabuelo se empieza a impacientar.- Te quiero Abu –una silenciosa gotacristalina recorría su mejilla mientrassalían esas últimas palabras dirigidas asu abuela.Mati prosiguió el camino con su extrañoacompañante al lado. Abrió la puertaque daba acceso al desván y juntosla cruzaron hacia al tenebroso almacénque había en la última planta de la casa.Con paso lento pero firme, se perdieronen la oscuridad de aquella habitación.Parecía que, a pesar de toda la rabia queemanaba de aquella mirada, aún habíaun hilo de cordura en Hugo; el que lehacía seguir a su esposa sin hacer másdaño que el de sus dientes sobre el brazode ésta.Aquel lugar aún conservaba los amarrespara las bicicletas de la familia, asíque usó sus últimas energías para sujetarbien fuerte a Hugo con una de las cadenas.Colocó una mesa a unos metrosde donde se encontraba, asegurándosebien que la cadena era lo suficientementelarga para llegar hasta ella, sólo hastaella. Cogió otra y la pasó por su pierna,quedando ella presa junto a él. En esemomento la locura se desató dentro delcerebro de Hugo y el instinto animalhizo el resto.Víctor sujetaba en su mano la pequeñacarta que su abuela le había escrito yuna vez que pudo tranquilizarse empezóa leerla.Cariño, he hecho todo lo posible pormantenerme a tu lado, pero no ha sido suficiente.A partir de ahora te espera unamisión bastante complicada. Nunca estarássolo en casa, pero para los vecinos, si es quequeda alguno después de esto, sí. Tienes todolo que necesitas en la despensa de la cocina.Yo me iré en unas horas, pero tu abuelo sequedará contigo. Cuídale, que nunca le faltede nada. Esa será la única manera de que nosalga de la buhardilla.Te quiere, tu abuela.- ¡Pequeño! ¡Ya puedes salir de la habitación!–estas palabras sirvieron comoel amargo adiós de Mati a su nieto.


47Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - IIEl pergamino de Isamu - IIpor Ramón PlanaA Atsuo le han encomendado la tareade escoltar a la esposa de su daimioen el viaje a Edo. Varios ninjasvelan por su seguridad, pues el peligroacecha en los bosques. En estamisión, Atsuo tendrá que estar másalerta que nunca.IIIUnas horas antes de que saliera el sol,la caravana emprendía el camino en unabsoluto silencio. Nadie en la aldea, sedio cuenta de su partida. El propósitode Matsushiro era que cuando los echaranen falta ya estuvieran bastante lejos,así evitarían que los posibles espías pudieseninformar a sus enemigos.En prevención de un ataque, Atsuo,le sugirió a Yoko cambiar su atuendo yel palanquín con una de sus damas, yaque las dos tenían una figura y estaturaparecidas, así en caso de una emboscadaesperaban confundir a sus enemigos.También Matsushiro había tomado precaucionesdejando señales para que elmensajero que les enviaba Katsuro desdeel feudo con instrucciones pudieraseguirlos.Los jinetes que iban en cabeza semantenían pendientes de la orografíadel terreno: los desniveles y la densidadde árboles eran propicios para unaemboscada. Seguían predominando losabetos, cedros y coníferas, si bien ibanapareciendo grupos de álamos y hayascon profusión de matorrales, lo que hacíamás intrincada la espesura del bosque.El sol empezaba a teñir las nubesmientras la claridad aparecía poco apoco. Habían descendido hasta el caucedel río en donde el ruido del agua disminuíalos sonidos del entorno. Duranteun rato el camino se estrechaba y serpenteabaentre los árboles, lo que obligóa estirar la caravana. Luego el senderogiró hacia el noreste y comenzó a ascenderen zigzag por una ladera repleta degrandes piedras y de vegetación.En mitad de la pendiente Saburo solicitóel permiso de Matsushiro parabajar del palanquín y caminar, de esta


48Ánima Barda - Pulp Magazinemanera los porteadores llevarían menospeso. Fujio se acercó a él y descabalgópara caminar a su lado. Los dosjóvenes iban charlando y explorandocon la mirada los alrededores del senderobuscando indicios de una nuevaemboscada. Ambos iban armados conlos bokken y las wakizashi.El sol empezaba a calentar y el esfuerzode la subida fatigaba a los porteadores.La caravana hizo un alto pararecuperar fuerzas. Matsushiro mandó ados exploradores para que buscaran indiciosde una posible emboscada. Atsuose acercó al grupo que formaban Yoko,sus damas y los chicos.- Será mejor que lleves tu monturacon las caballerías Fujio, debemos tenerlas manos libres –le dijo Atsuo.- ¿Crees que nos atacaran Atsuo-san?– preguntó Saburo con inquietud.- Seguro –contestó Atsuo mirando elcerro más cercano-. Los que lo intentaronayer querrán rematarlo antes de quelleguemos a Edo. Allí les sería más difícil.Estad preparados por lo que puedapasar –dijo mirando a Yoko.- No estés preocupado Atsuo –le dijoésta sonriendo–, somos un grupo numerosoy harían falta muchos guerrerospara atacarnos. Debemos disfrutar de labelleza del camino y la pureza del aire.- Me inquieta vuestra seguridad y lade los chicos, señora –comentó Atsuo–, pero tenéis razón, lo importante es elcamino.Los sirvientes prepararon una mesitapara servir un té a las señoras, mientraslos hombres y los animales descansaban.Los jinetes echaron pié a tierra.Matsushiro dispuso a los combatientesalrededor del improvisado campamentoy se acercó a charlar con Atsuo.En ese momento, oyeron un griteríopor delante del sendero y vieron a losdos exploradores volver corriendo conun numeroso grupo detrás.- ¡Alarma, nos atacan! –vociferabauno de ellos mientras ayudaba a sucompañero, que avanzaba sujetándoseel hombro izquierdo.La reacción del jefe de la caravana fuefulminante.- ¡Rápido! –ordenó Matsushiro–. Losalabarderos proteged los caballos y losvíveres, el resto conmigo.Desenvainando las katanas, los samuráisse distribuyeron en cuña. Eranatacados por un grupo numeroso demercenarios, compuesto por yakuzas,ladrones y salteadores; los dirigían variosronin sin estandartes ni emblemas.Gracias a los exploradores, al grupo atacanteles había fallado el elemento sorpresa.Varias flechas de los mercenarioscruzaron el aire cayendo sin acierto,los arqueros de la caravana contestarondisparando por turno y eligiendobien los blancos. Por fin los dos bandoschocaron y el grupo de Matsushiro fuedesbordado por la numerosa horda deatacantes. La lucha era en proporciónde dos a uno. Una segunda oleada saliódel bosque en un ataque lateral intentandollegar hasta el grupo de Yoko.Atsuo salió a su encuentro. Un roninle lanzó un tajo a la cabeza, Atsuo loesquivó y desenvainó la katana cercenándolela mano. El herido quiso gritarpero el segundo golpe de Atsuo le cortóla cabeza limpiamente. Aiko, Fujio ySaburo eran atacados por cuatro salteadores,mientras que Yoko y sus damasse aprestaban a luchar con tres yakuzas,uno de los cuales portaba una naginata.


49Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - IIYoko era experta en su manejo, como lamayoría de las mujeres samuráis de familianoble, y Atsuo, sin pensarlo dosveces, desenvainó la wakizashi y la lanzócontra el yakuza, atravesándole elcuello. El hombre cayó al suelo malherido,mientras, Yoko atrapó la lanza enel aire y atacó a los otros dos haciéndolagirar sobre su cabeza y golpeando confuerza cuando veía la ocasión.Una de las damas arrancó la wakizashidel cuello del yakuza muerto y desdeabajo lanzó una estocada al vientre delenemigo más cercano. La hoja se clavóen la cara interna del muslo. El hombrelanzó un grito y golpeó a la mujer conla empuñadura de la katana mientras lasangre le salía a borbotones. Atsuo saltóhacía él y le atravesó el pecho entredos costillas, partiéndole el corazón. Ladama quedó tendida en el suelo, sin conocimientoy con un corte en la cabeza.El tercer yakuza atacó a Yoko a ladesesperada, su golpe nervioso y malcalculado dio en el vacío y perdió elequilibrio, oportunidad que Yoko nodesaprovechó haciendo un molinete ygolpeando con toda su fuerza el costadodesprotegido del malhechor. La hojacurva y afilada de la naginata cortó carney huesos matando al hombre en elacto.Atsuo se volvió con rapidez para ayudara los chicos. Aiko y Fujio luchabancontra dos mercenarios mientras Saburo,ayudado por un soldado, combatíacon los otros dos. La espada de Atsuocentelleó parando un golpe dirigido aAiko, con un empujón de su hombroapartó al mercenario alejándolo de laniña, con un giro de su muñeca colocóla katana en la boca del estómago delatacante y un poderoso golpe en la em-puñadura con la palma de la mano hizoque la espada lo atravesara. Sin sacar lakatana cogió el arma del herido y propinóun tajo con ella al otro atacante entreel cuello y la clavícula. Recuperó las doskatanas y con una en cada mano avanzópara ayudar a Saburo y al soldado.Ante la amenaza de que Atsuo les cogierapor la espalda, los dos mercenariosse volvieron para hacerle frente yatacaron cada uno por un lado intentandosorprenderlo, pero Atsuo era un expertoen la escuela de las dos espadas. Elprimero le atacó con un golpe vertical ala cabeza, que paró cruzando las armas,luego con un molinete le propinó undoble golpe vertical a ambos lados delcuello. El mercenario cayó muerto.El segundo ronin se enfrentó a él poniéndoseen guardia, apuntando con sukatana a la garganta de Atsuo. Luegoempezó a girar a su alrededor, estudiándolo,mientras Atsuo dejaba caerlos brazos a lo largo del cuerpo. El roninamagó una estocada pero Atsuo nose movió. Volvió a amagar, pero estavez después se lanzó dando un grito ala vez que un golpe en diagonal. PeroAtsuo ya no estaba allí, se desplazó girandoy la katana del ronin encontró elvacío. La estocada de la katana izquierdade Atsuo entró por debajo del brazoextendido del ronin, directa a su corazón.El grupo de soldados que defendíanlas caballerías y los víveres luchabansin parar y pasaban apuros rodeados deenemigos. Fujio, Saburo y Aiko se dieroncuenta y atacaron por detrás gritandocon todas sus fuerzas. El ánimo delos jóvenes consiguió romper el cerco, ysin enemigos que los rodearan, el grupode soldados se recompuso. Los heridos


50Ánima Barda - Pulp Magazinese pudieron colocar en el centro, a su alrededorYoko con sus damas, despuésSaburo, Fujio y Aiko, y finalmente lossoldados que aún podían pelear, conAtsuo. Algunos samuráis apartados delgrupo principal por las peleas individualesacudieron a apoyarlos. Los mercenarios,al verse entre dos fuegos, nopusieron mucho empeño en el ataque yempezaron a retroceder para agruparse.La batalla se decantaba hacía los integrantesde la caravana gracias a sudisciplina, decisión y al buen nivel desu esgrima. Matsushiro se mantenía enel centro de sus hombres, rodeados decadáveres. Los mercenarios empezabana vacilar y ahora los samuráis, recompuestosy enardecidos, se revolvieroncontra ellos. La furia del ataque les hizohuir en desbandada hacia la espesura.Cuando el campo de batalla quedó despejadode enemigos el grito de victoriadel clan Hirotoshi resonó estentóreo enel bosque.Matsushiro frenó a sus hombres paraque no persiguieran a los mercenariosy se mantuvieran agrupados, era inútilarriesgarse a recibir una herida cuandola batalla había terminado. Ahora teníanque contar las bajas y curar a losheridos para proseguir el viaje lo antesposible. Las damas, dirigidas por Yoko,hicieron tiras de las lonas de lienzo parautilizarlas como vendas, unos soldadosbajaron al río para traer agua y otrosencendieron un fuego, mientras dos deellos iban a coger un fardo de una de lasmulas que contenía hierbas para haceremplastos, bálsamos y otros remediospara heridas y contusiones.En el combate habían perdido a dossamuráis y seis soldados, quedandoheridos otros siete. Los mercenarios ha-bían dejado sobre el terreno a veintiúncadáveres y se habían llevado heridosa otros diez. Estando las fuerzas más omenos equilibradas, era casi seguro quelos bandidos no se atreverían a atacarotra vez hasta no recibir refuerzos. Detodas maneras Matsushiro puso varioshombres de vigilancia y distribuyó losturnos para veinticuatro horas. Luegomandó a varios soldados abrir una fosa,a unos cincuenta metros del campamento,para enterrar los cuerpos de losmercenarios muertos.Mientras, Atsuo se apartó del grupobuscando pistas que le condujerana los organizadores de la emboscada.Avanzó por el sendero y llegó al puntoen donde los forajidos habían estadoemboscados esperándolos, allí encontróvarios cuerpos con flechas y heridas dekatana en la espalda. Todo indicaba queal estar cerca la caravana, alguien habíaatacado a los mercenarios por sorpresa,atrayendo la atención de los exploradorescon el ruido y los gritos.No le sorprendió encontrar, sobresaliendoen uno de los cuerpos, un trozode flecha con el emblema del clan Shinzo.La arrancó y la enterró un poco másadelante. No era conveniente que si volvíanlos mercenarios para recoger loscuerpos de sus compañeros, encontraranevidencias de que el clan de ShinzoKaito les estaba ayudando. Era mejorque se mantuvieran en la sombra.Volvió sobre sus pasos hasta el campamento,buscando evidencias. Allí encontróa Fujio que le estaba buscandomuy preocupado.- ¡Atsuo-san, he comprobado nuestrosbultos y no encuentro la katanade Takeshi-sensei! –decía angustiado-.Uno de los soldados dice que vio cómo


51Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - IIestaban siendo atacados, eran del clande Hirotoshi, probablemente los enviabaKatsuro para reforzar la seguridadde la caravana además de traer instrucciones.El grupo atacado lo componíanIsobe Nobu un joven samurái discípulode Takeshi; Shima Benkei, médico personaldel jefe del clan, que tenía comoafición la alquimia y la química; y porúltimo Michiko, la hija de Takeshi, lamujer samurái más joven del clan. Lesacompañaban dos enormes perros colorcanela de la raza Akita Inu entrenadospara la defensa, que atendían a los nombresde Chiharu la hembra y Chinatsuel macho.Al verse atacados, los tres echaron piéa tierra, ya que en la estrechez del senderolos caballos eran un inconvenientepara luchar. Mientras, la decisión yagresividad de los dos perros manteníaa raya a los forajidos. Nobu y Michikodesenvainaron sus armas, y sinpensarlo dos veces se lanzaron contrael grupo. Ese momento fue el esperadopor Atsuo para atacar a su vez a los emboscados.Salió de entre los árboles y endos zancadas alcanzó al grupo. Su primergolpe fue para el ronin que llevabala katana de Takeshi, recuperó el fardoy se lo lanzó a Fujio, quien lo cogió alvuelo y empezó a gritar para confundira los mercenarios.Al verse entre dos grupos y sin sabera cuántos tenían que hacer frente, losmercenarios intentaron huir, pero prontose dieron cuenta de que la ventajanumérica estaba de su lado. Ellos eranseis, y en frente tenían a cuatro, un niñoy dos perros. Sonrieron confiados, elloseran asesinos de lo peor, alquilaban susarmas y las sabían manejar, nunca teníanpiedad. Decididos avanzaron haunyakuza revolvía el equipaje mientrasluchábamos, y se llevaba el paquetedonde estaba la katana.Atsuo le miró sorprendido.- Pero, ¿qué interés puede tener paraellos la katana?- ¡La han robado los muy canallas!-exclamó Fujio fuera de sí–. No son másque vulgares ladrones.- No Fujio, la emboscada no era pararobarnos –le aclaró Atsuo-. Hay escondidasotras intenciones que aún nosabemos. En la caravana no llevamosnada de tanto valor que justifique elataque de un grupo tan numeroso. Losmotivos tienen que ser otros.Ambos fueron hasta donde habían estadolos caballos, y allí vieron el equipajeesparcido por el suelo. Atsuo observóhuellas de pisadas que partían de allí yretrocedían en el sendero siguiendo haciala aldea en donde pasaron la noche.Decidió seguirlas y se agachó para buscaralgo que le permitiera identificarlassi las veía otra vez; pronto lo encontró:la suela tenía un dibujo como una medialuna en la unión con el talón.Salieron del campamento, las huellasde la media luna dejaban el camino y seunían a muchas otras entre los árboles.Llevaban caminando un buen trechocuando oyeron pasos de caballos y algunasvoces, y entre el ruido les pareciódistinguir gruñidos de perro. Aceleraronel paso y se asomaron a un pequeñocalvero a pocos metros del camino. Allívieron a un grupo de unos siete mercenariosque intentaban rodear a tres jinetes.Atsuo pudo ver la katana de Takeshienvuelta en su funda de tela y sujetapor una correa a la espalda de un ronin.También reconoció a los tres viajeros que


52Ánima Barda - Pulp Magazinecía ellos, y se encontraron con que susvíctimas les estaban atacando.Nobu hizo una finta a la cabeza desu oponente y cuando éste intentó bloquearel golpe, giró en redondo agachándose,y estirando el brazo descargóun tajo en el muslo derecho del hombre.Éste cayó al suelo con un grito agarrándosela pierna. Nobu atravesó su pechocon una estocada. Quedaban cinco.Michiko avanzó hacía un yakuzamientras éste la miraba sonriente. Aesta jovencita le aplicaría su golpe sorpresa,consistía en lanzar un golpe dearriba abajo y de izquierda a derecha,y mientras ella lo paraba con su katana,él con la mano izquierda desenvainabala wakizashi colocada en su obi ylanzaba un golpe bajo al vientre descubierto.Siempre le había funcionado. Seatacaron, y el yakuza ejecutó el primergolpe. Su sorpresa fue cuando se encontrósu espada sujeta por la rodela de lakatana de su oponente, y su mano izquierdasujeta contra la wakizashi porla izquierda de la joven. ¡Quién iba apensar que la muchacha invertiría la katanacon la punta hacía abajo! Los ojosse le abrieron mucho al comprenderque estaba indefenso ante el descensodel arma. “¡Qué golpe tan inteligente! “,fue lo último que pensó antes de morir.Quedaban cuatro.Benkei miró a su contrincante, erael más corpulento de los forajidos condiferencia, y manejaba dos enormeshachas con soltura. Su físico de huesosgrandes y su cabeza con pómulos muydesarrollados le indicaba al médico queaquel hombre había padecido una enfermedadósea durante su niñez queprobablemente afectó a su desarrollo.Conocía los síntomas. Era casi seguroque aquel individuo padecía de las rodillas,pensó, al comprobar lo torcidasque tenía las piernas. El gigante avanzósobre él lanzando simultáneamenteun hachazo y una carcajada. Benkei seretiró lo justo para dejar pasar el hachay golpeó en la rodilla adelantada consu bo de roble y todas sus fuerzas. Lacarcajada se cortó y el gigante cayó alsuelo. Benkei lo remató con un golpepreciso en el entrecejo. Quedaban tres.Atsuo caminó hacía el suyo. Se tratabade un ronin de sonrisa torcida, queportaba dos ninjatos con las que empezóa hacer molinetes, a cruzarlos y descruzarlosintentando sorprenderle. Le lanzóun golpe a la cabeza con el ninjato dela izquierda, otro golpe al costado conel ninjato de la derecha y repitió a distintosniveles manteniendo el ritmo delos golpes, izquierda, derecha, izquierda,derecha. Atsuo mantuvo la distancia.El individuo concentró su atenciónen el ritmo de los golpes buscando sorprendera Atsuo con uno que le hicieracaer la katana. Atsuo esperó pacientementeparando los golpes, y entre unoy otro se salió de la línea de ataque y,aprovechando la longitud superior desu espada, golpeó en diagonal sobre laclavícula del brazo que estaba más bajo.El ronin cayó de rodillas e intentó ungolpe desesperado con el brazo sano,pero Atsuo lo paró sin dificultad y loatravesó con su katana. Quedaban dos.Fujio se las vio con un forajido armadode bastón, katana y malas pulgas. Elindividuo no paró de decirle lo que ibaa hacer con sus tripas, después de arrancarlelas orejas y sacarle los ojos, mientrasechaba espumarajos por la boca ylanzaba furiosos golpes de bastón seguidosde tajos con la katana. Fujio fue a


53Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - IIlo práctico. Esquivó un golpe, cogió unapiedra del suelo y la lanzó al estómagodel individuo. Cuando este se agachódoblándose por la cintura, le pegó contoda sus fuerzas con el bokken en la cabeza.Se oyó un crujido y el hombre sedesplomó. Quedaba uno.El último estaba en el suelo hacía rato,su cuello aparecía desgarrado por loscolmillos del enorme macho. La hembralo olisqueo y pronto perdió el interés.Atsuo y Fujio se acercaron al pequeñogrupo. Los saludos fueron afectuosos ysinceros ya que todos se conocían desdehacía tiempo.- Nobu, Michiko me hace muy felizveros –dijo Atsuo sonriendo con afecto–.Benkei me alegro de tenerle connosotros, Aiko y Saburo se alegraráncuando le vean.- Yo también me alegro de veros Atsuo–dijo Benkei–, habéis sido muyoportunos.- Le traigo un saludo de mi padre -dijoMichiko sonriendo–, y un obsequio queluego le daré.- Traemos instrucciones de Katsuro–dijo Nobu–. Estábamos muy preocupadospor las noticias que nos llegabande Edo, y al llegar vuestro mensajerocontándonos el ataque a la señora Yoko,pensamos que lo mejor sería cambiar laruta.- Bueno, bueno, ahora hablaremosen el campamento –dijo Atsuo–, nosvendrá muy bien su ayuda Benkei, unapartida de mercenarios nos han atacadoesta mañana y tenemos varios heridos.- No será Matsushiro uno de ellos¿verdad? –inquirió el médico–, lo lamentaríamucho. Es un hombre de muchavalía y le profeso un gran afecto.- No, no está herido –sonrió Atsuo–,Matsushiro está perfectamente. Recojamoslos caballos y vayamos al campamentoantes de que caiga el sol.- ¡Qué contentos se van a poner Aikoy Saburo cuando vean a los perros!-dijo Fujio.- Si –dijo Michiko–, tan contentoscomo tú, ¿verdad Fujio?Pero Fujio ya no la oía, corría hacía elcampamento por delante de los perros,que le seguían alborotados mordisqueándolelos talones.- Él sabrá las horas que ha pasado jugandocon ellos – dijo Nobu riéndose.- No hay más que ver lo contentosque están los animales –dijo el médicomirando con simpatía la carrera de loscanes detrás del joven–, la alegría de lajuventud es un bien contagioso –sentenció-.Tal vez deberíamos jugar nosotrostambién con los perros –dijo pensativomientras recogía las bridas de su montura.Michiko soltó una risita.- No le imagino Benkei-san jugandocon los perros –dijo ahogando la risa.Atsuo limpió su espada de sangre,luego se agachó a recoger el fardo conla katana de Takeshi y se lo colocó en laespalda. Juntos comenzaron a caminarpor el sendero hacía la caravana. Mientras,las sombras de los árboles se ibanalargando conforme se ocultaba el sol.IVCuando el pequeño grupo alcanzóla zona del campamento, pudieron oírcómo Fujio explicaba el encuentro conellos y la escaramuza con los mercenarios.La llegada de los tres miembros delclan tuvo un efecto estimulante para lagente de la caravana.Después de los saludos de rigor,


54Ánima Barda - Pulp MagazineBenkei se puso manos a la obra examinandoa los heridos y dando instruccionespara la preparación de cocimientosy emplastos adecuados. Michiko y losperros reforzaron la seguridad de la familiadel daimio. Yoko sonreía viendocomo Aiko y Saburo jugaban con loscanes, ahora se sentía más segura, ellospercibirían la proximidad de cualquierpeligro. Los animales habían sido entrenadospara defender a la familia deldaimio, y su entrenamiento empezócuando eran cachorros, desde entoncesno se habían separado de la familia hastaeste viaje.Atsuo se acercó al corral, improvisadocon cuerdas, en donde estaban trabadoslos caballos. Buscó debajo de susilla de montar, pero no encontró nada.Esperaba que Shinzo Kaito le hubiesedejado alguna nota informándole de susavances en Edo, y de los posibles peligrosque podían encontrar en el trayectodel día siguiente. Miró a su alrededory observó en la distancia cómo el perrode Yoko, Chinatsu, estiraba las orejasy miraba en su dirección. Sonrió.”Yaestá Kaito por los alrededores”,pensó,“¿cómo podrá evitar el ninja que el perrolo descubra? Será digno de verse”.Se desplazó en silencio, alejándosede la luz de los fuegos, procurandono alarmar a los caballos. Estudió conatención la orografía de los alrededores.Había varios árboles de menor tamañocerca, un par de piedras grandes y el ribazodel sendero en donde empezaba laespesura. Miró de nuevo hacía el perro,estaba con la cabeza apoyada entre laspatas delanteras pero con las orejas tiesasen su dirección. Decidió que el lugarque él escogería para esconderse seríaen la base de las piedras, y hacía allí sedirigió procurando no mover las hojasdel suelo al desplazarse. A pesar de esperarlo,el susurro le sobresaltó.- ¡Muy bien Atsuo-san! –dijo Kaito–.Si espero un poco más, me pisa y medescubre.El ninja estaba cubierto por una redespesa del color de la piedra, y colocadoen un lateral de la roca donde no llegabala escasa luz de la luna.- Hola Kaito, me alegro de oírle.¡Vaya! Es un buen escondite –dijo Atsuosorprendido-. Dígame, estoy seguroque el perro le ha oído, ¿cómo es queno le ha delatado?- Katsuro me pidió que convivieracon ellos estos días para ganarme suconfianza –contestó Kaito sin levantarla voz–, no quiere que me descubrancuando me acerque. Ustedes han tenidoun día movido ¿no? Espero que sus bajasno sean muchas.- Hemos tenido ocho bajas –Atsuo, seapoyó en el tronco de un árbol cercanomirando hacía el campamento–. Despuésdel combate me acerqué hasta ellugar en donde nos habían estado esperando.Allí encontré una de sus flechasclavada en el cuerpo de un mercenario,me deshice de ella.- Se lo agradezco –dijo Kaito–, la llegadade sus exploradores nos sorprendióa todos, tuvimos que atacar al grupopara que no los eliminaran. Casi notuvimos tiempo para borrar nuestrorastro de la zona.- Eso pensé.- Pero un poco más tarde sé que hubootra escaramuza –dijo Kaito-, ¿sabe algose eso?- Sí –contestó Atsuo-, cuando regreséal lugar del combate vi que nos habíanrobado un bulto nada más. Seguí


55Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - IIal ladrón y me llevó a otra emboscada.¿Sabe algo de una katana que pertenecea Takeshi? -inquirió Atsuo.- Algo he oído –comentó Kaito en vozmuy baja–, se comenta que hace muchosaños, cuando Takeshi era un jovenronin, ayudó al clan Hirotoshi pasándolesinformación que le facilitaba a él unconocido armero. Tenía que ver con unaintriga para quitarle las tierras al padrede Katsuro y que las pudiese utilizar lamilicia de Edo. El plan –continuó Kaito–,lo urdió Takayama Sora, que fueuno de los capitanes y fundador de lamilicia. Un hombre muy ambicioso ysin escrúpulos.- Y qué tiene que ver con la katana-preguntó Atsuo.- Verá –continuó el ninja–, el armerointroducía los mensajes en un espaciooculto de la empuñadura. Esta katanapertenece a la familia de Takeshi desdehace más de cinco generaciones, y undía el joven samurái la llevó a reparara casa del armero. Este la refundió pararestaurarle el filo, y a la vez le restauróla empuñadura y le hizo la cavidadpara poderle pasar los mensajes al padrede Katsuro sin levantar sospechas.La katana es una autentica joya, no solopor el trabajo de la empuñadura, sinoen la dureza del filo.- Entonces… –Atsuo se quedó pensativounos instantes-. ¿Así entró Takeshien el clan Hirotoshi, pasándoles informaciónsobre un complot para quitarleslas tierras?- Sí –contestó Kaito–, por eso y porotras muchas cosas.- ¿Y qué tiene de secreto la restauracióndel filo de una katana? –comentóAtsuo perplejo.- Pues, lo que se dice –siguió Kaito–, es que el abuelo del armero tenía unpergamino en donde se enseñaban lasartes necesarias para ser un samuráicompleto. Estas artes se reflejaban en elespíritu, la técnica y el cuidado de la katana–Kaito pensó durante un momentoantes de continuar-. Así, el samurái queconoce estas artes y las pone en practica,consigue la autentica armonía quele coloca por encima de los deseos y laspasiones y le permite alcanzar el satori.Cuando la mente, las emociones yel cuerpo se liberan, se convierte en unsamurái invencible.Los dos se quedaron en silencio duranteunos momentos. Así que era eso,pensó Atsuo. El armero de Edo volvíapara ayudar otra vez al clan de Hirotoshi.Debía de conocer la amenaza que secernía sobre el clan.- ¿Robaron la espada? –preguntó Kaitocon inquietud.- Sí –respondió Atsuo–, pero porsuerte la pudimos recuperar. La encontramosa la vez que a unos amigos delclan. Esa fue la segunda escaramuza.- Ya -contestó Kaito–, oí decir que veníanBenkei, Michiko y Nobu, acompañadosde los perros para proteger a laseñora. ¿No es así?Atsuo iba a responder, cuando observóuna sombra que venía desde elcampamento con rapidez. Levantó ligeramenteuna mano para silenciar aKaito. Pronto reconoció a Chinatsu, elenorme macho se aproximaba a elloscon los ojos brillando y el vientre pegadoal suelo.En ese momento Atsuo percibió quealgo no iba bien. Rápido se agachó allado del perro para sujetarlo. En esemomento oyó el silbido característicode los shakken de cuatro puntas, tres de


56Ánima Barda - Pulp Magazineellos pasaron por encima de su cabezafallando por muy poco y se clavaron enel árbol donde había estado apoyado.En la oscuridad que les rodeaba pudover como varias sombras se movíanhacía ellos con celeridad. Soltó al perroy recibió a la primera sombra desenvainandola katana de abajo a arriba.El ninja atacaba con el ninjato en altodispuesto a descargarlo sobre Atsuo, yse encontró con el golpe ascendente deéste que le abrió el vientre.Chinatsu se abalanzó sobre la sombramás cercana. Atsuo se concentró y miróal suelo a unos pasos por delante de élpara conseguir una visión periférica.Contó seis sombras más. Moviéndosecon rapidez cogió el ninjato de la sombraabatida y se desplazó hacía dondeestaba el perro para evitar que lo dañasen,procurando también que Kaitoquedase a la espalda de los atacantes.De un tajo se deshizo del contrincantedel perro. Chinatsu se quedó a su lado,gruñendo por lo bajo y enseñando losdientes con el pelo erizado. Los seis ninjasempezaron a rodearlos lentamente,esperando un fallo en su atención para,con un único ataque, terminar con losdos. Uno de los ninjas deslizó la manohacía atrás y empezó a cargar una fukiyacon un dardo, probablemente envenenado.Atsuo se preparó para desencadenarun ataque desesperado con la finalidadde acabar con el de la cerbatana antesde que la usara para matar al perro, o aél mismo. Pero en ese momento la partede la piedra que era Kaito, se desprendióde la roca y se lanzó hacía el grupo.El ataque fue silencioso. A pesar de descubrirse,su rapidez asombrosa le permitióatacar antes de que le vieran losagresores. El ninja de la fukiya cayó alsuelo atravesado por el ninjato de Kaito.Pasada la sorpresa, dos sombras selanzaron contra él con sus ninjatos enalto intentando rodearlo. Mientras otrasombra, con ayuda de una red, tratabade detener a Chinatsu. Atsuo se giró yse encaró con las otras dos sombras.Antes de concentrase en el combate,oyó voces en el campamento y comprendióque lo estaban atacando. Teníapoco tiempo si quería proteger a Yoko.


57Cris Miguel - LAWLESS TOWN #1Lawless Town #1por Cris MiguelEn Lawless Town cada vez hay máscrímenes y violencia. Eve se beneficiade ello. Sólo el dinero inclina la balanza.Eve es una cazarrecompensasEstoy revisando una vez más al objetivoque me han mandado que encuentre.Arrastro el dedo en la pantalla unay otra vez, pero no cambia el hecho deque sólo haya dos tristes fotografías yun nombre. Realmente no necesito nadamás, el resto lo buscaré por mi cuenta;como siempre hago. Separo de una patadala silla de la cocina y me pongo enpie. Tengo que ir a ver a John. Fueraestá lloviendo, es habitual, me pongo elcasco, eso parará algo la lluvia; el peloque sobresale me lo meto por la cazadoray arranco.La ciudad, Lawless Town, está sumidaen su reiterado color gris. Zigzagueoentre los coches, es uno de los motivospor el cual tengo moto, no soy más queuna sombra en el oscuro y húmedo asfalto.Llego al apartamento de John me-nos mojada de lo que preveía. Me quitoel casco y la chaqueta y los arrojo decualquier manera entre los trastos queocupan una de las mesas.- ¡Ehh! Ten más cuidado que estáschorreando -me increpa.Me limito a mirarle desafiante. Johnno es mi socio, yo no tengo socios, nocometo el mismo error dos veces; ni siquierasomos amigos. Yo le pago y élme da lo que le pido, así de sencillo.- Quiero que busques información sobreTom Wallas –le digo.- De acuerdo, ¿y quién es?- Si lo supiera no te estaría pidiendoinformación.Teclea en el ordenador durante variosminutos. No suele tardar demasiado asíque deambulo por la estancia, que es unamasijo de cables y cacharros donde lo


58Ánima Barda - Pulp Magazineúnico que sobresale son distintas pantallas.- ¡Mira! –me dice.Al volverme para dirigirme hacia élchocó con uno de sus trastos, el robotque utiliza como asistente.- ¡Joder! No decías que pensaba porsí solo, ¿qué coño hace detrás de mí sinavisar?- Los humanos también piensan por símismos y tampoco avisan –intenta bromearaunque su tono de voz va decayendoy la frase se reduce a un irónico ytriste comentario-. Te acabo de mandartodo lo que he encontrado, lo estándar:dónde trabaja, horarios, rutinas…- Está bien ya tienes tu dinero –digodándole a aceptar en el móvil.- ¿Por qué le buscas? –pregunta conun atisbo de esperanza en sus ojos.- Adios John.En mi trabajo no hago preguntas, poreso nunca respondo a ellas. La informaciónes peligrosa y vincula demasiado.Saber lo justo y necesario me permiteactuar con mayor libertad, sin remordimientos;aunque éstos los dejé hacetiempo guardados en el fondo de un cajónjunto al resto de mis sentimientos.Ha parado de llover cuando salgo; sinembargo el cielo está tan cubierto queparece que la noche se va a cernir sobrenosotros, aunque no son más de lasdoce de la mañana.Al llegar a casa me siento de nuevoen la mesa de la cocina mientras esperoque se materialice mi dosis nutricionalde hoy, que ya se está preparando en elmicroondas. Pongo toda la informaciónque tengo en la mesa, que se enciendedébilmente pasando del verde desvaídoal blanco electrónico. Amplío conla yema de los dedos los horarios queha encontrado John, echando a un ladolas fotografías, las cuales no me interesanespecialmente, ya que me basta unasólo vistazo para no olvidarme de unacara. Me levanto a por mi suculenta comidaque no se aleja demasiado de lasantiguas barritas de proteínas. Saco unvaso de uno de los armarios y me sirvouna copa de ginebra. Me ayudará aentrar en calor y a dejar todas las sombrasatrás, concentrándome únicamenteen mi objetivo: Wallas. Me vuelvo asentar frente a toda la información, queno es muy extensa pero me servirá. Estoscasos suelen ser bastante simples yla sorpresa es mi principal baza. Pongolos pies sobre la silla de enfrente y metermino la comida, si a esto se le puedellamar comida, en dos bocados. Enciendoun cigarro, la nicotina calma misnervios. Me recojo el pelo en un moñosuelto dejando algunos mechones rubiossobre mi cara, y me concentro paraidear la mejor manera de atrapar al señorWallas.Entro en el pub unas cuantas horasdespués. Llego pronto, sólo hay dos mesasocupadas, me siento en un tabureteal fondo de la barra alejada del únicocliente que la ocupa. Dejo el paraguasen el paragüero que hay en un rincón,y mi gabardina negra en el perchero; yaque no sé cuánto tiempo tendré que pasaraquí. El camarero, un robot de últimodiseño, me pregunta qué quiero tomar;soy mujer de costumbres, así quele pido un gintonic. Observo al robot,no estoy habituada a esto, de hecho hevisto muy pocos, sólo las personas másricas y los negocios más prósperos puedencontar con algo así; y no son muchas.La economía de la ciudad no es


59Cris Miguel - LAWLESS TOWN #1muy boyante, además cada vez hay másdelincuencia, algo que no lamento porqueme viene bien para mi trabajo. Imperanlos barrios pobres o medios, poreso me encuentro tan rara aquí. En unpub de lujo, en la manzana donde estánlas mejores empresas. En este momentomi objetivo entra por la puerta acompañadode dos hombre más, compañerosde trabajo. Había decidido esperarleaquí, para evaluarle antes de abarcarle,lo cual pensaba hacer en el parking antesde que se fuera a casa. Paso el tiempoojeando los periódicos, aunque másbien arrastro el dedo por la barra pasandopáginas.Cuando veo que empiezan a apurarsus copas, pago, pasando el móvil porel código de barras que hay al lado demi vaso ya vacío, y me voy. Ya es nochecerrada pero hay más luz por las nubes,aún, abundantes en el cielo. Los taconesde mis botas es lo único que suena en lacalle que está perfectamente iluminada,un símbolo más del barrio en el que meencuentro. La plaza de su parking estáen el segundo piso del subsuelo, salgodel ascensor y me dirijo hacia su coche.Estoy en tensión, el silencio es absoluto,cojo una de las pistolas que tengo en elmuslo, debajo de la falda, más vale prevenirque curar. Me apoyo en una columnaa esperar de cara a la puerta. Elaparcamiento está desierto, sólo quedael coche del señor Wallas, como no esperoningún tipo de imprevisto, me enciendoun cigarrillo, sin dejar la pistola.Suelto el humo y apoyo mi cabeza sobrela columna, estoy acostumbrada a estetrabajo, llevaba años haciéndolo, perola paciencia no es una de mis virtudesy la incertidumbre me seguía poniendonerviosa. En estos momentos da igual lafama que tengas, ni cuánto dinero estéen juego, el vuelco en el estómago es elmismo siempre.Un grito desgarra el aire, sólo tardouna fracción de segundo en saber dedónde proviene, de los ascensores. Echoa correr en esa dirección. El ruido se intensifica,una pelea. Me cago en la puta.Deseo que sean dos borrachos, pero enesta zona de la ciudad es poco menosque probable. Abro la puerta que limitalos ascensores con el aparcamiento deun empujón. Me quedo unos segundocontemplando la escena, mi objetivoestá acorralado en la pared mientras unhombre lo tiene sujeto por el cuello y leestá pegando en el estómago. Ha oídola puerta, pero antes de que tenga tiempode girarse, le doy una patada en lacorva derecha, lo que le hace doblar larodilla y soltar a mi objetivo. Casi notengo tiempo de esquivar el codazo quelanza al tiempo que se gira hacia mí,pero lo hago, y le propino una patadaen el costado derecho que había dejadodesprotegido al girarse. Se dobla ligeramentey aprovecho para pegarme a él,golpeando en su cuello, justo debajo dela mandíbula, y empujándole contra elsuelo. Mientras está tirado, me permitomirar a mi alrededor, mi objetivo noestá por ninguna parte. Mierda. Salgo alaparcamiento y oigo un coche derraparpor la curva de la rampa que da pasoal primer piso. Genial, acabo de perderun dinero precioso. Me vuelvo iracundapara seguir pegando al que se ha interpuestoentre una cifra con muchos cerosy mi móvil.- ¿Ha escapado? –pregunta sujetándoseel costado derecho y apoyándoseen la puerta.Mi ira aumenta y la sonrisa que tiene


60Ánima Barda - Pulp Magaziney en unos minutos se calla y se pone atrabajar.- Esto no te va a gustar –John rompeel silencio.- ¿Qué pasa?- Hace unas horas ha comprado unrobot guardaespaldas.- ¿Un robot guardaespaldas? ¿Quéme estás contando?- ¿No los conoces? –John teclea y meenseña la empresa que los fabrica- W.Sestá creciendo mucho últimamente.- Tengo cosas mejores que hacer queestar navegando.- ¡Es verdad! Matar gente –le miro fijamente,pero él no despega la vista delordenador-. Ah, no tienes de qué preocuparte,el modelo que ha compradono es de los superiores. Es capaz de detectarcuando hay una amenaza pero noataca, sólo avisa a la policía.- ¿A la policía? Como si eso fuera fiable…–digo irónicamente.- No hay nada más que te pueda servir,pero investigaré más.- No, no hace falta. Con esto me sirve.Sólo accede a las cámaras de seguridadde su trabajo.- Eso es sencillo, son estándar. ¿Vas air directamente?- A veces los planes más simples sonlos que mejor salen.- Pues esperemos que te salgan mejorque anoche. –me provoca sonriendo.- Cuidadito –contesto pegándole unpuñetazo flojo en el brazo-. Nadie setoma esas confianzas conmigo.- Al menos dime qué salió mal.- Adiós JohnMe pongo el casco y vuelvo a casa.Me cambio de ropa y me armo, llevodos pistolas con sus cargadores y el restoson dagas y cuchillos que llevo esdesuficiencia me crispa aún más. Nuestrasmiradas se cruzan unos segundos,lo suficiente para que mi único impulsosea sacar la pistola y pegarle un tiro; sinembargo cuando empuño el arma él yano está, y me quedo sola entre las sombrasdel aparcamiento con muchos fantasmasque luchan por abrirse paso enmi cabeza.A la mañana siguiente decido levantarmetemprano. Tras el fracaso de anochetengo que idear una nueva estrategiae informar de que voy a tardar undía más. Cada día que pasa odio másesta ciudad, hasta hace no mucho yo erala única cazarrecompensas de LawlessTown, o al menos siempre me daban losmejores trabajos y nunca me cruzabacon la competencia. Está claro que esoestá cambiando… No era de extrañar,decir que la sociedad en la que vivíamosera egoísta era un puto eufemismo.Todos buscaban su propio beneficio sinimportar lo que le pasara al vecino. Yo,de hecho, soy el ejemplo perfecto deello. Una vez que te internas en el buclede la inconsciencia social es difícil salir,lo mejor es cerrar y tirar la llave; si nadiete importa, nadie puede hacerte daño.Me pongo unos vaqueros cualquiera,una camiseta cualquiera y la cazadorade cuero; y al igual que ayer me encaminoa casa de John. Esto no es tan sencillocomo esperaba, así que tambiénespero conseguir más información quepueda utilizar. John se sorprende al verme,no es habitual que venga dos díasseguidos. Una lluvia de preguntas caesobre mí y demuestro lo experta quesoy en permanecer indiferente. Comosospecho John se aburre de no obtenerningún tipo de respuesta por mi parte,


61Cris Miguel - LAWLESS TOWN #1condidos estratégicamente por todo micuerpo. No conozco otro estilo de vida,pero tampoco lo quiero, me gusta valermepor mí misma; aunque lo que megusta y lo que no hace tiempo que dejóde importar.Llego al edificio de Wallas a la horade comer. Entro como si formara partede mi rutina, en el ascensor pulso el 8.En cuanto se abren las puertas empiezaa sonar una alarma. Avanzo por el pasillocon paso ligero hacia su despacho.Me cruzo con varias personas que no reparanen mí y se dirigen a las escalerasdebido al sonido incesante de la alarma.¿Qué está pasando? Imploro para míque sea John el que lo ha provocado,para facilitarme la entrada, pero en elfondo se que no es así. No me he dadocuenta pero he empezado a correr. Sólome faltan dos puertas. Empuño la pistolay entro en el despacho de Wallas.Mi intuición no ha fallado, el despachoestá absolutamente desordenado y, obviamente,no hay ni rastro de él. ¿Cómopuede haberse adelantado otra vez? Medispongo a salir corriendo cuando elruido se intensifica y me choco con elrobot “guardaespaldas” que entorpecemi camino.- ¡Puto trasto! –le pego un tiro y salgocorriendo hacia el ascensor, pero ya sinla estruendosa banda sonora.Lamentándome por mi estupidez ymi lentitud salgo del ascensor derribandopor poco a una mujer que estabaesperándolo parsimoniosamente. Elvestíbulo está empezando a llenarse degente, tanto por los que han bajado aloír la alarma como por los más madrugadoresque ya han vuelto de comer.Me aseguro que las pistolas no se venmientras llego a la puerta sin parar decorrer. Miro a un lado y a otro, ¿quéespero encontrar, al hombre del saco?Sintiéndome sumamente impotente mefijo en el coche que pasa. ¡No puede ser!Le hago una foto a su matrícula y corrohacia mi moto. Por lo menos podré encontrarlossin dificultad.Programo la pantalla para que meindique la localización del coche, y mepongo en marcha. En cuanto me incorporoa la carretera se pone a llover. Mealejo de la ciudad, las afueras son unamasijo de escombros que aún están sinlimpiar, el paisaje es gris y en el aire serespira el abandono. Hubo una vez enque la estampa era verde y el sol salía amenudo, al menos eso es lo que recordabade las historias que me contabami padre antes de dormir. Ahora todoes sombrío, incluido las almas de losseres humanos que habitamos este lugar;aunque está en nuestra naturaleza,independientemente del clima. Quizásahora esté más a flor de piel. Me concentroen la carretera, no hay muchotráfico, no se suele salir de los límites dela ciudad a no ser que sea para grandesrecorridos. Todos están concentradoscon su propia existencia sea o no patética.Muchas veces me pregunto cuál esla diferencia entre nosotros y los robots,respuesta que en ocasiones se reduce almero acto de respirar. Tomo la salidade la derecha. El coche parece habersedetenido. Varios kilómetros más adelanteveo que hay una especie de casa,aunque es muy pequeña para denominarlaasí. Freno y dejo la moto a un ladode la carretera. Me acerco con cuidado,fuera no hay ni rastro de mi objetivo.Cojo la pistola del cinturón, no me quedaotra que entrar a la descubierta. Pisoel porche con cautela apoyándome en


62Ánima Barda - Pulp Magazinela pared. Los fantasmas vuelven a taladrarmela cabeza, ahora haciendo de mimente su territorio. Respiro y entro.- ¡Suéltalo, es mío! –mi objetivo estámaniatado a una silla en un rincón dela sala.- Voy un paso por delante, has perdido.–Otra vez esa media sonrisa.- Déjate de juegos o te mato- No eres capaz –dice acercándose.Me agarra las muñecas suavemente yhace que deje de apuntarle-. Lo ves –memira directamente a los ojos.Esas palabras son como un resorte yhace que descargue toda mi rabia en unrodillazo, el cual le pilla por sorpresa;sin embargo se nota que está entrenado,y me agarra aún más fuerte de lasmuñecas, estampando mi mano derechacontra la pared. El dolor es comoun pinchazo y no puedo evitar soltarla pistola. Nuestras miradas se vuelvena cruzar. Aprovecho ese segundo parapegarle un puñetazo en el estómago conla mano izquierda, lo que hace que mesuelte el otro brazo y me permita darleen la nariz. Me separo de la pared intentandocoger alguno de mis cuchillos, ladistracción me sale cara porque él, limpiándosela sangre de la cara, arremetecontra mí mandándome directamenteal suelo. Suerte que caigo bien y puedoarrastrarlo conmigo, sino con su envergadurael asunto se hubiese puesto feo.Nos revolcamos por la sucia tarima forcejeando,él consigue ponerse encimade mí inmovilizándome con el peso desu cuerpo. Le miro a los ojos, mis peoresrecuerdos se personifican en su cara.Me tomo mi tiempo para coger aire yretomar fuerzas. Valoro mis opciones yle beso, de una patada lo aparto de mí yruedo por el suelo para zafarme. Consigoponerme de pie con un rápido movimiento,sé que no puedo perder esosvaliosos segundos, empuño mi segundapistola y disparo.El silencio después de un tiro es sepulcral,como si el ruido se pusiera deluto durante los segundos que separanla vida de la muerte.- Joder Eve, creía que lo necesitabasvivo. ¡Me cago en la puta! Estaba dispuestoa darte la mitad. –Me mira desafiante.- ¡Cuánto lo siento! Mi trabajo eramatarlo de manera discreta –le digo.Él aporrea la pared-. Así aprendes a nocruzarte en mi camino –me agacho pararecoger mi otra pistola sin apartar losojos de él.- No eres la única que sabe hacer estetrabajo… Casi te gano, Eve –sus ojos meatraviesan y me transportan a lo que pareceun millón de años atrás- La próximavez no seré tan benévolo. –Alzo unaceja.- Ni yo, Clark. Ni yo.Me subo el cuello de la cazadora ysalgo por la puerta. El aire húmedo mesienta bien en la cara. Esquivo todos loscharcos que hay en el embarrado suelo.Miro al frente. Desde luego no esperabaencontrarme con Clark, huyó de estaasquerosa ciudad muy bien acompañadohace varios años. Me prohíbo a mímisma pensar en él. Me subo a la motoy arranco. Sé que si ha vuelto a la ciudadse tomará la molestia de cruzarseen mi camino, pero no será hoy. Acelero.Aunque he tardado más de la cuentahe logrado mi objetivo, y necesito esasuma de dinero. A pesar de todo hayhalos de luz entre tanta oscuridad.


63Fergus Fergusonnº3 Muerte, no teenorgullezcasM. C. Catalán - FERGUS FERGUSON Nº 3por M.C. Catalán¿Qué tiene Poe en común con unchico de 25 años del 2012? Ambosescribieron en la misma revista y,tras un desafortunado accidente,Fergus se ve atrapado en la casa victorianade la redacción, rodeado detodos los escritores muertos que participaronen ella.La incesante lluvia golpeaba con fuerzalos altos ventanales, convirtiendolos cristales en brillantes borrones quedaban a Fergus la impresión de estaratrapado en aquella estancia por unacortina de agua; encerrado por aquellamisma sensación claustrofóbica que lohabía perseguido en las últimas horas.Desde que lo arrastró tras una falsacortina situada junto al umbral de lapuerta de entrada, Poe lo había conducidopor innumerables y tortuososcorredores; desde largos y oscuros pasilloshasta amplios salones olvidadosincluso por el polvo y provistos de variaspuertas que a Fergus le resultaronmuy complicadas de memorizar.Y cuando, mientras gateaban bajo lalona que cubría un viejo mueble paraacceder a una trampilla, preguntó a suguía el porqué de tanto esfuerzo si am-bos eran capaces de atravesar las paredes,el chico obtuvo como respuesta:“Para que te aprendas el camino, ¡zoquete!”.Lo que sólo sirvió para incrementaren Fergus las sospechas de quesu maestro se estaba quedando con él.Si hubiera podido sudar durante elcamino, lo habría hecho. Y si hubierasido capaz de sentir algo de dolor físico,su rabadilla probablemente se habríaresentido al caer, sin previo aviso,a través de un conducto de ventilación,directo al frío y duro suelo.“O no tan frío”, pensó el muchachomientras escuchaba las sonoras carcajadasde Poe y se frotaba sus partes traserascon creciente enojo. Lo cierto era queen aquella diminuta y oscura estanciahacía calor. ¿Había caído en un agujero?¿En una madriguera de conejo? No. Noolía a excrementos, sino a incienso.


64Ánima Barda - Pulp MagazineSe concentró en explorar su alrededor,temblando de puro miedo por laausencia de luz y las histéricas carcajadasdel escritor fantasmal, que no ayudabandemasiado a mantener la calma.Para Fergus, la oscuridad siempre habíasido un ser en sí mismo; un ente convida y personalidad propia que dabacobijo a los horrores que el ser humanono estaba preparado para ver.Esperando que una garra lo arrastraray devorara en cualquier momento, pestañeócon fuerza y consiguió distinguirante sus ojos un par de luces titilantesque proyectaban sombras en las paredesy el suelo. Sombras que comenzarona tomar forma y pronto se convirtieronen dibujos que cubrían el pavimento yen una figura que flotaba ante él, describiendouna extraña danza.— ¡No me comas! —Lloriqueó el jovena la desesperada—. ¡No, por favor,monstruo, no me comas! Me uniré a tuhorda de seres malévolos y seré tu sirviente,pero ¡quiero vivir! ¡Acabo deaprender a volar! ¡Oh, por favor! —Yasí continuó un buen rato, balbuceandocosas sin sentido, sentado en el suelo yenvolviendo su propio cuerpo con losbrazos.Las carcajadas de Poe sonaron conmás intensidad y, de pronto, una vozgrave y profunda surgió de entre lassombras.— ¿A qué perturbado me has traídoesta vez, Edgar?Poe tosió un par de veces y, medioatragantado por la risa, consiguió pronunciar.— Buenos días, John. Te presento aFergus. Fergus Ferguson. Contratadohace dos días por Mesmerize, muertodesde hace uno. Todo un récord.Fergus vio a medias, a través de lasrendijas que formaban sus dedos, cómola figura avanzaba suavemente haciaél, candil en mano, y cómo lo escrutabaminuciosamente. Poco a poco, acostumbrandosus ojos a la oscuridad, distinguióque se trataba de un hombre deedad algo avanzada. Las líneas afiladasde sus rasgos se incrementaban por unaridícula barbita terminada en punta,que reposaba sobre una amplia gorguerade color blanco, en contraste con susnegras vestiduras.— ¡Oh, Dios mío! ¡Si es Cervantes!Y Poe volvió a reír con ganas. A juzgarpor su acostumbrado carácter taciturno,Fergus habría jurado que aquelera el mejor día de la vida del escritor.— ¡Un respeto hacia la autoridadeclesiástica, jovencito! —Sentenció lavoz cavernosa. —Piensa en tus palabrasantes de decirlas o el lastre de la ignoranciapesará sobre tus hombros hastaque los años nieven cabellos blancos sobreti.Fergus se quedó unos minutos procesandola sarta de palabrejas que le habíasoltado aquel extraño personaje antesde agachar con vergüenza la cabeza yasentir en señal de respeto.— Chico, tienes el honor de conocera todo un maestro en las artes mortuorias.Saluda al más importante poetametafísico inglés del siglo XVII. Autorde reinas, seductor de muchachas y mejoramigo de la muerte y su guadaña.Fergus, te presento a John Donne. Él teayudará a descubrir los hechos que hicieronque hoy estés aquí, igual que meayudó a mí.El joven respiró hondo, asimilandoque nadie iba a comerse su ectoplasma,y dedicó unos minutos a inspeccionar el


65M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON Nº 3horas antes, había descubierto la zonaacordonada.— Parece que he muerto, señor Donne.—De repente, lo invadió un pesarque no supo identificar de donde venía—.Parece que soy un fantasma atrapadoentre estas paredes, igual que vosotros.Y si no descubro la causa de mimuerte mi existencia será más complicada.Tengo un perro, ¿sabe? Ni siquierasoy capaz de abrir una puerta parasacarlo a la calle. De hecho, no soy capazde tocar ningún objeto. ¿Por qué hemuerto, señor Donne? ¿Por qué no meacuerdo de nada? Y, más aún, ¡¿por quéde repente me siento tan triste?!El poeta se lo quedó mirando unossegundos. Parecía una sombra meditabundaque danzaba con movimientosapenas perceptibles sobre los extrañosdibujos que cubrían el suelo: un pentáculo,símbolos arcaicos y alguna queotra calavera. Y después de lo que a Fergusle parecieron horas, el hombre devoz cavernosa profirió, solemne:— Nunca mandes a nadie a preguntarpor quién doblan las campanas, doblanpor ti. Mas nada en nada puede convertirseni lugar alguno puede del todo vaciarse.—Tomó aire, impulso, para deciraquello que parecía lo más importantede aquel críptico discurso—. Los espíritusmás tristes, cuando menos lo parecen,más tristes están.Fergus se quedó esperando a que elfantasma comenzara con la parte comprensiblede las respuestas. Pero, pasadosunos segundos de mutismo, el muchachocomprendió que no iba a decirnada más.— ¡Flipa! Si habla como Yoda. —Yrompió a reír por primera vez en todoel día—. ¿Y para eso me has traído hasespacioque lo rodeaba. El calor seguíasiendo evidente, y la sofocante temperaturale llegaba esta vez acompañadade ruidos metálicos que le recordabana las explosiones de vapor de una viejalocomotora. “Vapor…calor…ruidosmetálicos…”— ¡Estamos en el cuarto de las calderas!—Exclamó Fergus como si acabarade realizar el descubrimiento más relevantede los últimos días—. Por eso…por eso la calefacción nunca funcionaen los despachos ni en la redacción. Poreso el técnico no ha podido arreglarlaen todos los años que esta puerta llevaatrancada. Por eso nadie ha podidoabrir nunca esta habitación… —el chicoseguía sacando conclusiones con losojos abiertos como platos.- ¡Fergus, céntrate! —le espetó Poe.El muchacho trató de calmar su desbocadacabeza. Había ido hasta allí paraconseguir respuestas. Necesitaba esclarecerlos hechos que le habían llevadoa morir, a vagar como un alma en pena—aunque él no se sentía muy apenado—,atrapado en la redacción de aquellavieja revista. Por un momento, habíacreído que su encuentro con los pandillerosde Londres había culminado deforma trágica —probablemente debidoa una paliza o a algo peor—, pero pocoa poco se percataba de que el accidenteque había vislumbrado a través dela ventana de su escritorio se encontrabajusto enfrente de la redacción y noa unas cuantas manzanas, como era elcaso del contenedor en el que creía habermuerto.Miró la ventana empapada de lluviaque daba a un exterior grisáceo, desdedonde se distinguía con dificultad elmismo trozo de calle en el que, unas


66Ánima Barda - Pulp Magazineta aquí? ¿Tú lo entiendes?— Le echó encara a Poe el joven.Los dos espíritus lo miraron con consternacióny el escritor de “El gato negro”respondió dándose una palmadaen la frente. Poe se acercó a Fergus y lesusurró:— Ten más respeto, muchacho. Donnejuega con la muerte. Danza con ella.El día antes de morir dio un sermónque, muchos dicen, fue el de su propiofuneral. No sabes hasta qué punto puedeconvertir tu otra vida en un infierno.El chico reprimió otra carcajada conun sonido ronco y se disculpó.— Perdóneme, señor Donne. Es complicadoentender sus sabias palabras.Pensaré en ello, lo prometo. —Y ya segiraba con la intención de abandonaraquel sofocante habitáculo, cuando unaduda le vino a la mente—. Y, a propósito,señor, ¿por qué nos ayuda?El fantasma de John Donne salió desu trance para recitar, casi de memoria,como si fuera el lema que conducía todossus pasos:— La muerte de cualquier hombre medisminuye, porque yo he formado partede la humanidad—. Y volvió a sumirseen la quietud.— Por supuesto. Por eso, y porque vaa pedirte algo a cambio, no lo dudes.—Le dijo Edgar en un volumen apenasperceptible.Ya en el exterior, aprovechando lasdoce horas de libertad que su “maldición”le permitía, Fergus recorría agrandes saltos las aceras londinenses.Daba dos pequeños pasos cortos y unolargo y a gran distancia del suelo, impulsándosecon fuerza contra el asfaltode la ciudad, como si se hubiera provis-to los pies de muelles.Mientras flotaba, los inquietos engranajesde su cabeza comenzaron a girar,tratando de desenterrar algún significadoen las palabras del fantasma de JohnDonne.“Las campanas… No mandes a nadiea preguntar por quién doblan las campanas…doblan por ti. ¿Por mí? Estáclaro que con lo de las campanas se estabarefiriendo a algún funeral… ¿Querrádecirme algo de mi funeral? ¿Qué funeral?Si ni siquiera tengo familia a la quepuedan avisar y de aquí a que Tucker seentere…” Tucker era el colega más frikique todo adolescente adicto a las consolaspuede desear. El único problema eraque Fergus ya no era un adolescente.Y Tuck tampoco. De unos treinta añosmal llevados, Tucker Sutherby era unexcelente ilustrador freaklance a tiempoparcial —cuando no estaba repartiendopizzas a domicilio—.Bajito y rechoncho, de pelo rubio yralo y con menos carisma que un enanode Moria, eran quizá su actitud reservaday su carácter poco hablador lo quemás valoraba Fergus de su amigo. Eso,y que era todo un hacha con los videojuegos.Cómo iba a echar de menos laspartidas hasta altas horas de la madrugada…Siguió flotando, alicaído, intentandoresolver los enigmas del poeta y tratandode ignorar el creciente olor a pan ya bollos recién hechos que le llegaba devarios comercios cercanos. Obligándosea no pensar en si sería capaz de volver asaborear la comida, dada su actual condición,siguió repitiéndose:“Mas nada en nada puede convertirse,ni lugar alguno puede del todo vaciarse…Mas nada en nada… nada en


68Ánima Barda - Pulp Magazinequien, sin parar de reír, salió corriendoescaleras abajo gritando:— ¡Vamos, Zack! ¿Quieres premio?¡Corre, corre! ¡Premio!Y dejó atrás a un Tucker paralizado,que se había abrazado a las cajas de pizzacomo si fueran su salvación.Tras unos cuantos orines y algún queotro problemilla para hacer que el perrolo siguiera sin correa —y que no se lanzaraa perseguir a todas las ardillas deHyde Park—, Fergus logró llegar al pequeñocallejón del contenedor a escasastres horas del toque de queda. Disponíade poco tiempo…— Zack, busca. ¡Busca! ¡Galleta! —Nosabía si funcionaría el chantaje alimenticio,pero había que intentarlo. Teníaque seguir el rastro del camino que siguiódesde allí hasta la revista.El perro lanzó un soplido e, ignorandodeliberadamente el contenedor debasura, comenzó a ladrar en direcciónal balcón de una de las pequeñas casitasde tejado bajo que poblaban la zona.— ¿Qué hay allí arriba, chico? —Y,como sólo obtuvo un bufido por respuesta—cosa lógica, por otra parte— eljoven se vio obligado a ir a explorar élmismo—. ¡Mi móvil! -Gritó con entusiasmoal descubrir el aparato escondidodetrás de una maceta. Y desdeaquella perspectiva, observó cómo Zackescarbaba entre la basura, dejando aldescubierto el fondo, hasta ahora invisible,del contenedor.Y lo que vio fue la nada en su estadomás puro. Como la “nada” de Donne.¡Un agujero! Un hueco en el plásticodel enorme recipiente que, pese al vacíoque representaba, llenó su cabeza de unsinfín de fotogramas.Recuerdos de sí mismo, aterrado y escondidoentre las bolsas después de haberseburlado de aquel grupo de “chavs”;el sonido de pisadas y el instinto desupervivencia, que lo empujaron a escabullirsepor un oportuno agujero y atrepar hasta el balcón más próximo.Su primera reacción había sido la deesconder su móvil, disminuyendo asíel riesgo de robo en caso de ser descubiertoy, agazapado entre dos helechos,permaneció al acecho.Para su sorpresa, aquella panda deinútiles lo había buscado en el contenedor,sí, pero no habían tardado endistraerse cuando la “adorable” Doveencontró entre los desperdicios algo de“bling, bling” —o comúnmente llamadopor el resto de mortales “bisuteríabarata”— y se habían marchado a seguircon sus chanchullos.Fergus miró con alivio su teléfonomóvil, pero el aparato estaba apagado,sin batería, y él esperaba un mensajeimportante de una persona importante.Bueno, de una chica que ignorabasu existencia, más bien, y a la que habíaestado enviando poemas de forma anónima.Así que había saltado del balcón, devuelta a la redacción, en busca de sucargador, dejando el móvil, que habíaresbalado perezosamente desde su bolsillohasta el suelo, tras de sí.“Así que por eso estaba mi teléfonoaquí tirado. Y por eso…” Se detuvocuando una punzada de dolor se le instalóen el pecho. La daga de la congoja,que ahora le aseguraba cruelmente quetodo tenía lógica; que el de la zona acordonadaera realmente él y que nada habíasido una pesadilla.


69M. C. Catalán - FERGUS FERGUSON Nº 3“Pero, ¿cómo?”El camino de vuelta a Norfolk Square,donde se encontraba la redacción,fue mucho más pausado, casi como unamarcha fúnebre compuesta por él y porZack, quienes, de forma silenciosa, rendíantributo a la muerte de Fergus.“Ojalá fuese capaz de escribir el discursode mi propia despedida, comohizo el señor Donne.” Pensó Fergus.“Quizá le pida que me componga unaslíneas. Puestos a pedir cosas descabelladas…”Y fue entonces, al ver cómo un librosalía volando de las manos de un niño,cuando su cabeza volvió a palpitarle deun modo taladrante, juntando todas laspiezas del puzzle a base de dolor y sangre.De pronto su memoria ya no estabaallí y se encontraba envuelta por páginasy más páginas, llenas de letras y tinta,que volaban a su alrededor sin dejarlever la calle. Y allí estaba el camión dereparto; una furgoneta que anunciabasu llegada con un traumático traqueteo.La misma que recogía los ejemplares dela redacción para repartirlos y venderlospor la noche.La misma que lo atropelló e hizo volarpor los aires miles de ejemplares.En definitiva, a Fergus lo había matadosu amor por las letras.El muchacho lloró por primera vezdesde que perdió la vida. Derramo lágrimasde vapor hasta que se sintió liberado.Y después, con orgullo, alzó lacabeza y dijo:— Vayamos a casa, Zack. Tú tienesque dormir. Y yo, tengo que hacer unpago.


70Ánima Barda - Pulp MagazineEl Libro de Irdys: Blemiaspor J. R. PlanaExtracto del Libro de Irdys, donde sedescriben muchas de las criaturas deotros mundos que viven en éste ocultasa nuestros ojos.Mi nombre es Irdys, aunque eso importapoco, pues se me conoce de muchas maneras.Algunos me llaman “la voz negra”, otros“el que sabe de muerte” y muchos procuranevitarme de todas las formas posibles. He vividodemasiado, y todo este tiempo lo he dedicadoa buscar y entender parte de la vastavariedad de oscuros horrores que horadan latierra. Escucha mis palabras con atención, yque el escepticismo no ciegue tus ojos, puesel desconocimiento de éstas es el camino másrápido para la perdida de la vida y el alma.Estos son los hechos que acaecieron a sirWilliam Whistlepown aquel fatídico día, yque sirven para observar y documentar laexistencia de las criaturas conocidas comoblemias.Si sir William hubiera sabido los terrorescon los que se iba a encontrar esanoche, habría hecho caso de las funestasadvertencias de su amigo. Pero estabaen la plenitud de la vida, era fuerte, ricoy atrevido, cualidades que son la antesalade una muerte prematura.Todo empezó el día anterior, cuandoWilliam abrió la puerta principal de suresidencia y se encontró al chico. Erauno de los miembros del servicio delord Dawn, el viejo amigo, y venía con elaliento entrecortado y la cara sofocada,lo que evidenciaba una presurosa carrera.Estirándose y tratando de no jadear,el muchacho recitó de corrido las malasnoticias. Al parecer, Lord Dawn no podríaacompañar a William en la partidade caza que tendría lugar al amanecer.Una sesión de cartas con Madame Berenicehabía tenido como resultado presagiospoco alentadores.Sir William, con la altivez propia desu condición, lamentó la estupidez de lanoticia y le dijo que transmitiera a su señorsu intención de salir igualmente decacería, trayéndole sin cuidado que losnaipes fueran o no favorables.El joven insistió, pues las órdenes desu amo habían sido tajantes: “Disuade aWilliam de ir por todos los medios, bajoningún concepto debe entrar mañanaen ese bosque. Madame ha visto cosasoscuras, malos augurios”.


71J. R. Plana - EL LIBRO DE IRDYS: BLEMIASWilliam, viendo surgir en el rostro yla voz del criado el miedo y la superstición,rió con ganas, mandando a paseoal obstinado mensajero y las tonteríasde la vieja bruja. Con la puerta cerradaen la cara, al muchacho no le quedó otraque volver por donde había venido.William desaprobaba las costumbresocultistas del anciano lord Dawn. Noera la primera vez que anulaba una caceríaporque su permanente invitada,la infalible adivina Rose Berenice, veíaalgún remoto peligro en las cartas. Lasuperstición de Dawn le provocaba irritación,pues por ella se veía privado desu compañía, que siempre era de agradeceren el enorme y sombrío bosque.Resignado a pasar una solitaria mañanade caza, sir William ocupó el restode la tarde en limpiar y preparar laescopeta, dando al anochecer un paseocon los dos podencos por la campiñaque rodeaba su casa.Salió bien de madrugada, cuando elsol ni siquiera teñía el horizonte, conla intención de estar en el puesto habitualal amanecer. Pronto dejaron atráslos grises muros de la mansión y los límitesmarcados por el seto. El prado seextendía oscuro a su alrededor, inescrutablemás allá de los pocos metros quealumbraba la suave llama de la linterna.Las nubes tapaban las estrellas, dejandoentrever ocasionalmente la blancura dela luna llena, y el silencio dominaba laestampa, roto únicamente por el silbidodel viento.Los perros marchaban cerca del hombre,a pesar de ir sin correas. Mostrabanuna actitud poco usual en ellos, que solíancorrer alrededor excitados por lajornada de caza. Ahora iban despacio,con la cabeza un poco gacha y el rabocasi entre las piernas.Después de una caminata considerable,llegaron por fin a la linde el bosque.Resultaba impresionante a la luz de lalinterna, que lanzaba grotescas sombrascontra los troncos. Para no ser vistosdesde lejos, bajó el nivel de la llama.Después de muchos años viviendo en lacomarca, conocía al dedillo las sendasy caminos, así que se bastaba con pocaluz para avanzar sin problemas. Descolgandola escopeta del hombro paratenerla a mano, se adentró en la foresta,seguido por los dos perros.Tras un trecho de esquivar raíces ypiedras, William observó que los perrosse mostraban reticentes a continuar; sedetenían cada poco tiempo y caminabanmuy pegados a su dueño. Al verlesen esa actitud, no pudo sino acordarsede las cartas de Berenice y sus nefastosagüeros. Hizo un esfuerzo por reírse delas magias en las que Dawn tanto confiaba,pero la mente ociosa, al amparode la oscuridad y el ominoso silenciodel bosque, empezó a imaginar un desfilede horrores antinaturales: amenazantescriaturas acechando agazapadasentre las sombras, diablillos de ojos brillantesy afilados dientes observando ysiguiendo sus pasos, tétricos cadáveresdevueltos a la vida surgiendo de los grisestroncos para arrastrarle con ellos.El vello se le erizó y un escalofrío estremeciósu espalda. Al instante, susmejillas se tiñeron de rojo, inundándolela vergüenza por aquel pueril comportamiento.Eso le ayudó a desterrar lasfantasmagorías, procurando centrarseen vigilar que los perros no se girarande vuelta a casa.Sin embargo, la concentración no le


72Ánima Barda - Pulp Magazineimpidió que se percatara de la quietudque reinaba a su alrededor. Pensó quesi bien es cierto que son pocos los ruidosque se oyen de madrugada, en estaocasión el silencio era casi sepulcral. Nisiquiera se oía el ulular de algún búho oel gruñido de alguna alimaña nocturna;salvo por sus pasos y el jadeo de los podencos,el bosque estaba mudo. Pensócon cierta hilaridad que todo se habíapuesto a favor de las supersticiones deDawn; que aquello tenía un cierto airede complot contra su sosiego mental.Tampoco el ambiente ayudaba: el espesotecho de ramas, unido a la ausenciade luna y el cielo atestado de nubes, volvíanprácticamente inútil la escasa luzque proyectaba la linterna.William empezó a sentirse el centrode atención de todas las criaturas delos alrededores, pues sus botas partíanpequeñas ramas a cada zancada, y lallama de la lámpara sólo iluminaba sufigura, convirtiéndolo en un objetivo visibley muy ruidoso. También tenía laimpresión de que había perdido el rumbo,a pesar de haber pasado poco tiempodesde se internaron en el bosque. Oal menos eso creía él.Al mirar el reloj, no pudo evitar unsobresalto. Llevaban dos horas deambulandopor allí, mucho más de lo quehabían necesitado en otras ocasiones.Inspecciono con cautela los alrededoresy cayó en la cuenta de que no reconocíael terreno. La inquietud invadió susmiembros, pues sus vagas impresioneshabían resultado ser veraces. Intentódesandar el camino, pero en aquellaespesa negrura era imposible saber pordónde había venido. Los perros olieronel miedo y se encogieron, gimoteando.De alguna parte les llegó un gruñido.Los podencos, acobardados y sin ganasde pelear, echaron a correr uno detrásdel otro sin pensárselo dos veces. Williamse quedó congelado en el sitio, estirandoel brazo de la lámpara mientrassujetaba la escopeta con el otro, apuntandoal sotobosque. Miraba en todasdirecciones buscando la fuente del ruido.Un roce de arbustos en su espaldadelató la posición de la posible amenaza.Girando con rapidez sobre sus talones,encaró a la sombra que salía a latenue luz de la llama.Cuando lo vio, suspiró aliviado paraluego echarse a temblar. No era unacriatura del infierno o un ánima sedientade sangre, era algo mucho más real ypalpable: un enorme jabalí, la mitad dealto que él, con enormes colmillos y unamirada feroz. William soltó precipitadamentela linterna para agarrar el armacon las dos manos, disparando a bocajarroel primero de los dos cartuchos. Laestampida sonó por todas partes y losperdigones pasaron rozando al animal,provocándole una herida leve y enfureciéndoloaún más. Con un pulso nadafirme y sabiéndose el claro perdedor delencuentro, apretó a correr, como almaque lleva el diablo, en dirección contrariaal animal. Era una mala decisión,pues iba a ciegas y la bestia podía moversepor el bosque mejor y más rápido.Para terminar con sus posibilidades desupervivencia, aminoró el paso y, girándosea medias, disparó el segundocartucho contra la sombra del animal.De nuevo la mala fortuna, previsibleante tan inconsciente comportamiento,se puso de su parte: no se oyó ningúnquejido del jabalí, que seguía indemney manteniendo su frenética carga. Reanudóla huida por el bosque, aterrado


73J. R. Plana - EL LIBRO DE IRDYS: BLEMIASpor la proximidad del enemigo. Encontró,sin quererlo, una aterradora similitudcon aquellas pesadillas en las queun persecutor invisible corría tras de élen medio de la oscuridad, mientras suspiernas, torpes y lentas como nunca, nose movían con la suficiente ligereza.Entonces algo le trastabilló, haciéndolecaer de bruces, para luego no llegara tocar el suelo debido a un fuerteimpulso que le lanzó con la cabeza pordelante. Era la embestida brutal del jabalí,que le izaba por los aires con loscolmillos clavados en su pierna.Por unos instantes, mientras girabaen el aire, perdió el sentido del espacio,no era capaz de discernir qué estabaarriba y qué abajo. El choque con el suelole devolvió duramente la perspectiva,vaciando sus pulmones de aire. Elterreno era desigual y plagado de pequeñaspiedras y ramas, las cuales se leclavaban en el cuerpo mientras trataba,a bocanadas y entre algunos espasmos,de desbloquear el diafragma y recuperarel aliento.Durante ese corto momento de angustiosoahogo, olvidó por unos segundosla amenaza del jabalí y sus colmillos,causantes de la herida que sentía,palpitante, en su pierna. Fue un grito deespanto y miedo animal lo que le obligóa prestar atención a lo que ocurría a sualrededor.Trató de incorporarse, pero un escalofríoy una náusea le disuadieron deseguir intentándolo. Retorciéndose enel suelo, volvió la cabeza en todas direcciones,buscando la amenazadora sombradel jabalí y el origen del chillido. Laoscuridad era tan absoluta, tan espesa,que sólo alcanzó a ver los grises troncosde los titánicos árboles.Una voz le llegó a través de la negrura.William gritaba desesperadamente,tratando de llamar la atención, perosólo salió un apagado gemido, más parecidoal sollozo de un niño que a ungrito de auxilio.Sir William sintió un vahído, un estremecimientoque revolvió sus entrañas yretorció su mente. El frío y húmedo suelogiraba a su alrededor, mientras los reciosárboles se estiraban hacia el infinito.Se dejó llevar, no opuso resistencia,y, como los restos de un naufragio enun mar tormentoso, su consciencia fuearrastrada por un vórtice de negrura.Para cuando William emergió finalmentede las profundas tinieblas, sólotrajo consigo retazos de extraña realidad.Su viaje había sido un continuo iry venir entre ambas dimensiones, mientrassu cuerpo era izado por dos negrasfiguras, que lo trasportaron a través delbosque. Al principio no supo interpretarnada de lo que había a su alrededor.Los sonidos que le llegaban eran confusos;ruidos incomprensibles. Sus ojosno eran capaces de percibir más que formasborrosas. Pudo ver un gran fuego,ardía a su lado, iluminando una caraarrugada inclinada sobre él, inspeccionándolede cerca. Detrás, a contraluz, seveían otras tres formas erguidas, que aveces parecían personas y otras troncoscon movimiento. Después de andar aciegas durante toda la noche, le reconfortócomprobar que no había perdidola vista.“Ya vuelve”, le pareció oír, “se estádespertando”.Las sombras avanzaron unos pasos.La visión de William estaba aún nublada,pero aún así pudo distinguir que


74Ánima Barda - Pulp Magazineso, balbuceó un “Gracias” e hizo unabreve inclinación de cabeza. Utel sonrió,mostrando una dentadura inusualmenteblanca. Es probable que aquellono hubiera llamado la atención de Williamsi no fuera porque los otros treshombres, que también sonreían, teníantambién dientes blancos y perfectos. Notuvo mucho tiempo para pensar en eso,pues enseguida empezaron a hablarletodos a la vez mientras le acercabanabundante comida y bebida.Con las piernas cruzadas y en el suelo,William daba buena cuenta de losalimentos que aquella simpática gentecompartía con él. Utel se había sentadoa su lado, hablándole del largo viaje queles había llevado hasta allí mientras sonreíacontinuamente. “Es curioso”, pensó,“que esta mujer sea capaz de sonreírtanto rato sin parecer boba”. Era comúnen el ambiente social de este caballerotratar con damas que no escondíannada detrás de una forzada y permanentesonrisa, expresión que mostrabanpor consejo y orden de sus estrictas madres.Utel, sin embargo, tenía unos ojosvivos y astutos, demasiado sugerentespara alguien acostumbrado a la frialdadde las mujeres de su condición.Tambores y flautas empezaron a tocar,y varios nómadas se levantaron desus sitios para bailar al ritmo de la músicarepentina. Panderetas y cascabeles seunieron al coro de voces que puso letraa la canción. Más y más nómadas danzabanalrededor del fuego, dando saltoscon gran destreza. Utel hizo un gesto aWilliam, animándole a salir a bailar conella. El negó con la cabeza, pues dudabaque la herida de la pierna le permitieramoverse. Ella le quitó importancia, diciendoque los ungüentos del curandedoseran varones adultos de rostrosredondos, que lucían largos y espesosbigotes negros; y la otra figura era unamujer, aparentemente joven, de faccionesagraciadas y pelo largo y oscuro.Se revolvió para ponerse de pie, perouna mano lo mantuvo contra el suelo.“Tranquilo, marqués”, dijo una vozcon sorna mientras una mano le sujetabafirmemente contra el suelo. “Noconviene que te levantes tan rápido. Vepoco a poco”.La mano y la cara arrugada pertenecíana un hombre corpulento, de pielcurtida por el sol y ojos oscuros, muysimilar a los otros dos. Usando su brazocomo apoyo, se incorporó. El esfuerzoprovocó que, a ojos de William, las figurasse agitaran unos instantes, desdoblándoseen copias traslúcidas. Cuandotodo volvió a su sitio, recorrió los alrededorescon la mirada. Seguía en elbosque, lo sabía porque las copas de losárboles tapaban el cielo nocturno. Erauna zona despejada, en cuyo centro lahoguera iluminaba varias casas rodantespuestas en círculo. Por el aspecto sededucía que era una tribu nómada. Dispersospor el claro había grupos de personassentadas o de pie. Varios de ellos,los más próximos, miraban hacia dondeestaba William. Los nómadas que estabanfrente a él se aproximaron un pocomás. El hombre de la cara arrugada lehabló, dándole la bienvenida al campamentoy explicándole que aquellanoche había tenido mucha suerte, puesUtel le había encontrado después de habersido herido por el jabalí y gracias aella pudieron curarle la pierna antes deque se infectara. Eso lo dijo señalandoa la mujer que estaba de pie junto a losotros dos. William, incómodo y confu-


75J. R. Plana - EL LIBRO DE IRDYS: BLEMIASro eran muy potentes, y sin duda podríacaminar sin dificultad. Su insistencia,junto con la promesa que ardía en susojos, vencieron los reparos de William,que se irguió con ayuda de la mujer y sedejó llevar junto al resto de la tribu.Al principió se movía con cuidado,esperando sentir el doloroso latigazoque delata a una herida reciente. Manteníaun ritmo menor al de la chica, quese contoneaba con facilidad y gracia.Mientras estuvieron sentados, no reparóen la figura o en la ropa de Utel. Ahora,disipadas las neblinas que entorpecieronhace un rato su visión, y con ellailuminada por el fuego cercano, agitándosecon fogosidad al son de la melodía,contempló el cuerpo bien formado,cubierto únicamente por una camisaescotada y de tela burda, con grandesmangas que dejaban la morena piel delos hombros al aire, y una engañosa faldaque, aunque llegaba por debajo de lapantorrilla, tenía dos aberturas lateralesque permitían ver las largas piernas deUtel cuando esta se movía. La mujer, sibien no era bella según los cánones estéticosde la época, poseía una sensualidadque difícilmente podía pasar desapercibida.Sir William cayó bajo el hechizo deUtel, perdiendo el sentido del tiempo ydel espacio, permitiéndose arrastrar porla cadencia hipnótica de la música y delos movimientos acompasados, a vecesfieros y salvajes, de la mujer. Olvidó porcompleto la herida abierta; apartó a unrincón de su mente lo enigmático y peligrosode aquella noche; y, sobre todo,procuró ignorar el innegable hecho deque el sol hacía rato que tenía que habersalido.Las horas pasaron, era imposible sa-ber cuánto tiempo llevaban dando vueltasel uno frente al otro, todas las vocessonando al mismo tiempo, las flautastocando saltos de notas imposibles, lostambores tronando en los oídos y en elalma, los cascabeles inmersos en su ajetreodelirante, y sus cuerpos sudorososindecorosamente juntos. Alguien habíaencendido varios fuegos, cuyos humos,con extrañas tonalidades, llenaron elaire de sofocantes aromas. Utel estabacada vez más pegada, atrayéndolo yalejándole rítmicamente. En un par deocasiones, al caballero le pareció verque varias figuras estaban completamentedesnudas, pero la densidad delambiente y el frenesí del baile volvíanla escena confusa.De alguna manera, William se encontrócon los húmedos labios de Utel. Lebesó con ímpetu, empujando su bocacontra la de él, anulando cualquier capacidadde resistencia. Esto no era necesario,pues William no tenía ningunaintención de alejarse. Respondió al besocon más ganas que ella, aumentando elritmo y desinhibiéndose por completo.Las manos de ella le aprisionaban confuerza, acercándolo, tratando de fundirsus cuerpos en uno. Inundándolo todo,el cántico demencial que aglomerabavoces, tambores, flautas y cascabelesalcanzó su punto álgido. Utel se separóbruscamente, y él buscó de nuevo loslabios con desesperación. Ella le paró enseco, obligándolo a mirarla a los ojos.Allí encontró una intensidad que jamáshabía visto antes, un hambre voraz quehablaba claramente de sus intenciones.Utel echó a andar, y, de un tirón, arrastróa William detrás de sí, alejándosedel campamento para internarse en laoscuridad de los árboles.


76Ánima Barda - Pulp MagazineElla parecía flotar a ras de suelo, suspies descalzos se movían con ligereza yseguridad, evitando cualquier obstáculodel camino. William seguía sus pasosaturdido, con los latidos del corazón enlas sienes, sofocado por el ambiente ypor el sensual cuerpo de Utel.Se detuvieron cuando las luces de latribu desaparecieron de la vista. Aunqueno entendía como lo habían conseguido,se hallaban en un estrechísimoclaro, que Utel empezaba a iluminarcolocando finos palos que parecían hechosde incienso. Los encendía de algunamanera que William no alcanzaba aver, y despedían un aroma similar al delas hogueras del campamento. El leve ycálido resplandor de las brasillas descubrióen el centro un ancho tocón, dondecabía ampliamente un hombre recostado.Cuando Utel hubo terminado, segiró buscando a sir William. Atrayéndolohacia sí, volvió a besarle con rabia.Separándole con la misma velocidad,Utel le empujó hacia el tronco, obligándolea tumbarse. Ella, alzándose sobreél y poniendo un pie a cada lado desu cuerpo, comenzó a bailar de nuevo,pero esta vez mucho más suave que antes,siguiendo lentamente el compás dela música, que, a pesar de la distancia,llegaba hasta ellos. El baile era extremadamenteinsinuante, y Utel aprovechabapara ir desprendiéndose poco a pocode la ropa. Lo primero que dejó caerfue la falda, mostrando sus suaves ybien torneadas piernas y una corta telaque tapaba sus partes más íntimas. SirWilliam notaba la fuerte presión de laentrepierna, poco acostumbrado a esosdespliegues eróticos. Ella prosiguió desabrochándoselos botones de la camisa,dejando entrever lentamente porcionesde piel tostada. Se arrancó con violencialo que le quedaba de blusa, permitiendoque el aire también disfrutara con sussensuales curvas. William se deleitó conla imagen de la mujer: su suave vientre,sus amplias caderas, sus pechos firmesy redondeados. Sentía una imperiosanecesidad animal de poseerla, no eracapaz de aguantar más. Incorporándosebruscamente, la agarró por la exiguaprenda que le colgaba de la cintura.Al aproximarse a ella, se percató dealgo que no había visto a la tenue luzdel incienso. En su abdomen, recorriéndolodesde el ombligo hasta el esternón,había una especie de cicatriz, que mostrabaun tono más rosáceo que el restode la piel y supuraba algo parecido alpus por varias aberturas. Bajo los senos,equidistantes de la herida vertical y conlas mismas características que ésta, habíados círculos del tamaño de una moneda.Un escalofrío de espanto recorrió laespina dorsal de William al ver aquellasespantosas marcas. Levantó su miradahacia el rostro de Utel, que ahorase mostraba impasible y carente de expresión.Poniendo la rodilla sobre sucuerpo, y con la fuerza de todo su peso,Utel le obligó a tumbarse de nuevo. Esteinsólito y amenazador comportamientoprovocó que el pánico se apoderara deél, que empezó a mascullar preguntasincoherentes. La mujer se colocó conlas dos rodillas encima de sus brazospara impedir que se moviera. Williamse revolvía con vehemencia, tirando aun lado y a otro, en un intento por desequilibrara Utel. En uno de sus empujones,atisbó por el rabillo del ojo variostroncos que se movían. Dirigiendo suatención a ellos durante unos instan-


77J. R. Plana - EL LIBRO DE IRDYS: BLEMIAStes, comprobó con creciente horror quese trataba de los miembros de la tribu.Todos llevaban el torso completamentedesnudo, y, al igual que Utel, esas anormalescicatrices. Sus rostros eran máscarasde indiferencia, carentes de vida opersonalidad.Un estertor atrajo de nuevo la atenciónde sir William. Utel empezaba atemblar y a respirar con jadeos. Lo másinquietante es que el aire no lo cogía porla nariz o la boca, sino que lo inhalabapor la cicatriz. Ésta empezó a abrirsecon un sonido de rasgando, arrancadojirones de carne que quedaban colgandode un lado a otro. La sustancia queparecía pus empezó a salir por la hendidura,descubriendo William que no setrataba de ninguna supuración, sino deuna especie de saliva más densa y blanquecina.La espantosa cicatriz terminóde separarse con un crujido y una succión,para dejar a la vista tres hileras deextraños y puntiagudos dientes.“Una boca”, pensó con angustia, “tieneuna boca vertical en el estómago”.Aún se encontraba tratando de asimilarla extraña transformación cuandola cabeza de Utel se derribó hacia atrásdesmadejada. Las dos marcas que teníadebajo de los senos se separaron rompiendola piel, igual que la cicatriz delvientre, para mostrar dos ojos de caballocon una profunda negrura y brilloantinatural. Incapaz de apartar la miradade aquel infernal espectáculo, Williamoyó los mismos sonidos de roturarepitiéndose por todo el claro. De unrápido vistazo, contempló cómo todoslos miembros de la tribu habían dejadocolgando hacia atrás sus cabezas humanas,desgarrado sus vientres y abiertolas amenazadoras fauces que deforma-ban sus torsos.Entonces el festín empezó. La primeraen probar bocado fue Utel, que, deslizándosehacia abajo mientras le sujetabalos brazos con sus manos, mordióal hombre en el costado derecho, arrancandocon sus afilados dientes parte delos intestinos. Los demás no tardaron enunirse a ella, descarnando el sangrantecuerpo de sir William.Él gritaba, aullaba con todas sus fuerzasmientras pataleaba tratando desoltarse de Utel. Pero era inútil, a cadamordisco que le daban, cada pedazode carne que le separaban del hueso,sus energías se desvanecían más y más.Lentamente, en medio de dolores y unaterrible agonía, la vida de William sefue apagando. Lo último que vieronsus ojos, envueltos en lágrimas y sangre,fueron los hermosos pechos de Utelsalpicados de rojo, que se agitaban, demanera excitante, encima de los despiadadose inhumanos ojos negros.Los restos de sir William Whistlepownfueron hallados días después,cuando el servicio alertó a las autoridadesdel pueblo cercano acerca de lalarga ausencia de su señor. Poco encontraronde él, salvo las prendas y algúnque otro hueso.Todo indica que fue víctima de unacaravana de blemias antropófagos, criaturasmíticas que poseen el rostro en eltronco, y que una larga lista de grandesviajeros han mencionado en los diariosde sus periplos. Estas caravanas solíanrecorrer los campos de batalla y cementeriosen busca de cadáveres recientes,internándose poco a poco en territoriosmás civilizados para atacar a hombresaún vivos y saborear la carne fresca.


78Ánima Barda - Pulp MagazineUnas semanas más tarde, los habitantesde la comarca se enteraron de que,al menos en dos poblaciones ubicadasal sur de allí, varios habitantes habíanencontrado cadáveres en las mismascondiciones, y dos mujeres afirmabanhaber visto una peculiar caravana atravesandolos bosques. Cuando la noticiallegó hasta mi, traté de ponermeen marcha en pos de la troupe blemia,pero, tras un mes de búsqueda, les perdíde vista completamente.Estos dos antiguos grabados, juntocon las narraciones de los testigos y lahistoria de sir William, que no puedocontar de qué manera la obtuve, es laprueba más determinante y fehacientede la existencia de caravanas blemiasantropófagas.Que el cielo nos guarde de cruzarnosen su camino.


79Diego Fdez. Villaverde - EL PROMETIDO HUIDOEl prometido huidopor Diego Fdez.VillaverdeUn joven con una recompensa por su cabeza llega a Avarittia, y los miembrosdel Gremio de Ladrones salen en su busca, pero no son los únicos detrás deldesafortunado. En Avarittia, las mentes deben estar tan afiladas como lasdagas.Eva corría lo más rápido que podíahacia su casa. Una tormenta veraniegacaía sobre la ciudad, y todos los avarittiosbuscaban refugio en cualquiersoportal, árbol, taberna o en sus hogares.Los tenderos gritaban obscenidadesmientras intentaban poner a salvo susmercancías de la lluvia, y algunos niñoscorrían y jugaban con la lluvia, salpicandoen los charcos y tirándose barroentre ellos.Tras recorrer las encaladas calles delBarrio Blanco, llegó a su destino. Era unacasita muy humilde en la zona residencial,con un solo dormitorio, que compartíacon su hermana gemela. Teníauna pequeña cocina que hacía a la vezde comedor, un sótano que utilizabancomo despensa y una buhardilla con laentrada escondida, en el que guardabansu pequeño botín. Al meter la llave de lacerradura, se dio cuenta de que la puertaestaba entreabierta. El corazón le dioun vuelco y oscuros recuerdos llegarona su mente. Desenvainando su daga, laabrió lentamente.- ¿Eva, eres tú? -dijo una alegre Anna.Eva suspiró aliviada, enfundó suarma y entró en la cocina. Anna estabacortando una especie de planta carnosaen la mesa con un vestido marrón y undelantal, mientras un grupo de cuatroniñas de la calle, llenas de barro, las mirabanboquiabiertas.- ¡Hala, son iguales! -exclamó una deellas-. Bueno, ella tiene dos… -la másmayor del grupo no la dejó terminar lafrase con un rápido codazo.


80Ánima Barda - Pulp Magazine- ¿Anna, qué hacen aquí todas las niñas?¿Y por qué has dejado la puertaabierta? -preguntó Eva.- Bueno, respondiendo a la primerapregunta, lo que al principio empezósiendo una inocente pelea de barro dechicos contra chicas, terminó siendouna autentica guerra cuando uno deesos idiotas decidió que sería divertidotirar una piedra envuelta en barro a lapobre Flavia. -Eva cogió una rodaja desu planta y se acercó a la más pequeñade las chicas, que tenía una mano en lafrente y los ojos llorosos-. Yo lo estabaviendo todo desde la puerta, ya sabesque me encanta ver llover, y me parecióque se había hecho daño de verdad; asíque decidí que tenía que ver esa herida.Eva se acercó a ver a la chica llamadaFlavia. La herida estaba entre ceja yceja, lavada y no parecía muy profunda.Tenía los ojos rojos de tanto llorar y, entresollozo y sollozo, se veía que la niñahabía perdido sus primeros dientes deleche.- ¿Y la puerta? -preguntó Anna.- Les he dicho a esos gamberros quemi puerta estaría abierta si querían pedirdisculpas a Flavia, pero creo que noestán por la labor. Cariño, esto te va aescocer un poquito, pero verás que luegoes bastante fresco.Anna frotó suavemente la rodaja dela planta en la herida. La chiquilla semordía los labios mientras una de susamigas le sujetaba la mano. En ciertomodo, le recordaba a su hermana y aella de pequeñas.- ¿Verdad que ya está mejor? Ahora tevoy a poner una gasa y te voy a vendarla herida. -Flavia asintió. Aún gimoteaba,pero había dejado de llorar-. Flaviaestá siendo muy valiente, ¿verdad Eva?- Oh, sí muy valiente. -Eva no podíadejar de mirar a su hermana. Había algohipnótico en la manera en la que tratabaa los heridos, con la disciplina de un military el cuidado de una madre.- ¡Eva, estás empapada! -Anna aúnno se había fijado en su hermana-. Ve acambiarte ahora mismo. Sólo falta quete resfríes.Eva asintió y se fue al dormitorio acambiarse. Quería hablar con su hermana,pero tendría que esperar a que lasvisitas fueran. Su dormitorio era grande,con dos camas, un baúl enorme dondeguardaba su ropa y las herramientasde trabajo, y un armario donde Annaguardaba las suyas. También tenían unpequeño tocador con un espejo de cristal,que Anna se había comprado comocapricho. Se desabrochó su camisa delino blanca, la puso encima de la sillay se quitó sus botas de cuero basto. Sedejó el pantalón de tela negra puesto,no estaba tan mojado y tampoco teníaninguno más que estuviera limpio. Evano se gastaba mucho en ropa, y los otrospantalones se le rompieron en una peleamientras trabajaba de camarera en lataberna gremial.- ¡Muchas gracias, señora Anna! -gritaronlas niñas, y se oyó como la puertase cerraba.Eva no perdió el tiempo y fue a buscara su hermana a la cocina. Anna estabalimpiando el cuchillo en un barreñode agua encima de una de las mesas,mientras tarareaba una alegre cancioncilla.En el fuego había puesto a hervirun pequeño cazo con agua, y, conociendoa Anna, seguro que era para prepararuna infusión.- No me gusta que dejes entrar a cualquieraen nuestra casa, y menos que de-


81Diego Fdez. Villaverde - EL PROMETIDO HUIDOjes la puerta abierta -dijo Eva seriamentedesde la entrada.- Bueno, y a mí tampoco me gusta quete pasees por la casa con las tetas al aire,pero nadie es perfecto, ¿no?- Anna, lo digo en serio, a saber quiénpodría haber entrado.- ¿Quién, un ladrón? ¡Los conocemosa casi todos! -Anna soltó una carcajada,y Eva luchó por no sonreír-. Además,esos niños necesitan que alguien les vigile- Cierto, ¿qué tal sus padres? -Annase acercó a la mesa de la cocina y cogióuna silla, la dio la vuelta y se sentó conlos brazos apoyados es el respaldo.- Eva, la mayoría de esos niños sonhuérfanos de padres que fueron a laguerra, madres muertas en los partoso simplemente sus dos padres trabajandía y noche para sacarlos adelante.- Eres demasiado buena, Anna.- Esta ciudad a veces es demasiadomala.Las hermanas gemelas Garibaldi eranidénticas en todo. Las dos eran pelirrojascon el pelo rizado y de ojos verdes,tenían un rostro perfecto salpicado conalgunas pecas, medían un metro setentay, aunque carecían de grandes curvas,lo compensaban con un cuerpo atlético.La diferencia más evidente es que Annaera tuerta y llevaba un parche sobre sucuenca derecha. Además, Anna era muchomás dulce, atenta y alegre que suhermana Eva. Mientras que ella lo únicoque le interesaba era abrir cerradurasy cómo salir airosa de una pelea, Annaera una gran aficionada a la botánica.Podían haberse permitido una casa másgrande, pero ésta tenía un gran patiotapiado en la parte trasera de la casa,donde podían cultivar una gran canti-dad de plantas; sin embargo, ningunade ellas tenía un fin ornamental. A unobservador desinformado le pareceríaque su pequeño jardín no estaba biencuidado. Todas las plantas que ella poseíatenían alguna propiedad útil parasu trabajo, ya fuera medicinal, como elacíbar que había usado en la cura de laniña, o tóxicas, como la belladona o latuera.Anna sacó el agua del fuego, la vertióen dos tazas de madera e introdujo enellas unas hojas de tilo. Puso una cercade donde estaba sentada Eva, con la esperanzade que la probara.- Anna, necesito tu ayuda con un trabajo-dijo Eva, cambiando a un tonomás suave.- ¿Qué clase de trabajo? -le preguntóAnna, mientras bebía su infusión-.¡Hmm! Esto necesita más tiempo paraque repose.- Al parecer un joven de Lirol, Dionisio,se ha escapado de su casa. Sus padreshabían preparado un matrimoniode conveniencia con una familia ricaque sólo tiene una hija. No sé muy bienlos detalles, pero hay una buena dote depor medio. Lo que sí sé es que ofrecenuna buena recompensa al que le lleve acasa: cien monedas de oro. Y tambiénsabemos que está aquí, en Avarittia,gastándose el dinero de sus padres enbebidas y putas.- ¿Y supongo que pedirle por favorque vuelva a su casa no vale? -volvió apreguntar Anna, mientras removía lataza con un dedo.- Puede, pero ¿quién se llevaría la recompensa?-Eva dio un sorbo a la infusiónde su hermana. Estaba asquerosa-.No, quiero capturarle yo.- Esto es nuevo, robar una persona.


82Ánima Barda - Pulp Magazine¿Lo sabe el maestre?- Fue a quien le llegó la noticia. No esun trabajo del gremio, pero me ha dadosu visto bueno.Anna miró a los ojos a Eva. Sabía muybien cuando mentía, aunque esta no erauna de esas ocasiones.- Volviendo al tema -prosiguió Eva-, le he estado siguiendo estos tres días.Se aloja en la posada La Gaviota Negra,y allí se toma unas copas antes de salircon una cuadrilla de amigos que seha echado en la ciudad. Es el único momentoen el que está solo.- ¿Y qué vas a hacer? No puedes llevárteloa rastras del local.- Me preguntaba si tú podrías hacermealgún tipo de narcótico para echarleen su bebida… Nada fuerte, sólo quierodejarle un poco desorientado.Anna arqueó las cejas, asombrada.Frunció el labio, y levantó su único ojo,pensativa.- Supongo que algo puedo hacer -dijoAnna, mientras asentía para sí misma.- Estupendo, pues si puedes para estamisma noch…- Quiero el treinta por ciento de la recompensa-la cortó Anna, mientras bebíala infusión.- ¿Qué? -Eva se levantó del asiento,enfadada-. Ni de broma. Un veinte a losumo.- Un treinta, en el cual se incluye el alquilerde uno de mis vestidos. ¿O acasovas a seducir a un noble vestida cómoun mendigo?Eva no había pensado en ello. No teníanada que ponerse para simular elcortejo a un noble, y desde luego no podíair con sus pantalones llenos de barro.- Me parece justo -accedió Eva.La posada de la Gaviota Negra estabacerca del puerto y, debido a sus preciosun tanto elevados, en sus habitacionesnormalmente se alojaban comerciantesy nobles cuyos barcos habían hechouna escala en Avarittia. Ciertamente elservicio y la bebida eran buenos, eraun sitio tranquilo y elegante, y por lasnoches la taberna se llenaba de genteadinerada buscando amistades que leproporcionaran enlaces comerciales enotras ciudades o países.Eva llegó a la posada en el ocaso, conel cielo encendido en un intenso colornaranja. Su hermana no había conseguidoque se pusiera un vestido elegantecon el que se sintiera cómoda, así quele eligió un sencillo conjunto de dospiezas: un corpiño y una falda de lanamerina, ambos de un color verde queresaltaba el color de sus ojos, además deuna chaqueta abierta de ante negra enla cual llevaba el narcótico escondido enuna de las mangas. Debajo de la falda,que planeaba quitársela en cuanto salierade la taberna, llevaba sus pantalonespuestos. Además del vestuario, Anna lehabía dejado un collar, unos brazaletesy unos pendientes de oro sencillos, y lehabía recogido el pelo en un moño. Evapuede que no pareciera una duquesa,pero al menos daba el pego como asistentede una.Eva le había pedido a Ricco, su protegidoen el gremio de ladrones, quele esperara en uno de los callejones dela posada. Era un joven con una melenacorta negra, no especialmente altoy que estaba intentando que le crecierauna barba. Él estaría escondido, y sóloentraría en acción cuando ella le dierala señal. Cómo si fuera a actuar en una


83Diego Fdez. Villaverde - EL PROMETIDO HUIDOla ciudad, y yo no tengo nada que hacerexcepto escuchar a dos viejos hablarsobre importaciones de hortalizas. Asíque he salido a explorar.- Vaya, ¿y qué es lo que más te gustade la ciudad? -Dionisio empezó a bajarla mano por la espalda lentamente.- Pues… -“Que gente como tú acabamuerta en una semana y a nadie le importa”-.El paseo marítimo es bastantepeculiar, y la catedral de la Colina es espectacular.Y encuentro a sus hombresbastante interesantes. -Eva sentía nauseasal escucharse decir esas palabras.-¿Ah, sí? -Su mano terminó de detenerseen el culo de Eva, dándole un estrujón.“Capullo”.- ¡Uy! Que rápido vas, y sólo estamosbebiendo vino… -Eva apartó suavementela mano de Dionisio. No queríaparecer asustada, pero desde luego noquería que le toqueteara el trasero-.¿Qué te parece que pasemos a algo másfuerte? ¿Orujo, quizás?- ¡Me gusta cómo piensas! No he probadoel orujo de aquí. ¿Por qué no? ¡Camarero,dos orujos!Su hermana le había advertido de queel narcótico que había preparado teníaun suave sabor amargo, y esperaba queel orujo lo tapara. Sólo tenía que buscarla oportunidad de envenenar su bebida.Y no quería alargar más esa farsa. Sinque Dionisio se diera cuenta, se desabrochóun brazalete y lo dejó caer alsuelo.- ¡Oh, qué desastre! Debe de estarsuelto… -hizo un ademán de ir a recogerlo.- Tranquila, yo te lo cojo. -Dionisio reaccionócomo esperaba Eva, que con lavelocidad de una serpiente sacó el frasfunción,Eva estiró los músculos e hizomuecas con la cara, y con la sonrisa másinocente que pudo poner entró en el local.La posada estaba elegantemente decorada.Había tapices en las paredes,cortinas de terciopelo en las ventanas ymanteles bordados en las mesas, en lascuales hablaban, bebían y jugaban a lascartas sus clientes. A Eva lo único quele importaba era su objetivo, un chicode pelo castaño rizado e imberbe, conla cara y el cuerpo rechonchos. Estabasolo en la barra, bebiéndose una copade vino. Se acomodó cerca de él, a dosasientos de distancia.- Camarero, quiero lo mismo que estátomando ese caballero -pidió Eva dulcemente.- Oh, es sólo vino barato -se excusó eljoven-. Seguro que prefiere algo mejorque esto.- Bueno, así invitarme a esta copa note será tan caro. -Le dedicó una risita asu presa, mientras el camarero le servíauna copa. Odiaba el rol que estaba interpretando,pero era la mejor manerade acercarse a un hombre como él.- ¿Qué te hace suponer que te voy ainvitar? -respondió él con una sonrisapícara.- Quizá una buena conversación yunas cuantas copas más -Eva dio unaspalmitas al asiento de al lado, y el chicose acercó.- Mi nombre es Dionisio, encantado.- Elisabeth -mintió Eva.- ¿Y qué hace una joven moza cómotú sola a estas horas? -el joven puso unamano sobre el hombro de Eva y empezóa moverla suavemente.“¿Moza?”, pensó ella.- Mi padre está haciendo negocios en


84Ánima Barda - Pulp Magazineco del narcótico, lo abrió, vertió su contenidoen el orujo y lo volvió a guardaren la manga de la chaqueta. Si alguiense dio cuenta, no debió de importarle.- Toma, aquí está. Tu brazalete.- Qué amable. ¡Un brindis por tu caballerosidad!- ¡Salud! -dijeron los dos, y las copasde madera hicieron un ruido seco.Mientras Dionisio se bebía el líquido,Eva lo miraba fijamente. Su hermanahabía dicho que el narcótico haría efectoen unos diez minutos, pero no queríaesperar tanto tiempo.- Me preguntaba si te gustaría salir ala calle a dar un paseo, y quizás acompañarmehasta mi posada -coqueteóEva.- A sus pies, mi señora -Dionisio hizoun amago de reverencia.“No lo sabes tú bien”, pensó ella.Eva ofreció su brazo y el joven lotomó para sí. Salieron de la posada juntos.Ella le guió hasta el callejón dondeles esperaba Ricco. Cuando hubieronavanzado un poco, ella echó un vistazoa su alrededor y, al no ver a nadie, separó en seco, miró a los ojos a Dionisioy le dijo:- Llevo toda la noche esperando estemomento.Él se la acercó, con sus labios preparadospara besarla… pero lo único querecibió fue un golpe en la nuca con laempuñadura de la daga de Ricco. Dionisiocayó redondo al suelo, y lo arrastraronal callejón.- Vaya, si que le has cazado pronto-apuntó Ricco, mientras buscaba en laropa de Dionisio algo que saquear. Encontróuna pequeña navaja y una bolsade dinero con cinco monedas de oro ycuatro de plata.- Créeme, si por mí fuera hubiera sidomás rápido. -Eva se quitó la falda y se ladio a Ricco. Éste le pasó su estoque y sudaga, y las puso en su cinturón-. Esperemosque los narcóticos le hagan efectoy no se despierte hasta que lleguemos algremio.Cogieron a Dionisio por los hombrosy, antes de que pudieran salir del callejón,un hombre apareció por dondeellos habían venido.- Dejad ese chico ahora mismo -lesdijo, mientras se acercaba a ellos. Riccoy Eva se giraron para ver la nueva amenaza.Tal y como iba vestido, con unaarmadura de cuero y unos pantalonesde tela negra, un guardia no parecía. Teníael pelo moreno y largo, recogido enuna cola de caballo, y una barba espesa.También llevaba dos dagas largas en lacintura, en unas fundas de madera.- ¿Quién lo dice? -preguntó Ricco.- Soy el guarda personal de Dionisio.- He seguido a este hombre durantetres días, y es la primera vez que te veo-dijo Eva. Soltó el brazo a Dionisio yechó mano de la empuñadura del estoque-.Hay una recompensa si se entregaeste hombre a su familia, y estoy seguraque no eres más que un buitre siguiéndonos.Te sugiero que te marches si noquieres salir herido.- Ahí te equivocas, muchacha -elhombre desenvainó sus dagas, mientrascaminaba hacia ellos-. He venido desdeLirol porque me han contratado paraque este hombre no regrese nunca consu familia. Al menos vivo.“Un asesino”, pensó Eva. Ella empuñósus armas, el estoque en la derechay la daga en la izquierda, y se puso enposición de ataque.- Ricco, llévate al angelito a la casa


85Diego Fdez. Villaverde - EL PROMETIDO HUIDOlidad. En la última parada, ella contraatacócon fiereza, replica que el asesinoevitó agachándose. La ladrona entoncestrató de herir las piernas del asesino,que evitó con un salto hacia atrás. Conotro hacia delante, embistió a Eva conlas dos dagas por delate, y ésta tuvoque bloquearlas con la empuñadura desus dos armas. La fuerza del ataque yel barro la deslizaron hacia atrás, y apunto estuvo de perder el equilibrio. Elasesino siguió empujando, pero Eva encontrósuelo firme y fijo con fuerza suspiernas.- Muy solicitado está el pobre Dionisio-dijo Eva, mientras mantenía el agarre-.Unos quieren secuestrarle, otrosmatarle…- Cosas de nobles -le contestó su oponente-.Ya sabes, si el chico muere, otrose casará con su prometida. Y con ellairá su enorme dote.- Ah, el amor -suspiró Eva. Entonceslevantó los brazos con todas sus fuerzasy desequilibró al asesino.Rápidamente, ella realizó con la dagaun corte veloz en la frente de su rival.Él se separó de ella, mientras se tocabacon una mano la herida. No era grave,pero empezaba a sangrar bastante, y sila sangre llegaba a los ojos perdería visibilidad,poniéndole en una gran desventaja.Desesperado, lanzó a Eva unade las dagas. Ella no esperaba el ataque,y lo evitó lateralmente demasiado tarde.Aunque el arma no llegó a clavarse,le causó un buen tajo en el brazoizquierdo, que obligándola a soltar ladaga. Eva se agachó a recoger su armamientras le apuntaba con el estoque.- Dime, ¿tus dagas están envenenadas?-le preguntó con cierto miedo Eva.- No sé a quién te enfrentas normalgremial.¿Podrás cargar con él?- Eva, puedo ayudarte…- Es una orden, Ricco. ¿Podrás con él?-insistió ella. El callejón era demasiadoestrecho, y podría resultar una molestiatener un compañero en esta pelea.- Creo que sí. -Ricco puso un brazo deDionisio sobre sus hombros y le rodeócon el suyo la espalda-. Pero tardarébastante.- ¡No te lo llevarás a ninguna parte!-gritó el asesino, cargando contra ellos.Eva no era de las que se quedan esperando,así que corrió a su encuentro.La chica lanzó una rápida estocada asu oponente, pero el asesino se paró enseco y desvió el estoque con una de susdagas, intentando apuñalar a Eva en elcuello con la otra. Ella bloqueó el ataquecon su propia daga, y lanzó unos cuantostajos con el estoque para obligarle aretroceder.- ¡Vete, Ricco! -gritó Eva.Ricco asintió y se puso en marcha,alejándose del callejón lentamente. Evatenía que hacer lo posible por detenera ese hombre, pues el suelo aún estabaembarrado y podría seguir las huellasde Ricco, que se movería despaciomientras cargara él sólo con Dionisio. Yaunque era un excelente ladrón, comoluchador dejaba bastante que desear.El asesino volvió al ataque, pero ellaparaba todos sus envites con el estoquemientras esperaba a que apareciera unhueco en sus defensas.- Eres bastante buena para ser unamujer –se burló.- Pues tú eres bastante malo, para serun asesino profesional -contestó Eva, ydespués le sacó la lengua.Ofendido, lanzó una serie de cortescontra ella, que rechazó con mucha faci-


86Ánima Barda - Pulp Magazinemente, pero en Lirol no hacemos esas cosas-el asesino empezó a correr hacia ella.- ¡Pues has de saber que en Avarittianunca jugamos limpio! -En vez de cogersu daga, agarró un poco de barro y selo lanzó a la cara. El asesino, desorientado,se llevó las dos manos a los ojos.Eva aprovechó esta oportunidad paraclavarle el estoque en un brazo y, conla mano izquierda, le pego un puñetazoen la frente donde tenía la herida.El asesino cayó al suelo de espaldas ycuando pudo abrir los ojos tenía la puntadel estoque de Eva el cuello.- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Eva.- Giulio.- Giulio, en el fondo somos bastanteparecidos -dijo Eva, usando un tonodiplomático-. Un trabajo nada honrado,peligroso y a veces mal pagado. Almismo tiempo, entiendo que no podrásvolver a Lirol sin el trabajo completado,así que no puedo arriesgarme a que matesa mi objetivo antes de que llegue acasa.- Si vas a matarme, hazlo rápido.- Bien mirado, eso solucionaría misproblemas. - Eva le clavó ligeramente elestoque en el cuello-. Pero no, sólo soyuna ladrona, no quito la vida a la gente.Entonces, elevó su arma hasta el hombroderecho de Giulio y lo atravesó conla punta, retorciéndolo lentamente. Elhombre gritó de dolor, pero ella no sedetuvo.- ¡Zorra!Eva enfundó sus armas y cogió las dagasdel asesino, para cerciorarse de queya no era un peligro. La sangre brotabade su herida y discurría por su brazo,manchando el barro de la calle de rojo.- Saliendo del callejón a mano izquierda,dos calles más allá, hay un hospicioregentado por sacerdotes donde te curaránlas heridas. Disfruta de la piedadde Avarittia. Es escasa.


87A. C. Ojeda - PICADILLY TALES IIPicadilly Tales II“El principio delfin”ICuando las cosas no salen a la primera,es mejor no forzarlas. Tenía quehaber hecho caso a esa frase antes de telefoneara Christine. Anoche, mientrasme retorcía sobre el colchón incapaz deconciliar el sueño, marqué su número.Los días habían pasado sin que hubiéramostenido contacto alguno tras nuestracita. No era demasiado tarde, así quedebía responder a mi llamada. Un ruidosonó al otro lado de la línea telefónica.- Eh, hola Damián, espero que tengasnoticias para mí.- Pues la verdad Chris, llamaba paraver cómo estabas, no hablamos desdenuestra cena. –craso error el mío.- ¿Haces esto con todas tus clientas?–sus palabras me dejaron frío como uniceberg a punto de desmoronarse.- Eh, Chris pensaba que teníamos unaamis…- Un contrato y un caso en el que investigar,eso es lo que tienes querido. –interrumpió así mis palabras.- Está bien Christine. Siento decirteque poco he avanzado en tu encargo,pero cuando tenga noticias serás la primeraen saberlo –intenté reponerme desus duras palabras sacando mi dignidadprofesional.- Así me gusta, buen chico. Ahoratengo que dejarte, tengo un asunto entremanos que no puede esperar más.- Lo siento Chris, no te molestaré.- Lo sé, adiós Damián. Cuídate.¿En qué cambiaría tu vida si supierasel día en que vas a morir? Noquieras saberlo, disfruta de la ignoranciapor A. C. OjedaColgué y el silencio volvió a apoderarsede mi habitación envolviéndolotodo en la más absoluta calma. No sé enqué momento me atrapó Morfeo, perocuando volvieron a abrirse mis ojos lucíanespléndidos los rayos del sol a travésde mi persiana.IISalí de casa pensando en Chris ylo estancado que me había quedado ensu investigación. La verdad es que nome suscitaba ningún interés, menos aúncon su actitud. El nuevo rol que habíaadquirido me sacaba de quicio, no entendíaqué le podía haber pasado durantesu estancia en el extranjero paraalterar tanto su personalidad. Quizástodo estuviera relacionado.Contrariado y sin ideas viré mis pasosen dirección al trabajo, no sin antesrellenar mi preciada petaca. Sus delicadosbesos calmaban mi ansiedad.El cansino tono de llamada me trajode vuelta al mundo real. Saqué a todaprisa el móvil del abrigo esperando quefuese Christine, pero ni rastro de ella.Un simple “número privado” inundabapor completo la pantalla. Descolgué yme lo acerqué al oído.- Sí, dígame.- ¿Es usted el señor Dolz? –odiaba todaslas conversaciones que comenzabanasí, nunca me traían nada bueno.- ¿Quién pregunta por él? –respondísin identificarme.


88Ánima Barda - Pulp Magazine- No juegue conmigo, tengo muy pocotiempo y no quiero malgastarlo.- ¿Quién se cree que es para hablarmeasí? –mi cabreo empezaba a ser mayúsculo.La ración de ninguneo estaba completacon el comportamiento de Chris.- Como usted quiera, Damián. No selo repetiré, procure estar atento. Tieneun regalo esperándole en los almacenesBradbury. Confío en que sabrá llegarsin problemas. Una vez que esté allívolveré a llamarle. Recuerde que tengopoco tiempo, no me haga esperar.Antes de que pudiera decirle un parde cosas había colgado. ¡Maldito teléfono!Últimamente sólo me traía desgracias,pero al fin y al cabo en eso consistíami trabajo. De hecho cuánto mayor fuerala desdicha, más beneficio obtenía.Me quejaba por gusto.IIISin perder más tiempo me puseen camino. Los almacenes no quedabanlejos de casa, pero era demasiadadistancia para ir andando. Arranquéel motor y las ruedas respondieron alacelerador girando frenéticamente. Enunos minutos me encontraba con el vehículoaparcado y mis pies enfrentadosa un portón metálico lleno de grafitis.En el centro de aquel portón se encontrabaotra portezuela que daba acceso alinterior del recinto. La penumbra me esperaba.La empujé con sumo cuidado yme adentré en el interior. Una bofetadade putrefacción golpeó mi olfato nadamás entrar. Intenté buscar el origen deaquel olor pero era complicado en aquellaimprovisada noche. Al fondo pudedistinguir un haz de luz interrumpidopor un algo que pendía de una cuerda,sería aquel el regalo del que hablaba lavoz del teléfono.En cuanto di el primer paso la puertase cerró violentamente. Perdí en esemomento el único salvoconducto quetenía para salir de allí. Sin más opciónme fui acercando hasta el lugar siniestramentemarcado por la luz. El presenteque me esperaba colgado de aquellasoga era un cuerpo destripado de cerdo.Sobrecogido por la situación empecé amirar a todos lados, tenía la sensaciónde estar siendo observado desde algúnpunto de aquel claustrofóbico almacén.De repente el teléfono empezó a sonar.IV- Veo que ha sido capaz de llegar sinproblemas, señor Dolz.- ¿Cómo leches me ha visto? –la sensaciónde ser vigilado se había convertidoen una realidad.- No es usted quien hace las preguntas,Damián –replicó aquella voz-. ¿Velo que tiene delante? ¿No encuentranada peculiar?- Hay un cerdo colgando de un ganchoen un almacén abandonado ¿Puedehaber algo más raro? –todo esto empezabaa inquietarme.- Mire al pobre animal por el otro ladoy encontrará lo que le digo.Giré alrededor del cadáver y comprendía la perfección sus palabras. Enel otro costado, la cara que permanecíaoculta a primera instancia, había escritoun nombre con sangre.- Gunter Glock ¿Qué quiere decirmecon esto?- A ver cómo se lo explico señor Dolz.Ese cadáver debería ser el de Gunter,pero alguien le avisó a tiempo para evitarlo.


89A. C. Ojeda - PICADILLY TALES II- ¿Un chivatazo? ¿Alguien le advirtióde que le estaban siguiendo?No comprendía dónde se encontrabael factor paranormal en todo aquello.Parecía un asunto para la policía, no uncaso para un investigador paranormalvenido a menos.- No exactamente señor Dolz.- Cómo no se explique mejor voy atener que abandonar su juego –le repliquéen todo molesto a la misteriosa voz.- Alguien con la capacidad de ver eltriste final de cada uno de nosotros conun simple roce.- ¿Qué intenta decirme?- Lo que intento explicarle es que existealguien con la capacidad de adivinarnuestro amargo destino con un simplecontacto. Ese alguien, señor Dolz, soyyo.VEl teléfono se descolgó repentinamentey unos pasos empezaron a sonartras de mí. Era inútil volverse e intentarbuscar con la vista de dónde proveníanaquellos rítmicos e incesantes pasosque lentamente se aproximaban. Todopermanecía oscuro, siendo aquel rayoque penetraba por la parte superior dela nave el único farol que alumbraba laestancia.Fuese lo que fuese aquello, cada vezestaba más cerca. A los pocos segundosel silencio se adueñó de toda la sala. Podíaoír a la perfección el frenético cauceen el que se habían convertido mis venasinyectando sangre a mi sobrecogidocorazón.Noté una respiración cerca de minuca y algo apretó con fuerza mi mano.Los pelos del cuello se me erizaron y unfrío intenso recorrió cada rincón de micuerpo. Intenté forcejear para liberarmede aquella mordaza pero era imposible.Aquella trampa para osos de carne yhueso me atrapó sin posibilidad de movimientoalguno. Estaba a su merced.La presencia cada vez estaba más cerca,hasta que por fin pude notar su tenuevoz justo detrás de mi oreja.- ¿Qué tal Damián Dolz? –reconocíinmediatamente aquella voz, pertenecíaal propietario del “número privado”.VI- ¿Quién es usted, maldito loco? –preguntémientras intentaba deshacermede la llave con la que me mantenía apresado.- No se preocupe por eso, no necesitasaberlo. Por otro lado me pregunto¿Quién no quiere saber cómo y en quémomento le va a llegar su hora? Ahoramismo pasan por mi cabeza unas imágenesque podrían ser muy útiles parausted. ¿Desea conocerlas, señor Dolz?Me temblaban las rodillas, aquel locome había tendido una trampa y yo habíacaído como un párvulo. Su pregunta rebotabacontra las paredes de mi cerebrodesgastando mi mente hasta provocarleun profundo dolor. Un volcán en erupción,eso parecía mi tráquea. La pugnainterna por satisfacer o no a la curiosidadterminó cuando mis labios respondieronafirmativamente a su cuestión.- Está bien caballero, preste atencióny disfrute del viaje –estas palabras sirvieronde prólogo a la narración de miocaso.VIISalí de allí con más preguntas delas que entré. El misterioso hombre quearruinaba el final de nuestras pelícu-


90Ánima Barda - Pulp Magazinelas vitales permaneció dentro de aquellanave mientras yo la abandonaba endirección a mi coche. Seguramente setrate de algún loco o alguien con demasiadotiempo libre. Si tenía razón en suspalabras o no, sólo el tiempo me lo diría.Me monté en el coche y hundí el aceleradorhasta chocar contra la alfombradel suelo. Tenía que pasarme por la oficinay además no quería permanecerallí ni un segundo más. Aprovecharía eldía de hoy para avanzar algo en la investigaciónde Chris.Todo el tiempo que duró el largo paseomotorizado hasta mi despacho sólopude pensar en una cosa. ¿Y si no seequivocaba ese maldito loco? ¿Y si teníarazón y lo que narró a dos centímetrosde mi oído era realmente mi muerte?Sólo pensar en eso me ponía la piel degallina. Busqué mi petaca en la guantera,necesitaba sentir sus fríos labios. Erala única que conseguía sosegarme a faltade una buena mujer.Nunca antes había ansiado estar enaquella pocilga de papeles en la quese había convertido mi lugar de trabajo.Necesitaba sentir que estaba en unazona segura y aquel sitio lo era. Se habíaconvertido en un escondite perfectoante el mundo que me rodeaba. Nadiesabía que existía, ni siquiera los clientesque necesitaban de mi ayuda, por eso elnegocio empezaba a caer en picado.VIIIMe monté en el coche para dirigirmea una de las direcciones que teníaapuntada de la cena con Chris. Resultóser una cafetería bastante lejos del edificioen el que se encontraba mi guarida.En concreto, tenía que seguir a un tipodel que no me dio ningún nombre, sólouna foto borrosa sacada con su propiomóvil. Al parecer este sujeto había estadosiguiéndola en un par de ocasiones.Hacía un buen día así que me sentéen la terraza a disfrutar de mi café conleche. Poco tardó en aparecer por allí mi“nuevo amigo”. Se acercó a la camarera,a quien saludó con familiaridad, y sesentó dos mesas más a la derecha de miposición. Se pasó todo el tiempo haciendollamadas telefónicas, no paraba dehablar, parecía una cotorra. Esperabaalgún tipo de anomalía en su visita alcafé. Christine me había dicho que teníapor costumbre venir acompañado,nunca aparecía solo. Por eso me parecíaextraño.Un chico fornido interrumpió mis cavilacionespara preguntarme si las sillasrestantes de mi mesa estaban ocupadas.No esperaba a nadie así que podía usarlassi quería. Acto seguido mi hombrese levantó, pagó su café y se marchó. Yole imité a la perfección, sin dejar rastro,había sido una vigilancia demasiadotranquila. Ojalá todas fueran así.IXDe vuelta a casa, no pasaría ahorapor la oficina, me pregunté si aquelmisterioso hombre de la nave seguiríaallí junto a su cerdo. En este negociotienes que tener un nivel de curiosidadbastante elevado, si no es imposible resolveralgunos temas.Decidí poner rumbo a la ubicacióndel almacén Bradbury. Me había quedadocon tantas preguntas que hacerle alvidente siniestro que no podía aguantarni un minuto más.Llegué a la puerta y aparqué en lamisma acera. Todo seguía tal y como la


91A. C. Ojeda - PICADILLY TALES IIprimera vez. Me bajé del coche y empujéla puerta con más miedo aún que ennuestro encuentro anterior. Mis ojos nopodían creer lo que estaban viendo. Laoscuridad había desaparecido por completoy no había nada en el interior. Undesierto era lo único que quedaba de loque antaño fueran los famosos y sofisticadosalmacenes de ropa Bradbury.Intenté regresar al punto exacto en elque se encontraba el cuerpo colgado.No había sangre en el suelo y el huecopor el que entraba la luz parecía habersido arreglado.Salí de allí más asustado que si hubieravisto al mismo demonio. Fuera meesperaban un tipo pegado a un revolverque no dudó en adherir a mi cuerpo unpoco de plomo en cuanto me tuvo a tiro.Notaba el denso deslizar de la sangrepor mi abdomen, antes de que huyerapude reconocerlo. Era el tipo sin nombreal que había estado observando enla cafetería, me había seguido.Aun retorciéndome en el suelo seacercó un hombre, que me resultó familiar,para recordarme que no era asícomo me había dicho que pasaría.


92Ánima Barda - Pulp MagazineConsumido por el fuegoEs viernes, Charlie sólo quiere desconectar en el pub de siempre. Allí conocea una guapa chica, que le enseñará que las apariencias, a veces, engañan.por Cris MiguelAquella tarde seguí la misma rutinade todos los días. Salí del trabajo y antesde subir a casa entré en el bar de laesquina a tomarme una cerveza. Se notabaque era viernes porque el pub estabamás animado de lo habitual. Toméasiento en la barra y pedí un tercio.Estuve pensando en banalidades de lavida mientras la bebida me refrescaba lagarganta. Recordé la última bronca quehabía tenido con Julia, los problemas demi trabajo… Sandeces. Su risa resonó entodo el local y no pude evitar girarmehacia donde estaban ellas, cuatro chicasjugaban al billar animadamente, supuseque eran universitarias. Volví a hacercaso a mi botellín y a mis cavilaciones,pero una y otra vez su risa interrumpíael devenir de mis pensamientos. No podíaevitar mirarla, tan despreocupada,tan feliz. Me giré rápidamente en mi taburetey fijé la vista en las numerosasbotellas que había tras la barra, al mismotiempo que daba un sorbo más. Ellallegó dos segundos después, se puso ami lado con la vista fija en el camarero,que en ese momento se encontrabametiendo unos vasos en el lavavajillasal otro lado de la barra.- ¿Ganas o pierdes?- ¿Perdona? –me miró extrañada, aun-que la sonrisa no había desaparecido.- Al billar –hice un gesto con la cabezaen dirección a sus amigas.- ¡Ah! De momento gano –tamborileóla barra pero el camarero seguía a losuyo-. ¿Y tú qué haces aquí solo? –Alcélas cejas sorprendido.- Siempre hago lo mismo, una cervecillaantes de subir a casa, me relajadespués del trabajo. Además aprovechopara pensar e inhibirme. En mi pisosin embargo siempre encuentro algoque hacer y los momentos introspectivosbrillan por su ausencia. –noté queme escuchaba, siempre me funcionabahacerme el sincero con las chicas, y estaesperaba que no fuese una excepción.- Estaría mejor si tuvieses a alguiencon quien compartirla, y más hoy queya es fin de semana. –me sonrió- ¡Cuatrocañas por favor! –el camarero asintióy se puso a tirar la cerveza.- ¿Tienes alguna sugerencia en cuantoa la compañía? –le pregunté flirteando.- Puede que cuando termine la partidate recomiende a alguien –me guiñóun ojo y volvió con sus amigas.No acostumbraba a quedarme tantotiempo en el bar, pero la promesa deaquella chiquilla bien merecía la penala espera. Una vez más pensé en la discusióncon Julia, esa mujer sí que sabíasacarme de mis casillas. En el fondo sabíaque era culpa mía, que era yo el quese empeñaba en negar las evidencias,


93Cris Miguel - CONSUMIDO POR EL FUEGOque no estaba preparado para comprometerme.A fin de cuentas estaba aquí,esperando a una chica cualquiera… Losremordimientos casi consiguieron levantarmede aquel taburete, pero mi yomás profundo se reveló defendiendo sunaturaleza. ¿Por qué tenía que cambiarpor una mujer? Ella debería aceptarmetal y como soy, debería…- ¡Hola! Ya he terminado la partiday he vuelto a ganar –dijo tocándose elpelo y apoyándose en un asiento a miderecha.- Puff… Con la tarde que llevas, entonces,lo más seguro es que salga perdiendoyo –dije haciéndome la víctima.- O puede que ganemos los dos –dijoella de forma sugerente.- Soy Charlie –le tendí la mano.- Carol –Ella me la estrechó.- ¿Quieres que vayamos a otro sitio?- ¿Qué tal a tu casa? –me contestó, nopude evitar sorprenderme.- Claro está aquí al lado.Pagué y en pocos minutos estábamosen el portal. Se paró unos segundos enel espejo para atusarse su larga melenacastaña. “Coqueta” pensé. Y reí paramí, porque no me podía creer la suerteque estaba teniendo. No es que no tuvierafacilidad con las chicas, pero ligaren un bar era un tópico que rara vez habíaculminado con éxito. Llegamos a mipuerta y la invité a entrar, ella muy desenvueltadejó la cazadora en una silla ypasó a mi salón, se sentó en el sofá y conun gesto con la mano me indicó que mesentara a su lado.- ¿Quieres tomar algo?- No… creo que he bebido demasiadacerveza –dijo sonriendo y mordiéndoseel labio.- Nunca es demasiada –me miró re-probatoriamente.- Bueno, ya que me tienes aquí, desahógateconmigo.- ¿Estás segura? ¿A lo mejor te aburro?–contesté mordazmente.- Es mi tarde de suerte, no puede salirmal. –Sus ojos centelleaban vivazmentey su tono era más ambarino que miel,esos ojos me recordaban…Me obligué a dejar de pensar y la besé.La agarré del cuello para atraerla haciamí, me separé un segundo para mirarlay fue ella la que volvió a besarme. Sulengua era inquieta y dulce, y mi cuerpodio una leve sacudida como respuesta asu pasional arrebato.- ¿Por qué no vamos a tu cama? –mesusurró al oído mientras me daba besosen el cuello.- Lo que tú quieras, niña.La cogí de la mano y la guié por elpasillo hasta mi habitación. Nos quedamosde pie mirándonos, le aparté elpelo de la cara y continué besándola.Me encantaba esta sensación, Julia nopodía pretender que abandonara esto.Conocer a una persona por casualidad,entregarte a ella sin saber nada de suvida… era inquietante y morboso, ésaera mi droga y no quería desengancharme.Me empujó sobre la cama y ella sequedó de pie, desnudándose sensualmente,prenda por prenda, mirándomey girando sobre sí misma. Cuandose desprendió de toda la ropa, se sentóencima de mí. Se acarició sus pechoslentamente y luego cogió mis manoscolocándolas sobre ellos, repitiendo elmovimiento. Su tacto era muy suave ynoté en las palmas de mis manos quesus pezones se estaban tensando igualque mi entrepierna.


94Ánima Barda - Pulp Magazine- Ves como tú también estás ganando–dijo sujetando mis manos, que aún estabanen sus pechos.- Es pronto para decirlo –bromee. Ellafingió indignarse y se apartó de mí, sentándosea mi lado-. ¿Te has enfadado?–deslicé mis dedos sobre su espalda.- Sí –contestó ella cruzándose de brazos.- A ver cómo puedo arreglarlo…Me incorporé y la tumbé debajo demí, la di besos por el cuello, por su pecho,por su tripa…- ¿Estás más contenta? –la acariciésuavemente la cara bajando hasta suombligo.- ¡No! –me agarró de la camisa y meatrajo hacia ella besándome intensamente.Rodamos por la cama y volvimos ala posición inicial. Carol empezó a desabrocharmela camisa, botón a botón,sabía que yo no quería esperar muchomás, pero se deleito desnudándome.Cuando por fin estuvimos al mismonivel, yo estaba completamente tenso.Ella siguió jugando haciéndome esperar,pero por lo menos me acariciabay me saciaba algo de mi deseo con sumovimiento de mano rítmico e intenso.Yo la tocaba cuando me dejaba y comprobéque también estaba húmeda y atono conmigo. Movido por un guturalimpulso, la cogí y me tumbé encima deella, sonreía, y la penetré sin más miramientos.Estaba ardiendo. Mantuve elritmo y al poco, la cambié de postura,la di la vuelta y me agarré a sus pechosque se movían al compás que yo marcaba.Intensifiqué las embestidas, ellarespondió con roncos gemidos que hicieronque aumentara aún más el ritmo,sujetándome ahora a sus caderas. Nopude aguantar más y me fui, aunque losoía lejanos, sus gritos demostraban queella también había llegado.Salí de ella y me dejé caer boca arribasobre la cama. Carol estaba boca abajoa mi lado. Ambos estábamos recuperandoel aliento. Me fijé en el techo.¿Cuántas veces había hecho esto? ¿Concuántas mujeres? Y cada una era distinta,todas tenían algo en especial. Hacíanque dejara de pensar en el trabajo, eranuna bella y perfecta distracción. Si nome hubiera encariñado tanto de Juliamis problemas disminuirían notablemente.“¿Sería capaz de echarme de laempresa?”, me pregunté. La verdad eraque ahora no importaba. Sólo importabael cuerpo de esta bella joven.- ¿Qué piensas? –me preguntó.- La pregunta del millón –dije a modode respuesta.- En realidad es muy simple, no semerece valer tanto.- Si todos dijéramos lo que pensamos,estaríamos solos.- No estoy de acuerdo –dijo negandocon la cabeza.- ¿Ah, no?- No. Yo soy sincera y transparente. Ytú también, por lo menos una parte deti, sino no estaríamos aquí tumbados enla misma cama.- Quizás tengas razón…- ¿Cómo que quizás? –preguntó bromeandoy pellizcándome el brazo.Era tan natural, tan sencilla, para ellatodo era fácil. Lástima que luego las cosasse compliquen, o las complicamosnosotros mismo conforme sumamosaños. “¿Tendré la crisis de la treintena?”.- ¿Cuántos años me echas? –la pregunté.


95Cris Miguel - CONSUMIDO POR EL FUEGO- Hmm… veintisiete –dijo divertida.- Casi, treinta.- ¡Oh! No los aparentas –dijo verdaderamentesorprendida.Eso me hizo sentir mejor, puede quetuviera un grave problema de madurez.“¿Me habré convertido en un Peter Pande esos?”. Resoplé y me quité la idea dela cabeza.Acaricié a Carol que dormitaba sobremi brazo, sumergí mis dedos entre supelo, lo tenía muy suave.- Voy a por un cigarro –se levantó, medio un beso en la nariz, se puso las braguitasy mi camisa, y salió.Seguí mirando al techo. “¿Realmenteel estrés me producía compórtameasí?”. Aunque las chicas no deberíantener ninguna queja conmigo. Vi comovolvía Carol, cómo caminaba, sus largaspiernas. Se sentó de nuevo encimade mí, llevaba un cigarro en los labios.Hacía años que no fumaba, desde queera adolescente. Me besó suavementedejando en mi boca el sabor amargo dela nicotina. Se sacó algo que tenía guardadoatrás y me disparó. Así fue comomorí.Pasaron varias horas hasta que medi cuenta de que ya no volvería a respirar;sin embargo sigo aquí, casi dosdías después, esperando a que alguienencuentre mi cuerpo. Sé que eso no ocurriráhasta mañana, lunes, cuando meechen de menos en el trabajo. Todavíatengo una sensación rara en el estómago,aunque ya no tengo estómago, ya nosoy nada; pero me siento mareado. Trasestar un día entero en shock mirandomi cuerpo inerte tirado sobre la cama,probé a moverme y me deslicé por elpasillo. Las nauseas fueron tales que mequedé en un rincón; no sé cuánto tiempoestuve ahí.Hoy domino más esta forma incorpórea,y hasta me atrevo a atravesarpuertas. Acción que me deja sin energía.Aprovecho para pensar en todas lascosas que no he hecho y me autocompadezcopor estar preocupándome pormis problemas el mismo día que morí.Por lo menos fue un buen polvo, lástimaque fuese una psicópata. Como unfogonazo veo la cara de Julia, ¿por quéno me habrá llamado? Puede que mehaya comportado como un capullo conella, pero hablábamos todos los días.¿Sentirá mi muerte, mi asesinato? Seguramentecrea que ha sido un suicidio,la hija de puta de Carol me disparó enla sien derecha y dejó la pistola en mimano. Pero había gente en el pub quenos vio salir juntos, deseo con todas misfuerzas de ánima que la pillen y la encierrenuna temporada.No sé cuánto tiempo terrestre mepaso flotando por el salón, miro por laventana y ya ha oscurecido. Pienso enJulia. Qué ironía de la vida: yo que nome quería atar, ahora que estoy muerto,sólo pienso en ella. Decido comprobarsi puedo salir a la calle para ir a su casa,que no está lejos. Siguiendo la costumbresalgo por la puerta, atravesándola,y siento un cosquilleo. Cuando estoyya en la calle, intento esquivar a toda lagente, como me resulta difícil, floto hastaquedarme suspendido por encima deellos.Llego relativamente rápido a casa deJulia, o eso me parece a mí. Ya en su descansilloatravieso su puerta con cautela.Siento como si le estuviera robando suintimidad, avanzo por el pasillo hasta lasala de estar de donde procede el ruido,


96Ánima Barda - Pulp Magazineque supongo que será la televisión. Locierto es que sólo he estado un par deveces en el piso de Julia, prefería llevarlaa mi casa que es más grande y máscéntrica. La veo y me quedo paralizado,está realmente guapa, con el pelo recogidoen un moño y las gafas de pastapuestas. Nunca la había visto así, nuncame había despertado con ella. Me atrevoa entrar y me pongo muy cerca de sucara, ella parece que nota mi presenciaporque se encoge en la sudadera quelleva puesta.- ¡…no lo encuentro! –oigo que diceuna voz desde la habitación.- Tiene que estar –contesta Julia.La voz misteriosa se acerca y se apoyaen el marco de la puerta. Si pudiera quedarmehelado, ahora mismo lo estaría.- ¡Bah, da igual! Ya me lo darás –dicesonriendo y sentándose al lado de Julia.No se parece en nada a la chica queme mató, se ha cambiado el pelo, ahoralo lleva corto y está… rubia. Si albergabaalguna esperanza de que la relacionasencon mi asesinato se acaba de esfumar.Creo que nada me puede sacarde mi parálisis, pero me vuelvo a equivocarcuando veo que se besan. Notoque me estoy enfadando y me sientofuerte. ¡Son amantes! Otra ironía de lamuerte, lo que hubiera dado en vidapor ver esto, o estar en medio. Empiezoa atar cabos y deduzco que Carol no esuna psicópata, lo ha hecho a propósito,para quitarme de en medio… Mi ira aumenta,yo no quería a Julia, me hubieraapartado sin más, las hubiera dejado vivirfelices. Sigo sin entender nada y misentimiento de impotencia crece.- Que corriente, ¿no? –se queja Carol.- No hay nada abierto –dice categóricaJulia.- A lo mejor es Charlie –dice sonriendoCarol- ¿No creerás en esas cosas? –preguntacon media sonrisa.- Nunca se sabe –contesta enigmáticay Julia la da un cojinazo- ¡Eh, Charlie!¿Estás aquí? – “Ojalá pudiera, zorra”pienso. Y mi rabia aumenta-.- Claro que no está, ni estará más –ylas dos rompen a reír.Me siento traicionado. La bombilla dela lámpara del techo estalla e interrumpemis pensamientos.- ¡Joder! Pues esto no tiene gracia –dice Carol poniéndose seria.- ¡Venga ya! Ha sido una coincidencia–la tranquiliza Julia.Yo sé que no ha sido una coincidenciay me concentro en el odio profundo quesiento hacia ese par de mujeres que mehan quitado la vida y encima se mofande ello tranquilamente en el sofá. Sientoque la venganza recorre mi ser incorpóreoy me fijo en la televisión, que trasunos segundos consigo que también estalle.Las chicas ya no se ríen, están entensión y se siguen hablando la una a laotra, pero no me importa lo que se estándiciendo. Centro mi naturaleza en elportátil y el móvil que están enchufadosal lado de la ventana. Me cuesta más,aunque igualmente estalla y la chispaalcanza las cortinas, que en pocos segundosya están dominadas por el fuego.Gritan, y ahora soy yo el que ríe. Lescierro la puerta antes de que puedansalir de la habitación. Ya no me quedaenergía, apenas puedo moverme, la rabiay la ira me han consumido. Ahorasólo espero poder sostener la puerta losuficiente para que a ellas les consumael fuego.


97Carlos J. Eguren Hdez. - CADÁVER EXQUISITO IIICadáver exquisitopor Carlos J. Eguren Hdez.Muchos sabréis en qué consiste uncadáver exquisito. Para los que no losepan, se trata de un cuadro pintadopor varios artistas en la que cadauno realiza su parte sin saber quéhan hecho los demás. Esta técnica,que empezaron a usar los surrealistas,ha sido llevada a otras artes, entreellas la escritura.Nosotros hemos querido hacer algoparecido a esto, es una historia continuadaa modo de concurso.Lo que vamos a hacer es la siguiente:leeros lo que viene a continuación.Luego os damos una serie derequisitos y vosotros seguís con ello.Nos lo mandáis, elegimos el que másnos guste y cada mes el cadáver siguecon un autor distinto.¡Esperamos vuestros relatos!Jueves 20 de marzo del 2137Sam siente algo parecido al miedo.No lo es del todo, porque si lo fuera, sireconociera el pánico, ese paso que acabade dar sería el último. ¿Lo peor detodo? Confirmaría ser un cobarde.- Señor Rax Truman.El androide pronuncia de maneraperfecta el nombre falso. Sam se girapara ver al robot, el que le había dejadopasar la frontera, hasta los trenes. Elautómata ha cambiado de opinión. Esoparece, porque ahora sostiene un arma.Sam escucha un estruendo y lo últimoque debería recordar es cómo llegó hastalos trenes que llevan a la Boca de lasMinas. Sin embargo, todo pensamientole conduce a Lisa.Miércoles 19 de marzo de 2137Sam tiene una historia favorita. Talvez lo es porque la escuchó siendo demasiadopequeño o era su madre quiense la contó. Sam reconoce que es un relatosin pies ni cabeza, que nunca le haimportado demasiado, pero hay ocasionesen que se acuerda de esa leyenda.¿Leyenda? Es más bien una fábula.Trata de un lugar, similar a un continente.Un país de muchos países, puede.Sam no sabe muy bien esa parte, pero seimagina un lugar digno del sueño. Habíabuenas personas, pero también líderessoberbios que deseaban expandiraquel mundo: sin pausa, siempre adelante;un mundo, luego el universo. Sus


98Ánima Barda - Pulp Magazinefantasías engrandecían su mito… Peroeran tan arrogantes que iban a destruirel equilibrio.El planeta no iba a permitir que el ordencayese, ya que era como un humanoegoísta, aunque sabio. La propia Tierradecidió que aquel reino de soberbia sederrumbase bajo la perdición. Maremotos,terremotos y erupciones volcánicas,más mil horrores que sus propios hijosconcibieron desde sus pesadillas… Todosellos sepultaron e hicieron trizasaquel continente hasta convertirlo enuna leyenda. Muchos dicen que está ental o cual lugar, bajo las aguas, aguardandosu retorno.¿La moraleja de la fábula? Sam la olvidó.Supone que es: “no te metas con elmundo o el mundo te aplastará”. Samnunca fue brillante en literatura, peroconoce el nombre del lugar…- Se llamaba Centroamérica –musitaSam.Sam ignora el motivo, pero cada vezque ve la Gran Ciudad, ese cuento legolpea la mente. Siempre ha pensadoque, un día, la enorme urbe caerá. Esdemasiado grande y rompe el equilibrio.“Mosquearán a la Tierra y los mandaráa todos al infierno”.Sin imaginárselo, Sam estaba a puntode convertirse en una fisura, el nacimientode un temblor, pero eso es adelantarsea los acontecimientos, queridolector. El hecho que ocurre ahora es diferente,va sobre el demonio, el ser conel que todos hacemos pactos.En la Frontera, vive un hombre quehabita en el mundo desde los albores delos tiempos. Ha rodado y vagado muchoy, por eso, conoce todo. Está entrela Gran Ciudad y los campos. Está enel límite y el comienzo del mundo. Lodisfruta y odia, porque así es su destino.Posee muchos nombres, tantos comopara rebosar más páginas de las quenunca existirán. Él prefiere uno: Mefisto.Ese mote le vuelve loco (o, a lo mejor,siempre lo estuvo; eso no lo descarta).Mefisto vive en El Infierno, pero él noes el mal encarnado sino el mayor contrabandistadel nuevo mundo y no habitaen el averno sino en un antro conun nombre que ya no significa nada enunas tierras baldías, aquellas que hanconocido ya suficientes demonios.Sam había escuchado hablar de élen numerosas ocasiones. Dentro de losconcilios, se acusa a algunos políticoscorruptos de servir a Mefisto. CuandoSam era más joven y algo más estúpido-si ambas cosas no son sinónimo-, considerabaque debía ser una expresión.No era así. Un mafioso como Mefisto dapíldoras de aire libre y mercancías delviejo mundo (por ejemplo, figuras dedibujos animados) a unos representantesque ceden, a cambio, su voluntad. Esel sino de la política.En su día, cuando Sam fue expulsadode la Gran Ciudad, pudo ver aquellugar, entre ruinas. Contempló un viejocártel de neón, alimentado por vaporesinfectos, y donde un diablo daba saltitos,prendiendo el título con su tridentey su lengua. Allí estaban, sin duda, lasfauces de El Infierno.Y tanto tiempo después, Sam, comohijo de cultos, iba a entregarse al malcon tal de que Moloch le dijese que Lisaestaba bien. Sam sólo tiene eso en mentepara afrontar lo que le cierra el camino:la gárgola gris que vigila las puertas.- ¿Quién vive? –pregunta, con voz asfixiada,el cancerbero.- ¿Quién sabe? –responde Sam.


100Ánima Barda - Pulp Magazineve, ni siquiera respira. Sam se detienea unos centímetros de él y se preguntaqué diantres ocurre. Lo descubre pocodespués…- ¡Bah! ¡Es un maniquí! –exclamaquien ya le había hablado–. Me encantan,¡son graciosos! Me vuelven loco,¡no tienen alma! Son cascarones con losque jugar. Describen bien mis prácticascon los seres humanos.Sam reconoce la verdad: es la voz deun niño. ¿Mefisto es un simple crío?Cuando aparece, tras el trono, como unpequeño de diez años, Sam sólo puedeconfirmarlo.- Mi padre mató a mi abuelo y yomaté a mi padre, cada uno nos llamamosMefisto y así honramos nuestronombre glorioso –dice el crío con unarisa fantasmagórica. De las comisurasde sus labios nacían pequeñas cicatricesque hacían que pareciera un eterno risueño–.¿A qué es fascinante? Me alegraahorrarte preguntas idiotas, sí…Sam no iba a jugar más de lo necesario:- Quiero un permiso electrónico de laBurocracia para entrar en las Minas. -Alatravesar la burbuja de la Gran Ciudadhabíamos frito el pequeño aparato deArchie.El joven Mefisto se ríe hasta caer alsuelo. Los ojos del demonio y Sam secruzan, el exiliado sabe entonces queaquel diablillo está completa y absolutamenteloco. Toma aire después y selevanta con pequeñas lágrimas en susojos de ceniza:- ¡Y yo quiero que un elefante entreaquí en un coche y me diga que me vaa regalar un poni! En serio, ¡lo quiero!¡Me encantaría! Eso o una fuente de helado.¡Todo junto ya sería el acabose!- Tengo algo a cambio, Mefisto. Mejorque eso.- ¿Tu alma, muchachuelo mojigato?¡No es suficiente para pagar unos papelesasí!- Algo mejor.- ¿Mejor? Je, lo dudo, pero dispara,vaquero.Sam sacó un pequeño paquete de papel,algo pringoso. La caja metálica quele dio Moloch parecía haber servidopara conservar aquel presente. Quitó elcordel y mostró algo que hizo que Mefistobabease.- No puede ser…- Un chuletón.- Está prohibido matar vacas para comer,son pocas o muy mutadas. Nadiede los míos ha probado eso… ¡Es comoel Santo Grial! Sé lo que es por los cuentosque me contaba mi padre antes deque le cortase la garganta, pero…- Fui expulsado de la Gran Ciudad.Por mi estatus, trabajé alimentando alos que me ordenaron que me fuese.Los ojos negros del niño brillan. Estánrodeados de amplias ojeras, tatuadasen la carne, como si fuera un mapache.Contempla la gloria.- Los pobres son los que sostienen alos poderosos. Siempre ha sido así. Siun día les diera por envenenarnos…- No me servirías de nada muerto.- Gracias por la sinceridad. ¡Me agradas!- Vacas, agua fresca… Esos fueron losobjetivos de mi vida. Ahora, te traigoesta ofrenda a cambio de esos permisos.Te diré cómo se cocina. Te prometo quelos disfrutarás.- ¿Y por qué quieres volver a la GranCiudad? ¿Por qué quieres visitar las Minascuando podría matarte sin piedad,


101Carlos J. Eguren Hdez. - CADÁVER EXQUISITO IIIamigo?- Son asuntos míos. ¿Quieres el chuletóno no?- Podría matarte…- Te encanta hacer pactos, por eso siguesaquí. No matarás a quien te previenede tu adicción.- ¡Ahí le has dado, colega! Déjame ponerla televisión mientras intento hablarcon la gente…Una televisión es un artefacto extintopara Sam. Al menos, con aquellas características.La caja tonta dibuja a unpar de personajes que hablan sobre elfin del mundo con bastante ironía. Untipo quería advertir, por teléfono, deuna guerra nuclear por error, pero notenía cambio para llamar (o algo así) yotro soldado no quería dejarle destrozarla máquina de refrescos para sacarla calderilla. Sam se pregunta si estarábasado en hechos reales.- ¿Qué? ¿Te gusta? Se llama: “¿Teléfonorojo? Volamos hacia Moscú”. Nosabes lo que me costó encontrar unatelevisión, un vídeo y una cinta… Perobueno, cuando todo el mundo está necesitado,tú puedes darles cosas y ellostienen ruinas… Puedes conseguir loque quieras.- Me angustia esa… Cosa.- ¡A mí me hace reír! ¡Me chifla! Esuna buena comedia. Deberías ver “Elresplandor” o “La chaqueta metálica”,me parecen otras dos grandes comedias…Pero mi favorita, sin duda, es“La naranja mecánica”. ¡Cuando la veo,es imposible dejar de reírme!- Entendido, Mefisto. Quiero saber sivas a conseguir lo que necesito.- Un muchacho que va al grano, sinpreliminares. Gracioso… Tengo que seguirtramitando unas cosas. Dame unossegundos a cambio de tu beneficio, pequeño.Tras llamadas y diálogos perdidos,Mefisto regresa con una carpeta quetiende a Sam mientras le fríe el chuletónen una cocina que el diablo le ha señalado.- Señor Rax Truman –dice Mefisto.- Si este era uno de esos momentos enque me sorprendías sabiendo mi nombre,te equivocas. Ese no es mi nombre.- En estos papeles dice lo contrario…¡Oh, dioses, qué bien huele ese chuletón!- Puedo aliñarlo y hacerlo mejor…- ¡Pues hazlo!- Necesito algo.El niño remueve su larga chaquetarota, una especie de frac, un mantóncasi ceremonial. Da un par de pasos deun lado a otro y escupe:- Me lo imaginaba… Nadie me ayudaporque sí…- Quiero saber de una persona. Tienescontactos por toda la urbe. Quiero sabersi se encuentra bien.- Hurm… Me suena a una esposa… Ouna hermana o una hija o… Bueno, mesuena a muchas cosas.Tras un par de minutos, donde Samcoloca algunas especias, Mefisto vuelve.- Esa tal Lisa… Ya no existe.- ¿QUÉ?- No chilles, ¡puedes asustar al chuletón!- ¡¿QUÉ DICES?!- No existe y ¿sabes qué significa eso?Básicamente, que los poderosos de tuciudad se la han llevado. Lo he visto antes.- ¡¿POR QUÉ?!- Para protegerla o cargársela. Tienesdos opciones, pero lo importante es:


102Ánima Barda - Pulp Magazine¿cuánto le queda a ese chuletón?Sam se marea. Algo atraviesa su mentecomo si fuera un taladro.“No hagas ninguna locura, Sam. ¡Tengorespuestas! ¡Consigue los permisos y sal deahí! ¡Hazlo por Lisa!”.“No me la juegues, Moloch”.Diez minutos después, Sam se marcha,atraviesa la fría noche del inviernonuclear y Mefisto disfruta del chuletónde vaca. No sabe que Sam tenía estudiossobre orgánica y lo desarrolló a partirde carne de cucaracha. Un gran invento,sin duda.- ¡Un orgullo hacer pactos contigo,amigo!– dice Mefisto, en su trono, saboreandola carne. Después, posa su platoen sus rodillas. Sus dedos, terminadosen largas uñas sucias, acarician dos cráneosque sirven de final del reposabrazosde su trono–. ¿No creéis, papá ymamá? ¿Por qué vuestros cráneos nome responden?– La contestación es lapatada que Mefisto le da al maniquí queocupase su asiento y él mismo tirase alsuelo–. ¡Claro que sí! ¡De acuerdo convosotros! ¡Brindemos!Muchos se preguntan si el Apocalipsisno se los debería haber llevado.Creían que hechos como la guerra nuclearacabarían con el mundo y el consuelosería morir, no persistir en uneterno apocalipsis.Sam aleja aquellas ideas en su mentepara centrarse en Lisa. Cierra sus manosy sabe que él es el arma suficientepara…“Está viva, Sam”.- ¡¿CÓMO LO SABES?!“La muchacha sigue respirando. Los infiltradosdeben saber que, tarde o temprano,el Consorcio buscaría a alguien como tú. Sihan buscado a la muchacha es para poderchantajearte en un momento dado, cuandolos dejes a un golpe de su fin. Es tu únicadebilidad. Muerta no les sirve de nada, Sam.Se pondrán en contacto tarde o temprano”.- ¿Por qué yo? ¿Cómo lo saben?“Eres único”.- ¿La matarán?“Te prometo que no. Sam, toma rumbohacia los trenes que conectan con la GranCiudad y las Minas. El destino de tu mundoestá en tus manos. No caigas ahora. Hazlopor Lisa. Hazlo por esa cosa que nuestroscientíficos dicen que padecéis, esa enfermedadque os debilita y os vuelve locos… ¿Cariño?Creo que era algo así”.Jueves 20 de marzo del 2137El antiguo metro es una enorme serpientede varias cabezas que se zambulleen sus propios cubiles, como una víborarecelosa. Inmensas masas de metalvienen y van, vomitan y se hunden enlas tinieblas. Es una visión que siempreperturba a Sam, aunque en aquella ocasión,se preocupa más por el escuadrónde autómatas que vigila la entrada a lostransportes que le llevarían a su destino,las Minas.Los robots tienen forma humana. Susarmaduras pálidas son grises por lasuciedad del vapor y el hollín. No obstante,causan el mismo efecto aterradorque hallarse con un monstruo, porquelo son. No poseen rostro. Portan una cabezaperfecta- “de muñeco para dibujaranatomía”, pensó Sam-: no tienen boca,ojos, nariz… No les hace falta. No necesitanparecer humanos.Sam camina tranquilo, en una falsaarmonía, hasta los puestos de control.En treinta segundos, apareceríael mastodonte que lo llevaría hasta sumeta… Pero la diferencia entre su vida


103Carlos J. Eguren Hdez. - CADÁVER EXQUISITO IIIy su muerte la iban a decidir aquellosrobots… Y lo que más lamenta Sam noes que sea su fin, sino la muerte de Lisa.Sólo por ella, Sam sigue luchando.Siente cada segundo cuando entregasus permisos. Son placas donde se recibenpequeños datos; suponen una leveevolución de un mundo corrompido. Elandroide que comprueba los códigosrefleja una luz ambarina en la tarjeta,toma y escupe datos; finalmente, sufrela incertidumbre unos segundos…- ¿Ocurre algo, agente? –preguntaSam, sabiendo que la respuesta puedeser un disparo eléctrico en su cabeza.“¿Por qué diantres no le pedí armasa aquel capullo extraterrestre?”, se preguntaSam.“Eh, que puedo escucharte humano. Nocreo que eso haya sido un halago”.“Cállate y metete en tu mente”.Entonces, el robot responde:- Prosiga, Rax Truman. Tiene permiso.Sam asiente. De pronto, sabe que es elser más afortunado de todo el malditouniverso. Camina hacia los arcos que leconducirán a los trenes. El sonido mecánicose aproxima, el tren ya está a puntode pasar ante él…Pero, de repente, le pasa.Sam siente algo parecido al miedo.No lo es del todo, porque si lo fuera, sireconociera el pánico, ese paso que acabade dar sería el último. ¿Lo peor detodo? Confirmaría ser un cobarde.- Señor Rax Truman.El androide pronuncia de maneraperfecta el nombre falso. Sam se girapara ver al robot, el que le había dejadopasar la frontera, hasta los trenes. Elautómata ha cambiado de opinión. Esoparece, porque ahora sostiene un arma.Sam escucha un estruendo y lo últimoque debería recordar es cómo llegó hastalos trenes que llevan a la Boca de lasMinas. Sin embargo, todo pensamientole conduce a Lisa.El estruendo ha sido la llegada deltren.El robot mira sin ojos a Sam y Samlo mira a él. Durante unos segundos, elmundo deja de existir para ellos. Entonces,el autómata parece emitir una leverisa y dice:- Sólo quería asustarle. Nunca lo habíahecho con un inocente. Es divertido.Sam sonríe como sonreiría si le dijeranque le quedaban cinco minutos devida, pero se lo han dicho tan tarde quesólo le queda uno. Acto seguido, continúacaminando.“Toman conciencia. Es otra demostraciónde que hay alienígenas en vuestro mundo,ampliando la tecnología, pero ¿para qué?¿Para qué quieren autómatas humanos enun mundo donde hay humanos que…?”.“Moloch, hazme un favor”.“Será un placer, dime”.“Cierra el pico”.Sam se interna en las sombras sin saberalgo: sólo hay un robot que haya tomadoconciencia, el que ha hablado conél.Lo que Moloch y Sam no saben es queel androide ha dado así la alerta al sistemaque controla a los autómatas, elmismo que ordenó dar humanidad sihallaban al más buscado. Una especiede premio. Sam ha sido su mesías parahallar la humanidad. Ahora, los cerebrossaben dónde está y si Sam continúaes porque el sistema lo quiere.Al mismo tiempo, Archibald Molochse mata a pensar. La tecnología que humanizaa los robots es emporio de una


104Ánima Barda - Pulp Magazinesola raza alienígena. Admitirlo le hacetemerlo: sólo los suyos, los de su especie,lo han conseguido. ¿Por qué entoncesle han enviado a investigar un complot?¿Es una trampa? Por primera vez,en mucho tiempo, se queda callado.Sea como sea, el tiempo se acaba, lapágina llega a su fin y el tren hasta laMina devora a Sam, la mente infiltradade Moloch, todos sus pensamientos y loque los rodea. Luego, queda sólo unacosa: el silencio.ser de entre 5 y 10 páginas, con un espaciadoposterior de 10 ptos, interlineadosencillo y la fuente en calibrí 11.- El archivo se manda a redacción@animabarda.com con el asunto “Cadáverexquisito”.INSTRUCCIONES- Debe estar ambientado en el universocreado en el primero.- El protagonista tiene que ser Sam,con estos rasgos: agresivo, atormentado,irónico, con habilidad política, leal, desenvuelto,hábil en el combate y muestraintensos sentimientos hacia Lisa, que enningún momento se ha de desvelar quétipo de relación mantienen.- Archibald “Archie” Moloch es elco-protagonista. Es un alienígena cambiaformaenviado por el Consorcio paradescubrir a los que manipulan los gobiernosterrestres. Posee una gran variedadde gadgets y no termina de entenderbien las costumbres humanas. Aveces es redicho en las construccionesgramaticales.- Han huido de la Gran Ciudad. Ahoraestá en el tren camino a la mina. Estállena de tipos duros y peligrosos, y seencontrarán con problemas en los quetendrán que recurrir a su ingenio. Terminarácon que ellos son capturadospor el malo, un extraterrestre camufladode político humano que ya les hatendido una trampa en esta entrega.- La extensión del documento debe


105Viñetas de humor - SON MONIGOTESEl club de los escritoresmuertosLas 4 son iguales


106Ánima Barda - Pulp MagazineTrasto inútilEl monstruo delpasillo


Ánima Barda - Pulp MagazineBestiarioRevisión en rima de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de lasdesgracias de esta publicación. Recomendamos leer imaginando el tañido deuna lira.Nada escapa a su filo,Y si mal está decirlo,¡Pobre de ti! Si te pilla,Con su afilada cuchilla.Diego F. VillaverdeVerdugo - @LordAguafiestinSi algo no le gusta o agrada,No duda en liarla parda.Noble y fiel como un Stark,Pero si le enfadas te vas a enterar.Así que cuidadito has de tener,Si al verduguito no quieres ver.Víctor M. YesteConsejero - @VictorMYesteImportante es su profesiónAunque esta no es la cuestiónA Kvothe le tiene presente,Como él en su venganza, es persistente.A su misión concentrado y entregado.A su vida un poco despistado.Pero tal es su corazón,Que sirve de compensación.Apasionado en gente reuniendo,Mejor alrededor de una mesa comiendo.Placeres banales, diréis.Con los que regocijo sentiréis.J. R. PlanaPosadero - @jrplana¡Ay de ti! Si te habla de su obsesión,No te soltará hasta que te dé el tostón.Y si de madrugada un finde despierto estás,¡Corre!, ¡huye! Mejor la radio esconderás.Cuentos de terror y cuarto milenio,Sus preferencias después del silencio.108


BESTIARIORamón PlanaJuglar - @DocZero48No va con mallas,A su lado te callas.Dotado de humor e ingenio,En sus historias pone empeño.Si de entretener se trata,Una velada con el pacta.Mas difícil luego callarle es,Y perdido en las nubes te halles.Si acudimos a ella siempre nos ayuda,Sea la hora que sea sin ninguna duda.Encontrarla, o no, esa es otra historia;Viaja por mundos de manera notoria.M. C. CatalánCurandera - @mccatalanFiel y dedicada, a todo pone esfuerzo,Pero si la enfadas perderás el pescuezo.Katniss en Panem, Marta en Valencia,Las dos con el arco apuntan con vehemencia.Mas en ella dulzura también hallas,Querrás su compañía donde vayas.Cris MiguelPregonera - @Cris_MiCaEnfadada siempre parece,Pegando su rabia enriquece.¡No sólo a esto se dedica!Su odio contra el universo predica.Escritora es, luego pregonera,Si no haces lo que quiere, busca la correa.Caza sombras y vampiros también,Cuidado has de tener, para no cazar su desdén.109


110Ánima Barda - Pulp MagazineRicardo CastilloRicardoCastillo68@hotmail.esA. C. Ojeda@AC_OjedaR. P. Verdugo@RP_VerdugoCarlos J. Eguren Hdez.@Carlos_Eguren

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!